DEVENIR
GORDA. PROCESO DE IDENTIFICACIONES Y AFECTACIONES DESEANTES
BECOMING FAT. IDENTIFICATION PROCESSES AND DESIRING
AFFECTATIONS
María
Magdalena Aranda Delgado[1]
Resumen
En los últimos años en las Ciencias
Sociales han proliferado investigaciones feministas cuya creatividad ha puesto
de manifiesto que, frente a la necesidad de aproximarse a las múltiples
realidades femeninas, resulta imperioso echar mano también de variados
abordajes metodológicos. La autoetnografía es uno de estos métodos que ha venido
ganando personas investigadoras adeptas, debido a que su potencia narrativa
favorece conectar con mayor nitidez los aspectos teóricos-analíticos con la
comprensión más inmediata del ejercicio político de aquello que se investiga.
Lo central en este escrito es la contemplación del esbozo experimental de un
proceso de identificaciones gordas, que permite vislumbrar cómo se van
configurando estructuras socioculturales corporales opresivas, que al ser
observadas con cercanía, posibilitan no sólo su reconocimiento explícito, sino
además, virajes de resignificación. Devenir gorda es un proceso dialéctico
entre saberes poéticos, teóricos y políticos, urdidos desde nuestro deseo
humano de afectación, la socialización del género y la fascinación por mostrar
el ancho bagaje de conocimientos contenidos en los cuerpos de las mujeres
gordas.
Palabras
clave: gordura, autoetnografía, feminismo, opresión, fat studies
Abstract
In recent
years, in social sciences there has been numerous feminist research whose
creativity has shown that, given the need to get close to the many feminine
realities, it is imperative to draw from a variety of methodological
approaches. Autoethnography is one of those methods,
which has gained adepts among the scientific community as its narrative
strength favors a connection between theoretical and analytical aspects, with a
more immediate comprehension of the political exercise of that which is researched.
The central idea in this writing is the contemplation of the experimental
sketch of a process of fat identifications, this allows us to catch a glimpse
at how oppressive corporal sociocultural structures are being configured, which
observed closely, make it possible not only to explicitly acknowledge them, but
also to find resignification paths. Becoming fat is a dialectic process that
lingers between poetic, theoretical, and political knowledge rising from our
human desire affectations, the socialization of gender, and a fascination for
showing the wide range of knowledge contained in the bodies of fat women.
Keywords: fatness, autoethnography, feminism, oppression,
fat studies
Recepeción:
06 de septiembre de 2019/Aceptación: 10 de febrero de 2020
Escribo desde y para todas las excluidas del gran
mercado de la buena chica. No me disculpo de nada, ni vengo a quejarme. Yo
hablo como proletaria de la feminidad.
Virginie Despentes
Aperitivo
teórico metodológico
Ya se apunta en la entrada a este artículo
a la autoetnografía como metodología que permite poner de manifiesto las
condiciones concretas de experiencias individuales, conectadas con lo cultural,
social y político. Llegué a ella gracias a mi tutora de tesis doctoral, para
ingresar al posgrado había presentado un proyecto de investigación donde quería
abordar la intersección de las categorías mujeres, gordura y clase social. La
doctora, que conocía mi formación académica y participación política cercana a
la sociedad civil, dijo que sería interesante que hablara de dichas categorías
pero desde mis vivencias como socióloga feminista gorda de clase trabajadora.
La escuché con escepticismo y regresé a casa con dos artículos autoetnográficos
para pensarlo. Leí de primera Múltiples
reflexiones sobre el abuso sexual infantil: Un argumento en capas de Carol
Rambo (2019), quedé inquieta, lo había sentido completo, pensé que estaba tan
acostumbrada a repetir cifras y leer notas sobre violencia social y de género que
frecuentemente olvidaba a quienes las encarnaban.
El segundo texto fue Ya es hora: narrativa y el yo dividido
de Arthur P. Bochner (1997) con el que reflexioné sobre los candados a nuestra
subjetividad que, mientras nos formamos en la investigación, aceptamos y luego
reproducimos, limitando posibilidades para generar conocimiento. Me identifiqué
con el relato, al igual que el autor tampoco quiero omitir a mi yo en la
práctica académica. En la investigación que emprendía no quería ser neutral,
las mujeres gordas no eran otras ajenas a mí, me interesaba lograr exponer con
la profundidad necesaria lo que investigaba. La autoetnografía, por tanto,
conjuntaba mis intereses narrativos, de investigación social y políticos; tenía
una potencia que me había pasado inadvertida.
