AVANZANDO EN UNA PERSPECTIVA TEÓRICA
SOBRE LAS RELACIONES DE GÉNERO Y CLASE EN LA HISTORIA DEL
MOVIMIENTO OBRERO
Verónica Norando1
1
CONICET, UBA, IIEGE, Argentina. Correo electrónico: norandoveronica@gmail.com
Resumen:
Los estudios sobre género y clase en la
historia del movimiento obrero han estado escindidos durante largo tiempo
porque se ha interpretado que las categorías de clase social y de género no
eran compatibles y se hacía hincapié en las causalidades unilaterales. En este
trabajo pretendo avanzar en una perspectiva que incluya en la historia social
los análisis de género y clase de manera conjunta y no excluyente. Para llevar
adelante mi examen he puesto en consideración los abordajes del feminismo, de
los estudios de género y de la historia social. A través del análisis de estas
teorías propongo categorías para llevar adelante este entrelazamiento de
relaciones sociales, llego al concepto fundamental de clase generizada y
demuestro lo imprescindible de un análisis complejo. Los estudios sociales,
sobre todo los de la clase obrera, deben incluir en su mirada la opresión
específica de la mujer trabajadora.
Palabras
clave: historia
social, estudios de género, feminismo socialista, relaciones de clase, relaciones
de género.
Abstract:
Labor movement studies
have, for long, been focusing separately on class and gender, since they
understood that these categories were incompatible, focusing on unilateral
causalities. The aim of this article is to offer a different perspective,
including the gender and class analysis in social history in a joint and
non-exclusionary method. To accomplish this task I discuss the approaches of
feminism, gender studies and social history. By analyzing these theories I
propose categories that are able to grasp this interlacement of social
relations. Thus, I propose the fundamental concept of generalized class and I demonstrate the importance of a complex
analysis. Social studies, especially those of the working class must include in
their focus the specific oppression of working women.
Keywords: social
history, gender studies, socialist feminism, class relations, gender relations.
recibido en: 11/04/2017
Aceptado en: 29/06/2017
Primeras palabras
Los
estudios sobre género y clase en los abordajes sobre movimiento obrero han
estado escindidos porque se ha interpretado que las categorías de clase social
y de género no eran compatibles y se hacía hincapié en las causalidades
unilaterales.[2] En este
trabajo pretendo avanzar en una perspectiva que incluya en la historia social
los análisis de género y clase de manera conjunta y no excluyente, y
profundizar en un enfoque que, a nivel internacional, ha comenzado a pisar
firme desde los años 90 del siglo pasado con los trabajos de Catherine Hall
(2013), Doroty Thompson (2013), Thomas Klubock (1992) y Ann Farnsworth-Alvear
(1996), que han integrado los conceptos de género y clase.
En
la Argentina actualmente se invita a poner atención sobre la pertinencia de la
inclusión de las categorías de clase,
género y etnia y su relación en el accionar político de los trabajadores (Margarucci,
2015), sobre la utilización del concepto de género
para el análisis de la constitución de identidades obreras y para el análisis
de la cotidianeidad y la sociabilidad en el mundo del trabajo (D´Uva y Palermo,
2015). También se realizan estudios que ponen en juego la relación de la
sexualidad en la constitución de identidades obreras y en el activismo político
de los trabajadores (Andújar, 2015; Scheinkman, 2015; Trebisacce y Mangiantini,
2015).
El
interés surge al querer avanzar en la línea de investigación de los trabajos
anteriores y de la investigación que realicé para mis estudios de doctorado
sobre las experiencias de clase de la comunidad obrera textil de Buenos Aires
desde 1936 hasta 1946. Planteo un análisis teórico en discusión con el llamado
marxismo economicista o determinista que no incluye en sus análisis los
condicionamientos de las normativas de género, las perspectivas feministas y
los estudios de género que no atienden en su examen las determinaciones de
clase. Al comparar dichas perspectivas y proponer un procedimiento que permita
aunar el marxismo con el feminismo y los estudios de género, me he propuesto
los siguientes objetivos: demostrar, a nivel teórico, que es factible y
necesario que la historia social adopte una perspectiva que incluya en el
análisis de la clase obrera una mirada que se aproxime a las experiencias
sexuadas de los sujetos; avanzar en un análisis que amplíe la mirada e
incorpore una perspectiva que recupere las diferencias de clase que, además del
género, determinan las experiencias de los sujetos, sin dejar de lado los principales
enfoques feministas.
Un
avance sobre estas cuestiones puede enriquecer la mirada de la historia social
sobre el desarrollo histórico del movimiento obrero y todas sus aristas como
las experiencias políticas, sociales y económicas de los sujetos que integran
la clase obrera. La perspectiva propuesta abarca las sociedades contemporáneas,
es decir, los siglos xix, xx y xxi.
El examen empírico sobre estudios de caso concretos y delimitados se enriquecen
si son llevados a cabo a la luz de una teoría que les permita profundizar sobre
la complejidad de las relaciones sociales, que no están constituidas solo por
las relaciones de género o solo por las relaciones de producción, sino que
estos dos elementos forman parte de la misma relación social que podríamos
llamar relaciones sociales generizadas. Con estas miras, analizaré el
capitalismo y el patriarcado en un nivel conceptual, luego la pertinencia de
entrecruzar las categorías de género y clase y, por último, hago un balance en
donde destaco la utilidad de profundizar en una perspectiva teórica de estas
características.
Las determinaciones
sociales: el capitalismo y el patriarcado
El modo
de producción capitalista rige la sociedad contemporánea y, al mismo tiempo,
está estructurada en clases sociales. Asimismo, entiendo que la subordinación
de las mujeres a la hegemonía patriarcal es uno de los aspectos que caracterizan
a los procesos modernizadores que envuelven a la sociedad a lo largo de los
siglos xix y xx (Queirolo, 2005). Con estas premisas,
analizaré la dimensión de sexo-género en el movimiento obrero desde una
perspectiva marxista en clave Thompsoniana.
