PADECIENDO LOS CUERPOS: SIGNIFICADOS DE LAS PATERNIDADES, MATERNIDADES Y LA FAMILIA EN MUJERES Y HOMBRES INFÉRTILES

 

HURTING THE BODIES: MEANINGS OF THE PATERNITIES, MATERNITIES AND THE FAMILY IN INFERTILE WOMEN AND MEN

 

Lellanis Arroyo Rojas[1]

Liliana Ibeth Castañeda Rentería[2]

 

Resumen

El presente artículo analiza el padecimiento generado por la vivencia de procesos de infertilidad desde una perspectiva sociocultural, en donde el cuerpo se configura como el espacio generador y reproductor de mandatos culturales, particularmente los configurados a partir de la categoría género. Nos centramos en la experiencia de sujetos con condición de infertilidad, buscando entender las lógicas socioculturales que se tejen desde un cuerpo infértil en el que se imponen significados sobre el deber ser y hacer con base en la construcción cultural de la diferencia sexual impuesta sobre los cuerpos. La investigación estuvo enmarcada en un enfoque cualitativo y se desarrolló a partir de la realización de entrevistas en profundidad a mujeres y hombres bajo sospecha y/o diagnóstico confirmado de infertilidad. Los resultados expusieron al cuerpo como marco de reflexión primaria, pues es a éste al que se interpela como actor responsable por no cumplir con las construcciones sociales a las cuales se inscribe, develando una centralidad en lo biológico y lo sociocultural. El acercamiento logrado presenta a la infertilidad como un fenómeno del padecimiento. Se considera oportuno señalar que el tema de análisis que aquí se expone tiene como antecedentes los alcances y conclusiones presentados en la tesis doctoral titulada: “Infertilidad, construcción social de un padecimiento”.

 

Palabras clave: cuerpos, infertilidad, padecimiento, mandatos de género

 

Abstract

The current paper analyses the suffering engendered by the infertility processes experienced from a sociocultural perspective, in which the body is configured as the generating and reproducing space of cultural mandates, particularly those configured from the gender category. We focus on the experience of people with an infertility condition, seeking to understand the sociocultural logics that are woven from an infertile body in which meanings are imposed and are based on the cultural construction of the sexual difference imposed on the bodies. The information exposed was obtained through in-depth interviews with women and men under suspicion and/or confirmed diagnosis of infertility. The results exposed the body as a framework for primary reflection, since it is questioned as a responsible actor for not fulfilling the social constructions to which it is enrolled, revealing a centrality in the biological and socio-cultural constructions. The approach achieved presents infertility as a phenomenon of suffering. It is considered appropriate to mention that the subject of analysis submitted in this text was part of the results presented in a doctoral thesis entitled: "Infertility, social construction of a disease".

 

Keywords: bodies, infertility, suffering, gender mandates

 

recepción:20 de agosto de 2019/ aceptación:20 de enero de 2020

 

Puntos de partida

La infertilidad ha sido mayormente abordada desde el punto de vista de las ciencias médicas, y en los últimos años se ha registrado un marcado aumento de las investigaciones desde un enfoque jurídico y de la bioética. Por otro lado, otros estudios presentan entre sus resultados un reforzamiento de los estereotipos tradicionales de matrimonio, pareja heterosexual y reproducción biológica, como parte de lo socioculturalmente esperado (Arroyo, 2018), lo que permite problematizar a la infertilidad como un tema que potencialmente puede ser abordado desde su configuración sociocultural. En la revisión bibliográfica se identifica que han sido pocas las voces que estudian el fenómeno desde una perspectiva sociocultural y orientada hacia la recuperación de los significados y experiencias relacionadas a los episodios de infertilidad, en tanto fenómeno de la vida cotidiana, que puede ir más allá de los aspectos biomédicos (Cardaci y Sánchez, 2009; Arroyo, 2018). La infertilidad no compromete la integridad física del sujeto, sin embargo, supone una situación carencial para no pocos, dado que una mayoría todavía contempla como objetivo vital y esencial el tener hijos. Esta carencia puede incidir negativamente en el desarrollo de los sujetos, produciendo, en no pocos casos, frustración, tristeza, depresión y pérdida del sentido de la vida. En este marco se plantea el abordaje de la infertilidad como constructora de sentido (Arroyo, 2018).

 

Problematizar a la infertilidad: la construcción sociocultural de un padecimiento

Se parte de la premisa de que la infertilidad es un proceso que puede ser significativo para la vida de algunos sujetos. A partir de aquí se propone el abordaje de la infertilidad desde diferentes conceptos claves: cuerpo, paternidad, maternidad y familia orquestados por la cultura bajo una perspectiva sociocultural.

Se entiende a la cultura como constructo que atraviesa transversalmente a todos los conceptos antes mencionados, construyendo un andamiaje desde el cual es posible también explicar a la infertilidad y por qué ésta se convierte en un padecimiento. Justamente la apuesta por lo sociocultural permite la articulación de estos elementos entre sí, lo cual se explica a continuación.

La cultura es entendida como negociación e interrelación de poder, en pos de un posicionamiento social que otorga sentido. La cultura, según los estudios socioculturales, es el espacio donde una serie de elementos hacen sentido (make sense) a la vida del hombre o el mundo de la vida (lebenswelt): un corpus de significados que demarcan y delinean la vida social. Por ejemplo: una mujer madura y un infante son materialidades, pero al ser intervenidos por la cultura se convierten en “una madre” y “su hijo” (Caloca, 2015). Desde aquí comienzan a erigirse pautas que, bajo una condición endémica, el ser humano reproduce o transforma, sin embargo, no dejan de ser temas que organizan y orientan la vida cotidiana.