Dicen Ellis, Adams y Bochner (2010)
que la “autoetnografía es un acercamiento a la investigación y a la escritura,
que busca describir y analizar sistemáticamente la experiencia personal para
entender la experiencia cultural”. (párr. 1). La autoetnografía dota a la
investigación de un sentido reivindicador, transdisciplinar, aspectos que
persiguen los estudios socioculturales desde su origen. De ahí la necesidad de
su empleo en este texto. Esta
investigación permite de una vez, mediante la narrativa, exponer problemas
socioantropológicos que inciden directamente en la psicología femenina y su
ejercicio político. Es disruptiva e incómoda, sobre todo para quienes reducen
la metodología a las técnicas de investigación. Según Jaime Osorio (2005) uno
de los grandes problemas en las facultades de ciencias sociales en América
Latina es que han dejado a la filosofía lo que hay detrás del dato empírico. Para
quienes hacemos investigación social, esto entorpece conectar con nitidez la
cotidianidad con aquello que la estructura, situación que nos mete en problemas
epistemológicos sin solidez de pensamiento crítico. Es todavía común el alto
aprecio a la medición, objetividad y neutralidad en nuestros estudios. Considero
que la autoetnografía es un instrumento que posibilita una visión en zoom tan
complicada de lograr cuando hacemos investigación; ésta, en un momento afina la
capacidad explicativa de la realidad para luego volver a mostrar su marco
completo. Así, retomando la idea de la comprensión de conocimiento weberiana
expuesta por Osorio (2005), “lo general y lo particular constituyen momentos en
el proceso de aprehensión de la realidad” (p.20). La autoetnografía
problematiza densamente, luego retoma y va a lo abstracto. Para generar ese
orden sistemático de ideas generales y lógicas que es la teoría, pienso
imprescindible analizar de cerca hechos empíricos, escudriñarlos para dar
cuenta del andamiaje sociocultural del que son fundamento.
Por otra parte, al igual
que Laurel Richardson y Elizabeth Adams St. Pierre (2005) creo que para quienes
hacemos investigación cualitativa, la escritura debe ser también método de
indagación. Me interesa hacer investigación que tenga sentido para las personas
que la leen, que sea provocadora, que conmueva como la poesía y la música. La
autoetnografía dota de elementos para ello. El método de escritura
autoetnográfico es alterno al científico cuantitativo; en él no hay tablas
ordenadoras, sino buena narrativa; no es sintético, mas priva la profundidad y
espesura del relato; no hay hipótesis sino intuiciones compartidas. Como
investigadora me siento instrumento, veo potencialidades positivas en el hecho
de hablar de lo que sé a la luz de la teoría sociocultural aprendida. El
énfasis en la narrativa de la autoetnografía puede confundirla con la
autobiografía. Mercedes Blanco (2012) expone las particularidades de una y de
otra en su artículo ¿Autobiografía o
autoetnografía? Desde ahí discurre sobre las sutiles diferencias, las
cuales radican en que, si bien en ambas se exponen las vivencias de quien
escribe, la autoetnografía “sostiene que una vida individual puede dar cuenta
de los contextos en que los que vive la persona en cuestión” (p. 170). En la autobiografía
no hay una intención explícita de analizar y comprender el fenómeno que se
observa. En las autoetnografías es preciso explicar la experiencia de quien
investiga, además de contextualizarla e historizarla; finalmente es un estudio
socioantropológico intencionado.
A quién hace
investigación en ciencias sociales, que aún ve con recelo la propuesta
metodológica autoetnográfica, le invitaría a pensar en las diferencias entre decidir definir una muestra, establecer sus características, determinar ciertas fórmulas y utilizar
la experiencia en primera persona. No, no es una cuestión de objetividad;
nuevamente, discutiendo con Weber y Marx, Osorio (2005) expone que son los
valores de quien investiga, lo que establece las franjas de realidad que se
privilegian para analizar. Habrá que pensar y discutir de forma más consistente
este tipo transversal de práctica analítica creativa que es la autoetnografía
que, aunque controversial, suponen Alegre-Agís y Riccó (2017) una manera de
experimentar el trabajo de campo, la escritura y la facultad de quien
escribe/investiga desde “un margen que permite alejarse de la hipocondríaca
pretensión de objetividad en las ciencias sociales” (p.280). Mientras tanto
este texto es una aproximación a observar autoetnográficamente los elementos
contextuales que operan oprimiendo a las mujeres con una corporalidad gorda; un
acercamiento a un proceso concreto de identificaciones y afectaciones
deseantes.
Entrada:
Intuiciones de una feminista gorda
Las feministas gordas tenemos una doble
tarea: rastrear a las mujeres en la historia, reclamar nuestro lugar en ella y
además, apuntar la opresión colateral auspiciada por el rechazo social a
nuestro cuerpo gordo. Desde hace relativamente poco, en las Ciencias Sociales
nos hemos dado a la tarea de rescatar la historia de la mujeres, su
participación política y social. Cada vez somos más quienes abordamos desde la
academia o el arte las visiones y experiencias de las mujeres. Soy socióloga de
formación y el feminismo desde hace tiempo me dotó de elementos teóricos y
prácticos para explicarme mi condición de género. Durante gran parte de mi vida
la gordura fue la gigante sombra intencionalmente ignorada, como herida latente
sabía que me encarnaba pero al mismo tiempo la negaba. Los feminismos que
conocía, aunque estupendo conjunto de saberes, de mi gordura no hablaban.
Si a lo largo de la
historia las mujeres no habíamos sido nombradas, mucho menos las gordas. Cuando
era niña no tuve heroínas, ninguna con quien me pudiera relacionar físicamente.
No había niñas gordas y preguntonas en los programas de televisión abierta a
los que tenía acceso. Las gordas mayores que conocía eran siempre motivo de
burla o pretexto fisgón en la feria o el circo. Al crecer en una familia
numerosa con cinco hermanas y más de una docena de primas, aprendí rápidamente
a destacar mis logros académicos, carácter y simpatía sobre mi aspecto. Me
resultaba normal disimular el malestar por mi físico.
