FICCIONES
SOMATOPOLÍTICAS: LA INVENCIÓN DE LA HETEROSEXUALIDAD EN LA PORNOGRAFÍA DE
DISTRIBUCIÓN GRATUITA
SOMATOPOLYTICS FICTIONS: THE INVENTION OF HETEROSEXUALITY
IN THE FREE DISTRIBUTION PORNOGRAPHY
Cristopher Yáñez-Urbina[1]
Resumen
Enmarcado en el proyecto
teórico-político que se pregunta por la posibilidad de volver habitables aquellas
formas-de-vida, en este artículo se abordan tres preguntas referidas a qué es
un régimen de inteligibilidad heterosexual, cuáles son los cuerpos inteligibles
en dicho aspecto, y cómo es posible pensar en otro mundo a partir de ello. De
tal forma, se trabaja desde un análisis de las categorías y etiquetas sobre las
cuales se organizan los videos en las páginas de pornografía de distribución
gratuita. Entre los resultados se destaca la construcción de un cuerpo
heterosexual a partir de un límite interno, que lo diferencia de la
subalternidad, y uno externo, que desde la subalternidad lo performa por medio
de la repetición. Se concluye con una serie de transformaciones en la
construcción de la heterosexualidad como régimen político que han pasado
desapercibidas para el análisis social y que permiten encontrar en la
repetición paródica un mecanismo de resistencia corporal.
Palabras
clave: heteronormatividad,
Pornhub Network, estudios pornográficos, tecnología del género, performatividad
Abstract
Framed in the
theoretical-political project that asks about the possibility of making those life-forms
livable, this article addresses three questions referred to what is a regime of
heterosexual intelligibility, which are intelligible bodies in that aspect, and
how it is possible to think of another world from it. In this way, we work from
an analysis of the categories and labels on which the videos are organized in
the pages of pornography for free distribution. Among the results we highlight
the construction of a heterosexual body from an internal limit, which
differentiates it from subalternity, and an external
one, which from subalternity performates
through repetition. We conclude a series of transformations in the construction
of heterosexuality as a political regime that have gone unnoticed for social
analysis and that allow to find in the parodic repetition a mechanism of
corporal resistance.
Keywords: heteronormativity, Pornhub
Network, porn studies, technologies of
gender, performativity
recepción:31 de julio de 2019/ aceptación:28
de enero de 2020
Introducción
No
tenemos miedo de morir como Daniel [Zamudio], ni como Pepa [Gaitán] ni como
ninguna de nuestras amigas, tenemos miedo de vivir como ustedes.
Manada de Lobxs – Foucault para
encapuchadas
Durante el año 2003, un grupo de
cuerpos expuestos en la performance
política de la protesta gritaban a viva voz el eslogan: el eje del mal es heterosexual. Un enunciado que en su
intertextualidad se compone de la frase “el eje del mal”, pronunciada el 29 de
enero de 2002 por George W. Bush en su carta de guerra contra el terrorismo;
además de la referencia a la heterosexualidad no como un insulto, sino como un
análisis político del lugar desde donde se han erigido violencias múltiples
sobre los cuerpos abyectos, lo que involucran tanto a izquierdas como derechas;
occidente como oriente; cristianismo, islamismo, judaísmo como otras religiones
(Bargueiras, García y Romero, 2005). En otras palabras, lo que se buscaba era
una demanda directa y explícita en contra del régimen heterosexual, en tanto marco
de inteligibilidad, permite que algunos cuerpos y formas de afectación sean
considerados como dignos de ser vividos o habitados, mientras que otros son
relegados a un espacio en donde su muerte, tortura y exterminio es
simbólicamente legítimo (Butler, 2006).
Cuando hablamos
del eje del mal heterosexual no implica un ejercicio de posicionar a unos
cuerpos por sobre otros: una suerte de demonización de la heterosexualidad y la
glorificación de la homosexualidad (Bargueiras, García, Romero y Carmen, 2005).
Por el contrario, implica preguntarse cómo se ha erigido el marco que permite leer a unos cuerpos como aceptables,
mientras que otros son relegados a la marginalidad. Es cuestionar la forma en
la cual ha establecido parámetros de normalidad
y anormalidad, y sobre ello
permite el despliegue de la violencia.
Así
nos preguntamos ¿qué es la heterosexualidad en tanto régimen político? ¿Cuáles
son los cuerpos que alcanzan el estatus de habitables desde este marco?
¿Existen estrategias para pensar un mundo otro? Tal como se aprecia, nuestro
interés se inscribe en el proyecto teórico-político que se puede leer en las
palabras de Judith Butler (2007; 2006) al preguntarse por la posibilidad de
volver habitables ciertas formas-de-vida y afectación; por las mismas razones que
llevan a Paul B. Preciado (2008), leyendo a Michel Foucault (2007) y Teresa de
Lauretis (1989), a encontrar en la pornografía una de las principales tecnologías de género sobre las cuales
se performan los cuerpos.
De
tal forma, en el presente trabajo analizamos la producción de una noción de
heterosexualidad como régimen político presente en la taxonomía creada en la
disposición de tags/etiquetas y categorías de los videos de
las tres páginas webs más visitadas de la red de pornografía gratuita Pornhub
Network ―Redtube, Youporn y Pornhub― entre el mes de enero
del año 2016 y marzo del 2017.
Por
lo tanto, dividimos la exposición en seis apartados. Los dos primeros enfocados
en un análisis histórico y teórico de heterosexaulidad y la pornografía;
mientras que los tres siguientes abordan tanto una descripción genérica de las
plataformas de pornografía gratuita, aquello que hemos llamado el límite
interno de la heterosexualidad, así como también su límite externo. Finalmente,
analizamos tanto las implicancias teóricas como políticas de las formaciones
contemporáneas de la heterosexualidad.
Heterosexualidad:
de la patología a la normalidad
¡Cuidado!
Despertemos de este sueño histórico falacioso, es decir, la identidad sexual
como verdad anatómica, como verdad psicológica, no existe. Lo que existen son
un conjunto de paradigmas científicos, paradigmas jurídicos, regímenes
políticos que permiten que cada sujeto acabe generando una ficción de sí mismo
en tanto que heterosexual u homosexual, es decir, se trata de ficciones políticas. Pero cuidado, ficciones políticas cuya fuerza es tan
extrema y tan extraordinaria que tienen solidez somática, es decir, que se
acaban inscribiendo en el cuerpo y acaban tomando la forma de la subjetividad (Preciado,
2013, 00:13:52-00:14:35).
