VOCES
SILENCIADAS: HOMBRES QUE VIVEN VIOLENCIA EN LA RELACIÓN DE PAREJA
SILENCED
VOICES: MEN WHO LIVE VIOLENCE IN THE COUPLE'S RELATIONSHIP
Nadia Navarro Ceja[1]
María Alejandra Salguero Velázquez[2]
Laura Evelia Torres Velázquez[3]
Juan Guillermo Figueroa Perea[4]
Resumen
Al hablar
de violencia en la relación de pareja podemos afirmar que muchos estudios se
han centrado en documentar la existencia de violencia de hombres hacia mujeres,
sin embargo, ¿qué sucede cuando son los hombres los que viven la violencia por
parte de sus parejas mujeres? Las pocas investigaciones sobre el tema, su
notoria ausencia en programas gubernamentales, el desconocimiento social y
presiones culturales, han influido para silenciar esta problemática. Esta
investigación se abordó desde el construccionismo social, incorporando la
perspectiva de género. El objetivo fue analizar el proceso de construcción identitaria
de hombres que viven violencia en la relación de pareja. La metodología es
cualitativa. Participaron 3 hombres de 29 años. Se realizó una entrevista
semiestructurada y el análisis de contenido fue la estrategia para trabajar la
información obtenida. Los resultados muestran algunos significados presentes en
la vida de los participantes como el respetar y cuidar a las mujeres, sin
embargo, construyen relaciones de pareja de forma violenta donde se va
incorporando de manera naturalizada la agresión hacia ellos llegándose a sentir
culpables. Se abre un espacio de reflexión a manera de conclusión, donde el
género forma parte de un elemento constitutivo en términos relacionales, no
obstante, es necesario analizar los procesos de aprendizaje en la construcción
de las relaciones de pareja donde se incorporan episodios de violencia de
manera “normal”. Planteando la necesidad de identificar y cuestionar el
carácter de “naturalidad” de la violencia, siendo en el caso de los hombres una
problemática presente que muchos no socializan, pues bajo el carácter de
naturalidad pasa inadvertida como malestar, y de hacerlo, los pondría en
evidencia ante el orden de género establecido.
Palabras clave: violencia, género, masculinidad (es),
aprendizaje, espacios de práctica.
Abstract
Different
studies about the violence in the relationship have been focused in repport the
existence of violence from men to women; however, what happens when men are who
receive violence from women? Few research about this topic, notorious absence
of government programs, the social ignorance and the cultural pressures, have
influenced to silence this social issue. This research was approached since the
social constructionism, incorporating the gender perspective. The aim of this
research was analyze the process of identity construction of men who have
experienced violence in their relationship. The methodology used was qualitative.
Three male of 29 years participated. A semi-structured interview was applied to
the participants and with the information obtained a content analysis was
carried out. The results showed some meanings present in the participants
lives, such as respect and caring of the women, however, they build
relationships in a violent way where themselves incorporate of a naturalized
way the aggression towards them, arriving to feel guilty. It opens a space for
the reflection in the form of a conclusion, since the gender is part of a
constitutive element in relational terms; however, it is necessary analyze the
learning processes in the construction of relationships where violence episodes
are incorporated in a "normal". Raising the need to identify and
question the character "natural" of the violence, being in the case
of men a present problem that many do not socialize it, because under its naturalness
character it goes unnoticed as discomfort, and in doing so, it would put them
in evidence before the established gender order.
Keywords: violence, gender, masculinity (es), learning, practice spaces.
Recepción: 27 de julio de 2018 / Aceptación: 17 de
octubre de 2018
Introducción
Si bien la
violencia hacia las mujeres ha sido el principal foco de atención, no se puede
dejar de lado la posibilidad de hablar de la violencia hacia los hombres en la
relación de pareja, ya que resulta ser un problema social que también se
presenta pero del que no siempre se habla debido a roles y estereotipos de
género que han silenciado a los hombres y a la sociedad en general,
impidiéndoles reconocer sus propios malestares.
Ante esto, vale la pena
diferenciar la agresión de la violencia, ya que muchas veces se puede llegar a
confundir. La agresividad se considera un instinto natural que el hombre lleva
consigo desde su nacimiento que nos sirve para estar alerta, defendernos y
adaptarnos al entorno. Mientras que la violencia no es un comportamiento
natural del ser humano, sino un producto cognitivo y sociocultural alimentado
por los roles sociales, valores, ideologías, etc., por lo que es una conducta
aprendida con una gran carga de premeditación e intencionalidad para hacer daño
(Ostrosky-Solis, 2008).
Al hablar de violencia,
específicamente en las relaciones de pareja, podemos mencionar que parte de los
estudios se han centrado en documentar la violencia que han y siguen viviendo
las mujeres por parte de los hombres (Trujano, Martínez y Camacho, 2010; Rojas,
Galleguillos, Miranda y Valencia, 2013; Lupri, 1990; Fontena y Gatica, 2000), esto sin duda sigue siendo un
problema que requiere ser mostrado y evidenciado, sin embargo, nos hemos
preguntado ¿si los hombres viven violencia por parte de sus parejas mujeres?
Una manera de abordar dicha interrogante es desde el construccionismo
social, donde el planteamiento de Berger y Luckmann (1968) considera que la
realidad social es construida y los significados forman parte de un proceso de
construcción sociocultural histórico, por lo que los individuos se construyen
de manera diferente según el contexto en el que se encuentren. Además, se
incorpora la perspectiva de género, Connell (2015) considera que el género es
una de las formas en las que se ordena la práctica social y, cuando nos
referimos a la masculinidad y la feminidad hablamos de configuraciones de
prácticas de género, por lo tanto, es necesario considerar el carácter
relacional en la medida de reconocer que no es posible estudiar la mujer y la
feminidad, sin la comprensión del hombre y la masculinidad (Butler, 2001), permitiendo
visualizar cómo en este mundo social se ha construido una forma de ser hombre y
mujer teniendo connotaciones de desigualdad, “favoreciendo” a los hombres en
cuestiones de poder y dominio sobre las mujeres, obligándolos a mostrarse como
seres invencibles, trabajadores, proveedores, agresivos, etc., y de esta manera
excluir cualquier actitud relacionada con lo femenino o con lo que la sociedad
ha establecido que corresponde a la mujer, por ejemplo: la obediencia,
sumisión, el cuidado y educación de los hijos (Lagarde, 1996).
