La teoría
MUJERES-MADRES LACTANTES: NUEVOS CUERPOS, NUEVOS DISCURSOS
Núria Calafell Sala1
1Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS, CONIET y UNC), Argentina. Correo electrónico: calafell.nur@gmail.com
Resumen
Este ensayo analiza cómo la fotografía de mujeres-madres lactantes se configura como un dispositivo discursivo productor de nuevas corporalidades y de nuevos discursos. Partiendo de la redefinición de las categorías “mujer”, “madre” y de su conjunción en el binomio “mujeres-madres lactantes”, y acompañado por el análisis de la metodología de trabajo de la crítica como sabotaje (Asensi, 2011), se ofrece una muestra de los modos de representación de estas nuevas corporalidades y de estos nuevos discursos. Asimismo, se bucea por las dinámicas de aceptación y / o rechazo de estos últimos con respecto a los viejos discursos que circulan en torno al relato del amamantamiento.
Palabras clave: fotografía, mujeres-madres lactantes, corporalidades, discursos, crítica como sabotaje.
Abstract
This essay analyses the way in which the photography of breastfeeding women-mothers turns into a producing discursive instrument of new corporealities and new discourses. Starting from the redefinition of the categories “woman” and “mother” and their conjunction in the binominal “breastfeeding women-mothers”, and making use of the criticism as sabotage as work methodology, this paper offers a sample of the ways of representation of these new corporealities and these new discourses. Also it presents an investigation of the dynamics of acceptance and/or rejection of the latter, regarding the old discourses that operate around the tale of breastfeeding.
Keywords: photography, breastfeeding women-mothers, corporealities, discourses, criticism as sabotage.
RECEPCIÓN: 6/04/2016
ACEPTACIÓN: 23/07/2016
Un repaso por ciertas categorías
Dar la teta es gratis, y por tanto un pecado capitalista que sitúa esta dinámica fuera de la esfera mercantil (y) monetarizada.
Ester Massó Guijarro
El 8 de marzo de 2016, en el marco del Día Internacional de la Mujer, empezaba a circular por las redes sociales el texto “¿Se puede ser feminista y dar el pecho?”, en el que su autora, Irene García Perulero respondía de manera positiva a su pregunta con la siguiente conclusión: “soy lactivista y a la vez soy feminista, porque de eso va el feminismo ¿no? De defender y proteger el derecho de elegir de las mujeres.[1] Y en el tema de la lactancia aún queda mucho por hacer” (Perulero, 2016). Más allá del feliz neologismo,[2] lo que me parece interesante destacar es su aclaración final acerca de lo que, para ella, debe ser el objetivo principal del feminismo: defender primero y proteger para que se sostenga después, los derechos de toda mujer a elegir y, por ende, a tomar sus propias decisiones como cualquier otra persona.
No obstante, esta reflexión me parece sumamente problemática, no tanto por el planteamiento en sí, sino porque requiere de una serie de matices. El primero de ellos es el que tiene que ver con la recuperación del término “mujeres” en vez del más tecnológico y políticamente correcto de “género” para repensar las relaciones y los modos de identificación que las constituyen en cuanto a sujetos sexuados, y concebir dichas relaciones desde un punto de vista social e individual, y no como instancias separadas.
Ahora bien, a nadie se le puede escapar que el uso del término “mujeres” en su dimensión personal y colectiva tiende a derivar hacia una suerte de esencialismo. Decir que las mujeres difieren de los hombres en tales o cuales aspectos supone entender que las mujeres son de tal y cual modo, pero no que se construyen de tal o cual manera. El matiz es muy importante, y más en el ámbito en el que se inscribe este trabajo, puesto que como tendremos ocasión de comprobar a través de un dispositivo artístico como es la fotografía, lo primero que viene a la mente cuando alguien piensa en amamantamiento es la imagen de una mujer dando el pecho, presuponiendo que esa es su función, que para eso ha nacido y que para eso mismo sirven sus pechos; relegando a un papel secundario y hasta negativo, otras formas de alimentación como puede ser el uso –compartido también por el hombre u otra persona cercana a madre e hijo/a– del biberón.
Se puede aceptar la propuesta de Ester Massó Guijarro, y, en vez de mujeres lactantes, referirnos a madres lactantes, “ya que la lactancia humana no es sólo ni necesariamente un asunto de las mujeres en cuanto al género: una persona que no se considere mujer en un sentido tradicional y heteronormativo puede escoger ser lactante” (Massó Guijarro, 2013a: 521). El único problema que conlleva tal elección es la carga de significaciones asociada al significante “madre” (Sau, 2004; AAVV, 2012; López et al. 2013)[3], algo que, a su vez, podemos superar, en primer lugar, al acoplar las dos opciones en el binomio “mujeres-madres lactantes”; y, en segundo lugar, al entender la identidad en términos de autorrepresentación y escenificación (Butler, 2005). Es decir, si nos detenemos a observar cuánto de actuación conlleva la asunción de ciertas representaciones identitarias y cuánto de repetición se precisa para consolidarlas y afianzarlas en el entramado social. Ello nos permitirá un margen analítico dentro del cual repensar los órdenes subjetivos, esto es:
[…] hasta dónde está dispuesto a llevar la actuación de su identidad, cómo compromete su cuerpo en ella, cuánto la cree, qué tanto de su deseo asoma, con qué lo confronta personal y socialmente, qué muestra y qué oculta, cuánto hay de elección y cuanto de coacción[4] (Girona Fibla, 2008: 94).
