LA GESTIÓN DE LO “INAPROPIADO”: DISPUTAS
DE SENTIDOS Y PRÁCTICAS EN TORNO A LA AUTONOMÍA Y LA MATERNIDAD EN UNA
PROPUESTA DE INCLUSIÓN SOCIAL PARA JÓVENES.
THE MANAGEMENT
OF THE "INAPPROPRIATE": MEANINGS AND PRACTICES DISPUTES OVER THE
AUTONOMY AND MOTHERHOOD IN A SOCIAL INCLUSION PROPOSAL FOR YOUNG PEOPLE.
Ana Cecilia Gaitán1
1Universidad Nacional de San Martín,
Argentina. Correo electrónico: a.ceciliagaitan@gmail.com
Resumen
Desde la década de 1970, aunque
con más insistencia a partir de los años ochenta, la pregunta por cómo el
Estado regula la vida de las mujeres se ha convertido en una preocupación
central dentro de los estudios feministas. Enmarcado en aquel campo de
producciones académicas, este artículo analiza la implementación de un programa
de inclusión social juvenil de la provincia de Buenos Aires, sin lineamientos formales
en cuanto al género, con el objetivo de evidenciar cómo los discursos que
emergían sobre los riesgos y las necesidades de las destinatarias embarazadas
y/o madres y las prácticas institucionales en las que se inscribían, operaban
como formas de gestión estatal del género y la maternidad juvenil. Además de aportar al conocimiento de aspectos aún no lo
suficientemente explorados acerca de cómo las relaciones de género son
activamente producidas en el marco de las políticas sociales en general, y de
las destinadas a jóvenes en particular, el propósito de este artículo es
abonar al conocimiento respecto de la complejidad que la regulación estatal del
género puede revestir, evidenciando cómo, incluso un mismo Estado local, puede
gestionarlo ―articuladamente con la edad y la clase social― de manera
diferencial y ambigua. Los datos fueron
producidos durante un trabajo de campo etnográfico realizado entre el 2012 y
2016, en una implementación local del programa Envión.
Palabras claves: regulación estatal, género, maternidad
juvenil, etnografía, estudios feministas
Abstract
Since
the 1970s, but more strongly since the 1980s, the question of how the State
regulates women's lives has become a central concern in feminist studies. Framed
in that field of academic productions, this manuscript analyzes the
implementation of a youth social inclusion program in the State of Buenos
Aires, without formal guidelines of gender, with the aim of proving how the
discourses that emerged about the risks and needs of clients that were pregnant
or were mothers and the institutional practices in which they enrolled, worked
as forms of State management of gender and youth motherhood. Besides
contributing to the knowledge of aspects not yet sufficiently explored about
how gender relations are actively produced in the settings of social policies
in general, and those aimed at young people, in particular, the article object
is to contribute to the knowledge about the complexity of State gender
regulations, showing how, even the same local State, can manage it ―articulately
with age and social class― in a differential and ambiguous way. The data were
produced during an ethnographic fieldwork carried out between 2012 and 2016, in
a local implementation of social program Envión.
Keywords:
state regulation; gender; juvenile motherhood; ethnography; feminist studies
recepción: 27
de julio de 2018/aceptación: 23 de noviembre de 2018
Introducción
Desde la década de 1970, pero más fuertemente a partir de los años
ochenta, la pregunta cómo el Estado regula la vida de las mujeres y sus
comportamientos maternales se convirtió en una preocupación central dentro de
los estudios feministas (Haney, 1996). Principalmente
centrados en el análisis de las dinámicas de interpretación y redistribución de
beneficios estatales; la asignación de ciudadanía política y derechos legales y
en la formulación de prácticas penales y disciplinarias, dichas producciones
fueron desplazándose desde afirmaciones en torno a la existencia de un único y
uniforme régimen de género, hacia el reconocimiento de las múltiples y
contradictoras formas en que los Estados modelan las relaciones de género (Haney, 1996; 2000).
A nivel local se han incrementado las
investigaciones que, recuperando aquellos aportes, han explorado cómo en las
prácticas micro del Estado, se despliegan distintas construcciones simbólicas y
culturales respecto al género, la edad y las formas legítimas de inclusión
social (Medan, 2013). En sintonía con estas investigaciones y recuperando la
propuesta de Haney (2010) de pensar al Estado y sus
políticas como instancias de regulación, es decir, como intentos deliberados de
guiar y modelar la conducta social de cierta manera en relación a determinados
objetivos, este artículo explora cómo, en la implementación del programa de
inclusión social juvenil Envión, sin lineamientos formales en cuanto al género,
se desplegaban micro operaciones tendientes a forjar arreglos de la
“intimidad”, normativos del género y la maternidad. A partir del análisis de
una de sus implementaciones locales, el objetivo es evidenciar cómo, los discursos
que emergían sobre los riesgos y las necesidades de las destinatarias madres (Fraser, 1989) y las prácticas institucionales en las que se
inscribían, operaban como formas de gestión estatal del género y la maternidad
juvenil.
