LA MASCULINIDAD COMO UN PRODUCTO
INSTITUCIONAL: UN ESTUDIO DE GÉNERO SOBRE UNA PRISIÓN MEXICANA JUVENIL
MASCULINITY AS AN INSTITUTIONAL PRODUCT: A
GENDER STUDY FROM A MEXICAN YOUTH PRISION
Vanessa Ortiz González[1]
Samantha
Elizabeth Santana Acosta[2]
Lorena Mora Santoyo[3]
Victoria Montserrat Rodríguez Huerta[4]
Ana Lucía Camacho Sánchez[5]
Luis Jaime González Gil[6]
Resumen
Un tema clave para comprender a las instituciones penitenciarias
es la forma en que el género opera en estos lugares. La presente investigación
ofrece una mirada bajo las nociones de poder, performatividad
y masculinidad hegemónica que permitieron analizar las distintas masculinidades
que emergen dentro y por la estructura penal. Metodológicamente, se realizaron
dos talleres que permitieron un acercamiento desde la observación participante
con la población de jóvenes internos. Los resultados muestran cómo en el marco
de la violencia normalizada se perpetúan ciertas dicotomías masculinas que
pautan la vida dentro de la cárcel. Finalmente, la prisión no es un ente físico
o neutral, es una institución con género que estigmatiza lo femenino y promueve
una idea de reinserción psicológica desde la figura hegemónica del proveedor.
Palabras
clave: género, poder, prisiones, masculinidad hegemónica, performatividad.
Abstract
To understand how correctional
institutions function is to comprehend how related gender structures are in the
way these places operate. This research offers a glimpse of a criminal context
seen under the notions of power, performativity and hegemonic masculinity. These
concepts allowed the analysis of the different masculinities that emerge in
this structure. Methodologically, the participant observation with the
population of young inmates was carried out through two different workshops.
The results portray that the normalized violence sustains male dichotomies that
regulate life in a prison. Finally, prison is not a physical nor neutral
space-structure, it’s an institution that stigmatizes the feminine
characteristic and promotes a sense of psychological rehabilitation from the
hegemonic providing figure.
Keywords: gender, power, prisons, hegemonic masculinity, performativity.
Recepción: 10 de enero
2018/ aceptación: 16 de mayo de 2018
Introducción
Dentro del contexto mexicano, se puede decir que la estructura
de las instituciones penitenciarias está construida por dos pilares principales
conformados por un entramado de saberes ortopédicos, esto es, conocimientos que
en su actuar pretenden evitar o corregir “lo que está fuera de la norma”. El
primer pilar, ya lo decía García-Borés (1995), está
cimentado por las prácticas mortificantes del régimen carcelario, mientras que
el segundo, está fundamentado desde y por el discurso de la reinserción, la
cual, según Bergalli (1976), tiene como objetivo
general la corrección y readaptación del interno para influir y posteriormente
modificar su conducta definida como delictiva. De ahí que la pena para castigar
un delito grave, que conlleve a un proceso penal, consista físicamente en el
encierro del cuerpo dentro de un espacio delimitado y en el control
disciplinario sobre la voluntad de la persona cuyo fin principal es corregir y
reformar la conducta considerada delictiva. En palabras de Foucault (1975), el
interno se convierte en un objeto manipulable que puede ser sometido,
utilizado, transformado y perfeccionado; un cuerpo dócil.
Sin embargo,
hay un elemento que atraviesa a estos dos pilares, y pese a esto, se ha
relegado dentro de la discusión y la presentación de los programas de
reinserción: el género. En términos generales, la cárcel está construida desde
una concepción androcéntrica, es decir, el sistema penitenciario (sus normas,
prácticas, roles y representaciones) ha sido elaborado por hombres y para hombres
(Expósito y Herrera, 2010). Además, tampoco es una institución sin género, en
otras palabras, no es una institución que funcione sin el efecto de los
estereotipos masculinos y femeninos; tanto el encierro, el castigo, como el
programa de reinserción, están basados en una división sexual. En el caso de
las instituciones para varones, al vivir y compartir los espacios designados
únicamente para ellos, se amplía una expectativa sobre las maneras de
comportarse y de lo que implica ser un hombre. La división, implícitamente,
genera que la institución promueva formas de pensar y actuar basadas en la
división sexual dicotómica. De modo que el moldeamiento reinsertivo,
más que producir “personas”, promueve y genera “ciudadanos masculinos”, al
grado que los internos construyen su identidad desde lo violento y la
dominación del otro.
Esta laguna de las implicaciones del género también se ha
permeado en las discusiones académicas. Por ejemplo, según Expósito y Herrera
(2010), la mayoría de las investigaciones en materia penal están centradas en
cárceles varoniles, ya que culturalmente la criminalidad se asocia con la
masculinidad. Sin embargo, a pesar de este hecho, en realidad son pocas las que
vinculan los temas de género, masculinidad y sexualidad; más bien lo hacen con
la feminidad[7].
Cuestión que deja de un lado un elemento importante de la constitución de la
realidad social e identidad en las instituciones penales: lo masculino[8];
ya que la mayoría de los problemas exacerbados del encierro, tanto para hombres
como para mujeres, provienen de su género.
De lo poco investigado, Dávila (2013) postula que la situación
de privación de libertad, produce un tipo específico de masculinidad que niega
a la feminidad, lo que coloca al hombre en una postura de dominación en un
lugar hostil y mortificante. La conformación de un sujeto masculino, permite
cierto sentido de aceptación o negación por parte de su nueva micro-sociedad.
