EL CAUSANTE DE LA VIOLENCIA (DOMINANTE): EL JAGUAR
DE LA CIUDAD Y LOS PERROS (1963) DE
MARIO VARGAS LLOSA
THE CAUSER OF VIOLENCE
(DOMINANT): THE TIME OF THE HERO (1963) BY MARIO VARGAS LLOSA
Jesús
Miguel Delgado Del Aguila1
1Universidad Nacional Mayor de San
Marcos, Perú. Correo electrónico: tarmangani2088@outlook.com
Resumen
En
la primera novela de Mario Vargas Llosa, La
ciudad y los perros, se observan múltiples manifestaciones de violencia que
se desarrollan con fines disciplinarios y estratégicos para la construcción
óptima de una identidad en los alumnos del Colegio Militar Leoncio Prado, sin
embargo, estas se asimilan de una forma diversificada por ellos, sobre todo, por
el Jaguar, quien ya asume una agresividad exponencial y transfiere una
imposición temeraria y respetable hacia los demás personajes. Para que este
planteamiento resulte posible, expongo algunas cualidades propicias que se
extraen principalmente de propuestas teóricas de la Literatura y la Psicología
para determinar esa identidad negativa y violenta que instauraría una nueva
manera de sobrevivir en aquel universo militar por parte del Jaguar. Entre los
conceptos por desarrollar, fundamentaré las nociones de protagonista, amo,
dandi, manipulador, violento, agresor, temerario, vengativo y obsesivo, las
cuales serán de utilidad para diferenciar las distintas modalidades con las que
se desenvuelve este personaje en aquella institución.
Palabras clave: análisis literario,
personaje, violencia, identidad, representación, régimen de sentido.
Abstract
In
the first novel by Mario Vargas Llosa, The time of the hero(1963), multiple manifestations of
violence are observed that are developed with disciplinary and strategic
purposes for the optimal construction of an identity in the students of the Leoncio Prado Military Academy; however, these are
assimilated in a diversified way by them; above all, by the Jaguar, who already
assumes an exponential aggressiveness and transfers a reckless and respectable
imposition towards the other characters. For this approach to be possible, I
expose some favorable qualities that are extracted mainly from theoretical
proposals of Literature and Psychology to determine that negative and violent
identity that would establish a new way of survival in that military universe
on the part of the Jaguar. Among the concepts to develop, I will base the
notions of protagonist, master, dandy, manipulator, violent, aggressor,
reckless, vengeful and obsessive, which will be useful to differentiate the
different modalities with which this character develops in that institution.
Keywords: literary
analysis, character, violence, identity, representation, regime of meaning.
Recibido en 25/01/2018
Aceptado en 20/04/2018
Introducción
La ciudad y los perros es la primera novela
escrita por el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, la cual cuenta
con una trama relacionada con las vivencias violentas que tienen los cadetes
internados de los tres últimos años de Educación Secundaria del Colegio Militar
Leoncio Prado en la capital del Perú, Lima. Principalmente, la atmósfera que se
construye desde el inicio de la obra está basada en la investigación que
realizan las autoridades militares para hallar al responsable del robo del
examen de Química. Aquello conducirá a que se castiguen a algunos estudiantes
que se encargaban de la seguridad durante ese día (como el Jaguar, el Poeta y
el Esclavo) y se expulse a uno de los alumnos, el serrano Cava (el responsable
de la extracción indebida de la prueba), luego de que Ricardo Arana (apodado el
Esclavo) delate al culpable. La expulsión del estudiante provocará que Alberto
Fernández asocie al asesino de su compañero con la venganza por la delación del
serrano Cava; es decir, para él, el asesino será el Jaguar.
Algunos
críticos literarios han manifestado ciertos indicios para referirse al
tratamiento de la violencia en el Jaguar de La
ciudad y los perros; entre ellos, están Casto
Manuel Fernández (1977), Sergio Vilela
Galván (2003), Claudio Naranjo (2000) y Tzvetan Todorov (Oviedo, 1981). El Jaguar (Fernández, 1977, p.21)
sería para ellos un personaje que se impone por violencia en el Colegio
Militar Leoncio Prado, puesto que este factor es indispensable para que exista
una jerarquía y una organización machistas en aquel ámbito (por precaución, un
alumno no debe desafiar a alguien que considere mayor que a sí mismo, ya sea
por cualquier rango que los distinga: ésta será una manera de demostrar el
respeto). Se ha señalado también que podría tratarse hasta de una psicopatía (Naranjo, 2000,
p.93), por
el hecho de no causar sufrimiento al individuo, sino a los demás. Del mismo
modo, se hallan temas polémicos en esta obra literaria, como el deseo, la
crueldad y la muerte, que enfatizarían la caracterización del Jaguar.
La
crítica sobre el tipo de actitud que rige al Jaguar no es tan directa, ni
estructurada, por lo tanto, lo que postulo al respecto es que algunos
planteamientos teóricos proporcionarían una nueva significación a este
personaje. Para ello, segmentaré esta sección en nueve partes. La primera
abarca la constitución textual y discursiva del personaje en toda la novela. La
segunda, el término lacaniano que se usa para indicar
un modo de regir a los sujetos —me refiero a la categoría del amo—. La tercera
pauta que se analizará es la que postula Landowski,
al referirse al dandi. La cuarta, el tópico de la manipulación desde la
perspectiva del manipulador. La quinta, el tema de la violencia. La sexta
característica alude a la composición del sujeto agresor. La séptima se refiere
a la visión que tienen los demás al confrontarse con una persona que les
infunde temor. La octava aborda la definición y la aplicación de la venganza y
finalmente, se desarrollará el tópico psicoanalítico del obsesivo. Estas nueve
categorías permitirán conocer mejor al Jaguar, a la vez, se comentarán
planteamientos de críticos literarios asociados con el estudio de este
personaje para algunas secciones de esta investigación.
El protagonista
El
Jaguar es un personaje que cumple el rol de protagonista en la historia
narrada, aunque muchas veces se le oculte la propiedad de algunos hechos que se
insertan en sus vivencias (con alteraciones y confusiones sobre su verdadera
identidad), como su experiencia de vida fuera del Colegio Militar. El Jaguar
destaca por su violencia y su agresividad en aquella institución, ya que él ha
podido enfrentarse con chicos mayores, que pretendían golpearlo por ser
ingresante (o “perro”). Se hace apodar con esa denominación por su capacidad de
pelear. En general, estos motivos le permiten convertirse en un líder para su
sección, y a la vez, infundir temor y respeto hacia ellos. Muy pronto, forma
una banda delincuencial llamada el Círculo, en el que se incluyen el serrano
Cava, el Rulos y el Boa; el Jaguar será quien asuma el cargo principal de
mandar.
