REBELLIOUS WOUND AND VICTIM ACTIVATION. THE
ANTI-VIOLENCE FRAMEWORK IN THE 2018 CHILEAN FEMINIST MOBILIZATIONS
Sandra Vera Gajardo[1]
El 2018 se caracterizó en Chile por la emergencia explosiva
de movilizaciones feministas nombradas como “el mayo” feminista o ―incluso―
como el surgimiento de una “nueva ola feminista”. El énfasis en las denuncias
contra las violencias machistas ―sobre todo la sexual― caracterizó la protesta
que cobró vida principalmente en los espacios universitarios. Una aproximación
cultural a esta movilización contribuye a visibilizar aspectos relacionados con
el alcance de una movilización de este tipo más allá de su “éxito” o “fracaso”
en términos institucionales. Es por ello que se busca como objetivo describir la
ampliación y complejidad del marco de interpretación de la violencia y las
posibilidades de resonancia social de éste. Para ello, se hace un análisis
desde la perspectiva del framing process considerando
las formas de introducción de las emociones en el espacio público. La
metodología implementada fue de carácter cualitativa y
descriptiva mediante la revisión de documentos públicos ―fundamentalmente
prensa― del año 2018. El análisis se hizo en torno a cuatro ejes: la
construcción del agravio en argumentos, la construcción del agravio en
consignas e imágenes, las direcciones de la interpelación y la politización de
las emociones. Se concluye que el contenido del marco de la violencia
desplegado en estas movilizaciones logra darle una centralidad a la experiencia
del agravio sin que esto se traduzca en la fijación del lugar de la víctima, ni
en una pasividad de ésta. Al contrario, es un marco altamente movilizador que
amplía las posibilidades de conseguir un eco sociocultural.
2018 has been characterized by the
explosive emergence of feminist mobilizations which has become known as “the
feminist May” or “the feminist springtime” or ―even― the beginning of a “new feminist
wave”. The emphasis on domestic violence ―at first mainly sexual violence―
characterized the protests that came to life primarily in university settings.
A cultural approach to this mobilization helps to shed light on certain aspects
that are associated with the scope of this kind of mobilization beyond its
institutional “success” or “failure”. This leads to the aim of describing the
growth and complexity of the violence frame and the possibilities it has on
social resonance. Consequently, an analysis was carried out based on the
framing process perspective and from the complexity of introducing emotions
into the public sphere. Through the qualitative and descriptive methodology, a
review of public documents was carried out, fundamentally based on the press
from 2018. The analysis was based on four central themes: the construction of
offense through arguments, the construction of offense through slogans and
images, the direction of interjection and the politicization of emotion. It is
concluded that the content of the violence frame that unfolded throughout these
mobilizations manages to place the experience of offense as the central focus
without allowing it to become the fixation on the place of the victim no on the
victim’s submission. On the contrary, it is a tremendously mobilizing frame that
increases the possibilities of having a sociocultural impact.
Recepción: 30 de noviembre de 2020/Aceptación: 16
de marzo de 2021
En el año 2018 ocurre una
movilización feminista inédita en su repercusión mediática y de extensión en
todo Chile. Según Lamadrid y Benitt (2019) la ascensión de una presidenta mujer el año 2006 y la aparición
de un movimiento estudiantil con mucha fuerza “abrió un nuevo período político”
(p. 3). Para las autoras, las movilizaciones feministas en
alza desde el año 2013 ―año en que se establece a nivel
nacional el “Día por un aborto libre, seguro y gratuito”―
están entrelazadas “con la activación de toda la sociedad” y “con los
estudiantes como protagonistas emblemáticos” (p.
10). El 2018 se caracterizó por la gran asistencia a marchas de
convocatoria feminista y el apoyo obtenido por la opinión pública. La encuesta
CADEM señaló el mismo año que el 71% de la población apoyaba las demandas. Esta
tendencia ha seguido en alza siendo la marcha del 8 de marzo del 2020 histórica
a nivel de participación al reunir a 2 millones de personas en Santiago según
sus organizadoras y replicándose en todo Chile (El Mostrador Braga, 2020).
En el
análisis que se ha realizado de la movilización de 2018 como el peak de la
expresión en esta nueva ola, Olga Grau (2018) subraya la dinamización de muchos
y distintos colectivos de mujeres, así como las tensiones generacionales entre
las activistas (p. 94). Grau también pone énfasis en que
la violencia sexual fue una de las demandas eje de la movilización y se
desplegó discursivamente en “todas sus manifestaciones”, tales como: acoso, abuso, violencia, ofensa, violencia física, violencia
simbólica (Grau, 2018, p. 95).