Al optar por la definición anterior, es conveniente declarar que la maternidad, la paternidad y la familia están legitimadas como referentes colectivos en no pocos contextos; siendo México uno de ellos. Estos referentes aluden, entre otros aspectos de la vida humana, a la fertilidad, invocando a la reproducción humana como un fenómeno por una parte biológico, a partir de la posibilidad de los cuerpos tanto del hombre como de la mujer; pero también como un fenómeno social, al entenderlo como lo socioculturalmente esperado y de parte de las dos posturas: biológica y social, por la importancia que se le concede a la formación de la familia. Desde esta perspectiva es posible poner en tensión a la infertilidad, al ser asumida como lo opuesto a la realidad de la vida cotidiana en la cual se han inscrito los sujetos (Cardaci y Sánchez, 2009; Flores, 2011; Arroyo, 2018).

La fertilidad ha constituido y constituye una acumulación de significados, que además objetiva y tipifica experiencias (Berger y Luckmann, 2001). Al decir de Pérez (2007) la fertilidad y la formación de la familia son aspiraciones que se encuentran imbricadas en universos de sentido y por lo tanto no están al margen de los elementos socioculturales que las moldean, responde a convenciones y son consecuencias de un aprendizaje social que nos indica aquello a lo que debemos aspirar en un momento determinado del ciclo vital. Esto convierte a la infertilidad en un fenómeno del padecer a partir de la aparición de una crisis de sentido. En esta noción se coincide con otros estudios (Margulis, Urresti, Lewin et al., 2007; Isa, 2017) en relación a entender la fertilidad y la infertilidad como fenómenos expresados-padecidos en los cuerpos en un contexto sociocultural que le da sentido.

Se toma a Arthur Kleinman entre los referentes teóricos para el acercamiento a la infertilidad como fenómeno del padecer; además que justifica y es congruente con la adopción metodológica que se describe en párrafos posteriores. Kleinman (1988), junto a Le Breton (2002) y a Shilling (2012), concuerdan acerca de la marcada influencia que tiene el contexto social y cultural sobre la construcción de los significados y el orden que el sujeto le da a su padecer.

Hasta aquí es posible dar cuenta de un proceso de articulación permanente entre estos conceptos claves, lo cual permite poner en discusión a la infertilidad como fenómeno del padecer desde una perspectiva sociocultural. Esta articulación está orquestada por la cultura en parte a que obedece a contratos sociales ordenados y prácticas recurrentes, “a procesos de normalización históricamente construidos” (Reguillo, 2004, p.3). La cultura, cuyo significado ocurre y se manifiesta como evento social, arbitrado, asignado y consensuado por un contexto social determinado, es un proceso ininterrumpido que otorga significados. Éstos pueden cambiar, según cambian también las épocas, los lugares, los entornos sociales, las religiones, las naciones, la economía y un sinfín de factores más. Sin embargo, existen significados que prevalecen y desde los cuales se pueden interpretar los fenómenos de la vida. Los significados prevalecen o no, según el contexto; se activan, falsean o reactivan, por convención. Así mismo son compartidos y se objetivan (Arroyo, 2018).

 

El cuerpo moldeado por el mundo de la vida

¿Qué significados se inscriben/producen en el cuerpo del sujeto infértil? Esta fue la interrogante inicial para el presente estudio, a la cual se fueron sumando otras, en tanto aspectos particulares y que contribuyeron al análisis del tema. Para responder a la interrogante buscamos acercamientos teóricos desde las ciencias sociales. El campo de estudio de la sociología del cuerpo es la corporeidad humana como fenómeno social y cultural. El cuerpo va a ser examinado cual materia de símbolo y objeto de significados. Las acciones que tejen la trama de la vida cotidiana, desde las más banales e inadvertidas hasta las que se producen en la escena pública, implican la intervención de la corporeidad, por tanto, se le reconoce al cuerpo su capacidad de agencia y de centralidad en los fenómenos sociales, entre ellos, los procesos reproductivos y los relacionados con la salud-enfermedad.

Para Le Breton (2002) lo que el hombre pone en juego en el terreno de lo físico se origina en un conjunto de sistemas simbólicos. En congruencia con este planteamiento, Shilling (2012) argumenta que, en nuestras sociedades, el cuerpo adquiere un peso creciente en la configuración del sentido. Del cuerpo nacen y se propagan los significados que constituyen la base de la existencia individual y colectiva. Por ello, para el presente estudio se asume que el cuerpo es visto como el lugar donde se fraguan la expresión de los sentimientos, las actividades producto de la percepción, la relación con el sufrimiento y el dolor. En el cuerpo será donde se expresa el sentido construido y donde se evidencia el conocimiento de la vida cotidiana como orientador de la conducta.

El cuerpo como emisor y receptor, produce y reproduce sentido continuamente (Le Breton, 2002) y, de este modo, el hombre se inserta activamente en un espacio social y cultural dado. Sin embargo, ante un episodio de infertilidad ¿de dónde viene la necesidad de manipular al cuerpo? Según reportes (World Health Organization, 2010), la mayoría de los casos con diagnóstico por infertilidad acuden una y otra vez a tratamientos “convencionales” y “no convencionales” en la búsqueda por lograr concebir y dar a luz con vida a un hijo o hija de modo biológico o anatómicamente natural. Pensamos que esta conducta no sería tan desacertada explicarla a partir de los mandatos culturales impuestos sobre los cuerpos, los cuales son los temas que ordenan la realidad de la vida cotidiana. Estamos hablando de hombre-padre y mujer-madre.

El hombre, como sujeto sociocultural, ha sido construido como proveedor. En esta categoría está contenida la paternidad como configuración de lo masculino. A la mujer, socioculturalmente, se le ha construido en vínculo directo e indisoluble a la familia. En esta categoría está contenida la maternidad como parte importante de la configuración de lo femenino. Este análisis nos lleva a posicionar al cuerpo como una categoría analítica a partir de ver cómo en el cuerpo se ponen de manifiesto los mandatos culturales de hombre-padre y mujer-madre que están atravesados por cuestiones socioculturales. Por lo tanto, existe un cuerpo moldeado por el mundo de la vida y por la estructura social. Este mandato se construye desde lo que se espera del cuerpo sexuado, permitiendo entender por qué algunos viven la infertilidad como un padecimiento.