Lo feminizado es el resto, lo caído, el afuera del ideal masculino: aquellos
internos que no logran superar las adversidades huyen del conflicto, y no
pueden ser aceptados desde lo masculino. Hay dos alternativas claras dentro de
este sistema: o eres hombre o eres maricón (Parrini,
2007). Como resultado, surge una relación entre hombres denominada “homosociedad” cuyos modos de actuar construyen una comunidad
penitenciaria exclusivamente masculina (Dávila, 2013).
Sin embargo, esto no corresponde únicamente a este tipo de
espacios, las normas que dictan “el ser masculino” se dan por una mezcla entre
el adentro y el afuera (Dávila, 2013). Lo masculino proviene tanto del exterior
como del interior, es un proceso interrelacional,
este reclama un afuera (Parrini, 2007), se
constituye, la mayoría de las veces, en función del futuro no penal. La
presente investigación pretende continuar esta discusión teniendo como
objetivo: entrever la(s) masculinidad(es) que surgen en un marco penitenciario
mexicano de jóvenes varones. Vislumbrarlas permitirá detectar los tipos de
subjetividades “reinsertadas” desde una óptica que tome en cuenta la división
de género que regula estos espacios. De modo que se pueda explicar por qué la
vida dentro de la institución se traduce a un proceso de reafirmación de
estereotipos y la rigidez de los roles de género basados en las masculinidad
hegemónica (Connell, 2003). Se trata de entrever las
condiciones de encierro y castigo que produce un ambiente masculino hostil y agresivo,
y como consecuencia, más que “reinsertarse”, los internos se vuelven sujetos
que se relacionan con un entorno violento.
Marco
Teórico
Según Foucault (2000), el poder no se da, no se intercambia, ni
se retoma, este se ejerce. No es, en primer término, el mantenimiento de las
relaciones económicas, sino, primariamente, una relación de fuerzas en sí
mismo. Las relaciones de poder en nuestra sociedad han sido construidas por
fuerzas establecidas y estas atraviesan, caracterizan y constituyen el cuerpo
social. Así, el poder de las instituciones penitenciarias se ejerce a partir
del control de los cuerpos, su delimitación a un lugar establecido y su
carácter disciplinario.
Una de las múltiples maneras de mantener esta docilidad es
mediante el espacio. La arquitectura de las instituciones está diseñada para
controlar y mantener el orden de las personas (Foucault, 1975). Las medidas
punitivas de las instituciones penitenciarias no implican exclusivamente
reprimir, excluir o castigar, sino que se imbrican logrando una serie de
efectos útiles y positivos para la reinstitución del
individuo, con el propósito de encaminarlo a que se readapte a la sociedad (Foucault,
1975). Esto se logra a través de la replicación de discursos socialmente
aceptados, y un ejercicio del poder que se lleva a cabo a través de la
fabricación de verdades (Foucault, 2000). Una de estas verdades instauradas es
la manera en la que los individuos actúan a partir del género. Es así como se
imprime en los sujetos un único modo (o modos) de lo que significa “ser
masculino”: productivo, proveedor, fuerte y violento. No es una relación
horizontal, sino que lo masculino es quien carga la voz y produce verdad.
Según Connell (2003) la masculinidad
hegemónica se estructura de un modo que no permite a los hombres cuestionarse
su propia identidad. Es la configuración que incorpora la respuesta aceptada de
aquello que garantiza (o supone que garantiza) la posición dominante de los
hombres y la subordinación de las mujeres. Dicha estructura no es exclusiva de
un contexto específico, es transversal, es decir, puede llegar a atravesar los
muros institucionales y al sujeto mismo. No es un evento que se fija de forma
individual, sino que la actuación que engrandece a dicho género es colectiva.
La hegemonía de la masculinidad es construida de tal manera que
pareciera que es estática, unitaria y homogénea, sin embargo, no es un tipo de
personalidad fija, ya que incorpora una serie de características que son
aceptadas actualmente como el prototipo de la masculinidad; es, por lo tanto,
una relación históricamente móvil, un constructo social. No existen rasgos
constitutivos biológicos que determinen lo que es ser hombre y mujer, sin
embargo, la biología se esencializa en los discursos;
de suerte que existe la capacidad de transformación de géneros (Butler, 2001),
Sin embargo, sí se puede hablar de identidades sociales y culturales que
cambian y se consolidan a través del tiempo. El reconocer el carácter social y
no esencialista en la edificación de los géneros hace posible su resignificación y la posibilidad de que existan varias
formas de representarse.
Como resultado del análisis del carácter no esencialista de los
géneros, Butler (2001) introduce el término de performatividad
para referirse a “la repetición, a un ritual que consigue su efecto a través de
su naturalización en el contexto de un cuerpo, entendido, como una duración
temporal sostenida culturalmente” (p.17). Este concepto elimina cualquier
resquicio de esencia interna del género y lo sitúa en el plano de la producción
corporal estilizada. Al ser el género algo socialmente construido, existen
distintas formas de performar el ser hombre. Dichas
subjetividades pueden desligarse de la forma de actuar normativa, e incluso
pueden apegarse a las establecidas socialmente como las esperadas de otro
género.