El presente
artículo tiene como objetivo describir el amplio “marco contra la violencia machista”
extendido por las protestas feministas del año 2018. Para ello se trabajó con
documentos públicos y desde una metodología cualitativa.
En el estudio de los movimientos
sociales suele plantearse el desafío metodológico de la medición de su “éxito”
o “fracaso”. Sin embargo, ―tal como señalan (Bosi y Uba,
2009)― aquello podría opacar el énfasis en un enfoque cultural que es menos
estudiado en comparación con lo ubicado en los resultados del área
estrictamente “política”, esta última entendida como política pública, leyes,
elecciones, instituciones, entre otros (Bosi y Uba, 2009, p. 409). Una propuesta enriquecedora en
el estudio de movimientos sociales sería relacionar las influencias entre lo
nombrado como “cultural”, lo “político” e incluso lo biográfico (Bosi y Uba,
2009, p. 413).
Apelando a
una “sensibilidad cultural” (Noonan, 1995) en el
estudio de los movimientos sociales (MS), resulta pertinente la perspectiva del
framing process o
proceso de enmarcado con el fin de poner énfasis en la comprensión de los MS
como productores de significados y no como meros vehiculadores
de estos (Snow y Benford, 2006). Los autores que
trabajan desde el framing process se basaron en el concepto de “marco” de Erving Goffman (1974) adaptándolo
al estudio de los movimientos sociales. Goffman define al marco
(frame) como “los principios de organización
que gobiernan los acontecimientos sociales y nuestra participación subjetiva en
ellos” y el análisis del marco (frame analysis) como el “examen de la organización de la
experiencia” (Chihu Amparán, 2006, p. 80).
En
el caso de los MS, interesará entenderlos como agencias de significación y así observar
y analizar cómo se realiza el trabajo de elaboración de un marco (frame) para la
acción colectiva con posibilidades de generar resonancia en la sociedad (Snow y
Benford, 1988). Snow y Benford
(1988) plantean que hay grupos de factores que explican el “eco social” de un
marco, tales como las “tareas del enmarcado” y las “restricciones
fenomenológicas”. Dentro del primer grupo, se estima que los MS deben identificar
una situación de agravio o diagnóstico compartido, luego se genera un
pronóstico para la solución del problema y, finalmente, un llamado a la acción
que motive a otras/os. Mientras más sólida sea la relación entre estas tres
acciones, más posibilidades de ser escuchado tendrá el movimiento. Por otro lado,
están las restricciones fenomenológicas que deben tomarse en cuenta en función
del objetivo y dirección de la acción colectiva. Dentro de estas restricciones
estaría que el enmarcado tenga credibilidad empírica, que exista una afinidad
con la experiencia o vida cotidiana y que haya una fidelidad narrativa con la cultura
donde el marco se desarrolla.
En el caso
del activismo feminista, desplegado en el 2018, interesa examinar especialmente
la construcción del marco contra la violencia y las posibilidades que tuvo de
ser escuchado en la arena pública. Para aquello, además de la sensibilidad
cultural en el estudio de los movimientos sociales, interesa darle un sitio a
lo que Sara Ahmed (2017) llama las “economías afectivas” de una sociedad. Esto
resulta especialmente relevante en las reivindicaciones feministas debido a la
relevancia que en las movilizaciones del 2018 tuvieron las demandas por acoso y
abuso sexual. En la centralidad de la “experiencia” que tanto ha destacado la
epistemología feminista (Trebisacce, 2016), adquiere importancia
lo que Ahmed destaca como la dificultad de politizar el dolor; la autora se
pregunta sobre la posibilidad de que ―una experiencia en general
atribuida al mundo privado― se pueda hacer colectiva. Es
decir, sobre cómo se introduce el dolor en la política y la dificultad para
representarlo, codificarlo y, por lo tanto, traducirlo (Ahmed, 2017, pp. 47-51).
Adicionalmente, se presenta el riesgo de “fetichizar la herida” y con esto dificultar
el paso hacia la acción colectiva al dejar el dolor fijo en la “cultura
testimonial” (Ahmed, 2017, pp.
65-68).
