Teoría
Célebres enamoradas/os en contextos sociales
cristianos en los que prevalecía el dominio de los varones sobre las mujeres
Famous lovers in christian
contexts where men had control over women
Emma
Ruiz Martín del Campo1
1Universidad
de Guadalajara, México. Correo electrónico: emmaruiz0808@hotmail.com
Resumen
A partir de la narración de la historia
de tres grandes amores “imposibles” analizamos las normas que regían las
relaciones entre hombres y mujeres en los respectivos contextos sociales en los
que las parejas vivieron su experiencia amorosa. También reflexionamos en torno
a los factores que llevaron a la disolución forzosa de las relaciones, así como
acerca de la dirección que las mujeres hubieran querido tomar en sus vidas y las
que de facto siguieron después de haber sido privadas de la relación con su
pareja. El trabajo se desarrolla marcando la trayectoria trazada desde el
encuentro entre dos sujetos y la emergencia del amor, hasta el truncamiento de
la posibilidad de los amantes de seguir un camino común en sus vidas. Revisamos
documentos biográficos y bibliográficos para dilucidar los rastros de
comunicación preservados por los miembros de estas parejas tras la separación.
Palabras
clave: normas sociales, amor, poder y censura, separación.
Abstract
Starting
from the narration of the story of three great “impossible” loves we analyze
the norms that ruled the relationships between men and women in the respective
social contexts where the couples developed their stories. We also reflect on
the factors that influenced the forced dissolution of the relationships, as well
as the direction the women wanted to take and the one they actually could take
in regards to their lives after they were deprived of the relationship with
their partners. The work is developed by marking the trajectory that happens
from the meeting between two individuals and the emergence of love, to the
truncation of the possibility for the lovers of going a common path in their
lives. We turn to biographic and bibliographic documents to elucidate the
remains of the communication preserved by the members of these couples after
the separation.
Keywords: social norms, love, power and censorship, separation.
recibido en 10/01/2018
Aceptado en 03/04/2018
Introducción
En épocas de crisis, de movilidad
social, han surgido mujeres que han brillado como cometas en un cielo todavía
prefigurado por la exclusión del sexo femenino del ámbito público. Las que aquí
son objeto de nuestra atención se hicieron notar por su afán de saber, según
nos consta en el caso de Eloísa y Camila y por haber hecho pareja, las tres,
con varones destacados en el ámbito de la religión y/o de la filosofía, en
quienes centraremos también nuestras reflexiones: San Agustín, el filósofo
Abelardo y el canónigo Uladislao.
1) San Agustín, obispo
de Hipona y su concubina, que fue tal, antes de que él se convirtiera al
cristianismo: Agustín hizo permanecer a su compañera de juventud anónima en sus
Confesiones. Esa mujer, de cuya
existencia da cuenta el santo, cohabitó con él por un periodo de quince años y
fue la madre de su hijo Adeodato. En el Imperio
Romano, donde ellos vivieron, en Cartago primeramente y después brevemente en
tanto pareja en Roma y en Milán, el concubinato era un régimen de vida aceptado
bajo ciertas condiciones, hasta que fue prohibido por el emperador Constantino,
el mismo que declaró a la cristiana la religión oficial del imperio. En la vida
de Agustín coincidieron en un momento existencial que él describe intenso por
demás en sus Confesiones, su
conversión al cristianismo y la expulsión de su concubina de su vida.
2) Eloísa y Abelardo. Abelardo fue
uno de los filósofos más destacados del siglo xii
en París. En su Historia Calamitatum comenta:
Mi tierra y mis antepasados me dieron este ágil
temperamento que tengo, así como este talento para el estudio de las letras.
Tuve un padre que, antes de ceñir la espada, había adquirido cierto
conocimiento de las letras (…) A mí, su primogénito, cuidó de educarme con
tanto más esmero, cuanto mayor era su predilección por mí. (Abelardo, 1993, p.38)
En cuanto a Eloísa, poco se sabe de su
infancia. Es el mismo Abelardo quien da cuenta de que era huérfana y habiendo
quedado sin recursos la asumió bajo su tutela su tío, el canónigo Fulberto, quien tuvo la gracia, inédita para su época, de
preocuparse por su educación y permitir a la niña saciar el deseo de saber del
que daba cuenta. Siendo ya adolescente, y conocedora de latín, griego y hebreo,
el canónigo confió a Abelardo su formación filosófica.
3) Camila O’ Gorman y Uladislao Gutiérrez. Ambos jóvenes fueron fusilados por
órdenes del tirano Rosas, que gobernaba Buenos Aires en la época en que ellos
vivían, por haberse atrevido a vivir un amor prohibido por los cánones sociales
que prevalecían. Camila es prefigurada por Félix Luna y por María Luisa Bamberg,
directora de la película Camila,
nominada a un Óscar en 1984 como mejor película extranjera, como una joven
mujer no sólo bella, sino destacada por su profundo interés por la lectura y
por sus dotes artísticas: amenizaba las tertulias de Buenos Aires con su bella
voz, y su espíritu inquieto y apasionado. Sus singulares características,
aunadas a las del cura Uladislao Gutiérrez, recién
llegado de Tucumán en donde se había ordenado como sacerdote católico jesuita,
dieron lugar a un enamoramiento y romance que produjo un encuentro de una
intensidad llamativa entre los amantes, y tras su huida puso su potencial
creativo al servicio de la comunidad de Goya, Corrientes, donde fueron los
primeros maestros de la escuela.
Las parejas de las que
nos ocupamos vivieron y se configuraron, respectivamente en los siglos iv, xii
y xix d. C., a partir de la época
en que se dio la consolidación de la cultura cristiana como la dominante en
Europa, y antes de que en el siglo XX se produjeran cambios inéditos
que permitirían la progresiva presencia del sexo femenino en la vida pública.
Agustín.
Contexto de vida de la pareja: el imperio romano en el siglo iv
El Imperio Romano marca un hito en la
historia humana, en tanto implica, por una parte, el dominio militar y el
sometimiento de muchas culturas a un poder central, pero a la vez, la apertura
necesaria para que sujetos procedentes de tradiciones diferentes pudiesen pasar
a ser reconocidos como ciudadanos romanos e integrados en pautas del quehacer
cultural. Los implicados en la gesta cultural de acuerdo a su ubicación en el
estatus que se les asignaba en la jerarquía social, eran predominantemente los
varones. Mientras que el Derecho Romano marcaba los límites a los que los
ciudadanos se tenían que ceñir, había cierta tolerancia para expresión de
formas de vida y tradiciones diferentes, lo que ocasionaba un pluralismo en
creencias, filosofías y costumbres que durante un largo periodo significó a la
vez conflicto y riqueza cultural. Las cuestiones de la ciudadanía eran de
importancia fundamental en el Imperio, aunque había interés en que los hijos
nacieran de matrimonios legítimos, la diversidad de costumbres, así como la
precariedad de los avances médicos que no lograban acotar los graves riesgos de
las mujeres y los infantes en el periodo perinatal, dieron lugar a diversas
formas de relación entre hombres y mujeres aceptadas socialmente.
