POLÍTICAS QUEER Y ABYECCIÓN, O EL ANO COMO ÓRGANO
ANTINORMA
QUEER POLITICS
AND ABJECTION, OR THE ANUS AS AN ANTI-NORM ORGAN
Juliano Felizardo Guimaraes[1]
Resumen
En este artículo presento una noción
de queer como un campo de
conocimiento cuyos sujetos rechazan las normas previstas para sus cuerpos, sea respecto al género, a los
deseos o a las prácticas sexuales, y no menos importante, a los sexos. Tomo
prestados los aportes de estudios que considero fundamentales en el desarrollo
de los discursos y prácticas antinorma tales como aquellos de Paul Beatriz
Preciado, Judith Butler, Guy Hocquenghem, Gilles Deleuze y Félix Guattari.
Empiezo el trayecto de este texto exponiendo una síntesis del desenvolvimiento
de las normas que se constituyen en las relaciones de saber/poder, sugeridas
por Michel Foucault, para proponer estrategias políticas que puedan disminuir o
eliminar las categorías producidas a través de la puesta en marcha de las
normas, las territorialidades corporales, las prohibiciones en términos de
deseo y de expresión de género. Por ende, sugiero, con la ayuda de los textos
elegidos, qué prácticas abyectas, sobre todo las que consideran el ano como
órgano antisistema, son capaces de subvertir el orden binario y la lógica
heterocentrada que aquí analizo.
Palabras clave: queer, política,
ano, subjetividad, subversión
In this paper I present a notion of queer as a field of knowledge whose
subjects reject regulatory norms established for their bodies, whether with
regard to gender, desires, sexual practices, or even more relevant, to the
sexes. Taking into account the contributions of Paul Beatriz Preciado, Judith
Butler, Guy Hocquenghem, Gilles Deleuze and Félix Guattari whose studies I
regard as seminal insofar as they lay the foundations of a theory on anti-norm
politics and practices. I begin the journey of this text exposing a synthesis
of Foucault's theory on the constitution of knowledge/power relations, which
propose political strategies that may reduce or eliminate the implementation of
norms, bodily territorialities, and interdictions aimed to the regulation of
the expressions of desire and gender. Therefore, I suggest, aided by the
selected texts, that abject
practices, especially those that regard the anus as an anti-system organ could
subvert the binary order and the heterocentric logic analyzed here.
Keywords: queer, politic,
anus, subjectivity, subversion
recepción: 04 de septiembre de 2019
aceptación: 09 de enero de 2020
Introducción
El género es una construcción, pero
eso no significa pensarlo como un simple hecho social o cultural. Su
establecimiento es originado a partir de una matriz heterocentrada, que supone
la dicotomía femenino/masculino como natural, instaurando patrones de acuerdo a
concepciones basadas en la reproducción (Butler, 2013). La puesta en marcha de
discursos y prácticas que toman los géneros binarios como naturales resultan,
por consiguiente, en la exclusión y marginación, sino de todos los cuerpos, al
menos de aquellos que no están dispuestos a seguir los patrones normativos más
o menos estables. Desde este punto, me parece que reconocer la existencia de
tal sistema excluyente, para luego ponerlo en crisis, es el primer paso para
salir del pensamiento binario y para ampliar los espacios de circulación de los
sujetos en la vida cotidiana. Es válido decir que me refiero a los cuerpos por reconocer la
materialidad de las identidades. También quiero decir que hablo de la
subjetividad como un proceso constante de reconocerse políticamente ante el
entorno, cuando entra en acción el poder (Foucault, 2014).
Sin embargo,
hay que considerar las identidades de género como categorías ficcionales que
pueden, por lo tanto, ser subvertidas ya que no pertenecen al orden natural de
las cosas. Las entiendo como ficcionales, pues cualquiera sea la materialidad
de las identidades de género, ella no existe antes de los procesos de
subjetivación, o sea: están sujetas a determinados conjuntos de prácticas y
discursos instituidos social y culturalmente, con base en una matriz
heterocentrada (Butler, 2013). Por lo tanto, un cuerpo es partícipe de ese
proceso y también es fruto de él, a través del establecimiento de un tipo de
inteligibilidad corporal que es más que todo imaginada. Es un intento práctico
y discursivo que pretende instituir una coherencia entre un cuerpo
supuestamente natural, un género cultural y socialmente asumido como
correspondiente a ese mismo cuerpo y un deseo direccionado hacia un sexo/género
pensado de antemano como reproductor.
Eso
expuesto, empiezo el trayecto de este texto retomando algunos de los caminos
recorridos por los estudios queer,
desde los feminismos hasta las políticas corporales contemporáneas que
cuestionan las definiciones establecidas por las relaciones de saber/poder, a
partir de las cuales son creadas las presuntas verdades sobre los sexos, los
géneros y las sexualidades (Foucault, 2014). No quiero, sin embargo, sugerir
cualquier linealidad histórica del pensamiento científico, ni imaginar una
única corriente de razonamiento académico que sea capaz de abarcar la totalidad
de producciones y conceptos disponibles sobre el tema. Por ende, propongo lo queer como un campo político que
subvierte los límites normativos a partir de la puesta en crisis de los términos
previstos como naturales.
El contenido
aquí expuesto tiene origen en un marco teórico articulado a lo largo de mi
trayectoria académica, involucrando una lectura, que también es subjetiva, de
textos que considero cruciales en la construcción de una teoría queer. Si
propongo una teoría es por asumir una
forma de pensamiento que también es interpelada por la posición de sujeto que
ocupo yo, aunque eso solo sea posible a través de la articulación de textos y
conceptos muchas veces comunes a una gran parte de los estudios de género, o
más precisamente de los estudios queer.
Estudios queer: de las normas heterocentradas a las políticas de subversión
de las identidades
Cuestionar las normas, establecidas
por lo que se puede llamar de economía heteronormativa, es lo que considero el
objetivo central de los estudios queer
en la actualidad. Vale recordar que, aunque el establecimiento de esos estudios
se haya originado precisamente como teoría queer
en los años 1990, a partir de los feminismos del siglo xx, un largo camino fue recorrido hasta la constitución de
un marco teórico que hubiera posibilitado a los cuerpos anormales, encuadrados por una presunta dicotomía, reivindicar
visibilidad. Como parte de esa producción intelectual, las políticas de
resistencia queer se han originado
del silencio al que fueron sometidos los sujetos subalternos en sus cuerpos y
deseos anómalos. Sin embargo, fue solamente a partir de las críticas a las
relaciones de poder y el privilegio heterosexual, el binarismo de
sexo/género/deseo y a las regulaciones compulsorias de los cuerpos, que se
vería autorizado el nacimiento de los estudios queer.