Sin embargo,
los antecedentes de la movilización feminista del 2018, sumados a la atmósfera transnacional
de denuncias frente a la violencia machista, no dejan duda de que este tipo de
experiencias logró movilizar y obtener escucha. La hipótesis que se plantea es
que se logró generar un “marco maestro” (Snow y Benford,
2006) sobre la “violencia en todas sus formas” que ―como sucede con los marcos
maestros― permite dar cuenta del surgimiento de un ciclo de protesta. Para estos
sociólogos, los marcos maestros puntúan, atribuyen responsabilidades y articulan,
pero además tienen una escala mayor que los marcos específicos. Adicionalmente,
los significados generados convocan ampliamente, existe una innovación táctica
y se refieren de manera más genérica a agravios diversos e históricos.
Para responder a este objetivo, la aproximación fue
cualitativa y de carácter descriptivo.
La técnica aplicada fue el
análisis documental mediante trabajo de archivo.
Se analizaron documentos públicos, específicamente medios de comunicación
electrónicos que en algunas ocasiones incluían documentos de organizaciones,
manifiestos y otros. Cabe destacar que, dentro de la literatura sobre
movimientos sociales, la prensa se ha considerado material empírico sólido (Koopmons y Rucht, 2002; Kriesi, Koopmans, Dyvendak y Giugni, 1995).
Se analizaron documentos de la
totalidad del año 2018 en los siguientes medios: El Mostrador, La Tercera,
EMOL, The Clinic, CIPER. La
selección de fuentes se hizo considerando que ―aunque es imposible eliminar el
sesgo total― es necesario procurar que este sesgo sea sistemático (Kriesi, Koopmans, Dyvendak y Giugni, 1995). En el
caso de Chile, se consideraron dos empresas por su alta cantidad de tiraje en
formato impreso de diarios (La Tercera y El Mercurio) que también tiene alto
nivel de lectura en su versión electrónica (Digital News Report,
2020). Tal como se ha constatado en distintos estudios sobre prensa chilena,
son medios que en su trayectoria han tendido a una línea editorial conservadora
y que dan cuenta de una posición monopólica a nivel nacional (Sunkel y Geoffrey, 2002). Es por ello que se revisaron
también los medios El Mostrador, The Clinic y CIPER que corrigen en cierta medida este
sesgo y, además, otorgan espacios centrales a las columnas afines a nuestro
objetivo e incorporan voces del activismo feminista. Si bien se revisó todo el
año 2018, la mayor concentración de noticias se produce en el mes de mayo y el
rango de meses en que existen noticias o columnas relacionadas es entre abril y
noviembre.
Se revisaron 300 documentos/noticias bajo
palabras clave relacionadas con “movimiento feminista”, “protesta feminista”,
“feminismo”, “mayo feminista” y “feministas”. De estos, 195 fueron codificables
en función de los objetivos de la investigación. La codificación se realizó
mediante el software Atlas.Ti construyendo una pauta de
observación con códigos preestablecidos a partir de los antecedentes y marco
teórico de la investigación. Estos fueron: construcción del agravio en
argumentos, construcción del agravio en consignas e imágenes, atribución de
responsabilidades y politización de las emociones.
El plan de análisis fue en su mayoría
recurriendo al análisis de contenido en función del sistema de categorías construidas
y relacionando datos, contexto de los datos y objetivos del análisis (López-Aranguren, 1996, p. 556).
Además, se recurrió al análisis de discurso especialmente para el análisis de
consignas, utilizando los elementos dados por la pragmática del habla (Austin, 1990) al considerar que los
actos de habla tienen una dimensión locutiva
(literal), ilocutiva (intencionada) y perlocutiva (que repercute en la audiencia).
Resultados
La centralidad de la “afinidad con la experiencia” (Snow y Benford,
1988) estuvo
presente a lo largo de la protesta feminista del 2018. Se graficó en la
convicción de que “todas las mujeres han vivido algún episodio de violencia en
su vida” (Cumplido,
en Sepúlveda Garrido, 2018) o que “una se
vuelve feminista por necesidad” (Brito, en Vargas, 2018). No obstante, el
discurso desde estas experiencias tiene un énfasis en la proyección activa, es
decir, desde una perspectiva que ―como resalta Sara Ahmed― trae los vínculos
dolorosos al ámbito de la acción política para luego librarse del dominio del pasado
(Ahmed, 2017,
p. 68; hooks, 1989).
