ENCERRADA
PERO LIBRE: EL MODELO DE ATENCIÓN DE LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES EN EL ESTADO
DE MÉXICO
Alma Delia Buendía
Rodríguez1
[1]
Centro Universitario UAEM Texcoco, México. Correo electrónico:
debuendi@gmail.com
Resumen
El Estado de México reporta los índices
más altos de violencia contra las mujeres. En la entidad, el Consejo Estatal de
la Mujer y Bienestar Social (CEMYBS) es el mecanismo que se ocupa de esta
problemática a través del Programa “Mexiquense por una vida sin violencia” y
del subprograma “Albergue temporal”, ambos forman parte de su Modelo de
Atención. Este artículo revisa las estrategias del Modelo, sus alcances y retos,
en específico, el rompimiento del ciclo de la violencia y el inicio de la
autonomía y empoderamiento de las mujeres que han sido usuarias del albergue.
Los resultados revelan que las estrategias empleadas por el Modelo se han ido
construyendo como una respuesta inmediata al contexto que se presenta y se reorientan
de acuerdo a la demanda de las usuarias, más que por conocimiento del fenómeno.
Sus alcances son limitados ya que comienzan procesos de empoderamiento pero no
rompen el ciclo de la violencia y, por ende, no logran la autonomía ni el
empoderamiento de las usuarias en la mayoría de los casos.
Palabras Clave: violencia contra las mujeres, modelo
de atención, albergue, estrategias, autonomía.
Abstract
The State of
Mexico reports the highest level of violence against women in Mexico. The
CEMYBS takes care of this problematic through an attention model composed by
the Program “Mexiquense for a life without violence” and the subprogram
“temporary Shelter”, both form part of the attention model. This article
reviews the strategies under the model work, its importance and challenge, especially
by ending the circle of violence and initiating an empowerment process. The
results reveal that the strategies of the model used are being constructed as
an immediate response to de the present context, instead of gaining knowledge
of the phenomenon. The importance of the model is limited because their effects
do not arrive to end the circle of the violence. That is why it hasn´t been
possible to reach the empowerment.
Keywords: violence againts women, model of attention, shelter,
strategies.
Recibido en 03/05/2017
Aceptado en 09/10/2017
Introducción
La violencia contra las mujeres es un
fenómeno que en las últimas décadas ha sido reconocido como un problema que
afecta a las mujeres alrededor del mundo y se han generado movimientos sociales
para visibilizarlo (Lagarde, 2010). Así también, se han creado instrumentos que
definen a la violencia contra las mujeres y dibujan las líneas para su
erradicación tales como “La Declaración sobre la Eliminación de Violencia
contra la Mujer”, adoptada por la ONU en 1993.
En México, el estudio de este fenómeno
se puede visualizar en dos vertientes: los estudios estadísticos y los
sociológicos. Dentro de los primeros se pueden mencionar los realizados durante
los años noventa que constituyeron investigaciones sobre la magnitud de la violencia, pero fue hasta
2003 cuando se realizaron las primeras encuestas a nivel nacional (Riquer y
Castro, 2008) que midieron cuatro formas de violencia: física, sexual,
emocional y económica (Casique, 2006 en Riquer y Castro, 2008). Los segundos se
desarrollaron a partir de un estudio pionero como “La investigación Diagnóstica
sobre la Violencia Feminicida en la República Mexicana” impulsada en 2005 por
la diputada e investigadora Marcela Lagarde a través del Congreso mexicano.
Dicha investigación dio origen a la tipificación de la violencia contra las
mujeres de una manera más completa, identificando los tipos y modalidades así
como la condición social y situación vital de las mujeres, y ofreció
los fundamentos científicos para la creación de la Ley General de Acceso de las
Mujeres a una Vida Libre de Violencia (LGAMVLV) que, entre muchos otros
elementos, establece por vez primera el término feminicidio, que ha sido el
punto neurálgico que determina el quehacer y razón de ser de los albergues para
las mujeres víctimas de violencia.
El papel fundamental que tienen los
albergues o refugios también se encuentra estipulado en la LGAMVLV, que además
de brindar alimentación, hospedaje, vestido, servicio médico, atención
jurídica, psicológica y contar con diversos programas de reeducación integral y
capacitación, deben propiciar el empoderamiento de las mujeres con pleno
ejercicio de sus derechos. Este artículo tiene como propósito dar cuenta de
algunos resultados obtenidos del análisis del Modelo de Atención del Programa
Mexiquense por una Vida sin Violencia, sus estrategias y principales logros.
Violencia,
políticas públicas y empoderamiento
La violencia contra las mujeres tiene
su origen en el “patriarcalismo” y en la desigualdad resultante del mismo. Las
mujeres viven en una opresión genérica donde los hombres tienen la supremacía y
se reservan el derecho a violentarlas. Este sistema de desigualdad se sostiene
por la desigualdad natural y la inferioridad de las mujeres (Lagarde, 2010). Se
trata de un fenómeno que se ve reforzado por las normas y valores de género que
colocan a la mujer en una posición subordinada respecto del hombre (García
Moreno, 1999 en Castro y Casique, 2008: 231), por ejemplo, una de las
justificaciones para ejercer este tipo de violencia es que a las mujeres se les
maltrata “por el hecho de ser mujeres”.
De acuerdo a la LGAMVLV la violencia
contra las Mujeres es: “Cualquier acción u omisión, basada en su género, que
les cause daño o sufrimiento psicológico, físico, patrimonial, económico,
sexual o la muerte tanto en el ámbito privado como en el público”. Castro
(2004) sostiene que existen dispositivos fuertemente anclados en la vida
cotidiana y ampliamente legítimos de la dominación masculina. Esos dispositivos
son: La negación o minimización del
fenómeno, bajo un discurso que le resta importancia a la violencia (casi no
ocurre) y cuando ocurre, sus consecuencias son mínimas; idealización, de que el hogar es el lugar donde las mujeres están
más seguras.
Contrario a lo que se ha demostrado, el
hogar es una arena de conflictos donde se conjugan relaciones de poder; privatización, referida a que los
problemas personales se dirimen en casa, lo que contribuye a invisibilizar el
problema de la violencia; justificación,
mediante la cual se culpabiliza a las mujeres bajo el argumento de que “a ellas
les gusta”, o “no sienten que las quieren si no les pegan” o que ellas provocan
la agresión y equiparación, el argumento de muchos hombres y mujeres es que las
mujeres también son violentas, lo cual es verdad, pero es “indiscutible que las
violencias hombre-mujer y mujer-hombre no son equiparables ni en las causas que
se asocian a una y otra, ni en sus consecuencias” (Kimmel, 2002, en Castro,
2004: 50); y masculinidades, se
refiere a las diversas formas en que se les ha enseñado a los hombres a asumir
su virilidad, asociadas estrechamente a la violencia. Estos dispositivos
funcionan porque el orden social los legitima y ocurre con el consentimiento de
las mujeres. Bourdieu describe los tipos de dominación y entre ellos, la
violencia simbólica que se refiere a la dominación con la cooperación del
dominado (Fernández, 2005).
