LA
CONSTRUCCIÓN CIENTÍFICA DEL SEXO
THE
SCIENTIFIC CONSTRUCTION OF SEX
Leah Daniela Muñoz Contreras[1]
Resumen
Este
texto presenta un análisis sobre la emergencia y la construcción científica del
sexo a partir de un análisis historiográfico que comprende el periodo de
finales del siglo xviii al siglo xx. En el análisis se muestra que el
desarrollo de este saber científico ha operado a partir de una triple
coproducción de (i) taxonomías y nomenclaturas, (ii) etiologías y (iii)
regímenes de subjetividad. De igual forma se propone que en esta historia de la
ciencia surgió en pleno siglo xx
un tercer modelo sobre el sexo, siguiendo la historización propuesta por Thomas
Laqueur, que resultó fundamental no solamente para posibilitar la existencia material
de nuevas identidades sexuales sino también para entender el contexto social y
político de la época en el escenario occidental. El presente texto contribuye a
complejizar y entender de mejor forma la relación entre ciencia, sexo-género y
subjetividad de tal manera que la historia de la ciencia permita abrir un
diálogo con las problemáticas de nuestros días.
Palabras
clave: sexo,
ciencia y género, historia de la ciencia, historia de la subjetividad, sexualidades
Abstract
This text presents an analysis of the emergence and
scientific construction of sex based on a historiographic analysis which
includes the period from the end of the 18th century to the 20th century. This
analysis shows that the development of this scientific knowledge has operated
from a triple co-production of (i) taxonomies and nomenclatures, (ii)
etiologies and, (iii) regimes of subjectivity. In the same way I propose that
in this history of science in the twentieth century, a third model on sex
emerged, following the historization proposed by Thomas Laqueur, which was
fundamental not only to enable the material existence of new sexual identities
but also to understand
the social and political context of the era on the western stage. This text
helps to develop and better understand the relationship between science,
sex-gender and subjectivity making the history of science a fundamental tool to
begin a dialogue on the problems of our present.
Keywords:
sex, science and gender,
history of science, history of subjectivity, sexualities
recepción: 6 de
septiembre de 2019/aceptación: 17 de enero de 2020
El
objetivo de este escrito es desarrollar una historiografía sobre la emergencia
y construcción del sexo como objeto científico. Se pretende mostrar que el
desarrollo de dicho saber científico
en torno a un aspecto de la sexualidad ha operado a través de una triple
coproducción en donde se entrecruzan la producción de (i) taxonomías y
nomenclaturas, (ii) etiologías, y esto, a su vez, participa en la constitución
de (iii) un régimen de subjetividades en torno a este saber científico sobre la
sexualidad.
Por taxonomías y nomenclaturas se entiende en este texto a
las clasificaciones y a los términos, respectivamente, con los cuales los
científicos explican la diversidad sexual y de género en un pensamiento que
busca generar agrupaciones o clases de individuos en función de características
que se consideran compartidas. Por etiologías se entienden las explicaciones
causales que dan los científicos a algún fenómeno, en este caso a la diversidad
sexual y de género. Y el término régimen
de subjetividad, inspirado en los trabajos de Foucault en la Historia de la Sexualidad Vol. I (2011)
y en La Hermenéutica del Sujeto (2002),
hace referencia a un modelo en donde al sujeto se le juzga y se le rige, y él
mismo se juzga y rige, por su pertenencia a una clase.
La noción de triple coproducción, inspirada también en
Foucault, intenta capturar el proceso mediante el cual la ciencia, al explicar
los diversos comportamientos sexuales, genera clasificaciones sexuales que son
explicadas, a su vez, mediante la postulación de etiologías, o mecanismos
causales, generando así clases de sujetos. Estas clasificaciones y etiologías, al
mismo tiempo, son generadoras de regímenes de subjetividad ya que funcionan
como una hermenéutica para el sujeto, es decir, como una forma mediante la que
ese sujeto será explicado pero también como ese sujeto se comprenderá.
Aquí es importante señalar que la forma en la que se emplea
la noción de régimen de subjetividad no se refiere solamente a las formas en
las que los sujetos son explicados sino también a las terapéuticas e
intervenciones materiales que la ciencia y la medicina aplican, y que muchos
sujetos deciden aplicarse, por pertenecer a determinada clasificación o clase
de sujeto.
En otras palabras, la triple coproducción busca mostrar que
la ciencia, al menos en el caso de la sexualidad, al explicar los
comportamientos sexuales está generando formas de subjetividad o clases de
sujeto. Pero también la triple coproducción permite dar cuenta de cómo la
ciencia incorpora a sus taxonomías y etiologías, las taxonomías, regímenes de
subjetividad y narrativas que produjeron las propias diversidades sexuales en
contextos no científicos o médicos, de tal forma que la explicación de los
sujetos no queda cerrada y determinada históricamente por la autoridad
científica sino que está abierta al devenir histórico de la propia ciencia y de
las propias colectividades sexuales.
La importancia de pensar la construcción científica del sexo
desde la metodología de la triple coproducción consiste en que ésta nos ofrece
una imagen compleja de la dinámica científica en la construcción del sexo como
un objeto científico. Lo complejo de la imagen recae en reconocer cómo las
explicaciones de la ciencia son productoras de subjetividades y, a su vez, las
subjetividades son susceptibles de afectar las explicaciones de la ciencia.