De los factores facilitadores para
hacer posible la disposición a la acción pública destaca la muestra de
evidencia empírica de la violencia machista comprobando una opresión que es
sistémica. Además del esfuerzo de recolectar y comprobar casos de acosos y
abusos sexuales en las universidades, se mostraron agravios de otro orden,
tales como condiciones laborales desiguales que se traducían, por ejemplo, en
“los porcentajes escandalosamente bajos de profesoras titulares, decanas o
rectoras” (Navarro, 2018). Otro facilitador fue que la voz hablante tenía una
retórica ilustrada colectiva que dio cuenta de la formación política sobre
género y feminismo. Federico Navarro nombró a esto como una “protesta letrada”
―especialmente de las universidades más prestigiosas― quienes ofrecen una voz
más “sofisticada, informada y atrevida” en un giro en “la relación tradicional
de asimetría de poder y saber entre los estudiantes y profesores” (Navarro,
2018). Sonia Montecino afirma que el movimiento del
2018 tiene un “carácter esencial” dado por las estudiantes que se explica en gran
medida por la formación que han recibido por parte de centros de estudios de
género abiertos postdictadura en muchas de las universidades
que se paralizaron (DW, 2018).
La relevancia del activismo desde las
Universidades es coherente con lo primordial que fue la demanda por “educación
no sexista” dado que esta se percibe como parte del marco de la violencia en la
medida que tendría una relación directa con los abusos y las invisibilizaciones. La académica Olga Grau señala que hay
“una suerte de idealización o descorporeización de lo
que ocurre en los espacios universitarios” (2017). En la universidad, continúa Grau,
ocurre algo parecido a lo que pasa con la institución de la familia y provoca
el mismo efecto: impedir “ver o reconocer los actos de abuso de poder y el
abuso sexual” (Grau, 2017, p. 77). Con el ciclo de protesta feminista los
espacios universitarios se abren “a una nueva verdad, la de las violencias
presentes en ellos” (Grau, 2017, p. 79). Aquello explica que muchas académicas
también se hicieran parte de esta causa lanzando declaraciones colectivas de
carácter estructural: “No buscamos una universidad más neoliberal con
perspectiva de género. Buscamos transformar la educación” (Rojas, 2018).
En un estrecho período de tiempo, se
confrontaban visiones del mundo que el feminismo evidenciaba. En esa línea no
pasó desapercibida la frase del ministro de educación, Gerardo Varela, donde se
refería a las experiencias de acoso en las universidades como “pequeñas
humillaciones” que habría que evitar (Marín, 2018).
Es interesante el contexto de la frase del ministro, pues se hace paradójicamente
presentando las medidas para responder al movimiento estudiantil feminista. Sin
embargo, el marco de interpretación dado por la protesta permite entender esta
frase como lo que la académica Mónica Gerber denominó
“el fundamento de un gran malestar social” frente al desprecio de las
experiencias relacionadas con el marco de la violencia y, sobre todo, de la
violencia sexual (Gerber, 2018).
La observación de imágenes y consignas en las movilizaciones
del año 2018 contribuyen a la comprensión del marco contra la violencia y a la
narrativa del ciclo al que asistimos. Tal como resaltan Snow y Benford (1988), dentro de las tareas
del enmarcado, no basta la elaboración de un diagnóstico y un pronóstico. Sino
que resulta imprescindible un “enmarcado de motivos” o llamado a la acción
mediante la elaboración de consignas claras que justifiquen el paso ―y deseo― a
la acción tanto de integrantes activas del movimiento como de las audiencias
entendidas como potenciales activistas.
Se propone la clasificación según
grupos de consignas que resaltan distintos énfasis.
Consignas que
muestran o sugieren imágenes opuestas para fortalecer el mensaje: “Cuando
el Estado las maltrata, las mujeres se defienden. ¡Nunca más solas!”[2];
“Choriza[3],
no sumisa”; “las niñas nunca debieran tener miedo a ser inteligentes”; “ahora
que nos escuchan, ahora que sí nos ven”; “el patriarcado ya no nos asusta”, “gritaremos
más fuerte que nunca”.
En este tipo de enunciación no se
subraya la vulnerabilidad, sino la posibilidad de su transformación mediante la
defensa, la valentía, la visibilidad y la pérdida del miedo. Es decir, algo que
fue de una forma y ya no lo será más.
Sentencias en
modo prescriptivo: “Nunca más sin
nosotras”; “ya no basta con protocolos”; “el machismo mata”; “el estado no
decide aquí”; “la PUC[4]
encubre violadores y los titula”; “macho no se nace, la educación chilena lo hace”;
“no es no”.
