MASCULINITY IN THE EMPTY BOOK AND THE FALSE
YEARS BY JOSEFINA VICENCS
Adriana
Sáenz Valadez1
1UMSNH/CONACYT/UPV. México. Correo electrónico: asaenzva@gmail.com
Josefina Vicens en sus novelas innovó en el espacio estético en varios
elementos. Uno fue al presentar un nuevo tópico que rompía con la temática del
movimiento armado, otro cuando presentó nuevos cuestionamientos sobre las
familias de la clase media en la Ciudad de México y al exponer dilemas sobre la
teoría literaria y el vacío. En este marco podemos decir que también en sus
textos reprodujo y cuestionó a la moral patriarcal, donde abordó descriptiva y
críticamente las formas de interacción y de reproducción del género. Por ello,
para efectos de este análisis se abordan El
libro vacío y Los años falsos
como textos que proponen nuevos cuestionamientos narratológicos y que a su vez,
como tecnologías del género, reproducen y hacen crítica a la masculinidad
tradicional. En este texto se analiza el continuo y los cuestionamientos a
dicha masculinidad que José García, Poncho y Alfonso Fernández presentan.
Abstract
Josefina
Vicens in her novels innovated in the aesthetic space
in several elements. When presenting a new topic that broke with the theme of
the armed movement, when she presented new questions about middle class
families in Mexico City and exposing dilemmas about literary theories and
emptiness. In this context we can say that in her texts she reproduced and
questioned the patriarchal morality, where she approached descriptively and
critically the forms of interaction and reproduction of the genre. Therefore,
for the purposes of this analysis The Empty Book and The False Years are
reviewed as texts that propose new narratological
questions and in turn, as technologies of gender, can
reproduce and, we say, make criticism of traditional masculinity. In this
context, the questions
of the aforementioned masculinity are analyzed, which José García, Poncho
and Alfonso Fernandez present.
Keywords: Josefina Vicens, tradicional masculinity, patriarchal morality, The Empty
Book and The False Years.
Recibido
8/11/2017
Aceptado
19/02/2018
Josefina Vicens en sus novelas innovó en el ámbito de la narrativa
en varios aspectos. Uno de ellos, rompió con el tópico del movimiento armado al
presentar a las familias de la Clase Media en la Ciudad de México, al exponer
dilemas sobre la teoría literaria y el vacío y, de manera paralela, al
describir y cuestionar a la moral patriarcal. En sus ficciones, abordó
descriptiva y críticamente las formas de interacción y de reproducción del
género. Si bien hemos realizado investigaciones sobre su obra, en esta ocasión,
el énfasis es otro aspecto desde la crítica literaria de género:[3] las masculinidades. La autora en su primera novela, El libro vacío, afrontó el conflicto del
autor acerca de los temas que deben ser contados, las formas de hacerlo, el
vacío de un ser que se percibe simple y en ello el cuestionamiento a las
masculinidades patriarcales, que entre otros elementos, se afirman sobre la
negación a la elección. En su segunda novela, el énfasis crítico descriptivo se
concentra en la educación que reproduce al sistema patriarcal, en donde las
masculinidades son puestas en cuestión.
Por ello, en el
marco de las investigaciones donde hemos estudiado a la moral patriarcal,
expuesta en las ficciones, en este artículo se analizan las novelas de la
autora a partir de proponer que innovó en términos narratológicos y de manera
paralela, al igual que reprodujo e hizo crítica a las masculinidades
tradicionales.[4] Para fines metodológicos este texto se ha dividido en
varios apartados. Una primera sección la componen algunos elementos
biográficos, seguido de un módulo en donde se expone la relación entre la
literatura como esquema que motiva la reflexión y/o como tecnología del género.
En un tercer apartado se exponen brevemente los elementos que componen la
novedad narratológica y crítica del patriarcado en las obras de la autora, para
después dar pie a los análisis y a las consideraciones finales.
Josefina Vicens nació en Tabasco el 23 de noviembre de 1911 y murió
el 22 de noviembre de 1988, en la Ciudad de México, a los casi 77 años. Desde
muy joven su actitud inquieta sumada a la crisis económica familiar la llevó a
desempeñarse en varios trabajos previos al de la narrativa. Inició atendiendo
el negocio familiar, una tienda de ultramarinos en la colonia Roma. Después
migró a otros trabajos que la llevarían a la ficción, la representación
política y el liderazgo sindical. Para ello fue mecanógrafa, secretaria y
burócrata. Posteriormente y de manera oculta, se desempeñó como escritora de
críticas taurinas.[5] Fue Vicepresidenta de la Sociedad General de Escritores
Mexicanos (SOGEM) y guionista de muchas películas, entre las que destacan Los perros de Dios (1973), Las Hermanitas
Vivanco (1958)[6] y Renuncia por
motivos de salud (1975) (Castro, pp.57-72). La escritura de ficción comenzó
a realizarla muy joven, aunque ya de manera formal inició en los años cuarenta,
a partir de trazar la columna “Farolazos”. A partir de travestirse
textualmente, firmaba como Pepe Faroles, el cual se convirtió en un referente
en el ámbito taurino. Posteriormente, ya como Vicens,
escribió dos novelas y un cuento, “Petrita”.