En esa
extensa trayectoria, los sujetos anormales
fueron continuamente marginados, como resultado del ejercicio de poder que se
constituye correlativamente a partir de y en todas las direcciones (Foucault,
2014). Dicho de otro modo, un sujeto subalterno (Spivak, 2010)[2]
no es el simple producto de un poder opresor, ya que el poder es omnipresente y
procede de todos los lugares. Sus fuerzas son asimétricas e inestables,
resultando en categorías movibles que son siempre producto de la acción
arbitraria del poder. Los niveles de dominación y constitución de privilegios
son diversos, aunque las subjetividades minoritarias son las más
subalternizadas. No obstante, donde hay ejercicio asimétrico de poder hay
también resistencia (Foucault, 2014) y es ahí donde también entra en juego el
papel del intelectual que, según Spivak (2010), no debe ser el de hablar en
nombre de los sujetos subalternos, sino el de denunciar la condición y el
contexto en el cual se construyen tales subalternidades.
Los estudios
de género, paraguas bajo el cual están ubicados los estudios queer, proponen la desnaturalización de
los términos y las estructuras de dominación basadas en la norma heterosexual
(Butler, 2013). Mientras tanto, de modo más preciso, los estudios queer actúan críticamente sobre la
concepción de normalidad instaurada acerca de los géneros y de la sexualidad,
por eso la apropiación del término queer,
adjetivo en inglés que podría ser traducido como extraño, raro o anormal, anteriormente utilizado como un
insulto sobre todo hacia los gays (un
término equivalente en castellano podría ser el marica, aunque su uso esté direccionado exclusivo a los
homosexuales varones). Bajo esta premisa, queer
corresponde a una rama de estudios, de prácticas y discursos políticos que
tienen por objetivo salir de los límites impuestos por las normas vigentes,
resistir al estado compulsorio de dominación establecida sobre los cuerpos. De
acuerdo a Richard Miskolci (2009), Teresa de Lauretis fue la responsable de
proponer el uso del término queer en
el medio académico designando una teoría específica de la anormalidad, en 1990.
En aquel entonces, lo que ahora es reconocido como una teoría con marcos
teóricos propios se resumía a una alternativa a los estudios gays y lesbianos, pero no tardaría en
convertirse en un término apropiado a las resistencias políticas emprendidas
posteriormente.
En ese
contexto, los estudios queer, nacidos
como crítica a las relaciones asimétricas de saber/poder que operan en la
producción de categorías de género, de sexo y de sexualidad basados en la norma
(Foucault, 2014), son subalternos por excelencia. Gran parte de su marco
teórico deviene de los conceptos propuestos por Michel Foucault, sobretodo en
su texto dedicado a la Historia de la
Sexualidad I: la voluntad de saber, originalmente publicado en 1976. En ese
primer volumen de su genealogía de la sexualidad, Foucault (2014) sostiene que
las sexualidades no fueron sumariamente silenciadas por un poder opresor, ya
que fueron antes forzadas a manifestarse por medio de mecanismos de discurso y
de examen, producidos en las complejas relaciones de saber/poder. Por ende, el
silencio es, para el autor, parte de los mecanismos de producción de saber que
actúan a través de lo dicho y lo no dicho, lo que uno puede o debe decir y cuándo
puede o debe hacerlo. Por otro lado, la interdicción de los cuerpos, la
prohibición de la libre circulación de sujetos que no corresponden a las
normas, es solamente uno de los efectos producidos por los mecanismos en favor
de la normalización, y no el resultado inmediato de un poder que se acciona
directamente a través de la represión de los sujetos.
Otra
importante contribución de Foucault (2014) a los estudios y a las políticas queer, está en la concepción de sujeto
como resultado de las relaciones de poder. Es decir, un sujeto sólo existe
cuando hay un poder que lo autoriza, de modo que el Otro es la puesta en escena de un poder que no es el mío. Por lo
tanto, según Foucault (2014), un sujeto no preexiste a su propia acción, pues
es engendrado en el momento mismo de la puesta en escena del saber/poder. Ese
punto es retomado con mayor énfasis por Butler (1998), al analizar el feminismo
y la cuestión del postmodernismo. Ella propone que el sujeto del feminismo no
preexiste a la acción política y que la categoría mujeres no es estable ni está
asentada. Lo mismo se podría decir de la constitución de los sujetos que
rechazan las normas de sexo/género/deseo: si el sujeto es producto del
ejercicio de poder, la existencia previa de una identidad no puede ser tomada
como una condición para la acción política. Esa liberación de la subjetividad
de las categorías identitarias positivas, de referenciales fijos, debe resultar
en la posibilidad de nuevas configuraciones políticas, viabilizando el
surgimiento de teorías como las que se originaron a partir de los estudios de
género.
Aunque
Spivak (2010) no sea una intelectual que puede ser leída como queer, sus contribuciones para las
políticas emprendidas por los estudios en cuestión son muy valiosas,
especialmente respecto al silencio a que están sometidos los sujetos
subalternos, que en su investigación pertenecen al contexto postcolonial. Con
sus análisis, ella nos lleva a pensar en una práctica intelectual
suficientemente política que busca romper el silencio respecto a este tema. Si
el subalterno no puede hablar, porque los espacios de habla están ocupados por
grupos hegemónicos, tampoco el intelectual debe hablar en su nombre bajo el
riesgo de reproducir los silencios. Así, siguiendo las propuestas de Spivak
(2010), las investigaciones subalternas deben rehusar cualquier complicidad al
proyecto imperialista, sexista y opresor. Eso implica desaprender
constantemente los privilegios intelectuales[3]
a fin de permitir que otras voces puedan ser escuchadas, sin que se establezcan
nuevas jerarquías. De ese modo, los discursos y prácticas intelectuales deben
rechazar la complicidad a todo proyecto de dominación y, en el caso de los
estudios queer, deben repudiar las
normas de sexo/género/deseo, engendradas a través de una matriz heterosexual,
lo que involucra en nuestro contexto latinoamericano también considerar las
intersecciones de clase y de raza, como criterios fundamentales de diferenciación.
