MUJERES EN SITUACIÓN DE VIOLENCIA: RED DE ATENCIÓN Y PERFIL DE LA
DEMANDA EN NATAL, BRASIL
WOMEN IN SITUATIONS OF VIOLENCE: CARE
NETWORK AND PROFILE CHARACTERISTICS IN NATAL, BRAZIL
Magda
Dimenstein[1]
Maria Aparecida França Gomes[2]
Eliane Silva [3]
Jaqueline
Torquato[4]
Resumen
Brasil ocupa la 5ª posición en la tasa de homicidios en comparación a
otros países. Entre las capitales, Natal presenta un crecimiento vertiginoso de
casos de violencia contra la mujer y, en particular, de homicidios. La
Secretaría Municipal de Políticas para las Mujeres (SEMUL) posee dos
equipamientos sociales de atención para mujeres en situación de violencia: el
Centro Especializado Elizabeth Nasser (CREN) y Casa Abrigo Clara Camarão. Por
el lugar estratégico que ocupa como articulador intra e interinstitucional
entre los organismos que integran la red de atención y acogida permanente, la
propuesta de este artículo es presentar el CREN y caracterizar el perfil de las
mujeres que buscaron sus servicios entre los años de 2013 y 2015, en el que se
destaca, por fin, las dificultades detectadas en relación a su funcionamiento y
herramientas de trabajo con vistas a un trabajo interdisciplinar,
intersectorial y culturalmente sensible.
Palabras clave: violencia, género, mujeres, políticas públicas,
red de afrontamiento
Abstract
Brazil is in the fifth position in homicide rates compared to other
countries. Among Brazilian state capitals, Natal has shown a fast rise of
reports of violence against women, particularly homicides. The Municipal Secretariat
of Policies for Women (SEMUL) has two social facilities of direct care to women
in situations of violence: the Centro Especializado Elizabeth Nasser
(CREN) and the Casa Abrigo Clara Camarão. Due to the
strategical location that it presents as an intra and interinstitutional
articulator between the organisms within the service network and permanent
foster care to women, the purpose of this article is to present CREN
and characterize the profile of women who sought its service between 2013 and
2015, noting, finally, the difficulties detected when it comes to functioning
and the tools for interdisciplinary, intersectorial and culturally sensitive
work.
Keywords: violence, gender, woman, public policies, coping
network
Recepción:
24 de noviembre de 2017 /Aceptación:
6 de junio de 2018
Introducción
La propuesta
de este artículo es presentar la red de atención y afrontamiento a la violencia contra la mujer en la ciudad de
Natal, en particular uno de los equipamientos
sociales de atendimiento directo para las mujeres en situación de violencia de
género: El Centro Especializado Elizabeth Nasser (CREN). Se presentará el
perfil de las mujeres y se hará un análisis crítico de las prácticas
institucionales.
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) considera
que “la violencia infligida por la pareja es una de las formas más comunes de
violencia contra la mujer e incluye maltrato físico, sexual o emocional y
comportamientos controladores por un compañero íntimo” (OPS, 2013, p. 1). En el
contexto de la legislación brasileña, la violencia contra la mujer,
específicamente denominada violencia de género, se define como “cualquier
acción o conducta, basada en el género, que cause muerte, daño o sufrimiento
físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el
privado” (Brasil, 2011, p. 19). Actualmente, se trata de un grave problema social y de salud pública (Organização
Mundial da Saúde, OMS, 2012; 2014).
Brasil registra altas tasas en este sentido. A pesar de
la magnitud del problema, la violencia contra la mujer es invisible en el
cotidiano por cuestiones de orden cultural. Existe un determinado patrón de
violencia contra las mujeres que se encuentra normalizado y banalizado. El
impacto de la violencia infligida por la pareja sólo se puede percibir en
función del incremento en la utilización de los servicios públicos de salud.
Pero, existen innumerables barreras en la red asistencial en términos de
organización de la atención, ausencia de mecanismos de detección precoz, falta
de protocolos para registro y seguimiento de los casos, e incluso, concepciones
y prácticas prejuiciosas en relación al tema, dificultando el abordaje de los
casos (Assis, Mota y Vasconcelos 2007; Pedrosa y Spink, 2011; Aquino y Sampaio,
2013).
De acuerdo con estos autores existen diversos problemas
de salud asociados a la violencia contra las mujeres, tales como las quejas por
dolores crónicos, enfermedades sexualmente transmisibles (ETS), insomnio,
desmayos, dolores de cabeza, aborto, dolor pélvico, suicidio, uso abusivo de
alcohol y drogas, etc. En el ámbito de la salud pública se observa,
generalmente, la invisibilidad de los casos asociados a la violencia de género.