El segundo objetivo es
mostrar que en esta
historia emergió un modelo más sobre el sexo, siguiendo la historización del sexo propuesta
por Laqueur (1994), el cual sería fundamental para explicar los cambios
políticos y sociales del siglo xx
en donde las diversidades sexuales y las mujeres tomaron mayor visibilidad
social en la escena política dentro del contexto occidental.
En este escrito hay una
motivación académica y política. La primera reside en elaborar un análisis
historiográfico y filosófico sobre el sexo que se enmarca en un esfuerzo
teórico mayor acerca de cómo surgió un campo de estudios sobre la sexualidad
arraigado en lo científico y que busca develar cómo se forman los objetos de la
ciencia.
Un análisis
historiográfico de este tipo, sobre cómo se dio la construcción científica del
sexo, y cómo en esta construcción se fueron configurando una serie de
explicaciones reduccionistas, biologicistas y esencialistas que generaban una
“verdad sobre el sexo” que produjo tanto nuevas identidades sexuales como formas
de vivir la sexualidad, es un paso necesario para generar una crítica a las
concepciones biologicistas contemporáneas que sigue produciendo la ciencia.
Pero también esta
historiografía sobre la construcción científica del sexo es un intento por
complejizar la relación entre ciencia, sexo-género y subjetividad ya que se
pretende mostrar que,
en la ciencia, la noción de sexo no ha sido autoevidente y que, más bien, su
construcción ha sido el resultado de controversias entre disciplinas científicas
influidas por los contextos sociales.
De esto último se
desprende la motivación política, ya que hoy en día en distintas partes del
mundo atravesamos un contexto político en donde existen grupos antiderechos que
consideran que apelar a una noción constructivista del sexo es ideología, y por
ende “Ideología de Género” que se opone a lo que la ciencia ha dicho, dejando
de lado la compleja historia sobre el sexo y lo que la historia de la ciencia
puede enseñarnos al respecto.
Dado lo anterior, el
texto se dividirá en cuatro secciones. En la primera sección se presentará el
relato de Thomas Laqueur y la manera en que este relato organiza dos grandes
modelos en torno al sexo y las razones históricas del desplazamiento del
primero por el segundo. De igual forma, en este apartado se presentará la
manera en que se considera que se articula la triple coproducción en cada
modelo.
En el segundo y tercer apartado
se mostrará una propuesta en relación a un tercer modelo sobre el sexo y se
expondrán las razones tanto científicas como políticas que posibilitaron su
emergencia. De igual forma en cada apartado se mostrará cómo es que se articula
la triple coproducción en cada uno de estos modelos sobre el sexo. Finalmente
se presentará un apartado con conclusiones.
La historización del
sexo
Una de las aportaciones clave de Thomas
Laqueur (1994) en su clásico texto La
construcción del sexo, es la de mostrar el carácter histórico de las
concepciones sobre el sexo. Él propone dos modelos sobre el sexo con los cuales
se ha pretendido dar cuenta de la diferencia sexual y las razones históricas
del desplazamiento del primero por el segundo.
El primer modelo es el
modelo unisexual.
Dicho modelo tenía su origen en los textos del médico griego Galeno de Pérgamo
y había sido el modelo dominante para el entendimiento de la diferencia sexual
hasta los siglos xviii y xix. Según éste, el sexo era uno con
dos presentaciones en función de si los genitales se encontraban dentro o fuera
del cuerpo, de tal forma que los hombres y mujeres presentaban diferencias no
de tipo sino de grado. Estas diferencias hacían a la mujer el sexo imperfecto o
defectuoso, lo cual se traducía en que este era un modelo jerárquico. Además,
en este modelo había una fisiología de fluidos universales los cuales al tomar una
forma específica, dada por el calor, explicaban las diferencias de hombres y
mujeres (Laqueur, 1994).
En este modelo, nos dice
Vázquez-García (2018, p. 19), el cuerpo tenía un carácter fluido y abierto en
donde el sexo podía ser transformado y verse influido por las actividades y
ocupaciones, esto se explicaba por el hecho de que en este modelo la relación
cuerpo-ambiente era más permeable. En suma, aquí el sexo era más bien un
“rango” que se expresaba tanto en la condición física como en los atributos
sociales, en el vestir y en los genitales.
A finales de la
Ilustración, luego del siglo xviii,
cuenta Laqueur (1994), este modelo fue reemplazado por el de los dos sexos. Este
último modelo seguía siendo jerárquico, ya que a la mujer se le atribuía una
inferioridad natural o biológica, pero a diferencia del unisexual consideraba
que la diferencia entre los sexos era de tipo y no de grado. Es decir,
consideraba que había una diferencia radical que generaba la existencia de dos
sexos opuestos y completamente distintos, complementarios e inconmensurables en
todos los aspectos tanto del cuerpo como de la personalidad. Además, dicho
modelo era funcionalista, ya que las diferencias entre los sexos estaban en las
funciones, especialmente la sexual y la reproductiva, las cuales eran
denominadas como “funciones de generación”.
