REVISITAR
PREGUNTAS DESDE EL FEMINISMO FRENTE A UN CONTEXTO AGOBIANTE SOBRE LAS MINORÍAS
REVISITING
QUESTIONS FROM A FEMINIST THEORY FACED WITH AN OVERWHELMING CONTEXT ABOUT
MINORITIES
Melina Gaona[1]
Resumen
Este artículo plantea un recorrido sobre algunos
de los modos de problematización y los modos explicativos que podemos encontrar
desde la teoría feminista a la hora de analizar diferentes modalidades de
exclusión y violencia dirigidas contemporáneamente a colectivos subalternos. Se
parte de la premisa de que virtualmente todas las minorías subalternizadas
están atravesadas por el género. Esto conlleva a analizar las modalidades de
concentración y ejercicio de poder, así como el escalonamiento de las
desigualdades y opresiones en la experiencia individual y colectiva.
Inicialmente, se presenta una somera descripción acerca del modo en el que se
estructuran el ejercicio de poder sobre la diferencia. A partir de este
bosquejo, abrimos tres caminos para pensar la intervención feminista:
planteamos la forma en que el feminismo se propone necesariamente como axioma
radical reformulante; retomamos parte de las preguntas y los métodos feministas
a la hora de disputar los sentidos comunes contra los que se batalla en el
plano social; y planteamos el aporte de la práctica feminista como solidaridad
y como manera crítica de transversalizar las coaliciones configurables de la
diferencia. A partir de allí, se concluye reconstruyendo las operaciones
posibles sobre las cuales se generan narrativas colectivas entre grupos
subrepresentados.
Palabras
clave: teoría feminista, minorías, coaliciones, diferencia,
sentido común.
Abstract
This article presents different ways in
which feminist theory problematizes and explains different modalities of
exclusion and violence directed to subaltern groups. It is based on the premise
that virtually all subalternized minorities are crossed by gender. This leads
to analyzing the modalities of concentration and exercise of power, as well as
the staggering of inequalities and oppressions in both individual and
collective experience. Initially, a brief description is presented about the
way the exercise of power is structured over difference. After it, we open
three debates around feminist intervention: we introduce the way in which feminism
is necessarily proposed as a transformative radical axiom; we take up part of
the feminist inquires and methods when contesting common senses against in the
social plane; and we propose the contribution of feminist practice as
solidarity and as a critical way to transveralize coalitions of difference. We
conclude reconstructing the possible operations on which collective narratives
are generated among underrepresented groups.
Keywords: feminist theory, minorities, coalitions, difference, common sense.
Recepción:
27 de julio de 2018/ Aceptación: 17 de octubre de 2018
Presentación
Este trabajo busca plantear un recorrido
sobre algunos de los modos de problematización y explicativos que podemos
encontrar desde la teoría feminista a la hora de analizar diferentes
modalidades de exclusión y violencia dirigidas contemporáneamente a colectivos
subalternos. Dadas las renovadas formas que van adquiriendo estas opresiones
frente a una agenda de derechos que pretende hacer accesibles márgenes de
visibilización y reparación para la vida de diferentes grupos, el planteo de
este trabajo pretende ubicar y reconocer la agenda práctica que adquiere la
teoría, y ahondar en ciertas preguntas movilizantes que proponen los feminismos
en este panorama. Para terminar, se reconstruyen las operaciones posibles sobre
las cuales se generan narrativas colectivas entre grupos subrepresentados.
La reflexión disparadora
de este artículo tiene que ver con distinguir, no al colectivo de mujeres como
un grupo diverso, sino que virtualmente todas las minorías subalternizadas
están atravesadas por el género. Esto conlleva a analizar las modalidades de
concentración y ejercicio de poder, así como el escalonamiento de las
desigualdades y opresiones en la experiencia individual y colectiva.
Previo a una
profundización en los debates planteados, nos parece necesario aclarar la
intención de no querer circunscribir la teoría a un territorio único, sino más
bien pensar en procesos políticos y sociales concretos que atraviesan límites
nacionales, pero que responden a características específicas. A la procura de
evitar una teorización abstracta de la pluralidad, se entiende que las lógicas
globales han exacerbado jerarquías específicas en distintas comunidades
articulando intereses transnacionales con configuraciones de desigualdades
históricas locales. Más allá de lo interior, este texto es escrito desde el
cono sur latinoamericano en un período de marcada preponderancia de movimientos
que se ubican en términos hegemónicos (políticos, mediáticos, judiciales y
punitivos, financieros y de propiedad) abogando por la retracción en el acceso
a condiciones mínimas de existencia en términos de clase, de género y de
disidencia sexual, de racialización y etnia, de nacionalidad, entre otros
términos de señalamiento de la diferencia.