En la Argentina, desde finales del
siglo xix, las mujeres, principalmente
vinculadas a la maternidad, se han transformado en objeto de protección e
intervención estatal mediante la creación y modificación de la legislación y la
implementación de diversos programas y políticas públicas (Nari,
2004; Felitti, 2011). Apelando a distintos recursos, aquellas
propuestas estatales han caracterizado, sancionado y construido atributos en
cuanto al género y la maternidad, procurando regular sus comportamientos,
emociones y deseos. Atendiendo a esto, este artículo pretende mirar la
preocupación estatal por las maternidades juveniles, consideradas como
“inapropiadas” desde mediados del siglo xx,
a la luz de las nuevas políticas sociales que reconstruyen el modo de gobierno
de lo social y el papel de los/as individuos (Lister,
2002). Así, al acercar la perspectiva de género a un campo poco indagado en esa
clave, el de las políticas de inclusión social para jóvenes, esta investigación
abona a la reflexión acerca de cómo “se juegan” las relaciones de género allí
donde el Estado se pretende “neutro” (Anzorena, 2013).
El trabajo se
organiza en cuatro partes. Una inicial donde se describen las principales
características del programa de la provincia de Buenos Aires, Envión, y algunos
aspectos generales de la implementación local estudiada que, de ahora en más,
denominaré La Estrella.[1] Luego,
se delinea la propuesta de participación que aquella implementación local desplegaba
para las destinatarias embarazadas y/o madres. En un tercer apartado, se profundizan
aspectos sobre dicha propuesta, especialmente, el lugar que ocupaba la
articulación con el Espacio de Educación Maternal Comunitaria (EEMC), una
iniciativa del gobierno local para atender al “desarrollo normal” de los/as
niños/as en el municipio estudiado. Hacia el final, se ofrecen algunas reflexiones
respecto a cómo esta propuesta de participación constituía un complejo proceso
de intervención institucional donde dos formas de regular el género, la edad y
la maternidad eran desplegadas de manera articulada. Los datos fueron
producidos en el marco de una
investigación cualitativa que privilegió la perspectiva
etnográfica (Hammersley y Atkinson,
1994). El
trabajo de campo fue realizado entre 2012 y 2016 en la implementación del Envión
en un municipio del conurbano bonaerense reconocido por su plataforma de
políticas públicas orientadas por un discurso de género, de derechos y de
inclusión social.[2]
Por último, cabe aclarar que el artículo se focalizará
en las propuestas programáticas y en las representaciones y prácticas de los/as
agentes estatales y no así, en las participaciones y las contestaciones de las
destinatarias madres y/o embarazadas a dichas propuestas.
“Otra propuesta estatal”
para jóvenes de sectores populares
Dirigido a personas de entre 12 y 21 años «en
situación de vulnerabilidad social» y/o
«padeciendo necesidades básicas insatisfechas»,[3]
el Envión formaba parte de un conjunto de programas sociales inaugurados
durante los 2000 conforme a la preocupación política por los impactos de la
pobreza y la exclusión educativa y laboral juvenil (Llobet,
2013). Su objetivo era brindarles herramientas a los/as jóvenes para que lograsen elaborar un “proyecto
de vida” individual ―siendo la incorporación al mercado de trabajo formal, su máxima
expresión―. Conforme a ello, el programa desplegaba acciones de inclusión,
protección y prevención bajo la modalidad de acompañamientos
individuales y grupales a procesos de reinserción educativa, laboral y
comunitaria; espacios de formación y recreación; asistencia legal y una
transferencia condicionada de ingresos (TCI) denominada beca.[4] A cambio, los/as jóvenes debían
cumplir con las normas de participación expresadas en el «acuerdo compromiso»
firmado al momento de incorporarse formalmente al programa.
En el municipio considerado, el Envión se
implementaba desde el año 2009 y su ejecución estaba bajo la órbita de la dirección
local destinada exclusivamente a asuntos de niñez y juventud. En la sede del
barrio de sectores populares La Estrella, el equipo de trabajadores/as que lo
implementaban se encontraba compuesto por una coordinadora, tres jóvenes
profesionales provenientes de carreras sociales y tres operadores/as barriales
que eran referentes dentro de la comunidad. Además de sus conocimientos técnico
y territorial, respectivamente, aquellos/as habían sido convocados/as por dicha
dirección debido a sus experiencias de militancia en barrios populares,
movimientos sociales, partidos políticos, espacios religiosos y/o pedagógicos
relacionados con la niñez y la juventud.
En esta implementación se les otorgaba centralidad a los espacios
grupales de discusión y formación. Además de ofertar talleres temáticos diversos
―jóvenes y memoria; comunicación; circo; belleza; etc.― cada semana tenían lugar las «asambleas».
Descrita por los/as trabajadores/as como «otro espacio de comunicación», como
algo alternativo a lo que se les presentaba cotidianamente a los/as jóvenes en
sus casas y en otras instituciones estatales más retardatarias y ligadas al
control social. La «asamblea» era introducida como el lugar donde aquellos/as
podían hablar sin temor a no ser escuchados/as de manera respetuosa y afectiva,[5]
pero también donde debían «aprovechar» para que «algo más» emergiera (Llobet, 2013).
