Mercedes
Bogino Larrambebere1
Paloma
Fernández-Rasines2
1 Universidad Pública de
Navarra (upna),
Pamplona-Iruña, España. Correo electrónico: metxi.bogino@unavarra.es
2 Universidad Pública de
Navarra (upna).
Campus de Arrosadía, Pamplona-Iruña, España, correo
electrónico: paloma.fernandez@unavarra.es
Resumen
En este artículo se plantea una
relectura de textos canónicos sobre el concepto de género, que comprende las
propuestas fundamentales de autoras como Sherry
Ortner, Gayle Rubin, Joan W. Scott o Judith Butler y sus propias revisiones
autocríticas, con el objeto de problematizar la construcción histórica de este
concepto que se mueve en la investigación social como categoría analítica entre
su acepción normativa y su potencial crítico. Para ello, en primer lugar, se
describen algunos antecedentes históricos del concepto. En segundo lugar, se
identifican distintas interpretaciones teóricas otorgadas a este término desde los
estudios feministas. Finalmente, se constatan ciertas tensiones de género que
subyacen de su capacidad crítica y acomodo normativo.
Palabras clave: género,
sexo, categoría analítica, teorías feministas, identidades.
Abstract
The aim of
this article is to propose a new reading of canonical texts on the concept of
gender. That comprises fundamental proposals shown by authors like Sherry Ortner, Gayle Rubin, Joan W. Scott or Judith
Butler, followed by their own critical self-revisions. The aim is questioning
the historical construction of this concept that transitions as analytical
category for social research from its normative connotation to a critical
agency.To this end, firstly, the historical background of the concept is
described. Secondly, it is identified the process of appropriation of the
concept by feminist studies; thirdly, some of the most important meanings given
to this term are indicated. Finally, as a conclusion, it is highlighted the
existence of an area of conceptual tension between its critical capacity and
its normative position.
Keywords: gender,
sex, analytical category, feminist theories, identities.
RECEPCIÓN: 31/03/2016
ACEPTACIÓN: 9/05/2016
Desde finales del siglo xx, en las sociedades occidentales y
concretamente en España, se produce una amplia divulgación del concepto género
tanto en el espacio académico como en los medios de comunicación y la retórica
política. En este sentido, se puede constatar cómo el género emerge en el
último tercio del pasado milenio como una de las nuevas palabras de creciente
difusión en el lenguaje mediático y político que ha trascendido al lenguaje
coloquial (Nash, 2003). Cada vez se habla
más a menudo en la vida cotidiana de igualdad de género, estudios de género,
violencia de género, identidad de género o políticas de género. En la
construcción de estas categorías compuestas, el género figura como eje de
análisis que da cuenta de la relación entre los sexos y, a lo largo de los
años, se convierte en un “comodín epistemológico” (Lamas, 2007:
3) o en un “lugar común” (Scott, 2011:
95) que se define y redefine con distintas intencionalidades según la
mirada y el enfoque del sujeto que investiga. Esta profusión del término género
suele dejarnos ante interpretaciones confusas, vagas, que adquieren diversos
sentidos, a veces contradictorios.
En este contexto
de laberintos conceptuales y nuevas interpretaciones, nos surgen algunos
interrogantes: ¿en qué sentido se habla de género?, ¿para qué utilizamos este
término?, y ¿por qué seguimos hablando de género? En el debate académico
contemporáneo encontramos planteamientos acerca del uso y abuso del concepto de
género (Izquierdo, 1998), de confusiones
conceptuales (Lamas, 1995), dificultades
y posibilidades gramaticales (Maquieira, 2001),
de la crisis del género como teoría y
práctica (Braidotti, 2004), o de las
nuevas críticas a la categoría de género (Femenías,
2003). Por su parte, algunas autoras feministas han elaborado además
reconstrucciones genealógicas del concepto a partir de revisiones teóricas y
metodológicas (Butler, 1990; Haraway, 1995;
Braidotti, 2000). Sin duda, el género constituye una ruptura epistemológica
muy importante en las Ciencias Sociales. Con el fin de analizar las relaciones
humanas que aparecen como naturales, se descifran las relaciones de poder que
se esconden en la construcción de dicotomías y binarismos. Las teorizaciones en
torno al género no han dejado de multiplicarse, más allá de los estudios
feministas, donde el uso de esta herramienta conceptual es útil como categoría
crítica y, con el devenir de los años, se fue transformando en un concepto
normativo (Fassin, 2008).
Por tanto, en
este artículo nos planteamos un recorrido crítico sobre la aparición y difusión
del concepto de género partiendo de las propuestas clásicas, en tanto que
rupturas epistemológicas fundamentales en las Ciencias Sociales, hasta llegar a
una problematización actual del mismo ante una expansión y asentamiento, en
parte, acríticos. El artículo se estructura del siguiente modo: en primer
lugar, se describen algunos antecedentes históricos del concepto; en segundo
lugar, se identifican distintas interpretaciones teóricas otorgadas a este
término desde los estudios feministas; y finalmente, se concluye con la
constatación de la existencia de un espacio de tensión del género que comprende
su capacidad crítica y su acomodo normativo.