Esta reflexión de Nuria Girona Fibla permite trazar un puente entre este primer matiz conceptual y el segundo que deviene del colofón de Inés García Perulero: la cuestión de la elección o, para ser más precisas, la necesidad de una libertad de elección en la que el sujeto femenino se sienta totalmente responsable de sus decisiones y de las consecuencias de las mismas. Este es uno de los planteamientos clave de, por ejemplo, muchos abordajes de la práctica cultural del parto domiciliario, con el que la lactancia materna y el lactivismo caminan casi de la mano. No obstante, y tal y como expone Nuria Girona Fibla en el comentario aquí reproducido, estos conceptos deben entenderse como armas de doble filo, puesto que ni todas las elecciones lo son ni, mucho menos, significan lo mismo.
Por ejemplo, la antropóloga mexicana Marta Lamas se pregunta: “¿En qué consiste decidir sobre el propio cuerpo? En principio, en la posibilidad de usar la libertad para tomar decisiones autónomas con ayuda del Estado” (2007: 1), y con ello pone el dedo en la llaga a uno de los objetos implicados en el entramado de las libres elecciones o los derechos a elegir libremente: la cuestión del cuerpo y su relación con las subjetividades y, a su entender, con el Estado. Su respuesta se enmarca en un contexto –las sociedades latinoamericanas, muy especialmente– cuya concepción ordoliberal de las relaciones sujeto-Estado[5] en nada parecen concordar con las que plantea el neoliberalismo de otras sociedades como las que conforman el contexto de las series fotográficas que quiero trabajar más adelante, o en la que se mueven blogueras como Perulero.
En los casos de estas últimas, donde la figura del Estado prácticamente desaparece de cualquier regulación socio-económica y / o cultural, hablar de derecho a decidir muchas veces se convierte en aquello que Ana de Miguel ha denominado “el mito de la libre elección” (2015), esto es, la falsa creencia de que al decidir qué hacer con su cuerpo –ser madres o no, dar el biberón o el pecho, por ejemplo– las hace tan o más libres e iguales a los hombres, cuando en realidad las esclaviza más, si cabe, a un tipo de discurso patriarcal en el que el cuerpo de la mujer es ante todo, o sobre todo, mercancía. Dicho de otra manera: la mujer y su defensa de la libre elección se convierten, en estos contextos, en el recurso más eficaz para difundir, reiterar y objetualizar la ideología neoliberal, pues la imagen de su “liberación” no es más que el reflejo del subjetivismo, del autoconstructivismo y de los diferentes dispositivos que, como el de eficacia o el de rendimiento / goce, fundamentan las bases para la construcción neoliberal de las subjetividades (Laval y Dardot, 2013).
Deudores de esta ideología son todos los discursos en torno a la lactancia materna que focalizan en el cuerpo, en su cuidado-descuido, en su transformación, sus críticas más feroces, buscando perpetuar así la figura de la mujer, aunque sea ya mujer-madre, sometida al deseo del hombre. Las consecuencias son evidentes: “rechazamos la teta para lactar a los bebés porque ello implica dependencia o pérdida de tersura… ¿y entonces es mejor sostenerla como objeto estético-sexual masculino, salvaguarda para el hombre?”, se pregunta Ester Massó Guijarro (2013b: 195), evidenciando así la gran contradicción que reviste un gesto –abandonar la lactancia materna a favor de otras formas de alimentación menos “esclavizadoras”, como podría ser el biberón– basado en los principios de una (falsa) elección. Quizá porque saben esto, es que los cursos para formar consultoras en lactancia materna insisten en un escrupuloso respeto ante las decisiones de la mujer-madre, así sea que impliquen el uso del biberón como forma de alimentar a su bebé (Massó Guijarro, 2013b).
Solo entendiendo que las identidades subjetivas son el producto de varias tecnologías –entre las cuales se encontraría la de género (De Lauretis, 2000)– y solo aceptando que todos aquellos discursos que nos rodean están orientados a imponer sus consignas (Foucault, 2008) y modelos de mundo (Asensi, 2011), podremos realmente encarar discusiones en torno a la maternidad, las nuevas formas de parentesco, el cuerpo y un largo etcétera. Así las cosas, el que alguien aparezca representado o se autorrepresente como varón o mujer-madre lactante implica que asume conscientemente y que incluso habilita aquellos efectos performativos reales provocados por los discursos en sus más distintas variedades semióticas.
Con todas estas reflexiones no estoy diciendo que el reclamo de Perulero sea baladí, sino que la especificidad de aquello que le preocupa y por lo cual escribe un texto de marcado tono activista, a saber, la lactancia materna como forma revolucionaria de cambiar el mundo, entraña una serie de pliegues que es necesario ir desplegando de a poquito y con plena conciencia de sus hilachas. Ya lo dijo en su momento Ester Massó Guijarro: “Pocos campos hay tan patriarcalmente colonizados en el imaginario colectivo occidental como la lactancia materna” (2013a: 519).
En relación a esto es como quiero plantear el tercero de los matices que observo del colofón de Irene García Perulero, y es que en los procesos constructivos que delimitan sujetos e identidades subjetivas, la continuidad con los cuerpos sexuados es insoslayable. Si no se tiene esto bien presente se vuelve a recaer en una suerte de metafísica que en nada puede favorecer a la constitución de nuevos modelos de mujer y, mucho menos, de nuevos modelos corporales. Tiene razón Ester Massó Guijarro cuando comienza uno de sus trabajos afirmando que los abordajes desde la perspectiva feminista de la lactancia materna adolecen de una mirada al bies marcada por su condición de feministas blancas, occidentales “(y sus viejas dicotomías heredadas del sistema patriarcal)” (2013b: 170), sobre todo porque, en relación a lo comentado anteriormente, ello socava gran parte de sus análisis y lo patriarcaliza.
