LA
INCRUSTACIÓN INVISIBLE
THE
INVISIBLE EMBEDDING
Gabriel Govea Acosta[1]
Resumen
Este ensayo tiene por
objetivo presentar la Teoría Queer,
sus orígenes, contexto, traducciones y conceptos principales para realizar una
lectura crítica al poemario Nada de
incrustaciones, de un joven michoacano nacido en los ochenta, Daniel Wence.
Tal ejercicio quiere ejemplificar que las poéticas mexicanas actualmente
contemplan un modo de escritura influenciada por los postulados queer sobre la identidad, el cuerpo y el
deseo como construcciones sociales en oposición al discurso hegemónico
esencialista. Asimismo, este acercamiento constituye una reflexión sobre la
pertinencia del transplante de la Teoría Queer
al contexto de la literatura escrita en español.
Palabras
clave:
postfeminismo, identidad, poesía contemporánea, performatividad, Daniel Wence
Abstract
This essay is intended to present
a full background and the highlights concepts of the Queer Theory. In order to perform a
critical reading of the poetry book: Nada de incrustaciones [None of scale],
written by Daniel Wance a young poet, born in Michoacan, Mexico. This
work pretends to exemplify the influences of the “Queer” Postulates into
Mexican poetry, such as social identity constructions as opposed to
essentialist hegemonic discourse. Furthermore, this is an approach to the
relevance of the relocation of the Queer Theory into Hispanic literature.
Keywords: postfeminism, identity, contemporary poetry,
performativity, Daniel Wence
recepción:
08 de agosto de 2019
aceptación:
11 de diciembre de 2019
La
rebelión más importante que puede hacer una lesbiana de color
contra
su cultura nativa es la de su conducta sexual. Desafía dos prohibiciones
morales:
sexualidad y homosexualidad. Siendo lesbiana, educada como católica,
adoctrinada
como hetero, elegí ser queer.
Gloria Anzaldúa, Borderlands, la Frontera.
No
decía palabras,
acercaba
tan sólo un cuerpo interrogante,
porque
ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya
respuesta no existe,
una
hoja cuya rama no existe,
un
mundo cuyo cielo no existe.
Luis Cernuda, Los placeres prohibidos.
Un breve cuaderno de
poemas apareció adjunto al número que conmemora el 20 aniversario de la revista
Tierra Adentro, en 2010. El autor es
un joven michoacano de nombre Daniel Wence, nacido en 1983; el poemario se
titula Nada de incrustaciones. Como
él, otros más han sido seleccionados para formar parte de la colección La ceibita, desprendida de las políticas
culturales del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Una lectura a sus
poemas sugiere que en México se desarrolla una poética que desde hace por lo
menos tres décadas ha conmovido profundamente dos campos de expresión humana en
Occidente, hasta volverlos uno mismo: el lenguaje y la sexualidad (cuerpo,
deseo). Si bien las reflexiones en torno a este tema datan con claridad desde
Freud[2], no es sino hasta las
manifestaciones políticas queer de
finales de los ochenta cuando cobran pleno sentido, ganan un territorio
explícito, con objetivos políticos definidos, teniendo a la escritura como algo
más que un instrumento para canalizar un tema: ahora es un cuerpo, un generador
de realidades, catalizador subversivo que se confunde con los linderos de la
piel. En palabras iniciales, una escritura que es secreción corporal, pero no
de un cuerpo biológico solamente, sino marcado por todas las inscripciones de
la cultura, donde la historia ha dejado profundas escarificaciones insalvables:
(cuando lo supe
el nombre se me
fue escurriendo primero por el lado
derecho del aura (¿?)
luego dio la vuelta y me penetró sin
avisarme cada letra
ronda dentro me copula / me lastima
y finalmente quedo
preñado de mi historia que no sería
tal sin tu propio
tiempo en que asaltabas mi casa mi
tierra mi sábana y su
absolútame-
lancolía con que solía
morderla aferrado / casi enfermo
por arrancarla de mi piel
así me desgajara el cuerpo.