De acuerdo a la LGAMVLV, (Diario
Oficial de la Federación, 2017) existen diversos tipos de violencia: la
violencia psicológica, la violencia física, la violencia patrimonial, la violencia
económica y la violencia sexual. Asimismo, existen cinco modalidades: Violencia
familiar; Violencia Laboral y Docente; Violencia en la Comunidad; Violencia
Institucional; y Violencia Feminicida. Esta tipología constituye la base legal
sobre la cual se despliega el conjunto de políticas públicas para erradicar la
violencia contra las mujeres, no obstante, el diseño de las políticas también se
ve influenciado por el sistema patriarcal. En otras palabras, cuando se diseñan
políticas públicas sin hacer diferencias de género, como la mayoría de las
veces ocurre en México, se corre el riesgo de “neutralizar las políticas” y que
no resuelvan los problemas para las que fueron creadas.
Las políticas públicas dirigidas a las
mujeres, de acuerdo con Moser (1991), han tenido dos enfoques: Mujeres en el
Desarrollo (MED) y Género en el Desarrollo (GED). El primero, MED, hace
referencia a las políticas dirigidas a las mujeres bajo el argumento de que las
mujeres debían ser incorporadas a los programas gubernamentales enfocándose en
su rol de esposas y madres, es decir, se centraron en el control de la
fertilidad y las mujeres, por consiguiente, fueron blanco de todo tipo de
programas de planificación familiar, dejando de lado su papel en actividades
económicas (Zapata, Mercado y López, 1994; Young, 1991). El enfoque MED empuja
a las mujeres a un círculo de cambio sin transformación (Portocarrero, 1990)
porque los proyectos de desarrollo no son suficientes para cambiar su vida.
El enfoque GED cuestiona las relaciones
desiguales entre hombres y mujeres que no permiten un desarrollo pleno y
equitativo de las mujeres, partiendo del supuesto de que “hombres y mujeres
juegan roles diferentes en la sociedad, siendo las diferencias de género
construidas por determinantes ideológicos, históricos, religiosos, étnicos,
económicos y culturales” (Moser, 1991: 58). Kate Young (1991: 16) hace una
distinción entre condición y posición. La condición, dice, es el
“estado material en el cual se encuentra la mujer: su pobreza, su falta de
educación y capacitación, su excesiva carga de trabajo, su falta de acceso a
tecnología moderna, instrumentos perfeccionados, habilidades para el trabajo” y
la posición
es “la ubicación social y económica de las mujeres respecto a los hombres”. El
cambio de posición, no sólo de condición, es determinante para el
empoderamiento, uno de los objetivos del enfoque GED.
Para Batliwala (1997: 191-192), el
rasgo más sobresaliente del término “empoderamiento”
es precisamente la palabra poder, la cual se define como el control sobre los
bienes materiales, los recursos intelectuales y la ideología y por lo tanto la
“obtención de un mayor control sobre las fuentes de poder”, que comienza cuando
se tiene conciencia de la opresión. Rowlands (1997) con el modelo que propone,
distingue tres dimensiones de poder: dimensión
personal: el empoderamiento significa autoestima, dignidad y sentido del
“ser”, se realizan cambios identitarios, se desarrollan habilidades, y la toma
de decisiones sobre sí misma (implica liberarse de los efectos de la opresión
internalizada); la dimensión colectiva:
es aquella en donde las personas se integran al trabajo para lograr un mayor
impacto mediante la acción colectiva. Es decir, los individuos trabajan juntos
para lograr objetivos comunes; y la dimensión
de las relaciones cercanas: es aquella en donde el empoderamiento se
manifiesta en la capacidad de transformación de las relaciones para poder
influenciar, negociar y tomar decisiones en el grupo doméstico, la comunidad,
la región y otros ámbitos.
La misma Rowlands (1997) basándose en
la propuesta de Lukes (1974) dice que también puede hablarse de cuatro clases o
tipos de poder: el poder sobre, es la habilidad de una persona o
grupo para hacer que otra persona o grupo haga algo en contra de sus deseos; el
poder para es la capacidad para crear
o generar nuevas posibilidades y acciones sin dominar e implica obtener acceso
a toda la gama de capacidades y potencial humanos; el poder con es el poder colectivo mayor a todos los poderes
individuales, mismo que se genera cuando las mujeres se unen con otras para
trabajar en grupo hacia la realización de objetivos comunes, que en lo
individual podrían lograrse, pero con mayores dificultades; y el poder desde dentro es el poder interior,
espiritual de cada persona que le da fuerzas y ánimos para transformar su
realidad, porque se sabe capaz de hacerlo. De esta manera, cuando las mujeres
son conscientes de las fuerzas externas que las hacen dependientes y las
sujetan a sus condiciones de pobreza y de subordinación pueden trabajar para
transformar su entorno y, de esta manera, comenzar su camino hacia el
empoderamiento.
En algunas políticas públicas dirigidas
a mujeres se plantea frecuentemente llegar al empoderamiento, sin embargo, las
estrategias propuestas para tal fin no siempre son adecuadas dado que para ello
se deben utilizar estrategias adicionales, de tal manera que se estimule la
participación de las mujeres y hombres en los procesos para que ellos (as)
mismas (os) lo logren (Zapata y Townsend, 2002). Es decir, el poder no se otorga, sino que se genera.
Se apuesta a que el empoderamiento
femenino es un antídoto que contrarresta la violencia contra las mujeres, sobre
todo cuando se estimula la dimensión económica, esto es que las mujeres generen
sus propios ingresos con la realización de trabajo extradoméstico. Sin embargo,
como Casique (2010) ha demostrado en otro estudio, el manejo de recursos (que
impliquen cierto poder) también representa un factor de riesgo, por ejemplo,
las mujeres que más alto grado de escolaridad presentan también tienen mayor
riesgo de violencia de pareja, al desafiar el poder masculino. Al contrario, cuando
la mujer es propietaria de una casa, el riesgo de violencia física y económica
es menor. Pero si esta variable se vincula con el poder de decisión, se
incrementa el riesgo de violencia física, económica y sexual. Estas
alteraciones dependen de muchos factores, contextos y diferencias entre las
medidas del empoderamiento como proceso social (Casique 2007).