De hecho, esta misma autora plantea cómo la lactancia y su defensa desde el lactivismo es un modus operandi disruptor de divisiones, de las cuales, las que resultan más interesantes son las siguientes: a) la que separa lo público de lo privado y otorga a dichas categorías significaciones de poder (ya se sabe: todo lo público es mejor y más prestigioso desde un punto de vista social, mientras que lo doméstico es todo lo contrario y, por consiguiente, se reviste de significados negativos); y b) la que separa al/a individuo/a del otro/a y sobrecarga sus corporalidades de unas fronteras perfectamente delimitadas (y aquí deberían tenerse en cuenta todos los prejuicios que asocian la lactancia materna de larga duración con traumas o complejos para el/la bebé, futuro/a niño/a y adulto/a).
En ambos casos se trata de divisiones derivadas de un tardocapitalismo que todo lo concibe en términos de productividad e individualidad, por lo que, en relación a lo dicho, podríamos concluir que, si bien en algunas sociedades neoliberales el derecho a elegir, puede llegar a convertirse en una herramienta difusora de aquello contra lo que pretende alzarse –por la carga de individualismo férreo que la reivindicación de este derecho parece conllevar–, la concreción de este pedido en una acción corporal definida como puede ser dar el pecho en público –en la calle, en el trabajo, visitando un museo o sentada tomando una colación– habilita una línea de fuga posible.
Por eso Ester Massó Guijarro (2013b, 2015) aborda la lactancia materna como un movimiento social generador de valores intangibles como son la ética del cuidado, la cultura de la paz o la sostenibilidad y ecología, porque al proponer una teoría en su propia piel, las mujeres-madres lactantes no dudan en tomar las calles, en mostrar sus cuerpos eyectando leche y alimentando a sus crías, en cargar de simbolismos sus gestos y vestiduras, en definitiva, en esbozar y defender nuevas formas de relación humana y, al mismo tiempo, nuevas maneras de entender la construcción identitaria desde el cuerpo de una misma.
En consonancia con el alegato de Irene García Perulero y tras esta breve revisión de algunos conceptos y problemáticas, quiero continuar este análisis deteniéndome en tres proyectos fotográficos aparecidos recientemente, cuyo objetivo general ha sido ayudar a normalizar la lactancia materna en la sociedad, pero cuyos alcances posibilitan el acercamiento a cuestiones mucho más profundas, como podrían ser la revisión discursiva y, por lo tanto, ficcional, de ciertos rituales considerados esenciales (el amamantamiento); la mirada antitética y saboteadora de ciertas disposiciones hegemónicas y naturalizadas en torno a estos mismos rituales continuamente reificados en el espacio y el tiempo subjetivos; o la reivindicación del cuerpo como escritura excéntrica al logos.
La crítica como sabotaje como blindaje metodológico
Antes de iniciar el siguiente epígrafe y el análisis propiamente dicho de las series fotográficas, quiero introducir una breve nota explicativa y aclaratoria del enfoque metodológico y epistemológico de este trabajo. Este artículo emplea fundamentalmente la metodología de análisis propuesta por el teórico español Manuel Asensi en su monográfico Crítica y sabotaje (2011), añadiéndole a su perspectiva enfoques de otras disciplinas como son los estudios de género. Con ello se pretende ofrecer una mirada pluridimensional y pluridisciplinar (Massó Guijarro, 2013b, 2015) de la lactancia y, más específicamente, del cuerpo lactante (tanto el de la mujer-madre como el del/a bebé).
Es importante, pues, comprender en el marco de este estudio la relación establecida entre lo epistemológico y lo metodológico. Lo primero funciona como el condicionante de una aproximación autoetnográfica (Denzin, 2014; Ellis 2003) y empírica al objeto del trabajo. Mi propia experiencia como mujer-madre lactante desde el año 2012 hasta la actualidad me ha llevado a un contacto directo con los llamados grupos de puerperio, donde la cuestión de la lactancia se ve atravesada por un sinfín de condicionamientos, realidades y corporalidades, pero donde la defensa del vínculo alimenticio y emocional se constituye como uno de los pilares para el trabajo con la díada mamá-bebé.
Durante mis participaciones en estos encuentros situados en la ciudad argentina de Córdoba (generalmente de carácter quincenal y con una coordinadora formada como “doula”), he podido mantener conversaciones de carácter abierto, es decir, sin ningún tipo de cuestionario modelo, y he tenido la oportunidad de acercarme a una pluralidad de voces y contextos (mujeres de entre veinticinco y treinta y cinco años, siempre solas con sus crías, a pesar de que muchas de ellas cuentan con parejas estables, algunas separadas, con profesiones y oficios diversos, algunas trabajadoras a tiempo completo, otras con trabajos independientes para poder dedicarse con más exclusividad a la crianza).
De todo ello he podido extraer las ideas que aquí se trabajan alrededor de la lactancia materna como discurso y como retórica. Mis trabajos previos en el campo de la crítica como sabotaje me han permitido mantener siempre cierta distancia de observación profunda y atenta frente a aquellas ideas que se repiten de manera sistemática en ciertos ambientes, precisamente por formar parte de un polisistema mayor que los engloba y les otorga definición, consistencia y objetividad (Asensi, 2011). Es lo que en el cuerpo del texto se ha dado en llamar los “modelos de mundo”, en clara alusión a una de las derivas teóricas de la crítica como sabotaje.