cuando lo supe). (Wence, 2010, p. 15)
¿Por qué Queer? Haremos un breve recorrido para
justificar este trasplante lingüístico en nuestro contexto. El movimiento queer nació a finales de los ochenta en
Estados Unidos y Europa. Se trató, inicialmente, de una movilización social que
surgió como reacción ante la crisis del SIDA, la indiferencia del gobierno
estadounidense, la homosexualización de la pandemia así como los abusos de las
empresas farmacéuticas en el costo de los primeros tratamientos. Como recoge
Javier Sáez,
en este
contexto, surge el grupo ACT-UP (Aids Coalition to Unleash Power) compuesto por
personas seropositivas, gays, lesbianas, drogodependientes, trabajador@s
sexuales, hombres y mujeres negr@s y chican@s, y otros colectivos minoritarios,
todos ellos enfurecidos por este abandono estatal en la crisis del sida. (2005,
p. 68)
En 1990 surgió el
grupo Queer Nation en Nueva York, el
cual se inspiró en las políticas de ACT-UP, proyectó un discurso cargado de ira
que defendía la resistencia y se erigía sobre la base contraria del modelo
heterocentrado. El límite y la orilla se volvieron espacios de orgullo y
resistencia; a diferencia del movimiento gay anterior, no aspiraba a ser
asimilado por las políticas heterosexuales (no le interesaría el derecho al
matrimonio, por ejemplo). Además:
La crisis
del sida puso de manifiesto que la construcción social de los cuerpos, su
represión, el ejercicio del poder, la homofobia, la exclusión social, el
colonialismo, la lucha de clases, el racismo, el sistema de sexo y género, el
heterocentrismo, etc., son fenómenos que se comunican entre sí, que se producen
por medio de un conjunto de tecnologías complejas, y que la reacción o la
resistencia a esos poderes exige asimismo estrategias articuladas que tengan en
cuenta numerosos criterios: raza, clase social, género, inmigración,
enfermedad… criterios fundamentales de lucha que ponen sobre la mesa las
multitudes queer. (Sáez, 2005, p. 69)
Así pues, el SIDA
sirvió de fuerza centrípeta que reunió a sectores (y por lo tanto discursos)
que antes se encontraban separados.
El término
queer es un insulto cuyo significado
en español es “raro”, “desviado”, “torcido”, “homosexual”, “marimacha”,
“maricón”. No se traduce porque en sí mismo abarca muchas palabras, queer no es femenina ni masculina, y
aparte de incluir a las lesbianas y a los homosexuales, incluye a personas
trans y bisexuales. Su alcance resulta estratégico para denominar a todos los
que se salen de la norma. Sáez distingue otros factores que propiciaron el
desarrollo del movimiento queer: la
crisis del feminismo, los postulados del filósofo francés Michael Foucault y la
crisis del movimiento lésbico-gay.
Como ejemplo del primero, cabe resaltar el pensamiento de la filósofa Monique
Wittig, practicante de un feminismo radical lesbiano, precursor de la Teoría Queer:
Los
discursos que nos oprimen muy en particular a las lesbianas, mujeres y a los
hombres homosexuales dan por sentado que lo que funda la sociedad, cualquier
sociedad, es la heterosexualidad. Estos discursos hablan de nosotras y
pretenden decir la verdad en un espacio apolítico, como si todo ello pudiera
escapar de lo político en este momento de la historia (2006, p. 49).
Wittig sigue la línea
materialista-marxista para distinguir en las mujeres a una clase oprimida. Pero
su aportación fundamental reside en su máxima de que “las lesbianas no son
mujeres” porque el término “mujer” sólo tiene sentido en el sistema
heterosexual mientras que aquéllas han salido “una por una” de tal sistema.
Esta visión se suma a la idea en torno al binarismo sexo/género cuya construcción,
según los postulados queer, es
cultural. El segundo factor básico para la Teoría Queer es el pensamiento de Foucault, quien planteó el poder en
términos productivos, no como una fuerza que se ejerce de manera vertical, sino
como una red transversal de relaciones a lo largo del tejido social. Foucault
descarta la hipótesis represora de la sexualidad y la sustituye por la de una
creciente incitación a los discursos por desvelar la verdad sobre el sexo
(2009, pp. 91-92). Así, el sacerdote y después el psicoanalista son las figuras
que se hacen cargo de recibir la confesión, un discurso construido sobre la
necesidad de desvelar el sexo, pero ya no se trata de una verdad que se
descubre, sino que se construye. En este sentido, cabría estudiar el discurso
poético del deseo como una construcción con efectos políticos rastreables, como
es el caso de Le corps lesbien, de
Monique Wittig, donde mediante el lenguaje, la ruptura del pronombre en primera
persona, la autora descompone el cuerpo de la(s) amante(s) en descripciones
pormenorizadas de los órganos internos al mismo tiempo que trastoca la sintaxis
y el orden narrativo, estableciendo una fusión cuerpo-texto (Sáez, 2004, p.
99).
Desde esta
visión, la escritura es un espacio de legitimación del deseo, de articulación
de placeres. Por último, cabe decir que el movimiento lésbico-gay entró en crisis debido a su postura
esencialista. Las movilizaciones de los sesenta y setenta dieron pie a un
mercado rosa del que no todos podían disfrutar. Principalmente, los
beneficiarios de esta lucha fueron blancos y burgueses que incluso rechazaron
otros espectros de la identidad, es decir, se adaptaron a las políticas
heterosexuales de la vida en matrimonio.