En
este sentido, concuerdo con Zillah Eisenstein (1980) en que la importancia de
este análisis para el estudio de la opresión de la mujer es doble, primero
proporciona el análisis de clase necesario para el estudio del poder y,
segundo, proporciona un método de análisis histórico y dialéctico. Aunque la
dialéctica es utilizada con mayor frecuencia en los análisis marxistas para
estudiar las clases y los conflictos de clase sin incorporar la perspectiva de
género, la autora plantea que es válido examinar con este prisma las relaciones
patriarcales que determinan la existencia de las mujeres en el capitalismo. Es
factible hacer esto porque “el análisis marxista proporciona las herramientas
para comprender todas las relaciones de poder; no hay nada en el método dialéctico
e histórico que lo limite solo a la comprensión de las relaciones de clase”
(Eisenstein, 1980: 17) en el sentido economicista. La importancia de un
análisis materialista de las relaciones de sexo-género también ha sido
destacada por Ángela Davis (1981), en el sentido de que no se pueden dejar de
lado las diferencias de clase (ni de raza) en el análisis de las sociedades
contemporáneas. Al examinar la problemática desde esta perspectiva, considero
que la sociedad capitalista se organiza a partir de un modo de producción
determinado, en palabras de Karl Marx (1980):
El modo de producción de la vida material, que
se constituye por las relaciones, necesarias e independientes de su voluntad en
las que los hombres entran. (…) El conjunto de estas relaciones de producción
constituye la estructura económica de la sociedad. Este modo de producción de
la vida material condiciona el proceso de vida social, política e intelectual
en general (p. 37).
El modo
de producción capitalista se caracteriza por la producción de mercancías y las
relaciones asalariadas son las relaciones sociales en que entran los hombres y
mujeres de manera involuntaria. Pero si incorporo la dimensión de sexo-género
en el análisis de este modo de producción, hay que complejizar estas
definiciones e incluir las relaciones materiales del patriarcado en las que los
hombres y mujeres entran también de manera involuntaria y que influyen y
condicionan directamente la manera de producir, es decir, el modo de producción
de la sociedad capitalista. Así, los hombres y mujeres entran en las relaciones
sociales de producción determinados por su condición sexual y las normativas de
género y se relacionan en tanto tales, como hombres y mujeres. En términos de
Heidi Hartmann (1980), parto de un análisis que combina el patriarcado con el
capitalismo. La división del trabajo en las sociedades occidentales
contemporáneas “es resultado de un largo proceso de interacción entre
patriarcado y capitalismo” (Hartmann, 1994: 269). De acuerdo con la misma
autora, sostengo que, si bien el análisis marxista aporta una visión esencial
de las leyes del desarrollo histórico y de las del capital en particular, “las
categorías del marxismo son ciegas al sexo” (Hartmann, 1980). Y coincido con
Hartmann (1980):
Sólo un análisis específicamente feminista
revela el carácter sistemático de las relaciones entre hombre y mujer. Sin
embargo, el análisis feminista por sí solo es insuficiente, ya que es ciego a
la historia y no es lo bastante materialista. Hay que recurrir tanto al
análisis marxista, y en particular a su método histórico y materialista como al
feminista, y en especial a la identificación del patriarcado como estructura
social e histórica, si se quiere entender el desarrollo de las sociedades
capitalistas occidentales (p. 269).
Si
parto desde un análisis dialéctico, entonces debo considerar, junto con Shulamith
Firestone (1976), que el patriarcado impone relaciones materiales cuya base es
el trabajo doméstico. En palabras de la autora: “La dialéctica del sexo es la
dialéctica histórica fundamental y la base material del patriarcado es el
trabajo que hacen las mujeres al reproducir la especie” (Firestone, 1976: 201).
Y este trabajo deshumaniza a la mujer (Davis, 1981: 227). Si considero, con las
autoras, las relaciones materiales que impone el patriarcado en conjunto con
las relaciones de producción, para caracterizar la sociedad tendría que
relacionar patriarcado con modo de producción capitalista.
Si
bien no estoy de acuerdo con todos los planteamientos de Engels sobre los
orígenes del patriarcado, sí comparto que el capitalismo ha transformado de
manera rotunda la opresión y la explotación de la mujer, es decir, el
patriarcado (Engels, 2006: 94). Uno de los cambios que ha introducido el
capitalismo es que “le ha abierto el camino de la producción social al menos a
la mujer proletaria” (Engels, 2006: 94). En una lectura superficial esta última
frase ha sido frecuentemente interpretada por la tradición marxista de una
manera un tanto mecánica: la proletarización de la mujer sentaría las bases
materiales para una igualdad entre hombres y mujeres; por lo menos en el
interior del proletariado. Sin embargo, Engels ajusta esta afirmación cuando
habla de “servidumbre doméstica” (2006: 94).
Otra
cuestión a tener en cuenta —que
Engels no analiza y también es un cambio producido por el capitalismo respecto
del patriarcado ya existente—
es la forma en que se desarrolla la proletarización femenina. Si bien ellas
trabajan en la producción social “no se proletarizan del mismo modo que los
hombres” (Artous, 1982), en cambio constituyen una mano de obra subcualificada,
su salario es considerado como salario de apoyo, están sometidas más que los
hombres a los avatares del desempleo y se encuentran insertas masivamente en
los empleos llamados “femeninos” porque “al haberse salido de su esfera
‘natural’, las mujeres no iban a ser tratadas como trabajadoras asalariadas de
pleno derecho” (Davis, 1981: 227). El precio que pagan, según Davis, incluye
largas jornadas de trabajo, condiciones de trabajo por debajo de los mínimos
normales, y salario enormemente insuficiente e inferior al de los varones
(Davis, 1981). Esto demuestra que las mujeres están proletarizadas como tales.
Algunos
marxistas observaron esto y afirmaron que ellas trabajaban en oficios
sistemáticamente subcualificados. Pero veían en ello un vestigio de la
desigualdad heredada de las sociedades precapitalistas más que un producto
directo de la situación en la que la sociedad burguesa pone a la mujer. Ahora
bien, se puede constatar que esta situación lleva dos siglos y que se reproduce
sistemáticamente. No puede ser explicada por la simple subsistencia de
desigualdades anteriores al capitalismo; sus raíces están en el funcionamiento
propio del sistema que proletariza a la mujer como un grupo diferenciado en
relación con los varones.