Finalmente, la sociedad sigue exponiendo a la infertilidad como una condición vergonzosa tanto para los hombres como para las mujeres. Esta vergüenza se relaciona con la imposibilidad de cumplir con el mandato de género dictado sobre los cuerpos femeninos y masculinos, y en el marco de una mirada hegemónica de la familia heterosexual, que prima todavía en países como México.

 

Los mandatos de género sobre los cuerpos

Para nuestra investigación consideramos al género como una categoría organizadora de lo social, a partir de la cual se configuran mandatos y se describe un mapa cuyas coordenadas orientan la conducta de los hombres y las mujeres en el mundo de la vida cotidiana. En este sentido, coincidimos con Palomar (2004), quien describe al género como un conjunto de ordenamientos simbólicos de lo que significa ser hombre o ser mujer en nuestra sociedad; lo que al mismo tiempo determina el fenómeno de la maternidad y la paternidad en lo subjetivo y en lo colectivo. Para los fines del presente trabajo, este último aspecto se sostiene desde las vivencias, las prácticas y las emociones, en el orden público y privado, descritas por los hombres y las mujeres y sus cuerpos infértiles.

Partimos de la siguiente premisa: en la sociedad mexicana en general, y en la aguascalentense en particular, la maternidad y la paternidad tienen diferente significado y diferente funcionalidad, pero ambas gozan de importante relevancia. Ambas son referentes que contribuyen a la construcción del ideal de lo masculino y lo femenino, respectivamente. Contribuyen a la configuración y legitimación de las identidades de género. Por esta razón pensamos que hay una distribución social del conocimiento acerca de la infertilidad cuando ésta se manifiesta en los hombres o en las mujeres.

Un cuerpo de mujer debe ser capaz de dar a luz y un cuerpo de hombre debe ser capaz de embarazar a una mujer. Sobre los cuerpos recae la carga de la reproducción biológica, sin distinción sexual y casi sin más opciones (Castañeda, 2016). El cuerpo es visto como un símbolo de reproducción. Esta representación está articulada desde dos fundamentos hegemónicos: uno biológico, que nos habla de la supervivencia de la especie humana; y otro social bajo la consigna de los mandatos de género. Es lo que Le Breton (2002) enuncia como el significado del cuerpo.

El cuerpo es el refugio de las pautas sociales a las que se adscriben los sujetos, en aras de reproducir lo aprehendido. Desde nuestros sujetos de investigación recuperamos cómo el cuerpo puede ser moldeado según lo tradicional, según los mandatos socioculturales referidos a la paternidad, a la maternidad y al género. De esta manera es posible dar cuenta de cómo la infertilidad reúne múltiples dimensiones de análisis sociales, culturales, psicológicos y políticos (Isa, 2017) que se padecen desde el cuerpo.

 

Metodología

El diseño metodológico se pensó desde el paradigma interpretativo-compresivo, y con un anclaje hacia lo cualitativo. Este planteamiento epistemológico apoyó la selección de los métodos narrativos para la comprensión de la infertilidad como fenómeno sociocultural desde la propia voz de los sujetos que están en una constante búsqueda del embarazo. Estudios señalan la impronta de los métodos narrativos a partir de constituirse como una reflexión sobre la propia vida del sujeto y el significado social de la infertilidad como etapa de la vida (Arroyo, 2018). Los métodos narrativos permiten conocer las influencias culturales y las interpretaciones que los sujetos en estudio hacen de los fenómenos que se presentan en la vida cotidiana (Castañeda, 2005; Chávez, 2008; Díaz, 2012).

La principal herramienta empleada fue la entrevista en profundidad temática (Bertaux, 1996) para el acercamiento empírico más oportuno. La entrevista se realizó a aquellos que tuvieran una condición de infertilidad, por sospecha o diagnóstico definitivo[3]. Los sujetos fueron seleccionados a partir de un muestreo no probabilístico, intencional por criterios (Taylor y Bogdan, 1992) donde debían cumplir con los criterios que se mencionan a continuación para ser incluidos en el estudio, para lo cual no fue necesario un procesamiento estadístico. El tamaño de la muestra dependió de quienes accedieron a participar en el estudio; aunque se planteó el empleo del criterio de “saturación teórica” o de “categorías” (Taylor y Bogdan, 1992).

Fueron incluidos como criterios: tener un tiempo de sospecha o diagnóstico superior a los tres años[4], no tener descendencia propia y aceptar participar previo consentimiento dialogado y por escrito. Para el trabajo de campo se tuvieron en cuenta los registros de los hospitales o de las clínicas donde estuvieran recibiendo tratamiento, además del criterio de bola de nieve en el cual los sujetos seleccionados para ser estudiados sugieren a nuevos, entre sus conocidos. Esta técnica permitió que el tamaño de la muestra fuera creciendo a medida que se invitaba a participar a otros. También se acudió a los lugares donde se practican terapias alternativas, dígase la medicina natural o prácticas de origen mágico-religiosas. Las entrevistas tuvieron una duración de dos horas treinta minutos en promedio y con algunos sujetos fue necesario más de una sesión. Las locaciones para las mismas fueron en sus respectivos hogares, principalmente. Para resguardar su identidad se utilizaron pseudónimos.

Además de la entrevista se consideró oportuno incluir otras estrategias para recoger información. Entre ellas las notas de campo del investigador, los escritos autobiográficos, documentos epistolares y algunas fotografías, estos últimos proporcionados por quienes participaron en el estudio.

Para este artículo se toman como ejemplo algunos fragmentos de las entrevistas con el objetivo de guiar la exposición de los resultados y la discusión de los mismos. Sin embargo, se considera oportuno declarar que para el análisis se consideró la totalidad de los diálogos, encuentros y documentos.