En relación con lo anterior, surgió
a finales del siglo XX y principios del XXI lo que se conoce como
Postfeminismo, una serie de reflexiones que, resume la psicóloga social Grecia
Guzmán, ponen el acento en un aspecto crucial: los movimientos feministas
anteriores habían dado por hecho que la mujer es una identidad fija, estática y
binaria respecto del hombre. Pero ¿qué es la mujer?, ¿qué la define
verdaderamente como tal?, ¿sus características anatómicas y biológicas?, ¿sus
prácticas sexuales?, ¿su desenvolvimiento y roles sociales? Así comienza una
línea de pensamiento que une la deconstrucción que plantea el filósofo Jacques
Derrida para el texto y el binarismo operante en la Lingüística, con el propio
feminismo, lo que da lugar a una crítica a la identidad fija y una apertura a
modalidades poco estudiadas como lo transgénero, drag queen, butch,
bisexual, etc. Se abre, por lo tanto, la posibilidad de elección y el reclamo
de la libertad (Guzmán, 2019).
El término Teoría Queer, pues, fue propuesto por la
italiana Teresa de Lauretis en la revista Differences
en 1991, forma parte del Postfeminismo y uno de sus conceptos clave es la
performatividad del género. El verbo “to
perform”, en lengua inglesa, define a las acciones de representar y actuar
en el campo de las artes. El lingüista J. L. Austin distingue, en Cómo hacer cosas con palabras, ciertos
enunciados que, al pronunciarse, crean una nueva realidad y les llamó
performativos. Por ejemplo, los que pronuncia un juez al emitir una sentencia.
Más tarde y como veremos más adelante, Judith Butler lleva esta reflexión al
campo del género para postular que éste se adquiere como un lenguaje, por
imitación, y que su constante repetición en los cuerpos crea el efecto de
sustancias estables: hombre y mujer, para lo cual también retoma la propuesta
deconstructiva de Jacques Derrida y la importancia del contexto de la
enunciación (Pérez Navarro, 2008, 72-75, 124).
La
universidad haría del movimiento queer
un objeto académico a pesar de incurrir en algunas contradicciones con el
propio término y espíritu queer.
Porque lo queer, estrictamente, no es
teorizable; además de que entrar en
la universidad implica adaptarse al “lenguaje del Amo”, al poder. ¿Cómo
entonces, o desde qué postura, ha de realizarse una lectura de una obra
literaria a través de este modelo?
Marcelo Soto (2005), en su artículo “Literaturas Queer: esa lección olvidada de Barrio Sésamo”, reflexiona en torno
a la teoría y la práctica, y si acaso en España el rumbo no apunta más hacia la
teorización sobre el tema que a la puesta en escena de los principios del
movimiento queer. En relación a la
literatura, asegura que los ejercicios de tipo queer, como por ejemplo El
cuerpo lesbiano, de Monique Wittig, constituyen esa subversión que no se
puede lograr mediante la actividad académica, pues ésta suele ir acompañada del
“discurso del Amo”, el cual se distingue por mantener el lenguaje del poder.
Incluso se refiere a la prosa de Judith Butler, importante teórica queer, como académica y masculinizante.
La observación no deja de ser interesante porque constituye una reflexión
acerca del mismo lenguaje.
Podríamos
preguntarnos entonces si es factible la existencia de la formulación de este
conocimiento en la academia, pues las mismas características que imponen las
universidades son de corte dominante, por lo que el lenguaje queda atrapado, o
más bien, es la misma cárcel de aquello que busca resistencia. Entonces habla
de estas aproximaciones como si fueran traducciones del movimiento queer, que sólo puede realizarse en los
textos mediante la práctica poética.
No es
suficiente con estudiar a Foucault, a Butler, Wittig y demás teóricos para
después escribir una novela basándose en tales principios, sino que la obra
literaria, en su proceso de creación, debe ser una “deriva performativa”, una
resistencia en cada acto poético. La performatividad de los discursos teóricos queer no es congruente con su fundamento
de resistencia, pues al repetir la aplicación de sus teorías cae en lo mismo
que su discurso oponente heterocentrado, de forma que seguimos en el juego del
Amo. Lo que viene a decir que la Teoría Queer
es una traducción del movimiento homónimo, algo así como una puesta en común de
ciertos criterios, mas no la realización del proyecto como tal, que sólo puede
existir en el límite y la resistencia del cuerpo y el lenguaje, los cuales
deberán permanecer en un estado de búsqueda constante y nomadismo.
Este
artículo es una especie de reproche hacia la tendencia teorizante por encima de
la exploración (y explotación) poética de los recursos lingüísticos. Marcelo
Soto repasa cómo el potencial subversivo de autores como Cervantes o San Juan
de la Cruz se pierde cuando es fagocitado por el discurso del poder,
llegándoles a considerar incluso como forjadores de la patria cuando en
realidad su expresión buscaba una ruptura con lo establecido; así pues, el
segundo tuvo que explicar y justificar el hecho de referirse a sí mismo en
femenino en su obra.
