Una flâneuse disidente en
la farmacopornomegalópolis. Promiscuidad, amor y ciudad en Plástico Cruel de José Sbarra
A DISSENT FLÂNEUSE IN THE PHARMACOPORNOMEGALOPOLIS.
PROMISCUITY, LOVE AND CITY IN PLÁSTICO
CRUEL DE JOSÉ SBARRA
Atilio Raul
Rubino[1]
Resumen
Este artículo
aborda el estudio de uno de los autores literarios de los años noventa más
atrayentes y menos estudiados por la crítica, José Sbarra,
a partir de su novela más conocida, Plástico
cruel, de 1992. Me centro fundamentalmente en la figura de una de sus
protagonistas, Bombón, prostituta travesti que se autodenomina como “puta y
poeta”, para indagar cómo se desarma una supuesta oposición que establece
diferentes status, uno elevado para la poesía y uno degradado para la
sexualidad y la materialidad, llevando adelante una desterritorialización
de la poesía así como de las zonas corporales y los espacios urbanos de lo que
Paul B. Preciado llama farmacopornomegalópolis.
Bombón deviene así una resignificación del flâneur moderno
en el contexto de la instauración de una identidad gay que, según Perlongher, al intentar
ampliar el ámbito de la normalidad arrojaba a los bordes de lo humano a nuevos
excluidos como la travesti, la loca o el chongo. A su vez, en la novela de Sbarra podemos pensar también en un cuestionamiento a la
naturalización del cuerpo a partir del binomio natural/artificial. Así, los
cuerpos hegemónicos respecto a la cisheteronorma
aparecen des-naturalizados. En ese sentido, es el personaje de Bombón el que desde
una posición abyecta se erige como sujeto deseante
(más que como objeto del deseo o de intercambio mercantil). La promiscuidad,
así, deviene en un agenciamiento del propio cuerpo y
un desvelamiento de que el amor y la familia son fuertes dispositivos de disciplinamiento corporal. Con un estilo fragmentario y
polifónico que pasa de lo lírico a lo narrativo, siempre en un tono irónico
llevado por momentos al absurdo, la novela de Sbarra
constituye para la época un fuerte cuestionamiento a los estándares de la
familia tradicional así como a la incipiente normalización de lo gay.
Palabras
clave: José Sbarra, promiscuidad, disidencia sexual, literatura
argentina, travestismo
Abstract
This article deals with the study of one of the most attractive and
least analyzed literary authors from the 1990s, José Sbarra,
in his most widely known novel, Plástico cruel,
from 1992. I essentially focus on the figure of one of its main characters, Bombón, a transvestite prostitute who calls herself “a
whore and a poet”, in order to look into how an apparent opposition that sets
different statuses ―one that is elevated towards poetry and the other that is
degraded to sexuality and materiality― is taken apart by carrying out a deterritorialization of poetry as well as of the body areas
and the city spaces of which Paul B. Preciado calls a pharmaco-porno-megalopolis.
Bombón thus becomes a redefinition of the modern flâneur in the
context of the establishment of a gay identity, which ―according to Perlongher― when trying to broaden the scopes of normality,
pushed away new outcasts ―such as the transvestite, the fairy or the pickup― to
the borders of what is human. At the same time, in Sbarra’s
novel, we can also think about a questioning of the naturalization of the body
from the pairing natural/artificial. Therefore, the hegemonic bodies (regarding
the cisheteronormativity) seem to be un-naturalized.
In this sense, it is the character of Bombón the one
which, from an abject position, sets itself as a desiring subject (rather than
an object of desire or an object for commercial exchange). This way,
promiscuity becomes agencement for the own body and a
revelation of the fact that love and family are strong devices for body
disciplining. With a fragmentary and polyphonic style that goes from lyric to
narrative, always with an ironical tone, which sometimes is taken to the
absurd, Sbarra’s novel stands out in its time as a
strong questioning of the traditional family’s standards as well as of the incipient
normalization of gayness.
Keywords: José Sbarra, promiscuity,
sexual dissent, Argentine literature, travestism
recepción: 26 de julio de 2019/aceptación:
16 de enero de 2020
Plástico
cruel ―y la obra de Sbarra en general― tuvo una difusión
alternativa al circuito editorial o literario, en fotocopias, en espectáculos
del under o
en ediciones digitales sin costo antes ―y también después― de su publicación en
1992 en Ediciones de la Rata, editorial que crea el propio Sbarra
con la colaboración de compañeros y amigos del under como Alejandro Urdapilleta, Divina Gloria, Tom Lupo,
Fernando Noy y Roberto Jáuregui, entre otros. Después
de su muerte por VIH-SIDA en 1996 a los 46 años, sus textos siguieron circulando
de forma clandestina y hacia el 2000 pasaron de las fotocopias al formato
digital. Plástico cruel fue reeditado
en 2011 de forma digital y gratuita por zonaliteratura.com, y lo mismo ocurrió
con otras producciones del autor, que ya circulaban de forma digital. A pesar
de tener una producción muy variada que incluye teatro, televisión, poesía,
narrativa, historieta y literatura infantil[2], Plástico cruel es su obra más conocida y
la que más ha circulado.
Sbarra
ha permanecido como un nombre importante para la cultura under y disidente de los ochenta
y noventa y sus textos no han dejado de ser leídos, comentados, pasados de boca
en boca, de fotocopia en fotocopia, de link en link, a pesar de no haber
recibido atención de la crítica literaria ni de las editoriales.[3]
Con un estilo fragmentario y polifónico que pasa de lo lírico a lo narrativo,
siempre en un tono irónico llevado por momentos al absurdo, la novela de Sbarra constituye para la época un fuerte cuestionamiento a
los estándares de la familia tradicional así como a la normalización de lo gay.
En este artículo,
en consecuencia, realizaré un primer acercamiento a la obra de Sbarra a partir de Plástico
cruel para pensar, por un lado, el cuestionamiento a la
naturalización del cuerpo a partir del binomio natural/artificial y la
desnaturalización del cuerpo cisheteronormado y, por
otro, la desterritorialización de la poesía y la
promiscuidad. Me centraré fundamentalmente en la figura
de una de sus protagonistas, Bombón, prostituta travesti que se autodenomina
como “puta y poeta”, para indagar cómo se desarma una supuesta oposición que
establece diferentes status, uno
elevado para la poesía y uno degradado para la sexualidad y la materialidad,
llevando adelante una desterritorialización de la
poesía así como de las zonas corporales y los espacios urbanos. Bombón deviene
así una resignificación del flâneur moderno en el contexto de
la instauración de una identidad gay
que, según Perlongher, al intentar ampliar el ámbito
de la normalidad arrojaba a los bordes de lo humano a nuevos excluidos como la
travesti, la loca o el chongo. Asimismo, el personaje de Bombón permite
desandar el estatuto de la promiscuidad, la prostitución y la poesía
para pensar también las tensiones entre modos de sexualidad y afectividad
disidentes y la búsqueda del amor, quizá el tema que recorre más cabalmente
toda la obra de Sbarra.