A continuación, presentamos una tabla con la información de los sujetos. Los datos describen la cantidad total de casos estudiados, la edad, creencias religiosas, estado civil, nivel de escolaridad y el estado del proceso de infertilidad (sospechado o con diagnóstico definitivo); categorías que también fueron importantes para la descripción de la infertilidad como un fenómeno del padecimiento en diálogo con los mandatos de género y cómo éstos se reflejan sobre los cuerpos del hombre y de la mujer.

 

Tabla 1. Generalidades de los sujetos de estudio

Casos

Edad/años

Creencias

Estado civil

Tipología de tratamiento

Estado del proceso de infertilidad

Nivel de escolaridad

Carlos

40

Catolicismo, Espiritualismo Trinitario Mariano y Fidencismo

Casado

TRA: clínica privada

Diagnóstico definitivo

Estudios de posgrado

Roberto

43

Catolicismo

Casado

TRA: clínica privada, mágico religioso

Sospecha

Licenciatura completa

Rosa

39

Atea, Budismo

Casada

TRA: clínica privada, estatal, complementarios, mágico-religioso

Diagnóstico definitivo

Estudios de posgrado

Lola y Rafael

33/35

Costumbres Huicholes

Unión consensual

mágico-religioso

Sospecha

Preparatoria incompleta

Moisés y Rebeca

35/36

Ateos

Unión consensual

Complementario, mágico-religioso

Sospecha

Preparatoria completa

Lupe

35

Catolicismo

Casada

TRA: clínica privada, mágico-religioso

Sospecha

Estudios de posgrado

Cristina

34

Catolicismo

Casada

TRA: clínica privada, estatal

Diagnóstico definitivo

Licenciatura completa

Marcos

34

Ateo

Casado

TRA: clínica estatal

Diagnóstico definitivo

Licenciatura completa

Miriam y Luis

60/60

Catolicismo

Casados

TRA: clínica privada, complementarios, mágico-religioso

Diagnóstico definitivo

Licenciatura completa

 

Resultados y discusiones

La información que se logró recolectar corresponde a nueve casos, entre ellos hombres y mujeres, sujetos que se encontraban solos o en parejas. Durante el análisis se identificaron las siguientes categorías: ser hombre-padre, ser mujer-madre y la formación de una familia, todas atravesadas, analíticamente, no sólo desde el género, en tanto mandato sociocultural, sino también desde las emociones corporizadas haciendo énfasis especialmente en el padecimiento que genera esta condición para los informantes.

 

Ser padre para ser hombre y ser madre para ser mujer. El mandato de género

A partir de los resultados de trabajo podemos dar cuenta de que la maternidad y la paternidad constituyen un mandato cultural de género que para no pocos sujetos existe el deber de cumplir. La paternidad y la maternidad son vistas como un fin importante en la vida del ser humano y embarazar a una mujer o parir un hijo o hija vivos son la prueba pública de que se es “suficientemente hombre” y “una mujer completa”. Tanto la maternidad como la paternidad contribuyen también a la construcción social del ideal de masculinidad y feminidad y, por ende, es a partir de estas categorías ―vistas como lo deseable― que la infertilidad se construye también como el extremo vergonzoso y penoso.

Un elemento que valdría la pena retomar es el referido a los criterios de masculinidad construidos desde los propios hombres. A decir de Badinter (2003), la masculinidad no constituye una esencia, sino una ideología que tiende a justificar la dominación masculina. A través de la paternidad, los hombres tienen la posibilidad de reafirmar su posición dominante en las relaciones de poder respecto a las mujeres y con los otros hombres, según las exigencias de su propio contexto sociocultural.

 

Ser padre es una forma también de probarme como hombre, no sólo es el hecho de haberme casado, no he sido padre, y eso es algo que debería ser importante para todos los hombres del mundo, incluso si fueran homosexuales, esa es la mejor manera de demostrar al mundo lo que uno vale y que uno es hombre, es como una prueba de vida, al menos así pienso yo (…) yo soy macho y me considero hombre y siento que tal vez mi condición está incompleta, a partir de que no tengo un hijo (Carlos).

 

Esta sociedad es muy dura, y la misma sociedad te obliga a meterte en un huacal y tú procuras no salirte de ahí. Como usted comprenderá es muy violento, es como camisa de fuerza. Venir y vivir en el mundo implica un compromiso social muy grande y a huevo hay que cumplir. No basta con que te digan que tienes opciones. En ocasiones las opciones no existen, y me parece que esto es igual para todos (…) Usted sabe que la sociedad espera determinadas cosas según el ámbito social donde te muevas, pero el problema de la infertilidad no. Esto es igual para todos. Todos los hombres debemos reproducirnos (Luis).

 

¿Para qué se es padre? ¿Cuáles son los significados de la paternidad con relación a la identidad de género? Para que los “otros” vean que se es un hombre de verdad. La realidad es que la paternidad cumple con la función de la configuración de la masculinidad. Hay una traducción desde lo social: es necesario tener hijos propios. La paternidad está entendida también como una finalidad y es necesario llegar por los medios que sea. Entre los significados de paternidad está la hombría, la virilidad. Esta visión desde el otro, desde lo público también se expresa en legado, linaje, extensión a través de apellidos, lo cual, al mismo tiempo, entra en el terreno de lo privado. “Sentirse padre es sentirse hombre, pasar por un proceso de doble encarnación: la que adopta los modelos parentales interiorizados por el sujeto y la que adopta los modelos socioculturales prevalecientes” (Muldoworf, 1973, p. 136).