La
sexualidad en muchos grandes literatos no había sido tomada en cuenta en el
estudio de la configuración de su obra, lo que sin duda limita el nivel de
interpretación y la encajona en los moldes del discurso dominante. Ahora bien,
nunca como ahora la sexualidad se ha tomado como una herramienta de análisis,
pues no era mencionada como determinante en la configuración de prácticas
discursivas. Al hablar de sexo en términos del lenguaje, este último también se
vuelve cuerpo, erotismo, fluido. El mérito de la Teoría Queer es desentrañar estos mecanismos, estudiarlos, traducirlos y
difundirlos, si bien, mucho de su funcionamiento se sigue enmarcando en las
prácticas de tipo heterocentrado, como es el mismo entorno académico y
editorial.
Marcelo
Soto distingue, a través de los estudios de Teresa de Lauretis, el problema de
la escritura femenina en Virgina Woolf, concretamente, en Una habitación propia. Aquí la cuestión de una escritura femenina
queda como una contradicción, pues la misma estructura de los lenguajes
dominantes no permite la expresión femenina más que de un modo indirecto, en lo
no dicho, en la insinuación y en el silencio. La escritura es un espacio
público mientras que la habitación de Woolf es el mutismo. Este ejemplo que
pone Soto es ilustrativo de cómo la literatura de los autores homosexuales,
antes de los movimientos gay y queer, está llena de silencios y vacíos
que conciernen a ejercicios corporales transgresores, prácticas prohibidas que
dinamitan el terreno poético y minan las aparentes estructuras sólidas de los
lenguajes oficiales.
Lo que
efectuaremos en el presente trabajo es una lectura queer del poemario Nada de
incrustaciones, justificando, al mismo tiempo, tal procedimiento
metodológico en su poética, es decir, su pertinencia como instrumento de
lectura. Trataremos de ver en qué aspectos estos poemas entran en diálogo con
la “deriva performativa”, con el nomadismo del lenguaje. Conforme revisemos los
poemas de Daniel Wence, haremos las especificaciones teóricas correspondientes.
Por el momento, baste anotar un postulado de carácter crucial:
El modelo
de política queer pretende establecerse sobre una noción estratégica de la
identidad. La identidad no es considerada más que como posición y como
práctica. En este sentido, los límites de la identidad se hacen más imprecisos,
y por eso mismo más flexibles, permitiendo su redefinición en función de los
cambiantes contextos de la lucha política. (Córdoba, 2005, p. 44)
La identidad no es,
por lo tanto y desde esta perspectiva, una esencia inamovible, sino una
construcción que se hace diariamente en el devenir, que cambia y se mueve
conforme a decisiones concretas. En Daniel Wence, como veremos, la identidad no
es una incrustación:
para qué
resultarte ajeno
esta tarde
precisamente
si ya
sabemos que el desconocido soy todos
somos pardos
/ gatos pardos
para qué
exaltarme por esta mañana enferma
donde
brazos rotos / termómetros
y
contestadoras automáticas
hacen de
ti un todo nuevo
y busco en
tus pómulos
en tus
orejas y nariz
a un mismo
que me olfateaba
el cuello
para asegurar mi consistencia
y en tus
pómulos no estás
como no se
está en las orejas
porque los
tiempos / ves
te lo dijo
tu madre
han
cambiado muchacho (pp. 24-25)
Este fragmento plantea
una cuestión que ha sido abordada en la polémica obra de Judith Butler, El género en disputa (2007): ¿Qué
articula género / sexo / deseo? Wence ofrece un ejemplo de escritura donde
estos tres elementos han salido del conflicto de la norma dominante para entrar
en un estadio limítrofe de la identidad, la cual está configurada, desde estos
presupuestos teóricos, por los discursos normalizadores del exterior más que en
el interior invisible de una persona. De acuerdo a la filósofa, existe una
matriz heterosexual que opera bajo una concepción binaria del deseo, donde éste
debe manifestarse bajo un orden causal de acuerdo al sexo al que se pertenece,
definido a su vez por una oposición de orden metafísico, esto es, hombre y
mujer. Lo que propone es que tal matriz opera en la esfera de la cultura y es
histórica, se trata de una reglamentación ontológica que ordena atributos
masculinos y femeninos a manera de ficción. El género es una serie de atributos
culturalmente definidos y el modo en el que se constituye es performativo por
medio de regulaciones normativas, así pues:
Dentro del
discurso legado por la metafísica de la sustancia, el género resulta ser
performativo, es decir, que conforma la identidad que se supone que es. En este
sentido, el género siempre es un hacer, aunque no un hacer por parte de un
sujeto que se pueda considerar preexistente a la acción […] no existe una
identidad de género detrás de las expresiones de género; esa identidad se
construye performativamente por las mismas “expresiones” que, al parecer, son
resultado de ésta. (Butler, 2007, pp. 84-85)
Sólo la toma de
conciencia de este proceso puede permitir la escritura de otras modalidades de
la identidad, la cual será el resultado de sus expresiones y cuya capacidad de variar
estará bajo la custodia de los límites y la resistencia a la normalización.