Este planteo se presenta
en un ensayo dividido en cuatro instancias. En un momento inicial, se presenta
una somera descripción acerca del modo en el que se estructuran distintas
situaciones opresivas, a modo de concentración y ejercicio de poder, y de
escalonamiento de desigualdades. A partir de este planteo, abrimos tres
vectores posibles para pensar la intervención feminista como voluntad de praxis
para una reinvención de lo social. Primeramente, planteamos la forma en la que
la problematización social desde el feminismo se propone necesariamente como
axioma radical reformulante desde la misma producción de conocimiento crítico.
Por otro lado, se retoman parte de las preguntas y los métodos feministas a la
hora de disputar los sentidos comunes contra los que se batalla en el plano
social. Por último, se plantea el aporte de la práctica feminista como
solidaridad y como manera crítica de transversalizar las coaliciones
configurables de la diferencia en el contexto actual.
Escalonamiento
de desigualdades
Parece haber, al menos en el marco de un
debate académico, cierto consenso respecto de puntos comunes de lucha y disputa
en torno de movimiento emancipatorio de las últimas décadas con anclaje en un
movimiento que, en definitiva, existe hace varios siglos. La intervención
antagonista ha procurado desmarcarse del simplismo binarista por el cual se
pretende caracterizar de manera vacua a la saga reivindicatoria. Pero el campo
sobre el que se pretende intervenir es tan amplio como son las posibilidades de
reapropiación, reacción y desdibujamiento de las contiendas imaginables.
Por ello, podría
plantearse un punto de partida por el cual no resulte indispensable definir los
alcances y la agenda prevista de un movimiento (sea el del género, sea el de otras
diferencias), sino que se podría procurar más bien identificar y reconocer el
foco en el que contingentemente se ubica y reubica un eje concentrado del
ejercicio de poder que opera incesantemente hacia la asimetría. Esto es,
identificar y reconocer el modo por el cual se entroncan facciones tendientes
al dominio que podríamos capturar contemporáneamente como una corporización de
lo blanco, masculino, cis, heterosexual, occidental y neoliberal[2].
Estas facciones no son
capturadas por una inadvertencia que en la disputa se vuelve binaria. Sino que
surge de la operación por la cual estas formas se plasman a sí mismas como
norma desde la cual desconocer, invisibilizar o aminorar todo aquello que no
converja en ellas.
Parte de su potencia y
condición para la permanente vigencia es su eficacia para volverse opaco, dado,
y velado en su rol de dominio. Esta aptitud se asienta en su capacidad de calar
en las subjetividades del presente como manifiestas imparcialidades y
naturalidades ahistóricas. Aún más complejo, cuando se reconocen como
desbalances del poder, certeramente aparecen como estructuras tan inmensas como
infranqueables. El efecto desmovilizante lleva a perder de vista que, si no es
posible enumerar una agenda común al interior del movimiento emancipatorio, sí
parece haber cierto acuerdo en que no existe reformulación posible si no es
cotidiana, si no es permanente. Agregaremos, si no es radical[3].
Ya fue mencionado que, en
este caso, no estamos planteando un ensayo crítico en torno del movimiento de
mujeres, sino acerca de cómo podemos tomar de los vectores emancipatorios que
atraviesan a dicho movimiento recursos vitales y potentes para contender las
asimetrías como vínculo. La exposición de unx individux a esta asimetría
difícilmente contenga solo uno de esos elementos de opresión. Las
singularidades pueden operar como traducción inteligible de la identidad, pero
la experiencia vital está enrevesada por capas que escalonan y amplían las
distancias sociales.