Este grupo contiene interpelaciones que
se presentan como sentencias indesmentibles. Algunas se direccionan a figuras
más específicas (el Estado, la PUC) y otras son más amplias, como por ejemplo
la educación. A la educación formal se le atribuyó una responsabilidad que, incluso, podríamos leer así: la educación
chilena hace al macho y el machismo mata, por lo tanto la educación chilena
mata. Planteado así, se justifica una urgencia extrema a la transformación de
la educación. El cartel “ya no basta con protocolos” (Molina y Ferrer, 2018b)
se basa en el afiche de una conocida película chilena llamada Ya no basta con rezar (Francia, 1972) en
cuya imagen hay un sacerdote lanzando una piedra. La película tiene como centro
la desobediencia del sacerdote a las jerarquías eclesiásticas por su deseo de
tener un rol revolucionario en la lucha obrera. En el 2018, la imagen se reemplaza
por la de una estudiante lanzando una piedra donde la consigna señalada
denuncia la pobreza de la medida nombrada como “protocolos” (contra el acoso
sexual) en los establecimientos educacionales. Desde esta enunciación o
perspectiva, estas medidas aparecen como insuficientes ―si no mentirosas― en
cuanto no se sitúan a la altura del diagnóstico y pronóstico hecho por el
movimiento: transformación total de la educación patriarcal en curso.
Énfasis en la
vulnerabilidad: “Precarización vivimos
todas” (Molina y Ferrer, 2018b); “no nací
mujer para morir por serlo” (Molina y Ferrer,
2018a); “no más femicidio” (Gutierrez, 2018).
Este énfasis no solo se afirma en
consignas, sino que también en relatos donde, por ejemplo, a través de
columnas, se interpretaba la motivación para actuar a partir de la reacción de
“tantas jóvenes maltratadas, abusadas, vilipendiadas, atropelladas, ignoradas e
invisibilizadas” (Pizarro, 2018).
Afirmaciones
basadas en solidaridad entre mujeres para frenar la impunidad: “Yo sí te creo”; #Metoo.
Estas afirmaciones ―de uso
transnacional― apelan a un nuevo “nosotras” que subraya el apoyo entre mujeres,
desafiando a un sistema que nos situaba como competitivas y que explica, de
cierta forma, el carácter “explosivo” de la protesta feminista producto del excesivo
tiempo de impunidad que ahora se responde con una fuerte alianza entre mujeres.
Afirmaciones
proyectivas:
“educación no sexista, feminista y
contra la violencia machista”; “¡aborto legal ya!”
Este último tipo de afirmaciones propone
explícitamente el horizonte de un proyecto político.
Finalmente, un análisis especial
requiere la imagen de la manifestación con el busto descubierto o “la marcha de
las tetas” del 16 de mayo. En las distintas opiniones generadas por esta marcha
y recogidas por Alejandra del Valle (2018) destaca la perturbación que generó
ver tetas en el espacio público donde
se presentaban en todas sus formas y tamaños reales. Esto contrasta con la poca
perturbación que ha generado históricamente la violencia simbólica cuando éstas
se cosifican y se usan con fines publicitarios.
Por otro lado, hay también una cita
implícita a la escena de la violencia sexual, lo que Paula Labra ―dueña de una
tienda de lencería― dibujaba como la diferencia de marchar semidesnuda con la
seguridad de que no vendrá “un hdp y nos agarre las
tetas” (del Valle, 2018). A partir de
aquello, se subraya la fortaleza de lo grupal femenino para la pérdida del
miedo. La desnudez de mujeres evocaría a la violencia sexual o a su posibilidad.
Con una marcha de este tipo se subvierte esa amenaza abriendo la imaginación
política a otras escenas. Las manifestaciones políticas son siempre expresiones
de “puestas en valor”, y al “sacar” las tetas a la calle se sugiere que estas pierden
valor para la idea dominante y lo recuperan para las dominadas: “las sacamos al
aire cuando queramos”.
Desde el punto de
vista de Snow y Benford (1988), la atribución
de responsabilidades forma parte fundamental del trabajo de enmarcado. En el
caso de la movilización feminista, esta se extendió desde los victimarios
“directos” hacia las instituciones, siendo las más notorias las universidades y
el gobierno. En las primeras, la demanda se dirigió hacia autoridades de estas,
desde decanos de facultades hasta los mismos rectores. Ocurrieron sucesos
inéditos, como la pronunciación feminista ante elecciones internas de
autoridades de las que formalmente no forman parte las y los estudiantes. En el
caso de una facultad de la Universidad de Chile se expresaron protestas con
carteles en contra de un candidato a decano al que se acusaba de no haber
investigado situaciones de acoso sexual y se instalaron carteles que decían “Tu
voto decide si mañana me siento segura o no” (Navarro, 2018). Es decir, se hace
una manifestación pública de rechazo a alguien que ―sin ser victimario directo―
se identifica como responsable.