Me interesa pensar
esta novela de Sbarra como un exponente de todo un
sistema de emergencias sexo-disidentes tendientes a desapropiar el género y la
sexualidad en Argentina y en Latinoamérica. Se trata de miradas oblicuas,
torcidas, que desestabilizan el sistema binario. Pero que no son aisladas, sino
más bien emergencias que dan cuenta de cierta desacomodación
de los roles de sexo-género y del binarismo. Más que sistema, habría que decir,
un rizoma de desapropiaciones y microrevoluciones
disidentes en la cultura.
Cuerpo,
amor, familia, plástico
Plástico
cruel se origina como un monólogo teatral (El
monólogo de Axel) y luego se convierte en novela, pero prevalecen los diálogos,
la narración fragmentaria, las entradas de diario íntimo y unas pastillas al
modo de aforismos o reflexiones poéticas que se titulan “Señales de tránsito”,
además de algunos sueños o alucinaciones productos del consumo de drogas. En
este pastiche el arco narrativo que sobresale es una especie de triángulo
amoroso entre Axel ―el
cerdo―,
Linda Morris ―el
plástico cruel―
y Bombón ―puta
y poeta―.
Los personajes se completan con La Malco(gida), Frula (en alusión al
consumo y tráfico de cocaína) y Trespa (apócope de
tres patas), además de los padres de Linda/Plástico, que funcionan como
personajes cómicos, casi al estilo de secuencias humorísticas mínimas,
pastillas o Sketches.
En la novela de Sbarra podemos pensar en un cuestionamiento a la
naturalización del cuerpo a partir de la diferenciación natural/artificial. Si
pensamos el cuerpo como producto de tecnologías[4] o,
desde la perspectiva de Paul B. Preciado, a partir de la incorporación
prostética,[5] ya
no hay diferenciación posible entre lo natural y lo artificial y el cuerpo
supuestamente orgánico no es más que prostético. De esta forma, entonces es
importante pensar que desde el título la novela de Sbarra
apuesta a una des-naturalización del supuesto carácter orgánico del cuerpo cis.[6] Si
desde el sistema de sexo/género se consideraba que el primero era lo dado
biológicamente y el segundo su atributo cultural, esto es cuestionado desde
perspectivas postfeministas para considerar que, en realidad, el sexo biológico
es producto de la bicategorización de género y no al
revés (Butler)[7].
Así, la novela de Sbarra ironiza sobre estos
estatutos que rigen la sociedad y sostienen la desigualdad. Por ejemplo, cuando
Linda le dice a Bombón que le cuesta entenderla y remata con la frase “bueno,
en fin, somos de distinto sexo”, ésta le responde: “No, Linda, no somos de
distinto sexo, somos de distinto material” (Sbarra, 1992,
p.84).
En este sentido,
la novela establece un desvío respecto a lo esperable desde el sentido común (heteropatriarcal). Linda, la mujer cis,
es considerada un “plástico”. El cuerpo de Linda es hegemónico no sólo por su
belleza sino fundamentalmente porque ostenta la coherencia entre sexo, género y
deseo, exhibe los privilegios del binarismo, del dimorfismo, la heteronorma y la cisnorma. Así,
al estar caracterizada como el “plástico cruel” o la “muñeca Barby”, desde la teoría protésica del cuerpo de Paul B.
Preciado podemos pensarlo como una desnaturalización del cuerpo cisheterosexual. Pero al mismo tiempo nos permite pensar
los cuerpos en el marco del Capitalismo como bienes de mercado. De esta forma
el capitalismo establece cuerpos normales y abyectos para delinear los límites
de la humanidad. Si la matriz heterosexual hace pasar por natural lo que es un
constructo (Butler), Sbarra da vuelta a la producción
de humanidad para llamar la atención sobre el lugar de la norma: Linda Morris es
un plástico cruel no sólo por su forma de ser y porque es la causa del desamor
de Axel sino también porque es el otro extremo respecto a Bombón en la
producción de humanidad del capitalismo: lo normal y lo abyecto. Por otro lado,
el personaje de Bombón, autoidentificada como
travesti, puta y poeta, no es asociado, como el de Linda, con lo falso, lo
artificial o vicario: “Linda, yo nací mujer, poeta y puta” (Sbarra,
1992, p. 83). Así, por ejemplo, ella manifiesta que sus senos son una zona
erógena privilegiada. El lugar corporal que socialmente es atribuido a lo
artificial en un cuerpo trans, aquí es resignificado
por Bombón: “A mí me encienden por las tetas (…). Mis pezones son el PLAY para
que empiece el placer (…). No soy una mujer hasta que un hombre no abre sus
labios para cerrarlos sobre mis pezones (…)” (Sbarra,
1992, pp. 26-27).
La
Malco, por otro lado, es el otro extremo de Linda
dentro de la femineidad cis. De hecho, se la describe
siempre de formas grotescas. Sin embargo, cuando encuentran su cadáver (Sbarra, 1992, p. 152) piensan que es el de Linda, que
estaba auto-secuestrada para cobrar un rescate por parte de su familia. El
cadáver de La Malco coincide con las señas de Linda. La
representada como la más linda y la personificada como la más fea, los dos extremos
de la hegemonía de la belleza, coinciden en su forma cadavérica, no se
diferencian. La novela, así, deconstruye la idea de
belleza y fealdad, de natural y artificial, de sujeto y objeto. Así también, Trespa, según el diario de Bombón, “no es un hombre, es un
consolador” (Sbarra, 1992, p. 164). Y Axel, el varón cis heterosexual, no es más que una máscara de
masculinidad. Se puede pensar la constitución de la masculinidad hegemónica
como una forma de negación del deseo homosexual reprimido. Así, Plástico cruel pone en escena a un
protagonista cuya masculinidad exacerbada es producto del sistema y, como
veremos, al mismo tiempo lo convierte en objeto de deseo. Su heteromasculinidad exacerbada y fálica puede pensarse como homosocial (Sedgwick, 1985)[8] y
melancólica (Butler).[9] Si
bien Bombón es travesti, poeta y puta (aquí puta en sus dos acepciones, de
mujer que disfruta del sexo y de prostituta), el personaje más revulsivo
resulta Axel, también poeta, drogadicto, delincuente, que vive en un sótano
lleno de ratas a las que adopta como mascotas sin saber cuándo es de día y
cuándo de noche, obsesionado con el sexo y fijado en el placer fálico, muchas
de sus intervenciones son de un machismo y falocentrismo
revulsivo. La relación que establece con Linda Morris parece obedecer sólo al
sexo, pero cuando ésta lo deja, él queda destrozado. Finalmente el reencuentro
entre ambos se da de forma trágica y Axel muere cuando Linda aceptaba volver
con él.