Consideramos como uno de los
principales antecedentes del concepto de género la publicación en 1949 de Simone de Beauvoir Le Deuxième Sexe. En este ensayo, la autora indaga los orígenes de
la subordinación de las mujeres y el lugar al que fueron destinadas a través de
la construcción de los saberes masculinos: desde la biología, el psicoanálisis,
el materialismo histórico, la historia y los mitos. A lo largo de estas
páginas, se plantea que “las características humanas consideradas como
‘femeninas’ no derivan de una supuesta naturaleza biológica, sino que son
adquiridas mediante un proceso individual y social” (Maquieira, 2001: 159). Para la filósofa francesa, “lo que define
de una manera singular la situación de la mujer es que, siendo como todo ser
humano una libertad autónoma, se descubre y se elige en un mundo donde los
hombres le imponen que se asuma como lo Otro” (Beauvoir,
1999: 31). De este modo, la otredad aplicada a las mujeres aparece como
eje temático de su obra y explica la función crucial que cumplen ellas como
representación de la alteridad: “sólo mediante la negación de este 'otro'
privilegiado, el sujeto masculino puede construirse como el modelo universal de
normalidad y normatividad” (Braidotti, 2000:
213).
Las
investigaciones etnográficas de Margaret Mead, en los años veinte y treinta del
siglo pasado, también constituyen un antecedente clave de la categoría de
género, porque introduce, frente a la visión biologista
predominante de las ciencias sociales, una idea innovadora: “por ser la especie
humana enormemente maleable, los papeles y las conductas sexuales varían según
los contextos socio-culturales” (Mead, 1935
citada en Stolcke, 2004: 82).
Señalados estos
dos antecedentes fundamentales, no podemos avanzar sin mencionar que, en
Estados Unidos, a partir de la década de los cincuenta, aparece el término gender –desde la
psicología, la sexología y la medicina– para distinguir entre el sexo anatómico
y el sexo social (Stolcke, 2004). John
Money, psicólogo y médico, en lugar de hablar de sex roles utiliza el término gender roles para solucionar las dificultades conceptuales que presentaba
la descripción de los casos que hoy conocemos de intersexualidad,
tradicionalmente denotados como hermafroditismo. En estos casos de intersexos congénitos, el objetivo psico-médico
ha consistido en modificar los genitales ambiguos mediante cirugía
normalizadora para resolver toda incertidumbre y así, con la administración
hormonal sustitutoria, facilitar el aprendizaje de los roles binarios de género
(Fassin, 2008; Lamas, 1986; Stolcke, 2004),
Robert Stoller, psiquiatra y psicoanalista, sigue esta misma
lógica investigando la transexualidad, es decir, las personas que no se
identifican con su sexo de nacimiento. En su libro, Sex and Gender (1968),
Stoller estudia
los trastornos de la identidad sexual y propone la expresión gender identity con
el objeto de diferenciar la transexualidad de la homosexualidad, esto es, disociar
los deseos de ser hombre o mujer de la orientación sexual (Fassin, 2008;
Stolcke, 2004; Lamas, 1986). En este contexto bio-psico-médico, el género surge como un recurso para la
medicalización de la intersexualidad o la transexualidad y, desde esta
perspectiva, tiene un gran peso de normatividad social.
Llegada la década de los setenta,
encontramos en Estados Unidos una serie de autoras que discuten,[2] en
el libro Women, Culture and Society (1974), la universalidad de la subordinación
femenina basada en la división sexual del trabajo. Entre ellas se puede
destacar, en primer lugar, a Michelle Rosaldo (1974) que propone un modelo estructural,
considerando aspectos de la psicología, la organización social y cultural, en
relación con la dicotomía doméstico/público. En segundo lugar, Nancy Chodorow (1974)
señala que la construcción de la estructura psíquica se configura en la
experiencia de la socialización y, en este sentido, la autora apunta cómo las
diferencias entre la personalidad masculina y femenina no están genéticamente
programadas, esto es, en su conformación intervienen los factores socioestructurales en mayor medida que los biológicos.
Entre otras aportaciones antropológicas, Sherry Ortner
(1974) analiza con las influencias
teóricas de Simone de Beauvoir
y Claude Lévi-Strauss, la homología entre las
relaciones dicotómicas mujer/hombre y naturaleza/cultura. En el análisis de
estas dicotomías doméstico/público, masculino/femenino y naturaleza/cultura,
las autoras mencionadas “situaban la opresión de las mujeres en la cultura y en
la estructura social, pero muchas de ellas acabaron replicando las tendencias
universalistas y el determinismo biológico que pretendían superar” (Stolcke, 2004: 83).