Así también, se le dio énfasis a dar
nombre tanto al agravio como a quien agravia. La vocera de la Universidad de
Chile, Danae Borax, señaló:
“nos parece irrisorio que no se quiera nombrar a quién acosó y se pueda nombrar
en todos los medios a quién denuncia” (Fernández, 2018). La relación entre las
víctimas y el silenciamiento en Chile es profunda y también se ha tematizado a
propósito de las experiencias postdictatoriales. Por
ejemplo, las denuncias de torturas se asociaron a un nuevo ciclo de denuncias
por las violaciones a los DDHH en que se abría un tabú. Aquello hizo salir a la
luz pública experiencias en que las víctimas de tortura se restaban de espacios
por la posibilidad de encontrarse con torturadores (Verdugo, 2004). Winn y Stern también lo plantean a propósito del Informe Rettig[5]
en Chile donde la comprensión de la “verdad” era identificar a víctimas, pero
no al victimario (Winn, Stern, Lorenz y
Marchesi, 2014, p. 217), situación que se replicó en el Informe Valech[6]
(Santos Herceg, 2020). En el caso de la
protesta feminista del 2018, se planteó algo similar al explicitar la
injusticia de la sobreexposición de la víctima en contraste con la protección de
la identidad del acusado (Vargas, 2018). El quiebre en la defensa de un mecanismo
de protección y silencio ―propio
de política transicional (Santos Herceg, 2020)― podría formar parte de una
dimensión democratizadora general que refleja una desobediencia
frente a esta matriz nacional del silencio.[7]
Como parte de la experiencia obligada
del silencio se instaló en el frontis de la PUC el lienzo que decía “nos han
callado, ahora es cuando” (Molina, 2018). Aquello se acompaña de una puesta en
escena vistosa donde hubo manifestantes encapuchadas y con el busto descubierto
que colocaron sostenes en estatuas del lugar desplegando pancartas que decían
“la institución forma ‘violadores’” (Molina, 2018). La oposición al silencio se
expresa al poner nombre a los agravios (violaciones), al decir quienes agravian
(en este caso, se puede inferir que se incluye a pares, compañeros de curso y
no solo a profesores) y también en la apropiación corporal llamativa: cuerpos semi desnudos e interviniendo estatuas que se han asociado
a lo sacrosanto e intocable.
También hubo una referencia al varón y
lo masculino que se expresó en algunas opciones “separatistas” para la acción
política, es decir, sin la participación de hombres. En un testimonio de
participación en una actividad de feministas auto convocadas en la Región del Biobío,
se señala que hubiera sido imposible lograr la comunicación generada con una
presencia masculina. A esto agrega que “los hombres nos intimidan y
desconfiamos” y “la ausencia de presencia masculina en este espacio me entrega
una paz que no recuerdo haber sentido nunca” (Quintana, 2018). Adicionalmente,
hay una interpelación a los varones como no reconocedores de sus privilegios y a
la insistencia en dirigir una movilización en la que deberían estar en segundo
plano. Esto lo nombró Tamara Vidaurrázaga al decir:
“esta vez no se trata de ustedes” haciendo referencia a las declaraciones y
opiniones de varones con gran presencia mediática que cuestionaban y
deslegitimaban tanto la forma y el fondo de las movilizaciones feministas del
2018 pretendiendo mostrar “con perfecta claridad lo que debemos hacer las
feministas” (Vidaurrázaga, 2018a).
El separatismo, entonces, puede comprenderse como una forma de interpelar y no
de aislar. Es decir, donde se desenvuelve y resuelve la pregunta sobre cómo los
hombres (estudiantes, profesores, funcionarios, etc.) podían y pueden
participar de las movilizaciones (Vera, 2018).