Marco
regional
El Estado de México es la entidad
federativa más poblada de la República Mexicana. De acuerdo con las cifras del
INEGI (2015), el 13.9 % de la población nacional se concentra en su territorio,
seguida por el Distrito Federal (ahora Ciudad de México) con 7.3%. El grupo etario
más numeroso se encuentra en el rango de 30 a 59 años, donde 39% está
representado por las mujeres y 36.6% por los hombres. Se trata de una población
joven donde la edad promedio de las mujeres es de 29 años y de los hombres 26;
54.9% de la población femenina se encuentra en edad fértil. La jefatura
femenina en la entidad es mayor que la masculina (53.8% y 46.7% respectivamente)
(INEGI, 2015).
Uno de los principales problemas que
enfrenta el Estado de México es la violencia contra las mujeres. La Encuesta
Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) reveló en
2006 que en la entidad 78 de cada 100 mujeres de 15 y más años han padecido
algún incidente de violencia de pareja, comunitaria, laboral, familiar o escolar
a lo largo de su vida. Cifras más recientes reportan que la entidad ocupa el
primer lugar en el porcentaje de mujeres de 15 años y más con incidentes de
violencia contra ellas a lo largo de la relación con su última pareja (57.6%)
(INEGI 2015, cifras de 2011). La ENDIREH 2011 reportó que 56.7% de las mujeres
casadas o unidas han sido víctimas de este tipo de violencia a lo largo de su
relación y el hogar es el lugar donde más ocurrencia tienen las muertes por
violencia en contra de las mujeres (60.9%), (INEGI, 2007).
El Programa
Mexiquense por una Vida sin Violencia
Cada una de las entidades federativas del país cuenta con un organismo encargado de dirigir las políticas de género y equidad. Virginia Guzmán (2001) las ha denominado como Mecanismos de Atención a las Mujeres, para referirse a las oficinas creadas para la atención de las políticas dirigidas a las mujeres en América Latina. En el Estado de México dicho mecanismo lleva por nombre el Consejo Estatal de la Mujer y Bienestar Social (CEMYBS). Este organismo genera las políticas de atención a la violencia contra las mujeres pero también tiene la función de atender a la población adulta mayor. Administrativamente, el Consejo es un organismo público descentralizado de carácter estatal con personalidad jurídica y patrimonio propios (Gaceta del gobierno del 14 de septiembre de 2015).
En sus inicios, El Programa Mexiquense por una Vida sin Violencia consistió en la
atención psicológica que dos profesionistas de esta disciplina ofrecían en los municipios
de Naucalpan y Toluca. En 2008 se convirtió en el programa Mexiquense por una
Vida sin Violencia, para dar atención a las mujeres en el Estado, problema que
hasta entonces era atendido principalmente por los DIF municipales y a través
de asociaciones civiles. Actualmente el programa tiene dos vertientes: la
prevención y la atención de la violencia contra las mujeres.
La primera se realiza a través de la Galería itinerante bajo la lógica de que
la violencia contra las mujeres es un fenómeno que puede y debe prevenirse. Cuenta
con un módulo de información jurídica y psicológica utilizado con el objetivo
de mantener informada a la población sobre las diferentes formas de violencia y
brinda orientación a quienes la padecen. Algunas de las actividades que se han
desarrollado son: capacitación para la prevención de violencia en el noviazgo,
dirigida a alumnos adolescentes en los 10 municipios que tienen alto índice de
violencia (Ecatepec, Naucalpan, Tlalnepantla, Toluca, Cuautitlán Izcalli,
Tultitlán, Atizapán de Zaragoza, Chimalhuacán, Netzahualcóyotl y Valle de
Chalco) y a madres y padres de familia de alumnos adolescentes de nivel
bachillerato; jornadas de Bienestar Social mediante las cuales se proporcionan
servicios de medicina preventiva, nutrición, planificación familiar, salud
reproductiva, empleo, exposición y venta de artesanías elaboradas por mujeres,
proyectos productivos para mujeres, asesorías jurídicas y psicológicas.
Se organizan cursos básicos de
computación, repostería, panadería, costura, cultura de belleza, florería,
deshilado, elaboración de insumos para el hogar, etc. Estos conocimientos se
enfocan al autoempleo de las mujeres y a su incorporación en el sector laboral
formal e informal, lo que les permite llevar recursos a su hogar y economizar
el gasto familiar (CEMYBS, 2009). Estas acciones son impulsadas desde el enfoque de Mujeres en el Desarrollo (MED),
si bien cambian un poco la condición
de vida de las mujeres mediante la generación de ingresos, no la transforman porque
no cambian su posición ni permiten
que adquieran mayor autonomía.
Línea sin
violencia.
Se trata de una línea telefónica de 24
horas que ha estado funcionando desde 2006, atiende los 365 días del año, es
confidencial, opera con un número gratuito 01 800. Su objetivo es asistir
psicológica y jurídicamente a mujeres y sus hijas e hijos en situación de
violencia y canalizarlas con equipos de emergencia y otras instancias de apoyo
como lo es el Albergue Temporal. En voz de una de las entrevistadas, la línea
sin violencia es un programa sumamente importante porque brinda la atención
para solucionar una problemática muy particular:
Las personas que sufren violencia no
siempre vienen y preguntan de frente, da pena, es un problema privado…entonces
el hecho de que puedan hacerlo por teléfono ha servido muchísimo. Ellas sienten
que pueden mantener el anonimato y es como una primera puerta, somos como un
enlace entre la víctima que no saben qué hacer, entre que toma la decisión y no
la toma, entre la parte cerrada y oculta que está en ella y nosotros (P. Funcionaria
del CEMYBS).
Este
servicio se ha implementado como una forma de ofrecer atención en caso de
crisis en cualquier punto desde donde se esté hablando, sin necesidad de que las
usuarias se desplacen.
Hay mujeres que aunque tienen buena
posición económica no tienen el dinero en sí, o bien, la violencia es económica
(y) les dan para la comida (…) pero no les queda a ellas para invertir en un
camión y trasladarse a una unidad de atención (C, Funcionaria del CEMYBS).
La
finalidad de la línea de atención es poder canalizar a las mujeres a una de las
16 unidades de atención que tiene el CEMYBS en todo el Estado de México o
alguna otra, dependiendo del problema por el que llama.
La finalidad de la línea es que cada
persona que llama sepa, al final de la llamada, un “ahora tienes que ir hacia
acá”, que no sea nada más el “te escucho, ya terminaste de llorar y adiós”. Se
les hace una canalización psicológica para darle seguimiento, sea cual sea la
situación jurídica. Siempre tratamos que los 5 minutos que la persona ocupó en llamarnos
tengan un resultado (P. Funcionaria del CEMYBS).