En el artículo
de Ortner (1974) Is Female to Male as Nature Is to Culture?
se analiza el pensamiento cultural que presupone la inferioridad de las mujeres
y, en este texto, la autora se pregunta: ¿cómo explicar la desvalorización
universal de las mujeres?, ¿por qué se las considera más próximas a la
naturaleza? Para Ortner (1979), la clave
está en el cuerpo y en las naturales funciones procreadoras específicas de las
mujeres. De este modo, distingue en su análisis tres niveles de significación
que tiene este hecho fisiológico: 1) el cuerpo y las funciones de la mujer
parecen situarla más próximas a la naturaleza en comparación con la fisiología
del hombre, que lo deja libre para emprender los planes de la cultura; 2) los
roles sociales que se consideran situados por debajo de los del hombre en el
proceso cultural; y 3) una estructura psíquica diferente que, al igual que su
naturaleza fisiológica y sus roles sociales, se considera más próxima a la
naturaleza. A lo largo del texto, la autora desarrolla la idea de que las
mujeres tienen el papel de ser transformadoras, es decir, se las considera las
mediadoras entre naturaleza y cultura, siendo este proceso fundamental por cuanto
implica socializar y culturizar la naturaleza. En otras palabras, las mujeres
representan un estatus medio, tienen funciones mediadoras y una significación
ambigua, esto es, distintas interpretaciones que ubican a las mujeres en una
posición media entre naturaleza y cultura.
Esta publicación
de Ortner (1974) es considerada una de las obras
fundacionales en la antropología feminista, obra que provocó un gran debate,
por dos afirmaciones polémicas: una, que la subordinación de las mujeres es
universal y, la otra, que la homología mujer/hombre a naturaleza/cultura
explica la dominación masculina. A partir de las críticas recibidas y después
de más de veinte años, esta autora publica en 1996 un nuevo ensayo: So is Female to Male
as Nature is to Culture? Aquí Ortner reconoce haber otorgado excesiva importancia a los
indicadores de superioridad masculina, etiquetando así a toda una cultura como
dominada por hombres. En su argumentación sobre el igualitarismo en las
sociedades, Ortner hace uso de algunas ideas que ya
revisó con la publicación en 1989 del artículo Gender Hegemonies. Para Ortner (1989), algunas críticas que le
fueron realizadas en torno al debate sobre el universalismo tomaron la
asimetría de género únicamente en términos de prestigio, sin considerar las
otras dos dimensiones fundamentales como son la dominación masculina y el poder
femenino. Ortner sostiene que, si cabe citar
sociedades igualitarias en lo que respecta al género, tal igualitarismo es
inestable. En sus palabras, resulta frágil:
No
es que estas sociedades no tengan elementos de “dominación masculina”, sino que
éstos son fragmentarios –no están entrelazados en un orden hegemónico, no son
centrales en un discurso más amplio y coherente de superioridad masculina, y
tampoco son centrales en una red más amplia de prácticas de exclusividad o
superioridad masculina (2006: 14).
Asimismo, Ortner (2006) replantea que la dominación masculina se puede
comprender como el resultado de una compleja interacción de disposiciones
funcionales, dinámicas de poder y factores corporales. Reafirmando que las
mujeres resultan ocupar el lugar de la mediación entre naturaleza y cultura, la
autora indica que: “las relaciones de género siempre se sitúan, al menos, en
una de las líneas fronterizas entre naturaleza y cultura: el cuerpo” (2006: 18). Desde esta perspectiva, Ortner considera que, en muchas culturas, si no en todas,
la homología hembra/macho–naturaleza/cultura supone una relación de metaforización mutua:
[El]
género se convierte en un lenguaje poderoso para hablar de las grandes
preguntas existenciales sobre naturaleza y cultura, a la vez que el lenguaje de
la naturaleza y cultura, si se utiliza, puede ser muy poderoso para hablar del
género, la sexualidad y la reproducción, por no mencionar el poder y la
indefensión, la actividad y la pasividad, entre otras cosas (Ortner, 2006: 18).
La publicación en 1975 del ensayo
de Gayle Rubin, The Traffic in Women: Notes on the ‘Political Economy’ of Sex, es considerada hoy una obra clásica
que marca el despegue del uso del género como categoría de análisis en las Ciencias
Sociales (Braidotti, 2000: 222; Izquierdo, 1998:
29; Lamas, 1986: 191; Maquieira, 2001: 161; Stolcke, 2014: 178). En este
artículo, la autora propone una nueva formulación teórica desde una
aproximación antropológica cultural sobre el intercambio de mujeres. Esto se
condensa en el sistema sexo/género que se convierte en concepto referencial
para los estudios de género y el análisis feminista sobre la economía política
del sexo (Braidotti, 2000; Maquieira, 2001).