Todos
estos comportamientos violentos son explicados a partir de su propia raíz
familiar que estaba mal constituida, al igual que su entorno degradado (gente
de mal vivir y amistades que lo conducían a los vicios, como el robar, que lo
aprendió del flaco Higueras). Su dirección a la perdición se acelera al
vengarse del Esclavo, con el asesinato, por la denuncia que hizo este a uno de
sus mejores amigos, el serrano Cava, quien fue el culpable del robo del examen
de Química. Los problemas se agravan cuando se entera de que alguien lo ha
acusado, y para salir ileso de esa denuncia negará cualquier ataque y acusará a
toda su sección de estar infringiendo la ley del colegio. Esto ocurre cuando
está conversando con el teniente Gamboa.
—El
Círculo —dijo Gamboa—. Robo de exámenes, robo de prendas, emboscadas contra los
superiores, abuso de autoridad con los cadetes de tercero. ¿Sabes lo que eres?
Un delincuente.
—No
es cierto —dijo el Jaguar—. No he hecho nada. He hecho lo que hacen todos.
—¿Quién? —dijo Gamboa—. ¿Quién más ha robado exámenes?
—Todos
—dijo el Jaguar—. Los que no roban es porque tienen plata para comprarlos. Pero
todos están metidos en eso.
—Nombres
—dijo Gamboa—. Dame algunos nombres. ¿Quiénes de la primera sección?
—¿Me van a expulsar?
—Sí.
Y quizá te pase algo peor.
—Bueno
—dijo el Jaguar, sin que se alterara su voz—. Toda la primera sección ha
comprado exámenes. (Vargas Llosa, 1963, p.367)
Al
delatar a su sección, el Jaguar sería un soplón, aunque, antes de que él
hablase, ya el Poeta había ejecutado la delación, pero lo que él realiza es
reafirmar esos malos hábitos de sus compañeros. Se siente ofendido por la
manera como lo trata Alberto, así que ambos pelean, momentos después, las
autoridades del colegio creen conveniente que la denuncia se retire, puesto que
podría traer consecuencias graves para la institución. Al volver a la sección,
el Jaguar es agredido y tildado de “soplón”, no obstante, él se desentiende de
la situación u olvida que mencionó algo sobre el teniente Gamboa. Se decepciona
de sus compañeros y no vuelve a hablar con ninguno de ellos, al mismo tiempo
que su trato con Alberto es peor, debido a que lo considera un verdadero
soplón, sin pensar ni un momento en que él también lo es y lo será, tal como lo
indica de modo contradictorio el siguiente fragmento:
—Eres
un soplón […]. Lo más asqueroso que puede ser un hombre. No hay nada más bajo y
repugnante. ¡Un soplón! Me das vómitos […]. Los soplones como tú […] deberían
no haber nacido. Puede ser que me frieguen por tu culpa. Pero yo diré quién
eres a toda la sección, a todo el colegio. Deberías estar muerto de vergüenza
después de lo que has hecho. (Vargas Llosa, 1963, p.411)
Al
momento de amenazar al Poeta con delatar la forma como son llevados toda la
sección y el colegio, estaría revelando su intención de acusar, por lo tanto,
sus deseos de ser un soplón. Sobre la base de la historia de la novela, el
Jaguar se siente arrepentido y busca al teniente Gamboa para someterse a la
Justicia, aunque ya no es tomado en cuenta. Al salir del Colegio Militar, el
Jaguar pretende cambiar su vida, con la consideración de valores y el trabajo.
Después, azarosamente, halla nuevamente a Teresa, a la chica que instruyó en
conocimientos y que conoció en su adolescencia, pero esa amistad que se generó
entre ambos se distanció cuando las actitudes violentas del Jaguar se pusieron
de manifiesto de una manera espantosa. A pesar de todo, el reencuentro generó
que se reconciliaran en ellos y se casasen.
Al
respecto, Gustavo Correa (1977, p.90) ha argumentado que el Jaguar contaría con
su propio código de justicia y una forma de ser endurecida, debido a su
formación delincuencial que ya había adquirido antes de estar en el Colegio
Militar Leoncio Prado. A pesar de que esta caracterización no la tendría él
considerada como parte de asumir al Jaguar como un protagonista, es
identificable que se le atribuye una peculiaridad distinguida y resaltante a
diferencia de los demás personajes, es decir, reconoce una forma de ser que se
ha evidenciado por su actuar en aquella institución militar: propio para
demarcar un rol, una función, un aspecto importante en su desempeño.
El amo
Lacan
(1975, p.192) define al amo para referirse al significante que se muestra como
inatacable, pero a la vez, castrado, es decir, es una figura de autoridad que
se mantiene como tal (inamovible en su configuración). La puesta en torno a su
discurso se define por escisión, precisamente por la distinción del significante
amo respecto al saber —el goce es su privilegio, sin que se sepa cuál es la
verdad que se oculta detrás de su intencionalidad—. En ese sentido, el Jaguar
conoce lo primordial para desempeñarse como tal: infunde miedo, domina,
resquebraja el orden, llama la atención con sus propuestas inatacables e
incuestionables, muestra de estos es que los alumnos de grados mayores no
puedan golpearlo en el “bautizo”.
Según
Slavoj Žižek (2004, p.108),
el discurso del amo proporciona la matriz básica: un sujeto es representado por
un significante para otro significante (dentro de una cadena o un campo de
significantes ordinarios). En este caso, el Jaguar sería una réplica de aquel
modelo agresivo, y no recomendable para la sociedad, que se encarga de subyugar
a todas las personas posibles, es eso lo que logra al tener a su disposición,
especialmente, a los integrantes del Círculo y con ello, a toda la sección de
su colegio. Por ese motivo, cuando el Jaguar es acusado de “soplón” por el
brigadier Arróspide, desata toda su agresividad sobre él: “[…] el Jaguar, sin inclinarse, comenzó a patear al
brigadier, salvajemente, como a un costal de arena” (Vargas, 1963, p.425).