Existe un discurso que ha proliferado
e instaurado la idea de que la heterosexualidad es natural (Martín, 2017). Supeditada
a la primera formación discursiva, se encuentra otra que plantea que la
homosexualidad también lo es (Moreno, 2010). Ambas recurren a un mismo elemento
retórico: La Naturaleza ―con
mayúscula― como huella que nos debería llevar a una verdad dispuesta a ser revelada
por la ciencia (Haraway, 2004). Tal como nos indica la frase con la que
iniciamos este apartado, buscar en la psicología, en la genética y en las
hormonas ―cada una de forma aislada― aquellos retazos que nos lleven a una
identidad estable, coherente y permanente en el tiempo.
No
obstante, esta perspectiva es problemática al ser de carácter anacrónico,
ignorando las grandes rupturas de los modelos explicativos (Foucault, 2002) y
que conlleva a un constante devenir del cuerpo dentro de redes de producción
socio-histórica (Haraway, 1995). De tal manera, pensar desde La Naturaleza es
ignorar que el conocimiento se construye a partir de transformaciones a nivel
semiótico-material, es decir, cambios en los significados imbricados con las
transformaciones en las prácticas, los aparatos, las técnicas (Flores-Pons,
Iñiguez-Rueda y Martínez-Guzman, 2015).
Asimismo,
pensar estas cuestiones en cuanto a construcciones
sociales nos llevaría a un mismo callejón, pues: (1) se instala la idea de que
detrás de la construcción se encontraría La Naturaleza; o (2) se esencializa Lo
Social ―con mayúscula― como nuevo estandarte. De tal manera, la dicotomía
naturaleza-cultura ha demostrado ser improductiva para el análisis social
(Deleuze y Guattari, 1998; Preciado, 2002), lo que implica una necesidad de
superar dicho debate. Aquí optamos por el uso de la noción de tecnología (Preciado, 2008) que
considera a ambos conceptos como producidos mutuamente en la interacción de diversos
actantes (Mauro, 2015; Tirado y Domènech, 2005) dispuestos en redes rizomáticas
(Deleuze y Guattari, 2002).
En
esta línea, podemos pensar la heterosexualidad y la homosexualidad como una
invención de la naturaleza misma a partir de condiciones de posibilidad
determinadas socio-históricamente (Haraway, 1995). Siendo así, damos paso a
construir una historia otra de la heterosexualidad como un acto de inservidumbre
voluntaria, es decir, una actitud crítica que invita a un
cuestionamiento constante de nuestra contemporaneidad, sus elementos de saber y
tecnologías de poder para abrir la posibilidad a pensar y crear otros mundos
posibles (Foucault, 1995).
De
tal manera, situamos la invención de la heterosexualidad al alero del
discurso psiquiátrico, sus prácticas confesionales (Butler, 2006; Foucault, 2007)
y taxonómicas (Llamas, 1994) con la publicación en 1886 del libro de Psychopathía
Sexualis del psiquiatra alemán Richard von Krafft-Ebing. Allí se definía
por primera vez el concepto de heterosexualidad como una desviación o
una patología caracterizada por un apetito sexual desmedido que no solamente se
dirigía hacia el “sexo opuesto” y que se materializaba tanto en prácticas
sexuales no-reproductivas como en un exceso de lascivia. Mientras tanto, por
otro lado, la homosexualidad respondía más a un estado mental correspondiente
al “sexo opuesto” que a una práctica o atracción sexual determinada, de ahí su
consideración como “invertido” (Katz, 2012; Preciado, 2013).
Sin
embargo, las nociones iniciales son rápidamente modificadas con el desarrollo del
psicoanálisis (Katz, 2012) y la introducción de la noción de objeto sexual por parte de Sigmund Freud
(1905) para hacer referencia a la persona/objeto que produce atracción. En este
sentido, se entiende que la elección de objeto es un proceso de inserción
cultural y desarrollo psicosexual en donde se abandona una disposición
originaria de bisexualidad para
adoptar una tendencia monosexual
(Freud, 1905). Generando un doble movimiento en donde asume que ni
heterosexualidad ni homosexualidad son naturales por sí mismos, pero requieren
de un estudio de la trayectoria de su conformación para un estudio de la verdad
del sujeto (Foucault, 2007) y que, posteriormente, asume la homosexualidad como
un aspecto más primitivo y narcisista en contraposición con la heterosexualidad
mejor adaptada a las exigencias del mundo (Freud, 1910; 1933[1932]).
Por
otro lado, el desplazamiento de la heterosexualidad desde una anomalía a
posicionarse como sexualidad por defecto [by
default], e incluso como la condición de inocencia jurídica: “hasta que se
demuestre lo contrario”, involucra otra serie de acontecimientos. Aquí es
posible señalar el cambio desde una ética procreadora, cuyo ideal era el amor verdadero, es decir, un sentimiento
espiritual tan intenso entre dos sujetos que justificaba el matrimonio, el sexo
y la procreación; hacia una ética del placer de los sexos diferentes, que se
basaba en desligar el deseo sexual de la reproducción, transformación que
podemos ver ya consolidada en la década de 1960 con la proliferación de la
píldora anticonceptiva (Katz, 2012).
En
esta línea, el principio del siglo xx estuvo
marcado por una baja en la natalidad y alza en la mortalidad, acompañado de dos
Guerras Mundiales que arrasaron con gran parte de la población. Por lo tanto,
proliferó una exaltación del placer como medio para aumentar la capacidad
reproductiva, la intimidad marital y la estabilidad familiar por medio del amor
sexual como atracción erótica de dos sujetos de sexo diferente. En otras
palabras, a pesar del esfuerzo por desligarse de la procreación, la
heterosexualidad se instala como una forma privilegiada de conseguirla;
mientras que la homosexualidad de hombres y mujeres pasa a conformar un enemigo
de Estado al no permitir un objetivo poblacional (Katz, 2012).
En
suma, nos encontramos ante una noción que se estabiliza alrededor de la década
de 1960 con una forma más o menos similar a como la conocemos actualmente, y
que ha pasado por diversas mutaciones. Por lo tanto, nuestro interés, lejos de
escribir una historia extensiva de la heterosexualidad, ha sido posicionarla
como una invención reciente que tiene poco más de 100 años de antigüedad y que
es propiamente mutable, lo que nos lleva a preguntarnos por la conformación de
aquello que hemos llamado régimen heterosexual.
