EL GÉNERO EN LAS EXPERIENCIAS
DE VIOLENCIA DE MUJERES DE SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, CHIAPAS
GENDER IN THE EXPERIENCES OF VIOLENCE AGAINST WOMEN IN
SAN CRISTÓBAL DE LA CASAS, CHIAPAS
Mariana Ruíz Gómez[1]
Juan Iván Martínez
Ortega[2]
Resumen
Diversos estudios indican que la
violencia contra las mujeres en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, representa
una problemática social de grandes dimensiones, en ellos se da cuenta del
panorama en su conjunto, pero se pasan por alto las especificidades de las
experiencias de las mujeres incluidas en la generalidad de un dato. Además de
cuantificar, es importante estudiar la violencia contra las mujeres desde la
mirada de ellas mismas, analizar cómo la viven a partir de sus sentires y
pensamientos, por ello, en este artículo se pretende responder la siguiente
pregunta de investigación: ¿cómo experimentan la violencia las mujeres que la
han padecido en algún momento de su vida? concretamente las mujeres jóvenes y
adultas del municipio citado. El estudio se enmarca en la investigación
cualitativa y en la antropología de género, el concepto central que se utiliza
es el de la experiencia vivida como experiencia de género. Se definió una
muestra no probabilística de tipo intencional, por lo que se realizaron
entrevistas semiestructuradas a 14 mujeres de diferentes perfiles
sociodemográficos radicadas en el municipio; los tópicos establecidos en el
guion conformaron árboles de categorías cuyo contenido fue codificado y analizado
con la ayuda del software de análisis cualitativo Nvivo. Los resultados indican
que las experiencias de violencia de las mujeres están atravesadas por la
situación vital y por la condición de género. Las entrevistadas experimentaron
en momentos clave de su vida, de formas violentas, lo que significa ser mujer;
en cada una de esas etapas, aprendieron y aprehendieron cooperando o por medios
violentos lo que se espera de ellas, cómo debe ser una niña, una jovencita
decente, una buena madre y una buena esposa, y cómo es que no deben ejercer su
sexualidad.
Palabras clave: experiencia
de género, violencia de género, violencia contra las mujeres, investigación
feminista, antropología de género
Abstract
Several
studies indicate that violence against women in San Cristóbal de Las Casas,
Chiapas, represents a social problem of great dimensions, in which the landscape
a whole is taken into account but the specificities of the experiences of women
included in it are ignored in the general data. Asides from quantifying, it is
important to study violence against women from the perspective of themselves,
analyze how they live, their feelings and thoughts, therefore, this article
aims to answer the following research question: How do women experience
violence when they have suffered it at some point in their life? specifically
the young and adult women of the municipality aforementioned. The study is a
qualitative research in the frame of gender anthropology, the central concept
that is used is the lived experience as a gender experience. A
non-probabilistic sample of intentional type was defined, consequently,
semi-structured interviews were carried out with 14 women of different
socio-demographic profiles located in the municipality; the topics established
in the script formed trees of categories whose content was codified and
analyzed with the help of the qualitative analysis software Nvivo. The results
indicate that the experiences of violence of women are crossed by the vital
situation and the condition of gender, the interviewees experienced in key
moments of their life, in violent ways, what it means to be a woman, in each
one of those stages, they learned and apprehended by cooperating or by violent
means what is expected of them and how it must be a girl, a decent young girl,
a good mother and a good wife and how they should not exercise their sexuality.
Keywords: gender
experience, gender violence, violence against women, feminist research, gender anthropology
recepción: 18 de julio de 2018
aceptación: 23 de febrero de 2019
Introducción
San Cristóbal de Las
Casas es uno de los 122 municipios que conforman el Estado de Chiapas, es el
cuarto municipio más poblado de la entidad; cifras oficiales indican que en
2015 la población del municipio asciende a 209,591 personas, de las cuales 111,383
son mujeres. Se estima para ese año que el 30.9% de los hogares del municipio
cuentan con jefatura femenina, lo cual lo coloca en el noveno lugar de los
municipios chiapanecos en ese rubro. La población de 3 años y más que habla
alguna lengua indígena asciende a 63,454 personas, de las cuales 34,305 son
mujeres (INEGI, 2016).
Con relación al tema de la
violencia contra las mujeres, de acuerdo con los datos levantados en 2016 por
la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares
(ENDIREH), Chiapas es el Estado con menor prevalencia de violencia contra la
mujer del país con 52.4%; el otro extremo es la Ciudad de México, lugar en el
que el 79.8% de las mujeres de 15 años y más manifestaron haber enfrentado al
menos un incidente de algún tipo de violencia (INEGI, 2017). Esta posición de
Chiapas a nivel nacional, contrasta con lo documentado y denunciado por Organizaciones
de la Sociedad Civil (OSCs); solo en materia de feminicidios, el Observatorio
Feminista contra la Violencia a las Mujeres de Chiapas (OFVMCH, 2018), indica
que en diciembre de 2017 ocurrieron 23 muertes violentas contra mujeres, 25 en
noviembre, 13 en octubre, 17 en septiembre y 20 en agosto; eso es tres veces
más que la fuente oficial que, en este caso, es el Secretariado Ejecutivo del
Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP, 2018).
La ENDIREH no presenta información
desagregada a nivel municipal, por ello, en el caso de San Cristóbal de Las
Casas, la información disponible no tiene un grado de especificidad como a
nivel nacional y estatal; no obstante, organizaciones civiles han documentado
la violencia que padecen las mujeres en el municipio. En un sondeo realizado en
el año 2004 por el Colectivo Feminista Mercedes Olivera y Bustamante A. C.
(COFEMO), encuestaron a 380 mujeres con edades de 15 a 45 años, de las cuales
148 reportan alguna forma de violencia, se indica que el número de mujeres
agredidas se triplicó en el periodo 2000-2004. De ellas, el 57.6% tenían entre
15 y 25 años y el 21.4% entre 25 y 35 años, de las 380 mujeres encuestadas 9
fueron violadas y 11 experimentaron intento de violación, además, el 70% sufrió
agresiones tales como hostigamiento verbal, manoseo y persecución (COFEMO A. C.,
2016).
Otro estudio también da cuenta de
altos índices de violencia contra las mujeres en dos de los barrios
considerados de mayor importancia en el municipio. Dicho estudio es un análisis
cuantitativo en el que se documenta que en los Barrios de María Auxiliadora y
Santa Lucía, el 70.1% de las mujeres encuestadas han padecido algún tipo de
violencia al menos una vez en su vida y 63.2% en el año previo a la encuesta;
sobre este último dato, el 54.7% de las mujeres encuestadas manifestaron haber
experimentado violencia psicológica, 29.9% física, 26.5% sexual y 36.8%
económica (Morales, Sánchez y Zúñiga, 2008).