Hay un uso creciente de los servicios sin solución, lo
que representa un alto coste de la asistencia en Brasil. Factores como la
escasa competencia resolutiva de los profesionales, el abordaje iatrogénico, la
oferta de servicios insuficiente e inadecuada para trabajar los aspectos
psicosociales, impactan de forma amplia en la vida de las mujeres que sufren
violencia de género. D’Oliveira, Hanada y Schraiber (2010) apuntan que los profesionales carecen de
formación adecuada sobre el manejo de la violencia, además de las enormes
dificultades para realizar el trabajo articulado en red; ya que apenas pueden
ejecutar tareas específicas de sus servicios, en el que se evidencia un
distanciamiento y una falta de aparcería con los diferentes sectores envueltos
en el problema, por lo que los profesionales de salud tratan apenas las
lesiones y síntomas recurrentes de la violencia, lo que indica prácticas
medicalizadas basadas en la perspectiva biomédica.
Tomando como referencia el “Mapa de la Violencia 2015
sobre homicidios de mujeres en Brasil” (Waiselfisz, 2015) y los casos atendidos
registrados en 2014 por violencia de diversos tipos en el Sistema de
Información de Agravos de Notificação (SINAN) do Ministério da Saúde, del
Sistema Único de Salud (SUS), en tres de ellos, dos fueron de mujeres que
necesitaron atención médica por violencia sexual y/u otras. Este hecho revela
la magnitud del problema en el ámbito de la salud.
La provincia de Rio Grande do Norte en 2014 registró
1.260 casos de violencia en mujeres y 774 en hombres, y ocupa el primer lugar
en agresiones hechas por personas conocidas de la mujer. Además, el informe
señala de forma alarmante que en el de año de 2013 el “5,7% de las mujeres
mayores de 18 años del país sufrieron algún tipo de violencia por parte de
personas conocidas y/o desconocidas” (Waiselfisz,
2015, p. 67). Sobre las reincidencias, que ocurren en casi la mitad de los
casos, Waiselfisz (2015, p. 53) revela un dato preocupante “la violencia contra
la mujer es más sistemática y repetitiva de la que les ocurre a los hombres.
Ese nivel de recurrencia de la violencia debería haber generado mecanismos de
prevención, lo que no parece haber ocurrido”. Finalmente, cabe señalar que la
violencia es también una de las principales causas de muerte de mujeres.
Entre 1980 y 2013, el número de mujeres víctimas de
homicidio en el país creció el 252% y sigue en aumento. Actualmente, Brasil
ocupa la 5º posición en escala mundial, y está abajo apenas de El Salvador,
Colombia, Guatemala y Rusia, tal como presenta Waiselfisz (2015). En lo que
atañe a Brasil, fueron creados algunos mecanismos legales para cohibir tal
violencia. En agosto de 2006 fue aprobada la Ley 11.340, conocida
como “Lei Maria da Penha” y, recientemente, en 2015, fue aprobada la Ley
13.104, llamada “Lei do Feminicídio”.
Así, este crimen pasa a ser considerado un homicidio calificado como crimen
bárbaro sin derecho de libertad bajo fianza, y con agravantes cuando ocurre en
situaciones específicas de vulnerabilidad (embarazo, menor de edad, en la
presencia de hijos, etc.).
Es importante señalar que a pesar de la recurrencia de
los homicidios entre los hombres, en la mayor parte de los países es superior
al de las mujeres, el fenómeno de la violencia de género es preocupante,
teniendo en cuenta que la mayoría de los homicidios de mujeres por agresión es
unilateral, es decir, presenta una direccionalidad prevista, ocurriendo siempre
por parte de hombres con los cuales las mujeres tienen algún tipo de relación
íntima o no. Vale mencionar que en los Estados Unidos el 35% de las muertes de
mujeres son cometidos por un parcero íntimo, mientras
que apenas el 5% de los asesinatos masculinos son efectuados por mujeres, y
estos son ejecutados en la mayoría de las veces en legítima defensa (Campbell, Glass, Laughon y Rutto, 2008).
“El Mapa de la Violencia” (2015) presenta de forma
detallada cómo se encuentra el escenario brasileño en términos de los
homicidios de mujeres y alerta sobre algunos datos. Por ejemplo, el
desplazamiento del fenómeno desde las capitales hacia ciudades de menor tamaño,
alertando para la interiorización de la violencia. Cabe destacar otras
características como: la prevalencia en el grupo de edad entre 18 y 30 años en
los casos no letales; los homicidios son preferencialmente perpetrados por un
familiar de la víctima, compañero o excompañero; la demanda de atención médica
en el Sistema Único de Saúde (SUS) relacionada a las agresiones es muy alta; la
población negra es la víctima más recurrente de la violencia con un índice del
66,7%, mucho más elevada que la perpetrada a las mujeres blancas.