El reconocimiento de la
interseccionalidad (Crenshaw, 1989) -la intersección de múltiples formas de
opresión por características inextricables en un mismo sujeto- permite
visibilizar las operaciones que jerarquizan las relaciones a partir de una
multidimensionalidad de elementos reunidos en una misma persona. La coalición
de pensamientos críticos que han atendido a condiciones de la experiencia en
diversos contextos geopolíticos permite allanar parte de las discusiones en
torno a la diferencia, y a la diferencia al interior del género: emergencias
post y decoloniales feministas en contra de la colonialidad del poder (Spivak,
2010; Alexander y Mohanty, 2004; Lugones, 2011), la experiencia latina frente a
los machismos (Paredes y Galindo, 1992; Mujeres Creando, 2005; Segato, 2007;
Anzaldúa, 1999; Sandoval y Anzaldúa, 1981), las historicidades negras como
visibilización de la opresión intersectada (Lorde, 1984; Hooks, 1981; Combahee
River Collective, 1977), la existencia lesbiana (Curiel, 2011; Rich, 2003;
Wittig, 2006), los itinerarios y la gesta de lxs otrxs cuerpos del feminismo
(Wayar, 2018; Berkins, 2003; Cabral, 2003), y las subversiones a la taxonomía
como política situada (Haraway, 1991; Butler, 2008, 2007, 2005). Estas facetas
problematizadas desde la teoría feminista se corporizan como dimensiones
indivisas en la experiencia.
Los mencionados debates
han servido para iluminar la diversidad de opresiones que se intersectan al
pensar la etnia, la clase, la raza, la sexualidad, la identidad de género, la
nacionalidad, la diversidad funcional y la edad como factores que inscriben
otro tipo de experiencias, y que suelen exacerbarse en un cruce con la
diferencia de género[4].
Existe, a partir del cruce y la multiplicidad de opresiones, una condición
políticamente inducida por la que algunos grupos poblacionales adolecen de
falta de redes de contención social, comúnmente asociadas a carencias
económicas, lo que lxs ubica diferencialmente más expuestxs a los daños y la
violencia. Aquello que Butler (2009) denomina precaridad.
Hay una singularidad en
cada una de estas facetas, y muchas disputas del presente tienen sentido en su
identificación y reconocimiento, pero ninguna de ellas opera de manera aislada
de las demás. La racialización no se experimenta de la misma manera para las
mujeres que para los varones; la pobreza no se experimenta de igual manera para
una persona cis que para una persona trans; la etnia es experimentada de forma
disímil por una persona de identidad heterosexual y por una persona queer/cuir.
No resulta casual que, en
Argentina el Paro Internacional de las Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans
por el 8M haya encolumnado como su principal motivo de reclamo a los despidos y
el ajuste del gobierno nacional. La precaridad de la experiencia supone una
condición exacerbada del escalonamiento de desigualdades. A pesar de esto, para
ciertos sectores mainstream de un
feminismo boutique aún resultan
infundadas las consignas explícitas que se oponen a los ajustes económicos, las
agencias de financiamiento internacional, las cooperaciones y los préstamos
engañosos, sin lograr comprender que las mujeres y los colectivos minoritarios
son el blanco específico al que más dañan y sacuden las oleadas recesivas.
Certeramente, la vía
(única) no es un cónclave de experiencias compartidas, sino una concienciación
de que existen apremios experimentados por algunxs que pueden llegar a bloquear
estados de derecho mínimos, y que otrxs no pueden siquiera imaginarlos. Y que
esos apremios, esas paredes, son mayores y más agobiantes cuando son
atravesadas por el género, no en un sentido binario, sí en términos de la
diferencia respecto de la norma esperable.
Haber alcanzado el
cuestionamiento mismo de la distinción categorial entre varones y mujeres, por
una modalidad que cuestiona estructuralmente los límites de dichas narrativas,
da pie para comprender que el potencial contemporáneo de la articulación
teórica en el concepto mujeres responde más bien al reconocimiento de
opresiones comunes (Kaufman, 2014; Curiel, 2011; Bach, 2010).
La incorporación en este
trabajo del término minorías es consciente de los cuestionamientos respecto de
dicho concepto en razón del aminoramiento aparentemente inmanente dictaminado a
grupos con potencial mayoritario en ciertas sociedades (Rivera, 2010). En este
sentido, al pensar en sujetxs políticxs populares en nuestro análisis
proponemos ir más allá del itinerario populista reconstruido por Laclau[5] (2011), de las
potencialidades inmanentes de las multitudes señaladas por Hardt y Negri (2005)
o de las características que le atribuye a la masa Canetti (2010), para
incorporar inicialmente posiciones que configuran a sujetxs como lxs de nuestro
interés en la categoría de poblaciones (Chatterjee, 2011). Este concepto –no
directamente vinculado a la acepción demográfica del término– asume que existe
una parte de la sociedad que es política en tanto debe ser administrada por
parte de los gobiernos, es decir, que ingresa al ámbito de la gubernamentalidad
(Foucault, 2006), pero que, sin embargo, se encuentra virtualmente despojada de
la ciudadanía.