Los datos y estudios referidos
líneas arriba, indican que la violencia contra las mujeres en este municipio representa
una problemática social de grandes dimensiones. Los estudios citados dan cuenta
del panorama en su conjunto, pero pasan por alto las especificidades de las experiencias
de cada una de las mujeres que son incluidas en la generalidad de un dato. Además
de cuantificar, es importante estudiar la violencia contra las mujeres desde la
mirada de ellas mismas, y analizar cómo la viven a partir de sus sentires y
pensamientos, por ello, resultó pertinente realizar la siguiente pregunta de
investigación: ¿Cómo experimentan la
violencia las mujeres que la han padecido en algún momento de su vida?, específicamente
las mujeres jóvenes y adultas entrevistadas de San Cristóbal de Las Casas,
Chiapas.
Para responder a la pregunta, la estructura
del artículo está integrada por cuatro apartados, además de la introducción y
las consideraciones finales. En el primero y segundo, se realiza una
aproximación conceptual al género, la violencia de género contra las mujeres y
la experiencia de género; en el tercero, se presenta la estrategia metodológica
utilizada; y el cuarto, son los resultados obtenidos respecto a cómo
experimentan las mujeres de San Cristóbal de Las Casas la violencia que se
ejerce sobre ellas, a éste lo conforman cuatro incisos, tres correspondientes a
las etapas vitales de las mujeres y uno referente a la situación y condición de
género.
Género y violencia de género contra las
mujeres
Marta Lamas (1996) distingue al género como asignación, rol, identidad
y categoría; adicionalmente podemos
incluir la teoría, la perspectiva y el sistema
sexo-género, este último es definido como “el conjunto de disposiciones por
el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la
actividad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas
transformadas” (Rubin, 1986, p. 97). Es decir, son los procesos, prácticas y
acciones mediante las cuales determinados grupos sociales dan un significado
cultural a un hecho biológico, esto es, convierten al sexo en género.
Respecto
al género como categoría, Joan
Wallach Scott identifica cuatro elementos interrelacionados: lo simbólico, lo
normativo, lo institucional y lo subjetivo. Podemos utilizar el género para
analizar en determinadas sociedades cómo se simboliza lo femenino y lo
masculino, los mitos y las representaciones, entre otras; en lo normativo se
pueden estudiar las doctrinas religiosas, educativas, legales o políticas, y el
significado que en ellas tiene el género; en lo institucional, ubica a la
familia, el mercado de trabajo y también las instituciones educativas y
políticas, y finalmente, lo subjetivo lo relaciona con las formas en que se
construyen las identidades genéricas (Scott, 1996,
pp. 287-289).
Utilizar el género como categoría de
análisis conduce a aplicar la perspectiva
de género en la investigación, dotando a esta de un posicionamiento, pues
lleva implícito un compromiso y una definición política; implica estar en contra
de la desigualdad, la violencia y la opresión de género, “…es una denuncia de sus daños y su
destrucción y es, a la vez, un conjunto de acciones y alternativas para
erradicarlas” (Lagarde, 1996a, p. 33).
De tal suerte que,
desde esa posición, se puede analizar la violencia
de género. Uno de los antecedentes institucionales de dicho término es la Declaración sobre la
eliminación de la violencia contra la mujer que indica: “A los efectos de la presente
Declaración, por ‘violencia contra la mujer’ se entiende todo acto de violencia
basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como
resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer…” (ONU, 1993).
Un
año más tarde, en 1994, la Organización de Estados Americanos (OEA) firmó la Convención Interamericana para Prevenir,
Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer “Convención de Belém do
Pará”, que en su artículo 1 establece: “debe
entenderse por violencia contra la mujer cualquier acción o conducta, basada en
su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a
la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado” (OEA, 1994).
En
1995 se llevó a cabo La Cuarta
Conferencia Mundial sobre la Mujer, en Beijing, China; en el Informe en
español de la misma ya se planteaban con claridad los términos igualdad de género, violencia basada en el género y perspectiva
de género (ONU, 1996). Como puede apreciarse, un origen de las concepciones
de violencia contra las mujeres como violencia
de género es institucional, pero no por ello es ajeno o contrario a las
demandas de algunos sectores del feminismo, por el contrario, puede
considerarse una materialización de una de sus demandas que es la relativa a
eliminar la violencia contra las mujeres.
Dado
que existe diversidad de formas para denominar el fenómeno, en este texto se
opta por el término violencia de género
en contra de las mujeres. Con esta denominación se “resalta la importancia
de la diferencia de género en el conjunto de factores sexuales, sociales,
económicos, jurídicos, políticos y culturales que determinan los patrones de
dominación estructural de los hombres sobre las mujeres” (Lagarde, 2005, pp.
15-16 en Muñoz, 2011,
p. 18).
Es decir, al mencionar solo violencia
contra las mujeres se invisibiliza el hecho de que son motivaciones de
género las que generan la violencia; y con el término violencia de género se invisibiliza que mayoritariamente son
mujeres las que padecen este tipo de violencia; entonces la propuesta de
Lagarde resulta ser la más atinada.
No
obstante, en México, la Ley General de
Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, impulsada por la propia
Marcela Lagarde, retoma el término Violencia contra las mujeres, pero en su definición sí se precisan
las motivaciones de género, de ahí que en esa ley se defina de la siguiente
manera: “Cualquier acción u omisión, basada en su género, que les cause daño o
sufrimiento psicológico, físico, patrimonial, económico, sexual o la muerte
tanto en el ámbito privado como en el público” (DOF, 2007). Dicha Ley distingue entre violencia física, patrimonial, económica,
sexual y cualesquiera otras formas que dañen la integridad, la dignidad y la
libertad de las mujeres; también refiere a distintos ámbitos de la violencia
que pueden ser el familiar, laboral o docente, adicionalmente, considera la
violencia en la comunidad, institucional y feminicida.
Los tipos y los
ámbitos de la violencia están atravesados por el dominio, sometimiento y abuso
que se ejerce sobre la vida de las mujeres; actos concretos de violencia de
género pueden ser: amenazas, chantajes, golpes físicos y agresiones con objetos
o armas, acciones que degraden o dañen el libre ejercicio de su sexualidad,
retención o sustracción de documentos personales, bienes materiales o
económicos de la persona, y el control que se ejerce sobre ellas, sus cuerpos,
sus tiempos, sus decisiones, sus actividades, sus ingresos, su trabajo,
etcétera.