La
heterosexualidad como régimen político implica entenderla más como una matriz
de pensamiento que como una orientación sexual (Wittig, 1992). Una manera de
concebir el mundo y las relaciones entre los cuerpos con base en un juego
totalizador del binomio sexo-genérico: hombre-mujer o feminino-masculino. En
esta línea, la acción de leer o interpretar un cuerpo juega un rol fundamental,
pues toma determinadas partes del cuerpo y las dota de características que
darían cuenta del sexo, afirmando que “aparentemente un brazo o un codo son más
unisex que los huesos de la pelvis, por no nombrar los genitales” (Torras,
2007, p. 12), produciendo una resistencia a que cualquier cuerpo escape a “ser
(de) hombre o (de) mujer” (p. 12).
Que
el cuerpo sea leído nos indica que lejos de tener
un cuerpo o ser un cuerpo, lo que
ocurre es que devenimos cuerpo en el
momento en el cual somos interpretados por otros (Torras, 2007) o cuando
adquirimos el estatus de inteligibilidad (Butler, 2006). Sin embargo, dista de
ser una mera interpretación, pues conlleva un ejercicio de materialización
bajo la norma de los sexos o heteronorma a partir de un conjunto de
prácticas performativas (Butler, 2002) que instalan una reglamentación en
nuestra cultura que posiciona las relaciones heterosexuales y el binomio
sexo-genérico como el ideal y estatus de humano en el mundo contemporáneo (Warner,
2004).
Algunas notas
sobre pornografía
La pornografía ha sido identificada
por Preciado (2008) como una de las tecnologías
de género (de Lauretis, 1989) involucradas fuertemente en la batalla
simbólica y material en la construcción de los cuerpos en donde ha primado una
perspectiva heteronormada. Dicha situación ha generado que ocupe un lugar
polémico en los debates feministas (Barba y Montes, 2007) dentro de los cuales
es posible ejemplificar la disputa de al menos dos perspectivas (Orgaz y Rujas,
2010; Prada, 2010). La primera como una postura de corte
crítico-prohibicionista inscrito en los movimientos anti pornografía que surgen
principalmente en EE. UU. entre las décadas de 1970 y 1980 (Martínez, 2010).
Mientras que, el segundo, igualmente crítico que vincula la pornografía a un
terreno válido de resistencia y de de-construcción dentro de una perspectiva “pro sex” que ve en la figura del
abolicionismo y la prohibición una forma de violencia patriarcal (Willis,
2012).
Dichos
debates tienden a disminuir con la publicación de Hard Core de Linda Williams (1989) y el surgimiento de los Estudios Pornográficos o Porn Studies, desplazando el análisis
entre el prohibicionismo y el movimiento pro-sex (Barba y Montes, 2007; Boyle,
2006; Smith y Attwood, 2014) y adoptando una perspectiva de neutralidad frente
al impacto de las cintas pornográficas ignorando su potencial para perturbar,
incomodar y producir terror (Despentes, 2007). Así se inicia un análisis de su
producción y consumo, su estética, sus significados para una audiencia en
particular y su lugar en la cultura contemporánea (Attwood y Smith, 2014).
No
obstante, la definición de pornografía no es algo simple y despierta una serie
de debates que transcurren entre una perspectiva formal y una institucional.
La primera enfocada en la pornografía como imagen y en sus estructuras;
mientras que la segunda se centra en el lugar en el cual se manifiesta y las
relaciones socio-histórico-culturales que se despliegan para su aparición
(Barba y Montes, 2007). Sin ser de nuestro interés profundizar en los debates
en torno a dichas perspectivas, nos centramos en la segunda, principalmente
porque nos ofrece un marco situado desde donde poder hablar de la pornografía,
así como también nos permite entenderla al alero de una serie de dispositivos
de producción de la subjetividad.
Dentro
de esta línea, Barba y Montes (2007) conceptualizan la pornografía como una ceremonia, lo que quiere decir que
“nunca es un objeto identificable, sino la relación de un contenido con su
contexto y la experiencia individual de un contenido” (p. 39). En otras palabras,
la pornografía más que una imagen es una mirada particular situada
contextualmente, frente a la cual un sujeto se somete a la excitación provocada
por la identificación de su intimidad con el material que le será presentado.
Como
podemos observar en esta definición, la ceremonia
del porno implica que el material revele una verdad del sujeto (Amaya,
2014), de ahí que Díaz-Benítez (2013), siguiendo a Debord (2017), manifieste
que la pornografía recurre tanto a un hiperrealismo como al amateur para dotar a sus
representaciones de una espectacularidad como dimensión factual. Estos
mecanismos no son muy diferentes a la práctica de la confesión que localiza
Foucault (2007) a partir tanto de la pastoral como desde el psicoanálisis, un
ejercicio por el cual más que llegar a una verdad del sexo, es la creación
performativa del sexo como verdad (Butler, 2006).
Así nos encontramos con aquello que Arfuch
(2010) en su genealogía del espacio íntimo identifica como su paradoja
constitutiva, pues lo íntimo para existir amerita de su publicación, ya fuese
ésta por medio de la escritura o la práctica confesional, o incluso, tal como
analiza Concha (2009), la producción de la intimidad puede abarcar también la
reproducción de imágenes. La pornografía contemporánea en cuanto a un
dispositivo visual que nos lleva a posicionar la mirada sobre aquello que se
considera íntimo (Preciado, 2010) produce una verdad del sexo y de uno mismo,
como un punto cero de los cuerpos desde donde se normalizan y perpetúan una
serie de representaciones (Preciado, 2008) que abarcan tanto las prácticas
mismas como la organización de los videos dispuestos en una plataforma virtual.
En
suma, la pornografía no es una imagen, es una ceremonia donde un sujeto se dispone a encontrar su verdad (Barba y
Montes, 2007); sin embargo, dicho ejercicio no deja sino al descubierto que,
tal como las tecnologías del sexo presentes
en el análisis de Foucault (2007), la
pornografía se constituye una tecnología
del género y del cuerpo (Preciado, 2008) por medio de la producción de la
intimidad en su publicación (Arfuch, 2010) y toda una serie de nuevos
dispositivos que domestican la mirada hacia dicho espacio (Preciado, 2010). En
otras palabras, no hay verdad en la pornografía, más bien la pornografía es un
dispositivo de verdad.
La distinción
primaria
El diseño de las plataformas de las
tres páginas abordadas no es un ejercicio neutral e inocente. Tal como expresan
Orgaz y Rujas (2010) en un análisis similar, la distribución de los sitios de
divulgación de pornografía gratuita responde a elaboradas tramas de saber-poder
que pretenden organizar en esquemas complejos diversas relaciones de jerarquía
entre los cuerpos. Por lo cual, nuestro primer interés es abordar la forma en
la cual se dispone el material en los tres sitios.