Fue una mujer con
muchas habilidades tales como atender al dolor de su amigo que le confesaba que
no podía asistir al funeral de su padre, porque si lo hacía, tendría que
hacerse cargo de la familia y mediante la escucha plasmar esa angustia en Los años falsos. De esta manera, en una
obra maestra, hizo una novela que retratara a la moral de la época e hiciera
homenaje al querido amigo. Podía charlar con los Contemporáneos y al mismo
tiempo con los líderes sindicales (Lorenzano, 2006, p.84).
Fue como ella decía en la sala de su casa, una mujer que había disfrutado la
vida, fue amiga, escritora, líder sindical, crítica taurina y alumna en la Facultad
de Filosofía y Letras de la UNAM.[7] Sus inicios en la escritura, en apariencia, simples,
evidencian tres elementos que para este análisis son prioritarios, mismos que
ella narraba. Platicaba que cuando llegaba a trabajar, al entonces Departamento
Agrario, al firmar su entrada, en lugar de suscribir su nombre, lo hacía bajo
el pseudónimo que ese día le pareciera interesante: fue Cleopatra, Juana de
Arco, Ana Karenina, etc. Lo hacía por tres razones; el
primero era que le parecía muy aburrido todos los días poner el mismo texto, al
mismo tiempo deseaba reflexionar sobre los usos y costumbres laborales de la
época y porque vivía frenando el deseo de crear otras realidades más allá de
las aparentes. Así, la ficción del nombre fue el medio que por breves instantes
y de forma simbólica, le permitirían consumar dichos intereses. En palabras de
José García, el personaje principal en El
libro vacío, los expresa: “¿Cómo puedo adelantar en un libro rígidamente
contenido para ocultar esta impotencia de escribir y ésta, mayor aún, de no
escribir?” (Vicens, 2006, p.53).
En la red de posibilidades
que otorgan las ficciones, están aquellas que desde la lectura hermenéutica
postula la correlación entre la literatura y moral. Por ello, quiero destacar
las siguientes: la de llevar a cabo reflexiones sobre los textos literarios para
analizarlos, como los propone la filósofa Teresa de Lauretis, donde la literatura (entre otras
narrativas) son pensadas como tecnologías del género. A decir, las ficciones
pueden ser estructuras que lleven al lector a la reflexión sobre su subjetividad
y también pueden ser mecanismos que coadyuven al proceso del género. Dicho sea,
la literatura como producto cultural, representa a la sociedad de la diégesis, y en ello, es también una estructura que puede motivarnos
a reflexionar. Los textos de ficción pueden llevar al lector del extrañamiento,
al reconocimiento del otro y del sí mismo y en ello, mediante el espiral de
deconstrucción, configuración y reconfiguración, reflexionar sobre los actos
morales.
Desde esta
perspectiva y desde la lectura de Teresa de Lauretis,
quien expone entre otras variables que: “1. El género es una representación. 2.
La representación del género es su construcción” (1996, p.9), podemos
comprender que el género es una construcción, un continuo, en el que actúan el
proceso y la representación. Lo que es, es un estarse haciendo, una
representación constante, una vivencia diaria. A su vez, dado que el discurso del
género es preexistente al sujeto, y en ello, la racionalidad patriarcal como
una razón de razones, un discurso preexistente al sujeto, postula nociones que
se presentan como estructuras esenciales para los géneros (Amorós, 1991, p.103).[8] Así podemos decir que el género desde este hacerse es una
forma de ser que se aprende, se construye y se participa en su continuo. En este marco lo que Lauretis
llama el continuo de las representaciones, y señala que éstas se pueden
aprender a partir de los productos culturales, a los que la autora llama
tecnologías del género (1996, p.9).
Si bien la
autora de Tecnologías del género
señala que los productos culturales fungen como tecnologías, también es
importante demarcar que si bien los discursos culturales pueden ser tecnologías
del género, también pueden de manera dual y concatenada llevar a cabo
reflexiones que permitan la deconstrucción del género y sus deberes ser. En
este marco las narrativas de ficción en su compleja relación de representación
de las formas culturales, pueden fungir varias funciones. Una misma ficción
puede describir y en ello normar las formas morales (representaciones y deberes
ser del género), puede hacer crítica de ello e incluso puede motivar al lector/a
a la reflexión, el análisis y la deconstrucción. En
este marco, amén de lo dicho, el género es una vivencia continua de las delimitaciones
y normas que en el devenir de las representaciones se encarnan y se
manifiestan, entre otras formas, a partir de sustratos articulados en términos
deontológicos como deberes ser.
La obra de Vicens fue reconocida y premiada por su propuesta estética.
En este marco, podemos destacar los cuestionamientos sobre el vacío y la
ruptura con el tema que en la época acaparaba las ficciones, esto es, la Revolución Mexicana. De esta manera,
desde sus primeros textos utilizó la prosa poética, incluyó la ironía para
cuestionar a la moral y presentó a la Ciudad de México como un nuevo tema y
narrador de la diégesis. Ya sea porque presentó una novela
sin final, porque los personajes se desdoblan en el momento de enunciación y se
crean y recrean de manera dilógica o porque las ficciones están estructuradas
como si el interés fuera un conversatorio con la teoría narratológica, pero sin
percibirnos de ello, inmersos en el placer cautivante, en la imposibilidad de
alejarnos de ellos, los textos proponen y nos cautivan.