La experiencia vivida como experiencia de género
La segunda tesis de El Segundo sexo de la filósofa francesa
Simone de Beauvoir (1981), es un referente para el feminismo y los estudios de
género, “no se nace mujer: se llega a serlo”, es planteado desde la Antropología
como la construcción cultural de la diferencia sexual (Lamas, 1996). El segundo
volumen de la obra, denominado La
experiencia vivida, analiza cómo experimentan las mujeres la infancia, la
juventud, la iniciación sexual y el ser lesbiana, también discute la situación de la mujer casada, la
madre, la vida social, la prostitución y la vejez. La antropología de la
experiencia, rescata la idea de la experiencia vivida en relación con lo común
y lo general, tal disciplina “defiende que una obra, acción, vivencia o
expresión son totalidades singulares, no deducibles de lo común, pero
elaboradas a partir de lo común, y cuya comprensión ha de partir de ello” (Díaz, 1997, p. 6).
En comunión con ello, la antropología
de género distingue entre situación y
condición, “Las mujeres comparten
como género la misma condición histórica, pero difieren en cuanto a sus
situaciones de vida y en los grados y niveles de la opresión” (Lagarde, 2005, p. 34), es decir, la situación alude a la
existencia concreta de mujeres particulares, singulares como su lengua,
religión, edad, orientación sexual y nacionalidad, mientras que la condición se
refiere a una creación histórica compartida por las mujeres en su conjunto o lo
común: “La condición genérica de las mujeres está estructurada en torno a dos
ejes fundamentales: la sexualidad escindida de las mujeres, y la definición de
las mujeres en relación con el poder ―como afirmación o como sujeción―, y con
los otros” (Lagarde, 2005, p. 35).
En el caso que nos ocupa,
como se verá más adelante, las mujeres entrevistadas tienen especificidades
propias de su situación vital, pero también se identificaron elementos que
comparten como género femenino. Ambas, situación
y condición, atraviesan la experiencia
vivida de las mujeres que padecen violencia. Para identificar tales aspectos,
resulta pertinente recurrir a la propuesta de Simone de Beauvoir, quien
sostiene que la mujer se hace a
partir de experimentar, en calidad de otro,
momentos clave en la infancia, juventud, iniciación sexual, el matrimonio, la
maternidad, entre otros; pues es en la vivencia de esas experiencias que se
configura un supuesto destino tradicional de la mujer, por lo que es importante
conocer cómo es para las mujeres el aprendizaje de esa condición, qué evasiones
están permitidas y cuáles no (Beauvoir, 1981).
La teórica
feminista, Teresa de Lauretis, refiere a la experiencia como un entramado de
significados, hábitos, disposiciones, asociaciones y percepciones que son
producidos por la interacción de la persona con el mundo externo (Lauretis, 1994). Esta experiencia, según la autora, cambia continuamente
para cada sujeto por su forma de relacionarse con la realidad social, en la
cual están incluidas las relaciones sociales de género. Cada persona
experimenta y se relaciona de manera distinta con el mundo, un mismo hecho o
acontecimiento puede significar y percibirse de diferente forma en cada sujeto,
pero esos significados dados a lo vivido, están atravesados por nuestra construcción
genérica, las relaciones de género marcan nuestra experiencia.
Así entonces,
tenemos que la experiencia de género refiere a “los efectos de significado y
las autorepresentaciones producidas en el sujeto por las prácticas
socioculturales, los discursos y las instituciones dedicadas a la producción de
mujeres y varones” (Lauretis, 1994, p. 227). La
asignación, el rol y la identidad de género originan que las experiencias de
vida estén generizadas; al nacer, a partir del sexo se asigna un género, pero
también se comienza a experimentar el mundo a partir de esa asignación, la
experiencia femenina está ligada al sexo y la sexualidad de las mujeres. Un
mismo hecho, como perder la virginidad, por ejemplo, es experimentado y
valorado socialmente de manera desigual, dependiendo del sexo y el género de la
persona. Instituciones como la familia, la iglesia y el Estado son claves en
esas experiencias, pues producen y reproducen un mundo dividido en lo masculino
y lo femenino.
Estrategia metodológica
El estudio utiliza una
metodología cualitativa, pues trata de conocer el conjunto de atributos
interrelacionados que caracterizan al hecho social (Valles, 1997). El abordaje
se realiza desde la antropología de género, por lo que da cuenta de expresiones
sociales en razón de género y de los modelos de estratificación y
jerarquización que subyacen al sistema sexo-género (Martín, 2008). Dado que se
trata de un tema sensible que cuando se vive, es difícil externar, resultó
complicado cumplir con elementos de la etnografía tradicional, por ejemplo,
trasladarse al lugar de los hechos, realizar estancias prolongadas en el
terreno o hacer observación participante cuando ocurre la violencia. No
obstante, sí se tomaron en cuenta elementos de la etnografía feminista, es
decir, se consideró a las mujeres como sujeto privilegiado de la investigación,
se propuso mostrar sensibilidad a la experiencia de las mujeres y se asumió un
carácter político al posicionarse contra la opresión. A decir de Martha Castañeda
(2012), en dicho tipo de investigación se requiere observar, describir e
interpretar para visibilizar, desnaturalizar e historizar las desigualdades,
develar cómo las mujeres se perciben a sí mismas, por ello se les da la voz y
se les reconoce como emisoras de discursos válidos, además, pone atención en la
situación y condición de género de las sujetos.
La técnica de
investigación que se consideró más acorde a las características del tema y de
las sujetos, fue la entrevista semi-estructurada, la cual en su diseño incluyó
una guía para respuestas abiertas y con la flexibilidad de enfatizar en algún
tema emergente que la guía original no contemplara (Sautu, 2005). También se
realizaron notas de campo en cada una de las visitas realizadas a las mujeres
estudiadas, siguiendo a Doris Lamus (2015), quien recomienda no confiar en la
memoria y atender al comportamiento no verbal y contextualizar el registro de
la información, entre otras.