En
2006 cuando este programa dio inicio, se registraron 170 llamadas. Para 2010 ya
se tenían 1846. Cabe mencionar que las llamadas que se reciben no solamente
provienen del Estado de México sino de otras entidades federativas, las cuales
también se atienden y se canalizan sin distinción alguna. En el siguiente
cuadro se muestra que el tipo de violencia que más se atiende en este medio es la
familiar. Aunque también resaltan la violencia laboral y comunitaria. Los tipos
más frecuentes de violencia que se han atendido son la psicológica (2010) seguida por la
física (2010) y la sexual (2008).
La
tecnología utilizada por el CEMYBS para brindar la atención es muy básica: se
utilizan teléfonos sencillos, sin identificador de llamadas, que no permiten
desviar llamadas a otros auriculares. Esto genera varias limitantes para
brindar la atención, por ejemplo: 1. Las llamadas entrantes son atendidas
indistintamente por la abogada o la psicóloga, incluso la coordinadora de la
línea y, si la usuaria necesita ser atendida por otra persona con una formación
profesional distinta a quien está atendiendo, no es posible desviar la llamada
a otro teléfono, las operadoras, tienen que cambiarse de lugar para dar la
atención; 2. No es posible identificar el número desde el cual las usuarias
llaman, lo cual es vital en la mayoría de las ocasiones, por ello, una de las
entrevistadas comentó que cuando se reciben las llamadas es prioritario obtener
los datos personales de quien llama, sobre todo el teléfono, pues en caso de
que se pierda la llamada habría forma de volver a entablar contacto con la
usuaria, lo que ya ha ocurrido en diversas ocasiones; 3. Sólo pueden ser
atendidas dos llamadas al mismo tiempo. Si una mujer en cualquier parte del
Estado llama en ese momento, tendrá que esperar a que se desocupe alguna de las
dos extensiones disponibles.
La
duración de cada llamada es variable. Algunas pueden durar más de dos horas.
Como menciona una de las entrevistadas “Ahorita estamos tratando de mejorar la
tecnología, necesitamos teléfonos con más tecnología que me permita dar un
mejor servicio” (P. Funcionaria del CEMYBS).
Ruta de atención
No existe
propiamente una ruta de atención definida. Cuando entra una llamada, esta es
atendida por la psicóloga o la abogada, quienes se presentan ante la usuaria
con un pseudónimo para salvaguardar su identidad y se procede a tomar los datos
personales y el número donde se puede llamar en caso de perder contacto con la
usuaria. En voz de una de las entrevistadas, cada caso es completamente
distinto, hay algunos donde no se requiere dar seguimiento.
…Se le explica toda la situación
jurídica, se le da soporte psicológico y se canaliza y listo. Cuando tenemos
una llamada de emergencia, el operador valora qué nivel de emergencia tiene la
llamada y se pone en contacto con la Brigada. Brigada y Operador siempre están
en comunicación constante… y la Brigada determina qué seguimiento se le va a
dar a ese caso y lo realiza hasta saber que la persona está bien (P.
Funcionaria del CEMYBS).
Durante
la llamada, se recogen los datos personales de la usuaria, posteriormente, se
escucha la problemática que la usuaria tiene y en ese momento, de acuerdo a lo
que el caso requiera, se le proporciona asistencia psicológica o jurídica, o
bien se canaliza a alguna dependencia como la Defensoría de Oficio del DIF, por
mencionar un ejemplo. Actualmente, se trabaja en la elaboración de una
tipología de violencia para dar una canalización adecuada a las usuarias. Las
funcionarias entrevistadas comentaron que este ha sido un ejercicio arduo pero
necesario para definir qué criterios se deberán tomar en cuenta para definir si
una llamada telefónica es una llamada de emergencia o no.
Antes teníamos como llamada de
emergencia aquella donde te decían me está golpeando en este momento, pues no,
aprendimos que hay muchas otras situaciones que no teníamos consideradas. (Por ejemplo) ya fui a varias instituciones
y no me quieren hacer caso, ya intente levantar una denuncia y el ministerio
público me dijo: regrésese y perdónelo. Esa es una llamada de emergencia
porque esa persona tal vez la siguiente vez que sea golpeada, ya no va a llegar
y lleva tantas veces pidiendo ayuda y nadie le hace caso (P. Funcionaria del
CEMYBS).
En voz de
otra entrevistada “Estamos trabajando en los criterios que debemos conocer cada
operador para saber si la llamada entrante es una llamada urgente, moderada o leve”
(G. Funcionaria del CEMYBS). Se considera llamada de emergencia alta cuando se
trata de Mujeres que necesitan auxilio inmediato en su hogar porque que están siendo
agredidas en ese momento. Esto incluye: mujeres embarazadas o que fueron
expulsadas del hogar a altas horas de la noche y que no cuentan con un lugar a
donde ir; las que sufrieron violación, sobre todo para verificar si ya se
siguió el protocolo al respecto; quienes están en riesgo de perder la vida sea
la causa que sea; y mujeres que están hospitalizadas, que serán dadas de alta y
en cuyas situaciones el agresor está fuera esperándolas.
Existe
ya una vinculación con los hospitales para que a través de la trabajadora
social se dé el acceso para que las mujeres convalecientes pasen una estancia
en el albergue y no con el agresor. Existe un vínculo entre el CEMYBS y los
hospitales para que las mujeres se recuperen en el albergue y no regresen al
lado del agresor.
Una
tendencia que se ha observado en los servicios del programa Mexiquense es que
se implementan mejoras de acuerdo a las demandas que las usuarias manifiestan
y, mediante una estrategia de improvisación, se va transitando a una atención
más acabada. En otras palabras, el servicio que se brinda es más por demanda
que por ofrecimiento. Las demandas de las usuarias se vuelven estímulos para
los que el CEMYBS responde con acciones de corto alcance, atendiendo más al
momento que a la complejidad y profundidad de esta problemática. En suma
tenemos un continuum de respuestas en
las que en algún momento, alguna puede lograr cierto impacto, producido más por
las condiciones presentes que como resultado de una estrategia derivada del
conocimiento del fenómeno.
Albergue temporal
El albergue inició sus actividades el
día 29 de agosto de 2008. Tiene su origen tanto en lo que manda la Ley de
Acceso de las mujeres a una Vida libre de Violencia del Estado de México (artículo
46 fracción IX, en el cual se instruye a la Secretaria de Desarrollo Social a
la creación de refugios) como por la situación de violencia que el propio
Consejo ha tenido que enfrentar en la entidad. Las mujeres son atendidas en el
albergue por un espacio máximo de tres meses, durante los cuales se les brindan
varios servicios: atención médica, psicológica y jurídica, escuela para sus
hijos e hijas y talleres para desarrollar capacidades, además de otorgar
alimentos, ropa, y apoyo para emprender actividades laborales. Por la
naturaleza de la problemática que atiende, el albergue es secreto.
Infraestructura.