Desde estas declaraciones es posible ver cómo el cuerpo físico, sexuado, pauta el camino a seguir, atravesado por un mandato de género. En nuestros entrevistados hombres es posible vislumbrar la necesidad de demostrar en todos los ámbitos los modelos de control, dominación y competencia propios de la masculinidad. Ello guarda correspondencia con lo expuesto por Rivera (1995, p. 75), se conforma una especie de contrato sexual, con pérdida importante de soberanía sobre sí mismo, referida a las funciones que tiene su cuerpo. La soberanía sobre la capacidad de desempeñarse en la sociedad y también a las dosificaciones simbólicas de lo que es o debe ser el cuerpo masculino.

Si hasta el momento se ha reportado lo que ocurre con el cuerpo masculino, vamos a ver cómo esta realidad no deja de ser diferente para algunas mujeres, desde su corporeidad y los mandatos de géneros reflejados en el mismo. “La función biológica de la reproducción adquiere, en el orden simbólico que define a la cultura, un valor que remite a campos semánticos complejos, definidos por articulaciones significantes, y no a un objeto supuestamente natural” (Tubert, 1991, p. 49). En respuesta a la pregunta, ¿para qué ser madre? según Lola “Así me enseñó mi abuelita: los hijos, y sobre todo para una mujer, son lo más grande, el más grande tesoro de esta vida. Una mujer necesita y debe dar hijos”.

Antes de continuar, y como parte del análisis, es conveniente traer a la luz la ascendencia en términos étnicos de Lola. Ella es descendiente del pueblo Huichol. Desde sus palabras es posible analizar cómo en la cosmovisión indígena, el cuerpo femenino guarda una relación estrecha con la idea de fertilidad, donde por lo general son los dioses quienes intervienen como los dadores de vida. De ahí el registro de múltiples rituales asociados a la maternidad, que van desde la atención a la mujer embarazada, el nacimiento y el período post-parto.

Llegado a este punto retomamos la idea de que, si bien el cuerpo pasa por las construcciones culturales, entonces la capacidad reproductora es uno de los elementos que los determinan. La investigación contempló sujetos de estudio practicantes de distintas creencias; sin embargo, se evidencia unanimidad de expresiones sobre la infertilidad. La construcción del ideal femenino, a través de la concepción como posibilidad corpórea, es capaz de atravesar los credos y los orígenes étnicos.

Rosa, con 39 años, profesional, practicante de budismo, se reconoce como atea; sin embargo, es posible leer e interpretar que existe una necesidad de cumplir con el mandato cultural de género que se expresa en lo público y en lo privado. Rosa se ha casado en dos ocasiones. Califica a su anterior matrimonio como un “completo fracaso”, por no haber tenido hijos. Rosa teme nuevamente a la ausencia de la descendencia propia en su actual matrimonio y persiste en la búsqueda. ¿Para qué ser madre? La respuesta tiene una doble lectura: para darle hijos al hombre y contribuir a la configuración de su masculinidad, y porque forma parte del ideal de lo femenino: “soy una mujer porque puedo embarazarme”. Existe una construcción de la mujer desde el tejido de un componente biológico y social. Autores se expresan sobre una “imposibilidad de clasificación” o no existencia. Ni el cuerpo masculino, ni el cuerpo femenino son “verdaderos” si rechazan la reproducción biológica o no pueden consumarla (Badinter, 2003; Rome, 2006).

 

La maternidad es considerada como la esencia femenina, se hace pensar que quien la rechaza es una anormal, una enferma (…) se despoja de su identidad y se le declara indigna. Está como arrojada fuera de la comunidad de mujeres. Al actuar de ese modo se señala con claridad que la maternidad no es una elección, sino una necesidad que se puede, en todo caso, retrasar en el tiempo, pero no eludir (Badinter, 2003, p. 133).

 

La mujer puede ser profesionista, pero debe ser amorosa, entregada, detallista, y también debe ser madre (mujer-madre-esposa). Sánchez define la maternidad como “la institución que establece, prescribe y asigna el lugar de madre a las mujeres” (2003, p. 13). En definitiva, esta apropiación de la maternidad, crea una identidad homogénea para todas las mujeres y difumina, de alguna manera, sus posibilidades de emancipación.

Las expresiones de la maternidad no derivan de la función reproductora de las mujeres, sino que es un proceso históricamente determinado, una institución y práctica sociocultural (Sánchez, 2003). En consecuencia, la maternidad y sus dimensiones ―como crianza, reproducción, familia y sexualidad― dependen de las relaciones sociales y las elaboraciones culturales de las mujeres (Sánchez, 2003).

El hombre puede ser profesionista pero también fuerte, viril y proveedor. Vale la pena reconocer que la construcción de “proveedor” no se circunscribe solamente al orden económico, sino que incluye también a la paternidad. Dado que no hay una definición acabada, podemos decir que la paternidad es importante al interior de la dimensión de masculinidad y, por tanto, “un constructo social, histórico” (Minello, 2002, p. 25) y cultural. Esto coincide con lo señalado por Hernández (2008) cuando menciona que en México la paternidad refiere a cómo se relaciona el ser hombre con el ser padre.

La asociación de los conceptos: infertilidad y cuerpo está intrínsecamente marcada por cómo los sujetos se perciben a sí mismos. La sospecha o presencia de la infertilidad ha implicado un cuestionamiento fuerte a sí mismos; debido a que la fertilidad está entendida como la virtud del cuerpo, en tanto cumplimiento del mandato cultural.

Para la mayoría de los sujetos la infertilidad aparece como una dimensión de lo débil. Esta es una situación marginal, margina al cuerpo del hombre y al cuerpo de la mujer. La infertilidad tanto en un cuerpo como en otro es una muestra de cuerpo enfermo, de cuerpo en descomposición, daña el significado hegemónico y legitimado del “ser mujer”, y el hegemónico y legitimado del “ser hombre”, es un fenómeno incongruente con la presentación social del cuerpo. En este sentido se entiende también que exista un pudor al hablar de su presencia en la vida de los sujetos. Tanto en las mujeres como en los hombres se reporta una preferencia hacia no hablarlo, y cuando se decide compartirlo, se hace preferiblemente con semejantes que hayan estado en estas situaciones.