Para definir a las sujetos
participantes en el estudio, se determinó que la población fuesen mujeres de 15
años en adelante, con diferentes perfiles sociodemográficos y radicadas en San
Cristóbal de Las Casas, las cuales manifestaran haber padecido violencia en
algún momento de su vida y que además aceptaran ser entrevistadas. Se definió
una muestra no probabilística de tipo intencional, producto de una selección de
casos de acuerdo con los criterios establecidos por parte de quien investiga
(Kazez, 2009), por ello, no se pretendió una representatividad estadística,
sino más bien diversidad de perfiles para que a partir de ello se encontraran
coincidencias y/o diferencias en las experiencias de mujeres con diversas
trayectorias de vida. A las mujeres entrevistadas se les contactó por
recomendación de personas conocidas que sabían de casos de mujeres que habían
vivido episodios de violencia, se tuvieron acercamientos iniciales con ellas
para presentarse, explicar las motivaciones del estudio y, en su caso,
concertar las entrevistas con quienes aceptaran participar, de ello resultaron 14
entrevistas realizadas entre febrero y marzo de 2016.
Las entrevistas tuvieron sitio en
tres tipos de lugares: seis fueron en los hogares de las mujeres, cuatro en
cafeterías y/o restaurantes y cuatro en lugares públicos tales como parques y
jardines. Al momento de ser entrevistadas, cuatro de las mujeres tenían edades
de entre los 16 y 25 años, cinco entre 26 y 39, y cinco de 40 años en adelante,
siendo la de mayor edad una mujer de 80 años. A todas las entrevistadas se les
aseguró la confidencialidad y el anonimato de sus respuestas, por lo que sus
nombres verdaderos fueron cambiados por otros ficticios.
Respecto a su estado civil, tres
manifestaron ser solteras, tres vivir en unión libre, cuatro ser casadas, dos
divorciadas y dos viudas. En cuanto a los hijos/as, tres dijeron no tener,
cuatro dijeron que tenían 1, una 2, tres 3 y tres 4. Sobre la procedencia de
las entrevistadas, diez son de San Cristóbal de Las Casas, una de Comitán, una
de Chanal, una de Bachajón y una de la ciudad de Veracruz. Con relación al
máximo grado de estudios, tres no cuentan con instrucción escolar, cuatro
cursaron hasta la primaria, una la preparatoria, cinco tienen estudios de
licenciatura (una de ellas trunca) y una tiene doctorado. Respecto a sus
ocupaciones, una se dedica a la arquitectura, una es empleada en una revista
local, dos son empleadas domésticas, dos estudian y trabajan (una como
asistente contable y otra como empleada de una Asociación Civil), una estudia
la preparatoria, seis son trabajadoras del hogar sin remuneración (amas de
casa) y una comerciante. A partir de una apreciación personal que consideró las
características de su vivienda, el trabajo y actividades que realizan, así como
los propios testimonios de las entrevistadas, es posible indicar que el nivel
de ingresos de ocho de ellas es bajo, de cinco es medio y de una es alto.
Previo a la aplicación de las
entrevistas se diseñó un guion de tipo semi-estructurado y se consideraron las
recomendaciones de Fortunato Mallimaci y Verónica Giménez, quienes argumentan
que:
Es
importante tener en cuenta el aspecto diacrónico del relato de vida en el
momento de elaborar la guía: las etapas centrales de la vida del entrevistado o
la entrevistada deben ser consideradas. Es interesante que la infancia, la
adolescencia, la adultez y la ancianidad figuren entre los puntos de la guía de
una manera cronológica, y que, a su vez, sean cruzadas con las experiencias
familiares, sociales, educativas, religiosas, laborales del entrevistado (2006, p. 192).
En coincidencia con la
postura anterior y retomando algunos de los elementos que utiliza Simone de
Beauvoir
para analizar la experiencia vivida de las mujeres, se fijaron como tópicos del
guion de entrevista: la infancia, la adolescencia, el matrimonio y la
maternidad (madresposa). Evidentemente, por la diversidad de perfiles de las
entrevistadas y dado que algunas de ellas no han vivido alguna de esas etapas,
no a todas se les preguntó lo mismo, por ejemplo, con las mujeres solteras no
se preguntó respecto a su relación con el esposo. Después de aplicar las
entrevistas, estas fueron transcritas junto con las notas de campo recabadas.
Los tópicos establecidos en el guion conformaron árboles de categorías que
permitieron que los testimonios fueran codificados y categorizados con ayuda
del software de análisis cualitativo Nvivo. A partir de ello fue posible
obtener la frecuencia y relevancia de los atributos que emergieron de cada
categoría.
Resultados.
Cómo experimentan la violencia de género mujeres de San
Cristóbal de Las Casas, Chiapas
Las experiencias en la infancia
De
acuerdo con los testimonios, todas las mujeres entrevistadas comenzaron a
experimentar algún tipo de violencia desde edades tempranas; recibían golpes,
insultos o regaños. El maltrato ocurría con objetos como cinturones, palos,
cueros o utensilios. El espacio de mayor ocurrencia del maltrato era la casa,
todas indicaron que ahí era donde sucedía, y solo una de ellas indicó que
también en la escuela. Respecto a quiénes eran las personas que ejercían
violencia sobre ellas, eran, principalmente, padres y madres, pero también los
abuelos en el caso de quienes vivían con ellos. Esto indica que son las
personas responsables del cuidado de las hijas quienes mayoritariamente las
maltrataban, de acuerdo con Sabrina Gómez “La razón del maltrato sería la
reproducción transgeneracional de patrones de interacción padre-hijo,
interacción que se caracteriza por el maltrato a los hijos” (Gómez, 1988, p. 151), es decir, padres y madres tratan a sus hijas/os de la
forma en que también los trataron a ellos/as. Es interesante resaltar que el
maltrato físico también da lugar al maltrato psicológico, las mujeres
entrevistadas en sus experiencias de violencia aluden a emociones negativas;
principalmente coraje, miedo, frustración y tristeza:
[Cuando le pegaban] ¡Uy!, pues nada más llorar y llorar, siempre andaba yo
triste pues. ¡Ay!, es que no sé qué decir, porque no nos quería por ser niñas
[su padre], pues no nos quería porque éramos niñas y pues quería un hijo varón
y pues qué se podía hacer (Ernestina, 34 años, empleada doméstica).
En el
caso de Ernestina y sus dos hermanas, estas comienzan a experimentar una
minusvaloración por ser mujer, el padre quería un hijo, no hijas, y
constantemente se los decía, es decir, la experiencia de género que comienzan a
interiorizar, es aquella en el que las mujeres valen menos que los hombres. Aunado
a lo anterior, su experiencia de género, también desde la infancia, se comienza
a configurar con los mandatos sociales que les corresponden por ser niñas y
niños, es una experiencia diferenciada y desigual a partir del sexo con el que
nacen, hay expectativas y deberes sociales sobre ellas que son distintos a los
de ellos y esto se traduce en un trato distinto y desigual.