A falta de referentes
gordas, temprano apareció el deseo por ser delgada, tan temprano que parecía
natural desde siempre. Anhelando disminuir/desaparecer mi gran cuerpo. La
paradoja que esto encierra es motivo de indagación feminista: mujeres
aprendiendo a ser como dicta la convención social, niñas sin referentes
femeninas qué admirar, mujeres jóvenes en batalla dolorosa consigo mismas para
ser sexualmente atractivas, adultas asumidas como inservibles para los
imperativos patriarcales y capitalistas. Si al análisis de la construcción
sociocultural de las mujeres, le adherimos la categoría gorda, obviamente el
problema se complejiza. Me topé tarde con el libro de Naomi Wolf El mito de la belleza (1991), donde
analiza la forma en que las condiciones estéticas que se esperan
irremediablemente de las mujeres son fundamento para la perpetuación del poder
patriarcal. Supongo que esta demora se debe a que mis tempranas mujeres
referentes feministas cumplían con los estándares de belleza imperantes, por lo
que problematizar sobre ello no parecía apremiante. Durante mi juventud creí
que adelgazando alcanzaría la belleza sin problemas.
Escudriñar sobre nuestras
identificaciones gordas es tarea iniciada eficientemente por numinosas
compañeras feministas, pero continúa siendo imprescindible complejizar los
análisis. Cuando descubrí el activismo gordo, me apresuré a buscar a otras
compañeras feministas gordas cercanas, pero me topé con que más que la opresión
por su corporalidad, les interpelaba discurrir sobre su identidad sexual. Sentí
que mi visión era corta, así que busqué fuera y fui encontrándome con gordas
antirracistas, más lesbianas, veganas antiespecistas y queers, hoy me resulta imposible separar el análisis de mi cuerpo
gordo de las demás opresiones. Las gordas encarnamos varias opresiones a la vez,
de ahí que resulta necesario buscar más historias y voces, hablar de lo que
sabemos, de nuestra experiencia como gordas, de nuestros reconocimientos corporales
y deseos. Creo que hay mujeres gordas que se resisten a pensar o desear desde
un saber que es ajeno.
Es preciso apuntar que
también a lo largo de mi experiencia política como feminista han sido muchas
las compañeras que no ven la opresión que enfrentamos las personas gordas, que nos
alejan acríticamente de la vieja consigna “este cuerpo es mío”. Que siguen considerando
la gordura como una situación poco importante que se desvanece si acordamos
adelgazar ―achicarnos―, que apelan a la autodisciplina y fuerza de voluntad
para acomodarnos en la normalidad. Al interior de los feminismos se debe
comprender que así como se cuestiona el orden estructural de géneros, desarticular
la jerarquización de los cuerpos también es indispensable para contrarrestar el
gordo-odio que impera. Entender los elementos opresivos en torno a la gordura
favorece la creación de nuevas maneras de ser y estar: devenir gorda con otras
gordas para evidenciar otra forma más que alimenta la maquinaria sexista, que
contribuye fuertemente a perpetuar la internalización de sentimientos de
inferioridad en las mujeres. Durante el proceso de identificaciones he
aprendido a rechazar ser reducida a la patologización de mi cuerpo, soy gorda,
no una enferma. A seguir la crítica iniciada por el grupo de activistas Fat
Underground, que aunque desaparecido ya, según Cooper (1998) desde los años
setentas sus análisis feministas sobre la gordura retoman un modelo similar al
del activismo de la discapacidad. Dicha crítica me permitió comprender que no
soy yo quien debe cambiar mi cuerpo para adaptarme socialmente, sino activar la
estructura social para que esta sea quien se adapte a las todas las diferentes
corporalidades.
Hacerse gorda tiene la
potencia política de advertir y mostrar las infinitas posibilidades de armonía,
deleite y goce de nuestro cuerpo gordo que han sido negadas históricamente. Es
romper con la normalización del menosprecio, existir materialmente majestuosas
y eróticamente deseantes. Devenir gorda implica, inexorablemente, explicar la
experiencia, diría Joan Scott (2001), más que simplemente relatarla.
El propósito de este
escrito consiste en profundizar en el imbricado proceso de la apropiación de la
gordura por las mujeres gordas; el establecimiento no identitario sino de
identificaciones con otras gordas, puesto que no hay una sola forma de ser
gorda, pero sí hay elementos opresivos en común, independientemente de la
cultura, que ponen de manifiesto una condición social concreta para quienes tienen
estos cuerpos; y finamente, la asunción del deseo: devenir gorda. Además
pretende abonar a la historia recién visibilizada de mujeres con cuerpos
gordos. El texto está dividido en tres apartados principales: en el primero se problematiza
la gordura como opresión; luego se expondrá la construcción de las
identificaciones gordas; y finalmente se hablará del proceso/proyecto de
hacerse gorda con sus respectivas afectaciones de deseo.
Plato
fuerte. La opresión: GORDA proletaria de la feminidad
La construcción de la identidad de género
está relacionada con el cuerpo y su forma, delimita las posibilidades subjetivas,
políticas y sociales (Lagarde, 1996; Lamas, 1996; Esteban, 2013). Estar gorda
estigmatiza: las niñas gordas no son buenas en los deportes, las jóvenes gordas
no son sexualmente atractivas, las mujeres gordas son feas y no consiguen
pareja. A quién me lee, seguro estos ejemplos le son conocidos, incluso
utilizados como aseveraciones. Vivimos en una cultura que constantemente recrea
por todos sus medios cuál es el ideal que debemos perseguir todas las mujeres:
la gordura es lo más alejado a ese ideal, de hecho, es la contraparte a
menospreciar.