La escritura de
Vicens mantiene una propuesta estética novedosa, lo
que implica no sólo su propuesta narratológica, sino también sus logros a nivel
de mímesis crítica. En la escritura logra trenzar los recursos narratológicos
con la crítica a las nociones de la racionalidad patriarcal para los géneros.[9] A saber, la incursión estética de la autora en la escritura
evidencia que los textos provocan empatía, educan moralmente y, simultáneamente
(de ahí uno de los logros narrativos), llevan a cabo reflexiones sobre la moral
patriarcal. A decir, son tecnologías que contribuyen al continuo del género y a
su vez, proponen una crítica, para efectos de este estudio a las masculinidades
tradicionales que se sustentan en las nociones y deberes ser que la
racionalidad patriarcal propone.
Varios son los
elementos morales que se explicitan en las obras, para efectos de este estudio,
se abordarán dos que participan en la construcción y reproducción de la
masculinidad patriarcal, lo que es en el continuo del género. La primera, es aquella que viven los
varones en dicha moralidad, la negativa a la elección cuando se trata de optar
por un camino que no los postule a partir de los deberes ser de varones de una
familia; el segundo, es el reconocimiento que se obtiene a través de la mirada de
complacencia, por el cumplimiento del deber, de los/las otros/as, como elementos
que participan en la aceptación y la valía.
El libro vacío
Pero también pienso que si no hablo de él, que ha sido lo mejor de mí, ¿De qué voy hablar?
¿De éste que soy ahora? ¿De éste en que me he convertido? ¿De este hombre
oscuro., liso, hundido en una angustia que no puedo aclarar ni justificar,
porque los motivos que lo provocan no son explicables?
(Vicens, 2006, p.76)
El
libro vacío se publicó por
primera vez en julio de 1958 por la Compañía General de Ediciones, S.A. México.
Desde su edición, la obra fue reconocida ampliamente por la crítica. En 1963, fue
prontamente traducida al francés y editada por Julliard
bajo gestión de Alaíde Foppa.
De tal que fue merecedora del premio Villaurrutia, cuando el galardón lo
otorgaban los ahorros de los escritores.[10] Posteriormente la novela fue reeditada con una carta
prólogo de Octavio Paz, la cual suele acompañar la mayoría de las ediciones siguientes
(Lincoln, 2011, p.35). En dicho texto, Paz elogia la novela y valora la técnica
con la que el tema del vacío está expuesto (1986, p.7) y que describe tan
vívidamente un mundo tan común para muchos, que él llama, la pequeña burguesía
(Paz, 1986, p.7). Dicha característica que el poeta señala, será un sello escritural
de la autora de Los años falsos, es
decir, la descripción y el análisis de manera simultánea. Mientras incursionamos
en el mundo de José, a partir de la diaria escritura del cuaderno uno, aquel
que nunca se leerá y que es, “realmente” el que el lector lee, somos invitados
de primera fila a la representación del sello estético de la escritura de Vicens, esto es, la reproducción vívida de una moral que
hemos llamado patriarcal, y a los pensamientos y actos de un hombre inmerso en
ésta. José García, es uno de tantos, pero a su vez es tan personal. A través de
escucharlo quedamos perplejos ante la identificación y la comprensión que
tenemos de sus reflexiones. No nos quedan ajenas sus
razones, ni sus sentidos, su dolor y su contradicción. Es uno de tantos, y a su
vez es uno y tantos.
Retomando las
ideas que Paz marcó en el prólogo, volvamos a uno de los objetivos de este
artículo. Vicens, incursionó en su primera novela con
dilemas como el texto en blanco. El cuestionamiento sobre el ser cotidiano,
sobre la vida de un burócrata, la no heroicidad de un jefe de familia y los
temores ocultos que los hombres reproductores de la masculinidad tradicional[11] deben callar. Esta obra narra las contradicciones que
iluminan el día a día de José García, quien vive esperando la hora de entrada
al trabajo, para huir de la vida familiar y el tono del reloj que marca el
tiempo final de la jornada para sentarse a tratar de no escribir y vivir
deseando hacerlo. Dualidades de su diario existir. Vive entre dos nebulosas que
se tejen por los hilos del deber ser. La masculinidad tradicional que lo
configura bajo el deber ser de proveedor y hombre que debe contar con la mirada
de reconocimiento de quienes lo rodean. Así, el sueño de ser reconocido por su
obra, la angustia de no tener nada qué contar, la vida laboral y su anonimato
se entretejen para evidenciarle que su vivencia dista mucho del prototipo del
deber ser de dicha masculinidad, lo que lo frustra, enoja y lo mantiene en el
hilo del intento por cumplir.
El sello
estético de la autora, las voces, las descripciones breves, pero marcadas de
elementos nos permiten como lector concretizar[12] emociones, decisiones, razones. Las situaciones que delinean
la diégesis están inmersas en el marco de una
racionalidad que nos es comprensible, a partir de lo cual el/la lector/a concretiza
situaciones comunes, lo que permite que la empatía se deslice entre el/la
lector/a y el personaje. Historias de la vida, decisiones que desnudan al ser y
lo presentan angustiado, confundido, falsamente esperanzado con la felicidad,
conformado en vivir pedacitos de luz que él marca como situaciones de tranquilidad.
Fragmentos de luz para ocultar que es un hombre inmerso en el deber ser de la
masculinidad patriarcal. José cuenta que tuvo que asumir la vida que los padres
decidieron para él. La frustración que le amanece, donde el continuo del
proceso del género cobra cada día los pedazos de vida que él debe pagar, para
poder representar de la mejor manera la masculinidad que en la inocencia de la
pubertad creyó lo haría feliz.