Este cambio de
concepciones sobre los sexos, de acuerdo a Laqueur (1994), se debió a motivos
políticos ya que el modelo de los dos sexos buscaba mantener y naturalizar la
jerarquía social entre hombres y mujeres, heredada del viejo orden estamental,
con la cual supuestamente pretendían terminar las revoluciones liberales
impulsadas por las ideas de la Ilustración al presentar tanto a hombres y
mujeres como iguales, como ciudadanos. De esta forma el modelo de los dos sexos
vendría a legitimar las ideas dominantes de la época como los roles dados a las
mujeres, enfocadas a la reproducción y a la “esfera privada”.
La socióloga Myra Hird (2004, p. 22) también sostiene que
esta transición de modelos no se dio como parte de un descubrimiento dado por
la medicina, sino por cambios políticos. Pero, además de los factores políticos,
ella agrega los epistemológicos que atribuyeron diferentes significados al
mismo cuerpo. La Ilustración, apoyada en el conocimiento científico, trajo una
manera de aproximarse al cuerpo en donde éste se descompone en sus partes y de
esta forma se revela su verdad. Así la esencia del sexo y la diferencia sexual
se aterrizó en objetos visibles.
Es en este contexto que el modelo de los dos sexos se va a
construir apelando a las diferencias biológicas, de tal forma que para que esto
sucediera era necesario que la biología se constituyera como ciencia y, como señala
Vázquez-García (2018, p. 20), que la vida fuera afrontada ahora como un espacio
desacralizado, un proceso librado a sí mismo, que se rige por sus propias
normas y leyes. A partir de este momento es cuando podemos hablar propiamente
del surgimiento de los proyectos biologicistas sobre el sexo que buscarán en
los huesos, gónadas, hormonas, cromosomas y genes la esencia que funja como la
causa natural de lo que norma la diferencia entre los sexos.
Hasta aquí podemos ver que en cada modelo la relación
taxonomía-etiología-régimen de subjetividad se juega de manera distinta. En el
caso del primer modelo se desprende una taxonomía en donde además de hombre y
mujer existían condiciones intermedias como “hermafroditas de distintos tipos,
varones lactantes, menstruantes, mujeres macroclitorídeas o viragos, hombres
machihembrados, etc.” (Vázquez-García, 2018, p. 16).
La etiología de cada sexo aquí está dada en una fisiología
de los humores en donde el cuerpo está abierto al ambiente. Los intermedios
podían presentar mejoras de sexo en función de cambios en los equilibrios de
los humores, y las mujeres que adoptaban costumbres y vestimentas masculinas
podían presentar cambios físicos de tal forma que se transformasen en varones
(Vázquez-García, 2018, pp. 16-17).
Es importante señalar que dado que antes del siglo xix no existían las dicotomías
naturaleza-sociedad o biología-cultura los sexos se explicaban apelando a la
Naturaleza, no en el sentido biológico que tiene en la actualidad, sino
entendiéndola como un orden moral que expresaba la voluntad divina. Dicha cosmovisión
era respaldada por la medicina galénica. Lo anterior es importante mencionarlo
ya que esta etiología consideraba la existencia de “hermafroditas” como una
posibilidad natural rara aunque no monstruosa (Vázquez-García, 2018, p.16).
En términos de regímenes de subjetividad, este modelo
unisexual sostenía una concepción del sexo como estamento o rango, de tal forma
que justificaba una división entre los sexos que en realidad era mantenida
tanto por la Iglesia como por las autoridades civiles. En el caso del modelo de
los dos sexos, anclado ya en la concepción de la biología del siglo xix, solamente permitía una taxonomía
en donde existían hombres y mujeres bajo la lógica de la diferencia radical. La
posibilidad de la existencia de estados intermedios era negada y todo aquello
que no se anclaba dentro del binarismo hombre-mujer era ubicado dentro de las
taxonomías de los sexólogos de finales del siglo xix.
Un ejemplo es el psiquiatra alemán Richard von Krafft-Ebing quien
ubicaba dentro del campo de los despectivamente llamados “invertidos sexuales” un conjunto diverso de prácticas
y comportamientos sexuales, asociados principalmente con la homosexualidad,
pero en donde también se encontraban sujetos que se identificaban con el género
opuesto (Meyerowitz, 2004).
La etiología que se jugaba en este modelo ya no era la de un
cuerpo abierto al ambiente, como en el modelo unisexual, sino un cuerpo cerrado
en donde la causalidad se ubicaba en las gónadas y sus secreciones. La era de
las gónadas había venido a significar que la esencia del sexo, el género y la
sexualidad estaba ubicada en éstas (Meyerowitz, 2004, p. 27). Es por ello que,
en el caso de los “hermafroditas”, la verdad sobre el sexo se buscaba
principalmente apelando a las gónadas. En el caso de los “invertidos sexuales”
se jugaba una etiología de la patología en donde médicos y psiquiatras los consideraban
como enfermedad o perversión en donde se postulaba que la causa residía en un
problema de las gónadas.