Daniel Wence (des) (re)articula el deseo, el género y el sexo. A lo largo de
sus poemas percibimos el objeto deseo fuera de los sitios convencionales, la
búsqueda se desplaza a través de territorios confusos donde los enunciados
proyectan el fallo de la primera persona en el discurso poético: “El
desconocido soy todos”. El deseo se pierde entre las sombras del yo al tú: “y
busco en tus pómulos / en tus orejas y nariz / a un mismo que me olfateaba / el
cuello para asegurar mi consistencia”. El sujeto lírico necesita verificar una
consistencia que ya no existe, que se pierde en el pronombre, en el cuerpo del
muchacho amante, en la ciudad criminal y cómplice, por eso dice:
nadie atiende
al previo aviso:
nada
de incrustaciones
nada
de hundimientos. (Wence, 2010, p. 26)
Ese amor que solía
padecerse como una incrustación, un hundimiento en la piel del deseo, se ha
vuelto una renuncia, una aceptación del nomadismo, del amor en la calle y los
encuentros casuales: “así que mi pañuelo blanco / está desesperado por adiós”.
El amor que antes era objeto de múltiples idealizaciones ha aterrizado a los
objetos viles de la cotidianidad caótica. No hay trascendencia sino muerte, el fin
de una historia de amor y el principio de la otra muerte: “porque estoy tan
entretenidos / cuchicheándonos el dedo a la rodilla / que nos olvido del
gatillo / a punto / de decirnos hasta nunca” (Wence, 2010).
Por otro lado, la poética de este
joven también invierte un orden convencional del acto amoroso: tal no es una
entrega al otro sino un intento de recuperación de sí mismo, donde el otro
adquiere sentido a partir del placer propio que reclama una repetición infinita
sin un lugar fijo:
y te apunté
directo al enigma del arco porque ahí dicen
que ahí se
guardan los secretos más oscuros con la
claridad la
convicción de amar tu media vuelta verte
echado para
atrás era la reconciliación del caos con las
espinas de
mi lengua
y te puse
un nombre en el centro
con saliva
bendita ungí
la vuelta
olor a trapos de prostíbulo
así
estábamos dispuestos
a salir
dignamente a la calle
con tus
dedos enlazados a los míos aterrados. (Wence, 2010, p. 20)
Esta escena erótica
del beso negro evoca prácticas alternativas de desheterosexualización del
deseo. Desde la perspectiva queer, el
ano es una región indefinida, perteneciente tanto a hombres como a mujeres,
zona potencialmente erógena que arrebata al deseo y al placer de su nexo
biologizante reproductivo, de ahí su inscripción de enigma y diversas
reflexiones psicoanalíticas, principalmente de Lacan, que hacen pensar en el
placer como una fuerza inseparable del lenguaje, pero al mismo tiempo en pugna,
insaciable. Wence añade: “aprendimos el código de la complicidad / con las
cosas naturales / (como hacer el amor del centro hacia afuera / recuperar las
secreciones / en lugar de sembrarlas en cuerpo del otro)” (p. 20). Este
fenómeno de la escritura sucede en la periferia del deseo o, mejor dicho, en el
deseo como periferia, donde no hay un núcleo fijo sino una red de lugares
prospectos para el placer. Beatriz Preciado (2002), en Manifiesto contra-sexual, explora cómo en realidad las tecnologías
sexualizan zonas del cuerpo, incluso objetos[3]. Por este motivo en el
siguiente poema el autor se propone “Fijar la fuga”:
se dice
que escapamos del miedo
y que
dejamos el espejo atrás
donde
igual a mí / a ti
otro
esperaba la revelación
a que todo
hombre tiene derecho
la poesía
fluidos
la poesía
trocitos. (Wence, 2010, p. 23)
Para Daniel Wence el
lenguaje resulta crucial en la fuga que constituye el amor, tal como la palabra
viajante en términos derrideanos, es decir, que puede transportarse, ser citada
en nuevos contextos generando significados distintos:
vamos
chorreando
desperdigando
el eje de
nuestras palpitaciones
en formas
que sin nombre
desaparecen
a las seis de la mañana:
mucho
gusto
cuando
quieras. (Wence, 2010, p. 23)
El terreno poético que
pisa el autor es completamente fangoso, inestable: unas cuantas palabras
desencadenan una pasión momentánea, no importan quién de los interlocutores las
profiera sino el hecho de que sean proferidas, enunciadas, invocadas para
generar un encuentro que siempre está destinado a la fugacidad de la calle.
Todo esto porque “los tiempos / ves / te lo dijo tu madre / han cambiado
muchacho” (Wence, 2010).