Siguiendo la
metodología de Simone de Beauvoir
en el Segundo Sexo, la autora discute
con distintas fuentes epistemológicas como el materialismo histórico, la
antropología y el psicoanálisis para escribir su teoría sobre la génesis de la
opresión y la subordinación social de las mujeres, que comprende una fuerte
crítica al esencialismo biológico y a la heteronormatividad
(Stolcke, 2014). Analizando la teoría
marxista, Rubin (1986) señala que en el mundo social
de Marx los seres humanos son trabajadores, campesinos o capitalistas. La
condición de mujeres como trabajadoras, explotadas o enajenadas no era
importante en su análisis histórico del Capitalismo. De este modo, se perciben
los sesgos androcentristas porque prevalece lo
masculino como hegemónico en su teoría social. Las mujeres se conciben como
administradoras del consumo familiar y, en última instancia, reserva de fuerza
de trabajo. En este sentido, se ubica la opresión de las mujeres en el centro
de la dinámica capitalista señalando la relación entre el trabajo doméstico y
la reproducción de la mano de obra (Rubin, 1986).
En este análisis, el trabajo doméstico es un elemento clave en el proceso de
reproducción del trabajador, esto es, un trabajo adicional para convertirnos en
personas: ¿quiénes sostienen y mantienen la dinámica cotidiana de la vida del
hogar? Aquí está la utilidad de las mujeres para el capitalismo y una de las
causas de la opresión femenina.
En consecuencia,
se puede afirmar que una mujer en tanto que esposa se constituye en una
necesidad fundamental del ganador de pan. “Es este ‘elemento histórico y moral’
que proporciona al capitalismo una herencia cultural de formas de masculinidad
y feminidad” (Rubin, 1986: 101). Desde
esta perspectiva, la autora sostiene que toda sociedad tiene un modo
sistemático de tratar la organización del sexo, el género y la reproducción.
Así, formula el concepto de sistema sexo/género para indicar el “conjunto de
disposiciones por las cuales la materia prima biológica del sexo y la
procreación humana son conformadas por la intervención social y satisfechas de
una forma convencional, por extrañas que sean algunas de las convenciones” (Rubin, 1986: 102-103). En otras palabras, el
sistema sexo/género es un concepto que hace referencia a un aspecto específico
de la vida social que permite estudiar los modos en que la materia bruta del
sexo es convertida por las relaciones sociales de desigualdad en un sistema de
prohibiciones, obligaciones y derechos diferenciales para hombres y mujeres.
Sistema que, según Rubin (1986), establece normas sociales, prácticas cotidianas y
representaciones, incluida la división sexual del trabajo y las identidades
subjetivas.
Del análisis de
las relaciones de parentesco de Lévi-Strauss
publicado en 1949 como Les structures élémentaires de la parenté, la autora interpreta que “los sistemas de
parentesco son formas empíricas y observables de sistemas de sexo/género” (Rubin, 1986: 106). En este sentido, se entiende que los
sistemas de parentesco configuran y reproducen, entre otros objetivos sociales,
formas concretas de sexualidad socialmente organizada, y varían de una cultura
a otra. En concreto, Rubin sostiene que “un sistema
de parentesco es una imposición de fines sociales sobre una parte del mundo
natural” (1986: 112). Es decir, lo concibe como producción, modelación o
transformación de objetos/personas. Además, considera atractivo el concepto
‘intercambio de mujeres’ de Lévi-Strauss, “porque
ubica la opresión de las mujeres en sistemas sociales antes que en la biología”
(Rubin, 1986: 111). Esta autora de hecho
parece haber marcado su posicionamiento político en el propio título de su
contribución: “el tráfico de mujeres”.
Centrándose en
el tabú del incesto como el origen de la exogamia, la autora identifica la
circulación de mujeres en la sociedad patriarcal como la clave del sistema de
género que sustenta el orden patriarcal. En este sentido, el género no sólo
implica la identificación con un sexo, sino también orienta el deseo sexual
hacia el otro sexo y así se crea la heterosexualidad obligatoria como resultado
de las reglas y normas del parentesco. Asimismo, explica que el psicoanálisis
“es una teoría sobre la reproducción del parentesco” (Rubin, 1986: 118). Para la autora, el psicoanálisis estudia las
huellas que deja en la psique de las personas su adscripción en los sistemas de
parentesco, esto es, interpreta la transformación de la sexualidad en los
procesos de aculturación (Rubin, 1986).
En The Traffic in Women, Rubin no señala la
distinción entre deseo sexual y género por cuanto toma a ambos como producto
social, entrelazados en los sistemas de organización basados en el parentesco.
Sin embargo, una década más tarde, en 1984, la misma autora va a publicar un
nuevo ensayo acusando esta distinción: Tkinking Sex: Notes for a
Radical Theory of the Politics of Sexuality. Aquí, Rubin señala: “aunque el sexo y el género están
relacionados, no son la misma cosa, y constituyen la base de dos áreas
distintas de la práctica social” (1989: 54).