Ya desde el año 18 a.
C., el Emperador Augusto, por la ley Julia, había hecho entrar en el derecho
las uniones entre libres de nacimiento y libertos, con la única excepción de
los hombres y las mujeres de familias senatoriales. En el Imperio Romano no era
una exigencia el que los varones jóvenes se contuvieran sexualmente, de hecho,
los médicos recomendaban como benéfica la satisfacción sexual. En casas
principales, donde había esclavas, los adolescentes las miraban con
concupiscencia, teniendo con ellas relaciones sexuales ocasionales o bien,
convirtiendo a alguna de ellas en su concubina. Las leyes que operaban respecto
al concubinato reproducían casi al pie de la letra las que regían los
matrimonios. La fidelidad era obligatoria para las concubinas cuyos hijos
serían ciudadanos, vestían a la manera de las esposas legítimas, dando cuenta de
su pertenencia a un ciudadano, y sobre ellas recaían los riesgos perinatales,
evitándolos así a las mujeres de mayor rango social. Por su parte las mujeres
consideradas honorables, las de la alta sociedad, aceptaban de buen grado las
relaciones de su marido con concubinas, que las libraban de las tareas de la
maternidad.
Entre
los romanos de clase alta, la continencia se fue convirtiendo en signo de
distinción, y en el caso de esposos que procreaban hijos, después de que el
varón contase con los tres que por ley se le exigían, muchas parejas se
abstenían definitivamente del comercio sexual:
A
un hombre que hacía a su mujer más de los tres hijos necesarios (entre las
libres de nacimiento) se le llamaba “luxorioso”, lo que era una crítica. Esto lo ponía en el
mismo plano que los bienes afectados a su mujer: era posesión de ella. (Rouselle, 1993, p.109)
El emperador Constantino, que dirigió
los destinos del Imperio Romano del año 306 al 337 d. de C., convirtió a la cristiana
en la religión oficial y prohibió el concubinato. A partir de dicha
prohibición, el hombre que tuviese una concubina, tenía que poner fin a esa
situación y tomar mujer según la ley.
A la par de los cambios
que llevaron a la prohibición del concubinato y a una mayor regulación de las
relaciones sexuales entre hombres y mujeres de estratos sociales diversos, se
fue extendiendo en el Imperio Romano la convicción de que los varones que se
ejercitaban en la filosofía podían conseguir la continencia sexual, práctica
que con la oficialización del
cristianismo era considerada cada vez más valiosa, pues se pensaba que
alejándose el hombre de la carnalidad podía mejorar su vida espiritual y su
entrega mística. Con todo, en el
Imperio seguían circulando formas de pensamiento diferentes de unas latitudes
geográficas a otras, dando lugar a concepciones híbridas, de hecho, ciertas
corrientes filosóficas consideradas paganas valoraban la continencia como
expresión del dominio de las pasiones.
En el siglo iv d. C. el cristianismo cobraba más y
más fuerza en el Imperio, de tal forma que aristócratas conversos que tenían
ligas y extendían su poder entre Oriente y Occidente se fueron convirtiendo en
dominantes respecto a otros grupos sociales. Persistía la pluralidad, sólo que
mientras que el cristianismo se iba afianzando, otras prácticas y creencias
religiosas iban siendo catalogadas como herejías. En cuanto a la visión de las mujeres,
podríamos hablar de una Iglesia Cristiana que desde sus orígenes defendía en una
de sus vertientes la dignidad de ellas, mientras que se iba afianzando otra,
más profunda, latente y disimulada, que daba pie a la opresión del sexo
femenino, opresión que se hizo vigente a lo largo de más de quince siglos.
Eloísa
y Abelardo. Contexto de vida de la pareja: Francia en la primera mitad del
siglo xii
El siglo xii en Europa Occidental, con uno de los centros de
florecimiento cultural más importantes en París, se nos pinta como una época de
humanismo religioso y de un cristianismo que luchaba por imponerse como visión
hegemónica dadora de sentido. En la Francia del siglo xii florecía la “herejía” de los cátaros, ellos criticaban el
lujo de la iglesia católica, rechazaban los sacramentos, el matrimonio y creían
en la reencarnación. A diferencia de los cristianos, los cátaros no practicaban
la disparidad de género, permitían que las mujeres pudiesen participar en
múltiples actividades como el acompañamiento de filósofos y predicadores que
impartían sus enseñanzas en espacios públicos. Este aspecto puede explicar por
qué comenzó a crecer el movimiento cátaro. A principios del siglo xiii el Papa Inocencio iii logró asegurar el apoyo militar
francés para dar una solución definitiva a dicho “problema”. La decisión fue
matar a todos los adeptos a esa forma de creencia, así sin más, pues según
ellos se justificaba, ya que Dios daría cuenta de ellos.
Tras erradicar el
movimiento cátaro, los franceses cristianos crearon la inquisición organizada
por los dominicos, encargados de investigar las herejías sin escatimar el uso
de tormentos para lograr confesiones por parte de los “herejes” de su “crimen”.
Además de la inquisición, hubo reacciones diversas de la Iglesia Católica para
prevenir el surgimiento de posturas alternativas a la del cristianismo en
ámbitos diversos, por lo cual el matrimonio se reconoció como sacramento, y se
fue pasando de esa flexibilidad y apertura que daba gracia al siglo xii francés, al formalismo y rigidez
del siglo xiii.
El siglo xii
también fue propicio al florecimiento de la poesía y de la literatura clásica.
En la obra que se nos presenta como una correspondencia entre ambos amantes:
Eloísa y Abelardo, se cita a autores como Platón, Cicerón, Ovidio, Virgilio,
Séneca, Juvenal y Lucano. En suma, los hombres del citado siglo nos ofrecen una
combinación de fe cristiana y filosofía helénica. Las mujeres, marginales,
tienen sin embargo ciertas libertades que perderán con la progresiva
formalización de consignas eclesiásticas. En el París en el que habitaban
Abelardo y Eloísa, los varones nobles se dedicaban en su mayor parte a las
actividades militares, sin embargo, es en este siglo xii que las universidades empiezan a surgir, y una forma
incipiente de ellas fue la enseñanza que algunos filósofos y maestros afamados,
como lo fue Abelardo, compartían en espacios públicos de la ciudad. De esta
manera, los maestros eran los varones y las mujeres participaban, si acaso, y
en su minoría, escuchando a los que eran considerados sabios y se convertían en
ídolos de las emergentes sociedades estudiantiles.
Las mujeres nobles se
abstraían casi totalmente de participar en los campos del saber y en
actividades públicas. Su virginidad era custodiada y el matrimonio pasaba por
una fase de transición, ya que tras haber estado inmerso por siglos en la
tradición de las alianzas por conveniencia entre los nobles, decididas por los
adultos, estaba siendo cuestionado su valor como sacramento y el papel que
jugaba la aceptación mutua de los cónyuges de su vida en común para dar
vigencia a la unión. Si bien se había gestado toda una discusión sobre el
estatus que había de tener la vida matrimonial a los ojos de la religión
cristiana, la práctica de la castidad y el valor de la virginidad también se
habían encumbrado, de tal forma que los filósofos podían perder parte de su
prestigio si se casaban. Es en este contexto que cobra vida la historia trágica
de Eloísa y Abelardo.