No
satisfechos/as con sólo lograr que los/as destinatarios/as elaborasen un
«proyecto de vida» individual, los/as trabajadores/as del programa en La
Estrella se encontraban interesados/as en que aquellos/as reflexionaran en las
«asambleas» acerca de cómo sus problemas cotidianos eran parte de una
injusticia social, que la delimitaran concretamente e hicieran algo al
respecto, tanto en términos individuales como comunitarios (Llobet,
2013).
A pesar
de que la apuesta fuerte del Envión en La Estrella eran los espacios colectivos,
también tenían relevancia los «acompañamientos cuerpo a cuerpo» y la construcción de los/as trabajadores/as como
referentes positivos. En cuanto a los «acompañamientos», además de físicos,
debían ser afectivos y erigirse sobre una lectura minuciosa de la historia y el
contexto de cada joven. Por su parte,
la construcción de los/as trabajadores/as como referentes, se vinculaba con
que estos/as emitieran mensajes positivos sobre sus propias vidas. Dichas
referencias a sus experiencias personales se realizaban con la expectativa de
que los/as jóvenes lograsen identificarse con algún aspecto de los «proyectos
de vida» de los/as trabajadores/as.
«Que no queden tomadas como
madres»
En el diseño formal del Envión no existía alusión a las relaciones
sociales e identidades de género. Aun así, la exploración etnográfica de su
implementación en La Estrella evidenció que, en su resignificación
local, se desplegaban construcciones simbólicas y culturales en torno al
género. En efecto, una definición generizada sobre
las necesidades y los riesgos que se les presentaban a los/as destinatarios/as (Fraser, 1989; Haney, 1996),
operaba como la base sobre la cual se erigían propuestas concretas de
participación específicas para mujeres y varones que, de acuerdo a la mirada
institucional, debían adoptar para alcanzar la inclusión social. Al igual que
lo relevado en programas similares (Medan, 2013), vivir en la inmediatez ― «en
un presente muy presente» ― y no tener un «proyecto de vida» era, para estos/as
agentes estatales, un riesgo que amenazaba la inclusión social de los/as
jóvenes del barrio.
En sintonía con otros programas de inclusión juvenil, cuando se trataba
de mujeres, el Envión de La Estrella conectaba lo “riesgoso” a sus sexualidades
(Llobet, 2009), pero no lo hacía de un modo
tradicional, es decir, no consideraba las “transgresiones” de las mujeres a las
normas sexuales o a la domesticidad como aspectos conflictivos. Por el
contrario, era una presunta falta de auto conocimiento y de «autonomía» sobre sus cuerpos lo que las amenazaba, lo que
las volvía vulnerables. Que estas destinatarias tuvieran un conocimiento “insuficiente” de sus
corporalidades constituía un riesgo en sí mismo, en tanto que no les permitía
experimentar ―como supuestamente sí lo hacían las jóvenes de otros barrios― de
manera placentera y segura sus cuerpos. Mantenerse desinformadas sobre sus
territorios corporales y sus derechos era algo que, según aquellos/as
trabajadores/as, las llevaba no sólo a experimentar relaciones de pareja
heterosexuales violentas, sino también, a naturalizarlas. Al hacerlo, las destinatarias
se transformaban en «objetos a ser consumidos por otros», perdiendo su
condición de sujetas capaces de construir «proyectos de vida» por fuera de los
guiones que el barrio, las familias y las parejas escribían para ellas. En este
sentido, parte de
la propuesta de participación que se reservaba para ellas, giraba en torno a
que éstas se adentraran en un proceso de toma de conciencia de la desigualdad
de género que las atravesaba. Esto les permitiría, en un escenario de múltiples
constreñimientos, iniciar cambios individuales y apreciar los límites de la
maternidad como «proyecto de vida» (Gaitán, 2019).
Una vez desnaturalizadas sus
situaciones personales y enmarcadas en problemáticas sociales, se esperaba que
modificasen relacionamientos considerados opresivos y gestasen un «proyecto de
vida» ―por fuera de la maternidad― que las ayudara a encontrar la salida del “laberinto
de riesgos” que transitaban. Pero, ¿cómo se esperaba que participasen las
destinatarias madres y/o embarazadas? ¿Cuál era la propuesta de participación diseñada para
ellas?
A pesar de no existir una postura
institucional que conceptualizara a la maternidad juvenil como un problema en
sí mismo, sí lo era la forma en que muchas de las jóvenes se vinculaban con sus
hijos/as, y el modo en que ese relacionamiento “afectaba” su participación en
el programa y en el armado de un «proyecto de vida» propio. Bajo la premisa de
que todos/as los/as jóvenes, de poder hacerlo, querrían participar del Envión,
como una oportunidad que se les brindaba y que debían aprovechar, los/as
trabajadores/as explicaban sus ausencias y desempeños “deficitarios” en los
espacios colectivos, apelando al vínculo de «dependencia excesiva» que forjaban
con sus hijos/as.
Comentarios como «con los bebés rajan
antes» o «vienen, pero vienen fuera del horario de las asambleas», eran
expresiones que aquellos/as, contrariados/as, elaboraban para explicar los
tránsitos de dichas jóvenes por el programa. Si bien los/as agentes no
desconocían que muchas de ellas eran también constructoras de esas
“dependencias”, de todos modos, caracterizaban los vínculos como
“apropiaciones” desventajosas, a contramano del forjamiento de grados de “autonomía”.