Sobre la base de esta
noción en torno de multitudes precarias, incorporadas socialmente como
minoritarias y/o aparentemente despojadas de derechos, planteamos dos debates:
la trascendencia de la afrenta cotidiana como método, y la necesidad de la incorporación
de las técnicas de una agenda práctica de la teoría para intentar rebatir los
apremios del presente en contra de ciertos grupos. Sobre ello versa el resto
del ensayo.
Feminismo
como axioma reformulante en la crítica
En el apartado anterior iniciamos
asumiendo un piso de acuerdos respecto de la existencia de ciertos debates en
ámbitos críticos que se sostienen a partir de haber llegado a convalidar
discursos movilizantes y emancipatorios con el rigor de autoridad epistémica en
la construcción intelectual. Esta alusión a los avances para nada desconoce el
reducto en el que verdaderamente se puede considerar trastocado un campo
discursivo académico o intelectual, y reconoce la vigencia y el sostenimiento
de lógicas institucionales desde las que continúan imponiéndose capitales
sociales regresivos y tendencias conservadoras frente a una abatida del campo
intelectual crítico permeado por la imaginación política que presenciamos en el
presente. Más aún, continuamos como herederxs aprendidxs y moldeadxs en dichas
lógicas.
Durante nuestra
trayectoria de formación nos incorporamos a debates y conocemos diversas
tradiciones teóricas, incorporamos herramientas de investigación social que van
constituyendo de alguna manera la base de nuestra propia perspectiva como
investigadorxs. Nos vamos apropiando de un repertorio teórico y de práctica a
través del cual elegimos formas de interpretar fenómenos que nos hablan según
la manera en que los escuchamos. Entendemos que las respuestas que encontramos
están inevitablemente precedidas por las preguntas que nos hacemos. No
encontramos respuestas sobre lo que no preguntamos (Harding, 1998). Estas
preguntas surgen en el marco de nuestro repertorio de teorías y de prácticas
aprendidas. Empero, hasta la actualidad, rara vez los debates desplegados en la
formación intelectual dan cuenta de una genuina reconstrucción crítica del
conocimiento a partir de la exploración de los sesgos de los efectos de poder
de un logos dominante. Las herramientas aprendidas actúan a modo de primeros
filtros a la hora de comprender de forma preliminar las problemáticas que
estudiamos, una suerte de modalidad del sentido común al interior de la
academia[6].
Esta incorporación en el
plano de la reflexión acerca de lo social (sea esta por vía de la acción
militante, sea por la vía acción teórica) implica un detenimiento crítico sobre
lo que nos circunda. Sin embargo, en oposición a la carga afirmativa moderna
sobre estas prácticas, se expone como evidente en la actualidad un
estancamiento problemático si no se atiende de manera explícita a los diferentes
entronques patriarcales[7] como base de las
instituciones dominantes del conocimiento. Solo esporádicamente atendemos a
algún atisbo de contienda en contra de la preponderancia más grosera –sobre
todo en términos de visibilidad numérica– de presencia masculina, cis y/o
blanca.
Y aquí podemos anteponer una
alerta para distinguir la distancia en la aplicación de la teoría de género en
el tenor de incorporaciones desde la corrección política hasta la admisión de
que verdaderamente se trata de una munición contra el conjunto de estructuras
subjetivas sobre las que nos concebimos el mundo. Aun la subjetivación del
conocimiento cientificista. La utilización más eficaz que reconocemos de esta
determinación movilizante en torno del género es la figura del ovillo de hilo
que se tira hasta alcanzar la incomodidad. La teoría del género es un axioma
que detona y reformula los saberes y la memoria, la experiencia y la consciencia
sobre esa experiencia[8].
Contra
el sentido común
En ciertas circunstancias, los avances en
las narrativas y debates plausibles se terminan percibiendo como reductos
valiosos pero difíciles de traspolar al conjunto de la trama social.
Ciertamente, una de las mayores dificultades de la lucha contra un sistema
dominante que impregna la práctica totalidad del lazo comunal es su ubicuidad
y, con ello, la dificultad para arremeter en su contra. El camino de avances,
regresiones y de hitos traducidos en normas e instituciones más que nunca se
presenta contingente y endeble. Lo que resulta más trágico es la evidencia de
que frente a una agenda de equidad y emancipación colectiva presenciamos
exacerbaciones de la violencia contra los grupos resistentes, revulsiones
reaccionarias que apelan al estigma como método al alcance de la mano en la
época de las afecciones, y de la modulación novedosa de micro-violencias para
reubicar en condiciones de inferioridad a la diferencia.