México se caracteriza por ser una sociedad patriarcal y conservadora,
con raíces religiosas que apoyan las diferencias de género, ubicando a la mujer
en una posición desigual en tanto que para los hombres no ha querido ser
reconocida debido a los estereotipos de género masculino que caracterizan al
“hombre violento por naturaleza”, ya que aprenden desde pequeños a ser
“verdaderos hombres” y mostrarse fuertes, seguros de sí mismos, competitivos,
exitosos, prohibiéndoles llorar o mostrarse débiles, miedosos, inseguros,
enseñándoles también a no hablar sobre sus sentimientos, y cuando se encuentran
en situaciones de vulnerabilidad se les llega a considerar “poco hombres”
(Zamudio, Andrade, Arana y Alvarado, 2017; Bermúdez y Santoyo, 2015; Dutton, 2007).
Dentro de
este mundo social que pareciera estar muy bien estructurado en la vida de
hombres y mujeres, es posible darnos cuenta que no todo ha encajado dentro de
este orden bajo el cual se nos ha socializado, de manera que, abre la
posibilidad de poder nombrar y reconocer los miedos, silencios y malestares que
no sólo las mujeres sino también los hombres han vivido y siguen viviendo.
Una forma de romper con esta estructura de género es visibilizar la
violencia que los hombres han recibido por parte de sus parejas mujeres,
considerando en esta investigación la violencia como una construcción en términos
relacionales, ya que para hablar de los “hombres” y su situación, es necesario
conocer cuál ha sido la condición de las mujeres, tomando en cuenta el
ejercicio de poder genérico inmerso en las prácticas sociales que construyen a
las personas en violentas o receptoras de violencia. El incorporar el carácter
relacional de género, nos lleva a considerar que la violencia no puede ser
analizada sólo desde un participante, del hombre o la mujer, como si uno de los
dos fuera quien la origina únicamente, es decir, de acuerdo a éste carácter
relacional la violencia es co-construida, dejando de lado la consideración de
que los “hombres son violentos por naturaleza”.
Algunos estudios han mostrado que la violencia hacia los hombres ha
sido mal vista, y en pocos países se identifican estudios que den cuenta de
episodios de violencia de mujeres hacia varones, siendo un evento que existe
pero es silenciado sobre todo por las asignaciones y posturas de género que han
colocado al “hombre” como un ser dominante y fuerte, incapaz de mostrarse débil
ante los demás, pues de hacerlo, se pondría en duda su hombría y masculinidad (Moral
de la Rubia, López, Díaz y Cienfuegos, 2011; Shuler, 2010; Dutton, 2007 y
Graham – Kevan, 2007). En la investigación de Trujano, Martínez y Benítez
(2002), se asegura que existen numerosos casos de violencia contra los varones,
sin embargo, el desconocimiento puede deberse al menor número de casos en
comparación con el de las mujeres o, a su aún más difícil denuncia por parte de
ellos, principalmente por situaciones donde los estereotipos de género acerca
del varón fuerte y autosuficiente producen condiciones de desigualdad genérica.
De manera que, existen pocas investigaciones sobre el tema, escasa
bibliografía, desconocimiento social y poca atención en cuanto a programas
gubernamentales, lo cual ha influido para silenciar esta problemática.
Hines (2011) y Graham – Kevan (2007), han documentado algunas barreras
que tienen los hombres cuando viven violencia en la relación de pareja, como
los estereotipos sociales donde los hombres deben cumplir con el papel de ser
fuertes y silenciar malestares, el miedo a que nadie les vaya a creer, la
vergüenza y el temor de ser ridiculizados y humillados, el miedo a ser juzgados
como débiles o haber fallado como hombres, la falta de servicios apropiados
para los hombres y el deseo de proteger a sus parejas, familiares y niños.
Así mismo, Vargas, Rodríguez y Hernández (2010) y Munirkazmi y
Mohyuddin (2012), consideran que los servicios de asistencia a la violencia
doméstica están basados casi exclusivamente en modelos creados para mujeres
maltratadas y hombres golpeadores. En México existen pocas instituciones que
apoyen específicamente a los hombres y muchas de ellas ni siquiera son
conocidas por ellos mismos, ya que buscar ayuda como un hombre que ha sido
violentado por su pareja no es un tema fácil y muchas veces prefieren no
hablarlo, mucho menos denunciarlo por miedo o pena.
Estudios indican que
los hombres han sido y siguen siendo víctimas ocultas y solitarias. Dado que
estos normalmente no reportan su condición de ser violentados por sus parejas,
se sabe poco acerca de las necesidades de esta población (Cheung, Leung y Tsui, 2009; Shuler, 2010;
Lawrence, 2003; Barber, 2008).
Ante esto, Shuler y Dutton mencionan que los hombres que reportan abusos por parte de sus parejas son vistos
como cobardes, lo cual va en contra del estereotipo masculino, incluso, tienen
miedo a denunciar y que las autoridades piensen que él lo ha provocado.
Avergonzados por esta situación, las víctimas masculinas no se acercan a los
servicios profesionales.
Si seguimos este
planteamiento, podríamos decir que, aquellos hombres que viven violencia en la
relación de pareja o que son violentados por su pareja, no nacieron así y que
en algún momento o diferentes momentos de su historia estuvieron expuestos a
discursos, episodios y situaciones que formaron parte de ese proceso de
aprendizaje. En este sentido, la socialización como lo consideran Berger y Luckmann
(1968), nos ayudará a entender cómo los significados se van incorporando y
llegan a formar parte de la vida de la persona. Es interesante indagar sobre
los procesos de socialización en los niños desde los ámbitos familiares,
acercándolos e integrándolos cada vez más a un mundo social donde los
estereotipos de género están presentes. El proceso es continuo a través de
nuevos espacios sociales como son la escuela, los amigos, el trabajo, la
pareja, etc., quienes influyen en la construcción de identidad de cada persona.
