EL MACHO
GUAYACO: DE LA CALLE A LAS FIGURAS MEDIÁTICAS. UNA PRIMERA MIRADA
Eduardo
Muñoa Fernández 1
Estefanía
Luzuriaga Uribe 2
1 Universidad
Casa Grande, Ecuador. Correo electrónico: emunoa@casagrande.edu.ec
2 Universidad
Casa Grande, Ecuador. Correo electrónico: eluzuriaga@casagrande.edu.ec
Resumen
El
trabajo muestra los resultados parciales de una investigación destinada a
estudiar la relación entre los adultos emergentes de la ciudad de Guayaquil,
Ecuador y su percepción de los estereotipos de masculinidad. Parte de
caracterizaciones teóricas sobre identidad cultural, estereotipos de
masculinidad, masculinidad hegemónica y por último una definición del adulto
emergente. Se describe la metodología del estudio exploratorio basado en el uso
de un cuestionario estructurado en cuatro secciones. Analiza los resultados de
este instrumento para establecer conclusiones preliminares acerca de los
estereotipos de masculinidad percibidos y clasificados como decadentes, dominantes o emergentes.
También se analiza el peso de los patrones de la masculinidad hegemónica en la
construcción de las representaciones identitarias del hombre guayaquileño y los
estereotipos que lo representan. Se termina concluyendo en este análisis que el
modelo de masculinidad hegemónica es esencial en la construcción de los
imaginarios sobre la masculinidad guayaquileña (centrando las conclusiones en la
prevalencia de los estereotipos, la sujeción de la percepción al modelo
hegemónico y la naturaleza de receptores y emisores de la masculinidad) y
cierra con las interrogantes que estas conclusiones plantean a los trabajos de
continuidad de esta investigación.
Palabras clave: masculinidad, estereotipos, identidad,
adulto emergente.
Abstract
This paper offers the partial results of an
investigation aimed at studying the relationship between the emerging adults of
the city of Guayaquil, Ecuador and their perception of masculinity stereotypes.
The investigation is based on theoretical definitions of cultural identity,
stereotypes of masculinity, hegemonic masculinity and finally a definition of
the emergent adult. We describe the exploratory study based on the use of a
questionnaire structured in four sections. The paper analyzes the results and
establishes some preliminary conclusions about male stereotypes perceived and
classified as decadent, dominant or emerging. It also analyzes the weight of
the patterns of hegemonic masculinity in the construction of the identity
representations of the Guayaquil man and the stereotypes that represent him.
Finally, the conclusion show that the model of hegemonic masculinity is
essential in the construction of the imaginary about Guayaquil masculinity
(focusing on the prevalence of stereotypes, the dependence of perception to the
hegemonic model and the nature of receptors and emitters of masculinity) and
the paper closes with the questions that these conclusions pose to future work.
Keywords: masculinity,
stereotypes, identity, emerging adult.
Recibido en 31/03/2017
Aceptado en 21/07/2017
Introducción
Al
aceptar que la cultura es el conjunto de modos de vida, costumbres y
conocimientos en una época o grupo social, tal como propone la definición
semántica de la Real Academia de la Lengua Española (2017), se abre la
posibilidad de incluir los estereotipos de masculinidad dentro de los
componentes culturales identificables y, por lo tanto, susceptibles de estudio.
El presente trabajo resume resultados de las dos primeras etapas de una
investigación destinada a estudiar la percepción de los estereotipos de
masculinidad por parte de los adultos emergentes de la ciudad de Guayaquil,
Ecuador.
La población de adultos emergentes de la ciudad de Guayaquil
representa, según las cifras establecidas por el Instituto Nacional de
Estadísticas y Censos (INEC) en el último censo de población y vivienda (2010),
el 7.2% de la población total. Este sector de la población se inserta como
actores dinámicos en el contexto sociocultural de la ciudad. Se concede
particular importancia al estudio de los constructos sobre el género,
específicamente la masculinidad, si se toma en cuenta la importancia que
confiere dicho contexto a las posibles (y diversas) construcciones sobre la
masculinidad, más el hecho de que el grupo poblacional al que refiere el
estudio se encuentra inmerso en el proceso de construcción de la identidad
individual y colectiva, desde la cual se insertarán en la sociedad.
