LA REPLICANTE DE ROSA MONTERO: LA
NATURALEZA DEL CUERPO ARTIFICIAL
ROSA
MONTERO’S REPLICANT: THE NATURE OF THE ARTIFICIAL BODY
Rodrigo
Pardo-Fernández[1]
Montero, R.
(2011). Lágrimas en la lluvia. Barcelona: Seix Barral.
Montero, R.
(2015). El peso del corazón. Barcelona: Seix Barral.
Montero, R.
(2018). Los tiempos del odio.
Barcelona: Seix Barral.
La escritora española Rosa Montero
ha publicado una trilogía de ciencia ficción: Lágrimas bajo la lluvia (2011), El
peso del corazón (2015) y Los tiempos
del odio (2018). La serie toma como punto de partida el filme de corte
ciberpunk Blade Runner (1982) de
Ridley Scott (el cual a su vez se inspira en Do Androids Dream of Electric Sheep? de Philip K. Dick, 1968): la
protagonista de las novelas, Bruna Husky, es una androide replicante (rep) de batalla. Si bien su apariencia
es humana, cuenta con características especiales, mejoras introducidas para llevar a cabo su trabajo como parte de la
milicia. La descripción del personaje literario, desde la vestimenta hasta los
cambios que presenta, además de su angustia por la muerte inminente (programada
en su código genético), remiten a los personajes de la película. La replicante
Bruna Husky se define en la ficción como un anuncio de la otredad, en términos
de una sociedad que la tolera pero
que, al cabo, la necesita.
Los humanos eran lentos
y pesados paquidermos, mientras que los replicantes eran rápidos y
desesperados tigres, pensó Bruna Husky, consumida por la impaciencia de tener
que aguardar en la cola. (Montero, 2018, p. 11)
La ciborg de Rosa Montero representa,
en muchos sentidos, el constructo que nos anuncia en 1984 Donna Haraway: “Contemporary
science fiction is full of cyborgs –creatures simultaneously animal and
machine, who populate worlds ambiguously natural and crafted” (Haraway, 2016,
p. 6). Bruna Husky, como nosotros en el contexto de la sociedad
contemporánea, no ha tenido alternativa: es una androide de carne sintética,
cuyo diseño satisface un conjunto de características especializadas con fecha
de término.
Esta obsolescencia programada apunta, de diversos modos, a las condiciones
del mundo contemporáneo, donde estamos sujetos a la pérdida de información, software o hardware, que queda en desuso sin remedio, con la condicionante
impuesta de adquirir otro soporte. Sin embargo, la enfermedad terminal que
sufre todo replicante en las historias de Montero anuncia la imposibilidad de
perpetuar la vida más allá de un periodo arbitrario o relacionado con el
promedio de la vida humana, a pesar de los distintos grados de especialización
y complementariedad del ciborg en nuestros días (todo lo que tomamos, cambiamos
en nuestro cuerpo, consumimos para evitar envejecer o morir).
La obsesión de todo
personaje de novela es su pervivencia. En la mayor parte de los casos, sin
embargo, esta no se manifiesta de manera explícita, porque se percibe la muerte
como algo que les pasa a otros. El cuerpo es perenne, pero negamos
constantemente esta certeza; entre otros modos, a partir de la transfiguración
del cuerpo como texto. Sin embargo, en la novela la obsesión con el tiempo que
se pierde es evidente: no hay escape, la historia es la misma una y otra vez:
… era posible que los androides tuvieran implantado un
chip que les impedía suicidarse, un seguro de los fabricantes para no perder
sus caros productos. Se trataba de una idea insoportable, venenosa: si era
cierta, pensó Bruna, demostraría la completa falta de respeto, la manipulación
a la que los sometían los humanos, al robarles la mayor libertad a la que podía
aspirar un ser vivo, que era la de gobernar su propia muerte. Tres años, tres
meses y catorce días.
Sintió
náuseas.