Según
plantea Antoine Artous (1982), Engels observa perfectamente que la
proletarización de la mujer viene determinada por el puesto que ocupa en la
familia, lo concibe solo en el sentido de que esta proletarización se realiza en
condiciones tales que la mujer, si cumple con sus deberes en el servicio
privado de la familia, queda excluida de la producción social y no puede ganar
nada; y, por otra parte si quiere participar de la industria pública y ganar
algo por su propia cuenta, le es imposible cumplir con sus deberes familiares.
Pero
el autor nos llama la atención en que ésta no es más que una cara del problema.
Cuando la mujer se proletariza lo determinante no es que tenga que elegir entre
estar al servicio privado de la familia o buscar un trabajo que la haga
participar en la producción social, lo determinante es que la obrera es a la
vez proletaria y mujer, es decir, no solamente trabaja en la fábrica y en el
hogar, sino que la forma en la que participa en la producción se ve
predeterminada por su sexo, por un lado y, por el otro, por los roles de género
que le impone el patriarcado capitalista (Artous, 1982). A este respecto, es
oportuno citar una frase de Flora Tristán, “La mujer es la proletaria del
proletario” (citado en Guerra, 2015), quien fue pionera en identificar los
puntos comunes entre varones obreros y varones capitalistas respecto a sus
privilegios patriarcales.
Los
planteamientos de Gerda Lerner (1990) sobre el patriarcado lo han contextualizado como un sistema de
explotación, a nivel objetivo, lo que impone la división sexual del trabajo
(trabajo doméstico-trabajo asalariado) y de opresión a nivel subjetivo,
demarcando unas normativas de género jerarquizadas que se inmiscuyen en todas
las relaciones sociales y en la producción de mercancías en particular. Al
mismo tiempo, es un sistema histórico, lo que significa que tuvo un comienzo,
un origen y puede tener un fin con el devenir del tiempo (Lerner, 1990). Es una
organización que oprime y explota a toda la sociedad en general, y a las
mujeres en particular, ya que las mujeres tienen un salario inferior al de los
hombres en el capitalismo. Esto se debe a la injerencia de las relaciones
patriarcales en la producción y afecta tanto al trabajo individual como al
trabajo humano social abstracto. Lerner (1990) plantea que el patriarcado es un
sistema heredado pero al mismo tiempo fue transformado por el capitalismo pues
este sistema es histórico y dinámico.
Como
plantea Carole Pateman (1995), el capitalismo escinde el ámbito privado del
público para delimitar genéricamente la ubicuidad de las mujeres en ambos
universos y, con ello, la generalización de una determinada normativa de género
para la mujer determinada por el patriarcado en el capitalismo: el de
“especialista” en las tareas domésticas o trabajos de cuidado (Esquivel, 2011; Rodríguez
Enriquez, 2005). De esta manera la mujer quedó aislada en el ámbito doméstico, en
el cual se producen bienes ante todo valiosos para satisfacer las necesidades
de la familia, pero su producción no reviste la forma de trabajo asalariado y
como tal, no acusa un beneficio directo (aunque sí indirecto) para el capital,
por lo cual, es considerado un trabajo inferior (Davis, 1981).
Pero,
al mismo tiempo
El desarrollo del capitalismo, al permitir la
participación de la mujer en la producción social, y dadas las contradicciones
que afectan a la familia, sienta las bases para que la emancipación de la mujer
se convierta en una posibilidad histórica concreta (Artous, 1982: 15).
Se
trata de un proceso contradictorio: el capitalismo significa, a la vez, la
generalización del aislamiento de la mujer y, a causa de su proletarización, la
multiplicación de las contradicciones sociales que hacen posible la abolición de
su opresión.
Para
profundizar, en lo teórico, el análisis conceptual de la proletarización
específica de las mujeres, es preciso, por un lado, analizar la situación que
el advenimiento del capitalismo crea para ellas, esto es, la nueva forma de
familia, base del patriarcado, organizado por el capitalismo y, por otro lado,
entender que determina tanto las normativas de género que la sociedad impone a
la mujer como su participación en la producción social. Se ha afirmado:
El modo de producción capitalista implica en
tanto que producción generalizada de mercancías, una división social progresiva
del trabajo (…) del mismo modo que la producción capitalista de mercancías
destruye definitivamente la relación entre agricultura y artesanado, rompe
también con toda una serie de otros lazos entre campos de producción diferentes
que aún permanecían ligados entre sí en la sociedad precapitalista. (Mandel,
1982: 372)
Si bien
la separación entre agricultura e industria ha sido analizada por el marxismo,
con el modo de producción capitalista se extiende también otra división del
trabajo: la división del trabajo entre la esfera industrial y la doméstica
(Davis, 1981). La separación entre la producción para el uso doméstico y la
producción para el exterior se profundiza desde la aparición de la mercancía y
adquiere mayor importancia en la medida en que la economía capitalista penetra
y destruye la economía de autoabastecimiento. Aunque me distancio del planteaminento
de Engels respecto a que en el hogar no se produce nada de valor, coincido con
él en que el trabajo doméstico se convierte cada vez más en servicio privado,
en un lugar de simple producción de valores de uso, en un mundo en el que el
trabajo dominante (el trabajo socialmente valorado) es cada vez más la producción
destinada al mercado.
De
ello deriva un primer aislamiento de la mujer en la familia, que se convierte
así en la “criada principal del hombre”, en palabras de Engels. Pero, según Artous
(1982), antes del surgimiento del capitalismo no puede hablarse todavía de una
separación total entre “producción doméstica” y “producción social”. Davis (1981) propone:
En la economía agraria preindustrial, una mujer
que realizaba las tareas de la casa era hilandera, tejedora y costurera, además
de panadera, mantequera y elaboradora de velas, de jabón y de un largo etc. (…)
Más que dedicarse a la limpieza de la casa o a velar por el hogar, las mujeres
del período preindustrial eran expertas trabajadoras de pleno derecho dentro de
una economía que se basaba en el hogar (p. 224).
