PADECIENDO
LOS CUERPOS: SIGNIFICADOS DE LAS PATERNIDADES, MATERNIDADES Y LA FAMILIA EN
MUJERES Y HOMBRES INFÉRTILES
HURTING THE
BODIES: MEANINGS OF THE PATERNITIES, MATERNITIES AND THE FAMILY IN INFERTILE
WOMEN AND MEN
Lellanis Arroyo Rojas[1]
Liliana Ibeth Castañeda Rentería[2]
Resumen
El presente artículo analiza el padecimiento generado
por la vivencia de procesos de infertilidad desde una perspectiva
sociocultural, en donde el cuerpo se configura como el espacio generador y
reproductor de mandatos culturales, particularmente los configurados a partir
de la categoría género. Nos centramos en la experiencia de sujetos con
condición de infertilidad, buscando entender las lógicas socioculturales que se
tejen desde un cuerpo infértil en el que se imponen significados sobre el deber
ser y hacer con base en la construcción cultural de la diferencia sexual
impuesta sobre los cuerpos. La investigación estuvo enmarcada en un enfoque
cualitativo y se desarrolló a partir de la realización de entrevistas en profundidad
a mujeres y hombres bajo sospecha y/o diagnóstico confirmado de infertilidad.
Los resultados expusieron al cuerpo como marco de reflexión primaria, pues es a
éste al que se interpela como actor responsable por no cumplir con las
construcciones sociales a las cuales se inscribe, develando una centralidad en
lo biológico y lo sociocultural. El acercamiento logrado presenta a la
infertilidad como un fenómeno del padecimiento. Se considera oportuno señalar
que el tema de análisis que aquí se expone tiene como antecedentes los alcances
y conclusiones presentados en la tesis doctoral titulada: “Infertilidad,
construcción social de un padecimiento”.
Palabras clave: cuerpos,
infertilidad, padecimiento, mandatos de género
Abstract
The current paper analyses the suffering engendered by the infertility
processes experienced from a sociocultural perspective, in which the body is
configured as the generating and reproducing space of cultural mandates,
particularly those configured from the gender category. We focus on the
experience of people with an infertility condition, seeking to understand the
sociocultural logics that are woven from an infertile body in which meanings
are imposed and are based on the cultural construction of the sexual difference
imposed on the bodies. The information exposed was obtained through in-depth
interviews with women and men under suspicion and/or confirmed diagnosis of
infertility. The results exposed the body as a framework for primary
reflection, since it is questioned as a responsible actor for not fulfilling
the social constructions to which it is enrolled, revealing a centrality in the
biological and socio-cultural constructions. The approach achieved presents
infertility as a phenomenon of suffering. It is considered appropriate to
mention that the subject of analysis submitted in this text was part of the
results presented in a doctoral thesis entitled: "Infertility, social
construction of a disease".
Keywords: bodies, infertility, suffering, gender mandates
recepción:20
de agosto de 2019/ aceptación:20 de enero de 2020
Puntos de partida
La infertilidad ha sido mayormente abordada desde el
punto de vista de las ciencias médicas, y en los últimos años se ha registrado
un marcado aumento de las investigaciones desde un enfoque jurídico y de la
bioética. Por otro lado, otros estudios presentan entre sus resultados un
reforzamiento de los estereotipos tradicionales de matrimonio, pareja
heterosexual y reproducción biológica, como parte de lo socioculturalmente
esperado (Arroyo, 2018), lo que permite problematizar a la infertilidad como un
tema que potencialmente puede ser abordado desde su configuración
sociocultural. En la revisión bibliográfica se identifica que han sido pocas
las voces que estudian el fenómeno desde una perspectiva sociocultural y
orientada hacia la recuperación de los significados y experiencias relacionadas
a los episodios de infertilidad, en tanto fenómeno de la vida cotidiana, que
puede ir más allá de los aspectos biomédicos (Cardaci y Sánchez, 2009; Arroyo,
2018). La infertilidad no compromete la integridad física del sujeto, sin
embargo, supone una situación carencial para no pocos, dado que una mayoría
todavía contempla como objetivo vital y esencial el tener hijos. Esta carencia
puede incidir negativamente en el desarrollo de los sujetos, produciendo, en no
pocos casos, frustración, tristeza, depresión y pérdida del sentido de la vida.
En este marco se plantea el abordaje de la infertilidad como constructora de
sentido (Arroyo, 2018).
Problematizar a la
infertilidad: la construcción sociocultural de un padecimiento
Se parte de la premisa de que la infertilidad es un
proceso que puede ser significativo para la vida de algunos sujetos. A partir
de aquí se propone el abordaje de la infertilidad desde diferentes conceptos
claves: cuerpo, paternidad, maternidad y familia orquestados por la cultura
bajo una perspectiva sociocultural.
Se entiende a la
cultura como constructo que atraviesa transversalmente a todos los conceptos
antes mencionados, construyendo un andamiaje desde el cual es posible también
explicar a la infertilidad y por qué ésta se convierte en un padecimiento.
Justamente la apuesta por lo sociocultural permite la articulación de estos
elementos entre sí, lo cual se explica a continuación.
La cultura es
entendida como negociación e interrelación de poder, en pos de un
posicionamiento social que otorga sentido. La cultura, según los estudios
socioculturales, es el espacio donde una serie de elementos hacen sentido (make sense) a la vida del hombre o el
mundo de la vida (lebenswelt): un
corpus de significados que demarcan y delinean la vida social. Por ejemplo: una
mujer madura y un infante son materialidades, pero al ser intervenidos por la
cultura se convierten en “una madre” y “su hijo” (Caloca, 2015). Desde aquí
comienzan a erigirse pautas que, bajo una condición endémica, el ser humano
reproduce o transforma, sin embargo, no dejan de ser temas que organizan y
orientan la vida cotidiana.