En este sentido, la autora cuestiona la fusión de sexo y género, así como su
utilización como términos fácilmente intercambiables. Por eso, propone analizar
el género y la sexualidad separadamente, con la intención de reflejar con mayor
fiabilidad sus dimensiones sociales distintas, distinguiendo así la jerarquía
de género y la estratificación sexual.
En este sistema
de estratificación sexual, plantea una línea divisoria entre lo que se
considera necesario para mantener una frontera imaginaria entre la “sexualidad
buena, normal, saludable, natural y sagrada” que se reconoce en parejas
heterosexuales bajo la institución del matrimonio, y una “sexualidad maldita,
anormal, dañina, antinatural y pecaminosa” identificada en relaciones
homosexuales, fuera del matrimonio y no procreadora. De este modo, argumenta
que la sexualidad como el género es política porque “está organizada en
sistemas de poder que alientan y recompensan a algunos individuos y
actividades, mientras que castigan y suprimen a otros y otras” (Rubin, 1989: 56).
En la década de los ochenta, el
proceso de institucionalización de los estudios de género en el mundo académico
occidental y la búsqueda de su legitimidad, son los principales factores que
influyen en el crecimiento y la divulgación científica de esta perspectiva de
investigación (Braidotti, 2000). En este
contexto, se publica en 1986 el artículo de Joan W. Scott, Gender: A Useful Category
of Historical Analysis, que
supone comprender el género como categoría analítica, es decir, una herramienta
crítica capaz de identificar nuevos temas y problemas de indagación (Maquieira, 2001: 167).
Desde un
análisis postestructuralista del poder, Scott
entiende “el género como elemento constitutivo de las relaciones sociales
basadas en las diferencias que distinguen a los sexos y el género como una
forma primaria de relaciones significantes de poder” ( 1996: 289). La categoría de género concierne, desde este punto de
vista, tanto a los sujetos individuales como a la organización social.
Siguiendo la interpretación de la autora, el género es y opera a través de
cuatro dimensiones: 1) en los símbolos culturales que integran representaciones
múltiples y muchas veces contradictorias; 2) en conceptos normativos que
limitan y contienen las posibilidades metafóricas de interpretación de los
símbolos culturales (doctrinas religiosas, educativas, científicas, etc.) que
afirman unívocamente el significado masculino-femenino; 3) en el sistema de
parentesco y la familia (microestructuras), en la economía, la educación y la
política (macroestructuras); y finalmente, pero no
menos importante, 4) en la identidad subjetiva historizada.
En este sentido, el género se construye y reconstruye en todos estos ámbitos
simultáneamente, tanto en las relaciones familiares como en el mercado de
trabajo, en la educación, en los medios de comunicación, en la política y en el
arte; incluso, y de manera importante, en los discursos críticos.
La insistencia
de Scott por desarrollar la categoría de género como una categoría analítica,
tiene su explicación en la necesidad de trascender tanto su uso descriptivo, en
simple sustituto de mujeres, como el reduccionismo que surge de la dicotomía
sexo/género entendida como biología/cultura. Con esta categoría, Scott pretende
sobre todo “lograr una historicidad y una deconstrucción genuina de los términos
de la diferencia sexual” (1996: 286). De este modo, esta autora utiliza la
definición de deconstrucción de Jacques Derrida, que
“significa el análisis contextualizado de la forma en que opera cualquier
oposición binaria, invirtiendo y desplazando su construcción jerárquica, en
lugar de aceptarla como real o propia de la naturaleza de las cosas” (Scott, 1996: 286).
En la
perspectiva de Scott, el género es también una forma primaria de relaciones
significantes de poder, y como lo indica: “una forma persistente y recurrente
de facilitar la significación del poder en la tradiciones occidentales,
judeo-cristiana e islámica” (1996: 292).
Esta dimensión analítica del género es sustancial porque lo ubica en el centro
de la percepción simbólica y la organización concreta de la vida social,
creando referencias que establecen distribuciones de poder, es decir, control o
acceso diferencial sobre los recursos materiales y simbólicos, que generan
desigualdades entre los sujetos sociales (Scott,
1996).
Pero el género, al
concebirse como forma primaria de diferenciación significativa, cumple una
función legitimadora de las oposiciones binarias: el género legitima y
construye las relaciones sociales. Entonces, el reto teórico no es solamente deconstruir el modelo hegemónico de género
masculino/femenino, sino también comprender la relación recíproca entre género
y sociedad, cómo la política construye el género y el género construye la
política, en contextos específicos y en relación con la clase, la raza, la
religión, entre otras.
A partir del texto de 1986, considerado un
clásico en los estudios feministas, Scott realiza una revisión autocrítica en
2010 y se vuelve a preguntar: Gender: Still a Useful Category of Analysis? En este
artículo insinúa que, en la historia de los usos de la palabra género, se
borraron las fronteras o los límites entre género y sexo en el lenguaje
popular, coincidiendo con la reflexión de Rubin (1989) recogida en el epígrafe anterior. Para
Scott, el género es “el estudio de la difícil relación (en torno a la
sexualidad) entre lo normativo y lo psíquico, el intento de a la vez
colectivizar la fantasía y usarla para algún fin político o social” (2011: 100).