Es
por ello que el objetivo de esta investigación fue analizar el proceso de
construcción identitaria de hombres que viven violencia en la relación de
pareja.
Objetivos
específicos:
a)
Documentar el proceso de socialización
y aprendizaje del ser hombre.
b) Analizar la relación de pareja.
c) Identificar malestares de los hombres que
viven violencia en la relación de pareja.
Metodología
Se
llevó a cabo una investigación con base en la metodología cualitativa, para
identificar los procesos de aprendizaje del ser hombre y la violencia en la
relación de pareja. Se empleó como estrategia para la obtención de datos la entrevista semiestructurada. Considerando los
principios éticos de la investigación, se solicitó el consentimiento informado
de los participantes, negociando la conducción de entrevistas en sus domicilios
con la finalidad de que se sintieran cómodos para hablar de situaciones que
pudieran resultar poco fáciles desde los lugares genéricamente asignados y los
estereotipos de lo que significaría ser hombre. Los principales ejes de
entrevista y que forman parte del análisis son: a) proceso de socialización y aprendizaje del ser
hombre, b) relación de pareja y, c) malestares de los hombres. La recolección
de datos a través de las entrevistas se llevó a cabo en el año 2017.
El análisis de
contenido fue la estrategia para trabajar la información obtenida, permitiendo
identificar significados en los procesos de socialización y aprendizajes del
ser hombre, las formas de actuación, las maneras de enfrentarlo, etc., lo cual
implicó la codificación de la información, la condensación y la interpretación
de los significados. La interpretación va más allá de una estructuración de los
contenidos manifiestos de lo que se dice, implica retomar el marco teórico, el
estado del arte sobre la temática de procesos de construcción de los hombres,
el orden genérico, los papeles asignados, los malestares derivados de las
formas de violencia para llegar a interpretaciones más profundas y más críticas
del texto (Kvale, 2011).
Participaron tres
hombres de 29 años, quienes viven en la comunidad de Cuautepec perteneciente a
la Delegación Gustavo A. Madero de la Ciudad de México. Esta comunidad se
caracteriza por los altos índices de delincuencia, consumo y venta de drogas.
Las principales actividades de trabajo dentro de esta población son el comercio
y el transporte informal. Los hombres se contactaron a través de un amigo en
común. Desde un inicio se les informó sobre los motivos de la investigación, la
confidencialidad de su persona y su voz, así como la importancia de sus
experiencias vividas. Es importante mencionar que los participantes de la
investigación no fueron elegidos por su importancia numérica, sino por
representar la diferencia a un orden social establecido con base en los
estereotipos de género que señalan que son los hombres los que violentan, y en
el caso de la presente investigación, es lo contrario, lo cual resulta ser
significativo (Olavarría, 2013, p.7).
Características
generales de los participantes
Los tres hombres que a continuación se
presentan han experimentado situaciones de violencia psicológica, y en dos de
ellos, violencia física. Ante esto, Rivera y Rivera (2010) y Trujano, Martínez
y Benítez (2002), mencionan algunas características de estos tipos de violencia.
La violencia física es la invasión del espacio físico de la otra persona con el
fin de causarle daño. La intensidad en que se puede presentar es desde un
empujón, pellizcos, jalar del cabello, golpes que dejen huella y pueden llegar
hasta el homicidio.
Mientras que la
violencia psicológica es la más difícil de afrontar en el maltrato de la
pareja. Esta tiene como objetivo someter y controlar a la pareja, este daño que
se ocasiona en la relación afecta su esfera emocional. Existen varias formas de
violencia psicológica por ejemplo: el chantaje, amenazas, intimidación, el
silencio y la violencia verbal en donde aparece la humillación o la burla hacia
la pareja.
Pedro
Es un hombre que nació en la Ciudad de México
en el año de 1988, al momento de la entrevista, Pedro contaba con 29 años. Es
Licenciado en Psicología titulado, soltero y actualmente trabaja como psicólogo
clínico en el DIF (Desarrollo Integral para la Familia) del Estado de México. En
relación al tema de pareja, Pedro asegura que ha tenido suerte con las mujeres,
ya que en su vida existieron varias relaciones de las cuales sólo dos las
considera formales y las demás han sido “pasajeras o no formales” por la
temporalidad de la relación, pues duraban una semana o un mes y por lo mismo,
para él, no fueron y no son significativas. Actualmente mantiene una relación
que inició hace 8 años y es con esta pareja donde ha vivido diversos episodios
de violencia al considerar que “ella es una mujer muy impulsiva y no mide las
consecuencias de sus actos”. Ha sido agredido físicamente a través de golpes y
psicológicamente al ser manipulado y menospreciado por ella.
Juan
Nació en Pénjamo Guanajuato en el año de 1988,
al momento de la entrevista, Juan contaba con 29 años. Tiene la licenciatura en
Psicología inconclusa y actualmente trabaja como auditor en una empresa de
autoservicio.
Las primeras
relaciones de pareja para Juan fueron poco duraderas donde no existía ningún
tipo de compromiso. Desde hace 2 años y medio, Juan tiene una relación formal y
vive con su pareja e hijo. En esta relación, las agresiones por parte de ella
se fueron presentando rápidamente, incrementando poco a poco el nivel de
violencia. Juan recuerda muchas situaciones en donde los episodios de violencia
se salían de control, sin embargo, también menciona que ante estas múltiples
experiencias él se tuvo que “acostumbrar” y dice haber “aprendido a medir el
grado de violencia” por parte de su pareja para después saber cómo actuar.
Eduardo
Nació en la Ciudad de México en el año 1988,
al igual que Pedro y Juan, Eduardo contaba con 29 años al momento de la
entrevista. Tiene la preparatoria concluida y trabaja como auxiliar en una
empresa de calzado. Eduardo es un hombre soltero y actualmente no tiene pareja.