 

A ser hombre o mujer se nos enseña desde que nacemos, y luego podemos encontrar eco de ello a lo largo de nuestro paso por la vida. (…) Los seres humanos estamos condenados a vivir dentro de lo que se denomina el cuadro de honor, pero perfectamente puedes decidir no pertenecer al cuadro de honor, pero ello tiene un precio, y entonces la pregunta es: ¿qué tan dispuesto está uno a pagar ese precio? (Luis).

 

Pues bien, en ese “todo va mejorando” me tuvieron meses. Me siguieron haciendo estudios de mis espermatozoides, pero de repente bajaban, subían, que no eran estables mis parámetros de laboratorio, que necesitaban nuevas muestras. ¡Usted no se imagina lo doloroso que es le digan a uno que los parámetros míos, de míííí! Usted sabe, que le digan a uno todo macho que su “cosa” no está funcionando bien. Oye, es como para morirse. ¿Usted no cree? ¿Qué es eso? Es como que no sirves como hombre o ¿qué es lo que tengo que pensar? Que soy incapaz de preñar a mi esposa (…). Eso no es de Dios (Moisés).

 

Según Fagetti (2006), el esperma representa la naturaleza del hombre, y si éste no se encuentra en óptimas condiciones, la pareja infértil sabe perfectamente que las posibilidades de reproducción son bajas o, si dicha “semilla” masculina no existe, entonces el evento es “nulo”. Dicho esto podemos alegar que el líquido seminal recrea un símbolo en los hombres, un símbolo de virilidad, de hombría y de que se tiene la capacidad de embarazar.

Los conceptos presentes en las estructuras sociales que rigen la vida del hombre han marcado una importante influencia en torno a la construcción social de la maternidad y la paternidad, desplegando múltiples mecanismos de convencimiento y refuerzo para que los hechos sociales, políticos, económicos, culturales y biológicos queden a disposición de sus definiciones. Con ello se asegura la reproducción de sus significados adaptándose a las coyunturas históricas e idiosincrasias de cada sociedad. Dicho de esta manera, entonces a la infertilidad la alcanzan significados en su mayoría peyorativos y que van en detrimento del cuerpo que la experimenta como padecimiento, sea hombre o mujer.

A través del diálogo entre los teóricos y los sujetos de estudio podemos dar cuenta que tanto los hombres como las mujeres ponen en juego las identidades de los cuerpos masculinos y femeninos al no poder ejercer la paternidad y la maternidad, respectivamente. Desde nuestros sujetos de estudio es posible ver que, a pesar de los cambios y tendencias registradas en la sociedad, todavía existe el referente hacia un modelo tradicional de hombre y un modelo tradicional de mujer. Estos modelos están indisolublemente ligados a la reproducción biológica, a partir de entenderla como un “deber-ser”. Sin embargo, pensamos que dejar el análisis hasta aquí pudiera clasificarse como superficial. Desde los relatos es posible problematizar aún más las situaciones desde el ser cuerpo infértil: hombre o mujer.

Montesinos (2004) en su investigación expone que en virtud de ese complejo proceso de construcción de identidad y de la necesidad de auto-confirmación que requieren los individuos, es fundamental generar una interpretación sobre la paternidad que recoja las implicaciones de una identidad masculina específica, la relación que guarda la reproducción como etapa de confirmación de la identidad genérica, así como el vínculo entre el autoritarismo paterno que supone la referencia masculina y la posibilidad de crear nuevas formas de expresión de la paternidad que abran paso al ejercicio racional del poder.

Lo femenino es percibido socialmente sobre la base de ciertas expresiones de la personalidad de las mujeres. Los calificativos para el cuerpo femenino son: pasiva, dependiente, emotiva, ilógica, vinculada a la naturaleza, ingenua, bonita, sensible, previsora, cuidadosa, conservadora, paciente, buena madre, delicada, cálida, caprichosa, romántica, seductora, artística, físicamente débil, psicológicamente resistente, identifica el amor con el sexo y, cuando no es así, entonces se le considera como bruja, puta, lesbiana o feminista. Nos continúa diciendo Montesinos (2004) que esperar que tales rasgos de la personalidad definan el estereotipo que debería cumplir una madre, por ejemplo, que sea pasiva y dependiente, comienzan a dibujar un patrón de la mujer que, en su madurez, explica parte del papel que culturalmente se le asigna en una sociedad tradicional, donde lo femenino se reproduce a partir de una función social en donde ella es confinada al espacio privado. La pasividad y la dependencia se explican por su exclusión del espacio público, del papel que juega en una división social (tradicional) del trabajo, lo que hace consistente su función de madre-esposa como garante de la reproducción familiar. De hecho, la figura de la familia nuclear se sustenta en la posición social de la mujer confirmada con la pasividad y la dependencia, las cuales constituyen el estereotipo o hasta el prototipo del ser mujer en una sociedad tradicional.

Estudios similares exponen que del mismo modo sucede con los hombres (Castañeda, 2005; Díaz, 2012). Existen percepciones colectivas generadoras de estereotipos para los cuerpos masculinos que se van incorporando desde la estructura social. Algunos de estos rasgos son: competitivo, fuerte, independiente, muestra auto-control, responsable, atraído hacia las grandes acciones o aventuras, inteligente, no expresa su emotividad, no llora, tiene predisposición técnica, dominante, protector, competente, lógico, viril, proveedor de la familia, tiene iniciativa sexual, autoritario, deportista, basa el sexo en el principio del rendimiento. Si un hombre no es así se le considera débil, raro u homosexual (Montesinos, 2004). Tal como en el caso del cuerpo femenino, los calificativos que construyen modelos del cuerpo masculino constituyen los referentes de auto-confirmación de los hombres. Por lo tanto, los significados heredados desde la estructura se proyectan como los referentes culturales obligados, mediante los cuales van erigiendo su identidad corpórea y replanteando, según su capacidad reflexiva, cada faceta de su masculinidad.