En otras palabras, las subjetividades se piensan como el
resultado de la tensión entre los procesos de sujeción y de subjetivación,
transformaciones nunca estáticas que se mantienen en movimiento. Entiéndase por
sujeción, desde una noción foucaultiana, como los
mecanismos de poder por los cuales se delimitarían ciertas formas históricas en
que se constituyen las subjetividades. Por otro lado, la subjetivación se
refiere a la manera cómo se edifica un sujeto, cómo adquiere y organiza una
conciencia de sí (Jordana, 2012). De tal manera, los atributos y actos de género
fungen como distintas formas en las que un cuerpo revela o crea su significación
cultural, son performativos. No hay una identidad
preexistente con la que pueda medirse un acto o un atributo; no habría actos de
género verdaderos o falsos, ni reales o distorsionados (Butler, 2001). Sin
embargo, la masculinidad hegemónica establece un molde (un mecanismo de
sujeción) de lo que un varón debe ser, con las características masculinas que
le son impuestas por el contexto social en el que se desenvuelve y que son
asumidas como “naturales”.
Connell (2003), postula que la
masculinidad hegemónica que actualmente existe se imprime en el cuerpo y en el
comportamiento del sujeto con tendencia a la rudeza, al actuar violentamente y
sin afectividad, generando una forma de reclamar o asegurar la virilidad y
obteniendo entonces una relación de respeto o incluso una relación de
dominación sobre las mujeres y/o otras masculinidades no-hegemónicas o
subordinadas. Según las relaciones de producción, esta hegemonía perpetúa la
idea de ser el proveedor y se relaciona con la atribución de la racionalidad
que se piensa como inherente a dicho género. Esta masculinidad se puntúa a
partir de la diferenciación con la feminidad, permitiendo así el rechazo de
cualquier rasgo o comportamiento considerado femenino o afeminado. Aunado a
esto, tal masculinidad se beneficia de la subordinación de las mujeres, ya que
ésta permite y promueve que subsista su supremacía. La masculinidad hegemónica
es muy frágil y se debe de replicar constantemente para mantenerse en pie (Connell, 2003).
Metodología
La presente investigación se enmarcó desde la metodología
cualitativa: campo que permitió comprender sistemáticamente las distintas
masculinidades de la institución penal por su carácter multimetódico,
interpretativo y naturalista hacia los objetos de estudio (Denzin
y Lincoln, 2005). Esta forma de indagar posibilitó evitar, en la medida de lo
posible, definiciones o relaciones a priori
que determinaran o condicionaran lo que se pretendía encontrar. Se trataba
de construir los resultados desde la voz de los internos, producto de la
interacción investigadora-investigado. El hecho de tratar de vislumbrar las
maneras de performar las masculinidades que se
manifestaban en el centro penitenciario de jóvenes, conllevó a tomar en cuenta
muchos elementos apegados a lo fenomenológico, es decir, a la experiencia del
sujeto encerrado. De ahí que el foco de atención se dirigió a la expresión de
las masculinidades (hegemónicas y no-hegemónicas), las cuales, por la misma
definición conceptual de indagación, son más un proceso discontinuo y dinámico
que una entidad a medir o cuantificar.
La entrada al centro penitenciario fue posible gracias a un
acuerdo que tiene la universidad y la institución para realizar talleres de
carácter reinsertivo con la población penitenciaria
una vez por semana. Específicamente, la intervención-indagación se dividió en
dos etapas: la primera, de septiembre a noviembre del 2015, en donde el taller
funcionó como una aproximación al campo para definir el tema de investigación
desde la observación participante, y una segunda etapa, de febrero a abril del
2016, en donde se profundizó sobre el tema de investigación.
La población que asistió al taller estaba conformada por 20
internos (en ambos talleres) de 16 a 25 años de edad[9]
que pertenecían a un módulo distinto a los demás, ya que éste tenía por función
internar a individuos declarados homosexuales, jóvenes con problemas de salud y
algunos que necesitaban ser protegidos de la población general. En la primera
etapa, la institución asignó aleatoriamente dicho módulo al equipo. Después,
fueron las investigadoras, a partir de lo registrado, las que eligieron
continuar trabajando con la misma población por el tema de investigación
construido.
El taller
como un espacio de observación participante
Como se comentó anteriormente, la forma para producir un
contacto con los internos estuvo mediada por la construcción de un taller en
pro de los objetivos institucionales reinsertivos. De
ahí que funcionara de dos formas: como taller cuyos objetivos estaban enfocados
a la reflexión desde la pedagogía del encuentro (Godenzzi, 1999), y a la vez,
como mecanismo de investigación desde la observación participante (Bogdan y Taylor, 1987), el cual, permitió no sólo el
cumplimiento de los objetivos reinsertivos, sino una
aproximación a una situación social con el objetivo de comprender empáticamente
al objeto de estudio (Rodríguez, 1996).
En tal sentido, la observación participante fue una técnica
básica en la indagación, ya que se trataba de que el taller se transformara en
un momento híbrido, en el que mediante la observación participante, se co-construyera un conocimiento situado (Haraway,
1995) sobre las formas en que las masculinidades se manifestaban o se
enunciaban. Cada visita reformulaba las premisas que se originaban en las
anteriores, al confirmarlas o rechazarlas con los internos. En la primera etapa
se priorizó la sensibilización por parte de las investigadoras acerca de la
situación de los internos (privación de la libertad y estar sujetos a las
disposiciones de la institución). Mientras que en la segunda parte, la mirada
se hizo más estrecha y se enfocó en el tema de investigación, obteniendo un
registro específico enfocado a la masculinidad.