Recuerda haber tenido como 5 o 6 relaciones informales, de poca duración y
“divertidas”, debido a la falta de compromiso. Sólo tuvo 2 relaciones del tipo
formal, con la segunda pareja formal duró aproximadamente 2 años, en esta relación
sí recuerda haberse sentido agredido por ella en el aspecto psicológico, pues
ella le reclamaba muchas cosas, intentaba chantajearlo, culparlo o menospreciar
su opinión ante las discusiones o problemas que se presentaban. Para él, esta
relación fue la más significativa y la más duradera, sin embargo, “terminó por
la falta de compromiso de ella”, ya que evidenciaba de manera permanente no
importarle si la relación estaba bien o mal, y no le interesaba solucionar los
problemas que pudieran existir entre ellos.
Resultados
Una vez presentado a los participantes, se
muestran los resultados de la investigación siguiendo los tres ejes de
análisis: a) proceso
de socialización y aprendizaje del ser hombre, b) relación de pareja y, c)
malestares de los hombres. Las historias, mantienen similitudes y diferencias
en relación al aprendizaje del ser hombre; experiencias de violencia en diferentes
espacios de práctica, recuerdos sobre episodios de violencia en sus relaciones
de pareja y finalmente los malestares al afirmar ser violentados por sus
parejas.
Proceso
de socialización y aprendizaje del ser hombre
Para los participantes la familia representa un
espacio vital en sus vidas, en el cual fueron adquiriendo diferentes
aprendizajes y significados que formaron parte de su ser hombres. Para Escobedo
(2006), la familia es importante porque se le considera como la primera
institución que ejerce influencia en el niño mediante la transmisión de
valores, costumbres y creencias por medio de la convivencia diaria,
considerándose la primera institución educativa y socializadora.
En el caso de Pedro, su educación se basó en la importancia que
representaba el trabajo para sus padres visto como remuneración económica para
solventar los gastos familiares, por lo que desde niño tuvo que aprender a
trabajar en el negocio familiar que era una tienda de abarrotes, debido a la
ausencia de su padre, quien tenía un empleo que no le permitía estar en casa
por mucho tiempo. Pedro aprendió que al ser el único hombre y el hijo mayor,
tenía que realizar ciertas actividades que no correspondían a su edad, como
hacerse cargo de la tienda por varias horas aunque no tuviera tiempo para jugar
como los niños de su edad, pues tenía que atender a los proveedores que surtían
la tienda. Aprendió a su vez, que tenía que hacerse responsable del cuidado de
sus hermanas menores mientras sus padres se ocupaban de sus propios empleos,
situaciones que llegaban a molestar a Pedro:
por ejemplo, yo siendo el mayor,
eh, si llegué a hacerme cargo de la tienda ¿no? A los 7 u 8 años atendía a las
personas que nos traían mercancía, yo despachaba. Yo recuerdo, pues era un niño
¿no?, a lo mejor quería jugar y de repente sí me enojaba que yo tuviera que
hacerme cargo de cosas que todavía no entendía, sólo sabía que tenía que ayudar
[…] Con mis hermanas por ejemplo yo tenía que ir a sus juntas (de la escuela),
o de repente, pues tenía que administrar el dinero que a veces nos dejaban mis
papás y eso me hacía sentir como molesto, a veces sí me molestaba pero sabía que
alguien lo tenía que hacer… (P. Ortiz, personal, 2017, Abril 21)
En este
sentido, vemos cómo el trabajo y las actividades que como niño no le
correspondían se van incorporando en su vida de manera “naturalizada” en forma
de ayuda hacía sus padres, convirtiendo el trabajo y el cuidado a sus hermanas
como su responsabilidad, aunque no quisiera hacerlo y representara una
molestia. A diferencia de Juan o Eduardo, quienes no tuvieron que tomar mayores
responsabilidades, sólo las correspondientes a su edad.
En el caso de Juan, la situación familiar fue diferente, ya que él es
hijo único y la educación que recibía de sus padres era muy contradictoria, por
un lado su mamá lo educaba siguiendo los estereotipos de género de los hombres,
mientras que su papá le enseñaba que él podía hacer todo siempre y cuando lo
hiciera feliz. En este sentido, Juan tuvo una infancia y adolescencia
construida a partir de las contradicciones de sus padres, y donde él finalmente
hacia lo que quería:
pues
sí, fui educado bajo una forma un tanto retrograda porque todavía a mí se me
inculcó de que el hombre tiene que hacer ciertas cosas, la mujer otras, mi papá
por lo contrario era más, más asertivo a ciertas cosas, entonces era pues ¡tú
puedes hacer lo que quieras siempre y cuando seas feliz! (J. Sánchez, personal,
2017, Agosto 17).
En la vida de Eduardo, la dinámica familiar desde su perspectiva
siempre fue muy tranquila, pues en general todos se han llevado bien y los
problemas que pudieran existir se han ido resolviendo de manera favorable, él
comenta:
vivimos tranquilamente ¡digo! los
problemas normales de dinero, de que faltan ciertas cosas, pero yo creo que en
general me llevo muy bien con toda mi familia, cada quien tiene sus cosas ¿no?,
no somos mucho de platicar cosas más personales, este…, sí platicamos, sí nos
llevamos bien pero como que cada quien se reserva sus cosas (E. Hernández,
personal, 2017, Septiembre 9).
Para los
participantes las palabras y las acciones especialmente de ambos padres
resultaron ser significativas en su aprendizaje como hombres, Schmukler (2001)
plantea que es en la familia donde se observan los primeros modelos de género y
la interacción entre hombres y mujeres. Juan recuerda palabras de su madre como
“¡no llores, eres hombre!”. Eduardo menciona que más que sus padres, fue su
hermano mayor quien le decía como debía comportarse:
Mi
hermano mayor, como que si me enseñaba más cosas, yo creo por eso lo seguía
mucho, me decía constantemente, no fumes, no tomes, no seas violento, siempre
cuida de las mujeres, o tú como hombre siempre te toca invitar más, tú toma la
iniciativa (E.