Contexto
de vida de Camila y Uladislao: Buenos Aires y
Argentina en el siglo xix.
En el siglo xix, después de lograda la independencia argentina de España
(1816), Buenos Aires se convierte en el centro de una sociedad fundada en una
división social marcada por el diferencial acceso al dinero y al poder, que va
de los negros, todavía esclavos, ocupados del servicio doméstico y de las
tareas más rudas, a las familias aristócratas donde prevalece el lujo, así como
un relativo confinamiento en casa impuesto a las mujeres. De esta manera, los ejes
centrales de la organización de la vida en el país sudamericano en ese momento
histórico son la religión católica y los partidos que luchan por gobernar, no
dando tregua a una pugna a muerte por imponer su poder, es decir, unitarios y
federales. El afán de adueñarse del poder de una manera autoritaria y
excluyente de diálogo se hizo realidad por varios años con la tiranía del
gobernador Rosas, quien ordenó el fusilamiento de los enamorados.
Félix
Luna nos explica que en la primera mitad del siglo xix, la prevalencia del estado de guerra, inicialmente contra
España por la independencia, y después entre las facciones de federales y
unitarios que pugnaban por gobernar, propició que hubiera más mujeres solas
dirigiendo hogares y que la disciplina se hubiese relajado un tanto en la vida
familiar: “En este proceso de cambio, las mujeres asumían nuevas responsabilidades,
como la de elegir pareja”. (Luna, 2001, p.35). Pero a pesar de esta relativa
flexibilización, la vida de las mujeres argentinas de esa época giraba en torno
al matrimonio y la vida familiar, excepto para las pocas que se iban al
convento para convertirse en monjas. El control que los varones ejercían sobre
las mujeres y deseaban continuar ejerciendo, hacía que la educación de las
niñas y jóvenes estuviera escasamente ligada a una cultura general, a un saber
sobre historia, política, literatura, filosofía, etc. Se les entrenaba para
organizar la vida en el hogar y para amenizar las tertulias que se organizaban
en las casas de los más pudientes, eventos que tenían, además de la función de
diversión, la de consolidar alianzas de todo tipo, y propiciar encuentros entre
los y las jóvenes casaderos/as. Es en este contexto donde se da el
enamoramiento, la huida y el fusilamiento de Camila y Uladislao.
Cuestionando
al amor en contextos y épocas sociales diferentes
No es fácil pretender buscar
paralelismos y delinear diferencias en el amor que surgió en tres parejas que
vivieron su experiencia en momentos históricos disímiles y más o menos remotos.
Partimos de que, habiendo enormes lagunas para delinear la que pudo haber sido
la experiencia de los amantes, contamos, sin embargo, con documentos escritos
que nos hablan del encuentro entre ellos y el final de su relación que en todos
los casos es producto en parte de presiones externas y genera desgarro en los
sujetos. Las Confesiones de Agustín,
escritas en el siglo iv por el
obispo de Hipona, son un testimonio que en algunos de sus rasgos parece
anticiparse a las creaciones usuales de la época. San Agustín formuló un texto
que tiene rasgos autobiográficos y que está marcado por la introspección, con
la que da testimonio del desgarro emocional que le significó el haber sido
arrancado, con su consentimiento, de la que fuera su concubina por muchos años
y a la que se sentía ligado con una fuerza emocional llamativa. Por otra parte,
esta obra suya permite rastrear el profundo cambio cultural que estaba teniendo
lugar en el Imperio Romano durante el encuentro de la antigua cultura
grecorromana y el naciente cristianismo que echaría raíces en Occidente y
extendería su influencia hasta nuestros días.
En el caso de las Cartas de Abelardo y Eloísa, hay quienes
piensan que pueden ser producto de un montaje realizado por algún monje con
fines educativos. Con todo, la existencia de Abelardo y Eloísa y de su amor son
hechos históricos probados. Respetando pues la parte de misterio que rodea a
las epístolas, nos abocaremos a ellas para extraer citas que dan cuenta de una
experiencia de amor que fue susceptible de registro escrito. Respecto a la Historia Calamitatum,
hay quienes defienden que al menos esta parte del texto es un escrito autobiográfico
de Abelardo. Santidrián y Astruga
dicen lo siguiente: “Historia calamitatum (es) una larga carta a un amigo anónimo o
supuesto. Habría que remontarse a las Confesiones
de San Agustín para encontrar un documento semejante en la literatura cristiana”
(Santidrián y Astruga,
1993, p.14). Puede considerarse una posible influencia de la obra de Agustín de
Hipona sobre el citado texto autobiográfico de Abelardo. Por otra parte, el
siglo xii parece hacer renacer
sutilmente las confrontaciones entre la fe cristiana y la cosmovisión helénica.
En tanto, en el siglo iv como en
el xii se daba una lucha por
imponer la hegemonía de las concepciones del cristianismo por sobre las de las
antiguas culturas grecorromanas y otras filosofías que por un tiempo cobraron
fuerza, como la de los maniqueos durante la vida de San Agustín y la de los
cátaros en el siglo xii francés.
En
cuanto al enamoramiento de Camila O’ Gorman y el sacerdote Uladislao
Gutiérrez, siendo un acontecimiento que tuvo lugar en la Argentina del siglo xix, nos permite acercarnos a múltiples
fuentes históricas que son registros confiables de lo que esta pareja vivió
como resultado de un amor que rompía en distintas vertientes con los cánones
sociales vigentes. Lo que parece haber resultado imperdonable en ese régimen de
tiranía encabezado por el gobernador Rosas y que lo llevó a hacer fusilar a los
amantes sin juicio alguno, fue el que la pareja haya puesto en cuestión su
poder totalitario a través de su pasión, pero también, por sus conversaciones y
deliberaciones respecto al sistema de normas vigentes en torno a los derechos y
deberes de hombres y mujeres, al igual que en cuanto a la validez de un aspecto
considerado inviolable: la exigencia de celibato a un sacerdote que ya había
sido consagrado como tal.