En este proceso, apunta la autora, “es el género el que produce significados
para el sexo y la diferencia sexual, no el sexo el que determina los
significados del género” (2011: 100). En
este sentido, se entiende que el género es la clave para el sexo.
Con relación a
la cuestión de si el género sigue siendo una categoría útil o válida en el
análisis social, Scott (2011) sostiene
que el género es útil como categoría sólo en cuanto cuestionamiento. Mientras
éste sea un conjunto de preguntas abiertas sobre cómo se establecen
históricamente los significados, qué implican en la praxis social y a través de
qué lenguajes se producen y en qué contextos, entonces todavía resulta útil por
ser una categoría con potencial crítico.
En el desarrollo de las teorías
feministas resulta significativa la obra de Judith Butler, publicada en 1990, Gender trouble: feminism and the subversion of identity, donde
plantea que el sexo, al igual que el género son categorías construidas. En
otras palabras, el sexo no es la materia prediscursiva
al género. Sexo y género se producen performativamente
y, por tanto, el género no tiene estatus ontológico fuera de los actos en los
que se constituye y toma forma (Oliva, 2005).
Las formas
canónicas del género se imponen por las prácticas reglamentadoras
de la coherencia (Butler, 1990: 58). Por lo tanto, la lucha contra el género
requiere la inclusión de todos los discursos posibles sobre el sexo, las
prácticas sexuales y las identidades sexuales, de modo que se genera así una
proliferación de géneros que constituyen juegos irónicos, parodias estilísticas
que tienen como objetivo desestabilizar el género como norma (Maquieira, 2001).
En 2004, Butler
publica una serie de ensayos con el sugerente título que ya indica su propuesta
crítica frente al género como categoría normativa. Undoing Gender es, en palabras de su autora,
fruto de la influencia de una nueva política de género que surge a finales de
los años noventa de la interinfluencia de las teorías feministas y queer, a la luz
de los movimientos civiles trans. El cuestionamiento
del dimorfismo sexual y de las categorías estables del género se convierte en
la necesaria acción de un yo que depende y se constituye a través de las
normas, pero que también aspira a vivir de manera crítica y autónoma en un
intento de transformarlas. Al mismo tiempo, Butler afirma que “comprender el
género como una categoría histórica es aceptar que el género, entendido como
una forma cultural de configurar el cuerpo, está abierto a su continua reforma,
y que la ‘anatomía’ y el ‘sexo’ no existen sin un marco cultural” (2006: 25).
Los análisis
feministas del postestructuralismo están
comprometidos con las condiciones materiales que explican las desigualdades
pero su principal objetivo es subvertir las perspectivas y representaciones
convencionales sobre la subjetividad humana. Algunas autoras como Bordo, Spivak y Braidotti abundan en un
relativo escepticismo feminista sobre el género y apelan a figuraciones
alternativas que proponen la identidad femenina colectiva desde un esencialismo
estratégico, planteando un sujeto mujeres no como esencia o destino biológico,
sino como localización o posicionamiento político (Oliva, 2005).
En este sentido,
Rosi Braidotti (1994)
sostiene que la imaginación política feminista necesita dar un salto
cualitativo y cree en la fuerza capacitadora de las ficciones políticas
propuestas por distintas autoras. En otro sentido, Donna
Haraway (1995) propone la figuración del cyborg, es decir,
de un imaginario de alta tecnología, en el cual los circuitos electrónicos
evocan nuevos modelos de interconectividad y afinidad: “un cyborg
es un organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una criatura de
realidad social y también de ficción. La realidad social son nuestras
relaciones sociales vividas, nuestra construcción política más importante, un
mundo cambiante de ficción” (Haraway, 1995: 253).
Desde esta perspectiva, la autora nos enfrenta con una imagen transgresora de
las dicotomías tradicionales masculino/femenino, humano/máquina,
natural/artificial, con su propuesta del cyborg como una figura híbrida, representa las subjetividades que conviven
con la evidencia de que las identidades en la posmodernidad son permanentemente
parciales y contradictorias, o sea, identidades transgresivas, fluctuantes.