Hernández, personal, 2017, Septiembre
9).
De este
modo, podemos observar cómo los participantes fueron socializados siguiendo
algunos estereotipos de género, sin embargo, más que enseñarles a sentirse
superiores en relación con las mujeres o a sentir que por ser hombres tienen
más poder sobre ellas, el discurso que prevalecía era que a las mujeres se les
tenía que respetar y cuidar.
En algunos casos como el de Pedro, quien aprendió a cuidar a sus
hermanas, ya que sus padres tenían actividades de trabajo y del hogar, más que
una indicación específica sobre el cuidado de otros, se incorpora como un aprendizaje “normal y natural” en la
cotidianidad, donde hacerse cargo de sus hermanas se convirtió en un proceso de
aprendizaje en relación al cuidado hacia las mujeres. Para estos hombres, la
relación familiar incorpora en el día a día procesos de aprendizajes de género
contradictorios, por un lado, reciben discursos como el que los hombres no
deben mostrar sus emociones, pero al mismo tiempo, incorporan el respeto y
cuidado de las mujeres, por lo que no se identifican procesos de violencia al
interior de sus familias ni en los aprendizaje de género.
Relación
de pareja
Este segundo eje de análisis se visualiza como
un espacio de socialización muy importante en la vida de estos tres hombres,
donde a su vez, aprendieron a relacionarse a partir del contacto que tuvieron
con sus familias, esto es, a respetar y no violentar a las mujeres, esperando
ser aceptados y respetados, sin embargo, en el curso de la relación se van
construyendo episodios de violencia en donde ambos integrantes de la pareja se
ven involucrados. Nos enfrentamos al carácter relacional en los episodios de
interacción en la pareja, siendo un aspecto central que forma parte de sus
experiencias.
La violencia en la
relación de pareja, es un tema que se ha venido presentado de manera “normal y
naturalizada” con mayor frecuencia. Para Trujano, Martínez y Benítez (2002), las
investigaciones sobre la relación de pareja se centraron en la asignación de
roles de género estereotipados que colocaban a la mujer como víctima de la
violencia y al hombre como su victimario.
En la vida de nuestros tres participantes, las relaciones de pareja se
presentaron de manera formal e informal, para ellos, las relaciones del tipo
informal duraban muy poco tiempo, no implicaba conocer a sus respectivas
familias, no existían grandes responsabilidades, ni tampoco se llegaron a
presentar situaciones de violencia, sólo algunos disgustos que hacían que las
relaciones terminaran sin mayor problema, sin embargo, todo cambia cuando estos
tres hombres dejan atrás ese tipo de relaciones pasajeras y deciden empezar una
relación más seria y formal. Para Pedro, la segunda relación formal fue la que
vivió sintiéndose mayormente agredido, ya que no sólo eran discusiones, sino
que se presentaron varios episodios en donde su pareja lo agredía físicamente,
ante esto, él reconoce que la violencia formaba parte de su relación:
me
enamoré y permití muchas cosas que no tenía que permitir. Ella es una persona
como impulsiva, yo no estoy acostumbrado a resolver las cosas de manera
agresiva pero ella sí y eso es de las cosas que tuve que ir aprendiendo. De lo
que sí me arrepiento es de habernos agredido algunas veces verbalmente e
incluso físicamente, fue una relación muy complicada al principio y conocí una
parte de mí que no sabía que tenía y que no me gustó (P. Ortiz, personal, 2017, Abril
21).
Pedro se
da cuenta que también él participa en los episodios y se vuelve parte de esa violencia,
situación que le genera una gran culpa, pues por muchos años vivió intentando
darle gusto aunque no siempre él estuviera de acuerdo, además de controlarse
para no tener problemas, lo cual, en varias ocasiones se salió de control con su
pareja, ya que se descubre en episodios de agresión física y verbal.
En el caso de Juan, además de vivir episodios de violencia en su
primera relación formal, reconoce que también con su segunda pareja con quien
actualmente vive, se presentaron varios episodios de violencia muy fuertes:
Es
que aquí fue muy rápido, la conquista fue en dos semanas, la parte del
enamoramiento fue un mes, después de eso, una parte que personalmente me gustó
es que ya éramos el uno para el otro […] cuando me empecé a dar cuenta que las
cosas no eran tan color de rosa como siempre, hubo muchos episodios agresivos,
bastantes, también hubo mucha violencia física de ella hacia mí y obviamente
era nada más el sabes que ¡quieta! (J. Sánchez, personal, 2017, Agosto 17).
La
violencia vivida, como podemos observar, es reconocida por Pedro y Juan, al ser
agredidos físicamente. Vale la pena mencionar que desafortunadamente para la
sociedad la violencia física pareciera ser la más preocupante al ser percibida
por los demás, dejando evidencias físicas en el cuerpo, sin embargo, la
violencia de cualquier tipo tendría que ser considerada con la misma atención y
preocupación ya que todo tipo de violencia afecta la integridad de las personas
quienes la viven, ante esto, Becerra, Flores y Vásquez (2009), mencionan que
existen muchas razones por las cuales las parejas intentan disimular u ocultar
la situación de violencia que viven. Lo que se observa es que, sólo cuando la
violencia provoca graves daños físicos o psicológicos, el problema resulta
visible para los demás.
A continuación, los tres participantes narran uno de los episodios de
violencia más significativos para ellos.
Pedro:
Lo
que pasa es que ella es muy impulsiva, un día nos enojamos y ella se quiso
bajar del carro en movimiento y obviamente tuve que jalar la puerta, eh, hizo
como su berrinche y me soltó unos golpes y entonces cuando me di cuenta pues me
estaba pegando y después no sabía cómo reaccionar a esa situación porque nunca
me había pasado y reaccioné de una forma equivocada porque también la empuje o
le di una cachetada, no sé, alguna cosa así hice, en el carro en movimiento
íbamos los dos, entonces ¡pues imagínate el riesgo! (P. Ortiz, personal, 2017, Abril
21).