Con
respecto a la denominación de amo en el Jaguar, existen algunas variantes como
las de Cristóbal Macías Villalobos (2007) y Alonso Cueto (2011, 2012, 11 de
diciembre de 2013). El primero (Macías, 2007, p.24) critica su forma de
imposición que se ejecutaría mediante la perspectiva determinista y darwinista,
en la que se asume que los fuertes sobrevivirán y los débiles perecerán, siendo
el Jaguar quien logra la victoria. Por otro lado, Alonso Cueto (2011, p.571,
2012, pp.5-6, 11 de diciembre de 2013) ha calificado a este personaje en
distintas ocasiones de poderoso y, a la vez, de rebelde, pero con la diferencia
de que ese control sobre los demás se iría perdiendo en cuanto se desarrolla la
trama de la novela.
El dandi
Este
concepto lo interpone Eric Landowski (1997, pp.54-55)
—teniendo como antecesor a Walter Benjamin—, con la
finalidad de proponer la existencia de un tipo de sujeto que se caracteriza por
estar siempre dispuesto a todo debido a que busca desmarcarse, diferenciarse
del resto y desjuntarse de su sociedad. Una particularidad importante con la
que cuenta es que vive en función del otro, pero no para asemejarse o
agradarlo, sino para construir una vertiente alterna y distinta con la que se
definirá y actuará, por lo que su instauración en cuanto a su representación o
su parecer precederá a su forma de ser, y la constituirá. Esta categoría sería
aplicable en el Jaguar, ya que él quiere ser una figura autoritaria, similar a
la del teniente Gamboa, pero en interacciones de su misma naturaleza, es decir,
con compañeros de aula, sin lugar a que exista una correspondencia arbitraria o
fingida en su persona, ya que es el temor lo que debe infundir como sea y no
pretender agradar a los demás. Requiere instaurarse en ese pequeño grupo social
como una muestra de heroísmo —tal como entendía Walter Benjamin
(1972, p.116) el concepto de dandi—,
de la que cualquier alumno del Colegio Militar Leoncio Prado quisiera imitar en
ese universo violento.
Un
ejemplo asociado con este caso es cuando el personaje se impone desde el inicio
sobre los cadetes de grados mayores, ya que irrumpe lo tradicional al
sublevarse a la normatividad establecida en la formación castrense. De esta
manera, el Jaguar no se deja golpear, ni participa en el ritual de bienvenida
(al que se le denomina el “bautizo”) por los alumnos mayores (actos violentos
que normalmente asume cualquier ingresante en esa institución militar). Aquel
suceso se aprecia cuando el serrano Cava está relatando la forma violenta y
particular que tuvo durante el intento de “bautizo” realizado por los cadetes
del cuarto grado, además de que se llega a conocer de dónde se deriva su apodo
de Jaguar:
Él es distinto. No lo
han bautizado. Yo lo he visto. Ni les dio tiempo siquiera. Lo llevaron al
estadio conmigo, ahí detrás de las cuadras. Y se les
reía en la cara, y les decía: “¿Así que van a bautizarme?, vamos a ver, vamos a
ver”. Se les reía en la cara. Y eran como diez. […].
Le dijeron: “Oiga, perro, usted que es tan valiente, aquí tiene uno de su
peso”. Y él les contestó: “Me llamo Jaguar. Cuidado con decirme perro”. […]. No
pelearon mucho rato […]. Y me di cuenta
por qué le dicen Jaguar. Es muy ágil, una barbaridad de ágil. No crean que muy
fuerte, pero parece gelatina; al Gambarina se le
salían los ojos de pura desesperación, no podía agarrarlo. Y el otro, dale con
la cabeza y con los pies, dale y dale, y a él nada. Hasta que Gambarina dijo: “Ya está bien de deporte; ‘me cansé’, pero
todos vimos que estaba molido”. (Vargas Llosa, 1963, pp.62-64)
Por
otro lado, este personaje observa a sus demás compañeros con indiferencia, pues
él sabe que su postura violenta y de autoconfianza es la más adecuada para no
contar con problemas de abuso, como sí le ocurrió al Esclavo. Sus acciones irán
revelando ese carácter de organizar y dirigir una banda delincuencial, robar,
fumar, alcoholizarse, planear el robo del examen de Química, faltar el respeto
a la autoridad y estar implicado en el asesinato de Ricardo Arana.
La
crítica literaria no ha usado el concepto de dandi, pero ha empleado indirectamente la composición significativa
del mismo para cuestionarlo; por ejemplo, Mario Benedetti (Angvik,
2004, p.99) y Sergio Cházaro Flores (1993) resaltan
el carácter inventor del Jaguar en cuanto que propone nuevas normas y leyes, en
contraste con lo ya establecido en el Colegio Militar Leoncio Prado, como
acatar el reglamento del colegio o los hábitos y las costumbres que hay entre
estudiantes. De la misma manera, Carlos Franz (2011) identifica la capacidad
que tiene el personaje para actuar con suma libertad frente a un grupo social.
El
manipulador
Landowski (2009, pp.23-24)
menciona que el régimen de la manipulación busca inmiscuirse en la vida
interior de otra persona, con la intención de influir en los motivos que pueda
tener al actuar en un sentido determinado —la adulación y el desafío son modos
que usa muchas veces el manipulador para lograr su fin—. El Jaguar
cumple el rol de manipulador constantemente, ya que dirige al grupo y a su
sección a su antojo, por ejemplo, es capaz de hacerles creer a los miembros del
Círculo que cuentan con la necesidad de saber las respuestas del examen de
Química, asimismo, orienta a sus compañeros a que no se resignen de carecer de
algunos vicios como el alcohol, el sexo, la pornografía, los cigarros, etc., ya
que él, a cambio de dinero, les facilitará todo aquello que va en contra de las
reglas de su institución. En un fragmento de la novela, el Jaguar le dice lo
siguiente al teniente Gamboa al ser detenido en el colegio: “Todos […]. Los que no roban es porque tienen plata
para comprarlos. Pero todos están metidos en eso. […]. Toda la primera sección
ha comprado exámenes” (Vargas, 1963, p.367).
Los personajes manipulables se introducen en la lógica
de “hacer querer” y “hacer hacer”, gracias al
intercambio o el contrato dejarán de actuar con normalidad para someterse a lo
requerido por el Jaguar. El agresor es muy cuidadoso con su víctima al
implantarle un daño, ya que este resultado violento no debe generar el rechazo
al control y la manipulación, que son las finalidades.