Hace años, asistiendo un
círculo de lectura feminista, alguien me preguntó si era lesbiana, recuerdo
bien la respuesta: no, pero soy gorda. Lo que quise decir aquella vez era que desde
mi gordura podía empatizar de alguna forma con la opresión que viven las lesbianas.
También a mí el sistema me excluía y marginaba, la gordura me alejaba del ideal
de mujer establecido en el sistema patriarcal occidental. Observo con
preocupación que muchas identificadas como cisgénero y heterosexuales
continuamos sin realizar una crítica exhaustiva del mandato de la delgadez. En
el discurso mediático proliferan las consignas de amor y apropiación corporal, pero
no disruptivamente; persiste el interés por la aceptación social, por encontrar
en las tiendas de ropa tallas adecuadas para nuestros volúmenes, organizando
concursos de belleza gorda, invitándonos al movimiento body positive que en sí mismo impone sin mucha reflexión el amor
propio a ultranza (Ahmad, 2016). En fin, adecuando la gordura como producto
rentable para el sistema capitalista. Noto además, que hacemos grandes
esfuerzos por ser gordas sexualmente deseadas bajo la mirada heteropatriarcal
sin indagar sobre nuestros propios deseos.
La gordura ha sido
también el medio que me permite conectar abyectamente con el mundo. Durante
años escuché a la vecina llamarme “grandota” sin perder la oportunidad de
aleccionarme sobre lo que debía comer y contarme de las dietas saludables en
boga. Tuve un novio que de puertas hacia dentro me adoraba pero se negaba a
dejarse ver en público conmigo. Acudir a consulta médica siempre es un albur de
paciencia pues los médicos me lanzan miradas desaprobatorias, como si debiera
apenarme por enfermar, como si mi gordura explicara mágicamente mis
padecimientos. En terapia, el psicólogo que no dejaba de insistir que perdiera
peso, como si estar delgada irremediablemente me dotara de autoestima. Los
compañeros de trabajo que se creían con derecho de opinar sobre mis lonjas. Mis
amigas que, para sentirse más jóvenes, dicen que al menos no son gordas, o me
llaman “la fat” en secreto.
Acepto que para hablar de
esto, es preciso revisar los propios privilegios. No me han discriminado por mis
preferencias sexuales; pero entiendo que el mandato de masculinidad impide que
acepten públicamente su deseo por cuerpos como el mío. Jamás me he sentido
intimidada por mi expresión de género, pero sí porque uso ropa apretada o que
marca mis lorzas. Ni la heterosexualidad ni la identificación como cisgénero contribuyeron
para estar cómodamente en el sistema normativo. Ahora lo agradezco. Fue la
gordura siempre mi periferia, el elemento detonador de la exclusión. Sí, veo el
mundo de las mujeres en clave gorda. Espero que en algún momento de la historia
se pueda asumir la gordura sin sobre esfuerzos intelectuales, que podamos
evitar sentirnos como seres humanas inferiores, que deje de ser una asunto del
que tengamos que discurrir o investigar.
Somos muchas mujeres
gordas que nos resistimos a pensar o desear desde un saber que nos es ajeno,
sabemos desde nuestro cuerpo que la gordura no es enfermedad, ni carencia
emocional, ni defecto; que nos falta decir qué es y qué nos significa. Por lo
pronto, quiero hablar de mi gordura; cis[2], hetera[3], femenina que no quiere competir
con otras opresiones, que a ratos no sabe cómo potenciar ser otro cuerpo que no
sea éste. Pretendo continuar cuestionando mi heteronorma[4] justo porque la gordura
constantemente me saca de ahí. Deseo con ahínco encontrar nuevas formas de ser
y estar gorda sin que me persiga ese halo de vergüenza e inferioridad, porque
incluso frente a compañeras feministas, lesbianas, trans[5], queer[6],
pobres o racializadas a veces se siente como si la gordura no fuera una
opresión importante a desmontar.
Paradójicamente, por las
calles, mi cuerpo grande me vuelve invisible, poco relevante, sus detractores
le azuzan acallándolo. No importa si nací gorda, si engordé o si puedo
adelgazar: importa que se deconstruya todo elemento que nos limita y coarta
nuestras soberanías corporales, ¿no es ese un asunto feminista? Como gorda he
sido silenciada. Pasó que aprendí a sentir vergüenza de mi cuerpo, de mis
pensamientos y de mis deseos. Es necesario atender y descolonizar[7] nuestra propia gordura, es
decir, enarbolar la diversidad corporal, ser gorda es tener un tipo de cuerpo,
dejar de lado la idea que el epítome de la belleza/normalidad es ser blanca,
delgada, burguesa y europea. (Luckett, 2018; Piñeyro, 2019). Precisamos resistir a la
opresión gordófoba, nos falta todavía registrar experiencias, pensar sobre
ellas, plantear alternativas para relacionarnos a nuestro antojo de forma no perniciosa
sino libre. Escribo aquí porque aún se sabe poco de las mujeres gordas, nos han
hecho, inventado; socialmente está impuesto lo que somos y es complejo y
doloroso salirse de ese apartado. Hablo como contra saberes, porque es
necesario acuerpar las experiencias invalidadas por la vulgar patologización de
la gordura, porque hay historias geniales no contadas. Quizá este trabajo pueda
contribuir a ello.