En la literatura
feminista de las dos últimas décadas encontramos una variedad de formulaciones
teóricas significativas para describir las múltiples y fragmentadas
subjetividades que participan de la crítica al sujeto mujer del feminismo: la
idea de Judith Butler (1990) apunta hacia una ‘política paródica de la mascarada’,
Teresa de Lauretis (2000) habla del ‘sujeto
excéntrico’ y ‘sujetos nómades’ es la figuración que evoca Rosi
Braidotti (1994). Esta metáfora le permite analizar
detalladamente las categorías establecidas y los niveles de experiencia y
desplazarse por ellos, como dice la autora: “desdibujar las fronteras sin
quemar los puentes” (Braidotti 1994: 30). Distingue esta ficción política porque cree
en la potencia y la relevancia de la imaginación, como un modo de salir de la
embriaguez política e intelectual de estos tiempos posmodernos. En su
interpretación situada, el nomadismo significa la construcción de una
conciencia crítica, que se resiste a establecerse en los modos socialmente
codificados de pensamiento y conducta. En este sentido, no todos los nómades
son viajeros del mundo, algunos de los viajes más importantes pueden ocurrir
sin que uno se aparte físicamente de su hábitat. Lo que define, en realidad, el
estado nómade es la subversión de las convenciones establecidas, en el acto
literal de viajar. A su vez, han descrito las subjetividades feministas
alternativas como ‘compañeras de viaje’ en un estado de tránsito, de paso. En
definitiva, será importante imaginar nuevas representaciones que den cuenta de
los pequeños y grandes cambios en la construcción de distintas subjetividades en
contextos sociales, económicos y políticos diversos.
Algunas
conclusiones
Este artículo propone una revisión de lo que el género ha
representado para las investigaciones feministas en los últimos cuarenta años.
Sin pretensión de exhaustividad, esta recapitulación se realiza a través de las
lecturas y relecturas de textos fundacionales de autoras cuya influencia hemos
considerado decisiva para comprender el alcance del significado de las
discusiones en torno a las cuales se han ido produciendo los desarrollos
teóricos en los ámbitos académicos de mayor reconocimiento en occidente.
El
género irrumpe como concepto en el escenario académico entre las feministas que
empiezan a publicar principalmente en los Estados Unidos acerca de la
subordinación femenina y su eventual condición de universalidad. De ese modo,
autoras como Ortner y Rubin
realizan importantes aportaciones desde la antropología social, que suponen
rupturas epistemológicas muy significativas, para desestabilizar las posiciones
androcéntricas en aspectos tan fundamentales para la disciplina como la
dicotomía naturaleza/cultura o la posición de hombres y mujeres frente a las
condiciones materiales que organizan la vida humana, como son las estructuras
de parentesco y de producción de la existencia.
Si
bien en los años ochenta, la institucionalización de los estudios en torno al
género pareciera amenazar su potencial crítico, autoras como Scott nos hacen
ver que las teorías y las prácticas feministas en torno al género hacen posible
plantear preguntas nuevas, para explicar y transformar los sistemas históricos
de diferencia sexual. Sistemas en los que las personas estamos constituidas y
situadas socialmente en relaciones asimétricas y bajo órdenes jerárquicos que
implican elementos simbólicos, estructurales, normativos e identitarios.
En este sentido, la categoría de género todavía sigue siendo útil para el
análisis social si se realiza desde el cuestionamiento como una categoría
crítica que interroga cómo se establecen los significados, qué implican y en
qué contextos.
Por
último, algunos de los debates que se citan en la posmodernidad han sido
calificados de postfeministas y de desplazar el sujeto mujer de la agenda
política. En este sentido, vemos que no es tan cierto que las preocupaciones a
partir de los años noventa no incluyan las condiciones materiales de la
desigualdad entre hombres y mujeres.
Bien es cierto que el análisis sobre las estructuras no ha constituido
su eje de discusión como sí lo ha sido la búsqueda del reconocimiento de las
condiciones del sujeto, su fragmentación y multiplicidad, así como la
posibilidad de combatir el género como norma excluyente.
En este sentido, posiciones como las de Butler hablarían de
que no ya el género, sino principalmente el sexo, es fruto de una construcción
cultural. Desvelar la ausencia de un origen prediscursivo
del sexo hace que, potencialmente al menos, el género pueda plantearse como un
campo en disputa, por cuanto permite parodiar la multiplicidad genérica y
construir así subjetividades alternativas al modelo hegemónico.
Bibliografía
De Beauvoir, S. (1999). El Segundo Sexo. Buenos Aires: Ed. Sudamericana.
Braidotti, R. (2000). Las teorías de género o “El lenguaje es un
virus”. En R. Braidotti (autora), Sujetos nómades (pp. 207-240). Buenos
Aires: Paidós.
______ (2004) Género y posgénero:
¿el futuro de una ilusión? En R. Braidotti (autora), Feminismo, diferencia sexual y subjetividad
nómade (pp. 131-149). Barcelona: Gedisa.
Butler, Judith
(1990). Gender trouble: feminism and the
subversion of identity. New York: Routledge.
______ (2006). Deshacer el género. Barcelona: Paidós.
Chodorow, N.
(1974). Family Structure and Feminine Personality. En M. Rosaldo y Louise L., (eds.) Woman, culture, and society. Standford: Standford
University.
De Lauretis, T.(2000).
Diferencias: etapas de un camino a través
del feminismo. Madrid: Horas y horas.
Fassin, É. (2008). L’empire
du genre. L’histoire politique ambiguë d’un outil conceptuel.