A su vez, Bestard (1998, p. 179) nos habla de las relaciones sociales que se inscriben en los procesos de producción y reproducción, pensando a la producción desde el cuerpo masculino y la reproducción desde el cuerpo femenino, a partir de la producción de semen para los hombres y la capacidad de crecimiento intraútero y de dar a luz de las mujeres, respectivamente. Los sujetos se relacionan con una determinada lógica generativa que marca el modo en que la persona llega a ser persona, que incluye tanto las dimensiones físicas como las cosmológicas de la procreación y que se encarga de resolver cuestiones tales como el modo en que aparece la vida. ¿En qué consisten los papeles masculino y femenino? ¿Cómo las personas se relacionan unas con otras o qué vínculos mantienen con el mundo?

La construcción identitaria desde el cuerpo representa un aprendizaje en el cual los individuos intentan responder a los estereotipos proyectados culturalmente por la estructura social. Se entiende a la paternidad y a la maternidad como parte de esta construcción identitaria que ha sido incorporada a través de los procesos de interacción constantes entre los actores sociales y el propio individuo (Montesinos, 2004).

¿Qué se tiene cuando no se es mamá o papá? El sujeto puede experimentar una libertad traducida en términos económicos, de espacios, de tiempos, entre otros. Así lo expresa D´Aloisio (2009). Sin embargo, para algunos, los mandatos culturales, entre ellos los de género, expresados a través del cuerpo y reproducidos en el contexto donde viven, establecen una presión que pondera más en términos de valores morales y de realización colectiva, que de realización personal.

Partiendo de esta afirmación y llegado a este punto pensamos que sería adecuado considerar cómo los cuerpos masculinos o femeninos responden a los parámetros culturales establecidos por la sociedad y por ende generan los significados sobre la infertilidad. De tal forma que la paternidad y la maternidad responden, en general, a patrones aprendidos, asimilados e internalizados que permiten a los hombres y a las mujeres configurar su identidad. Desde esa perspectiva debe comprenderse la retroalimentación, la tensión, el diálogo entre lo privado y lo público, entre el sujeto y la colectividad a la cual siente que pertenece, a la cual siente que se debe. La reproducción biológica es una expresión concreta para objetivar al cuerpo masculino y al cuerpo femenino, que al no concretarse provoca padecer y sufrimiento.

 

El mandato de formar una familia

La formación de la familia fue una respuesta referida recurrentemente por los entrevistados. Por esta razón se decide la creación de un apartado para el análisis del ideal de familia y cómo esta categoría enmarca la experiencia y el padecimiento de la infertilidad íntimamente relacionado con los mandatos de género señalados en la sección anterior.

La familia se entiende como una institución social, que en palabras de Bárcenas-Barajas “constituye una forma de organización social, un microcosmos de relaciones de producción, reproducción y distribución, con su propia estructura de poder y fuertes componentes ideológicos y afectivos” (2010, p. 141). Ha sido un interés marcado de los estudiosos del tema, pluralizar el concepto de familia, donde se puedan acoger a los distintos tipos de formaciones[5] que hoy tenemos en el mundo y por ende, en México. Sin embargo, datos nos expresan que hasta el año 2009 la legislaciónn mexicana seguía sin reconocer a esta multiplicidad de familias (Cardaci y Sánchez, 2009).

Asimismo, a pesar de las investigaciones y las reconceptualizaciones necesarias, la sociedad mexicana, y en especial la aguascalentense, continúa, mayoritariamente, apostando por el modelo de familia nuclear, monogámica, originada en el matrimonio heterosexual y, por añadidura, “completa”. Este último calificativo hace referencia a la llegada de los hijos con una condición, preferentemente, de pluralidad. Este modelo de familia, según autores, es una posibilidad entre varias, sin embargo, es entendida como armónica y respetuosa y, en modo alguno, mayoritaria (Flores, 2011).

En el marco de lo anterior, entonces, es fácil identificar en los testimonios el vínculo entre los mandatos de género relacionados con la paternidad y la maternidad y lo que culturalmente se entiende como el “formar una familia”. Los siguientes testimonios ejemplifican lo anterior:

 

(…) estamos destinados a vivir en familia y ello implica madre, padre e hijos y esto lo pienso (…) porque así lo aprendí en casa de mis padres que fueron una familia unida y ese recuerdo está en mi mente, eso fue lo que aprendí que uno debe hacer en la vida, tanto el hombre como la mujer, pero más el hombre necesita una familia y no sólo porque los textos sagrados lo dicen, también así ha sido siempre, entonces eso significa que no está tan mal, cuando siempre ha sido así, siempre (…) (Carlos).

 

Mi madre me dijo que debíamos casarnos y casarnos jóvenes, para tener fuerzas para criar a los hijos. Así me enseñaron y yo crecí creyendo que así debía ser, incluso aunque debo decir que yo soy atea, así está escrito en la ley de Dios, que debemos formar parejas y familias. Es ley de los hombres, es ley de Dios (Rosa).

 

La imposibilidad de engendrar y dar a la luz hijos o hijas vivos, no solo genera padecer en relación a la imposibilidad de una identidad de género “plena” sino, además, implica la imposibilidad de cumplir con el mandato de formar una familia y contribuir así a la reproducción social. El padecimiento se configura así como producto de lo que socioculturalmente se espera que los cuerpos “puedan” hacer: reproducirse.

 

Pero me preguntaste sobre ¿qué significa para mí este proceso? Una pesadilla, y ciertamente se ha convertido en una piedra en mi zapato, me siento un hombre incompleto, a veces hasta me pregunto para qué me esfuerzo tanto en el trabajo, para qué superarme profesionalmente, sino no tengo yo quién disfrute de esos éxitos. (…) estoy incompleto y mi familia me lo ha hecho ver. Vengo de una familia numerosa (Roberto).