Inevitablemente, en ese proceso, debemos reconocer el poder de los discursos y
sus efectos coercitivos, sean intelectuales o no, con la intención de evitar la
reproducción de los privilegios y la continuidad de la dominación, lo que debe
permitir el surgimiento de otras voces y disminuir el silencio al que están
sujetos muchos de los subalternos.
Sin embargo,
es preciso evitar el equívoco de imaginar que todo sujeto marginado es
subalterno, lo que sería demasiado reduccionista, pues la subalternidad es
siempre tan heterogénea cuanto numerosa. Ya que no todas las imágenes son
subalternas, al menos no lo son en un mismo nivel. Como ejemplo, conviene
recordar que las subalternidades latinoamericanas son diferentes de las
subalternidades africanas y que estas se diferencian de las asiáticas. Se puede
decir que, en un nivel local, las subalternidades difieren unas de las otras,
incluso cuando puedan compartir determinados aspectos similares. Así, sería
inviable considerar que todo sujeto latinoamericano pudiera ser leído como una
identidad subalterna, así como sería ineficaz considerar toda persona no
heterosexual de igual modo. Por lo tanto, suena más provechoso considerar la
subalternidad en un nivel subjetivo y relacional. Es ahí, en ese nivel subjetivo
en donde operan los agentes externos de manera relacional en la constitución de
las identidades, donde actúan las intersecciones de clase, raza, familia,
género, sexualidad, capital, etc.
Como se ha
señalado, muchos análisis estuvieron comprometidos con la composición de las
bases teóricas de los estudios queer,
pero quizás las críticas más rigurosas a los problemas que derivan de las
normas de sexo/género/deseo hayan sido realizadas por Judith Butler en El Género en Disputa: el feminismo y la
subversión de la identidad, libro publicado originalmente en 1990. En ese
libro, Butler (2013) reunió un amplio arsenal de intelectuales en el desarrollo
de su análisis feminista, empezando con Simone de Beauvoir que en la década de
1940 imaginó los géneros como un tipo de construcción sociocultural. El Género en Disputa se volvió uno de
los textos más influyentes de la actualidad sobre el tema de las identidades de
género y las prohibiciones que recaen sobre los cuerpos.
Los análisis
de Paul Beatriz Preciado también son importantes para los estudios queer contemporáneos, sea a través de su
escritura indócil o por las experimentaciones que ensaya al mezclar prácticas y
discursos que cuestionan los binarismos de género, incluyendo ahí las
corporalidades. Al rechazar los binomios reduccionistas respecto a las
subjetividades, rechaza también las normas, la nación en cuanto institución
reguladora de la vida y la fijeza de las identidades establecidas por las
tecnologías de gestión de los cuerpos en la era farmacopornográfica[4].
En Testo Yonqui: sexo, drogas y
biopolítica, Preciado (2014b) combina una narrativa de sus actos
corporales, la manipulación de testosterona y el uso de dildos, por ejemplo, con análisis radicales acerca los dispositivos
emprendidos a partir de la Segunda Guerra Mundial. En otro texto, Manifiesto Contrasexual: prácticas
subversivas de identidad sexual, Preciado (2014a) se enfoca en la
presentación de ejercicios que permitan subvertir las normas que recaen sobre
los sujetos, las sexualidades y el género. Su propuesta de contrasexualidad[5]
procede de sus análisis de las teorías planteadas por Jacques Derrida, Judith
Butler, Michel Foucault, Gilles Deleuze y Félix Guattari, a partir de las
cuales propone otras miradas hacia las políticas contrarias al orden sexual
postmoneista[6].
De la biopolítica hacia la
sexopolítica: tecnologías de gestión de los cuerpos, anormalidades y subversión
queer
Queer es anormal, perverso y abyecto por excelencia, por elección
y rechazo a los binomios normativos que son establecidos por medio de mecanismos
de gestión técnica y política de los cuerpos que, a su vez, son opresores
(Preciado, 2014b). Debemos tener en cuenta aún que la opresión no es la simple
acción de un sujeto opresor sobre un sujeto oprimido, si tomamos a Foucault
(2014) de referente. La opresión es el resultado de una amplia y compleja
maraña de saberes y poderes que se entrecruzan en la formulación de las normas.
Por ende, las relaciones asimétricas de poder no son el resultado de la acción
directa de las normas, pues advienen de un entramado conjunto de
saberes/poderes que crean las normas y producen los sujetos normales o su
contraparte, es decir: lo anormal.
Cuestionar
las relaciones de saber/poder que producen las subalternidades a partir de
categorías heterocéntricas de sexo, género y sexualidad, es fundamental para
las políticas de subversión de las identidades. Tales categorías son
establecidas a través de límites rígidos y arbitrarios sobre los cuerpos,
funcionando constantemente como prohibición de lo múltiple, por medio de patrones que niegan existencia a todo sujeto
que no sea considerado normal. Por eso propongo asumir el término multiplicidad (Deleuze y Guattari, 2014)
como precepto fundamental. Para Deleuze y Guattari (2014) el múltiple funciona como un sustantivo que
niega las categorías identitarias, o las unidades significantes constantemente
empleadas en la instauración de las identidades recognoscibles. En otras
palabras, múltiple no es asumido como
un adjetivo para asignar una cualidad a un determinado sujeto, el múltiple es en sí mismo el sustantivo,
pero que no tiene unidad, no produce categorías, no es normalizado, no tiene
territorialidad.
Aún respecto
a la norma, es necesario reconocer que ella posee dos facetas complementarias (Foucault,
2010). Una tiene relación con normalidad y regularidad, mientras la otra se
refiere a una regla prescrita, una directriz a ser seguida con base en lo que
se determina como normal. Por lo tanto, una busca instaurar un proceso de
normalización social con la definición de lo normal y lo anormal, mientras la
otra busca instaurar determinadas conductas en un proceso de normalización,
reglamentación, prescripción y prohibición. Ambas habrían sido instauradas a lo
largo del xviii tras el lento
desarrollo de los mecanismos de control bajo el dominio del saber/poder. Ello
alcanzaría su cúspide en el siglo xix
con la definición de las entonces nuevas anomalías sexuales, caso de la lista
publicada por Heinrich Kaan en Psychopathia
Sexualis[7].