Cada
una de las páginas mantiene su peculiaridad en cuanto a combinaciones de
colores entre el fondo y las letras, asimismo las tipografías y los tamaños son
variados. Sin embargo, existe una serie de regularidades de las cuales nos
podemos servir para aproximarnos, la primera consiste en una barra negra que se
encuentra en la parte superior de la ventana, en su extremo izquierdo consigna
con letras blancas: “Pornhub Network”, el nombre de la red de pornografía a la
cual pertenecen. Mientras que a la derecha se pueden encontrar los nombres de
cada una de las páginas que componen la red, los cuales se encuentran
hipervinculados a los diversos sitios.
Justo
debajo de la barra negra, podemos hallar el nombre y logotipo de las páginas,
cada uno con sus características particulares, mientras que más abajo
encontramos la barra de búsqueda y una serie de menús que nos ofrecen diversas
opciones para navegar en el sitio, tales como videos, categorías, cámaras en
vivo, etc. Por otro lado, a un costado derecho se ubica un espacio reservado a
la publicidad, la cual en la página principal corresponde a una imagen en
movimiento ―formato GIF― que nos muestra ya sea una secuencia de una película
pornográfica a promocionar o bien algún sitio de citas o una fórmula milagrosa
para el crecimiento del pene.
Por
último, se encuentran dispuestos los videos ordenados en filas. Su presentación
es particularmente interesante, pues ofrece una serie de datos con los cuales
el espectador toma la decisión. Primero se encuentra una imagen de vista previa
del video, la cual es seleccionada de forma aleatoria de alguno de los
fotogramas que lo componen, activada si se mantiene el cursor unos segundos
sobre ella se muestra una secuencia de imágenes que componen la trama. En
segundo lugar, al costado inferior derecho de la imagen se nos indica la
duración del video. Asimismo, debajo de la imagen encontramos el nombre del clip,
seguido de la cantidad de reproducciones y la puntuación con la cual ha sido
evaluado por parte de otros usuarios de la página.
Los
sitios web componen una serie de opciones por sobre las cuales comenzar a
navegar en ellos. No obstante, frente a un aparente caos de información,
existen algunos elementos dispuestos a ordenar y orientarnos para una adecuada
elección, son una especie de “mapa que le permite [al usuario] moverse por el
laberinto de cuerpos jadeantes del porno online” (Gallardo y Serrano, 2010, p.
192). Hablamos tanto de las categorías
como de las etiquetas o tags, los primeros siendo un elemento
con el cual la misma página ordena los videos de acuerdo a una taxonomía
predefinida, las cuales no necesariamente son excluyentes y se encuentran
disponibles en el menú homónimo que se ubica en la parte superior de la página.
Mientras que los segundos conforman una serie de “palabras claves” con las
cuales podemos encontrar un video gracias al buscador.
En
este universo de ordenamientos hemos encontrado aquello que llamamos la distinción primaria para hacer
referencia una segmentación radical en dos tipos de pornografía, a saber:
hablamos de la separación entre lo straight[2]
―cuya traducción literal desde el inglés puede asociarse a “derecho” y
“recto”, también utilizado para la designación de la heterosexualidad como lo
correcto― y, por otro lado, lo gay.
Ya
sea si optamos por la navegación por medio de las categorías o por medio de los
tags, siempre que elijamos o escribamos la palabra gay en el buscador somos inmediatamente redirigidos a una página
que puede conservar (Redtube y Pornhub) o no (Youporn) la misma dirección URL.
Sin embargo, en los tres casos se cumple un cambio en el diseño de las páginas:
la barra superior negra ahora muestra la consigna “Pornhub Network” subrayada
con un arcoíris; mientras que la publicidad cambia inmediatamente a escenas
homosexuales o a mostrar solamente cuerpos masculinos; y si volvemos sobre el
menú de categorías nos encontramos con toda una nueva lista especializada en la
pornografía gay.
Como
podemos apreciar, la distinción primaria genera una separación radical entre lo
straight y lo gay, como una especie de meta-criterio a partir del cual se
comienza a ordenar todo el conjunto de las categorías. Frente a esta situación,
podríamos pensar como Orgaz y Rujas (2010) y plantear que se debe a que la
homosexualidad es una categoría estigmatizada y negativa. Sin embargo, antes de
realizar dicha afirmación es necesario preguntarse cuáles son las posibilidades
que abre esta dicotomización del campo pornográfico, además del cuestionamiento
por los criterios que llevan a establecerlo de forma tan tajante. No creemos
que ello se deba, tal como lo expresan Gallardo y Serrano (2010), a que las
páginas analizadas se enfoquen en un público heterosexual, pues el reducir la
problemática a un mero asunto de segmentación de audiencia ignora que aun así
se encuentran presentes y marcan una distinción en los cuerpos.
De
tal forma, la distinción primaria nos exige realizar un ejercicio analítico en
torno a aquellos criterios que diferencian entre el porno straight y el gay, para
así poder llegar más allá de la mera descripción y sumergirnos sobre el terreno
de la normatividad de los cuerpos y develar las relaciones de poder que en ella
se imbrican (Butler, 2007).
Te quiero puta:
límite interno
Preguntarnos por aquello que
diferencia lo straight de lo gay conlleva no solamente encontrar una
serie de regularidades inmanentes a la misma práctica de la segmentación
primaria, sino que además nos exige realizar un ejercicio crítico de algunas de
las definiciones más extendidas en torno a esta dicotomía.
Una
primera definición de heterosexualidad, sumamente extendida en el uso común del
término, es la de una atracción sexual exclusiva hacia aquello que desde los
marcos heteronormativos podemos denominar como sexo opuesto. Así, se adoptan,
por lo menos, dos supuestos en esta caracterización: (1) el deseo heterosexual
es excluyente de algunas formaciones corporales, centrándose solamente en
aquello que es su opuesto; y (2) la existencia de una corporalidad opuesta. Sin
embargo, estas ideas centrales en esta definición son puestas en duda por tres
categorías pertenecientes al porno straight:
“bisexual”, “lesbian”, y “shemale”; las cuales pasamos a analizar
a continuación.