Nada
de incrustaciones es una historia de amor con desenlace trágico. De hecho,
el poemario lo anuncia con una cita de la legendaria canción Bang bang (my baby shot me down). El
poema “Remembranza de la mala muerte” ubicado en el centro del cuaderno es el
disparo, la bala perdida o un encuentro de ocasión. Es un texto umbrío que
sugiere un encuentro sexual en un espacio público que puede ser el cuerpo
mismo. La utilización de un lenguaje críptico hace del texto un complejo de
relaciones poco inteligibles en un sistema convencional, pues destaca el hecho
de fundir el espacio exterior con los cuerpos anónimos:
yo
apretujaré tus muslos para detenerme
para
estar adentro en el rincón donde
los
orines y el tabaco hacen del arcoíris
el
perfume más hermoso
ahí
sentado en la rodilla de algún roble
[…]
nada
existe en los rincones de un tranvía
que
existe menos que tu vida
con
hojas de laurel manchadas las mejillas
reconquistas
el reino sodomita que tuviste
todos
los
aquí ausentes
se
desnudan y se embriagan
se
desembraguetan
adorando
ese perfume
todos.
(Wence, 2010, p. 18)
Sería inexacto hacer
una interpretación monolítica del poema como una relación sexual en la calle, a
punto del amanecer, pues todo se mueve en el ámbito de la sugerencia, donde los
espacios nombrados forman parte de un cuerpo polimórfico. Ese rincón público,
ese arcoíris, se confunden con el cuerpo al que se le hace el amor, el autor se desliza hacia ese espacio de la
no-identidad: “los aquí ausentes / se desnudan y se embriagan” (Wence, 2010),
del límite marcado por un espacio sin arbitrio, anónimo, donde quien ingresa
deja de ser lo que a plena luz del día se exige del sujeto. En este sitio, el
yo es una ilusión gramatical, la manera de enfatizar la desorganización de los
pensamientos del que enuncia. De hecho, un argumento queer consiste en identificar la clara conexión de los pensamientos
con un origen exterior al sujeto:
The words
I use, the thoughts I have, are bound up with my society’s construction of
reality; just as I see the colours defined by the spectrum, so I perceive my
sexual identity within the set of “options” determined by a cultural network of
discourses. (Spargo, 1999, p. 52)
Sobre el manejo del tiempo en el
poemario, cabría hacer énfasis en la discontinuidad y fragmentación, en las
interrupciones gramaticales abruptas que evocan la imagen del balazo, ese
instante de estupefacción, congelado no en las conjugaciones particulares de
los verbos, sino en el efecto paroxístico de la confusión que generan todos en
conjunto. El poema “Vayalcalú vuelve” es ilustrativo:
traías
la luna metida hasta la esquina
donde
se supone deberías estar estando
fuiste
borrado a sorbos llorabas alcohol
yo
fui testigo tu secreto lo llevo en el
bolsillo
a todas partes llevo tus piedras
cerca
de la boca dos lunares inventados
más
abajo nos esperan un ombligo un
cóccix
una muela debajo de la almohada
tu
brazo quieto no te muevas o disparo. (Wence, 2010, p. 20)
De un copretérito
inicial en segunda persona pasa a un pretérito en primera persona, luego a un
presente también en primera persona del singular que se desliza hacia otro en
tercera persona del plural, todo para finalizar en el imperativo, en una serie
de acciones que aparentemente no guardan una conexión lógica, puesto que se
trata de momentos difusos de una pasión asesina cuyo objeto es inasible,
inexacto, tan sólo hay que revisar el poco enlace de los elementos: luna,
piedras, lunares inventados, ombligo, cóccix, muela, almohada. Tal parece que
el deseo está hecho pedazos (como un cuerpo que ha sido mutilado), repartido
tanto en objetos inertes como animados cuya relación gramatical está como en
caída libre. Podría decirse que el texto es el sitio que los reúne si éste no
presentase tal estructura discontinua. Una estructura epiléptica.
La interrupción es el rasgo que
marca el poemario en su totalidad. El primer texto “Vayalcalú se acerca”
anuncia que el tiempo se concentra en un solo momento de muerte:
Vayalcalú
/ son las doce / cuéntame una historia.
Ésta es la
historia de David
llamado
Pedro por algunos
que
venía a buscar a un hombre
que
fue enterrado vivo que
Vayalcalú
/ son las doce / ¿por qué no avanza el tiempo?