Así, su intervención se encontraba dirigida a aportar a la modificación de
aquellos relacionamientos, a dotarlos de mayor independencia.
Como solían señalarme: «que no dejen
su vida por el bebé», «que no queden tomadas como madres». En este sentido, para
que las jóvenes re-aprendiesen sus lugares sociales, «a que sus mundos no
empezasen y terminasen en sus hijos/as», y que comprendiesen la importancia de
construir un «proyecto de vida» propio, las trabajadoras mujeres emitían
mensajes sobre sus propias vidas. Lo hacían con la expectativa de que pudieran
identificarse y empezar a problematizar los mandatos que recaían sobre ellas ―entre
ellos―, el maternal. Tener entre 20 y 35 años, sin hijos/as, pero con proyectos
laborales y parejas heterosexuales «respetuosas», eran algunos de los mensajes
que las trabajadoras colocaban sobre sus vidas:
«Te interpelan [destinatarios/as], como:
“¿Pero qué, Rodrigo [su pareja] te deja sa…?”, “A mí
no me deja salir nadie, yo soy libre, puedo salir y que eso no implica que le
meta los cuernos o que no lo respete, hago mis cosas, él tiene su proyecto individual,
yo también y tenemos un proyecto en pareja” […] Son intercambios que están
buenos, o sea, como, de distintas cosas vividas que también se aprenden más allá
del taller que se esté dando.» (Entrevista a profesional, 26 de marzo de 2013)
Generalmente este tipo de conversaciones se producían en momentos de interacción
y sociabilidad que rebasaban en tiempo y espacio a las actividades formales del
programa. Durante estos encuentros también se las orientaba en la gestión de
recursos estatales y beneficios sociales que les correspondían en su calidad de
madres. A la vez, se les brindaba asesoramiento respecto de cómo reestructurar
los vínculos con instituciones como la escuela y con los padres de sus hijos/as.
A pesar de que las agentes solían criticar los desempeños
paternales de las parejas ―algunos destinatarios del programa― dedicaban tiempo
a aconsejar a las jóvenes para que atenuasen el nivel de confrontación con ellos.[6] Aun
reconociendo las reiteradas ausencias de estos varones y/o las fluctuaciones al
momento de propinar buenos tratos a ellas y a sus hijos/as, muchas de las
trabajadoras insistían en que existía una reticencia “nociva”, por parte de algunas
destinatarias, a dejarlos participar de la crianza y solían sugerirles que
arreglasen la situación con los padres de sus hijos/as. De acuerdo a su mirada,
esto podía habilitar una distribución de las tareas de cuidado más equitativa,
lo cual facilitaría ―otorgando más tiempo y disponibilidad― el proceso de construcción
de un «proyecto de vida» propio.
Cabe destacar que las profesionales de La Estrella no desconocían que la
clase social modelaba diferencialmente sus experiencias como mujeres respecto
de la de las destinatarias. Cuando emitían sus consejos hacían grandes
esfuerzos por mantenerse atentas y críticas respecto de cómo algunas de sus
«expectativas de clase media», se colaban. De todos modos, la pretensión de
hacerlo, no significaba que necesariamente lo lograran. En efecto, sus interpretaciones parecían
no hacer suficiente lugar a la diversidad de intereses que podían tener las
diferentes mujeres, ni barajar la posibilidad de que las destinatarias
utilizasen la “dependencia” con sus hijos/as como una contestación estratégica
al tipo de participación esperada, e incluso que constituyese, para ellas, un
sitio de poder en un escenario de múltiples constreñimientos. En las
interpretaciones que éstas trabajadoras sensibles a las desigualdades de clase
y de género hacían sobre el vínculo que las destinatarias tramaban con sus
hijos/as, dicho relacionamiento no aparecía caracterizado en términos de “estrategias
de sujetas activas”. Por el contrario, concentradas sus miradas en el plano
subjetivo, no lograban captar que, tal vez, en aquellos contextos desiguales,
las mujeres podían gestar modos de poder que, aun conviviendo con la
desigualdad, las dotasen de zonas de gestión autónoma.
Estas interpretaciones y expectativas y las
prácticas institucionales en las que se encarnaban, tenían como marco el
compromiso y la tarea activa del gobierno local en el desarrollo de políticas
de igualdad de oportunidades entre varones y mujeres. En este sentido, en el Envión
de La Estrella se realizaban numerosas acciones tendientes a cumplir con los
lineamientos del plan municipal de igualdad de oportunidades.[7] Uno de
ellos era garantizar que las jóvenes madres, al igual que el resto de los/as destinatarios/as,
lograsen participar de todas las instancias previstas por el programa,
incluyendo los espacios colectivos.
Bajo el entendido de que asistir a estos últimos era
central para la emergencia de «proyectos de vida» y de una reflexión colectiva
sobre la desigualdad de género, y frente a la interpretación de que el llevar a
sus hijos/as las constreñía, pero también, las eximía de “animarse” a «poner el
cuerpo», los/as trabajadores/as destinaban múltiples esfuerzos para lograr que
las destinatarias participasen del modo demandado institucionalmente. Se
ofrecían a cuidarles los/as niños/as durante las «asambleas» y los talleres, buscaban
vacantes en jardines maternales públicos de la zona y hasta habían intentado
contratar a alguien para que los/as cuidase mientras ellas participaban de los
espacios colectivos. Esta última iniciativa, principalmente por la falta de
recursos materiales, no logró nunca ser instrumentada.