Las actividades del taller estuvieron divididas también en dos
etapas. En la primera parte estuvieron enfocadas al tema de “identidad”; se
buscaba que los participantes reflexionaran y rescataran las características
colectivas e individuales que los han conformado como personas. En la segunda,
las actividades del taller se configuraron desde el tema “masculinidades e
identidades”, las cuales, permitieron que se profundizara en el proceso
reflexivo antes realizado, y simultáneamente, le dieron al equipo de
investigación la oportunidad de identificar las formas en que los jóvenes
enunciaban y manifestaban las masculinidades. Para profundizar en lo
encontrado, en ambas etapas, el taller se dividió en dos actividades, y entre
las mismas se realizaba un receso de quince minutos; espacio que posibilitó
ahondar en el tema de investigación desde la interpelación al interno.
Esencialmente, se aprovechaba este momento para producir entrevistas
desestructuradas que funcionaban más como conversaciones que como
interrogatorios. Se trataba, como dicen Denzin y
Lincoln (2005), de producir simulacros de conversaciones, no interacciones tipo
encuesta.
Cabe mencionar que el rol de las investigadoras dentro del
trabajo de campo buscó crear una relación de confianza entre todos los
participantes (psicólogas-internos) desde el taller. Las actividades no estaban
dirigidas únicamente a los internos, sino que las talleristas
también participaban, cuestión que no interrumpió rigor alguno en la
indagación, ya que el equipo tenía asignado roles que permitían cumplir con el
objetivo del taller: intervenir e indagar. La división era la siguiente: se
asignaba una facilitadora (quien dirigía el taller para cumplir con los
objetivos de intervención), otra co-facilitadora
(encargada de ayudar con el material y en repetir las indicaciones), y las
demás fungían como observadoras participantes. Esto le dio una estructura a
cada sesión, y al mismo tiempo, permitió la flexibilidad para que los
participantes y talleristas argumentaran sobre el
tema en cuestión.
El diario de
campo y el análisis de contenido: técnicas de recolección, sistematización y
análisis
Los datos recolectados por medio de la observación participante,
las entrevistas semi-estructuradas y los talleres,
fueron registrados semanalmente en diarios de campo (17 registros). Estos registros
permitieron realizar una descripción del espacio institucional, de los hechos
que ocurrían en el taller, además de plasmar brevemente las sensaciones del
indagador, y algunas interpretaciones teóricas que funcionaban como premisas
que dibujan una línea de análisis que podía ser interpelada por los mismos
internos en las siguientes visitas (Vázquez-Sixto, 1997).
Al terminar con el trabajo de campo y el proceso de recolección
de datos, se utilizó la técnica denominada “análisis de contenido temático” (Bardin, 1986) para darle sentido a la información que
surgió en y por el taller. Cabe mencionar que todas las investigadoras
realizaron el análisis con la información de sus registros semanales, y además
dichos registros fueron retroalimentados por un asesor que fungió como parte
del equipo analítico.
Como dice Krippendorff (1990), el
análisis de contenido es una técnica de investigación destinada a formular
inferencias reproducibles y válidas que pueden aplicarse a su contexto.
Específicamente, a partir de la lectura y análisis de las bitácoras, se
construyeron agrupaciones semánticas que permitieron transformar los datos
brutos en datos útiles: categorías que visibilizaron las características de las
subjetividades masculinas. En un principio las categorías se configuraron de
manera deductiva desde los objetivos de indagación, se buscaron los fragmentos
de texto que estuvieran relacionados con el tema, no obstante, al final se
cuestionaron las categorías iniciales desde lo teórico, lo cual, permitió
construir los resultados desde lo que surgió en los talleres.
Resultados
A partir del análisis del contenido temático, se identificaron
varias constantes en los discursos y las prácticas de los participantes en
torno a las masculinidades en y por la estructura penitenciaria. Para
explicarlas se generó la definición de una categoría central titulada 4.1) La masculinidad como un producto
institucional dicotómico que explica cómo esta surge a partir de las
relaciones de poder de carácter violento y dicotómico. Y como consecuencia, se
desprenden dos subcategorías: 4.1.1) Homosexual/Heterosexual
que se refiere a la administración de espacios y cuerpos desde la protección
del vulnerable/homo, y 4.1.2)
Productivo/No-productivo que desarrolla la manera en que la psicología y el
trabajo social promueven la reinserción del interno desde la noción de
proveedor.
La
masculinidad como un producto institucional dicotómico
Dispositivo de visibilización e
identificación palpable: a pesar de que el poder está inmerso en todo el entramado
social, dentro de las instituciones penitenciarias las relaciones de poder se
cosifican y visibilizan más que en otros espacios, por la lógica violenta y
mortificante que ocurre en estos lugares para controlar, castigar y reinsertar
a la población. La violencia, no solo genera control, también es la vía a
través de la cual la masculinidad perpetúa su poder y afianza la dominación que
practica a través de la confrontación de contrarios. Más allá de la dicotomía
imperante entre el afuera y el adentro, a
priori espaciales y temporales que condicionan la vida penitenciaria,
existen ciertas sub-dicotomías que moldean y son moldeadas desde la relación
tanto del personal de la institución con los internos como la misma relación
entre ellos.
Luego el participante A
respondió “yo voy en primero de primaria.... Digo... en primero de secundaria”.