Ésta es la
historia de Vayalcalú
que
sabía quedarse quieto. (Wence, 2010, p. 6)
Quien cuenta la
historia es el protagonista cuya muerte congela el tiempo y reduce la historia
a una interrupción que opera tanto en el texto como en los momentos diegéticos
del poemario. Es una interrupción que marca el poemario de discontinuidades. El
desenlace del cuaderno de Daniel Wence apunta:
¿Dónde
le dispararon?
preguntará
el tomadeclaraciones
¿Puede
describir al desgraciado?
pregunta
estúpida:
siempre
que me disparan estoy ebrio. (2010, p. 29)
Lo que aquí sucede
queda claramente descrito cuando Judith Butler evoca la crítica a la metafísica
de la sustancia, término que se relaciona con Nietzsche y que Michel Haar
recoge al tratar el problema de la identidad de la persona:
La
gramática (la estructura de sujeto y predicado) sugirió la certeza de Descartes
de que “yo” es el sujeto de “pienso”, cuando más bien son los pensamientos los
que vienen a “mí”: en el fondo, la fe en la gramática solamente comunica la
voluntad de ser la “causa” de los pensamientos propios. El sujeto, el yo, el
individuo son tan sólo falsos conceptos, pues convierten las unidades ficticias
en sustancias cuyo origen es exclusivamente una realidad lingüística (Butler,
2007, p. 78).
A partir de lo cual la Teoría Queer representa:
un desafío ontológico
que desplaza las nociones burguesas de la Personalidad como única, lineal y
continua, y en su lugar lo sustituye por un concepto de la Personalidad como
interpresentativo, de improvisación, discontinuo y procesualmente constituido
por actos repetitivos y estilizados. (Meyer en Selden, 2003, p. 310)
Independientemente del
alcance que tengan estas ideas, no cabe duda de que varias poéticas
contemporáneas están marcadas por este proceder, aquí se inscribe la necesidad
de lecturas queer sobre obras
literarias, y tal es lo que hemos querido ejemplificar en este trabajo.
Conclusiones
En estos poemas, la
identidad homosexual considerada en su aspecto social, se interioriza y vive
por el sujeto de una manera propia, donde éste, mediante la escritura, la
modifica de un modo muy particular y se vuelve agente social. Esto significa
que no nada más repite lo que aprendió respecto a la homosexualidad en cuanto a
rasgos identitarios que le vienen del exterior, sino que los (y se) transforma
en la vivencia poética que nos ofrece, transportando a quien lee al seno de su
propia subjetividad creadora y haciéndole tomar conciencia del proceso de
constituirse en una identidad que puede ser cambiada, con la cual puede
experimentar para llevarla (y deslizarse) a lo desconocido.
Cuando Daniel Wence
apunta como previo aviso: “Nada de incrustaciones”, el fenómeno identitario no
desaparece, pero sí se vuelve más flexible, no determinado por las normas de la
moralidad social sino oscurecida por las periferias de los placeres perversos.
La identidad no es una incrustación fija y pétrea; por el contrario, diría que
se trata de una incrustación invisible, una especie de comodín en un juego de
cartas, dependiendo de la estrategia es la cara que asumirá: “yo recuerdas que
traía algo encima / y no otro cuerpo / era algo que podía darte calor / perder
la llave / prometer animal doméstico / tu vuelta poética” (Wence, 2010, p. 12).
¿Qué era ese algo? Yo me inclino a pensar que se trata de un signo, que el
autor escribe desde lo que Elizabeth Wright (2004), evocando a Lacan, denomina
“primacía del significante” cuando introduce el paso del estructuralismo
inaugurado por Saussure con el binarismo significante/significado, al
postestructuralismo o crítica al texto, donde “el significado es un efecto del
‘juego de significantes’ en el continuum
de la experiencia” (Wright, 2004, p. 10), es decir, lo que sucede en el momento
del speech, argumento sin el cual no
hubiese sido posible la crítica del sujeto, como igual indica Wright.
La Teoría Queer es un modo de lectura, entre otros que igualmente pueden
funcionar para el análisis de estos textos o semejantes. La razón por la que me
parece estratégica se debe a que reúne varios elementos anteriormente
desbalagados en otros campos del saber, lo que a su vez la vuelve flexible,
interdisciplinar, aglutinante. Las primeras traducciones de esta teoría y
movimiento fueron hechas en España por algunos de los autores citados a lo
largo de este trabajo (Sáez, Córdoba, Preciado, Soto): y sin duda la reflexión y
problemática derivadas de la adopción de un término extranjero no son nuevas.
Evocando a David Córdoba, citado al inicio de este trabajo, tal adopción
terminológica nos coloca en una posición doble: de extrañamiento y
reconocimiento con las minorías, principalmente, de Estados Unidos. El
hispanoamericanista Alfredo Villanueva Collado, quien escribe en español desde
The City University of New York, también reflexiona al respecto:
Aquellos
críticos que utilizan estrategias de investigación derivadas de la sexocrítica
y el feminismo están explorando nuevos territorios discursivos, lo que provoca
una última línea de defensa por parte de los críticos desafectados: tales
estudios son ajenos a la cultura latinoamericana, tienden a contaminarla con
ideas “extranjerizantes” y, por lo tanto, su aplicación constituye un acto de
“agresión imperialista” si el crítico es extranjero, o una traición cultural si
no lo es (Villanueva Collado, S.F., p. 5).