Juan:
Una
vez fuimos a la casa de unos amigos a tomar, entonces empezó primero a hacerme sentir
culpable de todo ¿no?, dije ¡órale va, pues se está desquitando! y ya después fue
una cachetada, dije ¡no pues ya estuvo o tranquilízate ya estas borracha!, ¡no
estoy borracha y me vale madres! y empezó una pelea bastante seria, fue a tal
punto de que la tuvieron que encerrar en un cuarto y ella me mordió en un pecho
y me dejó casi casi la carne desgarrada, hasta que por fin logré detenerla, ¡digo!,
nunca le pegué o cosas así, pero era tanto su descontrol que hasta me rompió
los lentes, también tengo la cicatriz y me duele hasta la fecha, entonces,
aparte de sujetarla tuvieron que encerrarla en un cuarto y ya después traté de
hablar con ella, se tranquilizó, pidió perdón y todo el pedo y ahí seguimos,
pero yo creo que fue de los más violentos
(J. Sánchez, personal, 2017, Agosto 17).
Eduardo:
Ese
día fuimos al cine y ella tenía el teléfono en la bolsa y se veía el brillo,
entonces, pues se veía que contestaba, y al ratito otra vez, y al ratito otra
vez, ya hasta la tercera ocasión que sonó el teléfono contestó y se salió de la
sala y se tardó bastante, entonces, cuando regresó si le dije ¡oye, qué onda!
¿Estás bien? ¡Sí!. Cuando salimos del cine fue cuando me dijo que era su ex y
fue cuando le dije ¿pues qué no se supone que ya no te importa?, o sea ¡si no
te importara, pues aunque suene el teléfono lo pones en vibrador o en silencio
y que llame! ¿no?, ¡no, es que tú no entiendes y eres
un celoso!, ¡ya mejor me voy a mi casa!, y se fue. Me molestaba mucho que
siempre que estábamos hablando se diera la media vuelta y se fuera, entonces,
esa vez si me empezó a decir eso, no me dejó que yo le dijera las cosas que yo
sentía y se dio la media vuelta y se fue (E.
Hernández, personal, 2017, Septiembre
9).
En las
narraciones anteriores podemos observar como los tres participantes han tenido
que enfrentarse a diferentes tipos de violencia por parte de sus parejas. En el
caso de Pedro y Juan además de la violencia psicológica han sido agredidos
físicamente.
Pedro menciona que llegó a ser agredido de muchas formas: “fueron cachetadas, patadas,
puñetazos, lo que ella pudiera, pues estaba tan enojada que lo que ella quería
era pues sacar ese enojo”
(P. Ortiz, personal, 2017, Abril 21). También, la indiferencia por parte de su pareja era algo que lo
lastimaba mucho “de repente no me
hablaba una semana y pues eso a mí me dolía, entonces cuando me hablaba, en
lugar de que yo lograra decirle ¡lo que haces me duele!, pues ahí estaba” (P. Ortiz, personal, 2017, Abril
21).
A diferencia de Eduardo, quien
comenta que durante su relación sólo en una ocasión recuerda haber recibido un
manotazo: “en una ocasión también se enojó, ya ni me acuerdo por qué se enojó,
pero consideré que era una tontería, entonces, se enojó y se dio la media
vuelta y me dio un manotazo para quitarse mis manos de su hombro y me dijo
¡yaaa, no quiero que me sigas, vete mejor!” (E. Hernández, personal, 2017, Septiembre 9). Sin embargo, para Eduardo la violencia que resultaba ser más dolorosa
era la psicológica y emocional, pues reconoce haberse sentido en muchas
ocasiones manipulado: “Me sentí manipulado tal vez al principio, cuando yo la
conocí y antes de que cortara a su ex, si te soy sincero si pensé que salía
conmigo para darle en la torre a su ex” (E.
Hernández, personal, 2017, Septiembre
9).
Un aspecto interesante es la manera en la que estos hombres tratan de
defenderse sobre todo de los golpes recibidos, pues en el caso de Juan y Pedro,
ellos mencionan que han tenido que utilizar la fuerza para intentar calmar a
sus parejas y evitar que les sigan pegando. La forma en la que ellos actúan es
muy similar, aunque Pedro a diferencia de Juan reconoce que al no poder controlar
las agresiones de su pareja, también él la golpeó:
eran
jalones, a lo mejor también fue alguna cachetada, que yo recuerde fue una vez,
pero a lo mejor tampoco era la manera, yo la acostaba y le detenía las manos y
los pies con fuerza, a lo mejor de manera agresiva pero lo único que quería es
que dejara de golpearme. Las veces que pasaba, me aguantaba hasta dos o tres
golpes pero pues ya después no me dejaba, ella no se calmaba, entonces, perdí
la cabeza yo también, lo que hacía era hacerme para atrás o agacharme, sólo que
pues no se calmaba (P.
Ortiz, personal, 2017, Abril 21).
Juan
también expresa haber utilizado la fuerza para defenderse, pues lo único que él
quería era que dejara de golpearlo: “algunas veces llegaba a
tanto que tenía que sujetarla, tenía que abrazarla demasiado fuerte o de plano
estar encima de ella porque si era muy, muy cabrón su violencia…” (J.
Sánchez, personal, 2017, Agosto 17).
Para estos hombres que
han vivido violencia, los motivos por los que se generaban las discusiones son
muy diferentes uno de otro, ya que mientras uno hace o dice algo que moleste a
su pareja, otro puede no haber dicho o hecho algo que también termina
molestando a la pareja, generando así las peleas. Los episodios de violencia no
se dan espontáneamente, sino que forman parte de un proceso que se construye en
la relación de pareja, donde no se marcan los límites de la interacción de lo
permitido, de lo que molesta o daña a la persona.
En el caso de Pedro, él
recuerda que la mayoría de las situaciones que desencadenaban episodios de
violencia eran cosas sin importancia:
pues
seguramente fue alguna tontería porque no recuerdo bien, pero bueno, no eran
cosas importantes como tal, digo, finalmente éramos novios, no teníamos ni
siquiera porque estar aguantándonos esas cosas, de inicio no tenía por qué yo
aguantarle un berrinche ¿no?, ni ella tenía porque estar conmigo si no quería,
bueno, yo ahora lo pienso así, no sé en ese entonces que pensábamos o no
pensábamos (P. Ortiz,
personal, 2017, Abril 21).