Al optar por la
definición anterior, es conveniente declarar que la maternidad, la paternidad y
la familia están legitimadas como referentes colectivos en no pocos contextos;
siendo México uno de ellos. Estos referentes aluden, entre otros aspectos de la
vida humana, a la fertilidad, invocando a la reproducción humana como un
fenómeno por una parte biológico, a partir de la posibilidad de los cuerpos
tanto del hombre como de la mujer; pero también como un fenómeno social, al
entenderlo como lo socioculturalmente esperado y de parte de las dos posturas:
biológica y social, por la importancia que se le concede a la formación de la
familia. Desde esta perspectiva es posible poner en tensión a la infertilidad,
al ser asumida como lo opuesto a la realidad de la vida cotidiana en la cual se
han inscrito los sujetos (Cardaci y Sánchez, 2009; Flores, 2011; Arroyo, 2018).
La fertilidad ha
constituido y constituye una acumulación de significados, que además objetiva y
tipifica experiencias (Berger y Luckmann, 2001). Al decir de Pérez (2007) la
fertilidad y la formación de la familia son aspiraciones que se encuentran
imbricadas en universos de sentido y por lo tanto no están al margen de los
elementos socioculturales que las moldean, responde a convenciones y son
consecuencias de un aprendizaje social que nos indica aquello a lo que debemos
aspirar en un momento determinado del ciclo vital. Esto convierte a la
infertilidad en un fenómeno del padecer a partir de la aparición de una crisis de
sentido. En esta noción se coincide con otros estudios (Margulis, Urresti,
Lewin et al., 2007; Isa, 2017) en relación a entender la fertilidad y la
infertilidad como fenómenos expresados-padecidos en los cuerpos en un contexto
sociocultural que le da sentido.
Se toma a Arthur
Kleinman entre los referentes teóricos para el acercamiento a la infertilidad
como fenómeno del padecer; además que justifica y es congruente con la adopción
metodológica que se describe en párrafos posteriores. Kleinman (1988), junto a
Le Breton (2002) y a Shilling (2012), concuerdan acerca de la marcada
influencia que tiene el contexto social y cultural sobre la construcción de los
significados y el orden que el sujeto le da a su padecer.
Hasta aquí es
posible dar cuenta de un proceso de articulación permanente entre estos
conceptos claves, lo cual permite poner en discusión a la infertilidad como
fenómeno del padecer desde una perspectiva sociocultural. Esta articulación
está orquestada por la cultura en parte a que obedece a contratos sociales
ordenados y prácticas recurrentes, “a procesos de normalización históricamente
construidos” (Reguillo, 2004, p.3). La cultura, cuyo significado ocurre y se
manifiesta como evento social, arbitrado, asignado y consensuado por un
contexto social determinado, es un proceso ininterrumpido que otorga
significados. Éstos pueden cambiar, según cambian también las épocas, los
lugares, los entornos sociales, las religiones, las naciones, la economía y un
sinfín de factores más. Sin embargo, existen significados que prevalecen y
desde los cuales se pueden interpretar los fenómenos de la vida. Los
significados prevalecen o no, según el contexto; se activan, falsean o
reactivan, por convención. Así mismo son compartidos y se objetivan (Arroyo,
2018).
El cuerpo moldeado por el
mundo de la vida
¿Qué significados se inscriben/producen en el cuerpo
del sujeto infértil? Esta fue la interrogante inicial para el presente estudio,
a la cual se fueron sumando otras, en tanto aspectos particulares y que
contribuyeron al análisis del tema. Para responder a la interrogante buscamos
acercamientos teóricos desde las ciencias sociales. El campo de estudio de la
sociología del cuerpo es la corporeidad humana como fenómeno social y cultural.
El cuerpo va a ser examinado cual materia de símbolo y objeto de significados.
Las acciones que tejen la trama de la vida cotidiana, desde las más banales e
inadvertidas hasta las que se producen en la escena pública, implican la
intervención de la corporeidad, por tanto, se le reconoce al cuerpo su
capacidad de agencia y de centralidad en los fenómenos sociales, entre ellos,
los procesos reproductivos y los relacionados con la salud-enfermedad.
Para Le Breton (2002) lo que el
hombre pone en juego en el terreno de lo físico se origina en un conjunto de
sistemas simbólicos. En congruencia con este planteamiento, Shilling (2012)
argumenta que, en nuestras sociedades, el cuerpo adquiere un peso creciente en
la configuración del sentido. Del cuerpo nacen y se propagan los significados
que constituyen la base de la existencia individual y colectiva. Por ello, para
el presente estudio se asume que el cuerpo es visto como el lugar donde se
fraguan la expresión de los sentimientos, las actividades producto de la
percepción, la relación con el sufrimiento y el dolor. En el cuerpo será donde
se expresa el sentido construido y donde se evidencia el conocimiento de la
vida cotidiana como orientador de la conducta.
El cuerpo como emisor y receptor,
produce y reproduce sentido continuamente (Le Breton, 2002) y, de este modo, el
hombre se inserta activamente en un espacio social y cultural dado. Sin
embargo, ante un episodio de infertilidad ¿de dónde viene la necesidad de
manipular al cuerpo? Según reportes (World Health Organization, 2010), la
mayoría de los casos con diagnóstico por infertilidad acuden una y otra vez a
tratamientos “convencionales” y “no convencionales” en la búsqueda por lograr
concebir y dar a luz con vida a un hijo o hija de modo biológico o
anatómicamente natural. Pensamos que esta conducta no sería tan desacertada
explicarla a partir de los mandatos culturales impuestos sobre los cuerpos, los
cuales son los temas que ordenan la realidad de la vida cotidiana. Estamos
hablando de hombre-padre y mujer-madre.
El hombre, como sujeto
sociocultural, ha sido construido como proveedor. En esta categoría está
contenida la paternidad como configuración de lo masculino. A la mujer,
socioculturalmente, se le ha construido en vínculo directo e indisoluble a la
familia. En esta categoría está contenida la maternidad como parte importante
de la configuración de lo femenino. Este análisis nos lleva a posicionar al
cuerpo como una categoría analítica a partir de ver cómo en el cuerpo se ponen
de manifiesto los mandatos culturales de hombre-padre y mujer-madre que están
atravesados por cuestiones socioculturales. Por lo tanto, existe un cuerpo moldeado
por el mundo de la vida y por la estructura social. Este mandato se construye
desde lo que se espera del cuerpo sexuado, permitiendo entender por qué algunos
viven la infertilidad como un padecimiento.