Para que esta realidad
social que expongo sobre las mujeres gordas sea conocida, deber ser pensada
como una totalidad compleja y ésta, para conocerla, se debe desestructurar. La
descomposición o desestructuración es un rasgo característico del conocimiento,
es sólo un paso, un momento que debe trascender para lograr una unidad interpretativa.
De ahí la pertinencia de hablar en primera persona y desde experiencias
concretas individuales, teniendo en cuenta que este es sólo un momento y que
siempre se tiene en la mira la totalidad compleja. Para Osorio (2005), los
elementos de desarticulación del conocimiento de la realidad social son capas o
espesores, que a su vez tienen categorías particulares. Respecto a los
primeros, van desde lo más visible (superficie) a lo oculto (estructura), si
queremos analizar sólo lo visible (experiencias de vida de las mujeres gordas),
entonces las ciencias sociales serían innecesarias.
El objetivo del
conocimiento es asociar lo visible y lo oculto. Las posturas de superficie
deben ser tomadas en cuenta, porque ahí se generan relaciones y conductas
sociales que es necesario conocer, es decir, genera realidades. Por ejemplo, en
ésta indagación sobre mujeres gordas, al relatar las experiencias, éstas pueden
dar cuenta de las imbricaciones de ser tratadas como obesas. Aceptarlo sin más,
sin tener en cuenta que la obesidad implica el empleo del discurso médico que
patologiza y privilegia a quienes tienen cuerpos delgados, normalizándolos, no
tiene tampoco en cuenta los condicionamientos de clase y alimenticios.
Amparadas en estos conceptos, la gran mayoría de las personas impone realidades
significantes que son incapacitantes sociales y opresoras a aquellas con
gordura. Se dice, y se considera como hecho de facto, que las personas gordas
son flojas, tontas, lentas, sin autoestima, indeseables, asunciones que hacen
duro el estigma y lo perpetúan. Las capas profundas son las que permiten
ordenar la dispersión y caos de la superficie. Son necesarios los conocimientos
de la superficie (autopercepción social: qué dicen las mujeres gordas de sí
mismas, incluida yo) como los de la ubicación real (capa profunda: a qué clase
pertenecen, qué elementos de participación política, creencias, educativos, de
control social integran, yo encuadrada) que confluyen y se imbrican para
mostrar el conocimiento de la realidad social a analizar: el devenir gorda.
Guarnición.
No hablo sólo de mí. Identificaciones gordas
La primera vez que fui a un taller sobre
gordura aprendí que ninguna de las mujeres que estaban ahí podrían ser
consideradas normales. Todas teníamos múltiples defectos a la luz de los
convencionalismos estéticos y sociales sobre nuestros cuerpos, salud, intelecto
y sexualidad. Sentí alivio. Fui consciente hasta hace poco, pero antes de ello
jamás pude evitar que esa impuesta normalidad inalcanzable explicara, señalara
y definiera mañosamente mi cuerpo. Hay múltiples maneras de ser gordas: nos
reconocemos rechazadas, grasosas, inmensas pero invisibles. No hay una forma
única de ser gorda, por eso no hablo de identidad, hablo de identificación.
Toda gorda comprende lo que significa que no te consideren físicamente capaz de
realizar ciertas actividades, estar pendiente de las partes de tu cuerpo a
disimular, ser considerada la menos atractiva, sentir que no eres valiosa o
suficiente, la angustia de comer en público, las miradas lesivas, batallar para
encontrar ropa con la que te sientas cómoda, esconder tus deseos por temor a
ser ridiculizada por ellos. Cada gorda es la excluida.
Las gordas somos las que
desde el discurso hegemónico y cientifista de la salud excedemos en peso a los
estándares impuestos desde el siglo xix
por Quetelet. Nuestro índice de masa corporal desborda el deber ser. Somos las
incómodas y difíciles de ver. Nombrarnos gordas es instrumental, nos sirve para
señalar una opresión, permite, además, ir aplanando el terreno para que, por un
lado, quien nos hace gordas como oposición a la salud o la belleza, enfrenten
su tiranía, y por otro, para que cada vez seamos más las que hablemos por
nuestro cuerpo y de nuestra vida con él. Es fundamental la apropiación del
término, dejar de obviarlo para que no lastime. Conviene traerlo en la frente,
dejar su opacidad y conformismo permitiendo que otras personas le llenen de
significados peyorativos.
Hoy hay algunas potentes
voces de mujeres feministas gordas: Lucrecia Masson (2017) quien fue la primera
que me invitó a rumiar juntas y confabular gordamente. Epistemología rumiante es un texto tremendamente significativo para
mí. Laura Contrera (2016) que desde Gorda!
Zine me descubrió toda la potencia del activismo gorde. Magda Piñeyro (2016)
y el entrañable Stop Gordofobia y las
panzas subversas. constanza álvarez (2014) con su texto complejo y
disruptivo La cerda punk. Finalmente,
Charlotte Cooper (1998) ¿qué gorda activa políticamente no se siente agradecida
con ella? Todas abonan a la historia de los cuerpos no normativos, hablan de la
gordura y sus intersecciones. Imaginemos cuántas posibles configuraciones
gordas podrían emerger si seguimos el camino del pronunciamiento, de la
aceptación gozosa de nuestra existencia política, social, intelectual y
erótica.