Por otro lado, una de las tensiones que
recorren toda la novela es la de la liberación sexual y la búsqueda del amor.
Es quizá también la tensión que atravesó la vida promiscua de Sbarra y, en ese sentido, la podemos encontrar en toda su
obra. Bombón está enamorada de Axel, pero sin dejar de disfrutar con quien se
cruce. Axel parece un adicto al sexo pero sufre el desamor de Linda. Y ésta lo
deja por Trespa, supuestamente porque le daba mayor
placer sexual, pero luego quiere volver con Axel y se debate en su intento por
normalizarlo, por llevar una vida de pareja normal. Estas tensiones son
factibles también de pensarse en términos de sedentarismo y nomadismo.
En ese sentido, la
novela también se desapropia de ―y cuestiona a― la idea del amor y la
familia como disciplinamiento del régimen
heterosexual. Se trata de una visión torcida y oblicua que permite vislumbrar
al amor (romántico y normativo) como un fuerte dispositivo subjetivador.
La promiscuidad, así, deviene en un agenciamiento del
propio cuerpo y un desvelamiento de que el amor y la familia son fuertes
dispositivos de disciplinamiento corporal. La
promiscuidad resulta nómade, un punto de fuga respecto al sedentarismo del amor
y la familia. “Escribí Plástico Cruel
para demostrar que no existe el amor. Que el amor es cultural, que la vida es
sexo, que en el sexo estaba todo claro y no lo conseguí”, dice Sbarra en una entrevista que le realiza Enrique Symms para la revista El
Cazador (Symms, 1992), en tono de fracaso
amoroso. Lo que se puede observar en la novela es la tensión entre, por un
lado, un fuerte cuestionamiento a la idea del amor (heteronormativo)
y las posibilidades de incorporar esos modelos para otros tipos de relaciones
no heterosexuales (homonorma), ya que durante los
años ochenta comienzan a asimilarse los modos de relacionamiento heterosexual y
homosexual bajo la modalidad emergente de la monogamia serial (Insausti y Ben, 2017).[10]
Se produce así una fuerte burla de la idea del amor:
–¿Cómo podemos saber si realmente
estamos enamorados?
–Vamos al parque a mirar la luna.
Si al verla, decimos: «Ahí está la luna», mientras metés
la mano en mi bragueta y yo te acaricio el culo, quiere decir que realmente
estamos enamorados. Pero si contemplamos la luna y nos sentimos sublimes,
quiere decir que, además de estar realmente enamorados, somos dos pelotudos. (Sbarra, 1992 pp. 51-52)
Este cuestionamiento a su vez aparece
tensionado con la visibilización de prácticas
disidentes, como la ostensible promiscuidad de Bombón, pero también las
prácticas sexuales que Axel y Linda llevan adelante. Resulta significativa, en
este sentido, la representación de una práctica sexual disidente como la lluvia
dorada:
Cae tu meada. Oro desde tu
entrepierna hasta mis piernas. Rayo de sol humeante y vertical. Cae tu meada.
Chispas doradas de tu amor líquido caen sobre los engranajes caliente de mi
locura. Bañame. Empapame.
Cae tu meada. Meame la espalda, meame
el culo, los huevos, los pies y llename la boca.
Luego yo, cerdo marítimo, por las grietas de tu pecho de piedra te mearé el
corazón y bañaré los últimos bostezos de tu pureza. (Sbarra,
1992, pp. 44-45)
Si bien la lluvia dorada es una práctica
en la que se usan los genitales, no necesariamente se hace con sus funciones
sexuales, sino que implica una desgenitalización para
la persona orinada, asociada, a su vez, con el BDSM.[11] Chaichumporn (2018) considera a estas escenas a partir de
la idea de lo abyecto (Kristeva) que interpreta como
atracción y rechazo al mismo tiempo (Chaichumporn,
2018, p. 60). Pero es importante también tener en cuenta que aquí es Axel el
que desea la orina de Linda y en ese sentido es también un desafío a los
regímenes de visibilidad. En el análisis que Paul B. Preciado hace de los baños
públicos afirma que los de mujeres reproducen “un espacio doméstico en medio
del espacio público”, en tanto que los de hombres “son un pliegue del espacio
público en el que se intensifican las leyes de visibilidad y posición erecta
que tradicionalmente definían el espacio público como espacio de masculinidad”
(Preciado, 2008, s/p). Se trata de un régimen de género que opera mediante la
oposición privado/público. Axel, en la escena sexual de lluvia dorada ocupa así
el lugar de lo femenino, de lo pasivo. Y en eso consiste su deseo de abyección.
Lo mismo puede decirse de la escena de semen: “Voy a tragarme cada una de las
gotas de mi leche sobre tu cuerpo” (Sbarra, 1992, p.
85), le dice a Linda.
Así, en Plástico cruel operan una serie de
desviaciones, desnaturalizaciones y desapropiaciones de las oposiciones
natural/artificial, público/privado, masculino/femenino, normal y abyecto, una desterritorialización del cuerpo, de lo humano, de la
sexualidad binaria, pero también de la poesía y de la ciudad, de la farmacopornomegalópolis. Preciado denomina así a la
metrópolis del régimen farmacopornográfico.[12]
Bombón
y la paradoja del chongo
En “El sexo de las locas” (1984),
Néstor Perlongher ya advertía sobre una incipiente homonormalización de la comunidad que al intentar ampliar
el ámbito de la normalidad “arroja a los bordes a los nuevos marginados, los
excluidos de la fiesta: travestis, locas, chongos, gronchos
―que en general son pobres―”. Para Perlongher, “la
instauración de una suerte de normalidad paralela, de una normalidad dividida
entre gays y straights” se
basaba en el “modelo gay” (Perlongher, 2013, p. 41). Si
lo pensamos desde esta perspectiva, es muy significativo el hecho de que pocos
años después, en 1992, José Sbarra en Plástico cruel le de voz a un personaje
travesti. Bombon es “puta y poeta”. Con ese epíteto
se autodefine en todas sus intervenciones. De esta forma desmonta una supuesta
oposición que establece diferentes status,
uno elevado para la poesía y uno degradado para la sexualidad y la
materialidad.