Finalmente, la sociedad sigue
exponiendo a la infertilidad como una condición vergonzosa tanto para los
hombres como para las mujeres. Esta vergüenza se relaciona con la imposibilidad
de cumplir con el mandato de género dictado sobre los cuerpos femeninos y
masculinos, y en el marco de una mirada hegemónica de la familia heterosexual,
que prima todavía en países como México.
Los mandatos de género
sobre los cuerpos
Para nuestra investigación consideramos al género como
una categoría organizadora de lo social, a partir de la cual se configuran
mandatos y se describe un mapa cuyas coordenadas orientan la conducta de los
hombres y las mujeres en el mundo de la vida cotidiana. En este sentido,
coincidimos con Palomar (2004), quien describe al género como un conjunto de
ordenamientos simbólicos de lo que significa ser hombre o ser mujer en nuestra
sociedad; lo que al mismo tiempo determina el fenómeno de la maternidad y la
paternidad en lo subjetivo y en lo colectivo. Para los fines del presente
trabajo, este último aspecto se sostiene desde las vivencias, las prácticas y
las emociones, en el orden público y privado, descritas por los hombres y las
mujeres y sus cuerpos infértiles.
Partimos de la siguiente premisa:
en la sociedad mexicana en general, y en la aguascalentense en particular, la
maternidad y la paternidad tienen diferente significado y diferente
funcionalidad, pero ambas gozan de importante relevancia. Ambas son referentes
que contribuyen a la construcción del ideal de lo masculino y lo femenino,
respectivamente. Contribuyen a la configuración y legitimación de las
identidades de género. Por esta razón pensamos que hay una distribución social
del conocimiento acerca de la infertilidad cuando ésta se manifiesta en los
hombres o en las mujeres.
Un cuerpo de mujer debe ser capaz
de dar a luz y un cuerpo de hombre debe ser capaz de embarazar a una mujer.
Sobre los cuerpos recae la carga de la reproducción biológica, sin distinción
sexual y casi sin más opciones (Castañeda, 2016). El cuerpo es visto como un
símbolo de reproducción. Esta representación está articulada desde dos
fundamentos hegemónicos: uno biológico, que nos habla de la supervivencia de la
especie humana; y otro social bajo la consigna de los mandatos de género. Es lo
que Le Breton (2002) enuncia como el significado del cuerpo.
El cuerpo es el refugio de las
pautas sociales a las que se adscriben los sujetos, en aras de reproducir lo
aprehendido. Desde nuestros sujetos de investigación recuperamos cómo el cuerpo
puede ser moldeado según lo tradicional, según los mandatos socioculturales
referidos a la paternidad, a la maternidad y al género. De esta manera es
posible dar cuenta de cómo la infertilidad reúne múltiples dimensiones de
análisis sociales, culturales, psicológicos y políticos (Isa, 2017) que se
padecen desde el cuerpo.
Metodología
El diseño metodológico se pensó desde el paradigma
interpretativo-compresivo, y con un anclaje hacia lo cualitativo. Este
planteamiento epistemológico apoyó la selección de los métodos narrativos para
la comprensión de la infertilidad como fenómeno sociocultural desde la propia
voz de los sujetos que están en una constante búsqueda del embarazo. Estudios
señalan la impronta de los métodos narrativos a partir de constituirse como una
reflexión sobre la propia vida del sujeto y el significado social de la
infertilidad como etapa de la vida (Arroyo, 2018). Los métodos narrativos
permiten conocer las influencias culturales y las interpretaciones que los
sujetos en estudio hacen de los fenómenos que se presentan en la vida cotidiana
(Castañeda, 2005; Chávez, 2008; Díaz, 2012).
La principal herramienta empleada
fue la entrevista en profundidad temática (Bertaux, 1996) para el acercamiento
empírico más oportuno. La entrevista se realizó a aquellos que tuvieran una
condición de infertilidad, por sospecha o diagnóstico definitivo[3].
Los sujetos fueron seleccionados a partir de un muestreo no probabilístico,
intencional por criterios (Taylor y Bogdan, 1992) donde debían cumplir con los
criterios que se mencionan a continuación para ser incluidos en el estudio,
para lo cual no fue necesario un procesamiento estadístico. El tamaño de la
muestra dependió de quienes accedieron a participar en el estudio; aunque se
planteó el empleo del criterio de “saturación teórica” o de “categorías”
(Taylor y Bogdan, 1992).
Fueron incluidos como criterios:
tener un tiempo de sospecha o diagnóstico superior a los tres años[4],
no tener descendencia propia y aceptar participar previo consentimiento
dialogado y por escrito. Para el trabajo de campo se tuvieron en cuenta los
registros de los hospitales o de las clínicas donde estuvieran recibiendo
tratamiento, además del criterio de bola de nieve en
el cual los sujetos seleccionados para ser estudiados sugieren a nuevos, entre
sus conocidos. Esta técnica permitió que el tamaño de la muestra fuera
creciendo a medida que se invitaba a participar a otros. También se
acudió a los lugares donde se practican terapias alternativas, dígase la
medicina natural o prácticas de origen mágico-religiosas. Las entrevistas
tuvieron una duración de dos horas treinta minutos en promedio y con algunos
sujetos fue necesario más de una sesión. Las locaciones para las mismas fueron
en sus respectivos hogares, principalmente. Para resguardar su identidad se
utilizaron pseudónimos.
Además de la entrevista se
consideró oportuno incluir otras estrategias para recoger información. Entre
ellas las notas de campo del investigador, los escritos autobiográficos,
documentos epistolares y algunas fotografías, estos últimos proporcionados por
quienes participaron en el estudio.
Para este artículo se toman como
ejemplo algunos fragmentos de las entrevistas con el objetivo de guiar la
exposición de los resultados y la discusión de los mismos. Sin embargo, se considera
oportuno declarar que para el análisis se consideró la totalidad de los
diálogos, encuentros y documentos.