En
comparación con la desigualdad que adviene con el capitalismo, anteriormente
las mujeres aún no estaban del todo alejadas de la producción social y esto se
traducía en una desigualdad menos marcada entre ellas y los hombres (por
ejemplo, en los gremios artesanos). En palabras de Joan Scott y Louise Tilly
(1984): “el papel desempeñado por las mujeres en la economía familiar les
otorgaba generalmente un gran poder en el seno de la familia” (p. 14).
Esta
nueva división generalizada del trabajo confirma a grandes rasgos la división
entre los sexos. Así, con el advenimiento del capitalismo el trabajo doméstico
no solamente se convierte en un servicio privado sino que es separado por
completo de la producción dominante y se desvaloriza totalmente hasta
desaparecer como trabajo y aparecer como un no-trabajo (Picchio, 1999). La
situación de la mujer se define cada vez más, entonces, por esta división del
trabajo que se ha instaurado. Según Artous, esto afecta en primer lugar a sus
relaciones con la producción; en los siglos xvi
y xvii asistimos a una verdadera
expulsión de mujeres de los gremios, en los que tuvieron durante toda la Edad
Media un estatuto más favorable del que les fue dado después en los oficios
desarrollados con el advenimiento del capitalismo. Esto no significaba que las
mujeres ya no participasen en la producción, sino que lo hacían en condiciones
mucho más desfavorables. Desde el siglo xvii
pasan a formar parte de las capas más descualificadas y desheredadas del
proletariado en vías de formación, fenómeno que se generaliza en el siglo xix (Artous, 1982).
El
proceso de reclusión y aislamiento en las tareas domésticas del hogar y la
especialización de las mujeres en este trabajo tiene como corolario no solo
forzosamente su exclusión total de la producción sino la desvalorización
absoluta del trabajo que ellas efectúan (Rodríguez Enríquez, 2005), lo que
determinará a partir de entonces que el estatuto de la mujer es el lugar que
ocupa en el trabajo doméstico. Aquí, siguiendo a Helena Hirata (2001), puedo
decir que este lugar de la mujer en las tareas reproductivas es lo que
determina las diferencias salariales con los varones, en parte debido a la
menor cualificación y, también, al reparto desigual entre los cargos y las
ramas económicas:
Así pues, la división del trabajo por género
sigue siendo una de las principales causas de las desigualdades salariales y de
nivel. Estas desigualdades se ven agravadas por el hecho de valorar más el
trabajo masculino que el trabajo de las mujeres y que las “cualidades”
femeninas (p. 75).
Al
tener en cuenta esta relación entre trabajo doméstico y actividad asalariada
también retomo los planteamientos de Marie-Agnès Barrère-Maurisson (1999), en
el sentido de reunificar al sujeto y no considerarlo como escindido en dos
partes: la familia y el trabajo. Como esta autora, aquí considero que la
experiencia doméstica no está escindida de la experiencia del trabajo
asalariado. Éstas son dos facetas de una misma experiencia, en palabras de la
autora es la experiencia de la “vida doble” es la “vida en dos partes” (Barrère-Maurisson,
1999).
Siguiendo
el planteamiento de Artous (1982), la nueva familia que aparece con el
advenimiento del capitalismo tiene sus raíces en esta nueva división del
trabajo, que constituye su base económica. Pero ésta no es la única
determinación que pesa en su origen: voy a considerar también la
responsabilidad que corresponde al Estado moderno burgués que se construye
gradualmente.
Según
el autor, el desarrollo y la consolidación del Estado moderno como cuerpo
separado de la sociedad civil, la aparición del aspecto político como algo cada
vez más separado del conjunto del cuerpo social, la separación entre las
relaciones de parentesco y las relaciones políticas, coincide estrechamente con
la progresiva autonomía que adquiere la esfera de la producción en relación con
el resto de la vida social. La aparición de la familia como lugar separado de
la producción social, como lugar donde se realiza el trabajo doméstico,
coincide con la aparición de esta nueva familia como institución que implica la
separación entre la vida privada y vida pública, tan característica de las
modernas sociedades burguesas.
Marx
explica que en la sociedad burguesa el hombre vive en dos mundos, totalmente
separados el uno del otro: el de la producción y el de la política (aquí, como
ciudadano supuestamente igual a los demás ciudadanos). Siguiendo el planteamiento
de Artous (1982), cabría decir que vive en tres mundos, si añadimos a la
separación que se registra entre productor y ciudadano, el corte entre lo
privado y lo público, es decir, la división entre actividad profesional,
actividad ciudadana y su vida como individuo privado. Esta división del
individuo en tres facetas asienta sus raíces en la realidad material del
sistema capitalista: la separación, en la propia realidad social, entre la
esfera de las relaciones de producción, la de las relaciones políticas y la de
las relaciones de parentesco.
La
familia es la realidad institucional y material que produce el corte entre vida
privada y vida pública. La familia es la institución reguladora de las
relaciones entre lo privado y lo público, constitutivas del sistema
capitalista. De este modo, se generaliza la separación entre las dos esferas de
la producción –producción privada para el uso doméstico y producción social–,
que cristaliza con la aparición de una nueva institución, la familia
capitalista. Entonces, el destino de la mujer será no solamente especializarse
en la producción doméstica sino hacerlo en el interior de tal familia, lugar
donde se desarrolla la vida privada que poco a poco se desgaja también de la
vida pública.
Clase y género: dos
elementos de una misma relación social, la clase generizada
Voy a
dar un “definición” somera de lo que considero que es una clase social a partir
de que la sociedad de la que forman parte las trabajadoras está dividida en
clases. Plantearé, al menos, algunos de los elementos de la definición más
relevantes para transmitir lo que entiendo es el conglomerado humano del que
forman parte los y las obreras.