Asimismo este grupo es uno de los que posee mayor índice de
acceso a los discursos mediáticos, lo que plantea la necesidad de analizar
cuáles son los estereotipos de masculinidad a los que están expuestos y con
cuáles se identifican. Una vez determinados y clasificados estos estereotipos,
el interés se centra en cómo el grupo de estudio los asocia a figuras
mediáticas, así como la presencia de estos estereotipos en el discurso de tres
productos mediáticos de amplio consumo escogidos como objeto de estudio.
Para los efectos de la investigación
que se reseña en este texto, es importante comenzar por definir la masculinidad
pues este concepto resulta central. En primera instancia puede entenderse como
el conjunto de los discursos (performativos o no) que implican culturalmente el
“ser hombre” o, en una definición más flexible, el “ser masculino”. Entonces,
acercarse al discurso con el propósito de comprenderlo, establecería un primer acercamiento
a la idea de masculinidad. “Los límites del análisis discursivo del género
aceptan las posibilidades de configuraciones imaginables y realizables del
género dentro de la cultura y las hacen suyas” (Butler, 2007:58).
Como cualquier elemento cuya
definición es dependiente de un discurso, toda aproximación a la masculinidad
tendrá un carácter esencialmente subjetivo que es estructurado “alrededor de la
idea de que ser varón es poseer una
masculinidad racional autosuficiente y defensiva-controladora que se define en
contra y a costa del otro/a[1]
dentro de una jerarquía masculina y con la mujer como sujeto en menos” (Bonino, 2000:47).
De acuerdo a lo planteado, la
masculinidad o los imaginarios asociados a ella se basan esencialmente en un
sistema binario donde el “ser masculino” configura un patrón conductual que
reafirma la posesión de los rasgos de lo que podríamos denominar “masculinidad
cultural”, que somete (o incluso niega) la feminidad o masculinidades al margen
de este discurso. Los estereotipos, en tanto simplificaciones discursivas socialmente
aceptadas y sus expresiones de visibilidad serían un conducto idóneo para acercarse
al estudio de la masculinidad.
Según la definición de la Real
Academia de la Lengua Española (RAE) el estereotipo consiste en una imagen
estructurada y aceptada por la mayoría de las personas como representativa de
un determinado colectivo. En torno a esta definición se acepta la presencia de
estereotipos relacionados a componentes tan diversos como la etnia, la clase social
o el género. González (1999) quien cita a Mackie (1973) se refiere a los
estereotipos como creencias populares sobre los atributos que caracterizan a un
grupo social y sobre los que se establece un modo de acuerdo básico.
Posteriormente Durán y Cabecinhas (2014) citan a Myers (2001) y mencionan al
conjunto de expectativas y creencias que se tienen acerca de un grupo o
categorías de personas. Podemos entender entonces que ajustarse a los
estereotipos prefijados hace que el individuo sea entendido y “ordenado” dentro
de alguna de las posibles clasificaciones de género al uso y que son expresadas
en el discurso o en su comportamiento. Esta premisa afecta de manera directa la
concepción de masculinidad (o estereotipos de masculinidad) que son objeto de
estudio de esta investigación.
La masculinidad, o las
masculinidades, son generalmente definidas desde concepciones que se
estructuran a partir del sexo como elemento matriz. Camacho (2005), citado por
Chávez (2012) se refiere a la masculinidad como significados de orden social y
añade que son dinámicos y se construyen de acuerdo a las necesidades y las
interacciones de unos individuos con otros. Por otra parte Lomas (2013) cita a
Courtenay (2000) para referir que las personas no son “víctimas” de lo prescrito
socialmente sino agentes activos en la construcción del género. Asimismo “la
imagen de un orden de género sistemático y uniforme perderá validez empírica en
los años venideros” (Parrini, 2013:66). Los planteamientos antes
mencionados dejan en claro que es imposible hablar de masculinidad en singular, pues no sólo se trata de constructos diversos
sino también susceptibles de renovación y con la posibilidad perenne de
aparición de nuevas formas.
Entonces, cada grupo social
construye su idea y consecuentemente sus estereotipos de masculinidad. En todo
caso se trata de un campo de variaciones que agrupan diferentes elementos
identitarios, por lo que se hace más consistente hablar de masculinidades,
remarcando la pluralidad de los constructos en juego. Este precedente nos
permite inferir la existencia de estereotipos de masculinidad clasificables en
tres categorías funcionales, de acuerdo a su permanencia y frecuencia en los
imaginarios colectivos. Esta clasificación, creada para esta investigación,
agrupa los estereotipos en dominantes,
decadentes o emergentes y será explicada posteriormente en el acápite dedicado a
la metodología.