Las
dos primeras categorías ponen en tensión el primer supuesto, pues en ellas se
organizan aquellos videos que, por un lado, muestran a un trio compuestos por
dos hombres y una mujer, en el cual las prácticas sexuales involucran
penetración anal y sexo oral entre los hombres, así como también desde los
hombres hacia la mujer; mientras que por otro lado relaciones sexuales entre
dos o más mujeres. Así, estas categorías nos llevan a pensar que la diferencia
entre lo straight y lo gay no involucra necesariamente la
atracción sexual hacia una especie de sexo opuesto, de hecho en ambas hay una
práctica sexual con aquello que podríamos considerar un mismo sexo.
Caso
distinto es lo que ocurre con la tercera categoría en cuestión, en la cual
involucra un tipo diferente de corporeidad. La etiqueta shemale ―compuesta por el juego de las palabras “she” y “male” que traducidas del inglés al español corresponden a “ella” y
“masculino”, dando cuenta de una mofa o advertencia tránsfoba en su uso― agrupa
una serie de videos en donde se presentan prácticas sexuales con cuerpos
intervenidos hormonal y/o quirúrgicamente para realizar una transición de sexo
de hombre a mujer, pero que conservan el pene pudiendo penetrar o no a un
hombre en la escena (Phillips, 2005). Cabe destacar que la nominación de la
categoría ha sido ampliamente criticada por ser peyorativa y reduccionista al
marcar una centralidad en el pene para referir a una formación identitaria y
corporal (Steinbock, 2018). Siendo esta ambigüedad de lectura la que nos lleva
a cuestionar la idea de que necesariamente hay algo así como un sexo opuesto,
el cual es el segundo supuesto que hemos identificado en nuestra primera
definición. Entonces, si la pornografía straight
no se define en estos márgenes, habría que preguntarse cuál es su criterio
de división.
Por
lo tanto, rápidamente recurrimos a otra definición que proviene tanto del mundo
de la filosofía como del activismo feminista. Nos referimos a aquel punto que
Deleuze y Guattari (1998), Preciado (2009) y Manada de Lobxs (2014), entre
otros, han planteado como la base de la construcción del hombre heterosexual
occidental y su privilegio sobre el espacio público, es decir, al bloqueo de su
orificio anal y al placer de dicha zona. Mientras que la mujer fue
desautorizada en lo público y sus orificios fueron abiertos. Esta es la
definición que ha llevado a diversos grupos y pensadores a plantear el ano como
un punto de resistencia al régimen heterosexual, como un espacio de
transgresión de la masculinidad. No obstante, esta caracterización también es
tensionada cuando vemos algunos de los tags con los cuales se agrupan una serie
de videos de prácticas de placer anal hacia hombres, tales como “pegging”, “strap-on”, y “rimming” o
“rim job”.
En
las dos primeras etiquetas se conglomeran una serie de videos en los cuales,
por medio del uso de un dildo u otro objeto, un hombre es penetrado analmente
por una mujer ―generalmente una “femdom”
o “dominatrix”― con la finalidad de
generar placer en una performance que simula una situación de castigo o de
“dominación”. Muy similar, pero con características propias, la tercera
etiqueta agrupa aquellos clips en los cuales una mujer práctica a un hombre
sexo oral lengua-ano, diferenciándose así de la etiqueta “eat ass”, la cual es reservada para la misma práctica realizada
desde un hombre hacia una mujer. En otras palabras, tal como se aprecia, el ano
del hombre heterosexual no escapa de las redes de producción y circulación de
placer-capital dispuestas en la pornografía, así pensar en una heterosexualidad
con el ano protegido y reguardado se vuelve problemático: lo correcto ―straight― involucra el ano como un punto
de encuentro.
Si
bien todas estas categorías forman parte de la pornografía straight, se nos podría argumentar, desde un punto estadístico y
enfocado en las frecuencias, que no son necesariamente representativas, pues
cuentan con una inferioridad tanto en la cantidad de videos como en sus
reproducciones. No obstante, esta perspectiva ignora que, tal como lo plantea Íñiguez
(2011), es posible analizar estos objetos en cuanto a componentes de una
agrupación en específico que interactúan entre sí, además de producir un efecto
de significado. Por lo cual, lo que nos interesa no es qué tan frecuentemente
son vistos los videos o qué tantos se pueden encontrar en las páginas, sino que
conforman parte de la división primaria y son entendidos como heterosexuales y,
en ese sentido, producen a la heterosexualidad incluso sin que ésta sea
definida de antemano desde estos límites.
Nos
vemos así ante la imposibilidad de aplicar alguna definición de
heterosexualidad para ver sus límites en las categorizaciones y en el etiquetado
de los videos. Entonces, nos preguntamos cómo encontrar aquel límite interno. Sin
darnos cuenta, en un primer momento, ya hemos enunciado el límite interno en
numerosas ocasiones, pues nos referimos específicamente a aquel elemento que
acompaña siempre a los clips en todas sus categorías el porno straight: La Mujer[3]
―con mayúscula― como una
especie de gramática universal, tal como lo analiza Wittig (1992) y de Lauretis
(1992) en cuanto a un gran significante que es imposible de aprehender por
parte de las representaciones masculinas del mundo. La Mujer es aquel lugar que
resguarda al hombre heterosexual en una infinidad de prácticas que puedan
desafiar los límites de la heteronorma. Al menos así lo recuerda Preciado
(2010) a propósito de los cambios que instauró Playboy en la arquitectura
urbana y el surgimiento de la girl next
door como un dispositivo que asegura la condición sexual del nuevo soltero
suburbano que promocionaba el imperio del conejo.
Dentro
del porno straight dos son las
categorías que muestran el uso de La Mujer como límite interno, a saber: “bisexual” y “lesbian”. Por un lado, su función sería mantener el “ambiente
hetero” entre los dos machos; mientras que, por otro, representan una captura
del lesbianismo, dejándolo a merced del ojo voyeur
heterosexual. Este último punto es fundamental si tenemos en cuenta la famosa
frase de Wittig (1992) “las lesbianas no son mujeres” (p. 57), haciendo
referencia al lesbianismo como un punto de resistencia frente a la categoría de
sexo y el pensamiento heterosexual. Sin embargo, vemos que como enclave
identitario rápidamente es fagocitada en tanto que funcional (Preciado, 2002) y
posicionada como un objeto de placer dentro del mercado sexual (Preciado,
2008). Esto queda reforzado en su usual hibridación con la categoría “threesome” ―tríos―, en donde las
lesbianas responden al imaginario de la heterosexualidad que las posiciona como
“mujeres tan calientes que incluso les gustan las mujeres” (Hija de Perra,
2011, p. 145) y que un pene entre medio ayudaría a completar la situación,
fantasía straight por excelencia.