Respecto a los regímenes de subjetividad estas etiologías
traían consigo que los sujetos eran vistos, y se veían a sí mismos, como
enfermos. En el caso de la homosexualidad se llevaron adelante prácticas en
donde se trasplantaban gónadas de hombres heterosexuales a hombres homosexuales
como parte de una terapéutica que buscaba restaurar la heterosexualidad
(Meyerowitz, 2004, p. 17). En lo que respecta a los “hermafroditas”, éstos se
volvieron sujetos de duda a los cuales había que poner bajo la lupa de los
especialistas y médicos forenses los cuales tenían que “diagnosticar” el sexo
verdadero, y en caso de encontrar contradicción entre el “sexo verdadero” y la
identidad del sujeto se obligaba la corrección de la identidad frente al
mandato de la biología.
Tercer modelo sobre el
sexo
Hasta este momento se han presentado los
dos modelos sobre el sexo surgidos del trabajo de Thomas Laqueur y la manera en
que en éstos se articulaba la triple coproducción de
taxonomías-etiologías-regímenes de subjetividad. Estos modelos son los más
usados dentro de los estudios de la ciencia y los estudios sobre el cuerpo ya
que dejan ver la historicidad de los relatos sobre el cuerpo y la ontología del
sexo. Lo que se pretende mostrar en esta sección es que surgió un tercer modelo
sobre el sexo en la primera mitad del siglo xx,
el cual emergió a partir de las dificultades a las que se enfrentó el segundo.
Este tercer modelo está
caracterizado por ser de dos sexos, jerárquico, no funcionalista y no es de
radical exclusión, además aquí los cuerpos ahora van a pensarse como
gradientes. Si bien en éste se hacen notar las diferencias entre los sexos,
también se hacen notar las similitudes, es decir, este modelo no se compromete
con una metafísica en donde la anatomía y la fisiología son inconmensurables.
Es a partir de este modelo que el sexo pasará también a ser concebido como algo
que puede ser modificado y alterado por la medicina.
Este nuevo modelo sobre
el sexo surge como resultado de la crisis que enfrentó el segundo tanto por
razones políticas como por razones de las propias evidencias que se daban en la
práctica científica a inicios del siglo xx.
En el caso de las primeras el hecho de que las mujeres pasaran a ocupar puestos
laborales remunerados, comenzaran a adquirir educación superior y se conformara
un movimiento de mujeres que exigía igualdad de derechos venía a constatar que
hombres y mujeres no pertenecían de forma natural a “esferas distintas” como
así lo concebía el modelo de radical exclusión entre los sexos (Preciado,
2010). Asimismo, la visibilidad que adquirían los colectivos homosexuales de
hombres y mujeres hacía evidente que entre los sexos no existía una línea
divisoria radical en el plano del deseo sexual sino que, por el contrario, en
ambos grupos existía el deseo tanto por hombres como por mujeres así como la
masculinidad y la feminidad (Meyerowitz, 2004, p. 22).
Este hecho no solo fue
político sino también científico, ya que los investigadores encontraron que en
el terreno de la evidencia, la concepción de la inconmensurabilidad de los
sexos era insostenible. En lo que refiere a las razones científicas fue
necesario el surgimiento de una nueva concepción sobre el sexo y las evidencias,
que vinieron principalmente de la recién nacida endocrinología, para que el
tercer modelo sobre el sexo terminara de configurarse.
Esta nueva concepción
sobre el sexo se asentó y desarrolló en la llamada teoría de la bisexualidad. La
teoría de la bisexualidad desarrollada desde los primeros años del siglo xx sostenía que los sexos tenían una
bisexualidad biológica, entiéndase orgánica, ya que ambos compartían aspectos
entre sí, no sólo en términos de masculinidad y feminidad sino también en
términos de sexo biológico.
Meyerowitz (2004, p. 23)
narra cómo la teoría de la bisexualidad comenzó a ser respaldada por estudios
tanto en embriología, los cuales mostraban que había una diferenciación sexual
común entre los sexos en el proceso del desarrollo, así como por estudios en
estadística sobre las diferencias psíquicas y corporales, los cuales mostraban
que los sexos no eran grupos netamente distintos, sino que existía un traslape
entre ellos.
De esta forma la teoría
de la bisexualidad sostenía una concepción en donde el sexo era un continuo
abstracto y más bien cada sexo individual era una cuestión de grado en donde
los sexos hombre y mujer eran sustancias con proporciones distintas. Tanto Hirschfeld
como Havelock Ellis se adhirieron a esta concepción y se volvieron difusores de
la teoría de la bisexualidad (Meyerowitz, 2004, p. 26).
Los descubrimientos en
endocrinología en la década de los años treinta fueron fundamentales para la
constitución de lo que se plantea como tercer modelo ya que el descubrimiento
de que existían hormonas masculinas y femeninas en ambos sexos dio sustento
empírico a la teoría de la bisexualidad respecto a que en los sexos se
encontraban elementos tanto de uno como de otro, sólo que en proporciones
distintas. De esta forma, la concepción del sexo como variación individual a lo
largo de un espectro remplazaría el segundo modelo sobre la mutua exclusión.
Este nuevo tercer
modelo sobre el sexo reorganiza de forma distinta la triple relación entre
taxonomías-etiologías-regímenes de subjetividad. En relación a las taxonomías
encontramos que Magnus Hirschfeld, uno de los principales defensores de esta
concepción sobre el sexo, tenía más bien una apuesta despatologizadora que reconocía
la existencia de “intermediarios sexuales” (“hermafroditas”, andróginos,
homosexuales y travestis) como parte de la variación humana (Meyerowitz, 2004).