Además, no existe una gran variabilidad entre las 27
Unidades de la Federación y, por último, se registró una leve disminución en
las tasas de homicidio en cinco provincias brasileñas a partir de la “Lei Maria
da Penha”, disminución que alcanzó especialmente a las mujeres blancas, pues
para las negras el número de víctimas aumentó 35%. Sobre este escenario, Cortizo y Goyeneche (2010, p. 108) apuntan que en Brasil faltan aún políticas públicas e instituciones del
Estado que garanticen la efectividad y la eficacia de la “Lei Maria da Penha”.
“Aunque no dependa de reglamentación, en la práctica, la implantación de la Ley
se ha dado de manera lenta y desigual”.
La región Nordeste de Brasil ocupa el tercer lugar en el
panorama nacional, por detrás de las regiones Norte y Centro-Oeste. En la
última década se registró un aumento de 79,3% de los casos. En el período de
2003 a 2013 el número de homicidios de mujeres pasó de 256 a 512. En concreto,
la provincia de Rio Grande do Norte/RN, donde se desarrolló este trabajo,
aumentó de 32 a 89 casos. En relación al crecimiento del porcentaje de las
tasas de homicidios de mujeres entre 2006 y 2013, la provincia de Rio Grande do
Norte/RN ocupó la segunda posición en el escenario nacional y el primer lugar
en comparación con otras provincias de la región Nordeste (Waiselfisz,
2015). De las capitales brasileñas, el municipio de Natal presentó un
crecimiento vertiginoso en este período, y con tasas preocupantes. Entre 2003 y
2013 hubo un gran incremento de homicidios de mujeres, pues este pasa de 8
casos a 29, en los respectivos años. De cada cien mil mujeres el aumento fue
del 228% en este período, lo que representa la mayor tasa de incremento por 100
mil mujeres entre las capitales de Brasil. En 2013, Natal ocupó la décima
segunda posición en el escenario nacional.
En respuesta a la magnitud que la violencia de género ha
alcanzado, en 2003, en el ámbito Federal, la “Secretaria de Políticas para
Mulheres” fue creada, en la que se destaca, a su vez, la formulación de normas
y directrices. De esta forma, se fortaleció y se amplió
la Política Nacional de Enfrentamiento a la Violencia Contra las Mujeres. Estos
avances contribuyeron para la inversión en una red de protección, proyectos de
intervención y crecimiento de las formas de acceso a los servicios jurídicos,
de asistencia social etc., en el que se caracteriza, de manera especial, las
acciones integradas. Además de eso, en 2006, la “Lei Maria da Penha” entró en
vigor, y constituye hoy un fuerte mecanismo de enfrentamiento y protección a la
mujer en situación de violencia (Brasil, 2011).
La propuesta de este artículo es presentar la red de atención y afrontamiento a la
violencia contra la mujer en la ciudad de Natal, en particular uno de los equipamientos sociales de
atendimiento directo para las mujeres en situación de violencia de género: el
Centro Especializado Elizabeth Nasser (CREN). Tal presentación está basada en
los documentos oficiales del Centro y en los datos levantados a partir de la
inserción de estudiantes de Psicología en la etapa de práctica curricular, que
permitió hacer una descripción y análisis crítico de su funcionamiento. En este
sentido, se presenta el perfil de las mujeres que buscaron sus servicios entre
los años de 2013 y 2015. Además, se resalta las dificultades detectadas en la
institución en relación a su funcionamiento y herramientas de trabajo con
vistas a un trabajo interdisciplinar, intersectorial y culturalmente sensible.
Método
Diseño e instrumentos
El Centro Especializado de Atención a la Mujer Elisabeth Nasser (CREN) es un centro especializado en la atención de mujeres en situación de violencia que aspira a proporcionar la acogida necesaria para la superación de la violencia de género ya que trabaja sobre el fortalecimiento de la mujer y el rescate de su ciudadanía. El CREN cumple el papel de articulador intra e interinstitucional entre los organismos que integran la red de atención y realiza la acogida permanente a las mujeres que necesiten de cuidado, de control y acompañamiento en las acciones desarrolladas por las instituciones que componen la red, pues en estos se instituyen procedimientos de referencia. Los profesionales que lo integran son: una abogada, psicóloga, coordinadora, recepcionista, vigilante, asistentes sociales y auxiliar de servicios generales.