 

Padeciendo el cuerpo: a manera de conclusión

La investigación expuso al género como marco de reflexión necesaria tanto para los hombres como para las mujeres ante un proceso de infertilidad como fenómeno social que éste es. El género configura la vida de los sujetos. Una premisa importante de la cual partimos es que la vida social y el comportamiento en el contexto de la cotidianidad son restringidos en diversas formas por lo que se considera un comportamiento aceptable, cuya pauta la establece también el género. Éste se expresa en igual medida cuando de asuntos de reproducción humana se trata. El género destaca, entonces, como cuestión de suma importancia en los estudios orientados por las ciencias sociales sobre temáticas relacionadas a los procesos de salud-enfermedad.

Desde una postura crítica exponemos el lugar, el peso, el uso, y la potencia explicativa de los conceptos: género, cuerpo y de la perspectiva sociocultural. ¿Qué tanto ayudan al entendimiento de las emociones y significados en mujeres y hombres que habitan cuerpos infértiles? Partimos de reconocer que existe un cuerpo físico que manifiesta una imposibilidad reproductiva; desde ahí se derivaría en una competencia de las ciencias médicas a partir del componente biológico. Es un cuerpo físico el intervenido con tratamientos, sin embargo, trasciende a una competencia social a partir de que también podemos señalar la existencia de un cuerpo socio-genérico, en el que se inscriben mandatos genéricos que interpelan al cuerpo físico. Este cuerpo, que se significa y es genérico se construye desde lo sociocultural.

De las narraciones podemos comentar que la categoría cuerpo femenino o cuerpo masculino para el fenómeno de la infertilidad deviene como padecimiento; los sujetos no encuentran opciones para vivirlo de otra manera; lo anterior se expresa con argumentos que se piensan como una decisión propia y deseada o por la adscripción acrítica a los postulados de la estructura social, entendidos como dictámenes, como mandatos socioculturales.

La dimensión cuerpo imprime una mirada entre lo público y lo privado. Las discusiones generadas desde esta dicotomía construyen lo que es ser mujer o lo que es ser hombre y muy vinculado a lo que es ser madre o ser padre, en el marco del ideal de familia predominante en la sociedad mexicana. Los sujetos de investigación de este estudio construyen sus significados de la infertilidad a partir de los roles del cuerpo emanados de los constantes desplazamientos entre lo público y lo privado, la interacción social y la subjetividad.

La sociedad occidental en la que vivimos marca pautas muy específicas que legitiman la corporeidad. La maternidad es un elemento nuclear en la configuración de las identidades de género femeninas; así también la paternidad es parte fundamental de los significados de la masculinidad. La sociedad las comprende como formas de vida, como permanencias e invariantes, validadas por consenso y, a su vez, con un fuerte respaldo desde las religiones y otras entidades. Ambas instituciones se piensan como una constante cultural, con funciones muy bien delimitadas, incluso a pesar de los visibles cambios sociales y a la luz de las discusiones más contemporáneas (Castañeda y Carranza, 2017).

Reconocemos al cuerpo cual categoría organizadora de lo social, a partir de una construcción sociocultural, que está marcada desde lo sexuado, para cada cuerpo se espera un destino, entendido desde la reproducción biológica; fenómeno que va más allá de lo fisiológico y que tiene una fuerte carga cultural. La corporeidad demarca las rutas del padecer transitadas por los sujetos ante un fenómeno de infertilidad. De esta forma el cuerpo es una categoría que también contribuye a la construcción del padecimiento sobre la infertilidad. El cuerpo configura los significados de la maternidad y la paternidad y por tanto, los significados de la infertilidad.

Los significados sobre la infertilidad permiten jugar con la posición de la naturaleza de lo social, por lo que se puede concluir que la reproducción biológica y la diferencia sexual son asumidos como dominios que aseguran la continuidad social. Si lo anterior lo reflejamos en la conformación de las identidades masculinas y femeninas, indudablemente atravesada por el eje cultural, podemos decir que, a pesar de los cambios registrados en la sociedad aguascalentense, mexicana, a la mujer se le continúa relacionando con el orden de la naturaleza, por su capacidad reproductora, y al hombre con el orden cultural, por su “capacidad productiva” (Bestard, 1998, p. 179). Este análisis abre caminos para comprender los comportamientos y las emociones generados por el sujeto infértil desde su proceso de infertilidad y, en general, comprender los significados sobre lo que se entiende como “saludable” en el tema de la reproducción humana.

 

Notas aclaratorias

Aguascalientes es una ciudad capital del estado del mismo nombre. Está ubicada en el centro occidente del país. Los sujetos de esta investigación son vecinos de esta ciudad.

 

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[1] Universidad de Guanajuato, México. Correo electrónico: l.arroyo@ugto.mx

[2] Centro Universitario de la Ciénega de la Universidad de Guadalajara, México. Correo electrónico: liliana.castaneda@cuci.udg.mx

[3] La categoría “sospecha” habla de aquellos sujetos que no cuentan con estudios y notificaciones realizadas por instituciones médicas: privadas o estatales. En la categoría “diagnóstico definitivo” se inscriben los sujetos que sí cuentan con dichos estudios. La separación de estas dos categorías fue con la intención de dar cuenta o analizar posibles diferencias de significados o vivencias al interior de un fenómeno de infertilidad. Sin embargo, fue posible evidenciar la construcción del significado de la infertilidad como padecimiento en ambos estados del proceso.

[4] Este criterio fue tomando en cuenta a partir de las normas postuladas por la Organización Mundial de la Salud.

[5] En el mundo existen ocho tipos de familias: 1. Familia nuclear (biparental); 2. Monoparental; 3. Adoptiva; 4. Sin hijos; 5. De padres separados; 6. Compuesta; 7. Homoparental; 8. Extensa. Vázquez de Prada (2008).