En este sentido, deseo
abrir dos frentes. Por un lado, algo que plantearé como los riesgos a los que
se enfrenta la doble hermenéutica inherente al conocimiento social (Giddens,
1993). Y, por otro lado, algunas vías alternativas de crítica frente a la raíz
ideológica de las relaciones de poder. Inicialmente, es necesario comprender
que el carácter tan poroso como elástico que adquiere el conocimiento social
crítico permanentemente se encuentra de cara a la posibilidad de obtener
consecuencias prácticas en el universo empírico.
Frente al objetivo de
teorizar para incidir que sostiene a la teoría de género es reconocible la
intencionalidad de “deslizamiento” desde la gestación de conocimiento en aras
de derivaciones políticas. Más aún, el itinerario entre el movimiento social y
el empuje deconstructivo que ha alcanzado su teoría es el corolario manifiesto
de esta operación del conocimiento. Sin embargo, buena parte de las veces, las
versiones radicales y heterogéneas del movimiento terminan siendo capturadas y
llevadas directo al estigma. Nada nuevo se plantea en este caso. La traducción
misma como recurso para una inteligibilidad masiva termina cercenando parte de
los objetivos libertarios últimos. En cambio, florecen como dominantes aquellas
narrativas de lucha igualitaria que reforman y redistribuyen sin dejar de
resguardar los principios ideológicos contra los que aparentemente se batalla.
El debate está minado de ignaros contendientes quienes apelan a la indignación
moral como recurso espontáneo hacia la adhesión o el rechazo como únicas vías
posibles.
Habitualmente, la base
ideológica del pensamiento retrógrado de época se sostiene y reactiva empuñando
un repertorio discursivo sucinto pero ubicuo desde el sentido común. El sentido
común es en definitiva un pensamiento genérico de carácter difuso y disperso en
una cierta época y en un cierto ambiente popular (Gramsci, 2011). Como su
terreno es ambiguo y se sustenta sobre una suerte de filosofía reducida
incoherente es más difícil de derribar que un pensamiento coherente y
articulado (Gruppi, 1978) ¿Por qué? Porque encuentra los más variados
repertorios del discurso, aun sin relación aparente: apelaciones a pretendidas
razones científicas, religiosas, de tradiciones, de valores, de moral,
económicas, etc.
Por eso resulta también
tan sencillo equiparar ciertas demandas con hechos de otra índole, vinculados a
la seguridad, al crimen, a regímenes autoritarios. Un ejemplo contemporáneo a
partir del debate por la legalización del aborto en Argentina ha provisto de
toda una serie de relaciones semánticas criminalizantes hacia las mujeres como
asesinas o infanticidas. Estas falacias tiñen de pánicos morales toda
manifestación que exceda los términos comprensivos de la época. Las reacciones
de indignación pública y malestar como ansiedad frente a lo no encasillable a
priori suelen comprobar la viabilidad epocal hacia la alteración como
respuesta.
Así, el mayor y por ahora
más necesario desgaste del movimiento, la batalla contra el sentido común, se
libra sobre todo intentando derrocar mitos, injurias y aseveraciones futuristas
trasnochadas. Ahmed (2010) habla de feministas aguafiestas (feminist killjoy) para aludir al rol que
terminamos cumpliendo las feministas en cualquier tipo de situación social,
habitualmente sustentada en que las estructuras de convivencia social se basan
en patrones misóginos y patriarcales.
Más allá de estos
esfuerzos, en el linde del repertorio discursivo argumental se reconocen
operaciones eficaces de transmisión de sentido a partir de las sensibilidades y
las afecciones. Así como la muchedumbre en las calles ha sido testimonio del
desenlace de situaciones opresivas hacia muchas, otras expresiones como el
arte, la cultura audiovisual, las novedosas intervenciones sociales virtuales[9] todas ellas, han
propiciado formas nuevas de reconocer las violencias cis-hetero-patriarcales
blancas de dominio, y afrentar suspendiendo el lenguaje más habitualmente
encontrado.