En el año de 2015, surgió la posibilidad de la realización de un trabajo por alumnas del último año del pregrado de psicología de la Universidade Federal do Rio Grande do Norte (UFRN) en el CREN. Varias actividades fueron realizadas por las estudiantes de Psicología durante el año lectivo, entre ellas, la creación de un banco de datos por medio de la tabulación de las fichas de atención psicosocial referentes a las consultas realizadas en los años de 2013, 2014 y primer semestre de 2015. Para la organización del banco de datos referentes a los años 2013, 2014 y el primer semestre de 2015, se utilizó el software Statistical Package for the Social Sciences (SPSS) for Windows, versión 20.
Las variables contenidas en este banco de datos tienen como fundamento o soporte la ficha de atención psicosocial utilizada por el equipo profesional del CREN, el cual contiene información sobre edad, color, escolaridad, estado civil, ocupación, local de residencia de la mujer, local de recurrencia de la violencia de género, tipo de violencia sufrida y la relación entre el agresor y la mujer, entre otros datos. Esta actividad permitió la elaboración del perfil de las mujeres y se configura como la etapa cuantitativa de este trabajo. Estos datos serán presentados en la primera parte de los resultados. A continuación, pretendemos hacer un análisis crítico sobre el funcionamiento de la institución a partir de la inserción en diferentes actividades del cotidiano del CREN.
Para ello, se utiliza información de la consulta individual (acogida, escucha de la mujer y acompañamiento a los servicios de salud, comisarías etc., por un profesional de psicología o pasante); de la consulta psicosocial (se trata de una actuación conjunta de profesionales, la cual abarca conocimientos y habilidades específicas de diferentes áreas, sin que haya una yuxtaposición entre ellas, aunque se desarrollen percepciones que se integran y se complementan, en la que se potencializa la acción); de las visitas domiciliares (estrategias de profundización del acompañamiento psicosocial, pues permite visualizar la familia y su dinámica en su espacio de convivencia y socialización, además de aproximarse de su realidad); del estudio de caso (que se articula a la literatura acerca de la multi determinación de la violencia de género, de las estrategias de enfrentamiento, del perfil de las mujeres y características de la violencia, así como también de la relación violencia-género y salud mental); de las actividades grupales semanales con las mujeres (semanalmente se realizan dinámicas en grupo con el objetivo de conocer la realidad de las mujeres en situación de violencia, los significados atribuidos a las situaciones de violencia vivenciadas, los recursos de enfrentamiento a los que ellas acceden, el itinerario realizado en los servicios de protección, de atención a la salud y de enfrentamiento a la violencia, y de igual forma detectar su red de apoyo social); y de la participación en diversos eventos sobre violencia contra la mujer.
A partir de tales estrategias se desarrollaron alternativas de cuidado, en las que se consideran las posibilidades de encaminamiento para la red intersectorial, así como se ha realizado contacto con la red de apoyo social. Pretendemos, por lo tanto, hacer un análisis crítico de tales actividades y en qué medida ellas logran alcanzar sus objetivos institucionales en términos de la red de atención y de las prácticas profesionales, que será presentado a continuación.
Resultados
Perfil
socio-demográfico de las mujeres usuarias del Centro de Referencia de la Mujer
Ciudadana Elizabeth Nasser (CREN)
Fueron identificadas 221 mujeres con entrada en el servicio
en los períodos comprendidos, en 2013 (76 mujeres atendidas), 2014 (72 mujeres
atendidas) y 2015 (73 mujeres, solamente en el primer semestre de ese año), lo
que indica el crecimiento de los casos. De las 221 mujeres, 157 ya sufrieron
más de dos tipos de violencia y se establece que el principal agresor es el
propio compañero y el lugar donde es cometida la violencia es en la residencia
de ambos la pareja.
Una vez identificadas las tipologías de la violencia
sufrida por esas mujeres, quién la practica y cuál es
el principal agresor, verificamos que el municipio de Natal se asemeja, en lo
que concierne a esos aspectos de violencia contra las mujeres, a otras
capitales nacionales. Los hallazgos de Moura, Netto y Souza (2012) indican que el local con mayor
porcentaje de recurrencia de violencia es la casa de la pareja. En lo
concerniente al agresor, fue mapeado que es, en la mayoría de los casos, una
persona conocida (maridos, compañeros, vecinos o parientes).
Los datos revelan aspectos importantes en relación al
perfil sociodemográfico de las mujeres “potiguares” víctimas de la violencia de
género. Evidencian que hay recurrencia en todas las franjas de edad, con
predominancia de adultas jóvenes entre 26 y 35 años, con baja escolaridad, sin
ocupación y renta, con pareja estable. Varios estudios sobre la violencia
contra la mujer corroboran estos resultados con un perfil socioeconómico
semejante (Kronbauer y Meneghel, 2005; Aquino y Sampaio,
2013; Waiselfisz, 2015). De hecho, es necesario
destacar que la violencia contra la mujer alcanza a todas las clases, etnias,
estado civil y escolaridad, sin embargo, las mujeres en situación de
vulnerabilidad son las más afectadas, ya que muestra mayores índices de
violencia (Moura, Netto y Souza, 2012; Rocha, 2009).