Es posible considerar que se podrán
encontrar estereotipos asociables a los diferentes modelos de masculinidades
presentes en el discurso social del grupo estudiado. Kimmel (1997) señala que
pese a esta diversidad de masculinidades, hay un elemento en común para evaluar
todas las posibles formas de la masculinidad: la definición cultural de
“hombría”. Entonces podemos inferir que en la medida que se acerque o aleje el
estereotipo a este modelo cultural de “ser hombre” será aceptado o rechazado.
Como resultado de estas tensiones aceptación-rechazo podríamos llegar a encontrar
estereotipos aceptados como “naturales” y otros que son marcados por el rechazo
o incluso la estigmatización.
La sociedad contemporánea se proyecta
desde relatos de diversa índole que buscan representar los constructos
simbólicos que le confieren sentido a las representaciones de sus prácticas
culturales. La trascendencia de estos relatos está profundamente vinculada a
los medios de comunicación. Éstos se encargan de construir una reescritura de
la identidad colectiva, que luego validan al hacer circular estos relatos
mediáticos, al punto de lograr que los receptores se reconozcan (e
identifiquen) con una proyección manipulada de sí mismos.
En consecuencia si entendemos la identidad como una
construcción –relato- en gran parte elaborada por los medios de comunicación
“uno-medio masivo-otro”; esta, en tanto construcción mental del receptor, es
múltiple, ya que no es otra cosa que una posible interpretación de un texto.
Y, llevando al límite el planteamiento, si hay tantas interpretaciones como
textos y lectores; debe haber, así mismo, tantas identidades como
“otros-intérpretes” (1) (González, 1997:79).
Se parte del supuesto que los relatos son reescritos,
reproducidos, y validados desde estructuras profundamente vinculadas a los
grupos de dominio hegemónico y que por lo general el vehículo para los
constructos simbólicos planteados por los relatos mediáticos es la manipulación
de los estereotipos sobre el género, la etnia o la clase social. Son entonces
estas mismas estructuras de poder las que difunden, de forma intencional o no,
estos estereotipos; dado su control sobre los medios, plataformas y estrategias
de comunicación.
En general, los estereotipos presentan creencias
inconscientes, compartidas por la sociedad, que ocultan los juicios de valor
que emiten. Se convierten en las formas “lógicas” y “normales” de pensar, de
hablar, de hacer chistes. Se transforman en lo más natural. Sugieren tanto lo
que un determinado grupo es, como lo que debe ser. En el uso cotidiano apenas
se reconoce su uso y mucho menos se cuestionan los juicios de valor que se
emiten. Lo que se pone en juego aquí, entonces, es cómo un grupo juzga a otros
grupos. Cómo se evalúan aspectos particulares, conductas, costumbres. Por otro
lado, la credibilidad y el uso colectivo refuerzan su persistencia (Gamarnik, 2009:2).
Por otra parte, los estereotipos masculinos se asocian
frecuentemente a imaginarios socioculturales que pretenden asociar la idea de
éxito social con las construcciones de género. En
el caso del género masculino, con lo que se denomina masculinidad hegemónica.
Establecer un concepto de masculinidad hegemónica implica la revisión que, desde
perspectivas a veces muy disímiles, se acercan a definir los mecanismos de
relación entre los conceptos de hombre-masculino y poder.
La masculinidad hegemónica se puede definir como la
configuración de práctica genérica que encarna la respuesta corrientemente
aceptada al problema de la legitimidad del patriarcado, la que garantiza (o se
toma para garantizar) la posición dominante de los hombres y la subordinación
de las mujeres (Connell, 1997:39).
El investigador chileno Sebastián Madrid, propone
profundizar la relación conceptual entre poder y masculinidad hegemónica:
En la literatura se destacan diversas dimensiones en
las cuales hay un vínculo entre estos dos conceptos. Por un lado, ambos se
basan en un análisis relacional que enfatiza las relaciones sociales entre
clase dominante y subalterna, y entre masculinidad hegemónica, feminidades y
masculinidades no hegemónicas. Este análisis es de carácter histórico, y se
pregunta por el conjunto de la estructura social, y donde el foco está, no sólo
en la dominación, sino también en la explotación y opresión (Madrid, 2016: 374).