Consideraciones
sobre el enamoramiento
Hay testimonio, por parte de al menos
uno de los integrantes de cada una de las parejas que nos ocupan, de que éstas
fueron producto de un amor pasional que empezó con un enamoramiento que se
hacía sentir como un afecto intenso, un irresistible empuje al encuentro
amoroso y sexual con el elegido, respectivamente la elegida. “Anónima” y San Agustín
se enamoraron siendo ambos muy jóvenes. Al respecto escribe San Agustín en sus Confesiones:
Llegué
a Cartago, y por todas partes chisporroteaba en torno mío un hervidero de
amores impuros. Todavía no amaba, pero amaba amar […] Amar y ser amado era la
cosa más dulce para mí, sobre todo si podía gozar del cuerpo de la persona
amada […] Caí también en el amor en que deseaba ser cogido. (San Agustín, 2015,
p.43)
Abelardo, según se nos explica en la
introducción a las Cartas de Abelardo y
Eloísa, “No conoció el amor hasta que cayó en sus brazos de manos de una
muchachita llamada Eloísa que le seguía con la mirada y el corazón de alumna
tímida y deseosa de aprender.” (Santidrián y Astruga, 1993, p.16). Ella cedió a la seducción y el
encanto del destacado filósofo que logró convencer a su tío de instruirla en la
filosofía y otros saberes: “Primero nos juntamos en casa: después se juntaron
nuestras almas. Con pretexto de la ciencia nos entregamos totalmente al amor”
(Abelardo, 1993, p.50). El enamoramiento de Camila y Uladislao
se gestó principalmente en la Iglesia de la que el sacerdote era responsable y
donde la chica ayudaba en algunas labores, el enamoramiento ganó intimidad a
partir de las confesiones de la muchacha con el joven párroco que recién había
llegado de Tucumán. El historiador Félix Luna comenta:
Camila
será ante todo mujer y amante, capaz de romper con las represiones morales
impuestas por la sociedad, jugarse por el amor y mantener esa elección con
dignidad y orgullo aun cuando todos intentarán convencerla de que sus
sentimientos son vergonzosos, de que su amor es un crimen. (Luna, 2001, p.60)
Y de Uladislao
comenta que sufrió una verdadera transfiguración, en la que el sacerdote dejó
lugar al hombre.
Para
las tres parejas de enamorados el encuentro implicó una elección basada
parcialmente en la curiosidad, el gusto por saber y la admiración del otro,
respectivamente, a la par de gracias alternativas con las que contaban, éstos
se encontraron sedientos de cuestionarse y reflexionar sobre la vida. Asevera
Agustín: “De un amante se enciende otro. De aquí nace ser amado el que es
alabado, cuando se cree que las alabanzas no nacen de un corazón falaz, esto
es, cuando le alaba quien le ama” (San Agustín, 2015, p.64). Por su parte, Abelardo
describe así a Eloísa:
Esta
jovencita que, por su cara y belleza no era la última, las superaba a todas por
la amplitud de sus conocimientos. Este don —es decir, el conocimiento de las
letras— tan raro en las mujeres, distinguía tanto a la niña, que la había hecho
celebérrima en todo el reino. (Abelardo, 1993, p.48)
Y de sí mismo dice: “Fue tal mi pasión
por aprender que dejé la pompa de la gloria militar a mis hermanos, juntamente
con la herencia y la primogenitura” (Abelardo, 1993, p.38). De Camila, comenta
Luna: “Los libros le susurran la aventura del amor con el que sueña”. (Luna, 2001,
p.63). Y más adelante dice que para estos enamorados no parecía haber castigos
ni penitencias que lograsen acallar sus almas excitadas.
Ahora bien ¿Pueden hallarse
elementos o tendencias similares en su experiencia, que permitan comparar a
enamorados de épocas y culturas diferentes, al menos a enamorados del Occidente
cristiano que disfrutaron de la posibilidad de adentrarse en el mundo del
saber, que era en la época de sus vidas privilegio de minorías y que se
cobijaban bajo una mística que a pesar del paso de los siglos conservaba vivos
elementos de la visión religiosa que compartían? Digamos, ante todo, que el
enamoramiento (que no el matrimonio, el intercambio sexual, un compromiso entre
jóvenes sellado por conveniencias de sus familias, ni otras situaciones
similares) es la respuesta a una búsqueda de dos sujetos impulsada por el deseo
de un encuentro con alguien que mueve afectos agradables, vivificantes, una
atracción que se vuelve irresistible, una elección del alma que compromete
también al cuerpo, como si los enamorados dijeran con todo lo que son: es a él
o es a ella a quien quiero, y a nadie más. El enamoramiento se deslinda de
contratos de pareja basados en cálculos financieros, en intereses mercantiles,
en afanes de ganancias de jerarquía o poder en el ámbito social. Alberoni asegura que:
Es
posible hacer que alguien se enamore en un momento dado, si una persona se le
presenta mostrándole que lo comprende en profundidad, si lo tranquiliza en su
voluntad de renovación, si lo impulsa en esa dirección, lo alienta, se declara
dispuesta a compartir con él el riesgo del futuro quedándose a su lado, hombro
con hombro, de parte de él. (Alberoni, 2000, pp.75-76)
El enamoramiento está muchas veces
relacionado con sentimientos que se imponen ante el descubrimiento de otro que
encanta porque es admirado en un saber que aparece engrandecido por la
exaltación afectiva y que se ofrece y recibe como guía, que cura, así sea
pasajeramente de la sensación de desamparo y de opacidad de lo cotidiano,
permitiendo eventualmente reavivar, entre otros, afectos de protección, de
acogimiento, incluso de algarabía por haber sido bienvenido, hospedado,
aceptado y valorado en la propia singularidad. La palabra también juega un
papel en el surgimiento de la pasión amorosa, al ser una de las corrientes
capaces de movilizar esas emociones, procedentes de lo ignoto, de lo íntimo,
que corren entre los enamorados.
El
ya citado Alberoni postula que hay una predisposición
al enamoramiento en fases de la vida en las que los sujetos están en crisis o
ante cambios transformadores o en anhelo de los mismos. A este respecto, San Agustín
acababa de perder a un entrañable amigo que había muerto de unas fiebres,
cuando decidió seguir la ruta que su padre le sugería para ir a estudiar
retórica a Cartago. En sus Confesiones,
da cuenta del trabajo de duelo por el que atravesaba antes del inicio del amor
con “Anónima” que surgió a su llegada a la, para él, nueva ciudad en la que
ella vivía:
…Siendo
yo para mí mismo una morada infeliz, en donde ni podía estar ni me era posible
salir. ¿Y a dónde podía huir mi corazón de mi corazón? ¿A dónde no me seguiría
yo mismo? Con todo, hui de mi patria, porque mis ojos le habían de buscar menos
donde no solían verle [al amigo]. Y así que me fui de Tagaste
a Cartago. (San Agustín, 2015, p.61)
Por otra parte, antes de enamorar a
Eloísa, Abelardo narra disputas que había tenido con otros maestros de filosofía,
las cuales habían terminado en un deslinde de ellos: “Creyéndome el único
filósofo que quedaba en el mundo y sin tener ya ninguna inquietud, comencé a
soltar los frenos de la carne, que hasta entonces había tenido a raya.”
(Abelardo, 1993, p.47). Se desconocen los datos de lo que Eloísa experimentaba
antes de su enamoramiento. De Uladislao sabemos que
recién salido de Tecomán y llegado a Buenos Aires se incorporó al curato del
Socorro. Su historia no parece haber sido fácil: “Su padre murió al servicio de
las armas de su provincia antes de que él naciera, y su madre corrió la misma
suerte poco después del parto” (Luna, 2001, p.62). Llegar como joven inexperto
a hacerse cargo de una parroquia de la ciudad capital, no era una tarea fácil.