El participante B comenzó a reírse de esto y decía “este wey...en
primero de primaria...”. El participante A y el participante B se empezaron a
agredir verbalmente, el participante A le decía “ahorita ves cómo te voy a
tronar cabrón” y el participante B le respondía “chinga tu madre, pendejo, ya
te quiero ver”. Entonces, el participante A se puso de pie y empezó a gritar
más fuerte. Caminó hacía el participante B para darle un rodillazo en el pecho.
En ese momento el participante B se puso de pie pero levantó las manos y dijo
“ya wey, no quiero pedos”. Pero el participante A lo
seguía insultando y se empezó a acercar más. (Autor; Entrada del diario de campo
7, 27 de octubre 2015).
Cuestión que no sólo produce formas de actuar o guiones
establecidos entre los distintos actores (castigos, agresiones, remuneraciones
y efectos en la condena) sino también, permite que las subjetividades
masculinas se performen como producto de la
violencia, que son desprendidas del marco de posibilidades del encuentro entre
polos: heterosexual/homosexual y productivo/no-productivo.
El ejercicio de la violencia en sus variantes busca reivindicar
el poder, conservar el control y los privilegios. A su vez, surge del temor de
carecer de poder ante los demás. Dentro del centro penitenciario, las prácticas
violentas suelen ser ejercidas entre internos, lo que genera que la institución
se quede al margen de las mismas, es decir, que no las fomentan directamente
pero tampoco las prohíben.
Autor les preguntó: “¿no se llevan bien con los otros, de los
otros módulos?”. Y el participante E contestó: “no pues no nos quieren”. Los
demás replicaron: “desde antes de que llegues ya te están esperando, si en el
‘centro donde te procesan’ te creías el muy chido pues llegando acá te bajan
los huevos. Si ya traías pleito desde el ‘centro de proceso’, también te los
bajan” (Autor, entrada de diario de campo 3, 06 de octubre de 2015)
La violencia genera relaciones de poder que le permiten al
centro carcelario conocer la mejor forma de mantener el control. Es un
constructo previo firmemente arraigado que la institución busca perpetuar, ya
que esto es la replicación de una masculinidad violenta, heterosexual y
productiva la cual está íntimamente ligada a la reinserción que la cárcel
promueve.
Cabe mencionar que no se trata de un fenómeno de construcción
definido de antemano, esto es, de un proceso en donde simplemente los actores
penales tomen una posición de forma irreversible. El juego de confrontación no
es estático, sino más bien dinámico, al grado que las subjetividades producidas
juegan en un campo espacial y temporal híbrido, en ciertas ocasiones un mismo
sujeto toma partido de un polo, y en otras de otro. Empero, pese a la aparente
libertad intersubjetiva de la elección, en el fondo, el rol masculino adoptado
y performado se mueve dentro de un mismo campo: el
hegemónico establecido por una dicotomía entre opuestos.
Homosexual
/ Heterosexual
Una de las dos dicotomías en las que se presenta la masculinidad
hegemónica tiene que ver con la distinción entre lo homo y lo heterosexual. Más
allá de abarcar la orientación sexual, se trata de un margen identitario que funciona debido a la polaridad heteronormativa, esto es, la inclusión desde los valores
masculinos, y la exclusión de lo femenino. En específico, lo hetero es el reflejo de lo aprobado, lo normal, lo fuerte y
lo masculino; mientras que lo homo es lo caído, lo fuera de norma, lo débil, lo
sumiso y lo femenino. Dicha diferenciación se imbrica a su vez dentro del
centro penitenciario, generando así una separación aún más marcada que la
existente fuera de los muros carcelarios. La misma institución perpetúa esta
división, incluso la reproduce de manera física, aprovechando el espacio para
seguir ejerciendo el poder desde la separación dicotómica hetero/homo.
Se crea un espacio físico de excepción (módulo especial) para resguardar a
aquellas personas privadas de su libertad que tienen preferencias homosexuales
o que fueron violentadas por el resto de la población penitenciaria. De hecho,
así como el hombre debe proteger a la mujer por su carácter débil y vulnerable,
la institución excluye al vulnerable desde estos espacios, lo cual no solo se
queda en términos espaciales, sino que también tiene un efecto en las
relaciones dentro de la institución.
Participante externo al taller: oye, yo te tengo una pregunta.-
Autor: sí, claro. Dime.- Participante externo al taller: ¿éste juego lo
pidieron las del módulo-especial? Sí, ya sabes, las niñas del módulo-especial.
- Autor: no, para nada. Nadie lo pidió, las psicólogas lo
elegimos.- Participante externo al taller: ah, ok. Es que yo dije: de seguro la
pidieron los del módulo-especial. Es que como son medio raritos.... (Autor,
entrada de diario de campo 18, 12 de abril del 2016)
La marginación física no sólo controla a los cuerpos, también
propicia la perpetuación y es réplica de esta polaridad desde la burla[10]
y/o el uso de la fuerza física y simbólica. El espacio, por tanto, no es
neutral o funcional, ya que al mismo tiempo que distribuye a los internos,
también produce un estigma desde esta dicotomía. El hecho de que un
participante ajeno al taller comente que este módulo está habitado por sujetos
“medio raritos”, o los feminice (“las niñas del módulo”), visibiliza por un
lado el estigma que cargan las personas que se encuentran en este lugar, y
sobre todo, reafirma la identidad masculina hegemónica. El módulo especial, por
ende, funciona de dos maneras: estigmatiza y margina al que lo habita desde el
binomio femenino/raro, y reafirma a los otros módulos desde lo
masculino/normal.