Kimmel (1997) plantea la posibilidad de que la
masculinidad vigente en el mercado, por lo que puede ser considerada hegemónica,
viene del modelo de masculinidad norteamericana: blancos, clase media y, por
supuesto, heterosexuales, que terminan convirtiéndose en un referente
aspiracional.
Por su parte Viveros (2007) refiere
que las autoras enmarcadas dentro del “feminismo de color” y otras tendencias
del feminismo marxista enfatizan la interconexión entre diferencias de género
con las relaciones de poder que se basan en la etnicidad, clase social,
nacionalidad, identidades racializadas y orientaciones sexuales.
Podemos entender de esto que la
masculinidad hegemónica se centra a definir como “masculino” a aquel individuo
que ajusta su comportamiento social, su performance,
a las normas y patrones que esta idea de masculinidad preestablece:
Este
patrón del deber ser de los hombres se ha impuesto sobre otros, transformándose
en dominante, «hegemónico». Su observancia produce tensiones, frustraciones y
dolor en muchos hombres y mujeres, porque no corresponde a su realidad
cotidiana ni a sus inquietudes e intereses (Olavarría,
2003: 96).
Entonces, el ser parte de este discurso garantiza el
disfrute de los “privilegios” inherentes al “ser machos”, aunque no siempre la
posesión de estos privilegios implique que los individuos disfruten la
pertenencia, como se podría suponer. En contrapunto con lo antes planteado,
este ideal de lo masculino es repetido, manipulado y reproducido a escala en
los discursos mediáticos.
Por parte de los medios es
importante considerar a las audiencias potenciales de los discursos. El estudio
que se recoge parcialmente en este trabajo centra su atención en el segmento de
audiencia conformado por los adultos emergentes de la ciudad de Guayaquil,
Ecuador. El concepto de adultez emergente fue enunciado por J.J. Arnett en 2004
para definir el período de transición desde el final de la adolescencia hasta
la consolidación de la condición de adulto joven, en un proceso que reafirma la
individualidad, y que por lo general puede ubicarse en el rango etario de los
18 a los 29 años.
Arnett (2008), quien cita a Hogan y
Astone (1986), refiere la transición a la adultez como el inicio o asunción de
roles que se consideran parte de la misma, como el trabajo de tiempo completo,
el matrimonio o la paternidad. En todos los casos se habla de la adultez
emergente como un período de refuerzo de la identidad y la individualidad: “(…)
destacan la importancia de aprender a ser autónomo como persona autosuficiente
sin depender de nadie” (Arnett, 2008: 17).
De acuerdo a los datos aportados por
el INEC, los adultos emergentes constituyen aproximadamente el 7.5% de la
población local y se le considera entre los grupos de crecimiento probable más
sostenido. Este sector de la población se inserta como actores dinámicos en el
contexto sociocultural de la ciudad. De ahí que sea importante analizar cuáles
son los estereotipos de masculinidad a que están expuestos y con cuáles se
identifican, tomando en cuenta la importancia que confiere dicho contexto a las
posibles (y diversas) construcciones sobre la masculinidad y el hecho que el
grupo poblacional al que refiere el estudio es uno de los que posee mayor
índice de acceso a los discursos mediáticos.
Metodología
Se realizó un estudio exploratorio con el objetivo de
recabar información no disponible sobre los
estereotipos de masculinidad reconocidos por los adultos emergentes en la
ciudad de Guayaquil. En este mismo instrumento se realizó un primer sondeo
sobre la medida en que el grupo objetivo consideraba a ciertas figuras mediáticas
como representativos de la “masculinidad guayaquileña”. En un segundo
instrumento se buscó analizar la presencia de estos estereotipos en el discurso
de ciertos productos mediáticos.
La
siguiente tabla resume el diseño de investigación:
El primer paso de la investigación fue realizar tres
grupos focales que permitieron determinar los estereotipos de masculinidad
guayaquileña que debían ser usados como objeto de estudio. A estos estereotipos
se les dio una denominación para identificarlos en el cuestionario y discusión
de resultados.
El objetivo de este cuestionario es
determinar los estereotipos de masculinidad presentes en los imaginarios de la
población de estudio y obtener los insumos necesarios para la elaboración de
las guías para grupos focales con los que se contrastará y complementará la
información recogida en las siguientes fases del estudio. Teniendo en cuenta la
información proporcionada por el Censo de Población y Vivienda, la población
guayaquileña de adultos emergentes de ambos sexos es 176,938, se establecen los
parámetros en: 95% de nivel de confianza y un porcentaje de 50%. Se obtuvo una
muestra de 387 respuestas al cuestionario, de tal modo se fija el intervalo de
confianza en 4.98, por lo que se espera que la muestra describa con un 95.02%
de precisión la respuesta de la población.