De esta forma, la primera objeción a la cual
me veo expuesto ―y que destaco de forma heurística― es con respecto a la
categoría “shemale”: ¿cómo es posible
que una categoría que guarda relación con un énfasis en el pene como signo
reduccionista y peyorativo de cambio de sexo se mantenga incluida en la
gramática universalidad de La Mujer? Nos vemos enfrentados a un nuevo
desplazamiento que tiene lugar principalmente gracias a la invención del gen (Haraway, 2004), así como también la
hormona y la categoría de género (Preciado, 2008), posibilitando
la existencia cada vez más marcada de un cuerpo hibrido o cyborg (Haraway, 1995). Así, emergen una serie de patrones que
comenzarán a leer el cuerpo en otros códigos. La lectura de la shemale ya no pasa solamente por su
genitalidad ―aspecto que no dista de ser problemático y remarcado― sino que
también en cuanto a una serie de caracteres secundarios y, principalmente, en
cuanto a nivel hormonal del cuerpo modificado a base de fármacos. Shemale es categorizada como mujer,
recordando que la interpretación del cuerpo no escapa de “ser (de) hombre y ser
(de) mujer” (Torras, 2007, p. 12), podemos ver aquí nuevamente una captura de
los cuerpos, en donde shemale
comienza a jugar un rol en la producción de capital que pone su capacidad
orgásmica al servicio del consumo (Preciado, 2008) y que no es ajeno a las
fantasías straight con el mercado
sexual trans (Hija de Perra, 2011).
En
resumidas cuentas, el límite interno que diferencia entre el porno straight y gay corresponde a La Mujer como gramática universal. Razón por la
cual es desde donde se define cada una de las dos macro categorías, siendo la
primera aquella pornografía en la cual existe la presencia de La Mujer y, la
segunda, una ausencia de Ella. Sin embargo, no conformaría el único límite de
la heterosexualidad en tanto que régimen político (Wittig, 1992), existe a la
par de un elemento más que consistirá en su exterioridad –distinto de su
afuera– y que no se encuentra presente dentro del mundo straight, sino que consiste en una inteligibilidad oprimida
(Butler, 2006).
A mí me gustan
bien machitos: límite externo
Cuando nos sumergimos en el mundo de
la pornografía gay, sus categorías y
sus etiquetas, resulta llamativo sus similitudes al porno straight principalmente en cuanto a sus prácticas. Así, rápidamente
nos damos cuenta que comparten una especie de sexo coreográfico con las posiciones, los tiempos, los ángulos,
gritos, gemidos, diálogos, etc. Los clips se encuentran altamente estructurados
de forma estereotípica a lo largo de las performances
sexuales (Díaz-Benítez, 2013). Dicha similitud podría llegar a ser
considerada como un indicio de fragilidad de la distinción. Sin embargo, muy
por el contrario es uno de sus puntos de fortaleza para re-producir el
universalismo del pensamiento heterosexual que impide pensar en categorías y
prácticas que no pertenezcan a dicho núcleo (Wittig, 1992). Este límite
exterior, según entiendo siguiendo a Butler (2006), funciona bajo la lógica del
deseo de reconocimiento y se articula a partir de lo que Gutiérrez (2014), en
su ficción autopornográfica, denomina como culpa
cola:
En la gueidad está la
idea de que hay que ser mejor persona que el resto heterosezual- y esa hueá es pura culpa cola [cursivas
añadidas]. Culpa cola cuando uno dice “los gais podemos ser muy fieles con
nuestras parejas”, “los gais somos EXCELENTES padres”, “los gais podemos tener
relaciones duraderas”.
El
heterosezual no anda con afirmaciones de virtud moral porque la heteroculpa no
existe. Podís ser mal papá, sabanear los peos, culiarte a todo el mundo y ser
hetero, y nadie va a decir “ai es hetero”. Podís ser mal papá, sabanear los
peos, culiarte a todo el mundo y ser cola, y todo el mundo va a pensar que son
datos de la misma causa de antivirtuc, como si uno no tuviera derecho a ser
cola y saco de hueas (Gutiérrez, 2014, p. 93).
Entendemos que, en las actuales
formaciones del capitalismo, el control no se realiza sobre las conductas, sino
que abarca el deseo de los sujetos (Guattari y Rolnik, 2015). De ahí que la
necesidad de identificarse con aquellas identidades universales sea un
imperativo. Situándonos en el caso del límite externo, nos es nuevamente útil
la referencia a Wittig (1992) quien declara que “cuando el pensamiento
heterosexual piensa la homosexualidad, ésta no es más que heterosexualidad” (p.
52). En otras palabras, el mundo contemporáneo es straight by default, todo
lo que no pertenezca a ella será inducido a desear serlo, homologar sus
formas-de-vida, de lo contrario no será.
De
tal forma, si La Mujer nos indica qué es lo straight
y qué es lo gay, la culpa cola
nos dice qué es El Hombre ―con
mayúscula― como gramática universal[4],
pues aquí ocurren una serie de repeticiones performativas (Butler, 2002) de lo
que es ser hombre heterosexual, sin que ello pre-exista al mismo acto de su imitación
forzosa por alcanzar el estatus de cuerpo inteligible (Butler, 2006). Teniendo
en cuenta que la pornografía gay se
define por la ausencia de La Mujer en sus videos, los cuerpos que allí son
producidos deben buscar mecanismos alternativos para mantener su reconocimiento
y es por ello que apuntan a re-producir las características de El Hombre en
tanto heterosexual. Esto se logra apreciar de forma más clara en una serie de
categorías específicas del porno gay,
tales como lo son “bear” o “hairy”, “leather”, “daddy”, y “muscle”; las cuales pasamos a analizar a
continuación.
En
todas las categorías mencionadas, entre tantas otras con las cuales se
hibridan, se nos presentan cuerpos masculinos esculpidos a base de esteroides y
gimnasio, generalmente velludos, acompañados de prendas de cuero ―como el caso
de leather― y entre un espectro de
edad que puede bordear los cuarenta años. En algunos casos, como la categoría daddy, este hombre suele ser acompañado
por uno de menor edad, el “twink”
como la figura del hijo ―o alguno de sus amigos― en cuanto objeto sexual. Vemos,
así cómo la exacerbación de la masculinidad en su repetición constante (Butler,
2002) performa aquello que pretende reproducir (Preciado, 2002), esto es: el
caminar como hombre, coger como hombre, ser velludo como hombre, rudo como
hombre, etc.