Profundizando en la indagación de la resonancia y los
discursos de la protesta del 2018 resulta relevante desentrañar la politización
de las emociones vinculadas a la experiencia de agravio y comprobar que esto no
es un lugar fijo, sino que oscilante y móvil. Si bien se puede definir la violencia
como un marco amplio que permitió comprender una demanda relativamente unificada,
es necesario precisar sensaciones y emociones que salen a la luz de manera más
específica. Ahmed destaca la importancia de “atender a las diferentes maneras
en [que] las ‘heridas’ entran a la política” (Ahmed, 2017, p. 67). En la protesta del año 2018, la noción de abuso y el dolor
como experiencia compartida se hizo muy relevante para que la construcción
colectiva de la víctima deviniera en movilizadora. Se habló del dolor como
aquello “que nos convoca”, “nos conecta” o que “nos atraviesa” (Quintana, 2018)
en cuanto mujeres. Además, la experiencia del abuso y la emoción del dolor se
tematizó excediendo los espacios universitarios o políticamente constituidos incorporando,
por ejemplo, a mujeres del mundo del espectáculo[8] con
pronunciamientos que se hacían cotidianos desde estos lugares. La experiencia
del dolor, abuso y humillación se expresó en distintas ocasiones en las
movilizaciones feministas como la base para la publicidad de la demanda.
Además, en los múltiples casos de acoso y abuso que se dieron a conocer, especialmente
en las universidades, se habló del problema de la burocratización y casi nula
funcionalidad de los protocolos o procedimientos (Rivas, 2018). Sin embargo, el
carácter de esta queja no es (solo) administrativa, sino que es en cuanto revictimización, es decir, a pasar por alto un dolor que esta
vez ya no es ―ni quiere ser― privado.
La textura de la emoción política involucra
problematizar la simultaneidad de sentimientos/sensaciones, donde los más
identificables son la rabia, la indignación, el hastío, el espanto, la
vergüenza y la dupla miedo/valentía.
El acallamiento se percibe como
violencia y así se vio en carteles que denunciaban los abusos que “aún se
callan” (Navarro, 2018).[9]
Frente a esto, la rabia e indignación como respuestas adquieren un protagonismo
frente a la pretensión de ubicar las demandas en el ámbito de lo
desproporcionado o absurdo (Energici y Schongut, 2018). Desde la rabia, el acallamiento y el
dolor, se juega el asunto de la escucha y de cuál es, metafóricamente, el
volumen en que se debe hablar para ser escuchadas. En las marchas del 2018 se
repitieron cánticos como “alerta, alerta, alerta machista, que todo el territorio
se vuelva feminista” y ―lejos de obedecer a las acusaciones históricas sobre la
perturbación que genera el “ruido” de lo femenino y lo feminista―, una activista
mencionaba en una marcha “la idea es gritar, para que nos escuchen fuerte, ya
fueron muchos años de estar calladas” (Segovia, 2018). Según la académica Sonia
Montecino, las movilizaciones expresaban una “rabia
acumulada”, ya que se transmite la voz de las madres y abuelas de las mujeres
que hoy protestan (DW, 2018). El hastío de ser violentadas (Vidaurrázaga,
2018a) es un cansancio que no se traduce en pasividad o imposibilidad; sino en
lo contrario. Así entonces, hastío, cansancio y rabia convocan a lo que Vidaurrázaga llama “explotar juntos” ante la violencia y
tomarle el peso a lo que aquello ha implicado para toda la sociedad, es decir
recuperar el asombro y el espanto ante la violencia sexista para “recuperar la
cordura” frente a un mundo que ―así― “es invivible” (Vidaurrázaga,
2018b).
En relación con el miedo, la metáfora
del grito también se hace relevante. Esto se expresó por ejemplo en el lienzo “porque
el partriarcado ya no nos asusta, gritaremos más
fuerte que nunca” (Romero, 2018). La negación del miedo se considera un momento
necesario para la acción y se observó en la disposición en las marchas a
defender el espacio de manera incluso “aguerrida” expulsando a “encapuchados”[10]
para que no entorpecieran el desarrollo de la marcha (Segovia, 2018).
Por último, cabe mencionar la forma en
que se politiza la vergüenza para que deje de ser una emoción privada. El 2018
se tematizó que la protesta hizo adquirir fortaleza para dar a conocer
episodios antiguos gracias al trabajo emocional con la vergüenza. Un ejemplo es
el de la cantante Denisse Malebrán, quien señaló que,
gracias al ambiente generado por las movilizaciones, pudo hacer pública una
situación en la que se sintió muy violentada años atrás (2014) pero que no se
había atrevido a contar más allá de su grupo íntimo. Esta experiencia consistió
en un programa radial (del que ella tuvo noticia posteriormente) en el cual se
hizo un “concurso” en donde los participantes debían indicar cuántas cosas
cabían en su vagina, existiendo además respuestas sumamente agresivas. La
cantante señaló que en ese momento: “solo me sumí en una vergüenza
incomprensible de no entender el ‘por qué a mí’” (Malebrán,
2018).