Los ítems del cuestionario se
dividen en dos secciones principales, que buscan identificar rasgos generales
de los encuestados y sus percepciones sobre los estereotipos de masculinidad
guayaquileña.
Sección demográfica: Consta de
cuatro preguntas. Los puntos de interés de esta sección se concentran en la
edad y el sexo del sujeto; ocupación, estableciendo el centro de interés en el
grado de autonomía o dependencia financiera. Las preguntas siguientes buscan
evaluar la autopercepción con respecto a la conducta sexual y la proyección del
género. Se solicita que la persona se ubique en las tres categorías clásicas de
conducta sexual, para terminar evaluando cómo es su proyección personal en
cuanto a las asignaciones de género de acuerdo al sexo biológico.
Evaluación de la percepción de los
estereotipos: La sección segunda del cuestionario consta de tres preguntas y el
objetivo es evaluar las percepciones de la población objeto de estudio sobre
los estereotipos de masculinidad. La primera pregunta está basada en la técnica
del escalamiento tipo Lickert. “Consiste en un conjunto de ítems presentados en
forma de afirmaciones o juicios, ante los cuales se pide la reacción de los
participantes. (…) Las afirmaciones califican al objeto de actitud que se está
evaluando” (Hernández Sampieri, Fernández Collado y Baptista Lucio, 2010: 245).
Al considerar como objeto de actitud
a los constructos mentales, intelectuales o simbólicos, el uso de los
principios funcionales de la escala de Lickert permitirá evaluar las
percepciones que presenta el grupo de estudio sobre los estereotipos de
masculinidad, y realizar una clasificación básica en dominantes, decadentes o emergentes. Los criterios para esta
clasificación se explican en la Tabla 2.
La siguiente es una pregunta abierta en la que se pide
a los participantes señalar seis palabras que identifiquen el modelo del hombre
guayaquileño. El propósito de esta pregunta es obtener, desde el punto de vista
cualitativo, las definiciones semánticas vinculadas por el grupo de estudio a
sus constructos e imaginarios sobre la masculinidad. En lo cuantitativo se
analizará la frecuencia de repetición de los valores semánticos más repetidos.
La última de las preguntas establece
un contraste complementario con la anterior. Se muestran a los participantes
fotos de figuras públicas, de áreas como medios de comunicación, deportes,
música y política. Para seleccionar dichas figuras públicas se tomaron en
cuenta los siguientes criterios:
1. Presencia en el
discurso mediático por más de cinco años.
2. Referencia y/o
presencia durante ese período en al menos dos medios de comunicación de forma
simultánea o cuasi simultánea.
3. Exposición
mediática a intervalos no mayores de seis meses entre una y otra,
indistintamente del o de los medios en que se presentara.
Una vez seleccionados los 24 sujetos
de referencia se pide a los participantes evaluar en qué medida consideran que
representan la imagen del hombre guayaquileño, evaluando en cuatro categorías:
mucho, poco, nada o no conozco. La frecuencia de repetición de los valores de
esta pregunta permitió establecer correlación entre las frecuencias de
evaluación de las figuras públicas, basados en su proyección mediática, con las
palabras citadas por los sujetos para definir el modelo de masculinidad
guayaquileña.
Esta información será usada para realizar
un estudio comparado de análisis de contenido/recepción de cuatro productos de
alto consumo de la televisión nacional, ambos producidos en la ciudad de
Ecuador: dos series de ficción (La Trinity, Cuatro cuartos) y dos programa de
tele realidad (Baila la noche, Combate). En el análisis de los contenidos se
buscará definir: los estereotipos de masculinidad presentes, los recursos
lingüísticos y simbólicos a los que se les asocia, así como la proyección
social de estos estereotipos. Posteriormente se realizará un estudio de
recepción para estudiar las percepciones de los estereotipos de masculinidad
por parte de los adultos emergentes, ya que este trabajo reseña parcialmente
los resultados de la investigación que se circunscriben al análisis de los
resultados correspondientes al primer objetivo de investigación general (véase la
Tabla 1).