Si bien es cierto que la teoría de los modelos de mundo sigue en investigación y proceso formativo, cuatro son los principios que la constituyen, y que aquí he intentado seguir:
1) Todo discurso, no importa la naturaleza semiótica a la que pertenezca (lingüística o icónica, por ejemplo), presenta uno o varios modelos de mundo con una capacidad apelativa, incitativa y performativa.
2) La capacidad modelizadora de los modelos de mundo se fundamenta sobre el principio de composición silogística de los discursos. Ello significa, en primer lugar, que en los modos de representación de realidades como la lactancia materna siempre nos encontraremos con una o más premisas de las que podremos sacar nuestras propias conclusiones; en segundo lugar, que nos estamos moviendo siempre dentro de un ámbito representacional, nunca único ni verdadero ni, mucho menos, definitivo.
3) Los modelos de mundo adoptan formas distintas según los modos de representación discursivos.
4) En los discursos llamados “artísticos” el modelo de mundo se origina por la simbiosis entre el concepto y el afecto, lo que Manuel Asensi (2011) denomina el “afepto”.
Conviene aclarar que la crítica como sabotaje es una propuesta que nace al calor de las transformaciones sociales acontecidas en España desde hace menos de una década, y cuya culminación encontramos en iniciativas como las del 15M. Su condición metodológica, así como las herramientas de las que se sirve para llevar a cabo los análisis certeros de la realidad le otorgan la porosidad disciplinar necesaria para poder utilizarla tanto en enfoques humanísticos como sociológicos. Ello se refleja tanto en el corpus de este trabajo, una serie de fotografías que retratan las mil y una formas de entender y representar la lactancia y los cuerpos lactantes, como en mi abordaje pluridimensional de las mismas.
Mi objetivo, en este sentido, no solo es el de bucear por algunos de los infinitos rostros y voces que se alzan en torno a esta temática, sino dar a conocer cómo eligen estos mismos rostros y voces sus maneras de mostrarse, de presentarse y representarse, en un movimiento que abarca tanto los procesos constitutivos de nuevas corporalidades y subjetividades, como las redes que se entretejen y destejen entre éstas y los discursos que las rodean.
Mujeres-madres lactantes: modos de representación
- La fotografía como dispositivo productor de nuevas corporalidades
Hace apenas unos años, un periódico como El Huffington Post en su versión española publicaba una nota sobre la serie fotográfica de Stacie Turner “Breastfeeding in Real Life”. En la misma, junto a algunas de las fotografías que integran dicha serie, se podían leer comentarios como el siguiente: “Quería captar la experiencia real[6], así que llevó su cámara a la calle, porque es ahí también donde los bebés son alimentados” (2013).
Más allá de las intenciones y las voluntades declaradas por la fotógrafa (“it became part of a conscious attempt to normalize breastfeeding”; Turner, 2013), no se puede pasar por alto el hecho de que la fotografía es uno de los medios semióticos de captura del referente más complejos. En el acto mismo de captar esto que en la nota española se denomina “la experiencia real”, la fotografía ya ha transformado esta misma experiencia en varios de sus niveles: en el nivel del contraste, en el nivel de luminosidad y, por qué no, en el nivel de las subjetividades que se ven inmersas en ella.
Quiero decir con esto que la fotografía como dispositivo discursivo convoca una serie de elementos (el punto de vista, el encuadre, la relación que mantienen entre sí los elementos internos de la fotografía y la que estos mismos elementos mantienen con el exterior, con su ser parte de una serie o con otros medios semióticos) que, en su conjunto, habilitan la constitución de una retórica. “Las fotografías no pueden crear una posición moral –afirmó en su momento Susan Sontag–, pero sí consolidarla; y también contribuir a la construcción de una en ciernes” (2012: 27), y es por eso mismo que tan necesarias e interesantes son para un estudio tanto humanístico como sociológico.
Por otro lado, su naturaleza discursiva permite considerarla como un tipo de escritura en la que el referente, más que desaparecer, aparece expuesto a modo de jeroglífico o enigma por resolver (Asensi, 2004). En el caso comentado al inicio de este apartado esto último se ve muy claro cuando se piensa en la abstracción del referente convocado: “la experiencia real”, ¿qué es una experiencia? ¿qué es lo real? ¿es la experiencia un síntoma de lo real? ¿es lo real lo que afianza una experiencia? Podemos recuperar las palabras de Joan W. Scott para darnos cuenta de la dificultad de definición de un referente de estas características, pues, como supo ver en su momento la teórica, “[l]a experiencia ya es de por sí una interpretación y al mismo tiempo algo que requiere ser interpretado” (en Carbonell y Torras, 1999: 112).
Si a esto le añadimos dos importantes cuestiones: por un lado, el discurso de la propia fotógrafa a propósito de un cambio en los modos de representación de sus referentes (“I started to think more about the difference between more formally staged shots and images that captured more of what it’s like to breastfeed a baby for real”; Turner, 2013); y, por el otro, el lugar de sutura desde el que esta nos habla (“Breastfeeding was just such a huge part of my life; I was constantly nursing for quite a while […]”; Turner, 2013). El resultado es que el significado de “la experiencia real”, en el caso de mujeres-madres lactantes, se consolida en un abanico de posibilidades distintas y hasta contrapuestas.