Por otra parte, en Buenos Aires gobernaba Rosas, con su régimen de terror:
“…Los empleados de Rosas recorrían día y noche las calles de Buenos Aires,
degollando a los individuos cuyos nombres, Rosas había dado […] Las cabezas de
las víctimas eran puestas en el mercado público” (Luna, 2001, p.17). En ese
contexto vivía también Camila, enfrentada además a las exigencias que se le
pretendían imponer como mujer, de casarse con el candidato que su padre le
sugería, pero “sus grandes ojos negros descubrirán lo prohibido, en abierto
desafío a su padre, a su familia, a la sociedad, a la Iglesia y al Estado” (Luna,
2001, p. 44).
Frenos
subjetivos y sociales ante el despliegue de la pasión amorosa
Cosmovisiones culturales ancestrales
reproducen a través de testimonios diversos, los sentimientos de culpa,
conflictos y temores inducidos por el cristianismo durante muchos siglos en los
enamorados para echar sombra sobre su pasión intensa, sobre el fuego de su
amor. Un rastreo a través de la historia nos permite delinear qué mecanismos e
instituciones se ponían en juego en los respectivos contextos sociales para
obstaculizar la secuencia de tales amores. ¿Por qué la intensidad de la
censura? ¿Por qué el afán de una pretendida pureza entendida a partir de negar
el soporte inicial de la constitución del sujeto humano y que sigue vibrando a
lo largo de cada existencia: el cuerpo como pulso de la vida? ¿Será en parte
porque los enamorados tienen mucho qué decir, también en el ámbito de lo
social, como potenciales críticos e innovadores? ¿Y las tendencias a poner
obstáculos a los enamorados se exacerbaban en los casos de personajes
destacados por su erudición y aguda inteligencia y a quienes se pretendía
conquistar y captar con garantía de exclusividad, para extender y dar fuerza a
una doctrina religiosa que proponía como modelo a seguir la castidad y la
continencia que tenían como sustrato el desprecio por lo carnal?
San
Agustín se lamenta en sus Confesiones
de sus deseos y pasiones: “Había oído de boca de la Verdad que hay eunucos que
se han mutilado a sí mismos por el reino de los cielos” (San Agustín, 2015, p.102).
“También narraré de qué modo me libraste del vínculo y del deseo del coito, que
me tenía estrechísimamente cautivo” (San Agustín, 2015, p.112). Abelardo, por
su parte, se reprochaba, porque no se extinguía su anhelo de encuentro amoroso
y sexual con Eloísa:
Yo
seguía siendo un esclavo de los placeres, de los deseos carnales y no podía
sobrellevar la ausencia de la mujer a quien había amado en otro tiempo. Muchas
veces me repetía a mí mismo el lamento de San Jerónimo […] en su carta a Asella: “La única
falta que me encuentro es mi sexo”. (Abelardo, 1993, p.85)
Y ¿dónde puede verse con más fuerza el
desprecio de Abelardo por lo sexual que en este fragmento?:
Cuando
la gracia divina me limpió —más que me privó— de esos viles miembros, ¿qué otra
cosa hizo sino quitar la suciedad y los vicios para conservar toda la
transparencia de la pureza? Sabemos que algunos sabios desearon tan
ardientemente tal pureza que llegaron a automutilarse,
a fin de erradicar totalmente el azote o aguijón del deseo. (Abelardo, 1993, p.145)
Las reflexiones puestas en boca de Eloísa
dan cuenta de una forma de enfrentar la relación con el cuerpo y el deseo
sexual diferente a la de los hombres, en ellas se pone en primer término el
amor y/o el sometimiento al varón: “Nunca dudé en precederte o seguirte hasta
las llamas del infierno (…) Mi alma no estaba en mí, sino contigo. Y ahora
mismo, si no está contigo no está en ninguna parte” (Abelardo y Eloísa, 1993, p.108).
Cuando Eloísa se
lamenta de lo ocurrido, parece ser sobre todo por la castración de la que fue
objeto Abelardo: “Tú solo sufriste en tu cuerpo lo que ambos habíamos cometido.
Sólo tú sufriste el castigo, aunque los dos habíamos sido culpables (…) ¡Ay,
desdichada de mí, nacida para ser la causa de tal crimen! ” (Abelardo y Eloísa,
1993, p.123). En cuanto a los sentimientos que por la entrega a, y la posterior
pérdida de Abelardo le son propios, dice Eloísa: “Por mi parte, he de confesar
que aquellos placeres de los amantes —que yo compartí con ellos— me fueron tan
dulces que ni me desagradan ni pueden borrarse de mi memoria” (Eloísa y
Abelardo, 1993, p.126).
Revisemos
lo ocurrido con el enamoramiento de Camila y Uladislao
y la censura social extrema que le siguió. Llegado a Buenos Aires, Uladislao fue muy bien recibido en casa de los O’Gorman e invitado a visitarlos cuando deseara. El
acercamiento entre él y Camila se dio en la casa de ella, en la Iglesia del
Socorro, donde ella empezó a colaborar en múltiples tareas, en el confesionario
y ocasionalmente en las librerías, donde se dice que llegaron a comentar
algunas lecturas. Bemberg presenta en Camila una situación en la que quien es
más atormentado por la duda y la indecisión es Uladislao.
Camila aparece enamorada y dispuesta a una entrega total a su amado. Insertamos
aquí un diálogo que se da en una escena que, en la película de Bemberg ocurre en el campanario de la iglesia: C: “Cuando oigo sonar las
campanas es como si usted me hablara” […] U: “Tú estás loca,
Camila, ¿qué voy a hacer contigo?” C: “Lo que usted quiera” (Bemberg, 1984). Más
adelante, cuando ya el amor ha sido sellado con un beso apasionado: U: “¿Y
ahora que va a ser de nosotros?, yo sólo puedo darte escándalo y oprobio.” C: “Si
usted me ama no le temo a nadie” (1984).
Ya descubiertos en Goya
“Ambos terminaron por admitir su culpabilidad en los hechos, pero no se
mostraron arrepentidos” (Luna, 2001, p.111). Respecto a la reacción del
enamorado tras ser descubiertos, se nos comenta que Uladislao
dirige varias diatribas convulsionadas a Dios que dan cuenta de un hombre que
pena porque no se le concede la gracia de disfrutar el amor carnal que un
mortal puede sentir. Más adelante Luna describe a Camila ante un interrogatorio,
argumentaba que Uladislao no tenía vocación y por
ello estaban ambos eximidos del pecado, “El juez […] le recomienda eliminar de
la declaración aquellos sucesos, pedir disculpas y la clemencia de S. E., quien
habría de tener en cuenta la debilidad de su sexo” (Luna, 2001, p.119).