No obstante estos esfuerzos, muchas de las
destinatarias seguían sin participar del modo y en la frecuencia esperada por
los/as trabajadores/as. Por lo tanto, durante el año 2011, comenzó a ofertarse
un nuevo taller específico para ellas. Este era impartido por el Espacio de
Educación Maternal Comunitaria (EEMC), una iniciativa dependiente del área de educación
del gobierno local. A pesar de que el EEMC se encontraba dirigido a las mujeres
en su calidad de madres y que había sido diseñado para garantizar el
“desarrollo normal” de los/as niños/as del municipio, los/as trabajadores/as
del Envión lo ofrecían bajo la expectativa de que, las destinatarias reunidas
con otras atravensando experiencias similares, pudieran
iniciar procesos
reflexivos que las habilitaran a desnaturalizar e interrogar políticamente sus
experiencias cotidianas como madres jóvenes.
Al igual que otras intervenciones estatales y no estatales tendientes a
conseguir la igualdad de género y el desarrollo de las mujeres en países
pobres, esta propuesta de espacios de encuentro y trabajo reflexivo entre destinatarias,
se construía sobre uno de los elementos centrales del relato feminista acerca
de la liberación femenina: la solidaridad entre mujeres (Cornwall, Harrison y Whitehead, 2007). Partiendo de la premisa de que las
jóvenes podrían establecer empatía con los relatos y experiencias de sus pares,
se esperaba que, al juntarlas a hablar sobre determinados temas, aquellas pudieran
tomar conciencia de los intereses y obstáculos que se les presentaban como
mujeres en general y como jóvenes madres de sectores populares en particular. Esto
les permitiría interrogar sus realidades e iniciar acciones para modificarlas. Si bien la asistencia al
EEMC no suplía la expectativa institucional de que aquellas destinatarias participasen
de las «asambleas», los/as trabajadores/as del Envión no desestimaban la articulación
interprogramática.
Por el contrario, al considerar el Envión como un
espacio de contención y protección, como «otra» opción de comunicación y de
relacionamiento, diferente a la que se les ofrecía cotidianamente a los/as jóvenes
en el barrio, en sus casas y en otras instituciones estatales, que aquellas destinatarias
fuesen al menos al taller del EEMC, era una garantía de tenerlas “protegidas”. Además,
a pesar de no desconocer la posibilidad de que parte de la propuesta del EEMC pudiera
estimular un «rol maternal» estereotípico, los/as trabajadores/as también
consideraban que para algunas, podía ser la posibilidad de aprender a
relacionarse con sus hijos/as sin que mediase el uso de la fuerza física, los
gritos y la agresión verbal, cuestiones que solían señalarles de manera crítica.
Romper con las dependencias para que el
«sentido común maternal» emerja
Destinado
a mujeres embarazas y madres con hijos/as de entre 0 y 3 años, lo que
distinguía al EEMC de los jardines maternales, era su convocatoria a las
mujeres a trabajar en conjunto con la intervención docente «revisando pautas de
crianza naturalizadas y heredadas». Como le gustaba decir a su coordinadora, era
un programa «pionero»: desde el 2003 se había propuesto llevar la educación
maternal fuera de las instituciones de nivel inicial hacia los barrios para,
desde una «mirada comunitaria de la educación», desarrollar acciones que
permitieran disminuir riesgos en la primera infancia a través de la indagación
y modelamiento de las formas de crianza. Coordinado por una trabajadora social,
el programa era implementado cotidianamente por un grupo de entre cuatro y
cinco trabajadoras. Con excepción de una de ellas que era psicóloga y profesora
de expresión corporal, todas eran maestras de nivel inicial y maternal y no
habían trabajado en ámbitos comunitarios. El EEMC no era su único trabajo,
también se desempeñaban como docentes o preceptoras en instituciones educativas
y una como empleada en casas particulares.
Durante el período 2012-2015, el EEMC
se impartió en ocho barrios del municipio, incluyendo La Estrella, pero, a
diferencia de lo que acontecía en los otros vecindarios, allí sólo se
encontraba destinado a «madres adolescentes».[8] Aunque
la iniciativa de llevar los talleres al barrio había surgido como una
estrategia de los/as trabajadores/as del Envión, desde el EEMC también existía
un interés por hacerlo debido al «alto número de madres adolescentes» que,
supuestamente, allí había.[9] Al igual
que en los otros barrios, cada jornada semanal se encontraba planificada en
torno a diferentes actividades «pedagógicas» dedicadas a trabajar el «vínculo
madre-hijo» a través de la ejercitación de comportamientos y emociones y el
aprendizaje de lenguajes corporales nuevos.[10]
Estas intervenciones se diseñaban con base en
elaboraciones teóricas provenientes de la psicología y centradas en la “importancia”
del afecto materno y de las condiciones ambientales favorables durante el
primer año de vida, para el “desarrollo sano” de los/as niños/as y evitar daños
psicosomáticos “irreparables”. Constituyendo esos primeros años un período
clave en el cual todo lo que sucediera ―malos o buenos hábitos― podía tener una
influencia decisiva en el futuro del/la niño/a, de esta manera, las madres tenían la minuciosa y sensible
tarea de disminuir sus propios errores.