A continuación, presentamos una
tabla con la información de los sujetos. Los datos describen la cantidad total
de casos estudiados, la edad, creencias religiosas, estado civil, nivel de
escolaridad y el estado del proceso de infertilidad (sospechado o con
diagnóstico definitivo); categorías que también fueron importantes para la
descripción de la infertilidad como un fenómeno del padecimiento en diálogo con
los mandatos de género y cómo éstos se reflejan sobre los cuerpos del hombre y
de la mujer.
Tabla 1. Generalidades de los sujetos de estudio
Casos |
Edad/años |
Creencias |
Estado civil |
Tipología de
tratamiento |
Estado del proceso de
infertilidad |
Nivel de escolaridad |
Carlos |
40 |
Catolicismo,
Espiritualismo Trinitario Mariano y Fidencismo |
Casado |
TRA: clínica privada |
Diagnóstico definitivo |
Estudios de posgrado |
Roberto |
43 |
Catolicismo |
Casado |
TRA: clínica privada,
mágico religioso |
Sospecha |
Licenciatura completa |
Rosa |
39 |
Atea, Budismo |
Casada |
TRA: clínica privada,
estatal, complementarios, mágico-religioso |
Diagnóstico definitivo |
Estudios de posgrado |
Lola y Rafael |
33/35 |
Costumbres Huicholes |
Unión consensual |
mágico-religioso |
Sospecha |
Preparatoria incompleta
|
Moisés y Rebeca |
35/36 |
Ateos |
Unión consensual |
Complementario,
mágico-religioso |
Sospecha |
Preparatoria completa |
Lupe |
35 |
Catolicismo |
Casada |
TRA: clínica privada,
mágico-religioso |
Sospecha |
Estudios de posgrado |
Cristina |
34 |
Catolicismo |
Casada |
TRA: clínica privada,
estatal |
Diagnóstico definitivo |
Licenciatura completa |
Marcos |
34 |
Ateo |
Casado |
TRA: clínica estatal |
Diagnóstico definitivo |
Licenciatura completa |
Miriam y Luis |
60/60 |
Catolicismo |
Casados |
TRA: clínica privada,
complementarios, mágico-religioso |
Diagnóstico definitivo |
Licenciatura completa |
Resultados y
discusiones
La información que se logró recolectar corresponde a
nueve casos, entre ellos hombres y mujeres, sujetos que se encontraban solos o
en parejas. Durante el análisis se identificaron las siguientes categorías: ser
hombre-padre, ser mujer-madre y la formación de una familia, todas atravesadas, analíticamente, no sólo desde el género,
en tanto mandato sociocultural, sino también desde las emociones corporizadas
haciendo énfasis especialmente en el padecimiento que genera esta condición
para los informantes.
Ser padre para ser hombre y
ser madre para ser mujer. El mandato de género
A partir de los resultados de trabajo podemos dar
cuenta de que la maternidad y la paternidad constituyen un mandato cultural de
género que para no pocos sujetos existe el deber de cumplir. La paternidad y la
maternidad son vistas como un fin importante en la vida del ser humano y
embarazar a una mujer o parir un hijo o hija vivos son la prueba pública de que
se es “suficientemente hombre” y “una mujer completa”. Tanto la maternidad como
la paternidad contribuyen también a la construcción social del ideal de
masculinidad y feminidad y, por ende, es a partir de estas categorías ―vistas
como lo deseable― que la infertilidad se construye también como el extremo
vergonzoso y penoso.
Un elemento que valdría la pena retomar es el referido
a los criterios de masculinidad construidos desde los propios hombres. A decir
de Badinter (2003), la masculinidad no constituye una esencia, sino una
ideología que tiende a justificar la dominación masculina. A través de la
paternidad, los hombres tienen la posibilidad de reafirmar su posición
dominante en las relaciones de poder respecto a las mujeres y con los otros
hombres, según las exigencias de su propio contexto sociocultural.
Ser
padre es una forma también de probarme como hombre, no sólo es el hecho de
haberme casado, no he sido padre, y eso es algo que debería ser importante para
todos los hombres del mundo, incluso si fueran homosexuales, esa es la mejor
manera de demostrar al mundo lo que uno vale y que uno es hombre, es como una
prueba de vida, al menos así pienso yo (…) yo soy macho y me considero hombre y
siento que tal vez mi condición está incompleta, a partir de que no tengo un
hijo (Carlos).
Esta
sociedad es muy dura, y la misma sociedad te obliga a meterte en un huacal y tú
procuras no salirte de ahí. Como usted comprenderá es muy violento, es como
camisa de fuerza. Venir y vivir en el mundo implica un compromiso social muy
grande y a huevo hay que cumplir. No basta con que te digan que tienes
opciones. En ocasiones las opciones no existen, y me parece que esto es igual
para todos (…) Usted sabe que la sociedad espera determinadas cosas según el
ámbito social donde te muevas, pero el problema de la infertilidad no. Esto es
igual para todos. Todos los hombres debemos reproducirnos (Luis).
¿Para qué se es padre? ¿Cuáles son los significados de
la paternidad con relación a la identidad de género? Para que los “otros” vean
que se es un hombre de verdad. La realidad es que la paternidad cumple con la
función de la configuración de la masculinidad. Hay una traducción desde lo
social: es necesario tener hijos propios. La paternidad está entendida también
como una finalidad y es necesario llegar por los medios que sea. Entre los
significados de paternidad está la hombría, la virilidad. Esta visión desde el
otro, desde lo público también se expresa en legado, linaje, extensión a través
de apellidos, lo cual, al mismo tiempo, entra en el terreno de lo privado.
“Sentirse padre es sentirse hombre, pasar por un proceso de doble encarnación:
la que adopta los modelos parentales interiorizados por el sujeto y la que
adopta los modelos socioculturales prevalecientes” (Muldoworf, 1973, p. 136).