En el terreno de lo
social, los obstáculos con que se encontraron las tres parejas que nos ocupan
fueron de índole distinta. Agustín y “Anónima” pudieron vivir una larga
relación bajo el resguardo de la aceptación que había en el Imperio Romano del
concubinato. Cuando decepcionado del maniqueísmo, Agustín se fue a Roma y luego
a Milán, donde recibió la influencia del obispo Ambrosio y se hizo bautizar, su
madre, que ya había hecho el compromiso para un futuro matrimonio del santo
(que finalmente nunca se concretó), fue también la que, con el consentimiento
de San Agustín envió a “Anónima” de regreso a Cartago. San Agustín describe
elocuentemente en sus Confesiones, el
desgarro que para él supuso la separación de su amada:
Entre
tanto multiplicábanse mis pecados, y, arrancada de mi
lado, como un impedimento para mi matrimonio, aquella con quien yo solía partir
mi lecho, mi corazón, sajado por aquella parte que le estaba pegado, me había
quedado llagado y manaba sangre. Ella, en cambio, vuelta a África, te hizo
voto, Señor, de no conocer otro varón, dejando en mi compañía al hijo natural
que yo había tenido con ella. (San Agustín, 2015, p.86)
Abelardo y Eloísa iniciaron su relación
traicionando la confianza del tío de ella, quien había encargado la educación
de su sobrina a Abelardo y le había advertido que se cuidara del amor. Mas pronto la confianza traicionada
produce sus efectos:
Eloísa
espera un hijo […] Se casan en secreto temiendo que la boda dañase la fama y
carrera del maestro. Eloísa es enviada a un convento, Argenteuil,
cerca de París, donde había sido educada. Mientras tanto, Abelardo pretende
ocultar lo que todos sabían ya […] El asunto es zanjado por el canónigo de la
forma más vil y cruel. Amparándose en la oscuridad de la noche, unos hombres
pagados a sueldo sorprendieron a Abelardo durmiendo y lo desvirilizaron.
(Santidrián y Astruga,
1993, p.17)
Hablemos de los enamorados argentinos, una
vez dada a conocer oficialmente la desaparición de la pareja, surgen las
reacciones. En casa de los O’ Gorman, el padre de ésta escribe una carta al
gobernador Rosas solicitando una despacha requisitoria para encontrar y aplicar
un castigo ejemplar a esos “miserables, infelices, desgraciados, a fin, dice,
de evitar la desmoralización, el libertinaje y el desorden”. Joaquina, la madre
de la joven, interviene: “Por favor, Adolfo, habría que escuchar a Camila antes
de condenarla, rompe esa carta” (1984). Adolfo O’ Gorman responde que una hija
que ha humillado así a su padre no merece misericordia. Un poco después, la
madre enumera las condenas que recaen sobre su hija:
…Adolfo
O’ Gorman, en vez de pensar en tu hija piensas en tu apellido y tu honor. Todos
piensan en violencia y sangre. La Iglesia piensa en su buen nombre, Rosas en su
poder, los Unitarios en cómo derribar a los Federales aprovechando este
escándalo, pero en mi hija, ¿quién piensa, quién? (1984).
Nadie con poder lo hacía, así, Camila
embarazada, fue fusilada, sin juicio previo, junto con
su amado Uladislao el 18 de agosto de 1848. Y esta
historia de crueldad extrema habría de convertirse con el tiempo en un
escándalo internacional, siendo uno de los sucesos que llevó a la caída del
gobierno de Rosas. El 9 de noviembre de 1848 apareció en el periódico La Gaceta un texto atribuido a Rosas que
dice:
El
gobierno que los castigó, claramente tiene la facultad de hacerlo, procedió
conforme a los principios de justicia, y ha tenido por objeto evitar con un
escarmiento saludable nuevas víctimas y que el desorden e inmoralidad en las
familias, en el Sacerdocio y en el Estado, cundan de un modo pernicioso y
fatal. (Luna, 2001, p.120)
Identidad
y cultura: cuestiones abiertas que los totalitarismos pretenden cerrar
Ahora bien ¿Qué es aquello que nos hace
percibirnos semejantes a otros, identificarnos con ellos y en ocasiones, así
sea pasajeramente, sentir que vibramos al unísonos con ellos como si
estuviésemos hechos de la misma sustancia? Es un cúmulo de fenómenos anímicos,
entre los que destaca la identificación, que está en la base de la gesta de las
identidades, las cuales son en buena medida construcciones que se apoyan en lo
social, en nuestras interacciones mediadas por oferta de roles y por
instituciones. Nuestros deseos de estar de acuerdo con los otros, de coincidir
con ellos, de encontrarnos y hasta de fundirnos amorosamente, son sólo uno de
los momentos de la realidad de nuestros encuentros complejos e inevitablemente
ambivalentes con ellos. En el otro extremo de nuestro anhelo de fusión está el
de afirmarnos como diferentes, como sujetos deslindados aun de aquellos que más
amamos, buscamos ser acogidos, aceptados, queridos, pero también distinguirnos
y preservar nuestra autonomía. Y es en medio de ese ir y venir entre afectos
disímiles, que gestamos identidades múltiples en permanente transformación.
Las
identidades que nos llevan a definirnos como miembros de asociaciones, como
portadores de un papel social, es decir: madres, padres, abuelas o abuelos,
etc., las gestamos en las relaciones que establecemos con otros en contextos
específicos en los que se nos califica con ciertas características, y donde
asumimos en parte las designaciones, pero también parcialmente, nos
posicionamos críticamente ante ellas y las desafiamos. Donde quiera que los
seres humanos entren en relación, interactúen, vivan situaciones conflictivas y
negocien entre ellos, se darán procesos de construcción, respectivamente:
transformación de identidades. Por otra parte, las identidades se apuntalan en
la comparación con los diferentes, por ejemplo, en situaciones grupales donde
hay características que reúnen a ciertos sujetos en un subgrupo y a otros en
uno alternativo.
El
teórico del poscolonialismo Homi
Bhabha (2002), define las culturas como estructuras
formadoras de símbolos que están descentradas, esto es, que a través del
desplazamiento de sus límites se abren a la posibilidad de articulación con lo
diferente y están en un continuo proceso de hibridación. Al igual, hace una
distinción entre los conceptos de “diversidad cultural” y “diferencia cultural”,
y dice que es la diferencia cultural la que “permite el proceso de enunciación de la cultura como
‘susceptible de ser conocida’, con autoridad, adecuada para la construcción de
sistemas de identificación cultural” (p.207). Hace ver cómo, cuando se habla de
“diversidad cultural” se hace aparecer a las culturas como cúmulos de
manifestaciones éticas, estéticas y etnológicas distintas, pero más o menos
equivalentes, y ubicadas a lo largo de un continuo, mientras que asumir las
diferencias de cultura a cultura permite comprenderlas como procesos de
significación que posibilitan la producción de campos de fuerza, de referencia,
de aplicabilidad y capacidad. Lo
que Bhabha busca hacernos ver, es que las culturas no
son conjuntos de significados llanos y transparentes, sino que tienen zonas
oscuras e inconscientes e implican intereses de grupo, y que se busca defender
la forma de entender el mundo que ha resultado funcional para cada uno de esos
grupos, por lo que el enfrentamiento de culturas implica lucha política y puede
dar lugar a afanes de exclusión de lo que difiere con lo que se está
instaurando como lo dominante (p.208).