Esos mandatos
son claros cuando se trata de actividades que les corresponden a unos y otras: “Mi
mamá nos enseña bien todo, a tortear, a lavar, a moler el maíz, hacer comida
desde chicas, por eso ya sé bien pues” (Macaria, 34 años, empleada doméstica).
Otro testimonio indica:
“Pues a mí me enseñaron a hacer lo esencial, los quehaceres y todo eso”
(Severa, 23 años, estudiante y asistente contable). En algunos casos, la
experiencia de género se construye con el mandato superficial, les dicen lo que
tienen qué hacer, pero en otros el sentido es más profundo porque además les
indican para qué deben hacer eso: “Desde niñas tienen que hacerse mujeres para atender
al hombre” (Elvira, 44 años, ama de casa). Otra de las entrevistadas manifestó:
“Pues desde chicas hay que saber hacer los oficios de la casa para cuando
tengamos marido ya sabemos hacer algo”
(Ernestina,
34 años, empleada doméstica).
En los dos testimonios que se
citan, desde la infancia, la experiencia de género se fue conformando a partir
del sentido que se le da a lo que hacen “como mujeres” que son, es decir, se
les enseña y se les exige hacer ciertas cosas porque la expectativa que sobre
ellas recae es casarse, tener hijos/as y atender al marido. Desde la infancia
se comienza a experimentar lo que implica ser mujer, en la interacción con el
mundo social se empiezan a configurar disposiciones, hábitos y deberes que
desde los discursos sociales emitidos por las instituciones, principalmente la
familia en el caso de las entrevistadas, asignan significados al actuar de las
mujeres. En esa experiencia de género, la violencia es un marcador importante,
porque es el instrumento que se utiliza sobre ellas para indicarles cuál es el
rol social que les corresponde y las consencuencias en caso de que lo trasgredan.
Las
experiencias en la adolescencia
Una de las
experiencias fundadas en una condición natural, pero con significaciones
culturales, es la del periodo menstrual. A algunas de las mujeres entrevistadas,
principalmente a las de mayor edad, cuando lo tuvieron por primera vez les
llegó con sorpresa y desconocimiento de qué ocurría, al no esperarlo,
inicialmente tuvieron miedo, pero cuando las mujeres cercanas a ellas, ya sea la
mamá, abuela o amigas les explicaron que a todas les pasaba, mencionaron que
dejaron de tener miedo y lo vieron con naturalidad: “Tener con quién platicar
esa experiencia pues te quita un poquito el miedo porque te das cuenta de que
todas lo tenemos que vivir” (Catalina, 24 años, empleada en una revista local),
aunque no por ello dejaba de ser incómodo, sobre todo para las mayores porque
antaño no contaban con toallas femeninas.
Un testimonio representativo que
alude al primer periodo menstrual como una experiencia importante de género, es
el de una de las informantes a quien su abuela le dijo: “No hija, cuando estás así
vas a ser mujer, ahorita estás como hombre, ya después ya viene tu
menstruación, a los doce [o] trece dice, pero yo no, yo a los diez años” (Macaria,
34 años, empleada doméstica). Tal relato puede ser interpretado como un
parteaguas en la experiencia femenina, pues si de niñas es posible que en
algunos casos se les tuviera a las mujeres una que otra consideración similar a
las que tenían los hombres, ello cambia por completo cuando “se convierten en
mujeres”, cuando dejan de ser “como hombres”.
En la juventud, las mujeres
entrevistadas experimentaron sus primeros acercamientos amorosos con el sexo opuesto,
las edades de ello oscilaban entre los quince y veinte años. En esta etapa las
mujeres no dejaron de experimentar violencia, de hecho, se reconfiguró o acentuó
en lo relacionado con su sexualidad:
No cambió
mucho porque conforme íbamos creciendo pues nos cuidaban más, de que no
jugáramos con los niños porque era peligroso, porque nos podía pasar algo o nos
podían faltar el respeto y pues no podíamos andar solas a altas horas de la
noche, y si salíamos pues ya con nuestros papás, pero sí, a esa edad ya nos
cuidaban un poco más, bueno en mi caso pues siempre me cuidaron hasta que me
casé. (Carmen, 46 años, ama de casa)
Es muy representativo
el testimonio anterior que indica que la cuidaron hasta que se casó, porque en
ese marco, más que cuidado, puede interpretarse como vigilancia, en la cual
cambia el custodio pero no la custodiada. Otro de los testimonios coincide con
lo citado por Raquel Gutiérrez (2010), cuando refiere que el cuidado que recae
sobre las mujeres cuando inician la juventud, es un cuidado distinto al
infantil; una de las entrevistadas indica: “Ya me cuidaban más ya, ya no como
niña otra vez, porque ya si salía yo en la calle ya decían que iba yo a
encontrar novio o me iba yo a ir por ahí” (Elvira, 44 años, ama de casa).
Se refleja una preocupación
constante por lo que pueden hacer las mujeres con los hombres: “[su papá] no
nos permitía ni salir, ni nada, porque si no… nos dice que ya estamos buscando
hombres” (Ernestina, 34 años, empleada doméstica). Lo que hay detrás es una
intención de inhibir el ejercicio de la sexualidad por la posibilidad de que
queden embarazadas fuera de la norma social, religiosa y civil, es decir, la
preocupación es que tengan relaciones sexuales y queden embarazadas sin estar
casadas y con ello “deshonren a la familia”, ello produce miedo en las mujeres,
lo que mina su autonomía y su autoestima. De hecho, cuando el temor se
convierte en realidad, es decir, cuando efectivamente las mujeres se embarazan
fuera de la norma, ello las expone también a la posibilidad de que experimenten
violencia: “Lo que sí, era el miedo de decirle a mi papá de que estaba yo
embarazada, y de hecho yo busqué un lugar así público para decirle” (Manuela,
30 años, ama de casa).
Quedar embarazada o irse con el
novio sin permiso, es interpretado como una ofensa a la familia, lo cual genera
consecuencias que generalmente son castigos o maltratos expresados en
manifestaciones de violencia “si te dejas tocar ya vas a tener hijo me decían
ya más me cuidaban ya, sí pues, incluso cuando ya decidí huirme me buscaron y
me regresaron a cuerazos otra vez” (Elvira, 44 años, ama de casa). Lo que debe
ser una mujer cuando es joven lo tenían muy claro: decente, recatada, mostrar
respeto a sus padres, no acercarse a los hombres y, por supuesto, no “salir
embarazada”, porque si no se cumple con todo ello, el riesgo es ser violentada,
principalmente de manera física, aunque los estragos no solo afectan lo físico,
sino también lo emocional y psicológico.