José deseaba
ser marinero. Se imaginaba dueño de las olas, vestido en su elegante uniforme,
adornado con botones recién lustrados y las botas que con su firmeza
apuntalaban los pasos. Se veía ceñido con sus agujetas bien acordadas, aquellas
que sostienen el hombre que las lleva puestas. Adolescente de las ilusiones, pensó
que podía echarse al agua, conquistar y tejer su futuro, pero con lágrimas
comprendió que eso no sería para él. Cuando
les comunicó a sus padres sus sueños, vislumbró que sus decisiones sólo
contarían con el reconocimiento familiar si elegía optar por reproducir la
moral patriarcal. Para ello, dos son los mecanismos morales que apuraron la
decisión; el primero, la búsqueda del reconocimiento familiar, el segundo la
culpa de no cumplir con el molde del hijo imaginario que los padres se habían
configurado.[13]
Recuerdo, por ejemplo, mi decisión de ser marino. Nada en el mundo me hará cambiar de idea —pensaba yo entonces—. (…) Mi padre, en cambio, pronunció un dramático discurso del que sólo pude entender que yo era el único hijo hombre, la esperanza de su vejez y el protector de mis hermanas. Recuerdo que a medida que mi padre hablaba me invadía una especie de asfixia: por lo que sentí el horror de estar encarcelado, condenado sin remedio (…).
Sollocé inconsolable por lo que se me moría, antes de vivirlo. Sin saberlo, creyendo que lloraba por mí, en realidad lloraba por los dos más agrios dolores del hombre: el amor y el adiós. (Vicens, 2006, pp.73-74)
El reconocimiento
familiar, lo que es la mirada del otro/otra con aprobación es una tecnología
que esta racionalidad apremia para el continuo del hacerse en el género. La
educación patriarcal enseña a buscar el consentimiento de los/las otros/otras,
y el ser que se construye en el diario vivir desde esta racionalidad aprende a
desear esta satisfacción. De acuerdo a estos postulados, analicemos los sueños
de José, quién pensó que sus nebulosas de mar contarían con el aplauso
familiar. Regresar con la victoria alada por su valentía, por sus incursiones,
eran sus sueños, Sin embargo, su realidad era otra. Él era el único hijo varón
y en esta masculinidad le correspondía asumir, en ausencia del padre o en la
vejez de éste, el lugar del progenitor. Lo que es, en el caso de que el padre no
estuviera presente en la familia o menguara en fuerzas, el hijo debía continuar
siendo el padre simbólico, debía “cumplir” con el deber ser de proveedor, de
ser la ley, la ciencia, la razón y el orden familiar. Las hermanas, en caso de
que el padre no estuviera presente, deberían convertirse en hijas -simbólicas-
y la madre, en la complejidad de esta moral, en la esposa simbólica del
hijo.
La madre conoce
el orden establecido por la racionalidad patriarcal, por ello su reclamo ante
los sueños imprudentes de su hijo. ¿Cómo es que José se había atrevido a
soñarse independiente de todos los deberes ser que su masculinidad conllevaba? La
mirada de aprobación es una tecnología que norma[14] y participa en el hacerse en la masculinidad tradicional o
hegemónica. Contar con la aprobación de los/las otros/as es una forma de legitimar
el continuo del hacerse. Para José tomar decisiones que implicaran estar fuera
de este reconocimiento familiar que tanto deseaba y que había aprendido a
requerir significaba haber fallado ante los padres y ante sí mismo. El
reconocimiento es entonces el mecanismo patriarcal que las instituciones, entre
ellas la familia, enseñan para después a través de él, exigir conductas y decisiones.
Ahora bien, José sí comprendió lo que debía elegir, quedarse en el continente
para cuidar de sus hermanas, de su madre y posteriormente de su esposa e hijos,
eran su presente y su futuro.
El
reconocimiento que se aprende a buscar y a obtener a partir de la mirada de
los/las otros/as está engarzado al mecanismo del miedo. La simple posibilidad
de no vivir bajo la aprobación de los otros o el miedo de provocar que los
padres no sean vistos con beneplácito por los actos de los hijos, es una
herramienta que esta moral irradia y educa, porque a través de ella, disminuye
las posibilidades de elección, se difuminan otras formas de vida y en ello,
tiende caminos para el continuo de dicha moral. A través del hacerse en esta
racionalidad y en ello en esta masculinidad, José García perpetúa estas
exigencias en sus hijos y esposa. El continuo del deber ser se aviva. Él desea
ser reconocido como un gran escritor, de ahí su tensión existencial porque no
sabe que lo es. En esa frustración les exige a los hijos, a la esposa y a la
amante que lo admiren, lo consideren y lo cuiden, porque finalmente él se
inmoló por ellos. En la búsqueda del reconocimiento participa y continúa en el
deber ser de hijo y padre. Ahora el precio que los demás deben pagar por la
muerte de los anhelos de José García son la obediencia, el silencio y el continuo
de la inmolación a las elecciones.
Desde este
esquema, el texto presenta a un hombre reproductor de la masculinidad que esta
racionalidad propone y a su vez, hace crítica, en términos de la consciencia
que implica en el personaje estas exigencias.