Desde estas declaraciones es
posible ver cómo el cuerpo físico, sexuado, pauta el camino a seguir,
atravesado por un mandato de género. En nuestros entrevistados hombres es
posible vislumbrar la necesidad de demostrar en todos los ámbitos los modelos
de control, dominación y competencia propios de la masculinidad. Ello guarda
correspondencia con lo expuesto por Rivera (1995, p. 75), se conforma una
especie de contrato sexual, con pérdida importante de soberanía sobre sí mismo,
referida a las funciones que tiene su cuerpo. La soberanía sobre la capacidad
de desempeñarse en la sociedad y también a las dosificaciones simbólicas de lo
que es o debe ser el cuerpo masculino.
Si hasta el momento se ha reportado
lo que ocurre con el cuerpo masculino, vamos a ver cómo esta realidad no deja
de ser diferente para algunas mujeres, desde su corporeidad y los mandatos de
géneros reflejados en el mismo. “La función biológica de la reproducción
adquiere, en el orden simbólico que define a la cultura, un valor que remite a
campos semánticos complejos, definidos por articulaciones significantes, y no a
un objeto supuestamente natural” (Tubert, 1991, p. 49). En respuesta a la
pregunta, ¿para qué ser madre? según Lola “Así me enseñó mi abuelita: los hijos,
y sobre todo para una mujer, son lo más grande, el más grande tesoro de esta vida.
Una mujer necesita y debe dar hijos”.
Antes de continuar, y como parte
del análisis, es conveniente traer a la luz la ascendencia en términos étnicos
de Lola. Ella es descendiente del pueblo Huichol. Desde sus palabras es posible
analizar cómo en la cosmovisión indígena, el cuerpo femenino guarda una
relación estrecha con la idea de fertilidad, donde por lo general son los
dioses quienes intervienen como los dadores de vida. De ahí el registro de
múltiples rituales asociados a la maternidad, que van desde la atención a la
mujer embarazada, el nacimiento y el período post-parto.
Llegado a este punto retomamos la
idea de que, si bien el cuerpo pasa por las construcciones culturales, entonces
la capacidad reproductora es uno de los elementos que los determinan. La
investigación contempló sujetos de estudio practicantes de distintas creencias;
sin embargo, se evidencia unanimidad de expresiones sobre la infertilidad. La
construcción del ideal femenino, a través de la concepción como posibilidad
corpórea, es capaz de atravesar los credos y los orígenes étnicos.
Rosa, con 39 años, profesional,
practicante de budismo, se reconoce como atea; sin embargo, es posible leer e
interpretar que existe una necesidad de cumplir con el mandato cultural de
género que se expresa en lo público y en lo privado. Rosa se ha casado en dos
ocasiones. Califica a su anterior matrimonio como un “completo fracaso”, por no
haber tenido hijos. Rosa teme nuevamente a la ausencia de la descendencia
propia en su actual matrimonio y persiste en la búsqueda. ¿Para qué ser madre?
La respuesta tiene una doble lectura: para darle hijos al hombre y contribuir a
la configuración de su masculinidad, y porque forma parte del ideal de lo
femenino: “soy una mujer porque puedo embarazarme”. Existe una construcción de
la mujer desde el tejido de un componente biológico y social. Autores se
expresan sobre una “imposibilidad de clasificación” o no existencia. Ni el
cuerpo masculino, ni el cuerpo femenino son “verdaderos” si rechazan la
reproducción biológica o no pueden consumarla (Badinter, 2003; Rome, 2006).
La
maternidad es considerada como la esencia femenina, se hace pensar que quien la
rechaza es una anormal, una enferma (…) se despoja de su identidad y se le
declara indigna. Está como arrojada fuera de la comunidad de mujeres. Al actuar
de ese modo se señala con claridad que la maternidad no es una elección, sino
una necesidad que se puede, en todo caso, retrasar en el tiempo, pero no eludir
(Badinter, 2003, p. 133).
La mujer puede ser profesionista, pero debe ser
amorosa, entregada, detallista, y también debe ser madre (mujer-madre-esposa).
Sánchez define la maternidad como “la institución que establece, prescribe y
asigna el lugar de madre a las mujeres” (2003, p. 13). En definitiva, esta
apropiación de la maternidad, crea una identidad homogénea para todas las
mujeres y difumina, de alguna manera, sus posibilidades de emancipación.
Las expresiones de la maternidad no
derivan de la función reproductora de las mujeres, sino que es un proceso
históricamente determinado, una institución y práctica sociocultural (Sánchez,
2003). En consecuencia, la maternidad y sus dimensiones ―como crianza, reproducción,
familia y sexualidad― dependen de las relaciones sociales y las elaboraciones
culturales de las mujeres (Sánchez, 2003).
El hombre puede ser profesionista
pero también fuerte, viril y proveedor. Vale la pena reconocer que la
construcción de “proveedor” no se circunscribe solamente al orden económico,
sino que incluye también a la paternidad. Dado que no hay una definición
acabada, podemos decir que la paternidad es importante al interior de la
dimensión de masculinidad y, por tanto, “un constructo social, histórico”
(Minello, 2002, p. 25) y cultural. Esto coincide con lo señalado por Hernández
(2008) cuando menciona que en México la paternidad refiere a cómo se relaciona
el ser hombre con el ser padre.
La asociación de los conceptos:
infertilidad y cuerpo está intrínsecamente marcada por cómo los sujetos se
perciben a sí mismos. La sospecha o presencia de la infertilidad ha implicado
un cuestionamiento fuerte a sí mismos; debido a que la fertilidad está
entendida como la virtud del cuerpo, en tanto cumplimiento del mandato
cultural.
Para la mayoría de los sujetos la
infertilidad aparece como una dimensión de lo débil. Esta es una situación
marginal, margina al cuerpo del hombre y al cuerpo de la mujer. La infertilidad
tanto en un cuerpo como en otro es una muestra de cuerpo enfermo, de cuerpo en
descomposición, daña el significado hegemónico y legitimado del “ser mujer”, y
el hegemónico y legitimado del “ser hombre”, es un fenómeno incongruente con la
presentación social del cuerpo. En este sentido se entiende también que exista
un pudor al hablar de su presencia en la vida de los sujetos. Tanto en las
mujeres como en los hombres se reporta una preferencia hacia no hablarlo, y
cuando se decide compartirlo, se hace preferiblemente con semejantes que hayan
estado en estas situaciones.