Soy gorda porque elijo nombrarme
así y con rara rabia alegre salgo del closet de las tallas y de la tiranía del
cuerpo-patrón, ese cuerpo inobjetable que sólo portarían algunxs pocxs: lxs que
se se ejercitan, lxs que comen “bien”, lxs que se “cuidan”, lxs que se mesuran
y mensuran al resto. Soy gorda así, en tiempo presente, porque no se nace
gordx, sino que hay un devenir constante, que no se corresponde únicamente con
una patología o desorden somático/psíquico o una relación desequilibrada con la
comida y la posibilidad de híper consumo en estas sociedades hetero-capitalistas.
(Contrera, 2016, pp. 24-25)
Se debe admitir que es un largo y complejo
proceso el de desmontar la opresión por gordura que tenemos internalizada, pero
estamos comenzando a explicárnoslo, a tentar posibilidades, a ensayar y errar.
Todavía faltan voces, pues a ratos pareciera más complicado resistir a la
gordofobia que al machismo. Nos faltan estudios que realizar, evidencias
empíricas que señalar, pero sobre todo es necesario hacernos presentes.
Asumirte gorda junto a otras y sonreír como escarmiento a la opresión, es
germinar una feminidad disidente. ¿No es este uno de los propósitos del
feminismo? Carol Gilligan (2013) en su texto La ética del cuidado, expone de forma consistente que las voces de
las mujeres, aunque silenciadas en la historia, son quienes lo han roto;
abriendo debates éticos, manifestándose contra los abusos sexuales y
violaciones, son quienes han puesto en marcha proyectos que salvan vidas y
transforman la sociedad. Este feminismo gordo que se enuncia, es otro campo de
saber, plagado de reivindicaciones sobre la corporalidad femenina.
Postre.
Devenir gorda, proceso de afectaciones deseantes
-- Soy ancha --
para los asientos del camión
los jeans y vestidos
para el abrazo de Jaime
y las mentes pequeñas.
Soy desborde
como tesonera planta de asfalto
o un río generoso
como la Magdalena y sus partisanas,
la risa de Démeter y Baubo
como el eterno salvaje femenino
que atiza sólo a hogueras creativas.
Soy un cuerpo grave.
Es probable que el mundo no entienda mi
diferencia, por eso hablo en primera persona. Apropiarme mi cuerpo ha sido un
largo proceso de cuestionamientos cada vez más complejo. Escribo desde mi
experiencia amparada en la consigna “lo personal es político”. En el famoso
fanzine La cerda punk, contanza
alvarez[8] (2014) expone que escribe
como ejercicio de activismo político, porque hay una necesidad de “retratar
nuestra propia historia y que no lo hagan otrxs que tienen el poder, el
aparentemente ‘simple y neutral’ poder de escribir… Para construir historia,
memorias, recuerdos desde otro lugar… Volver a armar nuestras cuerpas luego de
escribirlas” (p. 20).
A los cinco años, en el
jardín de infantes, sabía que mi cuerpo era más grande que el del resto.
Recuerdo en un desfile de primavera, por primera vez fui consciente de mi
cuerpo, me sentí avergonzada por mi volumen, no quería tomar de la mano a
Juanito, un compañerito que era de menor estatura y delgado. Caminé con la
cabeza gacha todo el desfile, me sentía monstruosa a su lado. Tampoco mis
pequeños brazos pudieron aguantar el peso de mi cuerpo cuando intenté colgarme
en el patio de juegos simulando ser Chitara de los Thundercats; me dolieron y fingí estar aburrida como excusa para
dejar de jugar. Creo que esa fue la primera vez que oculté la molestia de ser
gorda. Para los seis sabía muy bien cómo esconder mi cuerpo; nuevamente en la
escuela se organizó un festival para las madres y en mi salón se preparó un
bailable donde simulábamos ser flores. Abochornada nuevamente por mis piernas,
brazos y vientre grande, mi rostro hacía de centro para los pétalos y mi cuerpo
de tallo. Le rogaba a mi madre no me obligara a salir al patio a bailar. Me
gustaría haber sabido que las flores de tallo grueso son resistentes y
mantienen la flor erguida. En otra ocasión, debido al fervor familiar religioso
me vistieron de angelita para alguna de las tantas peregrinaciones católicas de
la parroquia. Iba en un carro alegórico simulando orar detrás del niño Dios. Cuando
terminó el trayecto, el joven que bajó a todos los niños y niñas que iban
conmigo hizo un ruido de queja por mi peso cuando me cargó para bajarme del
carro. Otro sonrojo público. No volví a ser angelito nunca más.