Conviene
recordar que la existencia de sujetos anormales
no tiene relación directa con su circulación en la vida social, sino con la
designación de las categorías de sujetos que no correspondían a la supuesta
normalidad imaginada en el siglo xix
(Foucault, 2010). En otras palabras, existen sujetos normales porque, en un momento de la historia, se definió su
contraparte: lo anormal. En ese
recorrido en que se desarrollaron los códigos de una supuesta normalidad, los
límites corporales no se dieron por la imposición del silencio, ese que impide
la voz de las minorías, sino por la
enunciación confesional producida por la revelación de los pecados, por los
exámenes médico-legales y un gran conjunto de prácticas que tenían como
trasfondo la producción de verdades para la manutención de la normalidad. Más
precisamente, la inscripción de los cuerpos y de las sexualidades en categorías
binarias se dio por medio de mecanismos de discurso, de examen y de análisis,
haciendo hablar de los sexos y de los deseos, lo que se intensificó en el siglo
xviii y culminó, en el siglo xix, en la institución de las categorías
abyectas en términos de género, sexo y sexualidad.
En síntesis,
la norma es el mecanismo que crea y legitima el ejercicio de poder opresor y
que solo puede ser llevada a cabo con base en la producción de saberes
detenidos y manejados por cierto grupo de sujetos, por así decir hegemónicos
(Foucault, 2010). De esa manera, la norma produce diferenciaciones en todos los
niveles a partir del establecimiento de categorías dichas normales o anormales
que incluyen, evidentemente, las intersecciones de raza y clase social,
categorías que privilegian unas en detrimento de otras. Sin embargo, las
diferenciaciones no se manifiestan simplemente de arriba hasta abajo, sino que
las relaciones de opresión se configuran continuamente en distintos niveles, de
manera que su actualización depende del contexto en donde los sujetos están
insertados. Eso debe considerar aún la división internacional del trabajo y la
postcolonialidad (Spivak, 2010) como factores que implican ejercicios de poder
opresor y constitución de ciertos discursos y prácticas normativas.
Resulta que
las normas son parte del aparato excluyente establecido por intermedio de lo
que podríamos llamar de acuerdo social heterocéntrico que busca mantener el
orden basándose en una idea de normalidad (Preciado, 2014a). Tal acuerdo adopta
las relaciones reproductivas como un modelo primordial, como si hubiera una
naturaleza originalmente binaria y sin excepciones con carácter de estatuto
destinado a regular la vida social, un estado compulsorio de la
heterosexualidad (Butler, 2013). En este caso, el carácter compulsorio
contribuye a la marginación y la exclusión social de los sujetos que no figuran
en los parámetros de la norma, una vez que sus desviaciones ponen en riesgo la
manutención de ese poder que es arbitrario. Ese estado compulsorio de la
heterosexualidad presupone que el género sea inteligible, es decir, que exista
una continuidad entre el sexo y el género y que, además, el deseo sea dirigido
hacia un sexo/género opuesto (Butler, 2013). En consecuencia, quedan excluidos
los sujetos cuyo género no corresponde al sexo, o aquellos cuyos deseos no sean
dirigidos a un sexo/género supuestamente opuesto. Así los anormales son impedidos
de existir libremente, destinados, según la norma, a componer esa categoría
heterogénea, patologizada y subalternizada por un poder centrado en un patrón
heterosexual.
En el
trayecto multisecular de las normas se instituyeron los instrumentos de control
y vigilancia que resultaron en el desenvolvimiento del modelo arquitectónico
panóptico, propuesto como sistema de vigilancia de las prisiones y de las
fábricas industriales al final del siglo xviii
por los hermanos Bentham (Foucault, 1991). El modelo disciplinario panóptico
tiene el efecto de un autocontrol constante que es producido por una sensación
de continua vigilancia. Tal modelo arquitectónico es parte de los mecanismos de
saber/poder disciplinario, que Preciado (2014b) relaciona posteriormente con la
píldora contraceptiva, no solamente por su formato circular que se asemeja al
panóptico, mas también por el autocontrol impuesto sobre la sexualidad femenina
de posguerra. Llevado a cabo en las últimas décadas del siglo xx, el efecto panóptico de la era
farmacopornográfica produjo innúmeros daños a los sujetos cuyas sexualidades no
tenían por finalidad la reproducción, caso de las maricas a los que cargaron
con la culpa de la difusión del VIH. Por ende, hubo y sigue habiendo una fuerte
represión, auto vigilancia e higienización, incluso dentro de los grupos
subalternos, lo que todavía se mantiene en gran parte de los discursos
contemporáneos, como el ejemplo de las infecciones de transmisión sexual.
No es
coincidencia que, a partir del siglo de las luces, los cuerpos y las
sexualidades fueron sometidos a mayor control y vigilancia (Foucault, 2010).
Esa atención excesiva a los deseos no reproductivos supuso interdicciones sobre
los cuerpos que no se generan en el orden del silencio, sino en el orden del
saber. O sea, es porque se sabe lo que se puede o no decir acerca los usos de
los cuerpos, se mantiene determinado control de sus discursos y prácticas. En
ese sentido, el silencio sirve solamente como apoyo a los mecanismos de
producción de verdades sobre las sexualidades, sostenidos por los discursos
médicos, aunque no sea necesario decir una palabra sobre el tema. Por ejemplo,
en ese período comprendido entre el fin del siglo xviii y el comienzo del siglo xix, surgió una campaña antimasturbatoria promovida por los
médicos en alerta a los posibles peligros a la salud que causaban los placeres
solitarios. Los discursos y prácticas médicas al servicio de la normalización
de la sexualidad desplazaron la confesión del espacio religioso hacia el del
consultorio médico. Agotamiento precoz, debilidad, palidez, o cualesquiera que
fuesen los males, eran causados, según sus relatores, por los toques sexuales
de la infancia, de modo que la masturbación fue responsabilizada por muchas de
las enfermedades de ese período.