La
manipulación transforma el mundo, provoca un relevo en el modelaje estratégico
previo, el estado del alma o el querer hacer del individuo para dirigirse a la
acción propiamente dicha —la manipulación elemental coloca los sistemas modales
en una situación dominante, por lo que bloquea el impacto de todos los demás—.
Los agresores cuentan con una gran capacidad de persuasión, por ejemplo,
atribuyen el problema a la propia conducta de la víctima, la familia, el trabajo
o la situación socioeconómica, pero también, puede representar una imagen
social opuesta a la que tiene en el ámbito privado. En el caso de La ciudad y los perros, el Jaguar trata
de portarse de forma educada, amable, solidaria, atenta y respetuosa cuando se
trata de relaciones interpersonales con Teresa, mientras que en el Colegio
Militar esa actitud no es la propicia, pues allí debe canalizar su actitud con
quienes lo admiran, ya que tendrá que sorprenderlos constantemente. Es un
recurso que se usa para orientar al público hacia la adopción de creencias,
actitudes y conductas predeterminadas, tal como lo percataron Sarah
García Sílberman y Luciana Ramos Lira (2000, p.206).
Ante estos planteamientos que configurarían al Jaguar
como un manipulador autónomo y dominante, se precisaría lo siguiente: ¿sería este
personaje realmente alguien que ejerce este oficio de manera autónoma o actúa
de ese modo por seguir una conducta aprendida y reconocida de otros modelos o
el Otro (aquel que se construye utópicamente y que resulta inalcanzable)? La respuesta
a ello es sencilla, pues existirían dos causas por las que se ejecuta la
manipulación, mientras que del Otro se piensa en la construcción de un sujeto violento
ideal y poderoso. El Jaguar adopta ese modelo como suyo de manera inconsciente
para poder dominar a la mayoría de estudiantes bajo su criterio, o, mejor
dicho, a través del régimen de la manipulación que le ofrece indirectamente el
Otro. El
Jaguar no sería solo de un manipulador en cuanto el Jaguar tiene la capacidad
para dar órdenes a los integrantes del Círculo, como lo sostuvo Mary E. Davis
(1981, p.121), sino que altera la ideología de todos los estudiantes con tan
solo apreciar su desenvolvimiento distinto en la institución militar.
El violento
La violencia es una
transgresión de lo humano que se va propagando cada vez más, debido a que esta
se sostiene en sí misma y la justifica. Su representación no es de manera
restringida, debido a que se sirve de las formas de la venganza, la cólera y
los múltiples excesos de la pasión (la desmesura o la locura) —planteamiento
que defiende Jean-Marie Domenach (Domenach,
Joxe, Galtung et
al., 1981: 34)—. Por ello, esta se vale del
ejercicio de la fuerza física, que pretende dañar o causar perjuicio a las
personas o sus propiedades, en consecuencia, atenta contra su libertad personal.
Para este caso, hago mención de lo ocurrido en el “bautizo” que se realizó a
Ricardo Arana (el Esclavo):
El Esclavo no recuerda
la cara del muchacho que fue bautizado con él. Debía ser de una de las últimas
secciones, porque era pequeño. Estaba con el rostro desfigurado por el miedo y,
apenas calló la voz, se vino contra él, ladrando y echando espuma por la boca,
y, de pronto, el Esclavo sintió en el hombro un mordisco de perro rabioso y
entonces todo su cuerpo reaccionó, y mientras ladraba y mordía, tenía la
certeza de que su piel se había cubierto de una pelambre dura, que su boca era
un hocico puntiagudo y que, sobre su lomo, su cola chasqueaba como un látigo.
(Vargas Llosa, 1963, p.61)
Maurice Merleau-Ponty (1947,
p.198) sustenta que la razón se convierte en violencia al alcanzar el poder o
la hegemonía, es decir, se busca constituir la unidad y la dominación de los
hombres, sobre ese punto, los cadetes del Colegio Militar Leoncio Prado se
sienten admirados por cómo el Jaguar domina las situaciones de peligro sobre
aquellos enemigos que les resultan imposibles de derrotar:
Ellos lo miraban medio
asombrados […]. Eran como diez, fíjense
bien. Pero solo cuando nos llevaban al estadio. Allá se acercaron más, como
veinte, o más, un montón de cadetes de cuarto. Y él se les reía en la cara; “¿así
que van a bautizarme?”, les decía, “qué bien, qué bien”. (Vargas Llosa, 1963,
p.63)
Algunas veces, se
presenta como un intento desesperado por recuperar la supremacía perdida en el
único ámbito donde se ejerce el poder con impunidad. Por un lado, esta
modalidad ofensiva puede destruir el poder, pero, por otro, nunca podrá
alcanzarlo, por ejemplo, el Jaguar se ha constituido de manera muy importante
entre sus compañeros por contar con un grado de violencia indomable, esto hace
que nadie lo remplace posteriormente, por ese motivo, les resulta complicado
sublevarse, por lo tanto, el ataque que realizarán será masivo, no de forma
individual:
Él se había dejado caer
en el lecho, para evitar los golpes, los brazos levantados como un escudo.
Desde allí, emboscado en su litera, vio por ráfagas que uno tras otro los
cadetes de la sección arremetían contra el Jaguar, un racimo de manos lo
arrancaba del sitio, lo separaba de Arróspide y del Boa, lo arrojaba al suelo
en el pasadizo y, a la vez que el vocerío crecía verticalmente, Alberto
distinguía, en el amontonamiento de cuerpos, los rostros de Vallano
y de Mesa, de Valdivia y Romero, y los oía alentarse mutuamente —“¡denle duro!”,
“¡soplón de porquería!”, “¡hay que sacarle la mugre!”, “se creía muy valiente,
el gran rosquete”— y él pensaba: “Lo van a matar. Y lo mismo al Boa”. (Vargas
Llosa, 1963, p.426)
Amartya Sen
(2007, p.24) argumenta que la violencia se fomenta mediante la imposición de
identidades singulares y beligerantes (gente crédula, engalanada detrás de
eximios artífices del terror). Las bases de esta degradación se generan al
tener la ilusión de esa identidad singular que otros deben atribuir a la
persona que ha de envilecerse. No son culpables las opiniones ni el número de
personas, sino esos instrumentos que aumentan y multiplican el potencial
humano, los cuales muchas veces no están muy visibles para quienes intentan
contrarrestar al agresor. Es más, aquella singularidad genera que otras
personas sientan interés por asimilar, copiar e imitar las conductas y las
acciones del aludido, tal como se muestra en la escena en la que Alberto
Fernández admite algo que ha detectado Ricardo Arana: “Me estoy riendo como el
Jaguar. ¿Por qué lo imitan todos?” (Vargas Llosa, 1963, p.26).