Análisis de resultados
La evaluación de los estereotipos, uno de los temas
centrales del estudio, arrojó como resultado la percepción de los mismos como emergentes,
dominantes y decadentes. La Tabla 3 expone de manera numérica
estos resultados.
Como se puede
apreciar, los estereotipos considerados como dominantes se destacan por
su particular arraigo con los imaginarios relacionados con la concepción más
popular de la masculinidad. En todos los casos se trata de proyecciones
significantes vinculadas a la idea de “hombre”. Siguiendo la idea propuesta por
Butler (2007) de que las identidades del género se construyen desde cualidades
binarias y son proyectadas desde lo performativo podemos considerar que estos
estereotipos dominantes se constituyen
como expresión del “ser hombre” o “ser masculino” en oposición a lo
tradicionalmente entendido como componentes de la feminidad. Esto explica que
estas performances se encuentren
extendidas en todos los grupos sociales y niveles socioeconómicos. En la mayoría
de los casos se les identifica con los niveles sociales bajo, medio bajo o
medio como formas de expresión propias de su cultura. En grupos sociales de
nivel socio económico medio alto a alto, a los que podría suponerse con mayor
nivel educacional de acuerdo a los datos recabados, el performance relacionado a estos estereotipos es asumido como un
modo de reafirmar la masculinidad.
Por otra parte, los estereotipos
reconocidos como decadentes están claramente vinculados a conductas
sociales consideradas moralmente reprobables, como es el caso del “maltratador”,
denominación popular para nombrar a los individuos que llegan a ejercer
violencia física o emocional sobre la mujer. Asimismo,
se los vincula a formas de performances
sociales que representan tribus urbanas cuya visibilidad resultó pasajera (emo/rockeros) o a grupos que no
representan modos tradicionales de masculinidad (nerd o intelectuales), aunque estas dos últimas establecen ciertos
cuestionamientos sobre el carácter de la percepción social de estos
estereotipos.
En el extremo opuesto de la
categorización los estereotipos emergentes podrían agruparse dos
categorías. Algunos están relacionados con el modelo de masculinidad
hegemónica, como el metrosexual o el aniñado (término usado en Ecuador para
denominar a la clase media alta/alta). Como se planteó en la revisión teórica,
la masculinidad hegemónica es un concepto vinculado esencialmente al modelo de
éxito social validado por el discurso mediático: hombres blancos,
heterosexuales, de clase media, con casas en zonas de urbanización de alto
valor, buenos empleos, autos y otros elementos de ostentación pública de poder.
La otra categoría de estereotipos emergentes están vinculados a nuevas formas
de proyección de masculinidad.
Es importante señalar que excepto
algunas de las categorías dominantes
claramente vinculadas a la heterosexualidad o la categoría que fue denominada
como afeminado (que incluye individuos homosexuales y/o transgénero),
catalogada por la muestra como emergente,
todas pueden referirse a individuos indistintamente de su orientación sexual,
aunque como se analizará a continuación, éste es un factor determinante al
momento de evaluar a un sujeto de referencia como representante de la
masculinidad (o los imaginarios de la masculinidad) guayaquileña.
Respecto a la percepción que permite
asociar a uno u otro individuo a los paradigmas de la masculinidad guayaquileña,
se obtuvieron resultados de interés en la sección del cuestionario dedicada a
que los individuos participantes en la investigación evaluaran veinticuatro
figuras mediáticas. Los participantes debían caracterizar a los sujetos de
referencia en una escala de tres categorías: nada, poco o mucho,
y una cuarta excluyente: no lo conozco. El objeto de evaluación sería,
¿en qué medida estos sujetos representan la masculinidad guayaquileña?, en el cuestionario
se colocaba una foto y el nombre de los referidos, como única fuente de
información. Para el análisis de los resultados se omitirá este detalle en aras
de respetar la privacidad de los mismos.
Se escogen para el análisis cuatro personajes públicos evaluados como muy
representativos de la masculinidad, e incluyen a dos políticos y dos figuras
mediáticas. En el caso de los políticos podemos observar elementos comunes de
interés:
· La performatividad de ambos sujetos
está marcada por un discurso de exaltación de la condición de macho: se ostenta
la valentía y la no elusión al enfrentamiento, cualquiera sea su naturaleza,
como signos inequívocos de heterosexualidad y por tanto de masculinidad
indiscutible.
· Autoritarismo y prepotencia, marcando
la idea de defensor y soporte moral de la familia, trascendiendo del marco
familiar al comunitario.