En este estudio fue posible verificar que el fenómeno de
la violencia incide sobre las mujeres en edad reproductiva y económicamente
activa. Se señala además el preocupante registro de casos entre niños y mujeres
mayores de 55 años, que confirma la tendencia indicada en otros estudios sobre
el aumento de violencia contra las personas mayores (Moura, Netto y Souza,
2012). Respecto al color de las mujeres atendidas en el servicio, se observó la
predominancia de las de color parda (40,3%), a pesar de los problemas
detectados en términos de auto referencia por parte de las mujeres, así y todo,
como el de la indicación por parte del equipo a partir de su propia percepción.
Llama la atención la variable “no preguntado”, pues implica necesariamente en
una sub notificación de otros grupos étnicos.
Por otro lado, detectamos prácticas de racismo
institucional, entendido como la institucionalización de prácticas racistas, o
"el fracaso colectivo de una organización en ofrecer un servicio apropiado
y profesional a las personas debido a su color" (Sampaio, 2003, p. 78),
estableciendo barreras de acceso a las oportunidades y de vinculación a los
servicios de protección.
De acuerdo con Waiselfisz (2015), la población negra es
la más afectada por la violencia. Las tasas de homicidio de las mujeres negras
pasaron de 4,5 en 2003 a 5,4 en 2013 por 100 mil, con un incremento del 19,5%,
en ese mismo período. De esa forma, se resalta la importancia de incluir en la
herramienta de entrevista la variable “color” como un dato de identificación
personal, y de una manera conveniente el hecho de estar atentos para rellenar
este dato de una manera adecuada y considerarlo en el diagnóstico de las
estadísticas de morbimortalidad.
En lo que se refiere a la escolaridad, se hizo evidente
que la mayor parte de las mujeres tienen pocos años de estudio (hasta 4 años) y
muy pocas consiguen llegar a la enseñanza universitaria, sin embargo, el número
de no alfabetizadas es pequeño, indicando que el acceso a la escolarización es
una realidad local, aunque muchos obstáculos se interpongan en las trayectorias
de vida de esas mujeres. La ocupación es otro elemento de configuración del
perfil sociodemográfico se verificó que las mujeres atendidas en el servicio
desarrollan actividades que exigen poca calificación, con la consecuente baja
remuneración, aunque gran parte no posee una ocupación remunerada y se dedican,
exclusivamente a las actividades domésticas, cuadro que está asociado a la baja
escolaridad.
Es decir, la variable “escolaridad” repercute en el tipo
de ocupación, que a su vez interfiere en la renta, y en ese sentido, se
identificó que la mayoría de las mujeres o no tiene rendimiento económico o
reciben entre 1 y 2 salarios mínimos (200 a 400 U$). Se sabe que la variable
renta está relacionada al nivel de instrucción, y en cierta forma, con el tipo
de ocupación. De esta manera, Sampaio y Aquino (2013)
apuntan que las mujeres víctimas de violencia de género, generalmente, poseen
la enseñanza primaria incompleta, y como muchas de ellas son amas de casa, no
poseen renta estable, dependiendo del compañero y/o de los programas de
transferencia de renta, como el Bolsa Familia. Este programa, en particular,
presentó impactos positivos en las condiciones de vida de las beneficiarias,
así como de la población en general, conforme el estudio realizado en
municipios de Rio Grande do Norte (Jesus, 2011). En lo concerniente al estado
civil, casi la mitad de las mujeres viven en unión estable, el segundo mayor
número es el de las mujeres casadas, seguido de las solteras.
Al preguntarles sobre el tipo de violencia sufrida, se
constata que hay una gran variabilidad, puesto que para la mayoría de las
mujeres se asocia la violencia física, psicológica, y patrimonial, etc. perpetrada por familiares y compañeros, principalmente. Los
estudios de Couto,
Diniz, França-Junior, Ludermir, Oliveira, Portella, Schraiber y Valença (2007) también revelaron la sobre posición de distintos
tipos de violencias, (violencia psicológica, física y sexual) en los casos más
graves, indica que muchas veces están entrelazados en el sentido de que la
violencia física puede desencadenar la violencia psicológica o viceversa (Almendros et al,
2010).