Para
V. P. Shupilov (Domenach, et
al., 1981, p.160), la violencia puede ser también muy destructiva, sobre
todo, cuando se trata de delincuencia —esta se inicia en la calle, y es allí
donde se aprende—. Con el Jaguar, el aprendizaje de estos hábitos se irá
acentuando con la concurrencia del flaco Higueras, quien lo involucra en varios
robos y le entrega dinero a causa de sus acompañamientos: “El flaco había sacado muchas cosas. […]. El flaco me
dio algunos paquetes, que escondí entre la ropa, […]. ‘Mañana te daré más si es
que esta misma noche vendo lo que sacamos’” (Vargas Llosa, 1963, p.319).
Las
representaciones de la violencia configurarán una originalidad y un modo no cotidiano
de manifestar estas acciones que se irán perpetrando —erróneamente, podría
justificarse que el acceso a la delincuencia y la criminalidad es permisible
para que los individuos hallen su identidad y mejoren sus relaciones
interpersonales, aunque también esta elección de conducta podría ser propia del
resultado de una excesiva tensión nerviosa o algunas situaciones de crisis—, por
ejemplo, el Jaguar tiene como recurso la pelea ante instancias que él puede considerar
complejas, es decir, situaciones que se distancian de un arreglo habitual con
una conversación, como cuando el personaje encuentra en una playa de La Perla a
Teresa junto con unos chicos: “Regresé donde el primero, que estaba limpiándose
la cara. Pensaba hablarle, pero apenas lo tuve al frente me enfurecí y le di un
puñetazo” (Vargas Llosa, 1963, p.349).
El
problema para una persona violenta es que tiene pocas oportunidades para
responder a estas exigencias de la vida, por lo tanto, no puede imaginar otra
solución que recurrir a la agresión. El uso de armas, para defensa o ataque,
sería un indicador de que la violencia social está en aumento para la
respectiva persona. Las arremetidas o los asaltos efectuados por el victimario
solo podrán clasificarse si se ejecutan con cierta rutina; el emplearlos
provocará placer en él (Aristóteles, s. IV a. C., p.262), puesto que se están
realizando actos acostumbrados que provienen de los hábitos cultivados. El
Jaguar cuenta con un conocimiento formado de la calle, incluso sabe en qué
parte del cuerpo se hace más daño, cuenta con una habilidad especial, por lo
tanto, no duda en luchar: “Pero esa vez yo me lancé a la bruta contra los dos y
los gané” (Vargas Llosa, 1963, p.349).
Asimismo,
el concepto de violencia se asocia con el de ira, ya que el estereotipo humano que
cuenta con esas características y los procedimientos que lo conforman son similares. Fernando Savater (1997, pp.86-88) plantea que
la ira difícilmente logra resolver abusos e injusticias, ya que su
manifestación es imprescindible para buscar una solución, siempre y cuando, se
acompañe de momentos de calma que permitan pensar cómo encontrar el canal —normalmente,
los que son coléricos, no llevan la ira a un nivel destructivo, pero si se
trata de personas que poseen un umbral de ira muy alto, se mantendrán, sin
mostrar señales, hasta que al final se representa de una forma explosiva, por
ello, el problema de la ira es que lo instintivo y lo emocional llevan a una
situación descontrolada de considerable perjuicio—. Normalmente, el Jaguar no
resistirá que discutan con él, mayormente querrá desembocar el malestar en una
pelea, por ejemplo, a continuación se aprecia cómo Alberto Fernández incita al
Jaguar a que concluyan su intercambio de palabras en una lucha física:
—¿Y eso qué importa? Lo
fregabas y todos lo fregaban por imitarte. Le hacías la vida imposible. Y lo
mataste.
—No
grites, imbécil, van a oírte. No lo maté. Cuando salga, buscaré al soplón y
delante de todos le haré confesar que es una calumnia. Vas a ver que es
mentira.
—No
es mentira —dijo Alberto—. Yo sé.
—No
grites, maldita sea.
—Eres
un asesino.
—Chist.
—Yo
te denuncié, Jaguar. Yo sé que tú lo mataste. (Vargas Llosa, 1963, p.399)
Añade Savater (1997, p.94)
que la ira genera que se produzca un afán de llevar el castigo hasta,
prácticamente, la destrucción del otro (con una consecuencia desproporcionada,
porque el daño resulta de un volumen muy grave). Al respecto, también se podría
relacionar la ira con la soberbia, por el hecho de que el victimario quiere
infringir un daño mayor a su víctima, así esta se haya expresado o no con un
mínimo de violencia. Aquello se demuestra cuando se ven los resultados de
haberse peleado el Jaguar con el Poeta, siendo este último el más dañado: “Lo
han desfigurado. Habría que meter al rubio en el equipo de box del colegio”
(Vargas, 1963, p.406). Sobre
esta atribución al Jaguar, Casto Manuel Fernández (1977, p.21) sostiene que el
personaje usa la violencia para imponerse en el colegio, actitud que será
elemental para establecer rangos de autoridad, respeto y miedo entre los
cadetes, es decir, la apreciación que le otorga es meramente favorecida para su
composición ética.
El agresor
Sarah García Sílberman y
Luciana Ramos Lira (2000,
pp.24-25)
señalan que el agresor tiene la finalidad de destruir a su víctima, a través de
la violencia física directa, todo ello por su tendencia a atacar —esta
permanece como un factor oculto y constante de amedrentamiento, sin necesidad
de que sea continua, solo será repetida y prolongada en caso de que se tratara
de situaciones de cautiverio—; aunque, a la vez, se resiste al medio social al
cual pertenece, por ejemplo, se asume que el Jaguar mató al Esclavo porque fue
este quien acusó al serrano Cava del robo del examen de Química, tal como se lo
delata el teniente Gamboa al personaje: “¿Por
qué mataste a Arana? […]. Responde. Todo el mundo está enterado. […]. Deja de
hacerte el loco y contesta. […]. Alguien te ha denunciado. […]. Estás fregado” (Vargas
Llosa, 1963, pp.367-368).