Y de ahí nace la trampa. Como no puedo vencerlo, dejo vivir en mis hijos, en mi mujer, en mí mismo a veces cerrando cobardemente los ojos, esa equivocación, esa mentira y me irrito cuando no me tratan con la tolerancia que los demás destinan para aquellos de quienes esperan algo importante y distinto. Yo mismo, que lo sé todo, me he sorprendido solapándome actitudes violentas y arbitrariedades que intento explicarme como propias de quien considera que tiene una más alta misión que la común y corriente de estar al cuidado y al servicio de su familia. Es un feo engaño, yo lo sé. Mi mujer, con su aterradora intuición, lo sabe también y, no obstante, se calla. (Vicens, 2006, pp.55-56)
José inmoló sus
anhelos y deseos al someterse a la voluntad de los deseos de los padres. Así la
racionalidad patriarcal continúa viviéndose a partir de sus actos y de las
exigencias que él les pide a los hijos, esposa y amante. A pesar de la sumisión que ha vivido, existe
una ventana que vislumbra horizontes de libertad y de crítica a dichas
conductas propias de la masculinidad que eligió, éstas se presentan a partir de
conocer los pensamientos que José de repente se sorprende haciendo. Se asombra
reconociéndose violento, agresivo, prepotente, frustrado, asume que eligió por
deber y no por deseo, que no desea la vida que tiene y que el vacío que siente
es propio de alguien que se asumió a un prototipo de masculinidad que le ha
implicado ser visto como el esquema a imitar, incluso él ha exigido ser visto
así, pero el precio de este esquema han sido monedas de vida, de anhelos y de
libertad que ha ido entregando.
En 1982, luego de 25
años bajo el sello de Martín Casillas, Josefina publicó Los años falsos. Rápidamente
la novela fue reconocida en Tabasco con el premio Juchimán
de Plata. Esa tierra que, como decía Carlos Pellicer, era más su agua, que supo
reconocer el surgimiento de una novela crítica del patriarcado y que narrada a
manera de Bildungsroman (novela de
aprendizaje), cuestiona la teoría y a la moral. Para la publicación de Los años falsos, la autora ya cuenta con
67 años, ha escrito guiones cinematográficos, ha recibido el permio
Villaurrutia. La novela es entonces un texto de madurez y crítica donde entrelaza
una propuesta narratológica por el desdoblamiento de los personajes, la
representación de la muerte simbólica que causa el patriarcado y del poder que
estas muertes otorgan. A partir de sustituir la preocupación del vacío, por la
ansiedad de la muerte y la crítica al patriarcado (Domenella,
1998, p.194), Los años falsos van
narrando los anhelos, las desilusiones, las renuncias y el proceso en la
masculinidad tradicional de un adolescente que en el tiempo de una bala, se
convierte en hijo, padre, hermano, esposo y dios.
Para este
análisis, en la consciencia de que el texto está armado a manera de varios
hilos fusionados, se estudiará la crítica moral y la muerte en el trenzado que Vicens los propone, buscando matizar estos aspectos, pero
en la consciencia de que en la obra están entreverados, reunidos como una
totalidad que deviene en una propuesta que reproduce y crítica a dicha masculinidad,
en un todo inseparable. En la novela los personajes se fusionan y se modifican
entre sí. Alfonso Fernández es el heredero de la vida de Poncho Fernández. El
tronido de una bala marca el inicio del final. El cierre de la educación
patriarcal, donde Poncho Fernández, culmina el proceso de educación de su hijo.
En la emulación que implica morir a partir de un aparente descuido al jugar con
una pistola, objeto simbólico de la virilidad patriarcal, Alfonso Fernández
deviene como marido de la madre, padre de las hermanas y cariñoso varón en la
cama de la amante del padre.
En Los años falsos el íncipit se lee desde
lo expuesto por Benveniste,[15] donde presupone que el cambio en el orden de los sujetos,
en las voces de enunciación, así como la conformación de los usos verbales, pueden darse con el deseo de causar interés o sorpresa. Por
lo tanto, en “Todos hemos venido a verme” (Vicens, 1985,
p.11), la comprensión lectora parece
dificultarse, esto dado por la imposibilidad lingüística que esta frase
conlleva. Si bien esta oración vivencialmente es imposible, no podemos venir a
vernos, en la ficción se rompen los límites de lo real y se penetra, desde la
primera oración en los bordes de lo simbólico y lo moral. En la aparente
contradicción lingüística se expone el mayor logro narrativo de la obra, la
trascendencia simbólica para la masculinidad que dicha racionalidad propone. En
la enunciación se asume que la familia, a cuatro años de muerto Poncho
Fernández, han ido a limpiar la tumba y a ponerle flores, pero que en dicho
acto el sujeto de enunciación está vivo y de manera paralela está respirando
bajo las lápidas de cubren la tumba. Es el vivo y el muerto, es por ello que mediante
este uso lingüístico y simbólico el padre se diluye en el hijo.
A partir de
introducir recursos estilísticos novedosos como las voces y las evocaciones,
diferenciar al padre del hijo resulta complejo, dado que es el logro narrativo
de la obra y es el enramado patriarcal que se logra mediante la educación de
dicha moral. Este texto evidencia que las obras narrativas pueden ser
tecnologías del género y a su vez hacer crítica a dicho sistema. En ella se
exponen las ganancias de la educación de dicha moral y a su vez, a partir de
imágenes que más parecen salidas de un sueño, cual evocaciones de la
consciencia, se muestra la muerte y las consecuencias existenciales de
inmolarse en vías de dicha masculinidad que están aderezadas por el deber ser,
la educación, el reconocimiento y de la fuerza simbólica que el dolor de la
madre viuda provoca.