El encargado del taller tomó su papelito de la obra y lo mostró
al grupo, decía: Jessica, la hija de Tere. El participante G cuando vio que a
este le había tocado Jessica comenzó a reírse, y les contagió la risa a los
demás participantes. Le decía con una voz burlesca “Jeeesica”
y el encargado le respondía: “¿qué? ¿de qué se ríen?”. El participante G seguía
riéndose y le dijo: “es a lo que le temía”. (Autor, entrada de diario de campo
10, 8 de marzo 2016)
En última instancia, como se aprecia en la cita, otro efecto de
la búsqueda por demostrar la masculinidad tiene que ver con la
desestabilización de las relaciones de poder institucionales. La feminización
de la persona se convierte, en la medida de lo posible, en un recurso que
difumina las jerarquías entre tallerista e internos.
En este caso, el encargado del taller, al inmiscuirse en la lógica lúdica en la
misma actividad, es identificado desde lo femenino, y por consiguiente, es
sujeto a burlas por parte de los internos, cuestión que va en contra de
cualquier estructura asimétrica penitenciaria que busca el control y el castigo
hacia la persona privada de libertad. Sin embargo, es importante considerar que
las talleristas son percibidas por los internos de
forma distinta a los custodios, esto es lo que permite la desestructuración de
la jerarquía de autoridad.
Lo femenino como sinónimo de exclusión y debilidad simbólica; se
le desprecia y burla a lo afeminado, de ahí el miedo a ser categorizado como
tal. Sea mediante la distribución espacial institucional que refuerza la
etiqueta o en las mismas relaciones entre personal-interno o interno-interno,
la feminización de la persona ordena la realidad penitenciaria desde la difuminación momentánea de la relación de poder y la
violencia colectiva en términos simbólicos que mortifica y estigmatiza a la
persona.
Productivo /
No productivo
Es posible decir que desde los dos pilares institucionales
(castigo y reinserción), existe un objetivo principal que comparten: el control
de los cuerpos. Antes que nada, los sujetos deben ser traducidos a seres
dóciles, de modo que el tratamiento reinsertivo, las
actividades físicas, están sometidos a ciertos tiempos, o al menos, a una
hipervigilancia, una especie de panóptico. Sin embargo, el panóptico no es
total, sino más bien funcional en pro de un ordenamiento físico. El mecanismo
disciplinario se activa de forma abrupta y radical solo cuando la institución
se ve amenazada, es decir, cuando el orden y el control del lugar están en
riesgo de perderse.
Uno de los psicólogos
preguntó: ¿y los custodios no los separan? (refiriéndose a una pelea). De modo
que Participante C respondió que los custodios tardan mucho en llegar porque
las casetas están lejos de los dormitorios, además están dormidos [...] Incluso
el Participante C nos dijo que los custodios a veces sí se dan cuenta de que se
están peleando pero no hacen nada al respecto o incluso los alientan a seguir
con la pelea. (Autor, entrada de diario 3, 6 de octubre del 2015)
Ahora bien, este mecanismo no sólo produce docilidades para
facilitar el movimiento de los sujetos o permitir las relaciones disimétricas y
jerárquicas, sino al mismo tiempo, moldea un campo dicotómico que posibilita
subjetividades entre lo productivo y no-productivo. Mejor dicho, es en la misma
dinámica de control que se retoman los dos pilares institucionales
(castigo/reinserción), lo que produce que los castigos se orienten a conseguir
el cuerpo-productivo, e implícitamente, que el proceso reinsertivo
se conforme desde la idea del hombre productivo, el proveedor.
En medio de la actividad pasó por un lado de nosotros la
licenciada. El participante H volteó hacia ella y le preguntó que si tenía
chamba para él. La licenciada le comentó que por el momento no. En eso le
pregunté al participante H que si prefería trabajar que estar en el taller. A
lo que me contestó: “no, es que hay unas rifas en el módulo de psicología y entre
más vayas pues mejor”. No le entendí muy bien a qué se refería con eso de las
rifas, le pedí que me explicara. Me dijo: “es que hay unos cartones que tenemos
que hacer y entre más hagas, más horas te ponen, y pues si vas a la escuela,
trabajas y vas con la psicóloga te rebajan la pena, por ejemplo yo, que me
dieron la máxima de 7 pues ya si hago todo esto me la bajan a 5 y pues salgo
antes. (Autor, entrada de diario 5, 20 de octubre 2015)
La misma lógica institucional produce que la cárcel se piense más
como un lugar en el que se van recolectando trabajos que un lugar de reflexión reinsertiva. Por tanto las labores psicológicas, los
oficios y los talleres, son atajos hacia la libertad, y sobre todo, plataformas
en donde la subjetividad se mide desde esta dicotomía productivo/no-productivo.
La frase “pues si vas a la escuela, trabajas y vas con la psicóloga te rebajan
la pena” muestra, por un lado, el privilegio que se obtiene (la libertad); por
otro, la manera en que la psicología se piensa en el mismo nivel que las
labores de estudio y de trabajo, como una labor que hay que hacer dentro del
programa reinsertivo; y en suma, entre líneas, denota
la idea del interno que se va a reinsertar en un sujeto que tiene que
integrarse a la lógica del hacer, de producir, de tomar talleres, clases y
terapia para la obtención de la libertad; el mal interno es el que no realiza
actividades, es el no-productivo quien tiene que cumplir su condena completa.