Es
necesario destacar que lo que se observa en relación a categorías como leather y bear es una referencia a una serie de contraculturas homosexuales
que, desde mediados de la década de 1950 y la década de 1980, conformaron una
serie de grupos que no solamente planteaban una estética de resistencia al
estereotipo del hombre gay joven y
delgado, sino que también pusieron en práctica todo un conjunto de prácticas
sexo-afectivas diferentes a las establecidas por norma social (Sáez, 2005). No
obstante, se aprecia que este conjunto de taxonomías, tal como vimos en el caso
de la shemale, muestran una visión
reduccionista y estereotipada de la industria pornográfica al tomar solamente
algunos elementos para la producción de los videos.
Por
otro lado, existe una categoría adicional que se involucra con la culpa cola y
cuya referencia escapa de los signos de la masculina, pero de igual forma
aporta un elemento relevante de analizar. Hablamos de los videos “bareback”, noción que agrupa aquellas
prácticas de penetración anal donde no se utiliza condón. Este último punto es
de gran interés, pues dentro del resto de las categorías del porno gay es sumamente regular y normativo el
uso de preservativos siempre y cuando sea para penetraciones anales, no así en
el caso el sexo oral boca-pene o boca-ano.
Al
observar esta categoría emergen las preguntas por el uso de condones, pero
especialmente por su especificidad en las prácticas de sexo anal, lo cual nos
retrotrae una referencia histórica e inmunitaria. Hablamos de la fantasmagórica
presencia del VIH/Sida y que, en sus recientes apariciones en el año 1981 es
referido como Gay-related inmunodeficiency ―inmunodeficiencia
relacionada con los gays, en español―
o Wrath of God syndrome ―Síndrome de la ira de Dios, en español― e
incluso llamado “cáncer rosa” por parte de la comunidad médica y los medios de
comunicación para hacer referencia a una asociación entre la homosexualidad y
sus prácticas sexuales con el contagio del virus y desarrollo del síndrome
(Llamas, 1994). Estas representaciones científicas y culturales del VIH/Sida lo
ponen en escena y construyen una experiencia en torno a él (Crimp, 1987), de
ahí que Haraway (1995) indique que su historia es en realidad una historia
política.
De
tal manera, vemos un uso generalizado de condones en gran parte de los videos
de porno gay que solamente es
excluido en la categoría bareback, lo
que tiene una serie de consecuencias. En primer lugar, la gran mayoría de las
categorías emplea el condón como una forma de distanciamiento del fantasma del
VIH/Sida y su asociación a la práctica homosexual para acercar al ideario
heterosexual y producirlo en dicho ejercicio. Mientras que, en segundo lugar,
los clips bareback al no utilizar
condón ponen en juego todo otro conjunto de referencias estéticas, pues al
considerarse una práctica de riesgo para el sistema sanitario heterosexual
(Ávila y Montenegro, 2011) tiende a exacerbar un conjunto de rasgos masculinos
que intentan reafirmar el cuerpo homosexual como inteligible y sus prácticas
como distantes de la perversión del “cáncer rosa”.
Es
necesario destacar que estas diferenciaciones cada vez son menos frecuentes,
posiblemente a propósito de la intervención farmacológica en torno al VIH-Sida,
lo cual podría mostrar una obsolescencia de estas observaciones. No obstante,
es oportuno volver a referir el distanciamiento estadístico y de frecuencias
presente en este análisis, siendo más relevantes los efectos y la circulación
de significados (Íñiguez, 2011). Siendo así, si bien podríamos estar ante un
ocaso de la distinción que marca la categoría bareback, aún nos podríamos encontrar en un escenario en donde la
presencia de fármacos tras bambalinas emplea la misma función que el condón, es
decir, una referencia inmunitaria.
De
tal forma, logramos identificar dos virtudes que se refuerzan en la pornografía
gay ―lo que no quiere decir que no
existan más―. La primera de ellas es la identificación fenotípica y
performativa de la masculinidad; mientras que la segunda responde a criterios
de salud-enfermedad enfocados en la prevención del VIH/Sida. En suma, el modelo
que proponemos aquí para comprender las tecnologías por las cuales se produce
un cuerpo inteligible hetero-homo refieren a dos límites que delimitan y
refuerzan la norma de un cuerpo heterosexual masculino: un límite interno que
separará y definirá qué es lo heterosexual, y un límite externo que, sin escapar
de la dinámica, producirá a la gramática de El Hombre en un intento de reflejar
algo que no pre-existe pero que a la vez produce en la distancia con él.
Conclusiones
En este trabajo hemos analizado la
heterosexualidad en cuanto régimen político, así como también el rol que juega
la pornografía como una tecnología de género a partir de las categorías y
etiquetas de la pornografía de distribución gratuita, desde donde encontramos
una división primigenia cuyo criterio de división es la gramática universal de
La Mujer, la cual sería reforzada por medio de la gramática universal de El
Hombre, es decir, un límite interno y uno externo. Dinámicas que adquieren un
carácter situado en el periodo y los sitios webs abordados en este análisis y
que no tiene la pretensión de ser universalizable, sino simplemente poner en
tensión una serie de definiciones asumidas hasta el momento.
De
tal manera, nos interesa destacar la serie de transformaciones que ha sufrido
la categoría de heterosexual frente a un nuevo escenario político-social en
donde se ha anclado fuertemente un imperativo del placer (Preciado, 2008). Tal
como vimos, la definición de la heterosexualidad no involucra un enfoque basado
en la atracción sexual ni tampoco uno centrado en la obstrucción del ano, sino
que atraviesa un campo en el cual se performa a partir de la presencia de La
Mujer, frente a esto nos preguntamos ¿existe un movimiento que, hasta cierto
punto, nos permite pensar en la heterosexualidad desde su primera
conceptualización como un exceso de deseo sexual, pero ahora como normalidad y
no como patología? ¿Hasta qué punto esta definición no involucra un aspecto
existente desde sus primeras conceptualizaciones y que se ha sublimado por una
serie de mecanismos que responden a determinadas exigencias situadas
históricamente, cuyo funcionamiento contemporáneo se ha limitado a la presencia
de La Mujer como una figura de límite que posibilita la emergencia de un saber
en torno a las desviaciones como una forma de producción constante de
sexualidad que produce una verdad sobre los sujetos? ¿Por qué ha existido tan
poco interés por indagar en las transformaciones contemporáneas de la
heterosexualidad, siendo que por su carácter inmanente se encuentra sujeta al
cambio de aquellos factores que le otorgan posibilidad? En este punto, las
limitaciones de nuestro abordaje nos impiden dar respuestas, pero asimismo, ha
permitido la producción de una serie de nuevas problemáticas en torno a la
heterosexualidad, o más bien, ha vuelto problemática a la heterosexualidad.