Las
experiencias como madresposa
Para Marcela Lagarde: “ser
madresposa es un cautiverio construido en torno a dos definiciones esenciales
positivas de las mujeres: su sexualidad procreadora, y su relación de
dependencia vital de los otros por
medio de la maternidad, la filialidad y la conyugalidad” (Lagarde, 2005, pp.
38-39). Tomando ello en consideración, en la experiencia de las mujeres
resaltan al menos dos de estos elementos: la relación con sus hijos y la
relación con su esposo. Respecto a cómo experimentan la violencia en ambas
relaciones, en la primera, en algunos casos son ellas quienes perpetran la
violencia y en la segunda, mayoritariamente son ellas las violentadas.
En cuanto a cómo se llevan con sus
esposos, varias manifestaron que desde pequeñas les “enseñaron” cómo debían
relacionarse con ellos, principalmente las entrevistadas de mayor edad: “Tenés
que saber tu quehacer, y así me aconsejaba mi mamá, y hacer lo que dice tu
marido, obedeces para que no se enoje” (Felicia, 80 años, ama de casa), “Por
eso decía pue’ mi mamá que tenemos que hacer el trabajito porque cuando se casa
uno, no va a venir atrás nuestra mamá, y para que no se enoje el marido tenemos
que saber ya solas cómo mantener pue’ el esposo” (Jovita, 58 años, comerciante).
Incluso en esas enseñanzas se les hacía énfasis en que si había golpes, en
determinadas circunstancias, estos podrían ser justificados por el
incumplimiento de sus deberes:
Mi mamá
decía que yo me portara bien, que yo le obedeciera todo mi marido y, que para
que no hubiera ningún problema, que yo lo atendiera bien y todo eso, para que
no se enojara y no me fuera a pegar porque si eso pasaba era porque algo estaba
mal hecho y si me pegaba pues era con justa razón (Elvira, 44 años, ama de casa).
Cuando a las
entrevistadas se les cuestionó respecto a cuáles consideraban que eran los
motivos por los que había conflictos con sus parejas, independientemente de si
derivaban en violencia o no, las respuestas más recurrentes fueron: porque el
marido toma (alcohol), porque desobedecían al marido, por falta de confianza,
porque el marido tiene problemas en el trabajo, por infidelidades del marido,
por problemas con los hijos/as, por falta de comunicación, por problemas
económicos. Tal como en la infancia y en la juventud, las mujeres casadas
manifestaron que en el matrimonio también hay distinciones entre lo que puede y
debe hacer un hombre (esposo) y una mujer (esposa), así como la sensación que
tienen ellas de menor libertad que ellos:
Bueno, no
lo hace seguido pero así de que él sí puede llegar a veces ya medio tomado y a
altas horas de la noche, yo no lo podría hacer, porque no sé, siento que… como
ya tengo una niña, siento que ya no tengo esa libertad de poder llegar a esas
horas ¿con quién la dejo y todo eso? Y porque además él es hombre (Manuela, 30
años, ama de casa).
Las enseñanzas en la
infancia son expectativas y obligaciones con las que se tiene que cumplir de
adulta; cocinar, atender al marido y cuidar a los hijos/as son algunas de
ellas, cuando esto no se hace, se vigila, cuestiona y sanciona. Otro de los
testimonios indica: “Es la madre quien tiene la responsabilidad de las mujeres,
de lo bueno o malo que les pueda pasar, las responsables son ellas de la
educación de las hijas” (Camelia, 36 años, ama de casa). Socialmente se
considera que es una obligación casi exclusivamente de las madres “educar bien
a los/as hijos/as”, y enfáticamente tratándose de niñas y adolescentes; es
decir, es responsabilidad de la madre que las hijas sean decentes, propias,
recatadas, y si “salen embarazadas” seguramente es porque “la mamá la
descuidó”. Estos testimonios son muy interesantes porque dan pie no solo para
hablar de cómo se relacionan las mujeres entre sí; sino también para inferir
cómo se relacionan con sus hijos/as, porque como se mencionó antes, su
experiencia de género también está permeada por este tipo de relaciones.
En ese sentido, la mayoría de las
entrevistadas resaltó que procuran tener con sus hijos/as relaciones de
confianza, apoyo, comunicación, libertad sana y responsable; no obstante, a la
vez manifestaron que a veces es conveniente recurrir a regaños y golpes leves;
solo una entrevistada manifestó que era importante educar con mano dura. A
partir de estos testimonios, se puede interpretar que para algunas mujeres del
estudio, la violencia es adecuada, siempre y cuando esta no sea grave, aunque
algunas más mencionaron que no les pegan a sus hijos/as, las que menos recurren
a la violencia en su mayoría son las de mayor grado de estudios. Ello nos habla
de que si bien las mujeres son “guardianas del orden del género” (Lagarde, 1996b),
en determinados contextos pueden ser factores para que se reconfigure el orden
social en su conjunto y no solo el de género.
Mientras unos aspectos se
reconfiguran, tales como que algunas mujeres no educan a sus hijos/as con
golpes, otros aspectos, quizás los de mayor arraigo social y cultural, se
siguen reproduciendo, por ejemplo, el considerar que determinadas actividades
les corresponden a las mujeres por ser mujeres. En las experiencias de género,
experiencias de violencia y no, van conformando los significados del ser mujer;
es por eso que en la parte final de las entrevistas se les preguntaba
justamente por el significado que para ellas tenía ser mujer; un aspecto que
resalta es que la mayoría lo relacionó con los roles tradicionales de género,
salvo una, la de mayor grado académico y mejor situación económica, quien
mostró matices de lo tradicional combinado con otros aspectos relativos al
trabajo fuera de casa, pero en los demás casos, ser mujer significa: algo
bonito, trabajar, pensar en los hijos/as, ser higiénica, arreglarse, ser
motivadora, comprensiva, escuchar y entender a los hijos/as, vestirse bien pero
decente, ser comunicativa, pensar en sí misma y en su familia, tener confianza
en sí misma, ser positiva, tener valores, quererse mucho.
Es así como la experiencia de
género en las mujeres que son madres y esposas está marcada por el tipo de
relación que establecen con sus maridos y sus hijos/as. Con los primeros, se
refleja una continuidad que se puede ubicar en las enseñanzas, principalmente
de sus madres, es decir, se relacionan con sus maridos de la forma en que les
enseñaron que debían hacerlo (obedecerlo y atenderlo), cuando esto no ocurre o
cuando el marido es alcohólico, infiel o tiene problemas en el trabajo, con los
hijos/as o económicos, es cuando se presentan los conflictos y la violencia.