En la entrevista
con Enrique Symms, José Sbarra
dice que escribe para “pendejos” y asegura: “Para ese pibe de 14 o 15 años, mi
libro está vivo. De los 30 para arriba, no me interesan los lectores. Y te soy
sincero. Me chupa un huevo si el libro gusta o no gusta, si es bueno o si es
malo. Yo escribo para unos cuantos pendejos” (Symms, 1992,
s/p). Sbarra se burla de la poesía y de la literatura
consagrada así como de las instituciones. En el fondo de estas declaraciones
provocadoras hay, quizá, una concepción distinta de la poesía. La protagonista
de Plástico cruel no es tanto Linda
Morris, la chica cisheterosexual de clase alta
burguesa que le da nombre a la novela, sino Bombón, una travesti, que en cada
entrada de su diario se enuncia a sí misma como “puta y poeta”. Con este
epíteto, Bombón es la que lleva el hilo conductor de la novela. Estas dos
actividades o acaso identidades que se solapan, se vinculan, se superponen, más
que acercar dos mundos diferentes ―el bajo de la carne y el alto de la cultura,
la literatura o lo intelectual― los une como si se tratara de lo mismo o
porque, precisamente, en este caso, se trata de lo mismo. Como un pliegue y
repliegue de la poesía o tal vez de la promiscuidad o la prostitución, la
oposición entre lo incorpóreo y lo material, entre lo trascendente y lo
inmanente se anula. Sólo hay inmanencia. Poesía y sexo son lo mismo. Así, en el
diálogo con el que comienza la novela Axel le dice Bombón que a él no le gustan
“los maricas” y ella inmediatamente responde: “¿Dónde viste un marica con
tetas, bebé?... Soy un travesti” (Sbarra, 1992, p.
11). Asimismo, después de practicarle sexo oral, la entrada del diario de
Bombón que da inicio a la novela se cierra con la siguiente declaración: “Desde
este diario declaro al baño para caballeros de la Estación Central como
Honorable Salón de Poetas” (Sbarra, 1992, p. 13).
Me interesa
detenerme en el posicionamiento travesti de Bombón en la novela. Si bien, por
un lado, se trata de cierta estereotipación de la
identidad trans que la vincula automáticamente con la
prostitución, también constituye una reivindicación, un acto de empoderamiento
y un agenciamiento disidente. Ella es puta y poeta. Y
travesti. Y si bien la historia que parecería ser central en la novela es la de
Axel y Linda, la voz que prevalece es la de Bombón.
En su estudio de
1985 sobre la explosión de las travestis en Brasil, Perlongher
afirma que constituye un efecto indeseado de los propulsores del “desbunde”, ya que el movimiento gay brasileño “comenzó condenando, en su momento de auge
(1979-1981), a los travestis, a quienes acusaban de dar una imagen ‘folklórica’
del homosexual”. Para Perlongher, “los novedosos gays, querían, al liberar su sexualidad invisibilizada,
desprenderse del prototipo feminoide que los anclaba en una zona a medias entre
la mujer ridícula y la mujer fallida” (Perlongher, 2013,
p. 95). Lo mismo puede decirse de Argentina. Para fines de los ochenta y
principios de los noventa la homosexualidad comienza a ser aceptada, pero con
eso también comienzan a operar nuevos regímenes de opresión. La identidad gay comienza a rivalizar con las anteriores
formas de socialización disidente (Rapisardi y Modarelli, 2001, p. 33).
Resulta llamativo,
en ese sentido, que siendo Sbarra homosexual, en su
novela no haya personajes gays. Axel es heterosexual ―de hecho, con un discurso un
tanto machista―. Y sin ningún problema tiene sexo con Bombón. Lo que la novela
plantea en primer plano no es, entonces, una relación gay con gay. Según Premthara Chaichumporn ―el único
artículo académico publicado sobre Sbarra y esta
novela hasta el momento―, el cuerpo travesti, como el de Bombón, “se vuelve
visible en el momento en que puede satisfacer el placer sexual a los personajes
heterosexuales” y luego “es rechazado al terminar las misiones sexuales” (Chaichumporn, 2018, p. 60). Lo que quisiera agregar a este
comentario es que Axel para Bombón es también un objeto sexual. Por ejemplo,
cuando Axel, recién llegado a Buenos Aires, y Bombón se conocen él le dice que
no tiene equipaje pero ella le responde: “Sí que tenés,
Axel, no lo olvides nunca, el equipaje lo llevas entre las piernas” (Sbarra, 1992, p. 12), no sólo convirtiendo a Axel en un
objeto de deseo, sino también recortando su cuerpo. Se trata de lo que, con Perlongher, podríamos pensar ―en oposición a las relaciones
persona a persona (gay/gay), propias
del modelo gay― como una relación
órgano a órgano, propia de “las pasiones marginales de la loca y el chongo, del
sexo vagabundo en los baldíos”, una relación “pene/culo, ano/boca, lengua/verga,
según una dinámica del encaje; esto entra aquí, esto se encaja allí...” (Perlongher, 2013, p. 47).
En este contexto,
Axel es un “chongo” para Bombón, en el sentido de objeto de deseo configurado
por la mirada deseante disidente. El chongo sólo
existe en el argot de las locas y las travestis (Sívori,
2005, p. 85). Se configura como el objeto de deseo de un modelo de sociabilidad
disidente diferente al de la identidad gay.
En algún sentido, se podría pensar esta figura del chongo como una paradoja:
El chongo verdadero es un ideal.
Como complemento de la loca, que por su parte se define por sus características
afeminadas o de mujer, el chongo debe ser un hombre heterosexual, no debe
desear tener relaciones sexuales con otros hombres (…). Un hombre podía tener
relaciones sexuales con otros hombres sin ser homosexual. Ya en los años 80 se
consolida en los centros urbanos argentinos el llamado modelo gay, según el
cual todo hombre o mujer que tiene relaciones sexuales con alguien del mismo
sexo es considerado homosexual (…). Bajo este régimen resulta imposible para un
hombre construir a su compañero sexual varón como chongo. (Sívori,
2005, p. 85)
Esta
paradoja del chongo ―que sólo existe como objeto de deseo pero deja de serlo si
accede― podría ser una de las claves para pensar la imposibilidad del amor que
configura la novela de Sbarra.