Por
otro lado, si pensamos en la producción performativa de El Hombre como intento
de imitar algo que no existe previo al ejercicio de copia ¿es aún válida la
afirmación con la cual pensamos que la heterosexualidad es la sexualidad por
defecto de los cuerpos? Nos arriesgamos por responder negativamente, pues
creemos que los cuerpos no se leen como heterosexuales por defecto, sino que
existe un movimiento que plantea una duda constante sobre los cuerpos y les
exige constantemente que demuestren que no son homosexuales. En otras palabras,
planteamos que “todos los cuerpos son homosexuales hasta que demuestren lo
contrario”, pues la homosexualidad se ha performado como una heterosexualidad
exacerbada que, frente a una serie de dudas, debe ser constantemente puesta a
prueba.
En
esta línea, llegamos a un tercer punto, pues se nos muestra que solo los
hombres son heterosexuales, mientras que las mujeres son relegadas a un espacio
en el cual las fronteras hetero-homo no existen, pues ellas mismas son dicha
barrera. Así, creemos que uno de los principales mecanismos por los cuales se
perpetua la heteronorma es la producción del deseo de identificación con la
norma (Guattari y Rolnik, 2015), por lo cual si los cuerpos no pertenecen ya
fuese a El Hombre o La Mujer pierden su estatus de inteligibilidad y pasan a
ser legítimamente exterminables (Butler, 2006). Ello permitiría explicar la
perpetuación de la violencia sobre cuerpos abyectos, y la justificación que
recibe por parte de diversas instituciones al no ajustarse a lo esperado.
Frente
a este ordenamiento ¿cómo pensar en un mundo diferente? Si mantenemos nuestra
idea de que la pornografía funciona bajo parámetros heteronormativos ¿cómo
llevar a cabo la resistencia? Nos encontramos en un terreno en el cual
fácilmente podemos coincidir con la lectura de Barba y Montes (2007) de que la
pornografía no es revolucionaria, pues no transgrede los límites de una
sociedad, sino que se sirve de la prohibición para su funcionamiento. Sin
embargo, considerando la imposibilidad de rechazar el dispositivo en el cual
hemos sido constituidos, podemos pensar más bien la resistencia no como una
lucha contra la prohibición, sino que involucra el despliegue de
contra-disciplinas sexuales en la proliferación de prácticas no (re)productivas
como estrategia política (Preciado, 2008), o tal como diría Alejandra Castillo
(2014), siguiendo a Butler (2007), la proliferación de repeticiones paródicas que
constituyen al propio dispositivo, pero de forma desviada, generando una escena
distinta.
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[1]
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[2]
De ahora en adelante comenzaremos a emplear esta palabra para hacer referencia
al porno heterosexual, debido a su carácter performativo de construir una
sexualidad correcta y una desviada.
[3]
Una de las mejores definiciones es, a nuestro parecer, la de Preciado:
Mujercitas,
el coraje de las madres, la píldora, cóctel hipercargado de estrógeno y
progesterona, el honor de las vírgenes; La bella durmiente, la bulimia, el
deseo de un hijo, la vergüenza de la desfloración; La sirenita, el silencio
frente a la violación; Cenicienta, la inmoralidad última del aborto, los
pastelitos, saber hacer una buena mamada, el Lexomil, la vergüenza de no
haberlo hecho todavía; Lo que el viento se llevó, decir no cuando quieres decir
sí, quedarse en casa, tener las manos pequeñas, los zapatitos de Audrey
Hepburn, la codeína, el cuidado del cabello, la moda, decir sí cuando quieres
decir no, la anorexia, el secreto de saber que quien te gusta realmente es tu
amiga, el miedo a envejecer, la necesidad constante de estar a dieta, el
imperativo de la belleza, la cleptomanía, la compasión, la cocina, la
sensualidad desesperada de Marilyn Monroe, la manicura, no hacer ruido al
pasar, no hacer ruido al comer, el algodón inmaculado y cancerígeno del Tampax,
la certitud de la maternidad como lazo natural, no saber gritar, no saber
pagar, no saber matar, no saber mucho de casi nada o saber mucho de todo pero
no poder afirmarlo, saber esperar, la elegancia discreta de lady Di, el Prozac,
el miedo de ser una perra calentona, el Valium, la necesidad de string, saber
contenerse, dejarse dar por él cuándo hace falta, resignarse, la depilación
justa del pubis, la depresión, la seda, las bolsas de lavanda que huelen bien,
la sonrisa, la momificación en vida del rostro liso de la juventud, el amor
antes que el sexo, el cáncer de mama, ser mantenida, que tu marido te deje por
otra más joven… (Preciado, 2008, pp. 91-92).
[4]
Nuevamente, Preciado nos brinda una definición:
Rio Grade, el fútbol, Rocky, llevar los pantalones, saber dar una hostia cuando es necesario; Scarface, saber levantar la voz; Platoon, saber matar, los medios de comunicación, la úlcera de estómago, la precariedad de la paternidad como lazo natural, el buzo, el sudor, la guerra (aunque sea en su versión televisiva). Bruce Willis, la Intifada, la velocidad, el terrorismo, el sexo por el sexo, que se te levante como a Rocco Siffredi, saber beber, ganar dinero, Omeoprazol, la ciudad, el bar, las putas, el boxeo, el garaje, la vergüenza de que no se te levante como a Rocco Siffredi, el Viagra, el cáncer de próstata, la nariz rota, la filosofía, la gastronomía, tener las manos sucias, Bruce Lee, pagar una pensión a tu ex mujer, la violencia doméstica, las películas de horror, el porno, el juego, las apuestas, los ministerios, el Gobierno, el Estado, la dirección de empresa, la charcutería, la pesca y la caza, las botas, las corbatas, la barba de dos días, el alcohol, el infarto, la calvicie, la fórmula 1, el viaje a la Luna, la borrachera, colgarse, los relojes grandes, los callos en las manos, (…) la camaradería, las carcajadas, la inteligencia, el saber enciclopédico, la rial-killers, el heavy-metal, dejar a tu mujer por otra más joven, (…) no ver a tus hijos después del divorcio, las ganas de que te den por culo… (Preciado, 2008, p. 92).