Veámoslo con cierto detenimiento en las imágenes siguientes (Imagen I, Imagen II e Imagen III), las tres pertenecientes a la serie fotográfica de Stacie Turner, “Breastfeeding in Real Life”:[7]
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Desde el rostro abatido de la primera hasta la cara sonriente de la segunda, pasando por la mano que sostiene un biberón (no sabemos si lleno de leche materna previamente extraída con un saca-leches o de leche de fórmula), todas estas fotografías apelan a un mismo hecho –alimentar a un/a bebé– que puede ser experimentado y enfocado de muy diversas maneras: o bien de frente, mostrando que el discurso hegemónico –la mujer que amamanta es una mujer feliz y plena– a veces también puede tener sus fisuras; o bien de soslayo, haciendo hincapié en el detalle de una caricia o del contacto entre dos manos para explicarnos que amamantar no es solo dar el pecho sino nutrir desde lo emocional. Un discurso, este último, que se ha venido reivindicando en los últimos años para poder abarcar el sinfín de modos y retóricas del amamantamiento.[8]
No se puede olvidar que el amamantamiento, tal y como es vivido y defendido actualmente, participa del juego social interpretativo de otros discursos, como podría ser, por ejemplo, el de la maternidad. Participa, e interviene con sus particularidades en la red de construcción, reconstrucción y deconstrucción del mismo, articulando convergencias y divergencias, y revelando aquellas alianzas o luchas ideológicas en los determinados períodos históricos en los que ambos actúan. Es, en definitiva, un relato más dentro de los múltiples relatos que circulan a través de los imaginarios sociales, y por eso mismo también es que se repite, se desfigura y se transforma constantemente. Cira Crespo, historiadora autora de Maternalias. De la historia de la maternidad lo ejemplifica muy bien cuando señala: “A principios del siglo XXI […] aquí estamos: celebrando semanas de la lactancia, intentando revalorizar la lactancia materna… porque hasta hace unos años parecía que habíamos olvidado que también se puede dar de mamar con ‘teta natural’” (Crespo, 2013: 78).
Y es que los procesos de modificación, transformación y desfiguración no atañen solo a los relatos y a los modelos de mundo que estos configuran, sino que afectan también a los modos de significación con que estos mismos modelos de mundo se auto(re)presentan. La “teta natural” a la que hace referencia Cira Crespo es uno de ellos, y en el contexto de este trabajo casi se podría afirmar que el más problemático, puesto que es el eje alrededor del cual se construye la estructura silogística de los discursos de la maternidad y de cierta feminidad. Volvamos nuevamente a la historiadora española, quien recuerda: “¿Qué pensamos cuando pensamos en la lactancia? En un pecho femenino. He aquí uno de los problemas. Los senos femeninos se han convertido en este último siglo en un símbolo exclusivamente sexual” (Crespo, 2013: 45).
Ella habla de una simbología sexual, pero lo cierto es que los múltiples ejemplos de censura que se viven constantemente en las redes sociales hacen que esta cuestión salte de un plano metafórico a uno literal. Al respecto, cabe recordar algunos episodios bastante conocidos, como el de la diputada argentina Victoria Donda, que fue fotografiada en una sesión del Congreso dando de mamar a su pequeña bebé (Imagen IV), generando así todo un debate en torno a la propiedad de dar de mamar en público y, de rebote, en torno al papel de la mujer en los espacios públicos y al rol de la mujer en general en las sociedades contemporáneas occidentales. O el caso de algunas mujeres en Estados Unidos que fueron increpadas u obligadas a retirarse al baño para amamantar a sus bebés, y que dio lugar a críticas irónicas en forma de viñeta cómica (Imagen V) o de campaña publicitaria “When Nurture Calls” (Imagen VI), “Cuando la crianza llama”, una alusión más que explícita del vínculo que ciertos discursos en defensa del amamantamiento plantean entre el dar el pecho y el bien-criar.[9]
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El efecto interpretativo de unos senos femeninos al aire, su determinación performativa y su discursividad modalizante es lo que condicionan este tipo de interpretaciones aberrantes, en el sentido estructuralista del término. Es decir, interpretaciones desviadas, enteramente coherentes cada una de ellas, pero incompatibles entre sí, como explicaría Paul de Man (1990). Lo importante, entonces, es darse cuenta de que esta incompatibilidad no concluye en sí misma, sino que se origina y continuamente circula en las modalizaciones operadas desde lenguajes semióticos como el que aquí nos ocupa.
De hecho, si nos fijamos de nuevo en una serie como la de Stacie Turner nos daremos cuenta de que “Breastfeeding in Real Life”, pese a su apelación a la realidad vivida por muchas mujeres que dan de mamar, es una interpretación simbólica del tropo “pechos femeninos”. Y lo es no solo por estar mediatizada por una modalidad semiótica de naturaleza artística como es la fotografía, sino porque en su manera de leer y de dar a leer (Derrida, 2007) un relato como el del amamantamiento presenta modelos de mundo que afirman y desmienten a partes iguales los modelos de mundo de los/as espectadores/as que nos acercamos a su obra.
- Mujeres-madres lactantes: nuevos cuerpos, (viejos) nuevos discursos
Estas reflexiones previas invitan a seguir con las siguientes preguntas: ¿cómo se mira a las mujeres-madres lactantes? ¿Por qué se las mira así y no de otra manera? Hemos comenzado hablando del proyecto de Stacie Turner “Breastfeeding in Real Life”, donde la elección del referente es más que evidente: se mira y retrata a mujeres en las más diversas situaciones de amamantamiento o lactancia, y eso incluye dar el pecho a uno o dos bebés mientras otros hijos e hijas revolotean alrededor de la madre, dar el biberón, extraerse leche con extractores especialmente diseñados para ello (Imagen VII), quedarse en cama relajada (Imagen VIII) o dar el pecho de manera prolongada a un niño o niña de más de un año (Imagen IX).