Por otro lado, en Plástico cruel, según Chaichumporn, “el
personaje travesti no logra ser una mujer completa y natural” y por eso
“necesita rejuvenecer la apariencia femenina para satisfacer con el placer
sexual a los personajes masculinos” (Chaichumporn,
2018, p. 57). Se trata de una espectacularización del
cuerpo trans/travesti en el mercado. Se le da valor
de mercado pero se le niega status de persona o de mujer. En este sentido,
Bombón es una travesti considerada grande en la novela. Tiene 40 años, por eso
quiere fundar un “convento para travestis-poetas” en el que será “la Puta Madre
Superiora” (Sbarra, 1992, p. 88). En una
conversación, Linda le pregunta: “¿Que un travesti se compare con una monja no
es un poco ofensivo?” y Bombón responde irónica: “No, Linda, no me ofende para
nada” (Sbarra, 1992, p. 91).
Me interesa pensar que el doble
posicionamiento de Bombón como trans/travesti y como
poeta constituye un mismo acto de agenciamiento. Pues
la poesía es vista en su materialidad, como algo que se inscribe en los cuerpos
y en las prácticas sexuales, una desterritorialización
y reterritorialización de las zonas corporales y los
espacios urbanos. En este caso, la poesía no es una inmaterialidad
trascendental, sino que se trata de algo que “ocurre” en los baños públicos. En
este sentido, es importante recuperar una de las charlas entre Axel y Linda, en
la que él le cuenta cómo conoció a Bombón y a los otros personajes en el Baño
de la Estación Central, en el que realizan, en palabras de Axel, “reuniones de
poetas y algunos negocios”. Bombón entraba para vestirse con ropa de hombre
porque la perseguían “dos policías que querían encamarse con ella sin pagarle”
y aclara que “llevaba un bolso con ropa y libros”. Ante la pregunta retórica de
Linda “¿Libros?”, Axel le responde irónico:
–Sí, unos objetos de papel con un
montón de palabras inútiles que te hacen parecer inteligente.
–¿Qué hace con los libros? ¿Se los
lee a los clientes?
–Le pregunté más o menos lo mismo y
me contestó que no respondía preguntas idiotas. Yo le confesé que soy idiota.
(…)
–¿Y así empezó una culta amistad?
–Sí, me hizo pasar al water para demostrarme su calidad poética. Me bajó el
cierre de la bragueta y metió mi pija en su boca.
–Comprendo, no pudiste impedirlo.
–Me dijo que ése era el alimento
fundamental para su poesía. (Sbarra, 1992, pp. 27-28)
Lejos
de la objetivación que impone el mercado sobre el cuerpo trans,
Bombón se convierte en agente de su deseo y de su identidad. La ciudad se
recorta así en zonas erógenas y zonas de circulación del capital. Podría
decirse zonas de segmentarización y de fuga (Deleuze y Guattari, 1988). Así
como todo el cuerpo puede convertirse en erógeno y sexual (Preciado, 2002)
también la ciudad, como en su versión en negativo, puede ser erógena y poética.
Y Bombón algo así como un flâneur. O, más precisamente, una flâneuse ―travesti, prostituta, promiscua y poeta―.
Una
flâneuse
disidente
Me
interesa detenerme en otro de los apartados de la novela, en este caso
compuesto por un diálogo entre Linda y Bombón. Se trata del titulado “Una cita
para hablar de Baudelaire” (Sbarra, 1992, pp. 92-93).
En este encuentro, Bombón llega tarde porque se cruzó con “uno de esos machos
que te dejan sin aliento” y relata el yire casual callejero. Linda le recrimina que llegó tarde
por eso y le dice de forma irónica “Vida de poeta”, pero Bombón responde: “Así
es, de poeta y puta. Y cuando más poeta, más puta me siento. Recién ahora,
después de esa chupada, me encuentro en condiciones de hablar de Baudelaire” (Sbarra, 1992, p. 93). ¿Qué significa esta mención a
Baudelaire? ¿Por qué sólo después de irse detrás de “uno de esos machos que te
dejan sin aliento” y de practicarle sexo oral puede hablar de poesía? Bombón
deviene aquí la versión femenina y puta de lo que Benjamin
en su comentario sobre Baudelaire llamó flâneur, la figura literaria emblemática de la ciudad
moderna (Benjamin, 2001).[13]
En La
Prostitución masculina Perlongher utiliza la
figura benjaminiana del flâneur para pensar el deambular
(cruising, yire) de los
homosexuales en busca de levante por las calles de la ciudad en el sentido en
que la mirada del paseante singulariza el objeto que ve a partir del deseo.
Aparece así una idea de mirada deseante por parte de
los paseantes no legítimos de la ciudad. De la misma manera, el ligue/yire/cruising homosexual,
así como las prostitutas femeninas constituyen “por un lado, un deseo sexual
abierto, profuso, que remite al azar. Por el otro, ese deseo no es
indiscriminado, sino que agencia, para consumarse, un complejo sistema de
cálculo de los valores que se atribuyen a aquél que es captado por la mirada deseante” (Perlongher, 2017, p.
99).
Por eso, lejos de ser un objeto, Bombón es
agente de su deseo en lo que Perlongher llamaría
“redes de sociabilidad ‘alternativas’ respecto de la cultural oficial,
‘desviadas’ o marginales con relación a la norma social mayoritaria, nómades a
partir de los módulos de heterosexualidad sedentaria” (Perlongher,
2017, p. 120). El deseo de Bombón produce una desterritorialización
y reterritorialización de los espacios, no sólo
corporales sino de la ciudad y, podríamos pensar, del cuerpo de la literatura
(corpus/cuerpo). Bombón no es una paseante legítima de la ciudad. Su deseo se
recorta en el mapa de la ciudad y recorta/mapea, a su vez, la ciudad a partir
de su mirada. Desde esta perspectiva, no se trata de atravesar las divisiones
invisibles pero legítimas, hegemónicas, de la ciudad, sino, por el contrario,
de realizar un mapeo contra-hegemónico, dibujar una nueva ciudad, desconfigurar y reconfigurar los espacios, trazar líneas
transversales sobre el mapeo hegemónico y normalizador para generar una nueva
cartografía. Paul B. Preciado también recupera la imagen del flâneur moderno
poniendo el interés, justamente, en la prostitución para afirmar: “Este cuerpo
trabajador sexual anónimo del espacio público me interesa como nueva figura de
lo político, como índice de una nueva cartografía” (Preciado, 2008, s/p). En el
caso de Bombón el nomadismo del deambular de la prostitución equivale también a
un nomadismo sexual. En oposición quizá al sedentarismo social (en términos de Perlongher) que destacaría a Linda.