Así se fue configurando
la vergüenza por mi cuerpo, demarcándose los límites de lo posible y de lo
prohibido. También recuerdo desde siempre cuestionar secretamente esos límites
y sentirme incómoda aceptando simplemente que era por gorda. Creo que esta desazón
estaba incitada por el trato familiar, no recuerdo a mis padres referirse a la
gordura de forma negativa. Aunque me sabía gorda, no hablaba de ello, siempre
intenté que no se notara mi gordura, que otros aspectos fueran más importantes
que ella. Hacía todos los ejercicios en la clase de deportes, jamás me quejaba,
participaba en las carreras y competencias. Aprendí a defenderme con palabras y
a imponer control sobre otros antes de que me lo impusieran a mí. Recuerdo
haber protegido y controlado tan bien mis relaciones sociales desde chica, que
ni en la primaria ni secundaria viví ningún tipo de burla. A medida que crecí,
mi mundo también se ensanchó y fue imposible mantener el control. Aparecieron
las fiestas, los chicos y la pobreza. Luego de la crisis económica del 94, para
mis padres fue complicado mantener el estado de tranquilidad económica en que
vivíamos, si bien no éramos ricos, jamás habíamos pasado privaciones.
Universitaria, hormonal y en apuros económicos, mi gordura, la eterna sombra
obviada se hacía cada vez más presente. Por esos tiempos comenzó el peregrinar
por dietas, médicos, pastillas, gimnasios, tés milagrosos y extenuantes
periodos de hambre. La delgadez como tierra prometida. Recuerdo mis años de
juventud malgastados en pos de tres objetivos: ser delgada, acumular dinero y
ser sexualmente atractiva. Aunque realicé su persecución con ahínco, terminé
desfallecida e insatisfecha: no era yo. El feminismo contribuyó a que comenzara
a habitar mi mundo hecho a medida. Luego de discurrir qué era ser mujer, de
comprender mi posición de clase, de cuestionar mi heterosexualidad y racismo, llegó
el turno para desmontar la opresión sobre mi cuerpo.
He comenzado a rescatar
qué se siente ser gorda, pero desde mis circunstancias únicas. Aprendí la
gordura desde la mirada ajena, desde la exigencia sociocultural maniqueada por
los cánones estéticos imperantes. A comprender que soy gorda y otras muchas
cosas más y lo importante, a resignificarla: a hacerme gorda.
Devenir gorda requiere
desobediencia, creer al cuerpo gordo como posible para el amor, la belleza, el
orgullo, la aceptación, el goce y la inteligencia. En no creerlo está el núcleo
duro de la opresión. Devenir gorda apela a quitar capas y capas de prejuicios
asumidos sobre nuestros cuerpos, de desaprender la infravaloración no
cuestionada. Apremia identificar los patrones de normalidad y opresión,
enfrentarlos con valentía cotidianamente, seguir los impulsos de nuestro
corazón. Secretamente me preguntaba si ser gorda era lo peor que podía ser.
Hacerse gorda interpela también a recuperar los deseos de “poder hacer” de
cuando éramos niñas, de cuando nos hemos sentido capaces de crear, transformar,
querer, realizar. Demanda hacer caso omiso del acecho de nuestros patrones de
sometimiento. Reclama existir sin vergüenza. Gorda no es más un insulto para
mí.
El tránsito no es
tranquilo, hay poquísimos referentes. A ratos sólo me dejo ser gorda, hetera,
femenina. Entiendo que los últimos dos son privilegios, y después de
vigilarlos, he decidido usarlos para continuar la crítica. Por ahora es la
única manera que conozco de posicionarme en el mundo. Pero subyace fuertemente
el deseo por encontrar nuevas maneras de ser y apuesto a ello. Creo que por ahí
hay mujeres gordas que se atreven a ser sin moldes o que se los inventan para
sí mismas y me entusiasma encontrarlas, aprenderles. Me he topado ya con varias
en el camino, las activistas gordas son esos referentes para mí: todas sabias y
amorosas; todas escupen rubíes. Todas en pos de deshacer ser gorda como insulto
y vergüenza, reclamando el espacio que siempre hemos ocupado y que se insiste
en negarnos, haciendo real el deseo, volviendo la ternura hacia nosotras.
A ratos, cuando leo y veo
las múltiples resistencias gordas de otras compañeras, me siento poco eficaz. Parece
que lo que hago y mis aportes son limitados. Como si mi gordura cis hetera
femenina fuera insuficiente para impulsar mi creatividad. Como feminista en
ejercicio he aprendido a identificar opresiones, he indagado sobre las que me
atraviesan, pero al no vivir directamente los efectos del lesbianismo, la
negritud, la extrema pobreza, hay momentos en que he batallado para encontrar identificaciones,
pero la opresión por ser mujer y gorda de clase trabajadora me ha permitido
entender sus rabias y sus manifestaciones de desobediencia que son también
mías. Al final, de las gordas activistas he aprendido a vivir la ternura
radicalmente. Este escrito es también para mí un ejercicio de posicionamiento y
de vigilancia epistémica, de revisión a mis cuestionamientos y críticas.
Es tan duro el núcleo de
la opresión que pasa desapercibido, como gorda, no pasa un día sin que escuche
a alguien decir: Fulano me cae gordo. ¿En verdad ser gordo es lo más terrible
que una persona pueda llegar a ser? Fulano me cae mal, las personas gordas
¿somos el mal? Responda primero: ¿conoce a alguien que admita abiertamente que
le erotizan las personas gordas y que no sea como fetiche sexual? ¿Cuál es la
alternativa de construcción para una feminidad disidente? Por el momento, tengo
una certeza: estoy hilvanando mi gordura a medida, a mi tiempo, a mi modo,
dijeran las compañeras zapatistas. La hechura de mi gordura, ella es mi eje
rector, el elemento que traspasa todo lo demás. Poseo algunos saberes y muchas
preguntas. Me encanta sentarme con las mujeres gordas a pensar el mundo y subvertirlo,
aunque por el momento sea utópico. Quizá es lo único que puedo hacer con este
cuerpo y en este tiempo. Sólo sé que cada cosa que hago viene desde la
honestidad. Que me pida coherencia quién ya la ha conseguido en su totalidad.