A ser hombre o mujer se
nos enseña desde que nacemos, y luego podemos encontrar eco de ello a lo largo
de nuestro paso por la vida. (…) Los seres humanos estamos condenados a vivir
dentro de lo que se denomina el cuadro de honor, pero perfectamente puedes
decidir no pertenecer al cuadro de honor, pero ello tiene un precio, y entonces
la pregunta es: ¿qué tan dispuesto está uno a pagar ese precio? (Luis).
Pues bien, en ese “todo
va mejorando” me tuvieron meses. Me siguieron haciendo estudios de mis
espermatozoides, pero de repente bajaban, subían, que no eran estables mis
parámetros de laboratorio, que necesitaban nuevas muestras. ¡Usted no se
imagina lo doloroso que es le digan a uno que los parámetros míos, de míííí!
Usted sabe, que le digan a uno todo macho que su “cosa” no está funcionando
bien. Oye, es como para morirse. ¿Usted no cree? ¿Qué es eso? Es como que no
sirves como hombre o ¿qué es lo que tengo que pensar? Que soy incapaz de preñar
a mi esposa (…). Eso no es de Dios (Moisés).
Según Fagetti (2006), el esperma representa la
naturaleza del hombre, y si éste no se encuentra en óptimas condiciones, la
pareja infértil sabe perfectamente que las posibilidades de reproducción son
bajas o, si dicha “semilla” masculina no existe, entonces el evento es “nulo”.
Dicho esto podemos alegar que el líquido seminal recrea un símbolo en los
hombres, un símbolo de virilidad, de hombría y de que se tiene la capacidad de
embarazar.
Los conceptos presentes en las
estructuras sociales que rigen la vida del hombre han marcado una importante
influencia en torno a la construcción social de la maternidad y la paternidad,
desplegando múltiples mecanismos de convencimiento y refuerzo para que los
hechos sociales, políticos, económicos, culturales y biológicos queden a
disposición de sus definiciones. Con ello se asegura la reproducción de sus
significados adaptándose a las coyunturas históricas e idiosincrasias de cada
sociedad. Dicho de esta manera, entonces a la infertilidad la alcanzan
significados en su mayoría peyorativos y que van en detrimento del cuerpo que
la experimenta como padecimiento, sea hombre o mujer.
A través del diálogo entre los
teóricos y los sujetos de estudio podemos dar cuenta que tanto los hombres como
las mujeres ponen en juego las identidades de los cuerpos masculinos y
femeninos al no poder ejercer la paternidad y la maternidad, respectivamente.
Desde nuestros sujetos de estudio es posible ver que, a pesar de los cambios y
tendencias registradas en la sociedad, todavía existe el referente hacia un modelo
tradicional de hombre y un modelo tradicional de mujer. Estos
modelos están indisolublemente ligados a la reproducción biológica, a partir de
entenderla como un “deber-ser”. Sin embargo, pensamos que dejar el análisis
hasta aquí pudiera clasificarse como superficial. Desde los relatos es posible
problematizar aún más las situaciones desde el ser cuerpo infértil: hombre o
mujer.
Montesinos (2004) en su
investigación expone que en virtud de ese complejo proceso de construcción de
identidad y de la necesidad de auto-confirmación que requieren los individuos,
es fundamental generar una interpretación sobre la paternidad que recoja las
implicaciones de una identidad masculina específica, la relación que guarda la
reproducción como etapa de confirmación de la identidad genérica, así como el
vínculo entre el autoritarismo paterno que supone la referencia masculina y la
posibilidad de crear nuevas formas de expresión de la paternidad que abran paso
al ejercicio racional del poder.
Lo femenino es percibido
socialmente sobre la base de ciertas expresiones de la personalidad de las
mujeres. Los calificativos para el cuerpo femenino son: pasiva, dependiente,
emotiva, ilógica, vinculada a la naturaleza, ingenua, bonita, sensible,
previsora, cuidadosa, conservadora, paciente, buena madre, delicada, cálida,
caprichosa, romántica, seductora, artística, físicamente débil,
psicológicamente resistente, identifica el amor con el sexo y, cuando no es
así, entonces se le considera como bruja, puta, lesbiana o feminista. Nos
continúa diciendo Montesinos (2004) que esperar que tales rasgos de la
personalidad definan el estereotipo que debería cumplir una madre, por ejemplo,
que sea pasiva y dependiente, comienzan a dibujar un patrón de la mujer que, en
su madurez, explica parte del papel que culturalmente se le asigna en una
sociedad tradicional, donde lo femenino se reproduce a partir de una función
social en donde ella es confinada al espacio privado. La pasividad y la
dependencia se explican por su exclusión del espacio público, del papel que
juega en una división social (tradicional) del trabajo, lo que hace consistente
su función de madre-esposa como garante de la reproducción familiar. De hecho,
la figura de la familia nuclear se sustenta en la posición social de la mujer
confirmada con la pasividad y la dependencia, las cuales constituyen el
estereotipo o hasta el prototipo del ser mujer en una sociedad tradicional.
Estudios similares exponen que del
mismo modo sucede con los hombres (Castañeda, 2005; Díaz, 2012). Existen
percepciones colectivas generadoras de estereotipos para los cuerpos masculinos
que se van incorporando desde la estructura social. Algunos de estos rasgos
son: competitivo, fuerte, independiente, muestra auto-control, responsable,
atraído hacia las grandes acciones o aventuras, inteligente, no expresa su
emotividad, no llora, tiene predisposición técnica, dominante, protector,
competente, lógico, viril, proveedor de la familia, tiene iniciativa sexual,
autoritario, deportista, basa el sexo en el principio del rendimiento. Si un
hombre no es así se le considera débil, raro u homosexual (Montesinos, 2004).
Tal como en el caso del cuerpo femenino, los calificativos que construyen
modelos del cuerpo masculino constituyen los referentes de auto-confirmación de
los hombres. Por lo tanto, los significados heredados desde la estructura se
proyectan como los referentes culturales obligados, mediante los cuales van
erigiendo su identidad corpórea y replanteando, según su capacidad reflexiva,
cada faceta de su masculinidad.