Las
instalaciones del albergue constan de un inmueble aproximado de 1500 metros,
bardado, equipado con sistema de seguridad y personal de la Agencia de
Seguridad Estatal que controla el acceso. En el albergue se encuentran las
oficinas administrativas y de servicios (médico, jurídico y psicológico).
También existen espacios destinados a la enseñanza, para dar continuidad a los
estudios realizados por las hijas e hijos de las personas que ingresan. Para
ello, se habilitó un aula de enseñanza multi-grado donde se imparten clases de
nivel primaria y secundaria. Cuenta con 16 casas solas de aproximadamente 50
metros cuadrados, cada una tiene tres recámaras con literas, baño completo y
una estancia de sala-comedor. Las casas tienen capacidad para albergar a una
familia (mujer con sus hijas e hijos), aunque en ocasiones ha existido la
necesidad de albergar a dos familias. El cuidado, el orden y la limpieza de los
lugares comunes (cocina, comedor, aulas y áreas verdes) están a cargo de las
usuarias, quienes también son responsables de la limpieza de la casa que se les
asignó.
De 2008 a 2010, el número total de
mujeres que ingresaron al albergue fue de 144, es decir, menos del 1 por ciento
de las mujeres que han padecido violencia alguna vez en su vida en el Estado de
México. Hasta 2010 sólo se contaba con un albergue, actualmente cuenta con dos
para todo el Estado de México. El albergue de más reciente creación se
encuentra en Ecatepec, inició actividades el 8 de marzo de 2011. Por lo tanto
puede decirse que para las mujeres que vivan una situación de violencia existe
una posibilidad muy remota de ingresar.
Para ingresar al albergue las mujeres
deben cumplir con ciertos criterios:
1)
Que
su vida esté en peligro. Por ejemplo, que esté siendo violentada y que la
agresión pueda volver a ocurrir en cualquier momento.
2)
No
contar con redes de apoyo tales como familiares o de conocidos con quienes
puedan estar a salvo.
3)
No
disponer de recursos económicos y que puedan necesitar hacer denuncias o
iniciar juicios.
4)
Haber
acudido ante el Ministerio Público para denunciar los hechos y que se siga un
proceso jurídico.
5)
Tener
mayoría de edad.
6)
No
consumir ningún tipo de drogas.
Algunos datos
sociodemográficos de las usuarias. Del total de mujeres que han ingresado
al albergue, la mayoría tiene entre 24 y 39 años, siendo de 25 a 30 el rango de
edad más frecuente, es decir, se trata de mujeres jóvenes, en edad reproductiva
y productiva, que generalmente se encuentran emparejadas con o sin hijos. La mayoría
de las mujeres usuarias del albergue tiene un nivel de estudios básico y medio
básico, lo que coincide con los resultados que reporta la ENDIREH 2006.
A continuación se muestran algunos
datos sociodemográficos de las mujeres que ingresaron de 2008 a 2010. De
acuerdo a estos datos, 2009 ha sido el año en que un mayor número de mujeres
han sido albergadas (72), como se muestra en la siguiente gráfica.
La edad de las mujeres que han
ingresado al albergue, va de los 15 a los 59 años, sin embargo, el rango de
edad más frecuente es de 25 a 30 años, evidencia similar a la que otros
estudios muestran (González y Hernández, 2009).
El nivel de escolaridad de las mujeres
es una de las variables frecuentemente analizadas en los estudios sobre
violencia contra las mujeres, algunos de ellos evidencian que este fenómeno se
presenta con mayor frecuencia en aquellas mujeres con menor educación (Olaiz,
Valdez, Franco y Palma, 2006; González y Hernández, 2009). Sin embargo,
estudios más recientes demuestran lo contrario, Casique (2010) demostró que:
Un mayor número de años de escolaridad
de la mujer incrementa el riesgo de violencia contra ella en comparación de las
mujeres que no tienen un alto grado de instrucción. Cuando la escolaridad de la
mujer alcanza niveles por encima de lo normado socialmente o mayor a la de su
pareja, es un elemento de desafío a la norma tradicional.
En los datos recabados se encontró que
la mayoría de las mujeres albergadas de 2008 a 2010 estudiaron hasta la
secundaria, seguidas por quienes tienen estudios de primaria y primaria
incompleta. Un menor número de mujeres en el albergue no tienen estudios.
Fuente: Elaboración propia a partir de los datos
proporcionados por la Subdirección de Asistencia Jurídica y Psicológica, 2013.
En las siguientes gráficas se muestra
el estado civil de las mujeres que en el periodo mencionado estuvieron
albergadas. Se observa que en 2008 la mayoría de ellas eran casadas, seguidas
por las mujeres solteras y las que se encontraban en unión libre.
En las gráficas anteriores se muestra
la condición civil de las mujeres que han ingresado al albergue desde 2008.
Como puede observarse, tanto las que están casadas como las que viven en unión
libre, representan el mayor número de usuarias del albergue, esto sugiere que
la violencia de pareja es la que con mayor frecuencia enfrentan las mujeres,
asimismo, quienes se dedican a las labores del hogar son más vulnerables que
las mujeres que presentan otras condiciones de vida como se aprecia en la siguiente
gráfica.
En cuanto a la zona de procedencia de
las mujeres, las estadísticas obtenidas muestran que la mayoría de ellas viven
en zonas urbanas. Ello puede responder al hecho de que las mujeres urbanas
acceden con mayor facilidad (por nivel de información y por cercanía) a estos
albergues. De acuerdo a una de nuestras entrevistadas, son diez los municipios
que más utilizan el albergue: Toluca, Naucalpan Ecatepec, Chimalhuacán,
Tultitlán, Cuautitlán Izcalli Zumpango. La razón de que Toluca sea la que
encabece la lista puede ser, en voz de la entrevistada, porque “el CEMYBS se
encuentra en esa zona”. También señaló la diferencia que la violencia guarda
entre las diferentes regiones del Estado:
Las personas que llegan (de
Chimalhuacán) es casi seguro que los casos son muy graves. Mujeres que si no se
murieron, de verdad, fue por suerte. La señora (que viene de Tejupilco tiene)
mucho temor a la familia, pero (su) vida no corre tanto riesgo, ahí la
violencia es más de tipo psicológica, pero no hay tanta violencia física como
lo hay del lado (del Valle de) México (…) (en) Xonacatlán parece que hay que
trabajar bastante con la parte misógina del hombre (…) del lado del sur de
Tenancingo se acostumbra que las mujeres se casan y se van a vivir con la familia
del esposo, entonces son dobles agresiones y ya la familia materna, por las
cuestiones culturales, no permite que las mujeres regresen a su casa. Lo que sí
vemos es que el hombre de Tenancingo es más fácil trabajar (C. Funcionaria del
CEMYBS).