Una
clase social está constituida por un grupo de personas que se relacionan del
mismo modo con las fuerzas productivas. Sin
estar de acuerdo con la totalidad del planteamiento de Edward Palmer Thompson
(1987), sobre todo con lo esbozado en sus últimas obras –donde el autor da una
relevancia definitoria al aspecto “para sí” de la clase,[3]
por lo que definiría a la clase, en última instancia, sería la conciencia–,[4]
sin embargo algunos de sus postulados me parecen fundamentales. Sobre
todo rescato su definición del concepto de clase. Él concibe la clase social
como una relación, en la
confrontación de grupos sociales y le da importancia fundamental a la experiencia. En sus palabras:
La clase cobra existencia cuando algunos hombres
de resultas de sus experiencias comunes (heredadas o compartidas) sienten y
articulan la identidad de sus intereses a la vez comunes a ellos mismos y
frente a otros hombres cuyos intereses son distintos (y habitualmente opuestos
a los suyos). (Thompson, 1989: 14)
La experiencia de clase está ampliamente
determinada por las relaciones de producción en las que los hombres nacen, o en
las que entran de manera involuntaria. (Thompson, 1989: 14)[5]
Experiencia es un concepto
complejo; trataré de explicitar por qué me parece útil a la hora del análisis
histórico. Tal como fue formulada por Thompson en sus primeras obras, la
experiencia de los sujetos está constituida por la materialidad de los sucesos
que vivencian y por el pensamiento sobre esos sucesos que, relacionados
dialécticamente, dan lugar a la acción (experiencia transformada). La vivencia
de los “acontecimientos dan continuamente lugar a experiencia, categoría que incluye la respuesta mental ya sea de un
individuo o de un grupo social, a una pluralidad de acontecimientos
relacionados entre sí o a muchas repeticiones del mismo acontecimiento”
(Thompson, 1981: 19). Es claro que este concepto incluye tanto lo objetivo como
lo subjetivo, por esto me parece completo y, al mismo tiempo, preciso al
incluir una conexión dialéctica entre los dos planos.
[Esta]
experiencia surge espontáneamente del ser
social [realidad concreta] y surge con pensamiento. El ser social determina
la conciencia social, (…) ¿y cómo ocurre? Dentro del ser social tienen lugar
cambios que dan lugar a experiencia transformada:
y esta experiencia es determinante,
en el sentido en que ejerce presiones sobre la conciencia social existente
(Thompson, 1981: 19-20).
Esta
experiencia es, en general, la experiencia del antagonismo social vivida por
los sujetos unidos por un interés común (en el caso del proletariado, ser
asalariados) o contra otros sujetos unidos por un interés común antagónico (en
el caso de la burguesía, ser los dueños de los medios de producción): “El sostenimiento del salario, este interés
común que tienen contra su patrono (los asalariados), los reúne en un mismo
pensamiento de resistencia: coalición. (…) En esta lucha, se reúnen y se
desarrollan los elementos necesarios para una batalla” (Marx, 1969: 134). Es
una experiencia de lucha (sea cual fuere su forma: lucha abierta, en forma de
huelgas, insurrecciones, rebeliones, revoluciones, o en el nivel de la lucha
cotidiana, en forma de resistencia al trabajo, trabajo a desgano, etc.), de
costumbres compartidas y, también, es una experiencia política.
La
lucha demanda la unión discrecional de los individuos, a fin de lograr el
control de las condiciones sociales determinantes de sus posibilidades de
desarrollo. Es esta intención explícita de la acción en el campo de las
relaciones de poder la que define la lucha de clases como acción esencialmente
política. La realidad de ser asalariado constituye el interés común de los
trabajadores, establece la base eventual de su antagonismo con los patrones y es el punto de partida estructural para el
posible surgimiento de una común acción de resistencia-coalición.
Esta
perspectiva me permite generizar el concepto de clase y formular el concepto de
clase generizada. Este concepto o categoría me permite incursionar sobre las
experiencias de clase particulares de las obreras como tales, que, en
principio, está determinada por el hecho de ser asalariadas y también las
principales responsables del trabajo doméstico, el trabajo del cuidado. Este
prisma me ayuda a examinar la complejidad de sus experiencias políticas y
sociales.
Al
tener en cuenta la definición del concepto clase
social, patriarcado y modo de
producción, y por la importancia que le doy a la categoría analítica de experiencia, ahora mostraré la
importancia del concepto de clase generizada al considerar el lugar particular
que ocupan los hombres y las mujeres dentro del conglomerado sexuado que
integra la clase según los distintos abordajes sobre movimiento obrero.
Siguiendo a Joan Kelly Gadol (1999), aquí introduzco el sexo como categoría socio-histórica. El sexo como categoría permite
estudiar las diferencias sexuales objetivas a partir de las cuales se producen
las construcciones sociales subjetivas de los sistemas de género, ya que el género es una construcción social que
genera relaciones asimétricas de poder y, junto con la división sexual del
trabajo, son la base del patriarcado (Gadol, 1999).
El
género, como concepto, me ayuda a identificar la explotación particular de las mujeres en el modo de producción capitalista. El lugar sexual que ocupan los
integrantes de la clase, su lugar genérico creado a partir de diferencias sexuales,
genera diferencias en sus experiencias. Las mujeres de la clase obrera viven
una experiencia de clase particular,
asumen la doble carga del trabajo asalariado y del trabajo en el hogar (Davis,
1981), una carga que exige estar dotadas de la perseverancia y la fortaleza de
Sísifo; esto hace que “ser mujer implique tener un tipo particular de
experiencia social, y por ende, histórica” (Gadol, 1999: 20). La mujer es
oprimida en tanto mujer y explotada en tanto mujer obrera, y a partir de estos
dos elementos materiales constitutivos de las relaciones sociales se construyen
las representaciones objetivadas en los discursos, las experiencias y las
vivencias. La experiencia en la investigación de casos concretos (Norando &
Scheinkman, 2011a, 2011b, 2012; Norando, 2013, 2016, 2017) me ha llevado a
acercarme a mi objeto de estudio desde esta perspectiva, considerando que,
entonces, los discursos y las representaciones no flotan en el aire sino que
son tales al ser producto de la dialéctica de la experiencia tanto de clase
como de la vivencia de los roles sexuales dentro de un sistema de sexo-género
determinado.