A diferencia
de Eduardo, quien reconoce que él también iniciaba las peleas por los mensajes
indirectos que le decía, pues le molestaba que su pareja no fuera congruente
con lo que decía y hacía:
Normalmente
yo le tiraba muchas indirectas en cuanto a cosas que ella me decía que hacía y
que yo decía ¡cómo está haciendo otra cosa! ¿no?, pero ella los tomaba como ¡ya
vas a empezar!, o sea, así me decía y yo ¡no, nada más digo!, ¡ay, es que tú
que siempre empiezas, que no sé qué!, entonces, yo creo que yo lo propiciaba pero
ella era como la que más se ponía intensa, entonces, yo decía ¡bueno ya
discúlpame! (E.
Hernández, personal, 2017, Septiembre
9).
Mientras
que Juan menciona que muchas de las ocasiones que peleaban era porque su pareja
se ponía celosa de las amigas que él tenía:
“yo creo que la mayoría de discusiones fue porque yo tenía bastantes
amigas, entonces, de repente ¡hola como estas!, ¿quién es esa puta?” (J.
Sánchez, personal, 2017, Agosto 17).
En los discursos de los participantes, podemos observar esta violencia
relacional que se va generando, poniéndose en juego los lugares que cada uno
construye en la relación de pareja. Una situación importante que evidencia cómo
la violencia se naturaliza en la relación de pareja, se muestra en la vida de
Juan, donde los episodios de violencia que constantemente vivía se fueron
haciendo parte de su rutina “normal”, habituándose a estas peleas:
Fueron
muy constantes estos episodios, llegué al grado de acostumbrarme, era costumbre
de una o dos veces a la semana estar peleando, tres días sin hablarnos y dos
días bien, entonces llegué tanto a acostumbrarme a eso que, como que medía el
nivel de berrinche y lo que hacía de repente, era berrinche nivel uno ¡dile que
sí para que se calle!, berrinche nivel dos ¡háblalo!, berrinche nivel tres
¡tiene razón, cállate!, berrinche número cuatro ¡vete a fumar un cigarro y al
jardín porque si no va a valer verga esto!, entonces, eso dependía mucho de la
situación (J. Sánchez, personal, 2017, Agosto 17).
Con lo
anterior, podemos pensar que la violencia forma parte de las relaciones humanas
de cualquier tipo, pero no como algo natural, sino construido de manera
relacional entre las personas, involucrándose como agresores, receptores y
viceversa, la cual va formando parte de un proceso de aprendizaje y habituación
poco a poco naturalizado. Para estos hombres la relación de pareja no ha sido
fácil, pues se han enfrentado a muchas situaciones que los han lastimado y han
tenido que silenciar.
Malestares de los hombres que viven violencia
en la relación de pareja
Finalmente
como parte del tercer eje de análisis, incorporamos un análisis sobre los
malestares en los hombres, vale la pena mencionar que la sociedad ha mostrado
de manera estereotipada a los hombres como los más favorecidos o en condiciones
de privilegio en este mundo, en una condición de superioridad en relación a las
mujeres, pero poco se ha reflexionado sobre las condiciones que viven algunos
de los que se han considerado “privilegiados”, donde se ha ocultado la parte
emocional, el miedo, angustia, tristeza, impotencia, llegando a experimentarlo
como malestares.
En la vida de los tres participantes, las emociones y sentimientos que
se generan al involucrarse en episodios de violencia fueron diversos; vivir y
encontrarse en una situación de violencia no sólo deja huellas en la vida de la
persona en ese momento sino toda la vida. Para Juan, el normalizar la violencia
que constantemente vivía le permitió reaccionar de distintas maneras, por lo
que sus sentimientos dependían del nivel de violencia que se suscitaba: “Era bastante
frustrante el hecho de decir ¡es que no manches siempre voy a perder!, ya sea
porque tenga la razón o por qué no, porque si la tengo te vas a ir y si no me
vas a pegar” (J.
Sánchez, personal, 2017, Agosto 17).
Mientras que para Eduardo
y Pedro, la culpa fue parte de los sentimientos que se presentaron durante los
episodios de violencia. En el caso de Eduardo, se sentía culpable por pensar
que la relación se había terminado al expresarle a su pareja la molestia que
sentía al darse cuenta que él no importaba, que seguía llevando una relación
con su ex novio:
Hubo un periodo en el que hasta me
sentí culpable, porque no debí haberle dicho cosas que igual a mí no me
importan ¿no?, porque a final de cuentas las relaciones con tu ex son parte de
tu pasado, pero ya después dije: pues si soy su novio y no me tiene confianza
pues vamos a parar ¿no?, entonces, al principio me sentí mal pero después creí
que tenía el derecho de sentirme mal o de estar molesto (E. Hernández, personal, 2017,
Septiembre 9).
Para Pedro, el enojo, la culpa, la
desesperación y el arrepentimiento fueron las emociones y sentimientos que se
presentaron con mayor frecuencia:
Todas esas cosas si me generaron
enojo, culpa, yo me sentía muy culpable porque yo jamás me imaginé que pudiera
pasar una situación así. Sentía mucha desesperación porque ella es una persona
que no piensa, que actúa por impulsos y yo, aunque a veces trato de ser más
razonable, terminé desesperándome o terminé frustrándome y fastidiándome y
respondí también de manera agresiva. También, me arrepentía de estar con ella (P.
Ortiz, personal, 2017, Abril 21).
Para Juan y Pedro, el sentimiento más
doloroso era el enojo y la rabia, por no comprender por qué continuaban con ese
tipo de relación, Pedro menciona: “Sentí mucho enojo porque no podía entender
cómo es que una persona no puede pensar y nada más actuar así y después, yo no
podía entender cómo es que yo seguía ahí” (P. Ortiz, personal, 2017, Abril
21).