Preciado
(2014a), respecto al cercenamiento de los deseos no reproductivos, hace
referencia al texto del médico Samuel Auguste Tissot[8]
para decir que, ante todo, la masturbación era considerada como una pérdida
innecesaria de energía que conduce los cuerpos a la enfermedad y después a la
muerte. Por consiguiente, el efecto de esa campaña fue el más intenso
disciplinamiento dirigido hacia los cuerpos infantiles, mientras el espacio
doméstico permitió un acercamiento entre padres e hijos por medio de una nueva
organización del hogar que conducían a una mayor vigilancia y control de las
sexualidades de la niñez. Poco después Kaan propone su psychopathia sexualis con el intento de denunciar las sexualidades
que no estaban basadas en la reproducción y que, por ello, huían de las normas
que él suponía naturales (Foucault, 2010).
Creada en el
siglo xix, la categoría de sujetos
anormales fue subalternizada mediante la invención de una concepción de
normalidad, basada en códigos de un régimen disciplinario ya existente en el
siglo xviii (Foucault, 2014). No
se puede dejar de comentar que esas producciones ochocentistas son, según
Preciado (2014b), fruto de la división del trabajo de la carne, según el cual
cada uno de los órganos es territorializado de acuerdo con su capacidad de
reproducción y con la producción de masculinidad y feminidad. Ocurre, entonces,
una territorialización sexopolítica[9]
de los órganos reproductores y normativos, vagina y pene, en oposición a los
que son considerados anormales en cuanto productores de placer como la boca,
las manos, la piel y el ano. Llamamos territorialización a la atribución de un
estado reproductivo preciso y definitivo al órgano sexual que termina por
eliminar otras posibilidades de producción de placer más allá de ellos. Por
eso, la importancia de desnaturalizar los cuerpos, sacar los deseos y las
identidades de género de las zonas reproductoras. Lo que proponen es que, por
medio de desplazamientos, se enfatice las desviaciones y se considere a las
subalternidades anómalas como uno de los tantos caminos autorizados para romper
con el sistema ficcional heterocentrado.
Debido a esa
territorialización de los cuerpos, la familia fue puesta bajo los cuidados
médicos, siendo observada y medicada, disciplinada por medio de discursos
originados de la relación entre saber/poder normalizador (Foucault, 2014). Ello
permitió el surgimiento, después de la Segunda Guerra Mundial, de un sistema en
el cual el sexo y la sexualidad se volvieron objetos de gestión farmacológica y
pornográfica, o sexopolítica como propone Preciado (2014b). Para Deleuze (1992)
ese período es el de un cambio significativo de la sociedad, que va del modelo
regido por las disciplinas hacia un régimen de control que funciona como un
mecanismo de gestión social basado en una continua insatisfacción. Tal modelo
de gestión crea la idea de una identidad heterocentrada y estable que, sin
embargo, siempre está bajo el riesgo de la pérdida, lo que pone en juego la
necesidad de constante manutención de la norma por medio de los mecanismos de
control. Por ello la performatividad sugerida por Butler (2013) resulta en un
conjunto de actos y gestos socialmente prescritos, que deben ser repetidos
diariamente con la intención de mantener la continuidad de la norma misma.
Si para Deleuze
(1992), mientras analizaba la disciplina biopolítica de Foucault, el control
sustituye al examen, para Preciado (2014b) ese control es establecido por una
gobernabilidad biomolecular, bien como semiótico-técnica de las subjetividades
que es parte del modelo capitalista que él considera como farmacopornográfico.
No faltan ejemplos de tecnologías de gestión de los cuerpos utilizados en ese
sistema económico, como los procedimientos quirúrgicos, la vigilancia y
medicalización de los niños, la reconstrucción de las masculinidades y de las
feminidades, la propagación de las producciones pornográficas impulsadas por la
internet, las imágenes de cuerpos sexualizados en la moda, etc. Tecnologías que
son consecuencia de una ruptura que ya había ocurrido en los años 1950
(Preciado, 2011) con las disciplinas biopolíticas presentadas por Foucault
(1991).
De esa larga
y prolija genealogía, que ha pasado por los exámenes disciplinarios, llegamos
al régimen de control en que las subjetividades son gestionadas a través de
sustancias químicas e imágenes pornográficas o sus similares (Preciado, 2014b).
Sustancias e imágenes siempre dispuestas a la producción de placeres, la
eliminación de errores, la
higienización de los deseos y la anulación de todas las prácticas subversivas
que puedan representar algún riesgo al modelo heterocentrado vigente. Por
consiguiente, la clase social y la raza también fueron introducidas en la
compleja red de mecanismos de gestión de los cuerpos convergiendo con las
normas heterocentradas de sexo/género/deseo. De esa manera, el acceso al
capital económico y la pertenencia racial también ampliaron la distancia entre
sujetos considerados normales y su contraparte anormal. Un ejemplo es el
tratamiento dado a la población de los países africanos afectados por el SIDA,
cuerpos excluidos del sistema farmacopornográfico (Preciado, 2014b). En otras
palabras, no es que determinados cuerpos hayan sido olvidados por este modelo
capitalista, sino que en este régimen de control hay cuerpos que importan más que
otros, y hay cuerpos cuya exclusión no es el resultado del olvido sino de un
proyecto que busca eliminarlos.
No obstante,
Deleuze (1992) sugiere que el control deberá, tarde o temprano, lidiar con la
desaparición de las fronteras y con la dilución de los límites entre los
sujetos de grupos subalternizados y los que se podrían llamar hegemónicos. Eso
nos lleva a reflexionar sobre el desarrollo de prácticas políticas abyectas que
rechazan también el proyecto capitalista higienizador, en donde la clase juega
un papel fundamental. En otras palabras, eso significa llevar a cabo, en los
términos de una sexopolítica contemporánea, prácticas subalternas subversivas
que pongan en crisis los sistemas de control de las subjetividades: tales como
el uso no medicinal de hormonas, la desterritorialización del ano a partir de
su uso no puramente excretor, volviéndolo un órgano de placer, la denegación de
los binomios identitarios, las prácticas sexuales no reproductivas, el rechazo
de las normas y la utilización de elementos de la moda binaria de manera
discontinua.