Se produce así una
desterritorialización del espacio de la poesía, así
como de la identidad. Como comentan Rapisardi y Modarelli, las teteras (baños públicos que funcionan como
espacios de encuentros sexuales casuales) implican “variedad, diferencia y
gratuidad”. Según ellos, para la normalidad gay
de corte norteamericana, “los baños públicos son inentendibles: en éstos
pululan y disfrutan cuerpos de diferentes dimensiones, razas poco prestigiosas,
hombres que han pasado los cincuenta o no alcanzaron los veinte” (Rapisardi y Modarelli, 2001, p.
58).
Por otro lado, Michel Foucault también se refirió a la sociabilidad
gay en los baños, pues consideraba que era "politically
important” que la sexualidad pueda funcionar de esa
forma, ya que en los baños no hay "nothing more than bodies, with
whom the most unexpected combinations and fabrications of pleasure are possible. This is absolutely an important part of erotic
experiences" (Foucault, 2011, p. 399). En
los baños y cuartos oscuros el cuerpo se desterritorializa,
deja de lado su identidad, su individualidad incluso, para convertirse en una
maquinaria multisexualidada. De esta manera, permite,
en palabras de Foucault, desubjetivarse ("desubjectivize yourself"), desubyugarse ("desubjugate yourself"), "that you cease being
a subject, an identity. It is like an affirmation of nonidentity" (Foucault, 1997, pp. 399-400).
Como espacio
abierto, público, de paso, los baños vuelven nómade a la poesía y a la
sexualidad que tienden a ser sedentarias, en el seno de la familia, el hogar,
el matrimonio, etc. Si la poesía es algo de la intimidad, privado, sedentario,
reflexivo, acá se vuelve carne y también nomadismo, se vuelve pública y
promiscua. Pero en este sentido es circulación de flujos, semen, saliva. Así
como de flujos poéticos. De la poesía en espacios cultos y elevados (salones,
academias, recitales) se pasa a los baños públicos. Como espacio de lo abyecto
por excelencia, del detritus, de los desechos y restos, el baño público es aquí
también resguardo de la persecución policial y lugar de encuentro para una
sexualidad nómade, un resguardo quizás de los “policías de la
brigada-contra-el-placer” (Sbarra, 1992, p. 38). Pero
también ―y justamente por eso― un espacio para la poesía.
Una
tragedia lumpen
La novela se cierra con la conclusión
de la historia de Axel y Linda. Cuando ella decide volver con él, él muere en
manos de los delincuentes a los que había engañado anteriormente. El final
resulta apresurado y resuelve el conflicto al modo de la tragedia shakespereana en dos o tres páginas. Axel y Linda se
convierten en una especie de Romeo y Julieta lumpen (la familia de Linda
rechaza el mundo de Axel). Linda es de una familia millonaria, dueña de muchas
empresas y para las que las personas no tienen ningún tipo de valor, en la
novela sus padres se presentan como personajes humorísticos, casi sin ningún
rasgo de humanidad. Pero lo importante no es tanto ese cierre como la voz que
prevalece durante casi todo el relato, la de Bombón. Si la novela es un pastiche
en el que la progresión narrativa se lleva a cabo principalmente mediante
diálogos, es importante destacar que desde el principio accedemos a las
entradas del diario íntimo de Bombón, luego éstas se intercalan con
conversaciones entre personajes, pero es factible pensar que la narradora sigue
siendo ―al menos mayormente― Bombón, la que se hace cargo de toda la
enunciación. Incluso las “señales de tránsito” (pequeñas pastillas poéticas),
aunque a veces parecerían dar cuenta de la situación amorosa de Axel, pueden
ser atribuidas en su totalidad a ella. Es por eso que aunque queramos pensarla
como una tragedia lumpen, el tono que prevalece es el de la comedia y el de lo
absurdo.
Adrián Melo
menciona a Sbarra ―junto a otros autores de los
ochenta y noventa como Villordo y Urdapilleta―
como ejemplo de textos sobre diversidad que escapan a la tradición de
representación trágica en la literatura argentina, pero no se detiene en el
análisis de su obra. Para Melo, las novelas de Sbarra
entran dentro de la “literatura festiva y popular” en donde, según él, “los
argumentos delirantes se suceden en un escenario de drogas y sexo” (Melo, 2011,
p. 325).[14] Y
es que ese tono festivo y delirante del que habla Melo está marcado por los
devenires minoritarios no sólo de los personajes sino también de la narración,
de la forma novela y de la poesía. Siguiendo el concepto de “devenir mujer” de Deleuze y Guattari, Perlongher en “El sexo de las locas” propone “pensar la
homo o la heterosexualidad, no como identidades, sino como devenires. Como
mutaciones, como cosas que nos pasan. Devenir mujer, devenir loca, devenir
travesti” (Perlongher, 2013, pp. 41-42). “La
alternativa que se nos presenta”, dice Perlongher, “es
hacer soltar todas las sexualidades: el gay, la loca, el chongo, el travesti,
el taxi boy, la señora, el tío, etc., o erguir un
modelo normalizador que vuelva a operar nuevas exclusiones” (Perlongher, 2013, p. 42).
En este sentido,
me interesó pensar estas identidades nómades planteadas en la novela de Sbarra que a su vez implican un deambular por la ciudad
alternativo, disidente, promiscuo, por una ciudad otra, que es como el negativo
de una fotografía. Los espacios son resignificados desde la marginalidad y la
promiscuidad, es decir, desde el deseo y la mirada. La novela no representa la
homosexualidad o el amor entre hombres, como sugiere Melo. Tampoco se trata de
un estilo neobarroso como el de Perlongher
o Lamborghini. Aunque revulsiva en muchos aspectos logra darle entidad a los
personajes, que permiten la identificación. La historia de amor entre Axel y
Linda resulta trágica, porque Axel muere. Pero Bombón se erige en la voz que
narra una historia otra, clandestina, de una ciudad oculta, pero que, al mismo
tiempo, es la misma historia del desamor. O de la imposibilidad del amor. No sólo
porque Bombón sea un cuerpo no deseado (o el de La Malco)
―como sugiere Chaichumporn―, sino, sobre todo, porque
Bombón es un cuerpo deseante y una subjetividad
nómade. La Malco fracasa en su búsqueda sedentaria de
un tipo de amor que, para Sbarra, no existe. De un
amor romántico. También Axel y Linda fracasan en ese punto. La poesía en los
baños constituye, entonces, el nomadismo de la palabra (en términos diferentes
al de la poesía neobarrosa). Los baños públicos son
un lugar de paso. Y la poesía (al menos la idea de poesía y de literatura a la
que se opone Sbarra), como el amor y la familia, son
lugares de afincamiento, de sedentarismo, cuyo máximo exponente simbólico es el
libro. En ese sentido, aquí la historia de amor trágica no interesa ―o no es
tal―. En primer lugar, porque se trata una historia de sexo y no de amor ya que
éste es un dispositivo de control, de subjetivación. En segundo lugar, porque
Bombón sobrevive a Axel y se erige en la voz narradora de esta historia de la
imposibilidad del amor romántico.