Como se observa, se trata de un
fenómeno complejo, dinámico y tiene formas manifiestas y sutiles, algunas casi
invisibles, pero siempre en función de la base cultural prevaleciente. Los usos
y las costumbres son fuertes pilares que marcan las directrices que hombres y
mujeres deben atender en
correspondencia de lo que socialmente se espera de ellos (as). Aunado a esto,
la cercanía o no de los centros urbanos puede estar influyendo en el tipo de
violencia que las mujeres enfrentan. En la siguiente gráfica se muestra el
número de mujeres atendidas por zona de procedencia. Se observa que la mayoría
de ellas provienen de zonas urbanas.
No obstante el lugar de procedencia, o
la zona de la que se trate, el tipo de violencia por el que la mayoría de las
mujeres ingresan al albergue es la de pareja, tal como se muestra en la
siguiente gráfica.
La mayoría de los agresores de las
mujeres que han estado en el albergue tienen una edad que va de los 25 a los 39
años. Dentro de este grupo, sobresalen los que tienen entre 25 y 30 años. El
promedio de edad de los agresores de las mujeres entrevistadas fue de 34.5
años.
Los
servicios que brinda el albergue
Programa de atención
psicológica. A
través de este programa se pretende detonar la toma de conciencia desde el
momento en que las usuarias tienen contacto con los servicios del Consejo:
generalmente las mujeres ingresan en un estado de crisis que, con ayuda de las
herramientas psicológicas, se contiene. Dentro del albergue, cada mujer, sus
hijas e hijos reciben atención psicológica una vez por semana o en el momento
de requerirlo. El objetivo principal es que las mujeres se den cuenta por sí
mismas del círculo de violencia en el que han vivido y sean capaces de
romperlo. Se busca despertar el poder desde cada una de ellas para que sean
conscientes de la situación de opresión en la que están inmersas. La atención
psicológica no concluye al terminar los tres meses de estancia en el albergue,
sino que se extiende más allá de él, con la finalidad de dar seguimiento y
apoyo a las mujeres así como a sus hijas e hijos que se convierten en víctimas
indirectas del agresor y han aprendido a ejercer la violencia como una forma de
relacionarse. Por ello es importante continuar brindando la atención
psicológica y enseñar otras formas de convivencia.
Asesoría
jurídica. Otro
servicio que las mujeres reciben antes y después de ingresar al albergue, es la
asesoría jurídica, a través de la cual se pretende que inicien o en su caso,
concluyan su proceso en contra del agresor, ya sea divorcio, demandas de
pensión alimenticia, demandas por lesiones, etc. De tal forma, que concluyendo
su estancia de tres meses, la situación jurídica y las medidas de protección
que se les otorgan, les permitan reintegrarse a una vida sin violencia fuera
del albergue.
Fuentes
de empleo. La
situación vital que cada mujer tiene es muy diferente entre sí. La mayoría
tiene un nivel educativo de secundaria, pero también hay quienes no han
recibido instrucción en ningún momento de su vida, lo que dificulta aún más su
proceso de empoderamiento, puesto que no tienen las herramientas que lo faciliten.
Dentro del albergue se ofrece capacitación para el trabajo como son los
talleres de cómputo y de repostería, dependiendo del nivel de instrucción que
tengan las mujeres, se les invita a que se integren al menos en uno de ellos.
El objetivo es generar capacidades que puedan utilizar para autoemplearse y
obtener recursos económicos. El recurso que las mujeres generan con su trabajo,
se ingresa a una cuenta bancaria que el mismo albergue les apertura, para que
al egresar, ellas lo puedan utilizar.
Las
mujeres en el albergue. Once historias
Durante el trabajo de campo se
entrevistaron a 11 mujeres que se encontraban con sus hijas e hijos en el
albergue. Los puntos a explorar fueron: datos sociodemográficos, la violencia
vivida y cambios en sus vidas a partir de su estancia en el albergue. Por
razones de confidencialidad, sus nombres fueron cambiados.
De las entrevistadas, dos de ellas
estaban por cumplir los tres meses de estancia establecidos, el resto tenían
entre 20 días y 2 meses. Una de ellas no tenía estudios, otra, solo primaria
incompleta, tres de ellas, primaria completa; tres secundaria incompleta y tres
concluyeron una carrera técnica. Su rango de edad va de los 21 a los 41 años,
con un promedio de 27.9 años, que corresponde con la tendencia registrada desde
2008, que indica que las mujeres de 20 a 30 años son quienes más frecuentemente
ingresan al albergue por violencia de pareja.
De las entrevistadas, seis están
casadas y cinco viven en unión libre, de las cuales una se asume soltera. Solo dos
tienen un trabajo remunerado (una de ellas como oficinista y otra realizando
trabajo doméstico), tres trabajan desde su casa (Ana cosía prendas de vestir y
las vendía, Alejandra vendía artículos para salón de belleza y Sara colaboraba
en una tortillería). Cuando sus parejas se los exigían y se los permitían, tres
de ellas trabajaban (Jacinta buscaba trabajos ocasionales como edecán o
promotora, Elena hacía trabajo doméstico, Sofía era animadora de eventos) y
tres de ellas se dedicaban al hogar, es decir, trabajo no remunerado. En todos
los casos, los roles de género atribuidos socialmente a las mujeres, tales como
el cuidado de hijos y realización de las actividades domésticas, no dejaban de
realizarse. Una de las entrevistadas proviene de una colonia urbana del
Distrito Federal, nueve de ellas de municipios urbanos del Estado de México
(Coacalco, Metepec, Ixtlahuaca, Acolman, Chalco, Villa Victoria, Toluca, Aculco)
y una más proviene de una zona rural indígena cercana a Toluca.
El fenómeno de la violencia entre las
entrevistadas presenta rasgos comunes: se trata de violencia de pareja en todos
los casos analizados; y los tipos encontrados son violencia psicológica (todos
los casos), violencia física (todos los casos), violencia económica (todos los
casos) y violencia sexual (un caso). Marta Torres sostiene que la clasificación
de la violencia puede describirse como física, psicológica, sexual y económica
y facilita la descripción y el análisis de un evento dado, pero no
necesariamente corresponde a una nítida diferenciación. Sostiene que por lo
regular, estas formas de violencia se presentan juntas o en distintas
combinaciones (Torres, 2007). En un trabajo posterior, se analizarán los tipos
de violencia encontrados.
Para las mujeres la violencia vivida
les hace ver al albergue como una salvación, como un sueño. La violencia que
han experimentado les ha generado un sentimiento de vulnerabilidad, al grado de
sentirse a salvo incluso en el encierro, donde una de ellas expresó encontrar
libertad:
Desde el momento que entré aquí cambió
mi vida radicalmente (por el encierro), pero mejor, feliz, libre. Cuando entré
aquí mis palabras eran: no importa que esté encerrada aquí, pero a la vez
libre, no que en su casa, una está encerrada, pero nos sentimos libres y no con
aquel yugo que nos ponían nuestros maridos (Laura, usuaria).