Identidades heterocentradas, terror
anal, subversión y políticas antinorma
Cuestionar el problema de las
identidades de género y las sexualidades, así como los límites corporales
establecidos por la puesta en marcha del poder normativo que regula la vida
cotidiana, es un deber asumido por los estudios queer contemporáneos, aunque ellos sean muy diversos. De las normas
donde se origina la presunta coherencia entre sexo, género y deseo como parte
del aparato regulador basado en la heterosexualidad compulsoria (Butler, 2013).
Eso se debe a que un análisis más preciso nos llevaría a comprender que,
incluso el sexo, no es una categoría suficientemente coherente como para servir
de modelo a las expresiones de género (Butler, 2013). Como efecto, el sexo es
dialécticamente problemático y no debería ser tomado como una categoría estable
que, a su vez, termina restringiendo los cuerpos a los órganos reproductores,
como parte de la sexopolítica propuesta por Preciado (2014b).
Butler
(2013) ha planteado el concepto de performatividad
de género como un conjunto de actos y gestos que son puestos en marcha
continuamente por los sujetos en sociedad. Para Butler (2013), los sujetos son
cognoscibles en sus géneros según tales actos y gestos, cosas de hombre y cosas
de mujer que no tienen origen en el sexo, como cortes de cabello, maquillaje,
vestidos y faldas para mujeres, pantalones y sastrería para hombres, ítems que
no son más que atribuciones sin conexión directa con una génesis biológica. Sin
embargo, aunque las características performativas de género sean mantenidas
bajo algunas reglas, más o menos fijas, por largos periodos de tiempo en la
historia, lo que se comprende por hombre o mujer es más que una verdad
biológica. Por tanto, decimos que el género depende de un gran número de
elementos que son socialmente acordados y que, cuando llevados a la vida
cotidiana, consolidan la pertenencia a la masculinidad o feminidad, volviendo
ininteligible sus orígenes. Más allá de eso, pertenecer a un determinado género
no es una acción definitiva que posea un fin, pues en cuanto acción ella
necesita ser realizada continuamente a partir de lo que impone el acuerdo
social a los cuerpos asignados como hombres o mujeres (Butler, 2013).
Preciado
(2014a) sostiene que un cuerpo no tiene una existencia previa al género, así
como el pene no preexiste al dildo[10].
Es decir, el pene es, según el sistema heterocentrado, producto de una
inteligibilidad y precisión ficcionales y la idea de que los hombres tienen
desde siempre un pene, imaginado de acuerdo a determinados patrones, resulta un
intento de establecer un pene ejemplar, que en este caso es el dildo. Por ende,
comprendemos que una prótesis en su regularidad corresponde al pene original en
cuanto forma, una vez que el órgano reproductor masculino no presenta una
génesis natural suficiente como para determinar o prescribir a uno mismo. El
pene óptimo no posee un pasado aprehensible, lo que queda evidente en la
búsqueda de estandarización de los cuerpos masculinos a partir de técnicas de
agrandamiento peniano, inspiradas en alguna precisión e inteligibilidad que no
se puede ubicar. ¿Cuál es el pene
original capaz de inspirar la creación o arreglo de otros penes?
Por
consiguiente, se comprende que algunos órganos poseen una función dirigida a la
producción de inteligibilidad de los cuerpos masculinos o femeninos y de la reproducción.
Eso puede ser verificado en la constante producción de masculinidades y
feminidades contemporáneas, muchas de ellas por medio de procesos quirúrgicos,
como la mastectomía[11],
la histerectomía[12],
la vaginoplastia[13] y
la faloplastia[14],
la aplicación de silicona o procedimientos menos invasivos como el aumento de
los labios, o aún la práctica de ejercicios en gimnasio y el uso de
testosterona. De ese modo, siguiendo los términos de Preciado (2014a),
constatamos que el género es parte de las tecnologías reguladoras
heterocentradas que también intervienen sobre la elaboración de los cuerpos, ya
que también los cuerpos leídos como normales son fabricaciones de esa misma
tecnología. En suma, los órganos sexuales son producidos con base en los
ideales de una naturaleza que no es preexistente, sino es fruto de los ideales
del capitalismo farmacológico y pornográfico.
En vista de
ello, pienso que una tarea central de los estudios queer es exponer el carácter ficcional de las normas heterocentradas
que reclaman la inteligibilidad de los cuerpos a través de la puesta en escena
de la coherencia y continuidad entre sexo, género y deseo. En ese sentido,
Butler (2013) sugiere la apropiación política de las performatividades en
configuraciones discontinuas, que exponen las incertidumbres de las identidades
y critican el ideal regulador, disfrazado de ley del desarrollo que a su vez
mantienen el orden social. Preciado (2014a) sugiere la producción de
tecnologías de resistencia que posibiliten evidenciar y reforzar el poder de
las desviaciones y de existencias no basadas en el sistema heterocentrado, y
presenta la posibilidad de realizarse por medio de lo que él llama
contrasexualidad que tiene que ver con deshacer los procesos de producción de
hegemonías de sexo/género, sobre todo de aquellas basadas en una noción
imaginada de naturaleza, haciendo que todas las posiciones de enunciación sean
posibles.
El Deseo Homosexual de Guy Hocquenghem (2009),
publicado originalmente en la década de 1970, ofrece importantes contribuciones
a los estudios queer contemporáneos,
de modo que sus reflexiones tienen un impacto directo en las políticas de las
sexualidades desviadas. El autor deconstruye las concepciones patologizantes de
las sexualidades no normativas. En su texto, Hocquenghem (2009) hace un
recorrido por los análisis de Deleuze y Guattari, realizados en El Anti Edipo: capitalismo y esquizofrenia,
reflexionando sobre la deconstrucción del complejo de Edipo para pensar en la
existencia de concepciones de deseo distintas a las que ha planteado el
psicoanálisis.
Para
Hocquenghem (2009), de manera similar a lo que propone Foucault (2010), las
sexualidades desviadas son fabricaciones del mundo normal, aunque la normalidad
establecida en los análisis de Foucault (2010) no esté directamente relacionada
a la producción de capital propuesta por Hocquenghem (2009). Sexualidades
anormales son aquellas que tienen el ano como su representante, órgano sucio y
abyecto que, según Preciado (2014a), ignora la diferencia sexual, amenazando
las identidades basadas en una noción de naturaleza imaginada como originaria.