· Refuerzo de la idea del “proveedor”,
que trasciende, como en el caso anterior, del marco familiar al marco
comunitario, así como manipulación de la idea de poseer los recursos prácticos
para solventar los posibles problemas y “sacar adelante” a la comunidad.
En el otro punto tenemos a un conocido cantante del
género musical conocido como “rocola”, uno
de los favoritos de las clases populares. Este artista, es un “cholo”, modo en
que se denomina popularmente al mestizo blanco/indio. Entre sus características
está el verbo fácil, siempre dentro de los límites de un lenguaje asequible a
su grupo y que, a pesar de no responder a los estándares físicos validados por
la publicidad y los medios, tiene éxito con
las mujeres con base en su gracejo y el ser “sabido”. Muestra al hombre cuya
actividad fundamental tiene que ver con la subsistencia, no necesariamente
asociada al trabajo manual o físico, y que progresa en la vida al destacarse
por sobre otros de su clase social, gracias a una especie de “gracia” o
habilidad particular que lo distingue.
En los tres casos citados se vislumbra
una relación con el modelo de masculinidad hegemónica desde una interpretación
autóctona ligada a los valores que la identidad cultural potencia: dos
políticos con un elemento en común, el discurso populista que los acerca más a
la forma del caudillo que del líder. Podría considerarse que estos casos
representan una apropiación del estereotipo popularmente conocido como “macho man” pero elevado a altos
estándares socioeconómicos. En el tercer caso encontramos al hombre mestizo, el
“cholo que progresa” por saber explotar un don natural en combinación con una
adecuada proyección social. Puede entenderse como representativo de una
combinación de los estereotipos popularmente conocidos como “sabroso” o
“sabido”. Este último caso, si bien responde a un estereotipo dominante, no se asocia a la idea de la
masculinidad hegemónica, pues ésta plantea las condicionantes de nivel
socioeconómico medio a medio alto y la preferencia
por la “raza blanca”.
En cuanto al estereotipo emergente del fisiculturista, al aplicar
la categorización de cuánto representa la masculinidad guayaquileña, también
responde al modelo hegemónico. El personaje más reconocido fue un rapero que
ostenta su sexualidad a partir de su música, en la que no descarta textos que
lo presentan como macho deseado. Al mismo tiempo, su imagen física se proyecta
a través de un cuerpo musculoso y muy trabajado para reforzar la idea de la
fuerza como elemento cardinal de la proyección de su masculinidad.
Es observable que tres de los cuatro
casos responden al modelo hegemónico de masculinidad en cuanto a nivel
socioeconómico, etnia y proyección o reconocimiento social. En el caso que no
responde directamente a este modelo, la masculinidad hegemónica se presenta
como un aspiracional o modelo a lograr, es decir, el
individuo se considera más exitoso en tanto más se acerque al modelo de
masculinidad hegemónica.
Por otra parte, al analizar los casos
restantes, se observan dos elementos de interés que permiten relacionar la idea
de la masculinidad guayaquileña con el concepto de la masculinidad hegemónica:
· Sólo un individuo con más del 40% de
aprobación como representativo de la masculinidad guayaquileña es negro. De
hecho, una de las opciones mostraba a un exitoso jugador de fútbol, pero no
alcanzó más del 40% de respuesta positiva, lo que refuerza el carácter racista
del modelo hegemónico, pues mayoritariamente se escogieron hombres blancos o
mestizos.
· Ninguna de las opciones de individuos
con una clara orientación homosexual, no necesariamente acompañada de una
actitud transgénero, resultó seleccionado. Incluso dos de los individuos
presentes en la encuesta (un actor y un político), a pesar de reconocerse en
ambos elementos socioeconómicos y étnicos relativos al modelo de masculinidad
hegemónica, fueron descartados como representativos de la masculinidad guayaquileña
por los encuestados, dado que ambos coinciden en no ocultar su condición
homosexual en su proyección pública.
Resulta pertinente anotar que los sujetos que
identificaron estos casos como muy representativos de la masculinidad
guayaquileña se identifican a sí mismos, en orden numérico, como: mujeres
heterosexuales, hombres homosexuales y hombres heterosexuales.
Conclusiones
Esta particularidad de los resultados obtenidos y
analizados en este texto permite arribar a conclusiones sobre tres campos de
interés particulares sobre las negociaciones con los imaginarios de la
masculinidad entre los adultos emergentes de la ciudad de Guayaquil.