En otras palabras,
lograr un acercamiento y entendimiento intercultural presupone un proceso de
traducción y translación de códigos, de apertura a lo diferente, de
elaboración; implica tolerancia a la ambigüedad y a la ambivalencia, al igual
que un enfrentamiento a lo polivalente, reconociendo que la interpretación del
mundo que hace la propia cultura no es la única posible, ya que dispone a la
generación de nuevos sentidos y a la movilidad social. El concepto de
“diferencia cultural” diluye el mito de las culturas como códigos integrados,
en desarrollo progresivo continuo, en expansión, y nos invita a reconocer la
permanente reorganización no lineal, sino dialéctica, de nuestras tramas de
sentido, que como órdenes simbólicos son parte de un círculo generativo que
parte de necesidades existenciales y por ende se transforma en relación con los
cambios en las condiciones de vida. (Bhabha, 2002).
En los contextos de
vida de las parejas de las que aquí hablamos, las diferencias culturales
buscaban ser reducidas a través del establecimiento de cánones rígidos y
censores, en el siglo iv se
ilustra con la consolidación y oficialización de la cristiana como la religión
del Imperio, en el caso del siglo xii
se hacen patentes con la fundación de la inquisición y en el de Camila O’
Gorman con la tiranía del gobernador Rosas y su régimen de terror. Las
historias de las mujeres que presentamos como casos paradigmáticos dan cuenta
de la dificultad de la convivencia pacífica de versiones culturales diferentes
y de la prontitud con la que surgen respuestas crueles, al menos violentas,
tendientes a eliminar lo que se opone al establecimiento de poderes políticos
hegemónicos o religiosos, en donde lo político se oculta tras el velo de
justificaciones dictadas desde un pretendido más allá.
Los
enamorados y los parámetros culturales
Lo violento del trauma que para el
humano se inicia con el nacer, exige una organización social que haga posible
la vida, pero que se gesta en un juego dialéctico en que las relaciones entre
los sujetos fácilmente desembocan en crueldad. La utilización del otro, su
dominio, su mercantilización, las instituciones totalitarias, son formas de
buscar anestesia, de negar la distancia infranqueable que nos separa de la
inmediatez del refugio uterino, de brazos cuidadores, de colectivos protectores
que se fantasean omnipotentes. La adquisición del lenguaje y la inserción en
tramas culturales, a la vez que nos alejan de ese contacto directo, en el mejor
de los casos cálido y sensible con los otros, nos posibilitan el acceso a él a
través de mediaciones, de negociaciones, pero implican también el riesgo del
desconocimiento de ese otro como semejante, de su sometimiento, su
instrumentalización. La crueldad condena al otro, exige identidades pretendidas
inamovibles, roles que se desean incuestionables en distintos terrenos, entre
ellos el que han de jugar las mujeres, respectivamente los varones en sus
formas de interactuar, aniquilan los deseos subjetivos para someterse al dominador.
Los
humanos nos vemos ante la difícil tarea de ligarnos sin asfixiarnos, someternos
o aniquilarnos. Es un reto mantener un cierto “desajuste” en el seno del
vínculo social, evitar una sobreadaptación, a fin de
ganar la distancia crítica necesaria para no dominar a los otros ni permitir
ser dominados por ellos. La difícil meta a lograr, es la búsqueda de un
equilibrio, que una y otra vez se nos escapa, entre el alejamiento del caos, la
estructuración de un cierto orden colectivo y la evitación de sometimiento y desdibujamiento de los sujetos. La vida, las relaciones
sociales, se plantean para el sujeto como una tarea ética, un conjunto de
acciones que permitan la vida comunitaria con el menor grado de crueldad
posible. La crueldad se gesta en torno al fantasma de la plenitud, de la
pretensión de perfección, de la búsqueda de supuestos paraísos, de afanarse
fallidamente en la obturación de nuestra vulnerabilidad, corriendo el riesgo de
gestar instituciones totalitarias. Las culturas, entendidas como tramas de
sentido que se influyen mutuamente y están en permanente transformación, tienen
como una de sus funciones articular tanto las distancias como las proximidades
entre los sujetos. Las culturas ponen a disposición de los sujetos recursos de mediación
que pueden ser usados para modificar tendencias hostiles y de rivalidad, para
buscar cauces de encuentro, para posibilitar relaciones afectivas.
La pretensión de desdibujar a los sujetos da
lugar más tarde o más temprano a estallidos desorganizadores y cuestionadores
de la buscada masificación (piénsese en el nazismo y el stalinismo).
Hay una tensión permanente, dinámica, entre sujetos y cultura, de la que Freud
da cuenta en detalle en El Malestar en la
Cultura. La comunidad no es imaginable como un ente armonioso, y las
culturas, como tramas de sentido diferentes, que gestan cosmovisiones que a los
sujetos les sirven para explicar y sostener la vida, producen permanentemente
conflictos que exigen negociaciones y soluciones de compromiso, o conducen a
actos de crueldad, asesinatos, guerras, genocidios, exterminios. ¿Cómo
enfrentan las diferentes culturas a sus enamorados, sobre todo cuando ellos son
sujetos que destacan por su sabiduría y el encargo social que desempeñan? El
enamoramiento implica movilidad, creatividad, apertura a un relativo vacío o
bien a espacios terceros, potenciales, para a partir de eso, trazar nuevos
caminos. Es el deseo de ver más allá de lo trillado, de explorar mundos
ignotos, de vencer rutinas, de romper cadenas de crueldad y sometimiento. En
ocasiones, la mezcla que los enamorados hacen de curiosidad, visión crítica,
impulso vital y avidez de conocimiento, los convierte en peligrosos para los
detentores del poder, en tanto que son potenciales innovadores de lo social.
En
los casos de enamorados cultos, inteligentes, ávidos de saber, el movimiento
emocional intenso que experimentan se aúna a una profunda reflexión y tiene una
gran carga de fuerza transformadora, por eso hay arreglos culturales que buscan
sujetar dicho movimiento, darle nuevos cauces, o bien eliminarlo. Enamorados
buscadores del saber, como Agustín y su concubina, Eloísa y Abelardo y Camila y
Uladislao, dan un gran valor a sus sentimientos y
acciones, que sustentan en convicciones ganadas con base en el diálogo y la
elaboración, por eso no se dejan doblegar fácilmente. Hay un punto en que se
juegan todo, cuando rompen las limitaciones y se lanzan a vivir su amor, como
si se dijeran: “Si no puedo vivir mis sentimientos, no quiero vivir más”. Alentados
por la fuerza de su pasión, estos enamorados tienden a considerar, al menos en
cierta fase de su proceso, que la verdad es alcanzable, o en todo caso que sus
convicciones y posiciones subjetivas son tan defendibles como las de cualquiera
persona, así sea la investida del mayor poder posible en su ámbito. Y tienen
razón, en tanto que el valor de la verdad en uno y otro caso pueden ser
comparables en tanto son posiciones asumidas por sujetos diferentes, pero lo
cierto es que el poder tiene los artificios necesarios para encumbrar sus
supuestos a la categoría de verdad, rodeada en casos extremos de los atributos
de absoluta y única. La exaltación que los alienta puede llevarlos a creer que
podrán eliminar todos los obstáculos que se oponen a su amor.