Se
tragó de golpe el resto de la copa. El vino ardió en su estómago y apaciguó
poco a poco su malestar. Tres años. Tres meses. Y catorce días. (Montero, 2018,
p. 43)
Bruna Husky, como ciborg, lleva en sí misma los límites y parámetros de su
fabricación en laboratorio, pero a esto se le suma la posibilidad, que explota
por supuesto Montero en distintos pasajes de la trilogía, de sumar elementos
que no solo transforman, sino que de-signan, en términos de signo, esto es, la
definen frente a otros. Es así que Husky utiliza drogas sintéticas que
complementan, enriquecen o tergiversan su experiencia del mundo, y dicho
consumo funciona, aunque sea de un modo transitorio, como adiciones, como
órganos sensoriales que se suman al
cuerpo de la replicante. Esto cobra mayor relevancia cuando el consumo de una
droga especial suscita una respuesta acelerada del cuerpo de Bruna Husky, cuyo
deseo se ve exponenciado al grado de perder, aunque de manera intencionada, el
control sobre su cuerpo.
En
unos instantes Bruna empezaría a cruzar la ciudad, navegaría a través de la
noche en busca de sexo; de una explosión carnal capaz de vencer a la muerte. La
única eternidad posible estaba entre sus piernas. … El mundo zumbaba alrededor
y un latido de vida estremecía sus venas, su corazón y, sobre todo, el centro
de su desnuda flor, justo ahí abajo. (Montero, 2011, pp. 122-123)
Además del
consumo de drogas, Bruna Husky transforma su cuerpo mediante elementos que la
trasfiguran en otras, en otros. Distintos disfraces apuntan a
distintas posibilidades de ser y estar en la realidad; a diferentes modos de
ser mirada por los otros, condición sine
qua non de la propia transformación del ciborg, dado que el cuerpo es el
elemento que en términos sensibles es apreciado por los demás, aparte del
propio sujeto, de esta manera las transformaciones de Bruna la configuran en
distintas posibilidades como personajes que puede elegir ser de manera
transitoria, pero que a su vez, puede abandonar en el momento que así lo
decida.
Quizá el elemento que la replicante, en tanto ciborg, asume de manera más
plena como identificador, como elección identitaria, lo constituye el tatuaje
que cruza todo su cuerpo. Lo que se traduce como una línea de escritura
voluntaria, de cuerpo integral:
—Quiero que me tatúes una línea alrededor del cuerpo.
Empezando por el cráneo, bajando por la frente, por la mitad de los párpados
del ojo izquierdo, la mejilla, el cuello, el pecho, el abdomen, la pierna
izquierda, el pie. Y luego subir de igual manera por detrás hasta juntar la
raya en la cabeza— explicó la pequeña androide con firmeza. (Montero, 2018, p.
280)
El tatuaje representa
una cinta de Moebius, un símbolo del infinito como aspiración de la propia
Bruna, pero también de la perpetuidad o permanencia del yo narrativo, y de
algún modo, del yo lector. Una línea sin fin que cruza el cuerpo, lo engloba,
lo encierra pero a su vez explicita el deseo de sobrevivir. En el caso de la
replicante dicho deseo se enfrenta a un término que contrasta con la humanidad:
“Los humanos, con sus existencias larguísimas y sus vejeces interminables …”
(Montero, 2018, p. 11).
Es significativo que el dibujo cruce el cuerpo y esté escrito de manera definitiva sobre la piel. El cuerpo
representa nuestro estar-en-el-mundo, el tatuaje, una manifestación asumida por
la cultura pop de intervención sobre la carne, nuestra presencia física de cara
en principio a nosotros mismos, pero aludiendo e interpelando también a los
otros que nos miran y nos definen. La replicante de Rosa Montero, su alter ego Bruna Husky, es el espejo
deformado de la ficción que hace un ejercicio hiperbólico de nuestro presente
ciborg, donde la naturaleza del cuerpo es su artificialidad, su configuración
social (condiciones que subyacen y en las cuales nos desarrollamos) y las
intervenciones voluntarias a los que las sometemos.
Bibliografía
Dick, P. K.
(1968). Do Androids Dream of Electric
Sheep?. New York: Doubleday.
Haraway, D.
(2016). A Cyborg Manifesto. Science,
Technology, and Socialist-feminism in the late Twentieth Century,
Minnesota: University of Minnesota Press.
Scott, R.
(dir.) (1982). Blade Runner. Estados Unidos, Reino Unido, Hong
Kong, Ladd Company-Shaw Brothers-Warner Bros.