En el EEMC las destinatarias tenían la
oportunidad de entrar en contacto con “información valiosa” respecto de aquello
que constituía «lo normal para la edad del niño» «y que luego podían trasladar
a la dinámica del “hogar”. Éstas debían apelar a su “instinto maternal” ―el cual
las convertía en las mejores candidatas para hacerlo― y dejarse guiar por las
trabajadoras para neutralizar todo aquello que pudiera influenciar al niño/a en
tan “delicado” momento. Pero como lo explicaban las agentes, cuando se
trataba de las destinatarias de La Estrella, la tarea era un poco más compleja
que en otros barrios. Si bien de sus relatos se desprendía que la maternidad
era algo esencial en ellas y en la mayoría de las mujeres, cuando se referían a
las jóvenes madres del Envión solían destacar que se trataba de «un vínculo que
cuesta». Como lo mencionaran en más de una oportunidad: no tenían «el sentido
común de ser mamás».
Natural, pero ausente, espontaneo,
pero inexperto, era en esa contradicción entre una naturaleza maternal femenina
instintiva y la necesidad de guiarla, reponerla e incluso construirla, que las
trabajadoras del EEMC describían la maternidad de dichas jóvenes. Devaluadas sus experticias, puesto en
duda su «sentido común maternal», estas madres de La Estrella se volvían un
cuerpo “amenazante” al cual era preciso mostrarle otro modelo de crianza.
Constituida como una acción más entre
otras acciones estatales que, atravesadas por la contradicción de construir
algo que se supone instintivo y natural de las mujeres, han procurado regular
sus vidas (Nari, 2004), el EEMC destinaba esfuerzos a
“combatir” relacionamientos que trazaban las destinatarias de La Estrella y que
impedían que el «sentido común maternal» emergiese en ellas. Lo que las “desnaturalizaba”
eran tres dependencias forjadas: con un tipo de Estado, con las familias y con
el barrio. El hecho de que las jóvenes de La Estrella estuvieran “muy”
relacionadas al Estado y que, en su condición de madres, administraran dinero
de programas TCI, era interpretado por las trabajadoras como algo que generaba
efectos nocivos y que su propuesta programática, procuraba cuestionar.
A pesar de que trabajar con los datos
otorgados por el Envión era algo que valoraban, constantemente cuestionaban las
bases del «acuerdo compromiso» y la ayuda económica provista por dicho programa,
alegando que contaminaba su participación “genuina”. Para aquellas, el dinero
de la beca del Envión parecía ser riesgoso en un doble sentido. La tentación por
cobrarlo forzaba a los/as destinatarios/as del Envión a participar de espacios
que no deseaban. Y cuando se trataba de las jóvenes madres, mezclaba dos mundos
supuestamente irreconciliables: el maternal, asociado a la esfera de la
intimidad y el afecto y el del dinero, circunscrito al plano de lo económico (Zelizer, 2009). Interpretadas en términos morales como algo
negativo, las transferencias de ingresos eran utilizadas para construir
jerarquías entre las destinatarias. Mientras que el desempeño de las pocas jóvenes
que asistían sin cobrar beca era destacado y sus equivocaciones “toleradas”, el
“desaliño” y las llegadas tarde de las destinatarias que sí la cobraban,
constituían la piedra angular para tejer un manto de sospecha sobre ellas. Leídas
estas acciones como expresión del peso de la “obligación” que el Envión les
imponía, iban «para cumplir y que no les quiten la beca» (Registro de campo
EEMC, 21/10/2013).
Por otra parte, las trabajadoras solían
quejarse de cómo los problemas que había en el barrio se colaban en la dinámica
del taller. Para ellas, La Estrella no era como otros vecindarios. Allí todos/as
se conocían entre sí y eso implicaba, “inevitablemente”, la intromisión de los
conflictos barriales en la dinámica del taller restringiendo ciertas
participaciones y produciendo rivalidades e inhibiciones entre las jóvenes.
Como lo señalaban, ese conocimiento “excesivo” de la vida de los/as otros/as,
inhibía y generaba competencia entre las destinatarias. Para las trabajadoras, el
temor al «qué dirán» explicaba, en parte, las formas de participación no
deseada, aquella que se caracterizaba por ser “pasiva” frente a las consignas pedagógicas
del taller.
Por último, la tercera batalla que las
agentes libraban, era contra sus familias. Muchas de las hermanas y cuñadas de
las destinatarias solían acompañarlas al espacio. En reiteradas ocasiones, las
participaciones de estas personas eran interpretadas por las trabajadoras como
perjudiciales, o al menos incompatibles con el proceso de construcción del «vínculo
madre-hijo». De acuerdo a su lectura, había destinatarias que acudían en
compañía de estas otras mujeres para delegarles el cumplimiento de las «actividades
pedagógicas» y las responsabilidades sobre sus hijos/as, mientras ellas
conversaban y “se ponían al día” con las otras madres. Al hacerlo, no entraban
en el proceso de aprendizaje vincular propuesto y las posibilidades de que
aquello trabajado durante la hora y media de taller, se ejercitase en sus
casas, disminuían.