Ricardo Ruiz Carbonell (2002, p.29)
plantea que los agresores de formación cultural y social precaria se
deterioran más fuera del hogar que quienes cuentan con un nivel más alto,
aquellos que se rigen bajo las convenciones sociales, pero son más violentos en
la familia. Esto no es así en el caso del Jaguar, ya que la máxima
representación de esta modalidad se halla únicamente en el Colegio Militar y,
de un grado menor, en la calle.
Lacan (1998,
p.168) menciona que la perversión trata de
manifestaciones patológicas en las cuales el campo de la realidad está
profundamente perturbado por imágenes. El perverso no sabe al servicio
de qué goce ejerce su actividad y, a pesar de ello, siente la necesidad
exagerada de sobresalir, ganar, llamar la atención y demostrar mucha agresividad
frente a otros, es más, puede tener conceptos
errados con los que justifica su accionar, tal como ocurre con el Jaguar al
explicar su forma de ser al Poeta: “En el
colegio todos friegan a todos, el que se deja se arruina. No es mi culpa. Si a
mí no me joden es porque soy más hombre. No es mi culpa” (Vargas Llosa,
1963, p.398).
Los
maltratadores emplean las agresiones, las amenazas, las intimidaciones y el
abuso psicológico para coaccionar y controlar a la víctima —usan estos
mecanismos ofensivos con el fin de doblegar la voluntad del agredido, además de
que crean inseguridad y fomentan la dependencia—. Ellos son también selectivos
en el ejercicio de la violencia deshumanizadora, lo que demuestra que son
capaces de controlarse en cualquier otra situación con extraños —escogen a la
víctima y el lugar del ataque—. Es notoria la evidencia de que el Jaguar
consigue lo que quiere en cualquier momento, como cuando el Poeta descubre que
el Esclavo lo está sustituyendo en su función de imaginaria (hacer guardia
durante toda la noche en el colegio según horarios establecidos por las
autoridades militares) por temor más que nada: “Estás reemplazando al Jaguar […]. Me das pena”
(Vargas Llosa, 1963, p.25).
Por
otro lado, tienen fuertemente interiorizados los valores tradicionales de la
superioridad masculina, los cuales se exteriorizan con las cinco características
que Ángeles Álvarez A. expone en Guía para mujeres maltratadas (2002), ya que
desvían el problema, olvidan, racionalizan, proyectan y minimizan.
A) Desvían el problema: justifican su
comportamiento por la falta de trabajo, el exceso en los gastos o su
dependencia por el alcohol, pues poseen una gran capacidad para improvisar y
mentir. Trasladan la responsabilidad a cuestiones ajenas de sí mismo con este
mecanismo. El Jaguar logra su cometido al confesar al teniente Gamboa que la
muerte de Ricardo Arana provocaría un bienestar a su sección: “[…] ahora comprendo mejor al Esclavo. Para él
no éramos sus compañeros, sino sus enemigos. […].
Yo quería vengar a la sección, ¿cómo podía saber que los otros eran
peores que él, mi teniente?” (Vargas Llosa, 1963, p.445). Por otro lado, Ángeles
Álvarez A. (2002, p.23) señala que alcanzan un resultado excelente para
transferir la responsabilidad de la agresión a la víctima con las estrategias
defensivas empleadas por el victimario, por consiguiente, se genera una doble
victimización cuando afirma que “miente”, “está loco” o “él provocó”. El
individuo está logrando que se autorregule a una doble moralidad al defender el
delito, en la que el bien y el mal son buenos para la posición ética en la que
se encuentra el agresor.
B) Olvidan: dicen no recordar o
no haber estado conscientes de lo que se les recrimina. Niegan abiertamente los
ataques utilizando como defensa este mecanismo para restar credibilidad al
relato de la víctima. En La ciudad y los
perros, el Jaguar llega a revelar el motivo por el que golpeó a dos
muchachos que acompañaban a Teresa a la playa, sin embargo, se infiere que su
forma de pensar no ha sido corregida, ya que justifica su accionar por los
impulsos que sentía en ese momento:
—¿Por qué hiciste eso? —preguntó
Teresa.
El
Jaguar no contestó: había sacado las manos de los bolsillos y jugaba con sus
dedos.
—¿Estabas enamorado de
mí? —dijo Teresa; él la miró y ella no había enrojecido; su expresión era
tranquila y suavemente intrigada.
—Sí
—dijo el Jaguar—. Por eso me peleé con el muchacho de la playa.
—¿Tenías celos? —dijo
Teresa. En su voz había ahora algo que lo desconcertó: una indefinible
presencia, un ser inesperado, huidizo y soberbio.
—Sí
—dijo el Jaguar—. Por eso te insulté. ¿Me has perdonado?
—Sí
—dijo Teresa—. Pero tú debiste volver. ¿Por qué no me buscaste?
—Tenía
vergüenza —dijo el Jaguar—. Pero una vez volví, cuando agarraron al flaco (Vargas
Llosa, 1963, p.464).
C) Racionalizan: explican
coherentemente las conductas y los hechos violentos con fundamentos
efectivamente sostenidos (Álvarez, 2002, p.18) (hace parecer que lo ocurrido
está bien hecho), pero estos no son admitidos como legítimos por la instancia
moral del entorno social. En La ciudad y
los perros, el Jaguar justifica su acto homicida como recomendable para
hacer justicia contra alguien que ha traicionado a la sección. Asimismo, se
vale del deterioro moral que tienen los demás compañeros para no hacerse
responsable de su accionar, tal como se lo hace notar el teniente Gamboa: “El Círculo […]. Robo de exámenes, robo de prendas,
emboscadas contra los superiores, abuso de autoridad con los cadetes de
tercero. ¿Sabes lo que eres? Un delincuente” (Vargas Llosa, 1963, p.367).
D) Proyectan: atribuyen a la
víctima la responsabilidad de las conductas violentas. Por ejemplo, cuando el
Jaguar confiesa que ha asesinado al Esclavo, le importa más su estado de salud
que la muerte misma, incluso, ni piensa en el castigo que le ha ocasionado al
teniente Gamboa: “No puedo dormir —balbuceó el Jaguar—. Esa es la verdad, mi
teniente, le juro por lo más santo. Yo no sabía lo que era vivir aplastado. No
se enfurezca y trate de comprenderme, no le estoy pidiendo gran cosa” (Vargas
Llosa, 1963, p.444).