Ejemplos audiovisuales[10], artísticos[11], o de intervenciones
colectivas virtuales permiten cimbronazos cognitivos al escapar de la
modulación más contemporánea del discurso público. Y no es casual que a la par
de una voluntad de reconversión de las percepciones clásicas acerca de todo lo
que nos circunda, se promueva la incorporación de lenguajes igualmente
transformadores. Y que ello moleste tanto.
Preguntas
feministas para las coaliciones en el contexto apremiante contra las minorías
La explanada de derechos y
visibilizaciones conseguidas son una plataforma respecto de lo incorporado como
parte de la configuración de subjetividades del presente. Más allá de este
plano más visible, el inmenso repositorio de producción intelectual del
feminismo (académico, crítico, artístico y político) da cuenta de que dicha
producción no puede ser tan solo sencillamente anexada a una plataforma de
derechos “más amplia”, sino que su valor radica en la capacidad refundadora de
subjetividades.
El purplewashing puede ser un recurso, criticable, aunque utilizable
en alguna situación estratégica. El parche de algún déficit puede ser
conveniente para saldar alguna inequidad puntal y operar como instrumentalización,
pero en general, a secas, suele esconder más consecuencias negativas por
omisión o demarcación de pertenencia, que generar efectos positivos sobre un
número más amplio de beneficiadxs. En cambio, las propuestas feministas para
una metodología de las coaliciones y movilizaciones desde las minorías parecen
ser la vía más pertinente en términos estratégicos. Chela Sandoval (2002)
propuso lo que conocemos como consciencias, estéticas y políticas oposicionales
contra las jerarquías sociales. Estas tácticas de intervención son: 1) aquellas
que luchan por derechos igualitarios o de integración; 2) aquellas planteadas
en términos revolucionarios en contra de los órdenes establecidos; 3) las
propuestas de supremacía cultural (basadas en que la condición de diferencia
les permite acceder a una conciencia más cabal que aquella de las jerarquías);
4) las modalidades separatistas como protección de la diferencia; y 5) tácticas
de esencialismo estratégico de la diferencia. Estas propuestas no necesariamente
son planteadas en términos excluyentes, sino que la lectura e interpretación de
cada coyuntura llevará a la aplicación de aquella que resulte más conveniente
para la justicia social de las minorías.
Frente a esto, que las
disputas terminen siendo “administradas” a partir de las nociones de
identidades y derechos personalistas nubla la potencialidad de lo que supone
realmente una coalición desde la(s) diferencia(s). El #NiUnaMenos supone asumir
en sí la consigna #NiUnaTravaMenos (“Sin las travas no hay Ni Una Menos”), y
desarmar la noción de “La revolución de las pibas” ―signando destinos binarios
sobre las nuevas generaciones―. Ante ello, resulta necesaria la reiteración en
contra del nicho y de la consigna agregada: el feminismo realmente devora, y
los feminismos no son cosa exclusiva de mujeres[12].
Para no perder de vista
la propuesta de esta intervención, apelamos a una noción bastante popular entre
los movimientos en otras latitudes. La idea de que, para ser conscientes del
atolladero de la experiencia desde la diferencia, y al menos asumir parte de la
responsabilidad que nos cabe sobre la vida del otrx, deberíamos “revisar
nuestros privilegios”[13]. Dice Adrianne Rich:
Localizarme en mi cuerpo significa
más que entender lo que ha significado para mí tener vulva y clítoris y útero y
pechos. Significa reconocer esta piel blanca, los lugares a los que me ha
llevado, los lugares a los que no. (Rich, 1994)
Con esta cita de Rich, y con lo expuesto
hasta ahora en este apartado, planteamos, por un lado, que las luchas por la
diferencia ―y en este caso, desde el feminismo― no pueden ser una mera
reafirmación y reivindicación identitaria como consumación de la disputa. Sino
que parece necesario poner a la par de mis luchas, la consciencia de mis
beneficios y los obstáculos que no afronto, para así recién poder alcanzar un
verdadero compromiso desde la diferencia. Esto no busca ser un mero alegato
progresista diverso; busca apelar y arremeter contra la propia identidad para
reconocer que solo la reubicación de mi experiencia como consciente de las
injusticias sobre el resto puede allanar el camino en contra del dominio ubicuo
sobre nuestras vidas. La auto-evidencia de mi experiencia[14] como atravesada por estos
apremios y beneficios (soy mujer, pero tengo una educación; soy negra, pero no
sufro una situación económica alarmante) me permite incorporarme y reconocer
los embates que sufren otras minorías, y accionar al respecto. La noción de
experiencia planteada en este sentido alude a la consciencia como vía de
politización, más que a la clásica lectura identitaria de la disputa. La
experiencia en estos términos es pensada para construir una vía entre relectura
personal, consciencia de posición oposicional y construcción colectiva hacia la
solidaridad y la politización. Esto quiere decir que solo el posicionamiento de
la narrativa personal como parte de un sistema más amplio que dé significado a
mi condición individual en términos interpersonales, de roles y valoraciones
culturales, y de condiciones históricas y materiales va a permitir una densidad
política de mi lugar social, y va a habilitar una subjetivación de la
conciencia política con base en la solidaridad para, por un lado, reforzar una
memoria colectiva de las disputas, y, por otro, imaginar los modos para el
sostenimiento habitable de otras vidas en disputa.