Por lo tanto, si estas presencias en
el espacio eran comprendidas como algo que podía entorpecer el forjamiento del
«vínculo madre-hijo», también lo eran otros relacionamientos familiares que se
producían fuera de la órbita del EEMC, en el cotidiano del “hogar”. Las
trabajadoras no sólo les sugerían a algunas de las destinatarias que dejasen de
asistir con sus hermanas y/o cuñadas, sino que también solían aconsejarles
respecto a cómo debían ordenar los «roles» dentro de sus familias. Para ello,
seguían modelos de relacionamiento familiar biologicistas
y heteronormativos.
Frente a estas ―y otras― tensiones y
reticencias de las jóvenes a ser pedagogizadas a
través de las actividades diagramadas, las trabajadoras desplegaban otra estrategia
de intervención: la exploración reflexiva del pasado. Para alcanzar la meta de
que las madres construyesen o reforzasen un vínculo que se encontraba «debilitado»
o incluso «ausente», las agentes promovían que las jóvenes entrasen en un
proceso de introspección y de revisión de su pasado y de su crianza. Esta
estrategia institucional demandaba que aquellas conectaran con emociones
intensas, procurando identificar patrones de comportamiento “nocivos”,
vivenciados y heredados de sus padres y madres. Al revisar sus recuerdos y
exponer sus sentimientos frente a las trabajadoras, otras destinatarias, los/as
niños/as y esta investigadora, las jóvenes lograrían poner en evidencia los
causales de su “mal” desempeño como madres, ayudándole a construir nuevos modos
de vincularse con sus hijos/as.
Esta acción transformadora suponía un
revocamiento generacional, es decir, que las jóvenes pudieran llevar a cabo una
desidentificación con las prácticas maternales experimentadas como hijas. Factibles
de ser examinadas y discutidas, las emociones y experiencias dolorosas del
pasado se convertían en materia sujeta a análisis y evaluación y parte
constitutiva de un ejercicio de autogobierno de las jóvenes (McKim, 2008). Si las destinatarias lograban entender sus
comportamientos como parte de patrones familiares de relacionamientos
“dañinos”, entonces se alineaban a los intereses de gobierno del programa:
producir nuevas subjetividades maternales.
Para concluir, en la intervención del
EEMC la articulación de los discursos de responsabilización
y de dependencia operaba como una estrategia individualizadora: cambiaba la
definición del problema, de la realidad empírica de la pobreza, a las características
individuales de las jóvenes que, en gran parte, se suponían heredadas de las
familias (Fraser, 1997). Cegado respecto a los modos
en que la pobreza y la marginalidad modelaban la realidad de aquellas
destinatarias y sus opciones limitadas, el EEMC las motivaba a romper con tres
relacionamientos que podían garantizarles, en lo cotidiano, mejores condiciones
de vida a ellas y a sus hijos/as. Las trabajadoras no se cuestionaban si las
jóvenes madres de La Estrella se encontraban preparadas para establecer
aquellas independencias, simplemente las estimulaban con la promesa de que
forjarlas sería materia de disfrute. Sin atender a los costos que dichas
rupturas podían ocasionarles, les prometían que al optar por un modelo de “madre
independiente”, encontrarían placer en cada momento y actividad vivida con sus
hijos/as.
Consideraciones finales
Colocar la lupa en la implementación local del Envión de La Estrella
permitió evidenciar que allí existía una propuesta de participación específica
para las destinatarias madres y/o embarazadas, la cual se sostenía sobre la
orquestación programática con el EEMC. Esta orquestación se caracterizaba por
ser dilemática en tanto que,
a pesar de tener ambos programas, intereses y objetivos diferentes, y de que la
contraparte programática encarnase aspectos de ese Estado del cual cada una
pretendía distanciarse, ambos reconocían la utilidad de su articulación. El
EEMC admitía que el Envión le había permitido acceder a una población juvenil
con la que hacía tiempo tenía interés en trabajar y en un barrio donde hasta
entonces no había logrado ingresar e instalarse.
Por otra parte, el Envión reconocía que,
sin el EEMC, la expectativa de que las destinatarias madres participasen de
espacios colectivos del programa se encontraba destinada a un “éxito” relativo.
Optar por lo que estaba disponible ―el EEMC― no sólo alejaba aún más a las
destinatarias madres de los espacios colectivos comunes del Envión, sino que,
al crearse un nuevo circuito específico para ellas, sus intereses y participaciones
quedaban restringidas a su desempeño en lo maternal y en las tareas de
cuidados, restricción que aquel programa de inclusión social juvenil en La
Estrella, buscaba problematizar. Esta orquestación dilemática revela cómo, el Estado y sus políticas sociales, pueden
desplegarse de formas complejas, de manera de alcanzar, al menos parcialmente,
sus objetivos de regulación (Haney, 2010).