A su vez, Bestard (1998, p. 179)
nos habla de las relaciones sociales que se inscriben en los procesos de
producción y reproducción, pensando a la producción desde el cuerpo masculino y
la reproducción desde el cuerpo femenino, a partir de la producción de semen
para los hombres y la capacidad de crecimiento intraútero y de dar a luz de las
mujeres, respectivamente. Los sujetos se relacionan con una determinada lógica
generativa que marca el modo en que la persona llega a ser persona, que incluye
tanto las dimensiones físicas como las cosmológicas de la procreación y que se
encarga de resolver cuestiones tales como el modo en que aparece la vida. ¿En
qué consisten los papeles masculino y femenino? ¿Cómo las personas se
relacionan unas con otras o qué vínculos mantienen con el mundo?
La construcción identitaria desde
el cuerpo representa un aprendizaje en el cual los individuos intentan
responder a los estereotipos proyectados culturalmente por la estructura
social. Se entiende a la paternidad y a la maternidad como parte de esta
construcción identitaria que ha sido incorporada a través de los procesos de
interacción constantes entre los actores sociales y el propio individuo
(Montesinos, 2004).
¿Qué se tiene cuando no se es mamá
o papá? El sujeto puede experimentar una libertad traducida en términos
económicos, de espacios, de tiempos, entre otros. Así lo expresa D´Aloisio
(2009). Sin embargo, para algunos, los mandatos culturales, entre ellos los de
género, expresados a través del cuerpo y reproducidos en el contexto donde
viven, establecen una presión que pondera más en términos de valores morales y
de realización colectiva, que de realización personal.
Partiendo de esta afirmación y
llegado a este punto pensamos que sería adecuado considerar cómo los cuerpos
masculinos o femeninos responden a los parámetros culturales establecidos por
la sociedad y por ende generan los significados sobre la infertilidad. De tal
forma que la paternidad y la maternidad responden, en general, a patrones
aprendidos, asimilados e internalizados que permiten a los hombres y a las
mujeres configurar su identidad. Desde esa perspectiva debe comprenderse la
retroalimentación, la tensión, el diálogo entre lo privado y lo público, entre
el sujeto y la colectividad a la cual siente que pertenece, a la cual siente
que se debe. La reproducción biológica es una expresión concreta para objetivar
al cuerpo masculino y al cuerpo femenino, que al no concretarse provoca padecer
y sufrimiento.
El mandato de formar una
familia
La formación de la familia fue una respuesta referida
recurrentemente por los entrevistados. Por esta razón se decide la creación de
un apartado para el análisis del ideal de familia y cómo esta categoría enmarca
la experiencia y el padecimiento de la infertilidad íntimamente relacionado con
los mandatos de género señalados en la sección anterior.
La familia se entiende como una
institución social, que en palabras de Bárcenas-Barajas “constituye una forma
de organización social, un microcosmos de relaciones de producción,
reproducción y distribución, con su propia estructura de poder y fuertes
componentes ideológicos y afectivos” (2010, p. 141). Ha sido un interés marcado
de los estudiosos del tema, pluralizar el concepto de familia, donde se puedan
acoger a los distintos tipos de formaciones[5] que
hoy tenemos en el mundo y por ende, en México. Sin
embargo, datos nos expresan que hasta el año 2009 la legislaciónn mexicana seguía sin reconocer a
esta multiplicidad de familias (Cardaci y Sánchez, 2009).
Asimismo, a pesar de las
investigaciones y las reconceptualizaciones necesarias, la sociedad mexicana, y
en especial la aguascalentense, continúa, mayoritariamente, apostando por el
modelo de familia nuclear, monogámica, originada en el matrimonio heterosexual
y, por añadidura, “completa”. Este último calificativo hace referencia a la
llegada de los hijos con una condición, preferentemente, de pluralidad. Este
modelo de familia, según autores, es una posibilidad entre varias, sin embargo,
es entendida como armónica y respetuosa y, en modo alguno, mayoritaria (Flores,
2011).
En el marco de lo anterior,
entonces, es fácil identificar en los testimonios el vínculo entre los mandatos
de género relacionados con la paternidad y la maternidad y lo que culturalmente
se entiende como el “formar una familia”. Los siguientes testimonios
ejemplifican lo anterior:
(…)
estamos destinados a vivir en familia y ello implica madre, padre e
hijos y esto lo pienso (…) porque así lo aprendí en casa de mis padres que
fueron una familia unida y ese recuerdo está en mi mente, eso fue lo que
aprendí que uno debe hacer en la vida, tanto el hombre como la mujer,
pero más el hombre necesita una familia y no sólo porque los textos
sagrados lo dicen, también así ha sido siempre, entonces eso significa que no
está tan mal, cuando siempre ha sido así, siempre (…) (Carlos).
Mi
madre me dijo que debíamos casarnos y casarnos jóvenes, para tener fuerzas para
criar a los hijos. Así me enseñaron y yo crecí creyendo que así debía ser,
incluso aunque debo decir
que yo soy atea, así está escrito en la ley de Dios, que debemos formar parejas
y familias. Es ley de los hombres, es ley de Dios (Rosa).
La imposibilidad de engendrar y dar a la luz hijos o
hijas vivos, no solo genera padecer en relación a la imposibilidad de una
identidad de género “plena” sino, además, implica la imposibilidad de cumplir
con el mandato de formar una familia y contribuir así a la reproducción social.
El padecimiento se configura así como producto de lo que socioculturalmente se
espera que los cuerpos “puedan” hacer: reproducirse.
Pero
me preguntaste sobre ¿qué significa para mí este proceso? Una pesadilla, y ciertamente se ha
convertido en una piedra en mi zapato, me siento un hombre incompleto, a veces
hasta me pregunto para qué me esfuerzo tanto en el trabajo, para qué superarme
profesionalmente, sino no tengo yo quién disfrute de esos éxitos. (…) estoy incompleto y mi familia me lo ha
hecho ver. Vengo de una familia numerosa (Roberto).