Éstas suponen ser las
reacciones sensibles sobre injusticias en el presente, inclusive las
injusticias dirigidas a grupos con los que en apariencias no pueda encauzar
causas comunes, pero que entienda su precaridad como población administrada. La
praxis feminista es también un repaso sobre la propia experiencia, sobre la
posibilidad de asumir —probablemente sin poder
saltear procesos traumáticos— que hemos participado,
vivido, sufrido o condonado agresiones y violencias hacia grupos minoritarios,
hacia nosotrxs mismxs, hacia pares.
Cuando el espacio público
actual –con su ya intrínseca capacidad expulsiva– alcanza los niveles
contemporáneos de crueldad y violencia, y cuando los gobiernos dictan una
administración aún más cruenta de los cuerpos precarios, parece fundamental la
revisita a las bases críticas de los movimientos que nos han permitido
plataformas mínimas de habitabilidad de la vida. Para ello, así como se
muestran eficaces nuevos lenguajes sobre todo desde las nuevas generaciones,
parece insoslayable la ampliación de nuestros espacios alternativos (Fraser,
1993), tanto en el ámbito actual como virtual, espacios públicos y políticos
como forma factible de transversalizar las coaliciones configurables de la
diferencia en un contexto actual apremiante. La vía de las micropolíticas, las
formaciones moleculares del campo popular, parecen haber ofrecido y seguir
disponiendo sendas plausibles para una construcción política basada en la
conciencia afirmativa de la diferencia.
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[1] CEHCME-UNQ; CONICET, Argentina. Correo electrónico:
melina.d.gaona@gmail.com
[2] Se podrían enumerar diversos
ejemplos en el orden de lo micro, por los cuales esta enumeración de elementos
sentados como norma orientan y han orientado las relaciones sociales hasta
materializar las condiciones necesarias para sostener su predominio en términos
económicos, políticos, religiosos, culturales, étnicos, etc. Trascendente al
orden del dominio cotidiano, por ejemplo, se puede evidenciar una nueva ola de
conservadurismo reaccionario se traduce en figuras políticas sostenidas por
mayorías eleccionarias, como pueden ser el caso de Bolsonaro en Brasil. Las
facciones que delineamos tienen una base histórica que cimienta -y continúa
actualizando- las relaciones contemporáneas: los legados coloniales como matriz
definitoria de los términos de reconocimiento y trato social en un presente
neocolonial (en razón de lo entendido como blanco y como occidental); la
construcción moderna de las sexualidades que promovió la valoración de sujetos
heterosexuales y cisgénero para el sostenimiento de la unidad molecular de la
familia moderna, con los sujetos masculinos como acreedores de la condición de
sujetos políticos, sujetos públicos y sujetos remunerados; y la naturalización
de las relaciones de producción desiguales por las cuales la sociedad
neoliberal administra, privilegia y descarta sujetos en razón de su acceso a
bienes y recursos finitos.
[3] Una de las premisas de los
feminismos radica en que las sinergias de la praxis feminista conllevan a
concienciar cada faceta de la vida cotidiana, reconociendo la capacidad
estructural de las opresiones patriarcales y machistas. La concausalidad sobre
la que se sostienen los órdenes patriarcales se reconoce desde la escala más
minúscula de las interrelaciones personales hasta las definiciones más macro
sobre las que se asientan las bases de los distintos sistemas sobre los que
experimentamos la vida (el sesgo androcéntrico de las definiciones económicas,
políticas y culturales, por ejemplo). La radicalidad en este caso se entiende
en el sentido de que los embates contenciosos deberían implicar, no una
negociación inclusiva dentro de los términos de los sistemas, sino la
comprensión de que, su carácter expulsivo es constitutivo de los sistemas
patriarcales.