Respecto a cómo se relacionan las mujeres con sus hijos/as, en algunos casos se
puede ver una ligera reconfiguración de la relación, ya no basada en violencia física
dura, sino en la procuración de la confianza y la comunicación, según lo
expresado por las entrevistadas.
Situación
vital y condición de género
Se puede decir que
como género, la condición de las mujeres es de subordinación con respecto a los
hombres, eso en lo general, pero de acuerdo con la situación vital de cada
mujer, esta subordinación puede variar en grado e intensidad. Por ejemplo, la
situación actual de Karina, debido a su profesión, nivel de ingresos, edad,
etcétera, es de no subordinación o de menos subordinación que la que podría
tener Jacinta, quien es menor de edad, no es profesionista, depende
económicamente de sus padres, etcétera. La situación de ambas no es fija, ha
cambiado y seguirá cambiando con los años; si Jacinta se convierte en
profesionista o comienza a tener ingresos, su situación vital puede transitar a
una de menor subordinación. No obstante y
lamentablemente, ambas por ser mujeres se encuentran en condición de
vulnerabilidad social y, estadísticamente es probable que en algún momento sean
víctimas de algún tipo de violencia, pues según datos levantados en 2016 por la
ENDIREH, en nuestro país el 66.1% de las mujeres han sufrido al menos un
incidente de violencia emocional, económica, física, sexual o discriminación a
lo largo de su vida en al menos un ámbito y ejercida por cualquier agresor
(INEGI, 2017). Esa probabilidad es una condición de género femenino.
Un aspecto que alude a la situación
vital, es en el que coinciden Yolanda y Jovita, cuando refieren a su soledad,
no es posible afirmar que sea un aspecto no compartido por las demás mujeres,
no obstante, solo ellas dos lo refirieron. Para el caso de Yolanda, su ex novio
aprovechó que “no tenía a nadie” para humillarla y adueñarse de su vida. En el
caso de Jovita, por presión de sus hijos no pudo “rehacer su vida” después de
que su esposo murió y ahora que sus hijos se han ido, “estar sola” la hace
sentirse triste. En un sentido un poco diferente pero relacionado, es el caso
de Ernestina, a quien de joven su patrón la intentó violar porque pensó que
“estaba sola”. En estos casos se asume que “estar sola” es una desventaja,
consideran que les falta algo o alguien, se asumen como personas carenciales, y
eso también marca sus experiencias de género.
Una situación que es coincidente
entre Ernestina y María, es la relacionada con su práctica religiosa, para
ambas su experiencia de género está marcada por mandatos religiosos y
familiares en los que el perdón al maltratador y acatar la voluntad de Dios es
importante. En el caso de Carmen, una situación que únicamente ella manifestó,
fue referente a sus problemas con la suegra y cuñadas; para ella era importante
demostrarles que no era una mala mujer, esposa y madre por trabajar y
contribuir al ingreso familiar.
En cuanto a la situación de Karina,
también se encontraron aspectos relevantes porque aun siendo de familia
acomodada, ello no significó que de niña y adolescente no fuese controlada o
vigilada, tampoco que no hubiera desigualdades respecto a sus hermanos o en el
trato de su papá con ella por ser mujer, es decir, algunos aspectos de la forma
en que la trataron de niña bien puede coincidir con la mayoría de las
entrevistadas; pero su situación cambió y se diferenció de las demás al momento
de irse a estudiar fuera del país y con el tiempo convertirse en una profesionista
reconocida, situación que no es compartida por otras mujeres del estudio y que
también marca su experiencia de género. Claro está que no cualquier mujer tiene
acceso a una oportunidad como la que ella tuvo, pero eso también es reflejo de
una situación vital particular.
La condición de género de las
mujeres estudiadas, como ya se comentó, tiene dos ejes principales, aunque
podrían no ser los únicos, la sexualidad y la relación con el poder (Lagarde,
2005). Si atendemos esos dos ejes en los relatos de las entrevistadas, se
aprecia como condición de género que la relación con el poder es una relación
de sujeción con respecto a otros miembros de la familia, principalmente los
padres, aunque también con las mamás (que también están sujetas a sus esposos)
y con hermanos varones. Una consecuencia de esa relación de sujeción, es el
miedo que la mayoría manifestó que les provocaban sus padres, no hay mayor
reflejo de poder que el miedo que causa el poderoso.
Independientemente de la edad que
ahora tienen, el origen social o el lugar en el que nacieron, la condición de
género que permea la experiencia de las mujeres entrevistadas es de
frustraciones, restricciones y prohibiciones, prácticamente todas coinciden en
que tenían menos libertad que los hombres de su familia, no podían decidir ni
opinar sobre sí mismas y había un excesivo control sobre ellas y sus acciones,
un ejemplo de ello es que no podían salir si no iban acompañadas.
También como condición de género,
se pueden enmarcar las cargas diferenciadas de trabajo que recaen sobre las
mujeres desde que son pequeñas, pues están obligadas a hacer labores que
correspondan con lo que se considera apropiado para ellas, tienen que aprender
de sus mamás y ayudarles en los quehaceres domésticos, no pueden por ningún
motivo hacer cosas que socialmente sean consideradas como cosas de hombres. Aún
de adultas, los trabajos que desempeñan, salvo el caso de Karina, son trabajos
“propios de mujeres” que tienen que ver principalmente con labores domésticas.
Respecto al eje de la sexualidad, este
no se puede separar del eje del poder, las entrevistadas manifestaban que había
una estricta vigilancia sobre ellas y sus cuerpos, lo cual se manifestaba en
las prohibiciones para salir, jugar o incluso hablar con varones; lo que hay de
trasfondo, que no es explicitado por los padres pero está implícito, es el
control que se desea ejercer sobre el sexo y la sexualidad de las mujeres; es
decir, por lo que se preocupan los familiares es que las mujeres no tengan
relaciones sexuales antes del matrimonio, porque sería “una desgracia”, “una deshonra”
para la familia y, principalmente, para los padres porque religiosa y
socialmente no está bien visto ni permitido que las mujeres expresen o
satisfagan sus deseos sexuales, mucho menos antes del matrimonio.