Cuando se investigó en cuáles relaciones se sufrió
violencia, se comprobó que la mayor parte de ellas dice ser en el actual,
aunque haya registro de recurrencia en relaciones anteriores o en todas,
revelando la vivencia histórica de situaciones de violencia por parte de esas
mujeres. Así, la violencia es recurrente en sus vidas y en la mayor parte de
las veces queda restringida al ámbito familiar, tratada como asunto doméstico.
Las investigaciones revelan mayor prevalencia de la violencia contra la mujer
en el ámbito privado y por la pareja, provocada por los celos y, en especial,
gracias al uso de bebidas alcohólicas por el agresor, así como también de la
influencia de la cultura patriarcal que no tolera la ruptura de los papeles
establecidos donde hombres y mujeres ocupan posiciones diferenciadas
(Bryant-Davis, Taft, Tillman,
Torres y Woodward 2009). Cuando una mujer intenta
romper con ello, tal comportamiento es visto como transgresor, ya que culmina
en desacuerdos y actos violentos. En los últimos años esa situación ha tenido
mucha divulgación y, consecuentemente, es denunciada por las mujeres (D’Oliveira, Kiss y Schraiber, 2007;
Fegadoli, Ferroz, M.I.R., Labronici y Trigueiro, 2010; Bairros et al, 2011; OMS, 2012).
Las mujeres que llegan al CREN son oriundas, en su mayoría,
de la capital Natal (48,9%), en una proporción menor del interior de la
provincia (30,2%), de otras provincias del país (8,1) y de la región
metropolitana (3,8%). Al tomar Natal como foco, se observa que la distribución
de esas mujeres por zonas de la ciudad tiene algunas particularidades y se
presenta de forma muy concentrada. La zona norte de la capital registra 149 de
los 221 casos, seguida de la zona oeste, mientras que en la zona sur hay
registro de apenas 11 casos. Ese resultado puede estar relacionado, por un
lado, al hecho de que el CREN esté situado en la zona norte, pues facilita el
acceso para las mujeres.
Por otro lado, no se puede dejar de considerar las
discrepancias entre las regiones de la capital, en términos de indicadores
socio-económicos, de salud y desarrollo humano, los cuales apuntan profundas
diferencias entre sí, las cuales se presentan de forma más desfavorable en las
zonas norte y oeste, lo que provoca un efecto en la expresión de diferentes
niveles de casos de violencia como fue verificado en algunos estudios con
mujeres en situación de vulnerabilidad (Bairros et al,
2011; Aquino y Sampaio 2013; Silva, 2010).
En lo que concierne al motivo de la violencia sufrida, el
35,3% de las mujeres relatan que fue como resultado de los celos. En cuanto a
la frecuencia de las agresiones, el 30,3% de ellas dicen sufrirlas diariamente.
El 52,9% de las mujeres atendidas en el centro sufren esa violencia diaria
desde hace más de dos años. En relación a los servicios de denuncia se comprobó
que el 64,3% de las mujeres ponen sus quejas, el 52,5% de ellas lo interponen
en la Comisaría de la Mujer (DEAM), siendo un 35,7% que lo hacía por primera
vez. Casi el 40% de las mujeres que llegan hasta el CREN fueron dirigidas desde
las DEAM, sin embargo, se observa que muchas mujeres que deciden romper el
ciclo de la violencia no son atendidas debidamente en las DEAM, debiendo volver
a casa sin un respaldo para lidiar con la situación. Ese itinerario de
desencuentros, dificultades es divulgado y presentado por estudios nacionales e
internacionales que resaltan la falta de apoyo de las instituciones, que
deberían acoger y buscar la resolución para la situación de la violencia, en
muchos casos, contribuyendo en la revictimización de la mujer
(Bairros, Collaziol,
Meneghel, Monteiro, Mueller y Oliveira, 2011; Sagot,
2000).
Aunque casi el 40% de las mujeres que llegan
hasta el CREN son encaminadas por las DEAM, y después del cuidado en el CREN,
el 17,2% de ellas son encaminadas para la Casa Abrigo y el 15,4% restante para
el sector jurídico del propio centro. A partir de los atendimientos
individuales y de las discusiones en grupo, se verificó que muchas mujeres no
se sienten capaces de romper con la situación de violencia por diversos motivos,
tales como el miedo a sufrir represalias del compañero, por ejemplo no
conseguir la protección de sí misma y la de los hijos, insuficiencia de renta,
además de la amenaza de muerte de forma explícita o implícita. Factores
semejantes fueron apuntados en los estudios de Balduino,
Zandonadi y Oliveira (2017). Por lo tanto, esos resultados apuntan, por
un lado, a la importancia del trabajo en red, lo cual debe resultar en un
itinerario menor y más eficiente de las mujeres en la búsqueda de atención y
cuidado especializado, pero por otro lado, revelan la necesidad de ampliar el
acceso de esas instituciones a las mujeres y a la comunidad en general.