“¡No diga que ama la vida quien no le haya hecho el amor a una gorda!”
Dice la poeta Artemisa Téllez. Ahora cuando me dicen que odio porque soy feminista, callo. Que hable de odio
quien lo conozca. Yo cuestiono opresiones, hablo del goce por la recuperación
de mi numinosidad, de mi mente y cuerpo. Hoy sé que se pude amar
y disfrutar a esta gorda. El sistema no está diseñado para eso
y nos llama enfermas, de ahí la necesidad y propuesta de que cada gorda vaya a
su raíz; hacia dentro, profunda. Que se rescate, ahí en el pozo de sus
experiencias, desde la fuente inagotable de saberes gordos hasta ahora no del
todo enunciados. No podemos ser ni estar donde no nos advierten positivamente,
donde la perene invitación es a desaparecer. La contraparte es que nosotras
gordas nos queremos vivas, libres y felices ¿no es ésta una consigna feminista?
¿No es obvio quién padece una enfermedad?
Pensar nuestra propia
gordura visibilizará irremediablemente las infinitas posibilidades de placer de
nuestros cuerpos gordos. El gustarme desenlaza bienestar, desearme el ser deseada.
Podemos afectar a las demás. Por qué seguimos esperando a que otras personas
externen abiertamente su deseo erótico por las gordas, que aplaudan nuestra
existencia. En qué medida las mujeres gordas nos volvemos partícipes de hacer
ostensibles nuestros propios deseos. Lo que no se ve, no existe. Encontremos
cómo trabajar nuestra existencia, porque nuestro deseo, por muy escondido o
negado, está. Debemos dejarnos ver posibles y deseantes. Soy una gorda que pasó
del “quiero que me deseen” al “yo deseo”. Mi cuerpo gordo baila, se escribe,
coge, anda y está. Eso es lo que por ahora mi cuerpo puede, intuyo que hay
mucho más.
Tampoco creo en
redenciones. Pienso al igual que Lucrecia Masson en su Epistemología rumiante (2017), que la rumiante (vaca/gorda) “rechaza
los rígidos discursos de la salvación. Y cree que hay muchos relatos posibles.
Hay tantos relatos gordos como gordas hay.” Aquí y ahora me toca cuestionar y
alentar a hacer evidente que hay tantas posibilidades de goce gordo como
gordas. Así como seguimos intentando aprender a aceptar las diferencias
culturales, religiosas, de raza, de clase, es hora de cuestionar y aprender a
aceptar las diferencias corporales. A lo largo de la historia, hemos venido
desmontado el derecho divino de los reyes, la supremacía blanca europea, el
poder religioso, el predominio capitalista, la hegemonía masculina. Estoy
convencida que también conseguiremos dirigirnos a desarmar los derechos de los
cuerpos normales construidos desde parámetros cientifistas; a poner en tela de
juicio sus índices de masa corporal, sus medicamentos y procedimientos
invasivos. Seguramente sabremos desajustar todos los mecanismos de coerción
impuestos socioculturalmente a nuestros cuerpos gordos. Inexorablemente podemos
rescatar toda la poesía desmesurada de nuestras carnes trémulas de grasa. La
gordura no puede ser sino abundancia.
Advierto en la gordura
una potencia para cambiar el mundo, construyó el mío y lo está rediseñando.
Devenir gorda no va de alentar estrategias excéntricas que alimenten productivamente
al sistema, es sobre tejer creativamente una coherencia y soporte para andar
más libres y alegres por la vida. Devenir gorda implica un proceso que parte de
la identificación de la opresión hasta urdir conscientemente una resignificación
para la autodeterminación y el goce: edificación de erotismo puro.
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[1]
Universidad Autónoma de Aguascalientes, México. Correo electrónico:
magda.aranda0109@gmail.com
[2]
Cisgénero significa que me asumo dentro del género que se me asignó al nacer,
es decir, me identifico como mujer.
[3]
Heterosexual, hace alusión a la preferencia sexual y erótica por personas de
diferente sexo.
[4] Heteronorma, es la condición
sistémica que establece que ser heterosexual es lo normal y así es como todo
es. Tener relaciones sólo con personas de diferente sexo al tuyo, la monogamia,
la castidad o virginidad, la maternidad, son algunos de los mandatos que la
heteronorma establece.
[5]
Transexuales, es una identidad de género, personas que transitan a otra
identidad de género diferente de la que les fue asignada al nacer.
[6] Queer. Personas que no se asumen con las identidades binarias de
género: hombre y mujer.
[7]
Utilizo el término aquí para señalar la necesidad de cuestionar de los mandatos
occidentales sobre nuestros cuerpos. Pienso en las mujeres gordas de Juchitán,
en las mujeres grandes y gordas del norte del país, ellas no son estereotipo a
seguir, sino otro; el europeo, que incluso difícilmente, aún con la mezcla
racial durante la colonia, tiene poco que ver con nuestras condiciones
fenotípicas actuales.
[8]
Ellx escribe su nombre en letras minúsculas.