Por ello, el ano fue privatizado y
corresponde a la vida privada y púdica, así como el falo lo es para la vida
pública (Hocquenghem, 2009). Si bien el ano, en los términos de Deleuze y
Guattari (2014), figura como la posibilidad de eliminación del binarismo ya que
no reconoce la diferencia de género, rechazando las divisiones generadas por el
falo significante. En síntesis: el
ano no reconoce los privilegios de género, de clase y de raza. Constatación que
Preciado (2009) amplía sosteniendo que toda la piel es una extensión de ese órgano sexual sin género, que desconoce
la norma apoyada en la reproducción y que, por ende, amenaza la existencia de
tales normas heterocentradas.
Por
consiguiente, Hocquenghem (2009) entiende que el miedo al deseo no reproductivo
es lo que origina la norma heterosexual, que lleva a una castración anal que
cierra el ano y lo limita a su función excretora. Eso se debe al temor de que
la homosexualidad, la no pertenencia al grupo privilegiado de los hombres
capitalistas, burgueses, termine por borrar su identidad masculina, volviéndolo
un sujeto anormal, abyecto para la vida pública. Ni hombre, ni mujer, mas cosa
amorfa cuyo deseo no está ubicado en los órganos reproductores. De ese modo, él
propone la inauguración de un sistema de análisis
que adopte el ano como miembro que autoriza la libertad sexual, rechazando el
abordaje psicoanalítico, con su significante falocéntrico y el orden binario.
El siglo xix fue el siglo en el que nació la
categoría de sujetos anormales y su contrapartida: los jefes de familia, los
hombres exitosos y dueños de capital (Preciado, 2009). Es por el miedo de la
pérdida de capital, del desplome de la familia y de la vida social, que un
sujeto permite castrar su ano para luego volverse paranoico respecto a los
deseos que no puede ejercer. Hocquenghem (2009, p. 28) considera que “el miedo
a su propia homosexualidad lleva al hombre social al temor paranoico de verla
aparecer a su alrededor”. De ese modo, el ano fue impedido de manifestarse
sexualmente, convertido en órgano prohibido y subalterno, mantenido abierto
solamente por los sujetos anormales (Preciado, 2009).
En Terror Anal, Preciado (2009) defiende
una revolución mediante prácticas que no produzcan márgenes y exclusiones, que
no se detengan en los límites de las identidades presumidas por la norma
heterosexual, al apropiarse de las abyecciones como potencialidad política y
revolucionaria, los agenciamientos desviados. De ese contexto son generadas las
políticas queer que hacen uso del ano
y toda la extensión del cuerpo como zona de placer revolucionario y no
normativo. Con eso, uno ignora el privilegio territorial, impuesto a los
órganos reproductores por la economía falocéntrica burguesa, al reconocer el
ano como agujero antisistema, máquina capaz de resistir y contestar las
normalizaciones pedagógicas (Preciado, 2009). De esa manera, el uso radical y
colectivo del cuerpo va a permitir romper con los supuestos privilegios de la normalidad.
Reconocer el
ano como órgano de placer permite a los sujetos anormales la posibilidad de
salir de las fronteras de sexo/género/deseo para acceder a la multiplicidad.
Para Preciado (2009, p. 172), “Históricamente el ano ha sido contenido como órgano
abyecto, nunca suficientemente limpio, jamás lo bastante silencioso. No es, ni
puede ser políticamente correcto”. Su apropiación libidinal pone en crisis la
economía heterocentrada que reduce la libertad de los cuerpos, arruinando el
proyecto higienizador de la heteronorma. El ano es un órgano de terror y de
resistencia política que rechaza las identidades binarias, rehusando los beneficios
que el sistema heterocéntrico pueda ofrecer a cambio de su castración
(Preciado, 2009). Aún más, decir que el ano es un órgano de resistencia
antinorma demanda también invalidar la lógica binaria prevista por la
sexopolítica, no solamente en términos de práctica sexual como también de los
discursos que advienen de ella. En síntesis, significa decir que el ano es un órgano
de acción y que todo intento de pensarlo como pasivo recae en el orden
dicotómico que promueve la subalternidad de los cuerpos.
Así, pensar
estrategias queer que tomen el ano
como órgano de acción política también tiene que ver con lo que propone Butler
(1998), respecto a la liberación de los sujetos de las categorías identitarias
previas a la acción política. El sujeto, de igual manera que la política, sólo
existe a partir de la puesta en marcha de un poder y, por lo tanto, no es
preexistente a su propia acción. No es el sujeto ya existente que genera la
política sino el poder que genera el sujeto, al igual que la política. Por
consiguiente, abstenerse de la necesidad de identidades previas y estables,
aquellas basadas en sistemas binarios, evita la producción de nuevas
subalternidades, mientras que viabiliza desplazamientos asignificantes que, en
este sentido no son reproductivos. El ano no depende del falo significante, pues no reconoce su jerarquía. Así, Butler
(1998), leyendo a Foucault, considera que el sujeto político es el sujeto
engendrado en el momento mismo de la acción de un poder, y no existe poder
unilateral. Por ende, podemos decir que el ano es al mismo tiempo político y
asignificante, pues su acción pone en escena la no pertenencia al sistema
binario y el rechazo al orden falocéntrico, ya que todas las personas tienen
ano y el ano desconoce los privilegios de género, de clase y de raza.
No obstante,
considero las políticas basadas en las identidades y las acciones afirmativas, promovidas
hasta entonces por los grupos de sujetos subalternizados, muchas veces leídos
como minoritarios en sus cuerpos y deseos desviados, son indispensables en
términos de lucha por igualdad de derechos. Sin embargo, ninguna comunidad
cimentada a partir de la pertenencia identitaria está libre de la producción de
nuevos bordes, como es el caso de la comunidad gay con la cual comparto
determinadas afinidades. Quiero, con eso, decir que incluso los sujetos
anormales organizados en la defensa de los derechos comunes están propensos a
la producción y reproducción de relaciones asimétricas de poder. Por eso adopto
aquí los caminos propuestos por Butler (2013) y Preciado (2014a) acerca la
desnaturalización de los cuerpos y las identidades, nunca suficientemente
estables o coherentes. Para eso, es preciso deconstruir la idea de identidad
como verdad a través de prácticas subversivas, como la adopción de políticas
abyectas, anales, a fin de autorizar cualesquiera que sean los cuerpos.