Padeciendo el cuerpo: a manera de conclusión
La investigación expuso al género como marco de
reflexión necesaria tanto para los hombres como para las mujeres ante un proceso
de infertilidad como fenómeno social que éste es. El género configura la vida
de los sujetos. Una premisa importante de la cual partimos es que la vida
social y el comportamiento en el contexto de la cotidianidad son restringidos
en diversas formas por lo que se considera un comportamiento aceptable, cuya
pauta la establece también el género. Éste se expresa en igual medida cuando de
asuntos de reproducción humana se trata. El género destaca, entonces, como
cuestión de suma importancia en los estudios orientados por las ciencias
sociales sobre temáticas relacionadas a los procesos de salud-enfermedad.
Desde una postura crítica exponemos
el lugar, el peso, el uso, y la potencia explicativa de los conceptos: género,
cuerpo y de la perspectiva sociocultural. ¿Qué tanto ayudan al entendimiento de
las emociones y significados en mujeres y hombres que habitan cuerpos
infértiles? Partimos de reconocer que existe un cuerpo físico que manifiesta
una imposibilidad reproductiva; desde ahí se derivaría en una competencia de
las ciencias médicas a partir del componente biológico. Es un cuerpo físico el
intervenido con tratamientos, sin embargo, trasciende a una competencia social
a partir de que también podemos señalar la existencia de un cuerpo
socio-genérico, en el que se inscriben mandatos genéricos que interpelan al
cuerpo físico. Este cuerpo, que se significa y es genérico se construye desde
lo sociocultural.
De las narraciones podemos comentar
que la categoría cuerpo femenino o cuerpo masculino para el fenómeno de la
infertilidad deviene como padecimiento; los sujetos no encuentran opciones para
vivirlo de otra manera; lo anterior se expresa con argumentos que se piensan
como una decisión propia y deseada o por la adscripción acrítica a los
postulados de la estructura social, entendidos como dictámenes, como mandatos
socioculturales.
La dimensión cuerpo imprime una
mirada entre lo público y lo privado. Las discusiones generadas desde esta
dicotomía construyen lo que es ser mujer o lo que es ser hombre y muy vinculado
a lo que es ser madre o ser padre, en el marco del ideal de familia
predominante en la sociedad mexicana. Los sujetos de investigación de este
estudio construyen sus significados de la infertilidad a partir de los roles
del cuerpo emanados de los constantes desplazamientos entre lo público y lo
privado, la interacción social y la subjetividad.
La sociedad occidental en la que
vivimos marca pautas muy específicas que legitiman la corporeidad. La
maternidad es un elemento nuclear en la configuración de las identidades de
género femeninas; así también la paternidad es parte fundamental de los significados
de la masculinidad. La sociedad las comprende como formas de vida, como
permanencias e invariantes, validadas por consenso y, a su vez, con un fuerte
respaldo desde las religiones y otras entidades. Ambas instituciones se piensan
como una constante cultural, con funciones muy bien delimitadas, incluso a
pesar de los visibles cambios sociales y a la luz de las discusiones más
contemporáneas (Castañeda y Carranza, 2017).
Reconocemos al cuerpo cual categoría
organizadora de lo social, a partir de una construcción sociocultural, que está
marcada desde lo sexuado, para cada cuerpo se espera un destino, entendido
desde la reproducción biológica; fenómeno que va más allá de lo fisiológico y
que tiene una fuerte carga cultural. La corporeidad demarca las rutas del
padecer transitadas por los sujetos ante un fenómeno de infertilidad. De esta
forma el cuerpo es una categoría que también contribuye a la construcción del
padecimiento sobre la infertilidad. El cuerpo configura los significados de la
maternidad y la paternidad y por tanto, los significados de la infertilidad.
Los significados sobre la
infertilidad permiten jugar con la posición de la naturaleza de lo social, por
lo que se puede concluir que la reproducción biológica y la diferencia sexual
son asumidos como dominios que aseguran la continuidad social. Si lo anterior
lo reflejamos en la conformación de las identidades masculinas y femeninas,
indudablemente atravesada por el eje cultural, podemos decir que, a pesar de
los cambios registrados en la sociedad aguascalentense, mexicana, a la mujer se
le continúa relacionando con el orden de la naturaleza, por su capacidad
reproductora, y al hombre con el orden cultural, por su “capacidad productiva”
(Bestard, 1998, p. 179). Este análisis abre caminos para comprender los
comportamientos y las emociones generados por el sujeto infértil desde su
proceso de infertilidad y, en general, comprender los significados sobre lo que
se entiende como “saludable” en el tema de la reproducción humana.
Notas aclaratorias
Aguascalientes es una ciudad capital del estado del
mismo nombre. Está ubicada en el centro occidente del país. Los sujetos de esta
investigación son vecinos de esta ciudad.
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[1] Universidad
de Guanajuato, México. Correo electrónico: l.arroyo@ugto.mx
[2] Centro
Universitario de la Ciénega de la Universidad de Guadalajara, México. Correo
electrónico: liliana.castaneda@cuci.udg.mx
[3] La categoría “sospecha” habla de aquellos sujetos
que no cuentan con estudios y notificaciones realizadas por instituciones
médicas: privadas o estatales. En la categoría “diagnóstico definitivo” se
inscriben los sujetos que sí cuentan con dichos estudios. La separación de
estas dos categorías fue con la intención de dar cuenta o analizar posibles
diferencias de significados o vivencias al interior de un fenómeno de
infertilidad. Sin embargo, fue posible evidenciar la construcción del
significado de la infertilidad como padecimiento en ambos estados del proceso.
[4] Este criterio fue tomando en cuenta a partir de las
normas postuladas por la Organización Mundial de la Salud.
[5] En el mundo existen ocho tipos de familias: 1. Familia nuclear (biparental); 2. Monoparental; 3. Adoptiva; 4. Sin hijos; 5. De padres separados; 6. Compuesta; 7. Homoparental; 8. Extensa. Vázquez de Prada (2008).