La obra narra
el Bildungsroman de Alfonso, el proceso de
transformación de la vida de un adolescente de 14 años en adulto y, de manera
simultánea, relata el proceso de conversión de Alfonso en Poncho, donde en un
aparente retrotraerse del padre en el hijo, el que pervive es Poncho Fernández
en el cuerpo del hijo. Son ambos y ninguno. Es la trascendencia perfecta de
esta racionalidad, donde la que verdaderamente permanece es la masculinidad
patriarcal.
Ahora me alegro de haberlo hecho; porque así quedó bien. Nuestro nombre, el de los dos, Luis Alfonso Fernández, sin más. Aunque las fechas no me correspondan a mí y el nombre casi no le pertenezca a él porque le fue disminuido y denigrado desde que nació: el niño “Ponchito”, el joven “Poncho” y después, para todos y para siempre, “Poncho Fernández”. Nadie le decía Luis Alfonso ni Luis, ni Alfonso, ni Fernández a secas. (…) No fui nunca el hijo de Luis Alfonso o del señor Fernández. Lo fui de “Poncho Fernández” siempre, desde aquel tiempo en que serlo era una especie de éxtasis, de trémula y secreta dicha, hasta este tiempo clausurado, que no me pertenece y que no transcurre. (Vicens, 1985, p.13)
En la novela se
evidencia que la trascendencia que propone esta racionalidad para la masculinidad
se logra desde los discursos. Poncho Fernández educó a su hijo para hacerse en
esta masculinidad. Así se convirtió Poncho en el cuerpo de Alfonso y finalmente
Poncho en el cuerpo del prototipo de esta masculinidad. De tal manera que al
nacer comenzó el proceso preexistente a Alfonso. A partir de los ejemplos, los
regalos, los premios, todo lo que implica la vida cotidiana, se reforzó lo que
el padre había aprendido debía desear ser en el hijo.
Para ello, la familia fue el elemento que dio fuerza a este sistema.
¿Es que no podría entenderlo, papá, no podía!
El Diputado cumpliendo tu último deseo, se hizo cargo de mí y me nombró su ayudante.
— Haremos de ti otro “Poncho Fernández”
— me dijo.
Había que olvidar la escuela. Tú dijiste siempre: “el dinero es para gastarlo y los que ahorran son unos coyones que le tienen miedo a la vida”. Y como no eras coyón, no nos dejaste ni un centavo.
—ahora tú eres el señor de la casa— me dijo mi mamá el día que empecé a trabajar.
Pero no me dijo que desde ese mismo día dejaba de ser mi madre. Eso no me lo dijo. (Vicens, 1985, p.46)
Vivir bajo las
nociones de dicha masculinidad implican ser visto como
el hijo perfecto, querido por el padre, reconocido por la madre, amado y temido
por las hermanas, todas tecnologías que implican desear ser visto con
beneplácito y vivir bajo el miedo de no contar con ello. La obediencia a los
deberes ser que dicha racionalidad propone para los hijos, conlleva a ser
reconocido por los padres. Así los sueños que aparentan ser propios, pero que están
cubiertos por el discurso, son espejismos de dicha masculinidad. Alfonso busca
el reconocimiento del padre, de la madre, de los amigos del padre, y para ello,
acepta morir, para convertirse en el hijo perfecto, con lo que asume el
continuo del deber ser y corona la trascendencia de dicha racionalidad. Los
valores que asume son los del padre y en ello, los del patriarcado. Renuncia a
su ser para sí y se vuelve, lo que quieren que sea.
Si bien a los
catorce años es complejo mantener una postura crítica ante las exigencias que
esta racionalidad demanda a través del padre, de la madre y las hermanas. Las
verdaderas decisiones no se llevaron a cabo en el estruendo de la bala, sino se
dieron cuando probó las delicias, en términos de poder, que dicha racionalidad aromatiza,
a partir de negar al ser para sí. Deleites que son falsos espejos de poder y
autonomía, ya que bocado tras bocado de dichos manjares, Alfonso diluye las
posibilidades de experienciar otras formas de vivir
la vida, y en ello, también resta posibilidades de existencia fuera de dicha
moral. Dicho sea, asumido en vivir aquellos espejos de poder, penetra en el
deber ser y con ello, Alfonso se disuelve en cada mordida. Este esquema moral
naturaliza estructuras del deber ser para dichos géneros. Los varones en la
familia son los encargados del orden y de proveer el dinero para que la familia
subsista. En este orden, Poncho busca disculpar y legitimar, de manera
simultánea, su falta de capacidad financiera y su hombría. Postulando que los
que ahorran son coyones, así legitima una verdad
escondida, que el ingreso de la familia está matizado por los gastos que él
tiene derivados de la convivencia con los amigos, con las prostitutas y con la
amante, pero todo bajo el aura de que él es muy hombre, nunca un cobarde.