La exploración etnográfica evidenció
al menos otras tres cuestiones relevantes. Por un lado, que en el despliegue de
una política cuyos objetivos eran de inclusión social, existían micro
operaciones tendientes a forjar arreglos de la “intimidad” y normativos del
género y la maternidad. En el circuito participativo se emitían mensajes en
competencia respecto al género, a la vez que la categoría “joven” entraba en
tensión de diversos modos con los significados normativos acerca de la
maternidad y la “autonomía” (Haney, 1996). Estos mensajes eran disímiles y apuntaban a modelar los modos de
relacionamiento que las destinatarias establecían con sus hijos/as, familias, parejas
heterosexuales, el barrio y las iniciativas estatales.
Esa ambigüedad estatal, donde
proliferaban y se imbricaban dos pequeños y diferenciados proyectos de gestión
de la “autonomía” evidencia otra segunda y tercera cuestión relevante. Por un
lado, que incluso en un espacio tan reducido como un municipio, pueden existir
distintos modos de regular estatalmente la maternidad juvenil y el género. Por
el otro, que esa ambigüedad producto del carácter precario, inestable y
cambiante de las instituciones y dispositivos estatales, tensionaba el discurso
político de la gestión municipal respecto a los derechos sociales y la igualdad
de oportunidades entre varones y mujeres, volviéndolo más endeble.
Aun cuando ciertos preceptos
feministas respecto de la “autonomía femenina” y los cuidados eran incorporados
a una matriz estatal de manera articulada con concepciones de derechos,
justicia social y equidad, como acontecía en el caso de la implementación del Envión
estudiada, a veces la institucionalidad no lograba reflejarlo o, debido al tipo
de estructura de trabajo municipal, la reflejaba de manera parcial e inestable.
La insuficiencia de los recursos que destinaba el municipio, en parte por las
limitaciones propias de un Estado local, hacía que la plataforma de políticas públicas
construida discursivamente sobre un enfoque de género y anudado a una idea de
justicia social, no tuviera una institucionalidad lo suficientemente robusta
como para desplegar las intervenciones estatales del modo en que, el equipo del
Envión de La Estrella, lo había planeado inicialmente.
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[1]Con el objetivo de
resguardar la identidad de los/as sujetos/as que han colaborado con esta
investigación y el anonimato del barrio y del municipio, todos los nombres
utilizados son ficticios. Sólo fue conservado el nombre del programa Envión.
Este dependía del Ministerio de
Desarrollo Social de la Provincia de Buenos Aires, pero era gestionado localmente por los
gobiernos de cada municipio.
[2]Realicé observación
participante en espacios de interacción cotidiana de
los programas, con el objetivo de registrar las prácticas,
acciones y discursos de trabajadores/as y destinatarios/as. Llevé a cabo entrevistas
semiestructuradas y en profundidad a funcionarias, trabajadores/as y destinatarios/as
de los programas. Analicé fuentes secundarias -normativas; notas periodísticas y registros institucionales, entre otras.
[3]El programa definía como “vulnerables” a aquellos que “(…) pertenecen a hogares con
inserción laboral precaria, los que no estudian ni trabajan, viven en
situaciones familiares de violencia y abandono, residen en viviendas precarias,
en barrios con infraestructura y equipamiento inadecuado”. Recuperado el 10 de
septiembre de 2013 http://www.desarrollosocial.gba.gov.ar/subsec/politicas_sociales/programas/envion.php
[4]Dicha transferencia era percibida directamente por cada
joven.
[5]Además de autopercibirce como garantes de los DDHH, los/as
trabajadores/as consideraban al programa y a sí mismos/as como una alternativa a las propuestas estatales de “mano dura” destinadas a
acabar con la participación juvenil en el delito y con las cuales coexistían (Medan,
2013). Así, se encontraban interesados/as en diferenciarse no sólo de actores
estatales represivos -policía y/o poder judicial-, sino también de otras instituciones
tradicionales, como por ejemplo, la escuela.
[6]A pesar de estas críticas, no existía una propuesta
institucional orientada a interrogarlos como padres.
[7]Por
ejemplo, articulaciones con dispositivos del área de Género; “asambleas” sobre
sexualidad y aborto; actividades con trabajadoras de la salud sobre métodos
anticonceptivos y talleres sobre noviazgos violentos. Estas intervenciones
solían partir de la presunción de la heterosexualidad de sus destinatarios/as,
estableciendo un determinado “cuerpo legítimo” sobre el cual operar
normalizando el deseo y las configuraciones de las identidades genéricas y
sexuales (Elizalde, 2009; Gaitán, 2019).
[8]Excepcionalmente participaban otras madres jóvenes
del barrio que no eran destinatarias del Envión.
[9]La búsqueda por dar con algún dato cuantitativo
que sostuviera esta apreciación resultó infructuosa. Sin encontrarse
desagregado por barrio, la cantidad de nacidos/as vivos/as de madres
adolescentes de residencia en el municipio entre 2005-2014 mostraba una curva
irregular, pero con una tendencia decreciente. En 2012 nacieron vivos/as 393
niños/as de mujeres de entre 10 a 19, mientras que, en el 2014, 376.
[10]Estas actividades podían
ser “exploraciones”
(trabajo de estímulo de sentidos y de conocimiento del cuerpo de los/as
niños/as a través de la experimentación con témperas, comida, música, etc.) o
conversaciones y/o consignas de psicodrama para trabajar temas como “lactancia”, “límites”, “rol del padre”, entre otros.