Mi
perspectiva es tributaria de la tradición del feminismo socialista pero se
diferencia en algunos aspectos. Busco incorporar la dimensión de sexo-género a
los análisis en términos de clase. Conozco las diferencias que me alejan del
construccionismo extremo de Joan Scott, considero que el género es una construcción socio-cultural, solo que a mi entender
esta construcción está basada en diferencias sexuales objetivas y su análisis
no debe basarse solo en el aspecto de la construcción social, sino que hay que
incluir la relación de estos sujetos sexuados con los medios de producción. Y,
en términos más generales, relaciono el capitalismo con el patriarcado, pero a
diferencia de los diversos trabajos que han examinado esta relación (como, por
ejemplo, ha planteado el feminismo socialista) no concuerdo con el planteamiento
dual de sistemas separados el uno del otro y tampoco me acerco a los planteamientos
que postulan dos modos de producción diferenciados (“modo de producción
familiar” y “modo de producción industrial”), donde una clase social de mujeres
estaría en lucha con una clase social constituida por hombres.[6]
Para
mí, tanto la explotación del capital como la opresión del patriarcado forman
parte de un mismo sistema socio-económico que es, invirtiendo los términos de Zillah
Eisenstein, el capitalismo patriarcal. A
mi entender, la sociedad capitalista es patriarcal, por eso incluyo al patriarcado
en el concepto con el cual denomino a la sociedad, ya que no se trata de idear
otro modo de producción sino de complejizar la conceptuación, motivada por la
interpretación crítica de la realidad que observo. Por ello, no dejo de lado la
teoría y el análisis marxista sino que, al contrario, intento profundizarla a
la vista de los avances del siglo xx,
tanto en la historiografía como en la realidad misma: la lucha de clases, en la
cual es innegable el papel jugado por las mujeres (Norando & Scheinkman,
2011a: 3) y, más aún, es indiscutible que las relaciones de sexo-género juegan
un papel fundamental en las luchas de los trabajadores contra el capital. Es
innegable el beneficio que comporta el trabajo doméstico (base del patriarcado)
para los capitalistas.
Mi
concepción también refleja los avances en relación con la teoría marxista y el
trabajo doméstico. Sin entrar en los derroteros del debate sobre la
productividad de las tareas domésticas, diré que yo la incluyo en el análisis y
en un lugar privilegiado y la relaciono con el trabajo asalariado. Porque aquí
se parte del supuesto de que la relación de las mujeres con el capital es
fundamentalmente la de producir y reproducir la fuerza de trabajo presente y
futura, de la que depende toda la explotación capitalista. Esta es la esencia
de la labor doméstica y este es el trabajo para el que se prepara la mayoría de
las mujeres y por el que se identifica a toda mujer.
El
sistema de sexo-géneros configura relaciones asimétricas de poder que se combinan
con la explotación y da lugar a particularidades clasista-sexo-genéricas.
Asimismo, estimo que la identidad de
género y la conciencia de género son parte constitutiva de la conciencia obrera femenina. Estas están
condicionadas por el lugar de la mujer y del hombre en la división sexual del
trabajo, por la injerencia del patriarcado, así como por su lugar en el sistema
productivo. Considero como elemento condicionante la forma específica de
proletarización de la mujer, que da lugar a una experiencia, identidad y
conciencia obrera femenina porque “las mujeres están proletarizadas en tanto
tales (…), su destino de mujer las persigue incluso en su trabajo [productivo]”
(Artous, 1982: 12). Como he dicho, la obrera no solo es explotada, también es
oprimida en tanto mujer, y esta realidad se transluce en el análisis de los
estudios de caso.
En
este sentido, distingo entre identidad y conciencia, pero en cierto sentido,
estos conceptos no dejan de estar entrelazados. La identidad se forma en la interacción del individuo y la sociedad
(Hall, 1992). Porque “El sujeto todavía tiene un núcleo interno o esencia que
es el yo real, pero dicho núcleo es formado y modificado en un continuo diálogo
con los mundos culturales de afuera y las identidades que dichos mundos
ofrecen” (Hall, 1992: 276). Aquí denomino identidad a lo que unifica a dos o
más personas, más bien a un grupo de personas, en este caso a las mujeres, en
su representación de sí mismas.
A
partir de esto he delineado el concepto de identidad
femenina, que se define de la manera siguiente: tiene una doble base
material, una es el hecho de ser mujeres, es decir su sexo, con el cual se
nace, y la otra se basa en el lugar que ocupan en la división sexual del trabajo;
esta identidad cruza todas las clases sociales. Por medio de la misma las
mujeres se ven identificadas con el resto de las mujeres que hacen el mismo
trabajo: todas son madres o madres en potencia, cuidan de sus niños, los
educan, cuidan de sus maridos, les dan de comer, hacen el trabajo doméstico y
tienen el mismo sexo. Esta es la identidad
femenina, la identidad de las mujeres, que surge de la experiencia
compartida con otras mujeres de llevar a cabo las mismas tareas, los mismos
roles y de sufrir la misma opresión.
Por
otro lado, he definido conciencia como todo lo que significa poder de
discernimiento entre lo bueno y lo malo, conocimiento del bien y del mal, darse
cuenta, percibir la realidad con conocimiento. En vistas de este análisis en
particular, donde estudio a nivel teórico las relaciones de género en la clase
obrera, delineé un concepto para definir el tipo de conciencia de las obreras
militantes, cuyo caso he estudiado exhaustivamente en mis estudios de
doctorado. La conciencia obrera femenina,
no es igual que la identidad femenina pero
están relacionadas pues sin identidad
femenina no hay lugar a la conciencia
obrera femenina. Este concepto está definido, a nivel material, por la
condición de clase de las mujeres y la división sexual del trabajo (y aquí
entra la relación con la identidad) y, por otro lado, por la experiencia que
hayan realizado estas mujeres con la política de las organizaciones obreras;
dada la importancia que le doy al factor político-ideológico esto es
fundamental.