Juan también expresa: “Yo sentía rabia, a tal punto que decía ¡sabes que, no
voy a volver!, estaba tan frustrado, tan sacado de quicio y recordaba mi vida
anterior y era de ¡podría estar con mil chicas si quisiera y estoy aquí como
pendejo!” (J. Sánchez,
personal, 2017, Agosto 17).
Se pueden identificar
como malestares en los participantes, el tener que silenciar lo que les ocurría
para evitar ser señalados o poner en evidencia su hombría, una situación que
más que representar una ventaja para los hombres, se convierte en un desventaja
y desigualdad con base en los estereotipos de género, ya que a los hombres se
les ha limitado y silenciado, aprendiendo a vivir con estos malestares ocultos
incluso durante toda su vida. Cantoral (2018), menciona que un problema al que
se enfrentan los hombres para identificar sus malestares es la dificultad que
tienen para reconocer-se en desigualdad, aún en aspectos que socialmente pueden
ser considerados como privilegios y ventajas de género, ya que la propia
configuración de la identidad de género les dificulta expresar abiertamente sus
sentimientos ante situaciones en las que se percibe vulnerabilidad.
Para los participantes
contar sus experiencias de vida no fue fácil, pues a pesar de que su familia y
algunos amigos fueron con quienes se acercaron a platicar sobre algunas
situaciones que vivían con su pareja, no llegaron a contarles todo lo sucedido
principalmente por pena. Pedro comenta lo siguiente:
Sí, más bien era pena con algunos
amigos porque ellos vieron la situación, más que vieran que ella es así, me
daría más pena que supieran que yo reaccionaba así, porque siempre intento
resolver las cosas de la mejor manera pero con ella no pude (P. Ortiz, personal,
2017, Abril 21).
Eduardo menciona que a su
mamá fue a quien le contó un poco sobre lo sucedido en su relación, sin
embargo, los detalles y el cómo se sentía no es algo que le guste expresar: “Mi
mamá si me pregunto que qué había pasado, le conté como que a grandes rasgos,
en general” (E.
Hernández, personal, 2017, Septiembre
9).
Mientras que para Juan, quien no ha podido platicar su situación, expresa que
también le daría pena platicárselo sobre todo a sus amigos: “No es un tema fácil, yo siento que me
daría pena el platicarlo porque si me importa mucho el qué dirán” (J.
Sánchez, personal, 2017, Agosto 17).
Con lo anterior, podemos
reflexionar sobre los malestares que están presentes no sólo en la vida de
estos hombres, sino en la historia de muchos más que han experimentados
situaciones similares y que han tenido que silenciar por distintos motivos. La
realidad es que los malestares siempre nos alcanzan, independientemente del
sexo, manifestándose sobre todo en el cuerpo.
Conclusiones
A manera de
conclusión y considerando el objetivo que guía esta investigación, podemos
mostrar cómo la violencia forma parte de un proceso de construcción social que
involucra los espacios de práctica de cada persona, donde los aprendizajes de
género se vuelven importantes al incorporarse en el pensamiento y
comportamiento de las personas, en éste caso de los hombres que viven violencia
en la relación de pareja, y que poco a poco a través de la habituación se va
naturalizando y silenciando.
Un espacio importante para estos hombres es la familia, en la cual
fueron creciendo con discursos de ambos padres atravesados por el género,
quienes les enseñaron a trabajar, a ser hombres honestos pero también,
aprendieron a ocultar y callar sus sentimientos. Un aspecto significativo que
formó parte de su aprendizaje del ser hombres fue el respeto y cuidado hacia
las mujeres. Con estos discursos aprendidos sobre el trato hacia las mujeres,
estos hombres fueron construyendo relaciones de pareja violentas, donde ellos
resultaban ser violentados. Pues en la historia de estos tres hombres, la
violencia no formó parte de sus aprendizajes de género en el ámbito familiar,
sino que se construyeron como episodios de violencia en sus relaciones de
pareja.
En este sentido, podemos mencionar que la violencia no está definida
por el sexo, no eres más o menos violento por ser hombre o mujer, la sociedad
ha colocado al hombre como el violento por naturaleza, sin embargo, la realidad
es compleja, diversa y cambiante. Identificamos que es en los procesos
relacionales de pareja donde al no establecer los límites de posibilidad y
aceptación de lo que es permitido o no, se generan episodios de violencia como
parte de un proceso en construcción de un tipo particular de relación.
Desafortunadamente a las personas no se nos enseña a construir relaciones de
pareja sanas, los participantes no supieron cómo establecer límites desde el
inicio de sus relaciones, posibilitando de manera secuenciada situaciones de
violencia por parte de sus parejas, habituándose a una forma de relación donde
poco a poco van construyendo de manera naturalizada la violencia como algo
normal y común, lo cual daña y en muchos casos se silencia a partir de los
estereotipos de género, no sólo por ellos mismos sino también por la sociedad,
ya que el miedo y la pena que sienten al reconocer ante los demás que han sido
violentados por sus parejas les impide buscar ayuda (Cantoral, 2018; Tena y
Jiménez, 2014).
Es por esta razón que cuando hablamos de hombres que viven violencia
nos estamos enfrentando a un problema que necesita ser nombrado y visibilizado
(Figueroa, 2015), estos hombres al igual que las mujeres merecen ser
escuchados, ya que actualmente las instituciones no han considerado esta
problemática de violencia hacia los hombres, y son muy pocos los servicios de
atención y apoyo que se brindan para atender esta situación (Trujano, Martínez
y Camacho, 2010; Fontena y Gatica 2000; Munirkazmi y Mohyuddin, 2012). Por lo
que esta investigación sugiere abrir más espacios de reflexión sobre el tema;
evidenciando la necesidad de dar voz a los hombres para no silenciar
situaciones que dañan, aun cuando no se quiera reconocer este tipo de
problemática, ya que al hablar de violencia en la relación de pareja, los
hombres siguen siendo en su mayoría las voces silenciadas.
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