E) Minimizan: restan importancia a
la agresión para conseguir distanciarse del daño causado; para ello, argumentan
que este no ha sido tan grave. En el caso del Jaguar, luego de que es golpeado
por su sección al acusársele de “soplón”, se victimiza para no abordar el tema
del asesinato con Alberto Fernández, es más, se sigue considerando mejor que el
resto en muchos aspectos:
¿Crees que todos son como tú? —dijo
el Jaguar—. Te equivocas. Yo no soy un soplón ni converso con soplones. Sal de
aquí. […]. Yo les enseñé a ser
hombres a todos esos —dijo el Jaguar—. ¿Crees que me importan? Por mí, pueden
irse a la mierda todos. No me interesa lo que piensen.
Y tú tampoco. Lárgate. (Vargas Llosa, 1963, p.434)
Para Sharon Magnarelli (1976, p44), Sarah Osgood Brooks (2005, p.123), Silvia Hopenhayn (2011, p.71), Alonso Cueto
(11 de diciembre de 2013), José Miguel Oviedo (2012, XLIII) y Gerald Martin (2012, p.28) no solo sería un agresor, sino un delincuente, un opresor, un
rebelde, un machista y quien se encargaría de trastocar las leyes éticas del
Colegio Militar Leoncio Prado. Incluso, Efraín Kristal
(2012) lo ha calificado de maleante, pero sin que él tenga completamente la
culpa, sino por las circunstancias mismas de su pasado, de las que es víctima.
El temerario
Al
mencionar al Jaguar, se puede hacer alusión también a una representación temeraria.
Aristóteles (s. IV a. C., p.269) indicaba en Retórica que producían miedo quienes han
cometido injusticias, por el hecho de que ellos, en cualquier otro momento,
serán capaces de hacer daño. La invasión psicológica de euforia que posee el
Jaguar permite que el miedo aumente en sus contrincantes y gane; aunque no
siempre será así, cuando este personaje es tildado de “soplón”, los cadetes se
unen para poder derrotarlo, por lo tanto, un mayor número de personas sería
equivalente o superior a un sujeto que infunde terror hacia los demás. En el
siguiente fragmento de la novela, se aprecia cómo la mayoría de los cadetes
siente temor hacia el Jaguar; sobre todo, cuando atraviesan una situación de
riesgo en la que es acusado por el brigadier Arróspide (enfrentar al personaje,
sabiendo que él es más fuerte que varios juntos):
“Solo ver caras de cobardes […]. Nada más que eso. Caras de maricones, de
miedosos. […]. A ver […]. Me enferma lo cobardes que son. ¿Por qué no grita
nadie más? No tengan tanto miedo” (Vargas Llosa, 1963, p.424). Para Bert Bono Carrillo (1970, p.182), el Jaguar sería
una muestra de poder absoluto, sin lugar a cuestionamientos, mientras que para
Cristóbal Macías Villalobos (2013) esa composición de fortaleza se produciría
por sus vivencias delincuenciales, junto con ese entorno que lo rodea.
El vengativo
Para Aristóteles (s. IV a. C., p.269), esta peculiaridad es
placentera, al igual que el hecho de vencer, ya que uno pasa de un estado de
indignación (un pesar sentido por alguien que disfruta un éxito inmerecido) a
otro de satisfacción. Fernando Savater (1997, p.94) plantea que, si se pretende
castigar a una persona con acciones sin ferocidad, esta consigue resultados
controlables, pero de no ser así, se estaría haciendo mención de una venganza,
la cual no tiene ninguna consecuencia satisfactoria —la pena de muerte carece de
toda connotación reformadora—. El Jaguar es una muestra de la venganza, que se
evidencia por el asesinato realizado hacia el Esclavo, el mismo que no conduce
a nada óptimo para la familia y el entorno de Ricardo Arana. El personaje
admite al final de la novela haberlo matado:
—Sí
—dijo Gamboa—. Ahora sí lo escucho. ¿Por qué mató a ese muchacho? ¿Por qué me
ha escrito ese papel?
—Porque
estaba equivocado sobre los otros, mi teniente; yo quería librarlos de un tipo
así. Piense en lo que pasó y verá que cualquiera se engaña. Hizo expulsar a
Cava solo para poder salir a la calle unas horas, no le importó arruinar a un
compañero por conseguir un permiso. Eso lo enfermaría a cualquiera. (Vargas
Llosa, 1963, p.444)
Por
otro lado, los críticos José Miguel Oviedo (2012, XXXIX), Ricardo González Vigil (17 de marzo de 2013) y Carlos Garayar
(16 de diciembre de 2013) plantearían que este personaje jamás traicionaría su
código de honor, basado en la violencia, es decir, no sería un “soplón”,
propuesta cuestionable, ya que su accionar agresivo no es competitivo y del
mismo rango, porque pelea y abusa mayormente de quienes cuentan con una
capacidad inferior a la de él, además de ser manipulador y rebelde, por lo
tanto, no existiría ningún indicio para pensar que el personaje no intenta
llegar a la cúspide de su propia identidad violenta, sin órdenes, ni leyes, ni
sometimientos.
El obsesivo
Lacan (1998,
p.408) indica que este tipo de sujetos, el cual vive
en el significante, se defiende perpetuamente de la locura, destruye su objeto
y se empeña por aniquilar el deseo y la dimensión del Otro. Por tal motivo, el
Jaguar sería también una representación del obsesivo, debido a que lucha
consigo mismo para defender su honra (se mantiene como significante), incluso,
sus pensamientos resultan incoherentes y delirantes, como se aprecia luego de
la lucha que tiene con Alberto Fernández, con la intención de validar sus
palabras con la vinculación de sus recuerdos con sus culpas:
—Mi madre también me decía eso —Alberto se sorprendió, no
esperaba una confidencia. Pero comprendió que el Jaguar hablaba solo; su voz
era opaca, árida—. Y también Gamboa. No sé qué les puede importar mi vida. Pero
yo no era el único que fregaba al Esclavo. Todos se metían con él, tú también,
Poeta. En el colegio todos friegan a todos, el que se deja se arruina. No es mi
culpa. Si a mí no me joden es porque soy más hombre. No es mi culpa. (Vargas Llosa, 1963, p.398)
Esta organización de ideas que lo conducen a ser un criminal es
posible gracias a la necesidad que tiene él de autodeterminarse,
identificarse y diferenciarse del resto.