Un
elemento clave de la conciencia obrera femenina es, por ejemplo, la conciencia
de la doble opresión: una obrera consciente es una obrera que da cuenta de esta
situación. Un elemento clave y que solo se puede entrever al hacer un análisis
anclado en la clase es que la mujer obrera toma conciencia más rápidamente
(antes que la mujer burguesa) de la necesidad de su liberación, así como ya lo
afirmó Ángela Davis (1981): “Las mujeres trabajadoras tienen un interés
especial, y vital, en la lucha por el socialismo.” (p. 239) ya que son ellas
las más afectadas por el capital. Asimismo, como afirman Geoff Eley y Keith
Nield (2010), incluir el elemento político-ideológico en este análisis es
fundamental para comprender el desarrollo de la clase obrera y me permito
agregar: es fundamental para comprender el desarrollo de la conciencia
revolucionaria de las mujeres obreras. Es decir, así como Eley y Nield (2010) afirman
que la relación de los partidos y organizaciones políticas son fundamentales
para entender el desenvolvimiento de la clase obrera, yo propongo que la
relación de las organizaciones de izquierda, así como las feministas con las
obreras es fundamental para el desarrollo de una conciencia obrera femenina de
la liberación.
Todos
estos elementos se pueden analizar a través del concepto de clase generizada, que contempla que la
clase está constituida por sujetos sexuados que entran en relación con los
medios de producción determinados por las normativas de sexo-género impuestas
por el patriarcado. Al mismo tiempo, contempla que los sujetos tienen distintos
roles sexuales y, por lo tanto, distintas experiencias al interior de la clase.
Considero firmemente que los estudios sobre la clase obrera tienen que adoptar
un rumbo que les permita profundizar en este sentido.
Nuevas categorías que
faciliten el análisis de la clase obrera generizada
Ahora
bien, la relación entre patriarcado y capitalismo no tiene que quedar en un
nivel abstracto a nivel analítico. Como en la realidad estas relaciones
aparecen sumamente imbricadas, y se ven claramente en las relaciones de clase generizada,
he tenido que formular nuevos conceptos para analizar estas relaciones a nivel
concreto. Considero que las mujeres,
al igual que los hombres, se proletarizan en tanto tales. Esto es, que la
experiencia particular de unas y otros, tanto en el trabajo como en la
militancia, está determinada por su lugar en la división sexual del trabajo y
por su pertenencia de clase.
Considero que el capital y el patriarcado se
refuerzan, se complementan y se retroalimentan mutuamente, o sea, la
explotación y la opresión sexual están intrínsecamente relacionadas, y que no
se puede analizar la lucha de clases sin tener en cuenta esta realidad social.
Esta interrelación hace que “La experiencia que viven los
hombres y las mujeres dentro de la clase obrera, [y de la burguesía] si bien
confluye en la relación con los medios de producción, es diversa en lo que
respecta a sus experiencias genéricas” (Norando, 2011: 159) La interpretación
de la documentación que utilizo en mis investigaciones que se reflejan en
diversas publicaciones, me ha llevado a trabajar con esta máxima metodológica,
pues en las fuentes se pueden entrever las diferencias en las experiencias de
hombres y mujeres, tanto dentro de una misma clase como en la relación con las
otras clases, que tienen su base en diferencias sexuales.
Las
determinaciones de género y de clase se entrecruzan y se ponen de manifiesto en
los conflictos de la clase obrera contra el capital, una clase generizada que
contiene a hombres y mujeres que establecen distintos tipos de relaciones en su
interior y con la clase opuesta. Para desentrañar este complejo social de
relaciones de clase generizada en el ámbito público (la lucha en las calles, la
huelga) he delineado una serie de categorías analíticas para conceptualizar la
forma que adquiere en el concreto social esta relación entre producción
capitalista y patriarcado. Estas categorías, que facilitan la interpretación de
esta relación y su enlace en la realidad histórica, son las siguientes:
·
Las relaciones inter-sexo-género/inter-clase, es decir, entre personas
de distinto sexo-género y de distinta clase; por ejemplo, la mujer obrera y el
patrón, o viceversa (este último caso se da en contadas excepciones ya que el
patrón en casi todos los casos es varón). Esta es una relación en la que se
conjuga la explotación con la opresión sexual. Esta presión ejercida por el
sistema patriarcal hacia el sexo-género femenino hace que se profundice la
explotación capitalista. Esta relación tiene una tendencia general al
antagonismo de clase agravado por el antagonismo de sexo-género, que se hace
explícito tanto en el conflicto abierto (denuncias de abusos, huelgas, etc.) como
en las situaciones cotidianas de tensión, como el maltrato cotidiano hacia las
obreras por parte de los patrones.
·
Las relaciones intra-sexo-género/inter-clase, que se dan entre personas
del mismo sector sexual-genérico pero perteneciente a distintas clases
sociales; por ejemplo, las relaciones entre obreros y patrones y entre obreras
y patronas, donde, si bien hay una tendencia general al antagonismo por la
distinta pertenencia de clase, se pueden encontrar ciertos grados de
solidaridad por pertenecer al mismo sector sexual-genérico. No hay aquí
opresión sexual, por eso se pueden encontrar ciertos niveles de solidaridad,
sobre todo entre mujeres de distinta clase, que pueden eventualmente luchar
juntas, por ejemplo, por el derecho al voto, la libertad sexual o el derecho a
estudiar, etc. Aunque ha habido casos en donde hasta estas luchas han sido
atravesadas por intensos conflictos por el antagonismo de clases (Davis, 1981)
Aquí entra el factor político-ideológico, que puede unir o desunir, marcar una
tendencia a la solidaridad o hacia el antagonismo.