Este debate es de
naturaleza antigua en la crítica literaria latinoamericana. También los
traslados idiomáticos en la historia de la humanidad. No obstante, la riqueza
de los lenguajes, incluso los hegemónicos, es que pueden ser subvertidos tal
como muestran estos postulados queer,
y que la reapropiación del término en otros contextos produce nuevos
significados, consecuencias políticas distintas dependiendo de la cultura
adoptiva[4]. Hegemónico entre
hegemónicos, hasta Harold Bloom puede ser citado más allá de su idioma y
fronteras culturales, lo que será sorpresivo e inusitado son las consecuencias.
Bibliografía
Butler,
J. (2007).
El género en disputa. España: Paidós.
Córdoba, D. (2005). Teoría Queer: reflexiones sobre sexo,
sexualidad e identidad. Hacia una politización de la sexualidad. En D. Córdoba,
J. Sáez y P. Vidarte. Teoría Queer.
Políticas Bolleras, Maricas, Trans, Mestizas. España: Egales.
Foucault,
M.
(2009). Historia de la sexualidad. La
voluntad del saber. México: Siglo XIX.
Guzmán Martínez, G. (S. F.). Postfeminismo: qué es y
qué aporta a la cuestión de género. En Psicología
y mente. https://psicologiaymente.com/social/postfeminismo
Pérez
Navarro, P.
(2008). Del texto al sexo. Judith y la
performatividad. España: Egales.
Preciado,
B.
(2002). Manifiesto contra-sexual.
España: Pensamiento Opera Prima.
Sáez,
J. (2004).
Teoría Queer y Psicoanálisis. España:
Editorial SINTESIS.
Sáez, J. (2005). El contexto sociopolítico de surgimiento de
la Teoría Queer. De la crisis del SIDA a Foucault. En D. Córdoba, J. Sáez y P.
Vidarte. Teoría Queer. Políticas
Bolleras, Maricas, Trans, Mestizas. España: Egales.
Selden, R., Widdowson, P. y Brooker, P. (2003). La teoría literaria contemporánea.
España: Ariel.
Soto, M. (2005). Literaturas Queer: esa lección olvidada de Barrio Sésamo. En D. Córdoba, J. Sáez, y
P. Vidarte. Teoría Queer. Políticas
Bolleras, Maricas, Trans, Mestizas. España: Egales.
Spargo,
T.
(1999). Foucault and Queer Theory.
United Kingdom: Icon Books.
Villanueva, A. (S.F). Ficciones sexuales
latinoamericanas y la constitución del sujeto masculino. Ciberletras. Revista de crítica literaria y de cultura. http://www.lehman.cuny.edu/ciberletras/v16/villanuevacollado.html
Wence,
D.
(2010). Nada de incrustaciones.
México: Tierra Adentro.
Wittig,
M. (2006).
El pensamiento heterosexual. España:
Egales.
Wright,
E. (2004).
Lacan y el postfeminismo. España:
Gedisa.
[1] Correo
electrónico: gga1983@hotmail.com
[2] Los trabajos de Freud en Tres ensayos de teoría sexual (1905)
abrieron la brecha para pensar la sexualidad en términos de perversión, es
decir, desligada de una obligación biológica y naturalizante, pues distingue el
instinto (animal) de la pulsión, caracterizada esta última por una separación
de la sexualidad con respecto a su función biológica. Para Lacan, la sexualidad
ya estaría enmarcada en el terreno de lo simbólico, es decir, en el lenguaje
(Córdoba, 2005, pp. 27-28).
[3] La
contra-sexualidad es también una teoría del cuerpo que se sitúa fuera de las
oposiciones hombre/mujer, masculino/femenino, heterosexualidad/homosexualidad.
Define la sexualidad como tecnología, y considera que los diferentes elementos
sexo/género denominados “hombre”, “mujer”, “homosexual”, “heterosexual”,
“transexual”, así como sus prácticas e identidades sexuales no son sino
máquinas, productos, instrumentos, aparatos, trucos, prótesis, redes,
aplicaciones, programas, conexiones, flujos de energía y de información,
interrupciones e interruptores, llaves, leyes de circulación, fronteras,
constreñimientos, diseños, lógicas, equipos, formatos, accidentes, detritos,
mecanismos, usos, desvíos (Preciado, 2002, p. 19).
[4] En
la ciudad de México, del 11 al 17 de abril se llevó a cabo el IV Queer Eastern Symposium en la
Universidad del Claustro de Sor Juana en 2010. Por dar un ejemplo sobre los
primeros eventos académicos sobre este tema, mismos que han continuado hasta la
fecha, como el Coloquio de Letras Diversas (UNAM) y el Congreso Internacional
“La diversidad sexual en la literatura y las artes” (Universidad de Guadalajara
y Universidad Autónoma de San Luis Potosí).