Hay aquí una diferencia
fundamental con las taxonomías que se relacionan con el segundo modelo del sexo
ya que todas ellas colocaban dentro del lado de la perversión y la patología a
aquellos sujetos sexuales que el modelo no podía explicar como parte de una
noción de radical exclusión entre los sexos. De hecho, Meyerowitz (2004, p. 98)
narra que en Estados Unidos esta confrontación de concepciones sobre el sexo
como continuo o como mutua exclusión se expresaba en las teorizaciones del
grupo de los médicos, quienes se adherían a la primera, y el de los
psicoanalistas, psicólogos y psiquiatras, quienes se adherían a la segunda
noción.
A pesar de lo anterior
no tendría por qué entenderse como si el tercer modelo estuviera exento de
tener connotaciones patologizadoras ya que, si bien Hirschfeld pensaba desde la
variación humana, existían otros médicos que tenían apuestas por restaurar lo
que se consideraba una “falla biológica”. Esto nos conecta directamente con las
etiologías, ya que desde este tercer modelo se jugaban tanto etiologías de la
variación humana, asentada en variaciones individuales en el sexo entendido
como un continuo, como etiologías sobre la falla biológica. Estas etiologías ya
fueran de la variación como de la falla biológica mantenían dentro de sí el
elemento claramente biologicista que aterrizaba la esencia del sexo, de la
masculinidad y la feminidad, ya no en las gónadas sino en las hormonas.
Los regímenes de
subjetividad que se desprendían de esto eran de dos tipos. Por un lado los
compromisos despatologizadores no buscaban restaurar algo que se consideraba
como una falla biológica, como fue la apuesta de Hirshfeld y del filósofo
austriaco Otto Weininger en las primeras décadas del siglo xx. De hecho Hirshfeld tenía el
compromiso de promover lo que consideraba la libertad sexual y en su Instituto
para la Ciencia del Sexo buscaba ayudar a “travestis” que demandaban un cambio
de sexo (Meyerowitz, 2004, p. 30).
Por el otro lado las
apuestas despatologizadoras no eran compartidas por todos los médicos ya que sí
existían quienes postulaban que conociendo las causas, entendidas como fallas
biológicas, de los comportamientos sexuales no hegemónicos era posible
restaurar a esos sujetos en la cisheterosexualidad[2].
De igual forma, este
modelo, a pesar de concebir el sexo como un continuo, seguía legitimando una
sociedad desigual ya que desprendía una visión jerárquica de los sexos que
consideraba al polo de la feminidad como aquel asociado con rasgos inferiores y
el de la masculinidad lo asociaba con rasgos superiores. La noción del cuerpo
como un gradiente explicaba, por ejemplo, el éxito social de algunas mujeres en
términos de un mayor grado de masculinidad (Meyerowitz, 2004, p. 25).
En términos de terapéuticas,
este tercer modelo sobre el sexo relanzó con mayor fuerza la posibilidad de cambiar
de sexo, ya que la noción del cuerpo como gradiente y la identificación de las
hormonas sexuales como marcadores del sexo permitían explicar que el cambiar de
sexo era una posibilidad natural permitida por la propia biología de un cuerpo
que estaba dada en grados hormonales.
Por ello podemos decir
que de este tercer modelo el sexo se reconceptualiza y deja de ser inmutable,
como sostenía el segundo modelo. Este nuevo modelo vino a ser un quiebre
histórico en la comprensión conceptual y material del sexo ya que es a partir
de este modelo que por primera vez en la historia humana el sexo, regido
primordialmente como grados hormonales, se pensará como algo sobre lo que se
podía intervenir y dirigir. Con base en esto surgirán a lo largo del siglo xx toda una serie de tecnologías médicas
hormonales que posibilitarán no sólo la emergencia de sujetos transexuales sino
un mayor control y regulación sobre el sexo como es el caso de las píldoras
anticonceptivas para alterar los ciclos hormonales, las hormonas usadas por
deportistas para el desarrollo de masa muscular y los reemplazos hormonales en
mujeres menopáusicas.
Sobre esto último es importante señalar que este modelo, que
permitía la intervención y dirección sobre el sexo, abrió un mercado para la
industria farmacéutica. Oudshoorn (2000) menciona que la emergencia de la
endocrinología del sexo, además de tener trabajando a médicos y científicos,
atrajo a las compañías farmacéuticas.
Oudshoorn (2000) en su
texto The Birth of Sex Hormones
también señala que en el siglo xx
surgió un nuevo modelo sobre el sexo, motivado principalmente por la
endocrinología que había descubierto que las hormonas sexuales se originaban y
funcionaban en ambos sexos, el cual desplazó la esencia de la masculinidad y la
feminidad de órganos específicos, como lo habían hecho los anatomistas, a
cantidades hormonales.