·
Las relaciones inter-sexo-género/intra-clase, que son las que se
establecen entre personas de distinto sexo-género pero pertenecientes a la
misma clase: las relaciones entre obreros y obreras, por un lado, y entre
patrones y patronas, por el otro. Este tipo de relaciones contiene cierto nivel
de opresión hacia la mujer pero mediatizado por la solidaridad de clase y,
dependiendo del contexto, priman o la solidaridad o el antagonismo como fruto
de la opresión. Pero, como el sistema sexo-género en el patriarcado asigna
diferentes roles por sexo, dentro de la propia solidaridad existen diferencias
irreconciliables. Con respecto a esto puedo adelantar[7]
que la solidaridad inter-sexo-género/intra-clase aumenta cuando hay ascenso en
la lucha de clases y hay una tendencia más marcada hacia el antagonismo cuando
la lucha desciende.[8]
·
Las relaciones intra-sexo-género/intra-clase, que son las que se
establecen entre personas del mismo sexo-género y de la misma clase. Puedo poner
como ejemplo las relaciones que se dan entre obreras, por un lado, y entre
obreros, por el otro; y, por otra parte, entre patrones y entre patronas. Estas
relaciones tienen una tendencia general hacia la solidaridad y una distribución
social más horizontal del poder, pero pueden ser también de competencia o
antagonismo cuando influye el factor político-ideológico.
Palabras finales
En este
trabajo he intentado demostrar la centralidad que tiene, para el análisis
histórico-social, la utilización de categorías que ayuden a complejizar la
perspectiva de análisis para el examen de las experiencias obreras. En una
mirada que aúna estudios de género, feminismo y marxismo y que intenta tender
un puente que una las relaciones de género con las de clase en los análisis, ya
que en la realidad estas relaciones se muestran juntas, no separadas y unidas
por una dialéctica compleja y diversa. Entonces, se trata de analizar las
relaciones entre los sexos sin escindirlas de la estructura de clases inherente
al Modo de Producción Capitalista, es decir, las relaciones de clase, el
antagonismo de clase y la explotación están intrínsecamente ligados a las
relaciones entre los sexos. Para analizar estos fenómenos de manera conjunta he
formulado el concepto de clase generizada.
En este sentido he explicado las características fundamentales de la
proletarización de la mujer y por qué es distinta de la del varón y la razón de
que ambos tengan experiencias diferentes al interior de la clase. Esta
especificidad obliga a historiadores y cientistas sociales en general a
complejizar el análisis.
Al
mismo tiempo he intentado mostrar cómo es ineludible introducir en el análisis
de clase la opresión de género que viven especialmente las mujeres de la clase
obrera. Estas mujeres son víctimas de una explotación particular, tienen
salarios más bajos, les cuesta más llegar a los mismos puestos que los varones,
tienen condiciones de trabajo precarias, son las mayores víctimas de la
desocupación y su salario es considerado un complemento del salario masculino.
Esta perspectiva debe incluirse en los análisis de clase porque la opresión de
género es engendrada por el capitalismo que al mismo tiempo es patriarcal, no
por otro sistema.
He
dado cuenta también de la elaboración de conceptos nuevos para estudiar este
complejo de relaciones sociales que se entrecruzan y se dan al interior de la clase
generizada y en relación con otras clases. Mostré cómo estos conceptos sirven a
la hora de hacer dialogar, en el análisis, las relaciones sociales de género
determinadas por el patriarcado y las relaciones sociales de clase determinadas
por el capitalismo. Estas relaciones se manifiestan a través de experiencias
diferenciadas entre hombres y mujeres ya que estos no viven las mismas
experiencias ni al interior de la clase ni en los conflictos con el capital. Al
mismo tiempo, como he visto, estas relaciones son complejas, son de conflicto,
solidaridad, dependiendo de diversos factores. Por medio de este análisis he
demostrado, por lo menos a nivel teórico, que estas relaciones forman parte del
mismo complejo social que he denominado capitalismo patriarcal por contener
ambos elementos pero no como sistemas separados sino imbricados en una relación
dialéctica.
Esta
ideología y materialidad del capitalismo patriarcal modela el sistema de
sexo/género que da primacía al sexo masculino y oprime al sexo femenino. Esto a
su vez construye un género (subjetivo) dominante para cada sexo (objetivo), es
decir un sistema de “mandatos de género” para cada sexo. Con base en la biología
de las diferencias sexuales se construyó un sistema dual, solo hay dos géneros,
correspondientes a cada sexo, masculino y femenino y es, además, un sistema heteronormativo
y falocéntrico, esto último, reflejo de la supremacía masculina, la sexualidad
femenina no existe a nivel ideológico en el capitalismo patriarcal. Por lo
tanto, las mujeres obreras viven una experiencia de clase particular y es
preciso y necesario que los estudios humanos y sociales den cuenta de ello de
manera más compleja.
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[2] Hay estudios que han abordado la problemática y
hacen hincapié en la determinación de clase o en la de género, de forma
excluyente. Se puede ver desde el punto de vista de género (MacKinnon, 1989). Desde el punto de vista de clase, un ejemplo es el
marxismo estructuralista (Womack, 2008).
[3] Por ejemplo, ver Edward P. Thompson (1987), donde el autor afirma que: “Una clase no puede
existir sin una especie cualquiera de conciencia de sí”.
[4] Una crítica extensa y profunda en
este sentido fue realizada en Perry Anderson (1985). También se puede ver una
descripción y balance de este debate en José Sazbón (1987)
[5] Nuestra lectura de Thompson rescata esta
definición parcial de lo que sería una clase, ya que en ésta se hace referencia
a los factores objetivos y subjetivos, con la relación dialéctica entre ambas
dimensiones, con la que acordamos
[6] Como representante de la corriente que sostiene
la existencia de dos modos de producción podemos citar a Cristine Delphy
(1970). Dentro de los trabajos que sostienen la teoría de “los sistemas duales”
encontramos como principal representante a Zillah Eisenstein (1980).
[7] A
modo de hipótesis, porque hay que hacer más estudios de caso sobre esta
problemática.
[8] Puedo esbozar esto solo para el caso de la clase
obrera, pues no he estudiado lo que acontece dentro de la burguesía en este
aspecto.