El albergue cumple con una parte muy
importante de sus objetivos: brinda seguridad y un sentimiento de libertad a
las usuarias, aunque sea solamente por un corto periodo de tres meses y durante
este tiempo busca generar cambios en la vida de las mujeres. Durante las
entrevistas se les preguntó a las mujeres ¿qué es lo que más te gusta del albergue?
y ¿qué cambios has tenido en tu vida desde que llegaste? Las respuestas fueron
diversas, a una de ellas le gusta que cada una tiene una casita aparte, otra
comentó que les gustan las amistades que ha encontrado, pero algunos
testimonios revelan cambios en la dimensión personal (Rowlands, 1997) y son tanto
físicos como emocionales:
Yo llegué a estar sin comer tres meses,
solo papas, fumaba y coca y fue traumante para mí, llegué a pesar treinta y
ocho kilogramos. Ya ahorita peso cuarenta y seis kilos y medio, me sorprende el
logro que hemos tenido mi hija y yo en estos tres meses. Cambió hasta mi forma
de pararme, cuando la psicóloga me preguntaba qué de diferente ves en ti, yo le
decía: me veo más alta, también ya me pinto, lo que jamás y a pesar de que no
podemos salir de aquí, me siento libre ahora todos los momentos son de
tranquilidad, hasta el tono de mi voz cambió, antes no me escuchaba (Jacinta,
201).
La estancia en el albergue ayuda a las
mujeres a volver a verse, a reflexionar sobre lo que han pasado y el papel que
han jugado en su relación. Pueden tomar distancia de lo ocurrido y centrarse en
ellas mismas y en su hijo e hijas. Es un espacio para analizar su vida, en lo
que dejaron de hacer y en lo que piensan recuperar. También representa un antes
y un después en el “poder para”
[…] ya me siento más segura para
hablar, todavía me duele el recordar la vida que he llevado en estos trece años
de violencia, todavía me duele, pero siento que ya no tanto como antes, antes
no podía hablar nada, yo nomas podía pronunciar la palabra -mi marido me
maltrata- y lo pronunciaba en pausas y lloraba y ahorita pues ya, siento que ya
no tanto… Y ahorita siento que hasta que me río de lo que me hacía, antes no
podía hacerlo y ahorita ya me siento más segura para hablar (Sara, usuaria).
En la dimensión de relaciones cercanas
(Rowlands, 2007) también se generaron cambios. Alejandra comentó que incluso su
relación con sus hijos cambió, tal vez la violencia que vivió la había hecho
centrarse solo en ella, en protegerse, que se había olvidado de conocer a sus
hijos, y su forma de relacionarse con ellos era golpeándolos. Gritaba y agredía
a las personas a su alrededor, reproduciendo la “escalera de la violencia” que
implica no quedarse como sujeto pasivo de la violencia sino como sujeto activo
que también la propicia.
[…] no los conocía (a mis hijos), como
que no tenía la paciencia para tratarlos como se trata a un niño, yo los empecé
a conocer desde que llegamos aquí, bien sus gustos, de qué número calzan, qué
talla es, todo, todo…. (también aprendí a) controlar mi carácter porque yo era
bien agresiva, o sea yo, me decían algo y siempre estaba a la defensiva… Pues
yo gritaba mucho, les pegaba, sí les pegaba (a mis hijos) (Alejandra, usuaria).
La generación de recursos propios es un
elemento para lograr autonomía (García y Oliveira, 1994) y esa es precisamente
una sugerencia que con frecuencia presentan las mujeres en el albergue, la
generación de empleo desde ese lugar. La política de empleo desde el albergue
marca que pueden trabajar de acuerdo a lo que estudiaron o saben hacer. Las
mujeres que pueden salir del albergue para trabajar tienen un proceso jurídico
para lograr su divorcio, reconocimiento de hijos, etc., y que se encuentra en
etapas avanzadas ya que no son requeridas con frecuencia por la autoridad para
desahogar diligencias. Son pocas las mujeres que trabajan, pues la mayoría de
ellas tienen en curso procesos legales recientes.
Para generar empleo, en el albergue se imparten
varios talleres, uno es el de repostería, en la que participan quienes gustan
hacerlo. Los productos que elaboran los van a vender a las oficinas del propio
CEMYBS, hacen cuentas y el dinero que cada una ganó es depositado en una cuenta
bancaria que se le abre a cada usuaria. El dinero no se toca hasta que las
propias usuarias lo piden, generalmente es cuando van a egresar. La mayoría de
las usuarias externó que el taller de repostería les gusta y que es una forma
de ganar dinero. Otras mujeres desean cursos de capacitación para que puedan
terminar sus carreras, que quedaron inconclusas.
La estancia en el albergue provoca un
cambio de pensamiento como resultado de la conciencia
de opresión (Batliwala, 1997) en la mayoría de las mujeres. En sus deseos y
la visión de su futuro, estas perciben la violencia que vivieron de manera
distinta y se reposicionan frente a ella. Para explorar este aspecto se les
preguntó ¿cómo sentían su problema desde que estaban en el albergue? Las
respuestas en su mayoría fueron que el problema ya no lo sentían tan grande y
algunas de ellas refirieron sentir cierto poder para cambiar sus vidas y la de
sus hijos.
[…] él me hacía ver chiquita, me hacía
sentir basura, me decía que no servía para nada, que no iba a poder yo sola,
que quién me iba a querer con dos hijos y qué iba a hacer con dos hijos, o sea,
siempre reprimiéndome, siempre pisoteándome el autoestima, pero… ya una vez
aquí estando, digo bueno, pues yo soy más y se lo voy a demostrar y a mí misma…y
sigo diciendo, aunque fuera el último hombre del mundo, ni aun así regresaba con
él (Laura, usuaria).
Recordar episodios de su vida donde
ellas tomaban decisiones y hacían uso de su poder personal, no solo reafirma su
conciencia de opresión, sino que es un punto de partida para volver a sentir
autoconfianza. Algunas mujeres manifestaron sentirse fuertes para hacer cambios
en su vida como divorciarse, trabajar, estudiar, decidir por ellas mismas a
partir de su estancia en el albergue.
[…] ya no siento miedo, estoy tranquila
conmigo misma, ahora estoy segura de lo que quiero, estoy segura de mí misma, quiero
conseguir un proyecto de la costura, es lo mío, es mi mundo…ya me siento libre (Cintia,
usuaria).
Sí, la de volver a estudiar, trabajar y
estudiar, porque sí es muy indispensable, quiero superarme… decisiones en el
aspecto personal, yo quisiera también ayudar a otra gente (Jacinta, usuaria).