Dificultades
detectadas en relación al funcionamiento del CREN y sus herramientas de trabajo
La observación del funcionamiento cotidiano permitió identificar algunas
dificultades en relación al funcionamiento del CREN. Es evidente la
predominancia de prácticas caracterizadas por la
compartimentación, una vez que cada área de actuación está dividida por
sectores, es decir: psicológico, social y jurídico. A pesar de ser preconizado
por la Política Nacional de Enfrentamiento a la Violencia contra las Mujeres
(Brasil, 2011)[5],
el trabajo interdisciplinar y en equipo se ha comprobado el predominio de un
proceso de trabajo fragmentado, donde las acciones no son planeadas ni
ejecutadas en lo colectivo. Se observan pocos avances en la proposición de
tecnologías de trabajo que sean comunes, que no operen en la lógica de la
especialización, con capacidad para la constitución de alianzas intensificadoras
de las fuerzas que puedan mantener un campo de problematización sobre las
relaciones de trabajo con las mujeres, con la política pública, en fin, que
promuevan el análisis de implicación del equipo. Se sabe que el trabajo
interdisciplinar, a su vez, tiende a potencializar la actuación del equipo, y
aporta para la oferta del apoyo institucional calificado y, por consiguiente,
para abrir posibilidades de ruptura del ciclo de la violencia por las mujeres.
Algunos elementos
presentes en el cotidiano dificultan la realización de varias acciones como
ausencia de una buena infraestructura (internet, coche) y precariedad de las
condiciones de trabajo, entre otras, sin embargo, son los problemas en cuanto a
la planificación y realización de ciertas actividades imprescindibles en ese
tipo de servicio tales como los estudios y evaluación de casos, acompañamiento
de los casos, visitas al domicilio, detección de red de soporte, búsqueda de
trabajo para las mujeres, así como de la articulación con otros servicios de la
red de salud, asistencia social y comisarías de la mujer, por ejemplo, las que
más impactan en lo cotidiano. Esas dificultades están relacionadas con la
cristalización de los conocimientos especializados que poco se comunican, así
como a los problemas de orden institucional, de presupuesto y de recursos
humanos insuficientes.
En lo que se refiere a lo intersectorial, aún hay algunos
desencuentros en términos de concepciones y prácticas entre la asistencia
jurídica, la social y la de la salud. Se entiende que esos servicios deberían
trabajar de forma conjunta, en el que articulen saberes y prácticas, sin
embargo, el trayecto de la mujer no es acompañado debidamente por los diferentes
servicios, y culmina a menudo en falta de asistencia, y, por consiguiente,
contribuye para la re- victimización de la mujer. Según Dutra, Nakamura, Prates y Villela
(2013), es imprescindible que la red
de atención y los flujos entre los servicios de protección sean organizados,
pues, la mujer generalmente está en situación de aislamiento y fragilidad, sin
red de apoyo y algo de prejuicios, inclusive por parte de su familia de origen.
Cuando se trata de los cuidados ofrecidos a las mujeres en
situación de violencia con
trastornos mentales y entrada en la red de atención psicosocial a la situación, esta se vuelve más grave. En el
estudio realizado por Barreto, Dimenstein y Leite (2013, 2014) en Natal, se comprobó la falta de
experiencia del equipo con mujeres que demandaban atención en salud mental y,
al mismo tiempo, necesitaban soporte psicosocial y jurídico para afrontar la
situación de violencia que vivían.
En estos casos, el
equipo se encontraba en una encrucijada que muchas veces resultaba en la
hospitalización de esas mujeres
en hospitales psiquiátricos de la ciudad o en su total falta de asistencia. Los
autores avanzan e indican que algunos estudios muestran los estados emocionales
que las situaciones de violencia pueden fomentar “tristeza, inseguridad,
sentimientos y pensamientos de persecución, auto y hetero destrucción,
disminución de la autoestima, irritabilidad, labilidad, intolerancia y
agresividad pasan a formar parte del repertorio emocional de los sujetos
envueltos” (Oliveira, 2007, p. 47).
Estos estados emocionales cuando no son debidamente
acogidos y redimensionados pueden contribuir en aumentar las dificultades para
el afrontamiento de la situación vivida, como la de violencia, por ejemplo, y
hasta desencadenar cuadros psiquiátricos. En ese sentido, se percibe la fragilidad en la articulación del trabajo
entre los diferentes sectores, lo que implica que la comunicación es limitada
entre los dispositivos de la asistencia social con la educación y de éstos con
la red de salud mental.