Al preguntarle que cómo
estaba, el participante D dijo: “pues bien aburrido.” Autor: “¿por qué?”
Participante D: “pues es que vengo de psicología y bien aburrido. Se la pasan
preguntando que qué quiero hacer en el futuro y yo la neta no sé ni contestar. Pues
me quedan 2 años, ni modo que me ponga a pensar en eso ahorita.” Autor: “¿y solo
te preguntan eso?” Participante D: “no, luego solo me ponen hacer matemáticas y
se me quedan viendo, (fija la mirada en Autor) así, no me dice nada, sólo se me
queda viendo”. (Autor, entrada de diario de campo 17, 5 de abril del 2016).
De hecho, este tipo de masculinidad ligada a la productividad no
sólo se queda a nivel institucional, esto es, en el vaivén de privilegios y
castigos para reducir o ampliar la pena. En el mismo discurso de los internos
se denota una aceptación del rol masculino relacionado no sólo con el trabajo,
sino también con el del patriarca.
[Dentro de una actividad en el taller] Participante Q alzó el
dibujo de la familia y dijo en voz alta: “el hombre debe ser responsable”. Le
pedí que me clarificara la idea de responsabilidad, y dijo que los hombres
deben de ser responsables de sus hijos y de sus esposas: “que no les falte
nada” agregó al final. En ese momento, Autor comentó “¿a qué te refieres con
que no le falte nada?”, y el Participante Q contestó: “pues llevar dinero a la
casa para que no les falte nada”. De manera simultánea Participante J aportó:
“los hombres deben de pasear a los hijos, llevar a los hijos a la escuela, y
también pasear a la esposa.” (Autor, entrada de diario de campo 11, 23 de
febrero del 2016).
La responsabilidad está directamente vinculada con la aceptación
del rol promovido por la institución. La persona, para performar
la masculinidad, debe mantener económicamente a su familia y facilitar espacios
de recreación familiar. Especie de re-surgimiento y reafirmación de la figura
del proveedor apegada a la lógica estatal, en donde la conformación de la
sociedad depende de las familias nucleares guiadas por pastor-ciudadano, y en
este caso, del buen interno (reinsertado por su trabajo en prisión). Además,
implícitamente, lo no productivo se asocia a un no-hombre, a lo femenino,
infantil, y pensado desde la lógica institucional, a un preso no reinsertado,
un sujeto con características delictivas.
Finalmente, el proceso reinsertivo se
traduce a una cuestión de control que reafirma la figura masculina del buen
ciudadano-proveedor. Bajo esta dinámica, tanto los actores institucionales como
los internos, performan cierta subjetividad masculina
hegemónica sustentada por un dispositivo psicológico-penal, es decir, la parte
jurídica-penal basada en el control de los cuerpos desde las actividades de
distinta índole, y la parte psicológica-reinsertiva
que produce un camino penal híbrido por los privilegios que reducen el tiempo
de la condena. Todo un mecanismo de poder que consolida al hombre-ciudadano
desde la imagen del proveedor, desde su relación con el trabajo en pro del
mantenimiento patriarcal de otras subjetividades que no pueden asumir este rol:
lo femenino y la niñez.
Conclusiones
Como menciona Goffman (1970), la
estructura de la institución está diseñada para ejercer control en un mismo
espacio mediante la concentración y contención del exterior de los cuerpos que
pertenecen a ella. De ahí que la cárcel más que un marco físico, es un espacio
simbólico violento en donde se entretejen redes discursivas y materiales desde
y por la dicotomía. En términos materiales, la dicotomía se establece desde la
tensión entre el afuera y el adentro (Goffman, 1970)
y discursivamente mediante la paradoja de la readaptación desde el encierro y
la exclusión (García-Borés, 1995). No obstante, esta
lógica de contrarios (fundados desde la violencia y la agresividad) no sólo se
queda a nivel institucional, sino que se impregna en la subjetividad de los
internos desde el mismo discurso de readaptación y la distribución espacial
para controlar la población, facilitando así que los internos performen un rol cimentado en la masculinidad hegemónica.
Bajo el manto violento penitenciario se producen dos dicotomías
que resaltan y promueven ciertos tipos de masculinidades. De un extremo se
tiene el par homosexual-heterosexual que aunque no es ajeno al contexto
exterior, surge desde las dinámicas y administración de cuerpos (Foucault,
1975) que la institución realiza para ordenar a la población penitenciaria. La
división por ley que se realiza en los centros de readaptación penitenciaria,
para proteger a ciertos internos, reproduce la masculinidad hegemónica al
generar un espacio anormal-no masculino en donde se feminizan los cuerpos y,
por ende, se les asume como débiles y sumisos, dicotomía que funciona desde la
estigmatización del otro por el espacio que ocupa; la construcción de módulo,
por tanto, no sólo genera la posibilidad de controlar a los internos, sino que
también, a través de la reproducción de la masculinidad hegemónica, produce un
espacio que estigmatiza al interno desde su feminización y, al mismo tiempo,
refuerza la idea violenta masculina de la población que no se encuentra en tal
módulo. Entonces, el espacio se puede ver como un espejo estigmatizante
y macho; lo anormal feminizado funciona como reflejo inverso de lo normal
masculino.