1.
Sobre
la prevalencia de los estereotipos de masculinidad:
Hay una clara tendencia a reconocer como decadentes
los estereotipos de masculinidad que se asocian con actitudes o patrones de
conducta que indican poco nivel de sociabilidad (nerd, emo, intelectual) reforzando la idea
cultural de percibir al guayaquileño como un individuo extrovertido. Desde la
perspectiva de enfocar la masculinidad como performativa, entonces aquellos
individuos cuyo performance no es consistente con la visibilización los hace
poco reconocibles para el entorno. Asimismo, es importante el factor social,
pues el estereotipo del maltratador también es percibido como decadente.
Respecto a los estereotipos
considerados como emergentes, están más relacionados con las nuevas
formas de masculinidades. Se tratan de performances
más alejados de una idea tradicional y que modernizan la proyección del hombre.
Se trata de un performance más
flexible que incorpora al discurso atributos tradicionalmente asociados con la
feminidad: el cuidado de la imagen, uso de cosmética, preocupación por la moda
y socialización fuera de los espacios sociales tradicionalmente masculinos.
Por último, los estereotipos dominantes
se asocian a una performatividad extrovertida, promotora de un ideal masculino
abierto, en plena integración con su entorno socio cultural. Se trata de
estereotipos tradicionalmente asociados a la guayaquileñidad y que son
ampliamente reconocibles dentro del espacio urbano, que presentan un claro
arraigo popular y resultan fuente de patrones conductuales aceptados por la
mayoría.
Finalmente, la proyección social de las
figuras públicas reconocidas como representativas de la masculinidad responden
en su gran mayoría a los patrones de estereotipos dominantes.
2.
Sobre
la relación de los estereotipos con la masculinidad hegemónica:
Los resultados evidencian la importancia del modelo de la
masculinidad hegemónica en la construcción de los imaginarios sobre el “hombre
guayaquileño”. Resulta claro además que este modelo, que tal como se plantea en la introducción del texto,
tiene su origen en las idealizaciones de la clase media norteamericana, resulta
una importación de capital simbólico (Bourdieu, 2000) que puede suponerse, se
realiza a través del discurso mediático, aunque esta presunción será objeto de
estudio en otra parte de la investigación. Estos imaginarios importados se
mezclaron en su momento con los imaginarios tradicionalmente asociados a la
herencia hispánica. Es importante notar que esta mezcla no resultó en un
desplazamiento total de los anteriores pero sí en modificaciones sustanciales
al modelo tradicional.
Asimismo es importante notar que casi
todos los estereotipos considerados como emergentes
responden a modelos de masculinidad cuya performance
requiere ser asociada a ciertos atributos externos, que son mayoritariamente de
acceso de la clase media a media alta, condición esencial de la masculinidad
hegemónica.
El hecho que solo un individuo de “raza
negra” haya alcanzado un valor relativamente significativo en cuanto a ser
considerado representativo de la masculinidad guayaquileña, complementa la idea
del componente étnico, parte esencial de la masculinidad hegemónica (que
potencia la “raza blanca”), y que es aplicado al valorar la capacidad del
individuo de representar o no al hombre guayaquileño
3.
Sobre
los emisores o receptores del discurso de masculinidad:
El hecho de que sean mayoritariamente mujeres que se
autodefinen como heterosexuales y hombres, autodefinidos homosexuales, quienes
signifiquen las personas que en mayor número reconocen a los referentes
vinculados a la masculinidad hegemónica como típicamente guayaquileños (al
mismo tiempo que evalúan como poco representativos a los referentes que se
apartan del modelo, especialmente géneros diversos)
permite pensar que son los potenciales receptores de la proyección de
masculinidad quienes validen el performance
por encima de los que se podrían considerar como representantes de la
masculinidad guayaquileña.
Los resultados y conclusiones plantean
las preguntas que marcarán los derroteros por los que continuará esta
investigación: ¿Cuáles son las negociaciones que los adultos emergentes establecen con los
estereotipos de masculinidad en el discurso público/mediático? ¿El modelo de
masculinidad del “macho guayaco” es percibido como identitario (yo soy),
paritario (es cercano a mí, pero no soy yo) o aspiracional (quiero llegar a
ser)?
Sobre estas preguntas se estructura la
siguiente fase de la investigación que será realizada como un estudio
cualitativo de recepción.
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