La falta de formación
de los profesionales ya sea por parte de los de la salud en relación a la
cuestión de la violencia, o de los de la asistencia social en relación a la
salud mental, impiden que se actúe desde la
corresponsabilidad y de una atención integral. Para familiarizar a los
profesionales de salud, Schraiber y Oliveira (2003)
elaboraron una cartilla cuyo potencial es inmenso si es utilizado en el
funcionamiento diario del CREN. Además de ofrecer algunos criterios básicos para
la orientación y el consejo de mujeres en situaciones de violencia, el manual habla acerca de las características de la violencia contra la
mujer y de las repercusiones en términos de la enfermedad de las mujeres y el
funcionamiento de los servicios.
Nuestra observación
mostró que hay otros aspectos que atraviesan la red de protección relativos a
las prácticas profesionales cotidianas: se trata del modo como los equipos
manejan (muchas veces de forma intransigente) las explicaciones dadas por las
mujeres para las situaciones de violencia conyugal vividas y para las
dificultades en romper con esas relaciones.
Por encima de las limitaciones en interferir y producir
fisuras en el circuito de la violencia que envuelve la mayor parte de las
mujeres, de hacer con que salgan del lugar de la
reproducción de la sumisión y de la pasividad, se nota una fuerte
incomodidad en los equipos, el cual conforma modos de trabajo y de relación que
se perpetúan por esa misma lógica violenta e inflexible, que deriva en las
dificultades para escuchar a las mujeres, aproximarse a los agresores, y dar
seguimiento al acompañamiento mismo cuando las mujeres deciden no salir o
retornar a un escenario de maltratos.
Se entiende que los abordajes centrados en la
psicopatología (de los agresores) o en el derecho de las mujeres (derechos
humanos) que sustentan las acciones profesionales son marcados por la moral, y
no avanzan en proporcionar una visión más ampliada del problema. El sesgo de la
psicopatología y de la moral evita la discusión por el ámbito de la cultura y
del poder. Esas perspectivas anteriores son hegemónicas en el campo “psi” y
terminan fundamentando algunas estrategias de acción muy comunes centradas en
la identificación de los agresores, en la prevención de la violencia y en la
prevención de futuros agresores.
Se considera así que el potencial de esos equipos para rastrear la reproducción y la cristalización de la
violencia contra la mujer en las dinámicas familiares, para enfrentar la
banalización de la violencia por las propias mujeres y sus efectos subjetivos,
queda fuertemente bloqueado, así como para cuestionar las interacciones
repetitivas y estereotipadas que impiden a las mujeres y a sus compañeros
producir arreglos basados en la agresión, en el desprecio, en el odio. Se
tiene, por lo tanto, el reto de no reproducir junto a las mujeres la cultura de
la punición hegemónica, las relaciones de opresión y sujeción que no tienen en
cuenta la singularidad de las historias de cada una, de los ritmos y
movimientos que van siendo posibles en función de una serie de
condicionamientos de orden subjetiva, cultural y económico que marcan la vida
de cada mujer.
De acuerdo con Romagnoli
la tarea cotidiana para
los agentes sociales que trabajan con la violencia doméstica es cómo actuar con
esas mujeres para que éstas puedan arriesgar la construcción de una vida que no
esté debilitada en el circuito de la sumisión/agresión. Y esos hombres a no
reconocerse como hombres solamente cuando son violentos, como si eso fuera
natural y las mujeres fueran su extensión. En fin, como posibilitar el
surgimiento de fuerzas que permanezcan y se instituyan en las esferas afectivas
e institucionales. (2015, p. 120)
Tal como fue indicado anteriormente (Barreto, Dimenstein
y Leite, 2013, 2014), sabemos que las políticas
locales se enfrentan a dificultades de orden material, baja calificación de
recursos humanos, condiciones de trabajo desfavorables y se articulan muy poco
con la red de atención intersectorial. Estas condiciones estructurales
reverberan en el cotidiano del servicio y desencadenan muchas dificultades para
una buena atención de las mujeres en situación de violencia de género.
Conclusiones
Hay muchos desafíos en el afrontamiento a la violencia contra la mujer en
los aspectos de la prevención y de la asistencia. En el campo de la prevención
se puede destacar la desconstrucción de la cultura machista, la ruptura con los
prejuicios de género. la construcción de una política
de educación volcada para el respecto de género, raza/etnia, religión y
generacional. En la asistencia urge el incremento de articulación intra e interinstitucional,
la construcción de flujos de acogimiento a la mujer para evitar derivaciones
innecesarias, más rapidez en el juicio de los procesos, calificación de los
profesionales de la red de atención a la mujer, pero también, de salud de la
asistencia social y de los derechos humanos.
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