No quiero regresar con él, la verdad,
yo creo que sería lo último que yo hiciera en mi vida, después de lo que me ha
hecho (Sofía, usuaria).
Sí puedo (generar ingresos con mi
actual trabajo) pero más aparte voy a poner un negocio para vender pulseras,
joyería, todo eso (Laura, usuaria).
Sí, aparte (de seguir haciendo
extensiones de cabello) quiero vender lo de repostería y ya con eso ya me
ayudo, y lo de la pensión, es para estar tranquilos (Alejandra, usuaria).
Recuperar a mis hijos, atender a mis
hijos, quiero estar como una familia con ellos, no quiero estar separada de
ellos (Beatríz, usuaria).
Uno de los sucesos más esperados y
temidos, al egresar del albergue, es volver a ver al agresor que, por un lado,
representa el dolor, la angustia, la humillación, pero por el otro, es el
compañero y el amante. Las expectativas de las mujeres al saber que la fecha de
su salida se acerca, genera en ellas sentimientos encontrados. Todas ellas
refirieron haber pensado ya en ese momento crucial, pero ninguna dijo querer
regresar con su pareja.
Pues lo he pensado y he dicho pues
cuando lo tenga pues hablar tranquilamente con él, sabes que no quiero pues que
lleguemos a gritar, ponernos mal, ya como quiera lo nuestro terminó y como
pareja no funcionamos. Vamos a hablar tranquilamente sobre los niños, yo te los
doy a cargo cuando tú quieras y no renuncies a tu derecho, tú eres el padre y
siempre lo vas a ser… y sí estoy preparada y más bien estoy ansiosa por que
pase ese momento de verlo y decirle ya se terminó todo y ya, ya quiero que pase
todo, que es lo que me tiene angustiada (Laura, usuaria).
La vida
fuera del albergue
Como parte de esta investigación, medio
año después de las entrevistas en el albergue se volvió a contactar a las
mujeres entrevistadas para dar seguimiento. De las once mujeres solo fueron
localizables tres. De ellas, solo una logró dar fin al ciclo de la violencia y
las otras dos regresaron con sus agresores. Durante este seguimiento se
constató que el CEMYBS no da un seguimiento puntual a las mujeres que atiende
en el albergue y con ello se pierde lo ganado.
Conclusiones
El Estado de México es una de las
entidades donde se registran los más altos índices de violencia contra las
mujeres. A través del Consejo Estatal de la Mujer y Bienestar Social (CEMYBS)
se ha puesto en marcha el Programa “Mexiquense por una Vida sin Violencia” el
cual tiene dos vertientes, una que previene y otra que atiende la violencia
contra las mujeres. Para esta última, se ha desarrollado un Modelo de Atención que integra elementos
importantes para apoyar a las usuarias. Por ejemplo, el subprograma “Línea sin
violencia” permite a las mujeres usuarias ser atendidas vía telefónica desde
cualquier parte. Sin embargo, existen diversos factores que dificultan la
atención esperada tales como aspectos técnicos y la falta de estrategias
adecuadas. Por otro lado, a través del subprograma “Albergue temporal” se
atienden a un máximo de dieciséis mujeres con sus hijas e hijos cada tres meses
y se les brindan diversos servicios como el psicológico, jurídico y
capacitación para el trabajo.
Sin
embargo, los retos que enfrenta el Programa “Mexiquense por una Vida sin Violencia”
y en específico el subprograma “Albergue temporal” no son menores, ya que
existe una gran demanda de mujeres por ingresar al albergue y esta oportunidad
se ciñe a menos del 1% de las mujeres mexiquenses que han padecido violencia
alguna vez en su vida. El CEMYBS no cuenta con los recursos presupuestales,
materiales ni humanos suficientes para atender la problemática; el personal a
cargo del Modelo de Atención no tiene el conocimiento, las especializaciones ni
las herramientas que mandata la LGAMVLV. Ante el desconocimiento de la
problemática, las estrategias de atención se reorientan como una forma de respuesta
inmediata al contexto presente.
Otro
factor importante es que el CEMYBS dispersa sus funciones y su presupuesto al tener
adultas y adultos mayores como población objetivo, lo cual repercute en el alcance
del programa, que no es suficiente para brindar atención a un mayor número de
mujeres que enfrentan una situación de violencia. Una salida a esto sería crear
una organización administrativa exclusiva para atender la problemática de las
mujeres y otro para adultos mayores, quienes presentan problemáticas
particulares y distintas a las que enfrentan las mujeres.
Las experiencias de
las once mujeres fueron recogidas durante el trabajo de campo: se exploraron
diversos aspectos tales como el ingreso, los servicios recibidos, la
capacitación, y su experiencia en el albergue. A la mayoría de las mujeres no
les fue sencillo el acceso al albergue, ya que por un lado, no se difunde su
existencia. Además, el ingreso está condicionado por ciertas normas, entre
ellas, el peligro inminente de perder la vida y la nula existencia de redes de
apoyo, amén de mencionar la disponibilidad de espacio en el refugio.
Los resultados
muestran que acceder al albergue es altamente valorado por las mujeres porque
significa una oportunidad de vida, al haber sido rescatadas del dominio de sus
agresores. Durante su estancia en el albergue, experimentan cambios en la
percepción de sí mismas, adquiriendo una conciencia de opresión que les impulsa
a tomar el control de sus vidas para hacer cambios. A partir de los
testimonios, se puede decir que todas las mujeres tienen aspiraciones de
transformarse, de ser más grandes y más poderosas que su situación de
violencia, la cual en la mayoría de los casos, se ve reducida, manejable y
transformable. En ellas se manifiestan diversas formas de poder que les
posibilita tener un proyecto de vida: han pensado lo que van a hacer saliendo
del albergue y eso constituye un punto de partida para retomar su vida. Sin
embargo, al concluir los tres meses de estancia en el albergue, las mujeres se
enfrentan nuevamente a realidad, en la que no hay una casa, alimento, ni están
a salvo de la violencia. De los once casos estudiados, solo tres mujeres fueron
localizadas, de las cuales solamente una logró romper con el ciclo de la
violencia y transitar a un proceso de empoderamiento. Las dos restantes
regresaron con su agresor.
Este trabajo muestra
que en el contexto actual es necesaria la creación de más albergues y la
necesidad de actuar bajo modelos de atención basados en el conocimiento de las
muchas caras de la violencia. Asimismo, es necesario generar mecanismos de
apoyo a las mujeres que egresan del albergue para que puedan continuar en el
proceso de recuperar su autonomía, lograr el empoderamiento y evitar a toda
costa que regresen con sus agresores. Concebir nuevas rutas y una nueva
oportunidad para continuar son el aporte del refugio.
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