A todas las entrevistadas las
prepararon desde pequeñas para casarse, y eso implica llegar preparadas
sabiendo cocinar, lavar, planchar y todo lo que tenga que ver con las labores
domésticas y el cuidado de los hijos/as; hay cosas de hombres y cosas de
mujeres, futuros deseables para ellos y para ellas y lo que se desea para ellas
es casarse, tener hijos, ser buenas esposas y ser buenas madres, eso constituye
a una buena mujer. En cambio, de los hombres se espera que sean padres fuertes,
valientes, que tomen las decisiones, activos sexualmente, que sepan trabajar
(fuera de casa), que tomen alcohol, entre otros mandatos. Eso es una condición
de género y eso marca la experiencia vivida.
Otros aspectos que no
necesariamente cabrían en alguno de los dos ejes, aunque podrían estar
relacionados y que fueron compartidos por la mayoría, son el agradecimiento, la
pena y la palabra. Independientemente de los malos tratos que han recibido y
recibieron en su infancia, prácticamente todas están agradecidas con sus padres
y madres, dicen que por ellos son lo que son, e incluso los disculpan porque “también
a ellos los educaron así” o porque “no sabían lo que hacían”. Sobre la pena, resulta
entendible que a la mayoría les resultaba penoso hablar sobre los temas que se
les preguntaban, quizás porque la violencia, la menstruación y la sexualidad
aún son temas tabús que se consideran personales y que no se deben hacer
públicos, sin embargo, el riesgo de no hablar sobre ello, es que sigan
considerándose asuntos individuales y no se les dé la relevancia social que en realidad tienen.
También es interesante que la
mayoría expresara su agradecimiento por ser escuchadas, la entrevista que se les
hizo fue una oportunidad para que exteriorizaran emociones contenidas o coartadas,
se sintieron bien al hablar, al hacer uso de la palabra y expresar cosas que
les hieren, las lastiman o les parecen injustas. Entonces, se puede decir que
se identificó la necesidad de ser escuchadas como una condición de género entre
las mujeres del estudio, aspecto sugerente si consideramos que etimológicamente
la palabra “persona” se compone de dos elementos per y sonare, el primero
significa “con intensidad” y el segundo “hacerse escuchar” (Martínez, 2005),
es decir, para que las y los individuos adquiramos la calidad de personas debemos
hacernos escuchar con intensidad, y lo que sucedió en la interlocución que se
tuvo con las entrevistadas cada que expresaban tristeza, llanto, enojo y otras
emociones, fue justamente que estaban haciéndose escuchar, sus historias
estaban siendo escuchadas y pasaban de individuos a personas, de objetos sobre
los que se ejercía maltrato a sujetos que expresaban sus emociones.
Consideraciones
finales
Las experiencias tienen marcas de
género, cuando se asigna un género al nacer también se asigna la forma en que
se habrá de experimentar el mundo, lo que se viva y la forma en que se viva dependerá
de si se es niño o niña. Las experiencias de las mujeres están atravesadas por
la situación vital de cada una y por la condición de género; quienes padecen malos
tratos, experimentan en momentos clave de su vida, tales como la infancia,
juventud, matrimonio, maternidad, y de manera violenta, lo que significa ser
mujer. En cada una de esas etapas, se aprende y se aprehende, cooperando o por
medios violentos, qué se espera y cómo “debe de ser” una niña, una jovencita
decente y una buena madresposa, y cómo es que “no” deben ejercer la sexualidad.
Aunque
las experiencias de violencia de cada una de las mujeres entrevistadas fueron
distintas, hay elementos similares en etapas importantes de su vida que
corresponden a la condición de género. Es decir, aunque sus orígenes y estratos
sociales son distintos, expresaron que en la infancia, adolescencia y aún en la
adultez, existió control, vigilancia y otros tipos de violencia sobre sus
cuerpos y sus acciones. La mayoría coincidió en que de niñas sus padres hacían
distinción entre ellas y sus hermanos hombres, demostrándoles que ellas eran
menos libres que ellos.
En
la infancia se les insistió mucho en el tipo de actividades que les
correspondía hacer y aprender “por ser niñas”, cuando no cumplían con esas
expectativas y obligaciones, la violencia sobre sus cuerpos y sus emociones se
convertía en una herramienta para hacerlas entender cuál era su lugar en el
mundo social en tanto mujeres que eran. Si bien durante su niñez se les
limitaba su comportamiento y se les restringía la interacción con los niños,
esas limitaciones se incrementaron en la medida en que llegaron a la
adolescencia, ahí el cuidado y control infantil se convirtió en vigilancia
juvenil, era aún más enfática la prohibición de relacionarse con hombres, se
les exigía ser decentes y “darse a respetar”; cuando no cumplían con esos
mandatos, el maltrato y la violencia se utilizaban como medios para castigar
las transgresiones al “deber ser”; en esa etapa, a los padres les preocupa y
les ocupa que las hijas no queden embarazadas. En la etapa de madresposas, la
sensación de menos libertad sigue presente, ya no están los padres para
exigirles lo que deben hacer, pero sí están los maridos para violentarlas
física o moralmente en caso de que no cumplan con su papel de mujeres.
Es
así que las experiencias de violencia de las mujeres están permeadas por sus experiencias de género, que a su vez,
están relacionadas con su situación vital
y su condición de género. En los
testimonios de las entrevistadas, se alude a significados, representaciones, y
autorepresentaciones que conforman el ser mujer; todo ello alimentado por
discursos sociales e instituciones como la familia, que producen y reproducen
hombres y mujeres con determinadas características que son el caldo de cultivo
para la violencia, es decir, si se educa a las mujeres para que sean sumisas,
obedientes, dependientes, recatadas, etc., ello afectará su autoestima, su
autonomía, su cuerpo y sus emociones, y si a la par se educan hombres
arrojados, impetuosos, forzados a que todo el tiempo deben estar demostrando su
masculinidad y su valentía, resulta una mala combinación. Caso distinto es el
de la entrevistada Karina, quien se considera autosuficiente y con autoestima
para no depender de nadie y lograr lo que se proponga, justo porque a través de
la educación escolar y vivencias distintas, logró darle otro significado a su
experiencia de género. De ahí que fomentar la mayor preparación académica de
las mujeres sea una buena forma de empoderarlas, aunque esto no signifique que
en automático estarán exentas de violencia.
Un
aspecto interesante y que es importante resaltar, es que aunque las
experiencias de género estén arraigadas en la sociedad, estas no son
inmutables, pues a partir del testimonio de las entrevistadas se pudo constatar
que la mayoría está buscando nuevas formas de relacionarse con sus hijos/as,
formas que a decir de ellas no son violentas, si bien eso no implica que no
reproduzcan y les inculquen los roles de género tradicionales, al menos no se
los están imponiendo de manera coercitiva, lo que les brinda a los hijos/as una
mayor posibilidad de autodeterminación.
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