Dedicada a Batato Barea, “que se
travistió de poesía para siempre”, Plástico
Cruel se entronca en una serie constituida por textos literarios argentinos
que plasman devenires minoritarios y escapan a las islas de la identidad.[15]
El personaje de Bombón se puede vincular con el de Molina en El beso de la mujer araña (1976) de
Manuel Puig y su enamoramiento de Axel con el cuento de Carlos Correas “La
narración de la historia” (1959), así como la voz narrativa de la novela con la
reciente literatura de Naty Mentrual.
De modo que es posible pensar, también, una genealogía local de la loca, de la
marginalidad sexual, la promiscuidad y la abyección como forma de agenciamiento disidente.
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[1]
Argentina. Correo electrónico: atiliorubino@yahoo.com.ar
[2]
Sbarra también trabajó como escritor en Billiken y en diferentes libros de literatura
infantil y juvenil, fue guionista de teatro y televisión y llevó adelante un
“Circo de Poesía” en la facultad de psicología de la UBA en el que oficiaba
como una especie de maestro de ceremonias presentando lecturas literarias, performances poéticas y stripteases en donde había travestis que
se desnudaban y leían poesía (Lupo, 2012, s/p). De
hecho, Plástico cruel arrancó primero
como monólogo (El monólogo de Axel), después fue libro, obra de teatro, y
también una película (Ritto, 2012, s/p), ya que fue
llevada al cine por Daniel Ritto en 2005 con pésima
recepción crítica.
[3]
Con excepción del reciente artículo crítico de Chaichumporn (2018), que menciono más adelante, y de la
editorial independiente Dagas del Sur que desde 2017 y con la
colaboración de la hermana de Sbarra comenzó a publicar
sus textos en un proyecto para editar toda su obra.
[4]
Es posible entender al cuerpo como producto de lo que Sloterdijk (2000) llama antropotécnicas,
es decir, la idea de que si el cuerpo es producto de las modernas biopolíticas que lo domestican, administran la vida y
normalizan las subjetividades, determinando a su vez lo humano y escindiendo lo
no humano, entonces éste surge como consecuencia de una serie de técnicas. Es
por eso que el sujeto actual es el hombre postorgánico
(Sibilia, 2005, p. 69), porque en él ya resulta imposible disociar la técnica de lo
orgánico.
[5]
Paul B. Preciado, tomando el antecedente del Manifiesto cyborg de Donna
Haraway (1995), considera al cuerpo como prostético:
“El género no es simplemente performativo (…) es ante
todo prostético, es decir, no se da sino en la materialidad de los cuerpos. Es
puramente construido y al mismo tiempo enteramente orgánico” (Preciado, 2002,
p. 25). Para Preciado, “El sexo y el género deberían considerarse como formas
de incorporación prostética que se hacen pasar por naturales, pero que, pese a
su resistencia anatómico-política, están sujetos a procesos constantes de
transformación y cambio” (Preciado, 2002, pp. 133-134). A partir del
pensamiento biopolítico Preciado da cuenta de la
“producción biotecnopolítica del cuerpo como prótesis
sexual” (Preciado, 2007, p. 382) en el marco ya no de una sociedad
disciplinaria sino de un régimen que denomina farmacopornográfico.
[6]
El prefijo cis proviene del latín y significa “del
lado de”. Comenzó a usarse en el activismo y la teoría trans durante las últimas décadas para marcar los privilegios
de lo no-transgénero: “The idea behind the term is to
resist the way that ‘woman’ or ‘man’ can mean ‘nontransgender
woman’ or ‘nontransgender man’ by default, unless the
person’s transgender or nonbinary status is
explicitly named” (Stryker, 2008).
[7]
En su teoría de la performatividad, Butler desliga la
relación entre sexo y género que hace del primero algo del orden de lo natural.
En Cuerpos que importan, Butler
agrega que las normas que regulan el sexo constituyen la materialidad performativa del cuerpo (Butler, 2002, p. 18). La performatividad es entendida así “como la práctica
reiterativa y referencial mediante la cual el discurso produce los efectos que
nombra” (Butler, 2002, p. 18). De esta forma, para Butler, la sexuación del cuerpo también es performativa.
[8]
Según Sedgwick, los vínculos entre hombres están
estructurados a partir de la prohibición de la homosexualidad. Las relaciones
de poder del patriarcado dependen de las relaciones homosociales
entre hombres y, de esta forma, de la sublimación del deseo homosexual propia
de la homosociabilidad (Sedgwick,
1998). Así, heterosexualidad y homosexualidad no son binarios sino que forman
parte de un continuum que el
patriarcado rompe, vuelve discontinuo, a los efectos de sostener el sistema de
opresión (Sedgwick, 1985, pp. 1-2).
[9]
Para
Butler en la identidad heterosexual se alberga un deseo homoerótico
elidido desde el comienzo y cuyo duelo no se puede llevar adelante porque no se
lo reconoce. Y esto es así porque en una sociedad de heterosexualidad
compulsiva la norma es la del binarismo de género y del sistema sexo/género:
“En definitiva, la homosexualidad masculina no reconocida termina en una
masculinidad intensificada o afianzada, la cual mantiene lo femenino como lo
impensable e innombrable” (Butler, 2007, p. 157).
[10]
Así, algunas de las “Señales de tránsito” dan cuenta de esa tensión entre sexo
y amor, entre deseo, placer, disciplinamiento y
normalización del dispositivo del amor y la familia: “Los placeres profundos
son caóticos y destructivos. Y la felicidad de la paz es un disfraz del
aburrimiento” (Sbarra, 1992, p. 49). “Elegimos el
ejemplar más exótico / nos enamoramos de su libertad / y empezamos a
construirle una jaula” (Sbarra, 1992, p. 28).