Este modelo, de acuerdo
a Oudshoorn, tuvo las consecuencias de reformular el sexo en términos de
sustancias químicas, además de estructuras corporales. La introducción del
concepto de hormonas sexuales, entendido como mensajeros químicos que controlan
la masculinidad y la feminidad, significó un quiebre en la conceptualización
del sexo pasando de una entidad anatómica a una agencia química (Oudshoorn,
2000, p. 110). Además la endocrinología habría significado un cambio en el
estudio del sexo atendiendo ahora a la causalidad del mismo en vez de a su
identificación, y también habría introducido una teoría cuantitativa del sexo y
del cuerpo. El sexo ya no era más un absoluto sino que se volvió una
especificidad relativa, y la diferencia entre los sexos no era de tipo sino de
grado. Oudshoorn (2000) también señala la capacidad que tiene este modelo para
dar cuenta de la diversidad de los individuos tanto en rasgos físicos como en
personalidad, al proponer una base biológica del sexo.
El modelo que narra
Oudshoorn y el que se propone en este texto coinciden en señalar que los sexos
ahora son concebidos como diferentes en términos de grado y no de tipo, por lo
que ya no estamos presenciando un modelo de radical exclusión entre los sexos. Otra
coincidencia es que reconocemos que de este nuevo modelo se desprende una
teoría cuantitativa del cuerpo y el sexo en donde ahora se piensa en términos
de grados hormonales. Y finalmente coincidimos en la capacidad que tiene este
modelo para dar una explicación biológica que integre a las distintas
subjetividades sexuales.
Las diferencias que hay
entre ambos modelos es que el propuesto aquí señala que la relación entre los
sexos sigue considerándose jerárquica, en donde el sexo femenino es considerado
inferior, y que pasamos a una noción del sexo no funcionalista, lo cual quiere
decir que el sexo se descentra de las definiciones basadas en la función
reproductiva de los biólogos evolutivos en donde ser macho es tener la función
de producir espermatozoides y ser hembra es tener la función de producir óvulos
(Guerrero-McManus, 2013), pasando a una noción de sexo entendida como cuerpo
sexuado. Una diferencia más es que el modelo que propongo recupera el carácter
mutable e interventivo que adquiere el sexo y el cuerpo en las primeras décadas
del siglo xx, lo cual pone a
disposición un aparato conceptual para dar cuenta de cómo el sexo es alterado socialmente
por los productos tecnológicos y conceptuales de la ciencia.
Finalmente Oudshoorn
explica que las razones del paso del segundo modelo al tercer modelo las
encontramos principalmente por los descubrimientos de la endocrinología,
mientras que el modelo que propongo no sólo recupera los descubrimientos de la
endocrinología sino el papel que jugó el contexto social y político en donde
los movimientos de mujeres, de homosexuales y lesbianas llevaron a los
científicos a reconocer que su concepción del sexo no coincidía con la realidad
que decía describir.
En el siguiente
apartado se desarrollará cómo este tercer modelo sobre el sexo se modificó a
mediados del siglo xx con el
surgimiento de la categoría género, una
modificación que Oudshoorn no considera en su modelo.
El tercer modelo sobre el sexo ante la emergencia del género
En
este último apartado se propone que a mediados del siglo xx este tercer modelo sobre el sexo
sufrió modificaciones como resultado de las controversias entre disciplinas a
mediados del siglo xx en Estados
Unidos alrededor de los debates en relación a las causas de la identidad de
género en personas intersexuales y transexuales.
Lo que conserva este nuevo tercer modelo es que también es
de dos sexos, es no funcionalista y tampoco es de radical exclusión. Las
diferencias entre el anterior tercer modelo y el nuevo tercer modelo radican en
que el sexo ya no se juega como la ontología absoluta organizadora del terreno
corporal, psicológico y social, sino que es una ontología de causas biológicas
que da cuenta de cómo se desarrolla un cuerpo en tanto soma. Asimismo, en este
modelo el cuerpo sexuado, además de pensarse como gradiente, comienza a pensarse
como un cuerpo sexuado estratificado, es decir, empieza a consolidarse una
comprensión ontogénica del cuerpo sexuado en la cual en el desarrollo sexual
del cuerpo el sexo quedaría instanciado en cada uno de los niveles de organización
o estratos corporales (cromosomas, tejidos, órganos, niveles hormonales, etc.)[3].
Las razones históricas de la emergencia de este nuevo modelo
se encuentran, por un lado, en la emergencia de la categoría de género en los
trabajos de John Money y, por otro lado, en la controversia entre médicos,
psicoanalistas, y psicólogos en relación a la etiología y terapéutica de la
identidad de género en personas intersexuales y transexuales.
Los trabajos de John Money y los hermanos Hampson establecieron
a mediados de los años cincuenta del siglo xx
que la masculinidad y la feminidad no tenían sus causas la biología a partir de
estudiar morfologías, fisiologías y el desarrollo psicosexual de niños
intersexuales (Fausto-Sterling, 2006, p. 66). Como resultado de esto Money definió
la categoría de género como un comportamiento y una actitud que tenía su causa
en factores ambientales entendidos principalmente como crianza
(Fausto-Sterling, 2006, p. 66).
Con la invención de la
categoría género se fundó una
división en el orden de las causas que, por un lado, señala un origen biológico
y, por otro, un condicionamiento social propio de los comportamientos sexuales
de hombres y mujeres, es decir, agrupaba como sexo un conjunto de características biológicas diferentes entre
ambos grupos que darían como resultado un dimorfismo sexual, y como género los comportamientos sexuales
diferentes, masculinos y femeninos, de hombres y mujeres que tendrían un origen
social.