Alfonso, para
gozar de este poder que le otorga reconocimiento y le resta vida y autonomía,
tuvo que hacer muchas renuncias. Una muy importante en términos de la
normatividad de esta masculinidad fue alejarse de la atracción que siente por
su amigo y demostrar frente a los amigos del padre, ahora sus compañeros de
trabajo, que él es heterosexual y cumple con dicho imperativo categórico. Hacia
el final de la novela surge un nuevo personaje, ya que Alfonso es ahora un
desdoblado sujeto que puede dar vida y quitarla. Es el padre en el cuerpo del
hijo y el hijo que se cree poderoso y que consciente del poder que ha adquirido
a partir de las renuncias supone que puede dar vida al padre y a él. Iluso sujeto
de dicha racionalidad. Ahora se presenta un personaje asumido en el prototipo
que no vislumbra las cadenas que le atan porque la nebulosa de poder lo ha
cegado.
Como dijimos,
la novela a partir de la trenza narrativa funge como tecnología del género, a partir
de describir las estructuras que los personajes experiencian
para vivirse cada día en dicha racionalidad; para efectos de Poncho y Alfonso
en la masculinidad tradicional. A su vez, a partir de las voces narrativas que
muestran los pensamientos de Alfonso, somos invitados al área secreta del ser
que se cuestiona, se debate y nos confiesa sus deseos, sus miedos y angustias.
Es el adolescente que por los demás es reconocido como heterosexual, digno hijo
y sustituto del padre, pero que se declara y nos pregunta, por qué todo lo
sucedido, si él sólo quería seguir siendo hijo y que la madre le llevara un
vaso con leche a la cama.
Las sensaciones
ilusorias que proporcionan el sentirse el hijo predilecto del padre, el
proveedor de los medios de subsistencia de la familia, el sustituto del padre
en el trabajo y en la cama de la amante, el amigo de los amigos de Poncho
Fernández, la renuncia al erotismo que le proporciona mirar al amigo, parecieran
satisfacer las necesidades de Alfonso, pero paso a paso lo convierten en la
expresión de la trascendencia de dicha masculinidad, la metafísica figura que
fusiona al padre en el cuerpo del hijo. Donde pareciera que a través de tantas
renuncias y obediencias el que murió fue Alfonso y surgió renacido Poncho, pero
en la novela la que resurge es la racionalidad patriarcal en el cuerpo de un
sujeto que se percibe todo poderoso, dador de vida y en apariencia capaz de
mutar a Alfonso en Poncho, pero que desde hace muchos días mutiló a su ser para
sí. A partir de las superposiciones simbólicas entre los personajes masculinos,
el uso de voces discursivas que entrelazan la vida y la muerte, y borran los
límites entre éstas y el surgimiento de un tercer personaje varón en el cuerpo
de Alfonso, observamos cómo la autora bajo una propuesta narrativa novedosa,
trenza la reproducción y la crítica a dicha masculinidad.
Desde esta lectura las
preguntas sobre el vacío y las renuncias a la elección en aras de cumplir con
el deber ser de la masculinidad tradicional son las guías de El Libro vacío. Mientras que para Los años falsos los cuestionamientos
están en términos de los deberes de la masculinidad y la trascendencia de la
racionalidad patriarcal. Como hemos señalado ambas novelas participan en la
reproducción de la moral y la masculinidad de la racionalidad patriarcal y a su
vez, motivan a la reflexión a través de plantear elementos críticos. José es un
hombre aburrido de la vida, a partir de renunciar a aquellos sueños que tuvo en
la juventud y de asumir el esquema que le dijeron debía representar. Ahora es
un hombre que cumple con el deber ser que decidió seguir, pero que le ha
llevado a una existencia poco satisfactoria, donde incluso el amor que reconoce
la esposa le profesa, no puede devolver con gratuidad, porque él hubiera
elegido otra vida. Las voces narrativas que fusionan a Alfonso y Poncho
Fernández evidencian una propuesta narratológica novedosa bajo la cual se
muestra cómo se configura y trasciende la masculinidad tradicional. A partir de
la creación narrativa de un ser que es Alfonso y Poncho, que es dios y cada uno
de ellos por separado, se describe cómo los discursos participan en el continuo
de los deberes ser del patriarcado. Finalmente podemos decir que ambas novelas,
leídas desde esta metodología, son textos que nos motivan a la reflexión, que
describen los deberes ser de la masculinidad patriarcal y a su vez participan
en la deconstrucción de ésta.
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[1] Agradezco los comentarios que este trabajo recibió en el XII Congreso de Literatura Mexicana
Contemporánea. Esta investigación forma parte del proyecto de
investigación: Patriarcado y racionalidad
patriarcal en los textos culturales mexicanos 2018, inscrito en la
Coordinación de la Investigación Científica, UMSNH. Agradezco a la Universidad
del País Vasco su invitación como investigadora y su apoyo para la realización
de este trabajo.
[2] Este trabajo
forma parte del proyecto sabático apoyado por CONACYT, 2017-2018 y de la
estancia de investigación realizada en la Universidad del País Vasco.
[3] Ahora prefiero llamar de género, dado que se han incluido corpus
y variables a la metodología.
[4] Para un referente
sobre los estudios sobre las masculinidades en México, véase: Núñez, Guillermo.
(2016). “Los estudios de género de los hombres y las masculinidades en México:
reflexiones sobre su origen” en La
Ventana. Guadalajara, México: Vol.
23, Núm. 19, pp. 30-61.