“Cualquier objeto de plástico / dura más que un amor eterno” (Sbarra, 1992, p. 128).
[11]
El término sadomasoquismo nace en el ámbito de la medicina y la psiquiatría
para designar a una desviación patológica de la conducta sexual. Se trata de un
neologismo impuesto por el médico alemán Richard von Krafft-Ebing
en su Psychopathia Sexualis
(1886), quien toma los nombres de dos autores literarios, Leopold
von Sacher-Masoch y el Marqués de Sade.
Pero si el término sadomasoquismo surge en el ámbito de la psiquiatría con una
connotación patológica de las prácticas asociadas a él, ya para las décadas del
setenta y ochenta se generan subculturas BDSM-leather asociadas con la
comunidad gay-lésbica. Ya en esta época el BDSM comienza a ser una práctica, no
una patología psiquiátrica. En los años setenta, con los grupos y subculturas
en torno a estas prácticas sexo-disidentes, se comienza a usar la sigla SM o
S&M para desligarla de las connotaciones negativas del término “sadomasoquismo”.
Luego se convirtió en BDSM (Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión, Sadismo y
Masoquismo) y también BDSM-leather –o “BDSM-Leder” en alemán−, por la asociación con el uso de ropa de
cuero. David Halperin se refiere a BDSM para designar
al sadomasoquismo como práctica sexual tendiente al placer y a toda una serie
de prácticas relacionadas, entre las que menciona, "el bondage, el rasurado, el piercing, la humillación, la flagelación, el fistfucking, la tortura de los
senos, el pene y los testículos". Lo importante es que todas estas
prácticas desexualizan el cuerpo, evitando los
genitales, bordeándolos o refuncionalizándolos (Halperin, 2007, p. 111). Asimismo, es importante señalar
que estas prácticas que permiten no sólo la creación de nuevos placeres desgenitalizados sino también la producción de nuevas
formas de vinculación sexo-afectiva, se basan en la idea de un contrato, es
decir, de prácticas consensuadas que tienden a maximizar el placer de todos los
involucrados en ellas.
[12]
Paul B. Preciado retoma la teorización de Deleuze de
las sociedades de control pero prefiere denominar farmacopornográfico
al régimen actual de control de cuerpos y subjetividades, ya que en él ya no se
controla a los sujetos mediante la disciplina externa sino que las tecnologías
de subjetivación son internas, micro y protésicas, es decir, se convierten en
cuerpo: "Si en la sociedad disciplinar las tecnologías de subjetivación
controlaban el cuerpo desde el exterior como un aparato ortoarquitectónico
extremo, en la sociedad farmacopornográfica, las
tecnologías entran a formar parte del cuerpo, se diluyen en él, se convierten
en cuerpo" (Preciado, 2014, p. 72). El control de la subjetividad se lleva
adelante por un mecanismo microprotésico que es a la
vez material (fármaco) y simbólico-mediático (porno). Siguiendo a Hardt y Negri, Preciado concibe
la estructura geopolítica actual como “una única ciudad difusa interconectada
con centros de intensidad, circuitos de circulación de capital, cuerpos e
información, zonas de producción y de deyección de detritus materiales y
semióticos” (Preciado, 2014, p. 269).
[13]
Desde perspectivas feministas se ha discutido bastante la posibilidad de pensar
la existencia de la versión femenina de esta figura durante la modernidad. Una
de las primeras en instalar el tema ha sido Janet Wolff (1990), para quien la
división sexual del siglo xix
hacía imposible pensar en un equivalente femenino del flâneur moderno (1990, p. 47),
una flâneuse.
Griselda Pollock sostiene además que en tanto lo
fundamental del flâneur
moderno es la mirada, la visión, y cierta invisibilidad en la muchedumbre de la
ciudad, no podría existir una flâneuse porque la mujer, lejos de ser sujeto de la mirada,
era inevitablemente objeto (2003, p. 100). Lauren Elkin retoma estas ideas para
plantear una mayor contradicción. Lo que impide la mujer flâneuse no es la invisibilidad
sino, por el contrario, el hecho de que la mujer es demasiado visible en la
esfera púbica de la ciudad moderna (2017, p. 21). Sin embargo, sostiene la
existencia de la flâneuse
moderna (2017, p. 19), sólo que no se puede reducir al modo masculino de
relacionarse con la ciudad. Así, por ejemplo, cuestiona la idea de libertad en
la figura de la prostituta, ya que ésta tenía zonas permitidas y otras
prohibidas, así como un código de conducta y vestimenta (2017, p. 16). Para
Elkin, en la actualidad “la flâneuse todavía lucha por ser vista, incluso ahora que –nos
gustaría creer− tiene la ciudad más o menos a su entera disposición” (2017, p.
26). Según la autora, el acto transgresor de la flâneuse es simplemente ocupar el
lugar púbico (2017, p. 29), desafiando las divisiones invisibles de la ciudad,
que recortan lugares permitidos de otros prohibidos. Sin embargo, no podemos
afirmar que exista una única ciudad. En cada orbe se configuran y entrelazan
múltiples ciudades, solapadas con la visión hegemónica de la ciudad masculina y
patriarcal −a lo que habría que agregar cis y heteronormativa− de la era moderna. Desde una perspectiva
disidente y volviendo a la actualidad, el análisis puede ser diferente, sobre
todo teniendo en cuenta que en el análisis que aquí interesa no se trata de una
mujer cis, sino, justamente, de una flâneuse
travesti.
[14]
En este sentido, Melo asegura que “Sexo y droga parecen los últimos reductos
del placer para los sectores populares y los más marginados. Pero en esta
alegría carnal todavía pueden hallarse discursos heréticos que se erijan como
formas de redención social” (Melo, 2011, p. 325).
[15]
Toda la idea de isla asociada a la identidad de Perlongher,
para quien, en palabras de Javier Gasparri, se trata
de “una reificación, como todo pensamiento identitario,
que corta e interrumpe flujos y devenires. Islas en las que, además, Perlongher hace coincidir –no casualmente− la ansiedad
nacionalista por un mero territorio (…) con la incipiente cultura gay que
aspiraba a su isla identitaria” (Gasparri,
2017, p. 99-100). Frente a la idea de isla Perlongher
opone la de trinchera “como el sitio de resistencia y a la vez de batalla en la
guerra sexual que, al explotar, abre la mescolanza y necesariamente obliga a
replantear y reinventar todo el sistema sexo-genérico” (Gasparri,
2017, p. 101).