De esta forma la concepción sobre sexo que traía consigo el anterior
tercer modelo quedaba restringida a ser solamente un conjunto de
características biológicas sin tener un alcance en los comportamientos de los
sujetos. Los trabajos de Money, a su vez, fueron una constatación en otro
terreno de la ciencia de los estudios desarrollados en la antropología desde la
década de 1920 en relación a que existía variación de “roles de género” a lo
largo de las culturas, la cual tenía su causa en un aprendizaje social.
Este modelo llamado “ambientalista” era el enfoque que
defendía Money en la controversia sobre las causas de la identidad de género en
donde los médicos defendían un enfoque biologicista mientras los psicoanalistas
un enfoque centrado en la psicodinámica de la infancia. De esta controversia
sobre la etiología de la identidad de género es que tanto médicos como
psicólogos y psicoanalistas se vieron en la necesidad de definir lo que era el
sexo para poder determinar, de esta forma, el tipo de relación que mantenía el
sexo con la identidad de género y si, algún componente del sexo era el más
esencial y determinante, revelara la verdad sobre el sujeto y el sexo.
Money proponía un modelo del sexo estratificado en seis
niveles, que se conformaba por: el sexo cromosómico, sexo gonadal fetal, sexo
hormonal fetal, sexo reproductivo interno, sexo cerebral y sexo genital
(Fausto-Sterling, 2012, p. 10). Para Harry Benjamin el sexo tenía siete
componentes, los cuales eran: el sexo cromosómico, el sexo genético, sexo
gonadal, sexo germinal, hormonal, anatómico, psicológico, legal y sexo social.
Dado el trabajo que había hecho con sujetos transexuales es que él consideraba
que en algunos niveles el sexo podía ser modificado tanto por tecnologías
hormonales como quirúrgicas (Meyerowitz, 2004, p. 118).
De acuerdo con Meyerowitz (2004), Stoller, por su parte,
tenía un enfoque similar, ya que para él el sexo no era solamente cromosómico
sino que se componía de distintos niveles: cromosomas, genitales internos, gónadas,
genitales externos, estados hormonales y características sexuales secundarias.
De esta forma lo que podemos ver es que, al definir al sexo
como un conjunto de características compuesto por distintos niveles, el cuerpo
dejó de pensarse principalmente como gradiente porque dejó de estar centrado en
el determinismo hormonal. De esta forma, el cuerpo comenzó a pensarse como un compuesto
de estratos que interactuaban para estructurar el sexo individual. Esta idea no
estaba en contra de pensar el sexo como un continuo, ya que este nuevo modelo
no rechaza la idea de que el sexo tendría distintas formas de configurarse que
no se reducirían a dos acoples excluyentes.
De este modelo se desprenden taxonomías que integrarían y
posibilitarían a las personas transexuales, cissexuales, trasngéneros,
cisgéneros, transvestis, intersexuales, endosexuales, y a toda la diversidad de
comportamientos que tomen sentido a partir de la dicotomía sexo-género. Las
etiologías que aquí se articulan son múltiples, ya que por un lado estarían
quienes, a partir de este modelo, y con una perspectiva biologicista, ya sea
apelando a la diversidad o a la “falla biológica”, explicarían el género como
una extensión causal del sexo, como es el caso de gran parte de los enfoques en
biología y biomedicina (Saraswast, Weinand y Safer, 2015).
Un segundo tipo de etiologías que surgen a partir de este
modelo son las apuestas “ambientalistas” o sociales que buscan dar cuenta del
cuerpo por un lado como causa biológica y de género por otro lado como causa
social. En este tipo de etiologías se encontrarían las apuestas de la
psicología, la sociología y los estudios feministas. De hecho, es importante
señalar que las elaboraciones en la tradición de los estudios feministas han
defendido abiertamente este modelo, o lo han presupuesto, al menos en su
versión más tradicional, en donde el sexo es soma y el género es cultura.
En lo que respecta a los regímenes de subjetividad, este
modelo daría cabida tanto a enfoques de la variación humana como de la falla
biológica, pero a su vez este modelo a partir de dar lugar a la distinción
sexo-género es que también abre, y ha abierto, caminos subjetivos para formular
una crítica social en relación a la sexualidad y el género. Ejemplo de lo anterior
son los movimientos políticos de mujeres que, motivados por las teorizaciones
feministas sobre la existencia de un sistema de sexo-género (Rubin, 1986) que
impone el género y la sexualidad, recorrieron la segunda mitad el siglo xx a lo largo del mundo en contra del
patriarcado. Asimismo, los movimientos trans, gays y lésbicos de la segunda mitad del siglo xx y de inicios del siglo xxi se vieron influenciados por este
modelo del sexo.
En lo que respecta a la emergencia de identidades, la
identidad transgénero, como una identidad que criticaba las exigencias de la
cirugía de reasignación sexual que demandaba la medicina para validar a los
sujetos transexuales surgió en la década de los años ochenta (Pons y Garosi, 2016),
diferenciándose de la identidad transexual, a partir de este modelo ya que la
distinción entre sexo y género hizo posible reconocer que el género puede
alterarse sin necesidad de alterar de forma tecnológica el sexo.