Otro interesante punto de vista sobre
el qué hacer con la vergüenza lo presentó la activista del feminismo gordo,
Andrea Ocampo, quien acusa la “despolitización” de la vergüenza cuando esta no
se vincula a la violencia. En el caso de la gordura, lo ve en la banalización
de este sentimiento cuando se trata del cuerpo propio o ajeno.
La descripción que se ha hecho logra mostrar la complejidad del
marco contra la violencia demostrando que está lejos de poder simplificarse en un
escenario en que solo existen víctimas y victimarios.
El trabajo de significación dado en la
dimensión argumental demuestra la importancia para la resonancia que tiene la
afinidad con la experiencia de la violencia, lo que se fortalece además con el
rol de la comprobación empírica cuidada y las herramientas adquiridas en torno a
los estudios de género y feministas. Todo aquello se relaciona con la educación
sexista, apelando a una revisión total de las instituciones educativas. Así
construido, la muestra del agravio no fija un lugar de la víctima ni la
presenta de manera pasiva. En el caso de las imágenes y consignas es relevante
la combinación de elementos defensivos, prescriptivos, dolorosos, solidarios,
proyectivos y provocadores. En esta heterogeneidad se dibuja una exposición del
agravio desde la desobediencia que abre paso a la novedad en la imaginación
política y donde lo performático es un rasgo
distintivo. De esta forma, se evita la rutinización
de la protesta y se activa un catálogo más diverso de escuchas sociales. La
interpelación o atribución de responsabilidades, además, se desplaza y extiende
hacia la sociedad y sus instituciones, tematizándose el problema de la sobre
exposición de la víctima. Aquello permite avizorar algunos desafíos que apuntan
incluso a las raíces de la formación democrática y la relación con una herencia
y lógica amplia del silenciamiento que protege a los victimarios y que podría
tener una oportunidad de ser cuestionada.
La violencia evoca necesariamente experiencias
y emociones. A partir de aquello, la precisión de la politización de emociones contribuye
a visualizar el potencial de resonancia cultural de la protesta. En ese
sentido, aquella dificultad de traducir el dolor en el ámbito público que
plantea Sara Ahmed fue enfrentada con creces. La manifestación en clave de
rabia, indignación, hastío, pérdida del miedo, politización de la vergüenza,
entre otras emociones, dieron un dinamismo constante a
la figura de la víctima dentro del marco de la violencia. Aquello no quiere
decir que el esfuerzo se haya concentrado en salir del lugar de la víctima para
poder ejercer la acción colectiva, sino que es la lucha de hacer esta figura
pública y compleja para conseguir cambios. Y desde esa perspectiva es un marco
movilizador que no esencializa a la víctima. El
modelo de asociación de la víctima-victimario a una analogía entre pasividad y
agencia es subvertido dando paso a posibilidades más complejas y variopintas
que caracterizan un ciclo de movilización política activa.
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[1] Universidad de Chile (Instituto de
Asuntos Públicos), Chile. Correo electrónico: sandraveragajardo@gmail.com
[2]
Foto de lienzo obtenida de Fernández, F. (2018).
[3]
El término “choriza” podría entenderse como ser “temeraria”
o “valiente”.
[4]
Pontificia Universidad Católica de Chile.
[5]
Informe de la Comisión Nacional por la Verdad y
Reconciliación (1991).
[6]
Informe sobre Prisión Política y Tortura (2004).
[7]
Si bien no es un tema que se desarrolle en este artículo, la
existencia de “funas” o “escraches” podría interpretarse
como una forma de desobedecer a la tendencia al silencio y su respectiva
protección del acusado y/o victimario. No obstante, ameritaría un análisis más
crítico y profundo descifrar si este mecanismo resuelve el asunto de fondo
planteado.
[8]
Como la Red de Actrices Chilenas (RACH), creada el año 2018
y con activa participación en todas las manifestaciones feministas hasta el día
de hoy.
[9]
Un cartel señala “37 denuncias de abuso solo en la UC
[Pontificia Universidad Católica de Chile] ¿cuántas aún callan?” (Navarro,
2018).
[10]
En este caso se refiere a varones que usan pasamontañas o
capuchas durante una manifestación y que se enfocan en radicalizar el desorden
que aquí se da, por ejemplo, arrojando objetos contundentes como piedras.