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No obstante, este es uno de los tantos proyectos que existen en torno a la lactancia. A finales del 2015 la fotógrafa Ivette Ivens publicó un libro de fotografías titulado Breastfeeding Goddesses con la intención de normalizar la lactancia materna y demostrar que ésta era algo natural. Para ello, no solo elegía sus referentes –mujeres-madre dando el pecho a sus hijos/as de distintas edades–, sino que los ubicaba en lugares estratégicos de la naturaleza (Imágenes X y XI).[10]
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La elección de los colores genera una interesante y significativa divergencia con respecto a la serie anteriormente mencionada. Significativa por cuanto realmente opera como herramienta retórico-semiótica de representación. El uso del blanco y negro en el caso de la serie de Stacie Turner nos conecta con esos claroscuros que la lactancia conlleva, con esas contradicciones que muchas mujeres dicen experimentar entre el gozo y la desesperación, la alegría por nutrir y el llanto por no poder descansar. En cambio, la explosión de colores del proyecto de Ivens nos habla única y exclusivamente de la luminosidad de dicho período. Y es que, como ella misma se encarga de señalar en la breve presentación que acompaña la edición en papel,
Breastfeeding can be messy, uncomfortable, and even painful at times, but the mother’s inner consciousness tells another story. The images in this book depict the way each woman feels while nursing: pure, beautiful, saintly, celestial[11]. She is a beauty in an ancient mural. A powerful miracle in the snow. A golden ray on the shore. A Breastfeeding Goddess (Ivens, 2015).
La estampa casi idílica que muchas de sus imágenes presentan, así como esta referencia a la naturaleza santa y hasta celestial del amamantamiento nos vuelve a colocar en el lugar de lo metafórico. De hecho, pienso que la mención a la “conciencia interior” de muchas mujeres que dan el pecho a sus bebés e hijos/as no es más que una forma de reafirmar, desde el discurso escrito, esta idea del poder simbólico de la lactancia como relato productor de nuevos modelos de mujer y de nuevas formas de vinculación basadas en principios menos violentos, más empáticos y simbióticos. Y digo “simbólico”, pero quizá lo más correcto sería decir “semiótico”, no solo porque se encuadra dentro de un sistema de codificación muy concreto –dentro del cual la fotografía como medio de expresión se revela como la herramienta perfecta de transmisión–, sino, sobre todo, porque sus modos de representación se mueven en la esfera de lo corporal y de lo pulsional. Ya lo decía Julia Kristeva: “[…] leche y lágrimas tienen algo en común: ser metáforas del no lenguaje, de una ‘semiótica’ que la comunicación lingüística no oculta” (2004: 221).
Y no la oculta porque es precisamente en el cuerpo donde muchos sujetos encuentran el punto de sutura perfecto para sus identidades sociales. Por punto de sutura me refiero a que es en el cuerpo, y más todavía en el cuerpo lactante y en lo que éste implica –una redefinición de la sexualidad de la mujer basada en la experiencia del goce del amor (Llopis 2015), por ejemplo– donde las mujeres-madres encuentran el espacio óptimo no solo para reivindicarse en tanto que sujetos/as, sino para encontrar su identidad personal y sentirse seguras en el afuera.
Por eso la insistencia de Ivette Ivens en mostrar a mujeres desnudas o semi-desnudas como imágenes de su proyecto. Más allá de que con ello quiera seguir cimentando el discurso de la naturalidad de dar el pecho, el montaje interior y exterior de las fotografías nos habla claramente de la proyección de un modelo de mundo en el que la mujer es una diosa de la naturaleza. Algo así como una Venus de Willendorf contemporánea, con todos los significados que esta figura del Paleolítico Superior arrastra: abundancia, fertilidad, circularidad, plenitud, matriarcado, etc. Nada que ver, en un principio, con esa “experiencia de lo real” que movía el proyecto de Stacie Turner.
Y sin embargo, en la grieta que se abre en la superficialidad de una primera mirada es donde podemos empezar a vislumbrar aquellos puntos en común entre una y otra propuesta, y entre estas y otras muchas que vienen circulando por las redes desde hace unos cuantos años. Porque, ciertamente, entre “Breastfeeding in Real Life” y “Breastfeeding Goddesses” nos encontramos con el contraste ya en el nivel de los títulos, pero lo cierto es que ambas series mantienen un vínculo muy potente con lo que podríamos llamar “el texto principal”, esto es, el relato social del amamantamiento. Su intertextualidad consiste en ubicar en el título la palabra “breastfeeding”, y llevar su repetición más allá de la simple reproducción de los modelos de mundo que ésta convoca.
En páginas anteriores hemos tenido oportunidad de ver uno de los más problemáticos, por cuanto se inscribe en un modelo de mundo mucho más general en el que la mujer no es más que el objeto sexual de la mirada del otro/a. Por medio de una sinécdoque del tipo pars pro toto, la mujer-madre es reducida a un simple fragmento de sí misma, despedazada, objetualizada en ese pequeño elemento de su cuerpo que suscita el deseo en el otro/a.
Según este modelo de mundo, entonces, el significante “pecho femenino” no es más que punto erógeno de placer, por lo que su visión incomoda, molesta y se quiere tapar. Son muchos los ejemplos que se pueden aportar de este relato: hace apenas unos meses, el colectivo Trollstation[12] realizó un experimento sociológico en el metro de Londres en el que una madre amamantando a su bebé era violentamente increpada por un hombre que viaja a su lado. Los argumentos que éste usaba –“me siento un poco incómodo de que hagas esto enfrente de mí”– evidencian la culpabilización de la mujer, en este caso de una mujer-madre lactante, ante la sociedad. Es decir, según este modelo de mundo, ella es la responsable de la violencia ejercida sobre ella y su cuerpo porque ella “la provoca” con sus gestos, con sus actitudes y con su cuerpo entero.