[5] Fue “Secretaria de Acción Femenil de la Confederación Nacional Campesina, también se desempeñó en posiciones ejecutivas en el Sindicato de la Producción Cinematográfica, como Presidenta Ejecutiva en el Sindicato de Producción Cinematográfica, Presidenta de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas y, posteriormente, oficial mayor de la sección de Técnicos del Sindicato de Cinematografistas” (Fernández, 2006).
[6] Este guion lo escribió a partir de un texto de Elena Garro y Juan
de la Cabada (Castro, pp.57-72).
[7] A partir de los premios que recibieron las novelas de Vicens se recuperó su figura en el ámbito literario. En este sentido destaco dos entrevistas y que ahora son fuentes documentales para los breves datos biográficos que se presentan. A partir de la guía de Carmen Ramos Escandón Gabriela Cano y Verónica Radkau entrevistaron a Vicens. Véase: Cano, Gabriela y Radkau, Verena. (1989). Ganando espacios. México, UAM-Iztapalapa, pp.79-138 (Correspondencia). La entrevista en dónde Cano y Radkau explican el sentido de las entrevistas que llevaron a cabo a varias escritoras, donde destacan la importancia de la recuperación de la memoria: Cano, Gabriela y Radkau, Verena. (1988). “Lo privado y lo público o la mutación de los espacios (historias de mujeres 1920-1940)”. (Consultado el 28 de enero de 2016 en https://ideasfem.wordpress.com/textos/j/j03/). Y González, Daniel y Toledo, Alejandro. (1989). Josefina Vicens: la inminencia de la primer palabra. México: Ediciones sin nombre/Universidad del Claustro de Sor Juana. 2ª edición.
[8] Celia Amorós en el libro: Crítica
a la razón patriarcal analiza y establece una crítica a dicha razón. En
este marco y sólo de manera introductoria, es necesario establecer que si bien
el concepto es amplio y su puntualización requiere una reflexión más amplia,
podemos asumir que es una razón de razones, que establece configuraciones
simbólicas que esencializan a los géneros y establece
categorías de valor y del deber ser. Véase: Amorós, Celia. (1991). Crítica a
la razón patriarcal. Madrid: Anthropos; Sáenz, Adriana. (2015). “La crítica a la racionalidad patriarcal,
un paradigma para pensar a los géneros” en Ávila, Virginia y Suárez, Paola (Coords.) El género y
la globalización en los debates de la Teoría Social Contemporánea. México:
UNAM, pp.84-109 y Sáenz, Adriana. (2011). Una mirada a la racionalidad patriarcal en
México en los años cincuenta y sesenta del siglo XX. Estudio de la moral en Los
años falsos de Josefina Vicens. México: UMSNH/Plaza y Valdés.
[9] En este texto se comprenderá patriarcado como sinónimo de
racionalidad patriarcal, en la comprensión que sugiere Sáenz 2011, como una
razón de razones que propone demarcaciones simbólicas en términos de esencias
de género. Destaco que el tema de la muerte y la relación con el patriarcado en
la obra de Josefina Vicens fue abordado por primera
vez en el texto: Domenella, Ana Rosa. (1989). “Muerte
y patriarcado en Los años falsos de Josefina Vicens”,
en Luisa Campusano (coord.). Mujeres
latinoamericanas del siglo XX. Historia y cultura. Tomo I. Universidad Autónoma
Metropolitana, Iztapalapa/ Casa de las Américas, México, pp. 191-204. Para un
texto posterior véase: Sáenz, Adriana. (2013). “Los años falsos y El
libro vacío: la ciudad, la muerte y los roles de género en Josefina Vicens” en la revista En-claves
del ser humano del ITESM-CCM. En el No. 13, pp. 149-174.
[10] Vicens fue la primera mujer en ganar
dicho premio y vale decir que los textos finalistas con los que compitió fueron
La región más transparente de Carlos
Fuentes y Polvo de Arroz de Sergio
Galindo, narrativas que también se convirtieron en referentes literarios (Domenella, 1998, p.191).
[11] La masculinidad tradicional se sustenta en supuestos como la fuerza, la violencia, el dominio, la dureza la agresividad. Véase: Thompson, Cooper. (2005). “Debemos rechazar la masculinidad tradicional” en Ser hombre. Barcelona: Kairós, Biblioteca de la Nueva Conciencia, 4ª edición, pp. 28-38.
[12] El término concretizaciones lo estoy asumiendo a partir de la propuesta de Roman Ingarden, donde propone que el lector a partir de su ser histórico interpreta los espacios de opalescencia que toda obra literaria contiene. Véase: Ingarden, Roman. (1998). La obra de arte literaria. México: Taurus, UIA, 1998.
[13] Véase: Castellanos, Rosario. (2006).
“Los hijos una propiedad privada” en (Reyes, Andrea) (compiladora). Mujer de palabras. Artículos rescatados de
Rosario Castellanos. Volumen II. México: CONACULTA, Lecturas Mexicanas,
pp.238-241.
[14] Butler afirma que el “…reglamento es la institucionalización del proceso mediante el cual se regulan las personas” (2006, p.67), en ese marco las normas que regulan el género “…exceden los propios casos que encarnan” (2006, p.67) pero son asumidas como condiciones reguladoras del ser y del hacer.
[15] Benveniste, Emile. (2004). “Estructura de las relaciones de persona en el verbo” en Problemas de lingüística general, México, Siglo XXI. 18 Edición.