[4] Es necesario partir del supuesto
de que existen “desprecios escalonados” (Rivera, 2010) por los cuales se van
eslabonando diferentes tipos de violencias dirigidas a grupos minoritarios al
interior de lo que podríamos reconocer como minorías dentro de una cultura. Si,
por ejemplo, el racismo es una forma de opresión y autorrepresión (Wallerstein,
1988), las violencias multiformes esgrimidas a partir de la condición de género
parecen presentarse como inherentes e inseparables de las dinámicas sociales
contemporáneas (Segato, 2003). Ambas facetas, la violencia de género y el
racismo, si bien pueden resultar distinguibles y caracterizables en la teoría,
operan inextricablemente en la experiencia de precaridad de ciertxs sujetxs.
Esto es el accionar que genera subalternxs al interior mismo de los
subalternizadxs, mediante la reproducción de jerarquías implícitas (Iturralde,
2015) al interior del campo popular.
[5] No solo porque no buscamos
reconstruir cadenas de equivalencias con horizonte hegemónico, sino porque en
gran medida el concepto de demanda para el autor admite de antemano la
existencia de sujetos con derecho a demandar.
[6] Entenderemos aquí por sentido
común académico un conjunto de preconceptos teórico-metodológicos, a las
primeras lecturas y abordajes que hacemos con ellos y de las que nos valemos
para aproximarnos a las relaciones sociales. Se trata de una serie de
reflexiones que ocurren en el reconocimiento mismo del campo, que definen de
alguna manera nuestras indagaciones y que responden de forma plena a las
limitaciones de inteligibilidad que supone cualquier tipo de discurso
(académico o de otro tipo) (Gaona y Ficoseco, 2014).
[7] Esta expresión se debe a la
formulación de Paredes y Galindo (1992) acerca del entronque patriarcal entre
etno y androcentrismo.
[8] Los planteos acerca de su
capacidad transformadora de subjetividades serán mayormente desarrollados en el
último apartado de este ensayo.
[9] Movimientos como #niunamenos,
#metoo, #yotecreo, #cuentalo, #contalo, #timesup, sumado a la repercusión
global de consignas como #blacklivesmatter.
[10] El film Anticristo de Von Trier
(2009) es una captura acabada de una serie de complejas conexiones semánticas
entre los discursos de género y las especies –y con ello, las dicotomías–, y de
las construcciones subjetivas en torno de ello, que operan performativamente
como afección en la experiencia vivida. No solo que desanda las fachadas de un
tipo de humanismo liberal, sino que socava profundamente las estructuras
sociales con la racionalidad moderna como fórmula. El modo de hacer exceder
categorías habitualmente expuestas como opuestas torna ambiguas y ambivalentes
las casillas en las que habitualmente nos representamos el mundo.
[11] La trilogía Xenogénesis de Octavia
Butler construye desde la ciencia ficción una distopía que pone en jaque los
determinismos raciales y de género en los que estamos inmersos, y somete a
deconstrucción desde una conciencia oposicional todas nuestras nociones acerca
de las especies y el humanismo, de la reproducción/recreación, y de los legados
de la explotación colonial.
[12] La mención en este párrafo a la
situación actual de ciertos feminismos locales atiende a la voluntad excluyente
en la construcción mayoritaria que por omisión violenta desconoce como sujetxs
políticxs activxs históricxs de los feminismos a lxs trans, a las mujeres trans
y travestis, y a lxs queer.
[13] #checkyourprivilige.
[14] El concepto de experiencia en este caso advierte los trazos teóricos desarrollados entre distintas líneas del feminismo. Se procura atender a una evidencia reconocida en la experiencia, intentando superar las nociones empiristas como acceso a priori legítimo a lo vivido o las posiciones postestructuralistas que delinean la experiencia por los límites lingüísticos de una época (Butler, Laclau y Zizek, 2011). Advertimos los “riesgos” de la evidencia de un experiencia culturalmente condicionada y basada en expectativas (Harding, 1991; Haraway, 1991). Esta conciencia de la evidencia no recurre a una “experiencia inmediata” (Harding, 1991), un reconocimiento espontáneo, mas mediado culturalmente por lo que Scott (1999) denomina la incorporación a una historicidad discursiva que habilita la experiencia. Pensamos más bien en una experiencia repensada y releída como base para el conocimiento y la politización (Mohanty, 1995)