Conclusiones
En
La ciudad y los perros, hay ciertas normas que se asignan en el
Colegio Militar Leoncio Prado para que los personajes sean percibidos como
hombres de verdad (principalmente, disciplinados y temerarios), requisitos que irán
asimilando y cumpliendo para no ser atacados con reprimendas y críticas, de
esta forma, el Jaguar se preocupa mucho por ello, no obstante, conforme se
desarrollan sus acciones en el tiempo, se desligan algunos parámetros
ideológicos que identifican su forma particular y diferenciada de percibir el
mundo, distanciada de su adiestramiento militar, que le permitirá sobrevivir
mejor que el resto, pero que lo conducirá a situaciones más complejas y
distorsionadas. De esta manera, derivaré las conclusiones que se obtuvieron del
artículo de investigación con respecto a las nueve caracterizaciones que se le
designaron al Jaguar.
Primero,
se le atribuyó a este personaje el concepto de protagonista debido a la
configuración violenta y constante que se hace de su personaje, a través de
múltiples representaciones que destacan en su colegio (como ser alguien de
temer y organizar el Círculo) y la calle (donde aprenderá algunos vicios, como
robar, fumar o tomar, guiados por el delincuente el flaco Higueras). Por otro
lado, su identidad logra una evolución en el desarrollo de la novela, a partir
de la muerte de Ricardo Arana y la separación con Teresa. Su autonomía y su
distinción permitirán que el Jaguar sea un personaje al que se le designa una
importancia particular en la trama.
Segundo,
el concepto lacaniano de amo se extrapoló en el
Jaguar, puesto que su figura de poder se demuestra mediante las constantes
luchas que él ganaba y las nulas derrotas que él debía haber pasado (como el
hecho de someterse al “bautizo” por los alumnos del cuarto grado). Aquella
configuración de modelo agresivo le permite gozar de algunos privilegios: el
respeto de los cadetes hacia su persona, dominar distintas situaciones, atentar
el orden militar a su antojo, plantear nuevas maneras de delinquir, etc. Las
formas de asegurar su rol de dominancia son inalterables en su mayoría, ya que
ha recibido una instrucción extrainstitucional (la
delincuencia en la calle), que le permite afianzar su confianza y su éxito en
pelear.
Tercero,
la denominación de dandi al Jaguar, tal como la entienden Eric Landowski y Walter Benjamin,
resulta aplicable debido al interés que tiene por diferenciarse del resto, ya
que este personaje pudo alterar la formación tradicional que se llevaba a cabo
en el Colegio Militar Leoncio Prado, ya que no se dejó “bautizar” y
comercializó en el interior de su institución cigarrillos, bebidas alcohólicas,
revistas pornográficas, exámenes resueltos, etc.
Cuarto,
la denominación de manipulador al Jaguar parte principalmente del régimen de
sentido que aborda Eric Landowski, al precisar que
una de las intenciones del mismo es influir sobre las decisiones de los demás,
considerando que es necesario que estos lleguen a sentir las necesidades que él
les transfiere de modo convencional (con intereses personales y aprendidos
indirectamente del Otro). El Jaguar aprovecha esa situación persuasiva para
negociar con los demás cadetes, es más, empiezan a tener una vida dirigida por
este personaje, ya que hacen lo que él les ofrece: consumen sus productos
(cigarros, alcohol, revistas, etc.).
Quinto,
el Jaguar indefectiblemente es violento al igual que sus demás compañeros del
Colegio Militar Leoncio Prado; pero su manifestación sobrepasa los límites, ya
que no puede controlarse en la calle (agrede a chicos indefensos por no saber
dominar sus celos) y tiene problemas de socialización normal con personas
mayores que él (en una oportunidad, intenta pasar de la discusión a los golpes
con el teniente Gamboa). Esa modalidad de interactuar es autodestructiva para
él, sin embargo, le costará hallar una cosmovisión distinta para que la
reemplace por la errónea. En palabras de Maurice Merleau-Ponty, la
manifestación de la violencia es posible porque el personaje ha alterado la
jerarquía que se impone en toda organización social, se ha reinvertido o
deteriorado el respeto a los grados militares (por ejemplo, el alumno
ingresante no se deja “bautizar” por los de cuarto), además, ha adquirido una
singularidad, tal como confirma Amartya Sen cuando se trata este tipo de manifestación exorbitante.
Sexto, se asume la propuesta de Sarah García Sílberman y Luciana Ramos Lira de que el agresor destruye a
su víctima, aquello se comprueba en situaciones cada vez más riesgosas en el
Jaguar con respecto al trato que le infiere al Esclavo (hasta asesinarlo). Todo
ello es acompañado con otras particularidades que explican Ricardo Ruiz Carbonell
y Jacques Lacan, tales como el goce por maltratar, la perversión y la selección
de la víctima. Por otro lado, la propuesta de Ángeles Álvarez A. que
es expuesta en Guía
para mujeres maltratadas (2002) determina las cinco cualidades que
denota un agresor, las mismas que se cumplen en el Jaguar, tales como desviar
el problema, olvidar, racionalizar, proyectar y minimizar.
Séptimo,
un personaje es temerario cuando infunde terror y con quien menos se desea uno
enfrentar, para el caso del Jaguar, este se ha visto expuesto a situaciones
desniveladas en grados de instrucción y fuerza en el Colegio Militar Leoncio
Prado (luchar contra bastantes alumnos de cuarto grado, cuando él ingresó a ese
colegio), sin embargo, ha resultado siempre victorioso, este es el motivo por
el cual la mayoría de los cadetes respeta su presencia en la institución.
Octavo,
al hacer referencia al Jaguar como vengativo, se retoma lo propuesto por
Aristóteles y Fernando Savater con respecto al deseo de satisfacción o
reivindicación, que se asume en la novela como un castigo que se ejecuta a
Ricardo Arana por haber delatado al serrano Cava. El hecho de que el personaje
no hubiese actuado de tal modo implicaría que se estaría presentando una situación
no dominada por él mismo, por lo tanto, la no venganza habría significado el
temor a la amenaza que resultaba el Esclavo. Finalmente,
considerando la propuesta lacaniana, el Jaguar es
obsesivo porque permanece en el significante, es decir, su configuración
violenta y empedernida generan que luche consigo mismo para obtener siempre la
victoria y conseguir una autonomía (la aniquilación del deseo y la dimensión
del Otro).
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