Ante este tipo de relato también reaccionan –contra-argumentándolas– las series hasta aquí mencionadas, pero otros proyectos fotográficos son, quizá, mucho más explícitos a la hora de generar nuevos modelos de mundo que vengan a rebatir los impuestos por este tipo de discursos. Tal es el caso de Jade Beall, quien no duda en focalizar sus fotografías sobre lactancia materna en los pechos femeninos y en re-escribir sobre y alrededor de ellos una historia diferente (Imágenes XII y XIII):[13]
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Lo que ambas imágenes convocan ya no es la historia de unos pechos cuya visión genera placer, sino la de unos pechos cuya succión los transforma en fuente de vida, en alimento y en nutrición, en el sentido amplio de este concepto. Si recordamos aquí la campaña publicitaria “When Nurture calls”, entendemos mejor que lo que se defiende en estos contextos de focalización sobre el tropo “pecho femenino” es, más bien, una continuidad, una conexión, una participación e interrelación entre la mujer y su hijo/a. Según esta mirada, los pechos, con la secreción de leche, alimentan y además, y sobre todo, crían, ayudan en la configuración de la personalidad del/a futuro/a adulto/a. Por eso mismo, en estas imágenes ellos son los únicos protagonistas, junto con el bebé que se nutre y se relaciona con su madre a través de su contacto.
Llama poderosamente la atención que ningún rostro los acompañe, como sí pasa en otras ocasiones donde la mirada de la mujer-madre enfrenta el objetivo mientras muestra sin pudor su cuerpo desnudo piel a piel con su hijo/a. Una fotografía emblemática de esto es la que se muestra a continuación (Imagen XIV):
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En ella, siete mujeres-madres posan desnudas sosteniendo en brazos a niños/as de distintas edades. Algunas miran directamente al objetivo, una mira de soslayo a sus compañeras y las otras concentran su mirada en sus hijos/as. La variedad física de los cuerpos, con distintas tonalidades de piel, así como el detalle de ciertos gestos como el de esos niños/as que agarran los pezones de sus mujeres-madres sentadas en la primera fila, posibilitan la aparición de nuevos “afeptos” que vienen una vez más a impugnar ciertos discursos en torno al relato del amamantamiento.
Uno de ellos es el que cuestiona la lactancia materna prolongada, es decir, cuando se da el pecho pasado el año de vida del/a hijo/a. En este caso, las mujeres-madres aparecen en su gran mayoría desnudas amamantando a sus bebés o niños/as, y lo hacen sonriendo, mirando sin pudores a la cámara que las retrata o buscando el contacto visual con su hijo/a. Esta claridad en la exposición corporal de mujer y niño/a proyecta un modelo de mundo muy concreto en el que el cuerpo no solo es herramienta transaccional entre un ser y otro, sino territorio contaminante y contaminador de las individualidades: “[l]a ‘fusión con’ crearía ‘con-fusión’” (Ausona Bieto; en López et al. 2013: 61). Y es precisamente esta con-fusión lo que da lugar a la proyección de dos modelos de mundo contrapuestos, cada uno de ellos coherente en sí mismo e incompatible con el otro.
De un lado, está el que, deudor de ciertos paradigmas psicologizantes, patologizan la simbiosis madre-hijo y ante imágenes como la que aquí presento, hablan de pornografía y gratuidad. En este tipo de discursos abundan silogismos del tipo: “la relación madre-hijo está viciada” por el contacto prolongado de sus cuerpos, el intercambio constante de fluidos (en especial, de la leche materna, pero también de la saliva del niño/a) y la contaminación psíquica de ambos. Además, el cuerpo de la madre deviene ab-yecto, puesto que genera ambigüedad e impureza.
En el polo opuesto, proyectos como el de Jade Beall e Ivette Ivens nos hablan de todo lo contrario. Por medio de la exposición abierta y sin pudores del cuerpo de la mujer-madre y del niño en simbiosis retroalimenticia, ambas propuestas defienden el vínculo corporal como instancia productora de adultos/as más seguros/as de sí mismos/as, más independientes, más autónomos/as. Ello pasa, además, por la libertad de elección de estas mujeres que escogen vivenciar su maternidad al margen o, mejor, a contra-corriente del discurso anterior, mucho más afianzado desde el punto de vista hegemónico y, por lo tanto, mucho más naturalizado.
Lo interesante, en este sentido, es darse cuenta de que ambas propuestas parten de un mismo lugar: el deseo de afianzar y consolidar la construcción autónoma de un individuo desde la lectura y contra-lectura del lenguaje corporal femenino. Aquí es conveniente hablar de mujeres-madres con cuerpos sexuados, no solo porque como muchas de ellas defienden “[…] el parto y la lactancia son partes de la vida sexual de una mujer” (García Perulero, 2016), sino porque como acabamos de ver, todo proceso constructor de una identidad atraviesa, lo quiera o no, los cuerpos, y los transforma.
A modo de conclusión
No se puede decir cómo tiene que ser la maternidad, ni cómo tiene que ser una mujer
María Llopis
La dimensión corporal de la lactancia materna es ineludible, como lo es también la redefinición de la sexualidad de los cuerpos lactantes. Podemos asumir su práctica incluso como una acción de sabotaje frente a los múltiples y variados discursos que en torno a ella circulan en las sociedades occidentales, porque son muchas las cuestiones que se ponen en juego como para relegarla a un lugar secundario o desprestigiarla. Decir, por ejemplo, que dar el pecho en público es obsceno, no solo presupone una lectura del cuerpo de la mujer-madre con base en el deseo del/a otro/a que la observa y la cosifica, sino que nos obliga a un replanteo de ese lugar otro desde el que se mira a estas mujeres-madre y se las etiqueta.