L’Homme,
(187-188), 375-392. Disponible en: http://www.cairn.info/revue-l-homme-2008-3-page-375.htm
Femenías, M. L. (2003). Judith Butler: Introducción a su lectura,
Buenos Aires: Catálogos.
Haraway, Donna
(1995). Ciencia, cyborgs
y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid: Cátedra.
Izquierdo, M. J. (1998). Sexo, género e individuo. El
sistema sexo/género como marco de análisis. En M. J. Izquierdo (autora), El Malestar en la desigualdad (pp.
13-56). Madrid: Cátedra.
Lamas, M. (1986). La antropología feminista y la categoría
“género”. Nueva Antropología, 8(30), 173-198. Disponible en:
http://www.redalyc.org/pdf/159/15903009.pdf
______ (1995). Usos, dificultades y posibilidades de la categoría
género. La Ventana, 1(1), 9-61. Disponible en: http://www.revistascientificas.udg.mx/index.php/LV/article/view/2684/2437
______ (2007). Complejidad y claridad en torno al concepto género.
En Á. Giglia, C. Garma, y A. P. de Teresa (eds.) ¿Adónde va la antropología? México: uam- Iztapalapa.
Lévi-Strauss, C. (1949). Les structures élémentaires de la parenté. Paris:
Mouton.
Maquieira, V. (2001). Género, diferencia y
desigualdad. En E. Beltrán y V. Maquieira, (eds.), Feminismos. Debates teóricos contemporáneos (pp.127-190).
Madrid: Alianza Editorial.
Mead, M. (1935). Sex and temperament in three primitive societies. New York: Morrow.
Nash, M. (2003). Género y construcción cultural. Sargantanu.
Disponible en:
https://sargantanu.wordpress.com/genero-y-construccion-cultural-mary-nash/
[Consulta: 20 de marzo 2016].
Oliva, Asunción (2005). Debates sobre el género. En C.
Amorós y A. de M. (Eds.), Teoría
feminista: de la ilustración a la globalización, (Vol. 3, pp. 13-60). Madrid:
Editorial Minerva.
Ortner, S. (1974).
Is Female to Male as Nature is to Culture? En M. Rosaldo y L. Lamphere (eds.) Women, Culture and Society. Standford: Standford
University Press. [trad.
cast.: (1979) ¿Es la mujer con respecto al hombre lo que la naturaleza con
respecto a la cultura?”, en Antropología
y Feminismo, pp. 1-24].
______ (1989). Gender hegemonies. Cultural Critique, (14), 35-80.
http://doi.org/10.2307/1354292
______ (2006). Entonces, ¿Es la mujer al hombre
lo que la naturaleza a la cultura? Revista de Antropología Iberoamericana 1 (1), 12-21.
Rosaldo, M.
(1974). Woman, Culture and Society: Theoretical Overview. En M. Rosaldo y L. Lamphere (Eds.), Woman, culture, and society. Standford: Standford University.
Rubin, G. (1986). El tráfico
de mujeres: Notas sobre la “economía política” del sexo. Revista Nueva Antropología, 8(30), 95-145
______ (1989).
Reflexionando
sobre el sexo: Notas para una teoría radical de la sexualidad. En C. S. Vance (ed), Placer y
peligro: explorando la sexualidad femenina (pp. 113-90), Madrid: Ed. Revolución.
Scott, J. W. (1996). El género: una categoría útil para
el análisis histórico. En M. Lamas (comp.) El
Género. La construcción de la diferencia sexual, México: PUEG.
______ (2011). Género: ¿Todavía
una categoría útil para el análisis? La Manzana de La Discordia 6(1), 95-101.
Stolcke, V. (2004). La mujer es puro cuento: la cultura del
género. Estudios Feministas, 12(2), 77-105. Disponible en:
http://www.scielo.br/pdf/ref/v12n2/23961.pdf
______ (2014) ¿Qué tiene que ver
el género con el parentesco? Cuadernos de
Pesquisa, 44(151), 176-189. http://dx.doi.org/10.1590/198053142848
Stoller, R. (1968). Sex and gender. New York: Science House.
[1] Este
artículo se enmarca en el Proyecto: “Parentalidad,
género y salud en los cuidados del ‘niño sano’. La paradoja del deber/derecho
sobre la crianza: padres custodios y mujeres sin maternidad”, del Grupo de
Investigación en Antropología Social (gias) de la Universidad Pública
de Navarra (upna),
financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad
(CSO2012-39041-CO2-02), España.
[2] En el
Congreso de la American Antropological Association de
1972, celebrado en Toronto. Las ponencias de las autoras citadas se publicaron
en Rosaldo,
Michelle y Lamphere,
Louise (1974) Women, Culture and Society. Stanford: Stanford University Press. Véase en
castellano: HarriS,
Olivia y Young, Kate (1979) Antropología y feminismo. Barcelona:
Anagrama.