Quizá otro de los efectos subjetivantes que ha tenido este
modelo sobre sexo se ve en el alcance y el impacto que ha tenido el término
género a lo largo del mundo no sólo en lo que a movimiento político se refiere
sino a su incidencia en políticas públicas y agendas políticas.
Conclusiones
A lo largo de este texto, mediante una estrategia historiográfica de triple coproducción la intención ha sido presentar una historia que complejiza la emergencia del sexo como objeto científico en donde éste sería el resultado histórico de debates interdisciplinares acerca de la clasificación, génesis y terapéutica del sexo y los comportamientos sexuales.
En esta historia, el compromiso ha sido con
un constructivismo del sexo que nos deje ver su historicidad y los relatos
sobre el cuerpo, y a su vez las implicaciones sociales de esta historicidad y
estos relatos. Lo que nos muestra esta transición de modelos sobre el cuerpo es
que, como dicen Guerrero-McManus y Muñoz (2018), hay una ontología histórica
del cuerpo sexuado que se va definiendo mediante controversias y que va
cambiando.
El objetivo ha sido mostrar que esta
historia sobre el sexo que nos cuenta Laqueur es más compleja y que, en vez de
existir dos modelos sobre el cuerpo, existirían tres, en donde en cada modelo
no sólo se redefiniría el cuerpo para atender a la evidencia de la ciencia sino
también para asentar un orden social que se busca legitimar.
A su vez, estas reconceptualizaciones
sobre el sexo, traerían consigo distintas formas de subjetivar e intervenir a
los sujetos, de tal forma que la historicidad del sexo estaría ligada a la
historicidad de las subjetividades. De esta manera, la ontología histórica del
sexo nos muestra la historicidad de las distintas formas de entender el cuerpo,
habitarlo y transformarlo, y cómo en cada concepción se juega la historia
política de los sujetos a los que se intenta explicar.
Finalmente para cerrar este texto es
pertinente señalar que la filósofa feminista Alison Stone (2007) ha
desarrollado, a partir de las HPC (grupos de propiedades homeostáticas) una
aproximación sobre el sexo que también comparte los atributos de pensar el
cuerpo sexuado en término de grados, atendiendo a sus distintos estratos y
pensando en una ontología de causas biológicas que den cuenta del cuerpo en
tanto soma.
En la propuesta de Stone, desarrollada a
partir de los trabajos en filosofía de la biología, la pertenencia al grupo de
macho o hembra está dada por tener un conjunto suficiente de propiedades relevantes
de determinado grupo. Aquí el sexo también es pensado en términos de grados
(pero ya no en grados hormonales sino tomando en consideración los estratos que
emergen de la ontogenia del cuerpo sexuado) dentro de un continuo, ya que no es
necesario tener todas las propiedades relevantes para pertenecer a un
determinado sexo sino un conjunto suficiente de éstas, de tal forma que el sexo
no se da de manera idéntica entre los individuos de un mismo grupo sino en
términos de grados. Esto último resalta, como lo muestra el tercer modelo
propuesto en este artículo, que el sexo ya no se puede pensar como consecuencia
de una propiedad absoluta, sino como un atributo relativo y particular en cada
individuo resultado del arreglo múltiple de distintas propiedades.
Agradecimientos
A la DGAPA y al proyecto PAPIIT IN400318 “Ecología Queer y
Filosofía Ambiental. Articulaciones Conceptuales entre Naturaleza y Naturaleza
Humana” por la beca recibida para poder concluir mis estudios de Licenciatura
en Biología, de los cuales este artículo es resultado.
Agradezco a la Dra. Siobhan Guerrero McManus investigadora en
el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y
Humanidades-UNAM, profesora y amiga, por las ideas y comentarios que enriquecieron
y robustecieron este texto.
Bibliografía
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género y la construcción de la sexualidad. Barcelona:
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colores. Cartografías del Género y las sexualidades en América Latina (pp.
13-34). Barranquilla: Ediciones
Universidad Simón Bolívar.
[1]
Universidad Nacional Autónoma de México, México. Correo electrónico:
leahmunoz16@gmail.com
[2] El término cisheterosexualidad es compuesto por el prefijo cis y la
palabra heterosexualidad. Cis hace
referencia a cisgeneridad, el cual es un término acuñado por los Trans Studies y, en oposición al prefijo
trans, busca señalar la condición en
la que un sujeto vive en el género que se le asignó al nacer en función de su
corporalidad. Cisheterosexualidad de
esta forma no sólo hablaría de una sexualidad específica, la heterosexual, sino
también de una condición de género específica, la cisgénero.
[3] Oudshoorn (2000) señala que el descubrimiento que hace la endocrinología
de las hormonas sexuales como agentes químicos del desarrollo sexual, comienza
a generar puentes explicativos entre distintas disciplinas de la biología
dedicadas a estudiar el sexo que antes se consideraban en disputa, como la
genética del sexo y la fisiología del sexo, de tal forma que se va a iniciar
una conceptualización del sexo como un complejo sistema de feedback. Décadas después, Money va a presentar un modelo
estratificado del sexo que cristaliza la investigación en la biología del
desarrollo del sexo hasta los años cincuenta.