En cuanto a saber de la
experiencia, saber sobre la subjetividad, si bien es cierto que en una pareja
de enamorados ninguno goza de sapiencia absoluta, ni comprende al otro ni a sí
mismo con diáfana claridad, de su encuentro amoroso, que lleva a cada uno a
sentir inconmensurable empatía para con el otro, surge un incremento en la
capacidad de verse y comprenderse que los acerca, mucho más que a sujetos
sumergidos en las rutinas de la vida cotidiana, a la verdad, la verdad inmersa
en sensibilidad, la de las subjetividades, la de quienes logran tocar la vida
alejándose lo más posible de las abstracciones. Tal sensibilidad a flor de piel
difícilmente será comprendida por quienes sustentan el poder, ya que verán en
esos enamorados a unos locos que aflojan sus rutinas y descuidan sus deberes
cotidianos, incumpliendo así su tarea social destinada a mantener el orden
vigente y defender la visión cultural que a éste ha resultado funcional. Por
otra parte, los enamorados que se encuentran ligados también a través de apasionados
proyectos a su quehacer cultural, extenderán su circuito de intercambio y de
hospitalidad, su espíritu de tolerancia y comprensión a otros y la potencia de
lo que saben y lo que sustentan como cosmovisión puede ponerse a circular y así
afectar su entorno de manera creativa.
Conclusión
Las tres parejas aquí presentadas
vivieron en épocas alejadas entre sí por varios siglos. Las diferencias en las
circunstancias que rodearon el encuentro de los amantes eran muy marcadas,
vivieron sin embargo, bajo los efectos de un factor unificador que permite
constatar ciertas similitudes en sus experiencias de enamoramiento y
separación: la influencia del cristianismo. La iglesia católica, desde sus
orígenes buscó regular el complejo terreno de las relaciones amorosas entre
hombres y mujeres, pregonando la doctrina contenida tanto en el antiguo como en
el nuevo testamento de sus escrituras. Se daba por sentado el lugar directivo
de los varones y el sometimiento de las mujeres en la vida de pareja. San
Agustín, acorde con la doctrina cristiana declara: “Fue hecha aun corporalmente
para el hombre la mujer, la cual, aunque fuera igual en naturaleza racional a
éste, fuera, sin embargo, en cuanto al sexo del cuerpo, sujeta al sexo
masculino” (San Agustín, 2015, p.210).
El
lugar de la mujer en el patriarcado regulado por consignas religiosas católicas
era, como ya se dijo, el sometimiento al varón, y el de éste, el sujetarse a
las consignas divinas hechas explícitas en las escrituras. Las mujeres eran
objeto de una infantilización que, si bien les ahorraba ciertos sentimientos de
culpa, las dejaba indefensas para la participación en el terreno de lo público
y para asumir su vida como propia. Es por ello que, tanto Eloísa como Camila
son delineadas en algunas de las citas incluidas más arriba como más
insistentes en la liga a su amado, mientras que los varones tenían que ocuparse
más directamente de los embates de su conciencia por haber tomado el camino
estipulado como prohibido. El ideal propuesto era la continencia y aun cuando
la pareja estuviera constituida a partir del sacramento del matrimonio, se
sugería ya sea abierta o discretamente en los evangelios o en las prédicas, que
no era deseable gozar en el encuentro sexual.
Pablo
dice: “No tratéis de satisfacer los apetitos carnales”. Esto no lo escribía
sólo para los monjes sino para todos los que vivían en las ciudades. Y el
seglar no debe tener otro derecho que el monje, más que acostarse con su mujer.
Tiene permiso para esto, no para otras cosas, pues en todo ha de comportarse
como un monje (…) Y ¿cómo se puede considerar honroso el matrimonio si tanto
pesa sobre nosotros? (Abelardo y Eloísa, 1993, p.166)
La propuesta de castidad y continencia
para los filósofos y teólogos, y más tarde para los sacerdotes consagrados
conforme al ritual eclesiástico, partía de una implícita petición de entrega
total a la iglesia y a la doctrina católica, considerando que tales prácticas,
servían como alabanza a Dios y mejoraban la vida espiritual y la entrega
mística. Tanto en las Confesiones
como en las Cartas de Abelardo y Eloísa encontramos
múltiples enunciados que dan cuenta de ello.
Por
otra parte, ya desde la imagen de Eva tentando a Adán se empezó a cimentar la
idea de que la mujer es seducción para el varón para llevarlo al “camino del
mal” y es más reacia a la continencia por sí misma, por lo que el varón tendría
que ser guardián y regulador de su vida y sus impulsos. En la película Camila, su padre expresa su opinión
sobre la mujer y el matrimonio diciendo: “La mujer soltera es un caos, Camila,
un desorden de la naturaleza, para someter esa anarquía existen dos caminos: el
convento y el matrimonio” (Bemberg, 1984), el padre
trataba de convencer a su hija de que aceptara casarse con el candidato que él
le había propuesto y que la cortejaba, a lo que Camila responde: “Pero es que
yo no estoy enamorada de Ignacio” (1984).
La
actitud de Camila, decidida a ejercer la libertad de elección de su pareja y a
defender el valor de sus sentimientos, nos permite visualizar más allá de la
influencia del cristianismo, el avance de las mujeres a través de los siglos en
el camino a la asunción de sus subjetividades cuestionando las tendencias hegemónicas
que pugnaban por su sometimiento a los varones. De esta manera, podemos comparar
lo siguiente: Anónima no alcanza a recibir un nombre que la distinga en su
singularidad a través de la historia, a pesar de haber sido la amada compañera del
renombrado obispo de Hipona. Eloísa es nombrada y celebrada por Abelardo por su
sed de saber, sin embargo ella tiene que plegarse a cada una de las decisiones
que sobre ella impone el criterio de su amado, finalmente, Camila según los
esbozos que de ella hacen sus biógrafos, además de las y los cineastas que la
delinean, es una mujer que cuestiona frontalmente la situación que se pretendía
imponer como la “normal” sobre las mujeres argentinas del siglo xix, el confinamiento a la casa y la
aceptación del marido que les tuviera destinado el padre, de quien pasarían a
depender una vez casadas y al que deberían obediencia. Camila considera que el
pretendido dominio de los hombres sobre las mujeres es un acto de injusticia y
cuestiona el orden establecido hasta las últimas consecuencias que la llevaron
a perder la vida. La liberación de las mujeres del dominio de los varones
partió de la conciencia de la injusticia de la situación, y los avances en la libertad
interna darían paso a luchas sociales. Ya en el siglo XX las mujeres conquistaban en
muchas latitudes el derecho a ser reconocidas como iguales en diversos planos
por los varones, lo que se hacía patente, por ejemplo, en la conquista del
derecho al voto: tan ciudadanos los unos como las otras. La figura del
semejante había logrado una importante victoria para nuestra especie.
Bibliografía
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Stantic, L. (Productora), y Bemberg, M. L. (Directora). (1984). Camila [Película]. Argentina: GEA
Producciones Stantic,
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M. L. (Directora). (1984). Camila
[Película]. Argentina: GEA Producciones