Por otro lado, la dicotomía productivo-no productivo surge de
otra instancia; emana del discurso reinsertivo y
jurídico. Del lado reinsertivo, se dibuja una figura
del buen preso, nos referimos al que está convencido de que su rol debe estar
vinculado al trabajo, de modo que la labor del psicólogo y del discurso
reinsertado es encaminarlo a una reinserción laboral (más que social) que tiene
contenido al no productivo: como la mujer, el anciano y el niño. Del lado
jurídico, la idea del buen preso se refuerza desde la disminución de la pena,
lo que genera que la estancia varíe en función de la producción del proveedor
masculino (mientras más se trabaje, menos tiempo de condena). Mecanismo
jurídico-psicológico que utiliza el tiempo para construir sujetos en
consonancia con el aparato hegemónico que piensa a lo masculino como lo
productivo, y lo femenino como lo no-productivo. Mancuerna discursiva-penal en
el que el tiempo es un proceso de construcción de seres independientes, y al
mismo tiempo, seres dependientes simbólicos (mujeres, ancianos y niños).
En síntesis, los dos pilares de la cárcel (reinserción y
castigo) no sólo se traducen a elementos neutrales de control de cuerpos, sino
también a mecanismos de perpetuación que posicionan a los cuerpos en orden
jerárquico. De una banda, la dicotomía homo-hetero se
mueve bajo la lógica del control desde la distribución estigmatizante
de internos, y la de proveedor-no proveedor se potencia a partir del discurso reinsertivo sobre el “alma” (Foucault, 1975) que se basa,
en su mayoría, en una reinserción laboral que se significa desde la exclusión. En
efecto, el interno no sólo se traduce a un buen preso (Zaffaroni,
1989) sino que, al mismo tiempo, esta figura lleva consigo ciertas
características: tiene que sobrevivir el marco estigmatizante
originado desde la división homo/hetero, incluso
también a los casos de resistencia en donde revierte un poco las jerarquías
institucionales desde la feminización del personal. Además, se mueve dentro de
un camino penal que lo premia entre más emula la figura del proveedor heteropatriarcal.
La institución por tanto no es neutral, también es una
“institución con género” (Connell, 1990)
explícitamente masculina. Sea para dominar al otro, llevar la condena,
reducirla o resistir a la violencia que se genera en estos lugares, las lógicas
que se mueven tanto en las prácticas entre internos, los discursos de
reinserción de corte psicologista y los dispositivos
de control disciplinarios de distribución de cuerpos (Foucault, 1975),
implícitamente construyen un espacio violento que promueve una masculinidad
homofóbica, estigmatizante y productora. En síntesis,
el hombre se constituye como el proveedor del capital económico y la mujer
asume el rol determinante de reproducir la fuerza de trabajo, esto es, el
capital humano (Federici, 2010). En este caso la
mujer, o lo femenino representa a los cuerpos no productivos.
Una solución a la problemática de las cárceles que no tome en
cuenta la forma en que el género está impregnado en la misma lógica de las
instituciones, está obviando un elemento muy importante que da sentido a las
subjetividades o almas penales. El sistema penal no sólo acarrea los problemas
más enunciados como el hacinamiento, las condiciones del lugar y el número de
personal que “trata” a los internos, sino que tienen uno menos visible: el
género que promueve un espacio brusco y reafirma las subjetividades que se performan desde los roles heteropatriarcales.
Sin cuestionar esto, la cara psicológica y jurídica de los penitenciarios se
transforma simplemente en un conjunto de dispositivos enmarcados desde una
ortopedia moral (Foucault, 1975) masculina y agresiva.
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[7] Dentro de los investigaciones que hablan de
la relación feminidad-cárcel los temas que resaltan son cómo el sistema
jurídico piensa a la mujer desde un estereotipo homogéneo (Albertín,
Calsamiglia y Cubells,
2010), la desfeminización y negación de los roles
femeninos por parte de la institución (Boswroth, 2003;
Makowski, 1995), entre muchas otras.
[8] En los setenta en
Estados Unidos inician como “women studies” poniendo género y mujer como sinónimos. Poco a poco
se rompe esta relación exclusiva, y se empieza a pensar el género como relación
y construcción.
[9] El sistema de este
centro penitenciario está diseñado para “reinsertar” a jóvenes menores de edad.
Así, la máxima pena que pueden cumplir, a pesar del crimen cometido, son siete
años. De ahí, si ingresan poco antes de cumplir los 18 años (mayoría de edad) y
tienen la pena máxima, legalmente, al cumplir los 25 años de edad, exentan el
resto de la pena y pueden salir.
[10] Durante el cierre del
juego con faldas de papel: Al dijo “sí, pues la verdad no me siento cómodo...
es que pónganse en mi lugar. Un hombre no usa eso”. Autor le contestó “claro,
pero pues solamente era una actividad”. Al le respondió “sí ya sé, pero pues
ustedes sólo vienen y se van y aquí nos quedamos nosotros con todos los otros
que nos vieron y pues a aguantar vara”. Autor intervino “entonces lo que más
les incomodó es que los demás los vieran” (Jo. Mt y Al. asintieron). Autor
preguntó “¿creen que se van a reír de ustedes?” (se quedaron pensando un
momento y después asintieron). Jo respondió “yo creo que sí, ahí andaban los
del módulo 1, muertos de risa. (Autor, entrada de diario de campo 18, 12 de
abril del 2016)