Consideraciones finales
Al término de este recorrido vuelvo
a la idea de los estudios queer como
un campo de conocimiento antinorma cuyos sujetos rechazan los privilegios del falo significante, para producir una
política abyecta que toma el ano como órgano no binario que, por ende, no
significa una identidad. Si la heteronorma produce sujetos pensados como
estables en las relaciones de saber/poder, la desnaturalización de las
identidades de género, de los cuerpos y de los deseos debe permitir la
liberación de identidades no reproductoras, sin la creación de bordes. En
síntesis: la desterritorialización de las identidades y de los deseos de los
órganos sexuales reproductores abrirá camino para la libre circulación de la
multiplicidad.
Así, si los
géneros son resultado de tecnologías de producción de inteligibilidad, la
composición de tecnologías contrasexuales debe, según Preciado (2014a),
desordenar las normas heterocentradas poniendo en crisis sus bases. Por tanto,
pensar como queer, el anormal, o el
subalterno es también un modo de expropiarse, o sea: generar un movimiento para
afuera de lo que es propio y apropiado para cada género, para cada cuerpo o
deseo. Constituirse en cuanto sujeto queer
consiste, de acuerdo a lo que propongo aquí, en establecer a partir de prácticas
y discursos desplazados del orden heterocentrado, un proceso de subjetividad
que no se reproduzca, que requiere salir del orden binario excluyente de las
identidades originadas del falo para
un modelo más radical de subjetividad generada a partir del ano, órgano que no
reconoce los privilegios de determinados cuerpos en detrimento de otros.
Bibliografía
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contingentes: o feminismo e a questão do “pós-modernismo”. Cadernos Pagu, 11, 11-42. https://periodicos.sbu.unicamp.br/ojs/index.php/cadpagu/article/view/8634457/2381
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Preciado, P. B. (2014b). Testo yonqui: sexo, drogas y biopolítica. Buenos Aires: Paidós.
Spivak, G. C. (2010). Pode o Subalterno Falar? Belo Horizonte: UFMG.
[1]
Universidade do Sul de Santa Catarina. Correo electrónico:
felizardo.juliano@gmail.com
[2] Spivak
(2010) es parte del grupo de los estudios subalternos, los cuales se inspiraron
en los textos de Antonio Gramsci acerca las clases oprimidas por sectores hegemónicos,
para formular una teoría que cuestione la condición de los grupos minoritarios
en el contexto poscolonial y las relaciones de dominación. Para Spivak (2010),
sin embargo, los sujetos subalternos no componen una clase homogénea, pues la
heterogeneidad de las subalternidades hace inviable la constitución de su
unidad. Ella aún sostiene que no todo sujeto marginado es subalterno, al menos
no lo es de modo definitivo, debido a que uno también puede ejercer opresión
sobre otro sujeto mismo cuando sea subalterno en un contexto distinto.
[3][3] Spivak
(2010) sugiere que uno debe rechazar toda posibilidad de hablar en nombre de un
sujeto subalterno, para que los cuerpos subalternos puedan hablar por sí
mismos. La autora está analizando el papel del intelectual postcolonial,
respecto a la posición doblemente subalterna de las mujeres y su supuesto
privilegio, que debe ser antes olvidado. Con eso, uno evitaría pactar con la
manutención de las dominaciones y la reproducción de estructuras hegemónicas de
opresión.
[4] Preciado
(2014b) llama era farmacopornográfica al período posterior a la Segunda Guerra
Mundial, momento en que se establecen nuevas formas de control de los cuerpos y
de las sexualidades, enmarcadas por las industrias farmacológica y
pornográfica: hormonas sintéticas, cinema porno, cirugías plásticas, entre
otras técnicas, son parte de ese nuevo sistema capitalista.
[5]
Preciado (2014a) sugiere prácticas que puedan subvertir las ficciones
normativas impuestas sobre el sexo y el género, rechazando la naturaleza como
orden original y sustituyéndola por un contrato contrasexual.
[6]
Preciado (2011) retoma el primer momento en que se utilizó el término género como el de un pertenecimiento que
no estuviese necesariamente ligado al sexo. John Money, autor de tal
definición, sugirió ya en 1947 que el género podría ser cambiado hasta los 18
meses de edad. Por eso, Preciado (2011) llama el período postguerra por
postmoneismo.
[7] Psychopathia sexualis, publicación de
Kaan en 1844. En ella, había una lista de distintas categorías de anormalidades
ligadas al sexo y a las desviaciones de la sexualidad, figuras desviadas de las
normas previstas por un presunto orden natural. En la lista de Kaan estaban
casos como el onanismo, el amor lésbico, la violación de los cadáveres, entre
otras anomalías (Foucault, 2010).
[8] L'Onanisme, Dissertation sur les Maladies Produites par la Masturbation,
Lausanne.
[9]
Sexopolítica es para Preciado (2011) un régimen que no está reducido a la
regulación disciplinaria de la vida, pues dice respecto a las tecnologías del
sexo, cuyo producto más exitoso es la heterosexualidad. Tal sexopolítica fue
aquella que permitió el surgimiento, en el siglo xx, del modelo farmacopornográfico de sociedad capitalista
en que se han producido y comercializado patrones corporales por intermedio de
tratamientos químicos, farmacológicos, quirúrgicos, etc.
[10] Para
Preciado (2014a) el dildo es el objeto fálico que sirve como modelo para gran
parte de los penes, lo que caracteriza la producción de las masculinidades basadas
en este modelo prostético sexual. El dildo es, aún, objeto de uso en prácticas
sexuales no reproductivas, quitando del pene su función de órgano productor de
placer.
[11]
Remoción de los senos a través de procesos quirúrgicos.
[12]
Cirugía que consiste en remover parcial o totalmente el útero.
[13]
Reconstitución quirúrgica de la vagina.
[14] Constitución quirúrgica del pene a partir de injerto de piel.