La elección de la fotografía y la interpretación de la misma en clave de dispositivo productor de discursos y de sujetos ha sido, en este sentido, estratégica, puesto que, en primer lugar, me ha permitido poner en imágenes algunos de los modelos de mundo que se generan en los discursos relacionados con el amamantamiento/lactancia. En segundo lugar, analizar cómo estos modelos de mundo se construyen a partir de modos retórico-semióticos de representación tales como la simbiosis naturaleza-cuerpo femenino-cuerpo lactante o la focalización en el pecho lactante o inclusión de múltiples rostros y formas de amamantar-lactar. En tercer lugar, consolidar el carácter contra-hegemónico de estos modelos de mundo en relación a otros que acompañan el relato de la lactancia materna.
El hecho de que estos últimos se construyan alrededor del significante cuerpo es lo que me ha llevado también a poner todo el punto de mira en esta cuestión, presuponiendo de antemano que las subjetividades que se articulan en torno a la dinámica mujer-madre encuentran en el cuerpo una suerte de territorialidad desde la cual no solo sabotear viejos modelos de mundo –el pecho femenino como objeto estético y/o sexual de la mirada masculina (Massó Guijarro, 2013b: 195)–, sino también, y sobre todo, como lugar de encuentro con la identidad personal y colectiva.
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[1]Las cursivas son propias.
[2] De fructífera vida, si atendemos a la proliferación de lactivistas en las redes sociales. La más conocida quizá sea la Dra. Ibone Olza, autora de Lactivista (2013), una obra de recopilación de sus distintos trabajos en torno a la lactancia materna. No obstante, no es la única. Para un panorama general del término y su uso pueden consultarse las siguientes blogueras declaradas lactivistas: Ileana Medina (www.tenemostetas.com), Nohemí Hervada (www.mimosyteta.com), Eloísa López (www.unamaternidaddiferente.com) o Louma Sader (www.amormaternal.com).
[3] Quizá por ello en otro trabajo habla de “(…) persona lactante, madre lactante o simplemente lactante, en sustitución de ‘mujer lactante’, para minimizar al máximo las atribuciones tradicionales de género” (Massó Gujarro 2013b: 193).
[4] Las cursivas son propias.
[5] Los recientes acontecimientos vividos en Argentina, con la asunción de Mauricio Macri a la presidencia, y en Brasil, con el impeachment que obligó a la entonces presidenta Dilma Rousseff a abandonar el cargo, auguran un viraje hacia formas neoliberales de comprensión de la política, la sociedad, la cultura, la economía, las subjetividades y las corporalidades.
[6] Las cursivas son propias.
[7] Todas ellas fueron extraídas del blog BabyCenter: http://blogs.babycenter.com/mom_stories/10072013-must-see-photos-breastfeeding-in-real-life/, consultado el día 15/03/2016.
[8] Se podrían citar todas y no terminaríamos nunca: desde el Método Canguro basado en el Paradigma Original para atender a los bebés, del pediatra y neonatólogo Nils Bergman (https://www.youtube.com/watch?v=hDOpnCPoBg0, 2002), hasta el concepto de continuum reivindicado por la antropóloga Jean Liedloff (2009), pasando por la teoría del apego del psicoanalista inglés John Bowlby (1982), todas ellas tienen como finalidad naturalizar esta idea de que dar el pecho es mucho más que dar alimento, es también dar seguridad, autoestima, fortaleza emocional al/la bebé, futuro/a niño/a, adulto/a. Otras fuentes de interés son González, 2009; Jové, 2007 y Odent, 2011.
[9] Se trata de un neologismo que está cobrando fuerza entre todas aquellas personas que abogan por un cambio de paradigma en la crianza y educación de sus hijos e hijas. Se genera por oposición al concepto de “malcriar”, por lo que todos los valores asociados a ella responden negativamente a lo que se entiende por malcriar a un niño o niña. En palabras del pediatra español Carlos González: “… las personas deben comprender que malcriar es criar mal. Malcriar no es cogerle mucho en brazos, estar mucho con él o cantarle muchas canciones. Malcriar es no hacerle caso, abandonarle…” (en http://www.amormaternal.com/2012/12/carlos-gonzalez-pediatra-crianza-natural-entrevista-llanto-limites-malcriadez-brazos-portabebes.html). En sintonía con este concepto, hace unos años se viene defendiendo también la expresión “crianza feliz”, descrita por una de sus principales defensoras en los siguientes términos: “[l]a crianza feliz es una forma de crianza que tiene en cuenta en todo momento las necesidades del niño –no sólo físicas, sino también emocionales-, entendiendo que estas necesidades deben ser atendidas, de forma que respete al bebé como persona que es” (Jové 2011: 24).
[10] En este caso, la fuente consultada ha sido el blog http://mashable.com/2015/06/17/breastfeeding-goddesses/#s932PUYJOSqQ
[11] Las cursivas son propias.
[12] El mismo se puede observar en el blog www.bebésymás.com: http://www.bebesymas.com/lactancia/un-experimento-revela-la-reaccion-de-los-pasajeros-del-metro-ante-una-madre-que-amamanta-en-publico
[13] Todas estas y las que vendrán han sido extraídas del blog anteriormente mencionado, esta vez de la entrada: http://www.bebesymas.com/lactancia/las-mas-preciosas-fotos-de-lactancia-para-celebrar-la-semana-mundial-de-la-lactancia-materna.