Mujeres, género y ciencias: ¿un
sexismo moderno?: traducción de “Femmes, genre et sciences : un sexisme
moderne?” de Nicky Le Feuvre
Women, Gender
and Science: A Modern Sexism?: Translation of “Femmes,
genre et sciences : un sexisme moderne?”
of Nicky Le Feuvre
Claudia Elisa López Miranda[1]
Le Feuvre, N. (2013). Femmes, genre et sciences : un sexisme
moderne? En: Maruani M., Travail
et genre dans le monde. L’etat des savoirs (pp. 419-427). Paris: La
Découverte.
La investigación sobre desigualdad por sexo
en las ciencias alcanza un desarrollo exponencial hacia los años ochenta. Un
primer corpus se relaciona con el proceso científico en sí mismo, reflexiona en
torno a los efectos de las adscripciones sociales de los individuos en el
proceso de producción de conocimiento, así como sobre el rol histórico de las
ciencias en la reproducción y la legitimación de las desigualdades de sexo. Un
segundo corpus se interesa por los recorridos profesionales de las mujeres y especialmente,
por sus dificultades de acceso a los escalones superiores de la carrera
científica y las posibles especificidades en su manera de "hacer
ciencia". Estas investigaciones son desarrolladas a raíz de los
movimientos sociales de los años 70, contra la exclusión de las mujeres en el
ejercicio del poder. Sin embargo, las actividades científicas ocupan un lugar
estratégico en las "economías del conocimiento" y es por eso que el
análisis del lugar de la mujer en la ciencia es particularmente interesante
desde el punto de vista del género.
Un campo de investigación
marcado por la pluralidad de perspectivas de análisis
Un primer corpus cuestiona las pretensiones
de objetividad en la producción de conocimientos científicos, que niegan las interferencias
vinculadas a características de adscripción social de los investigadores. Esta
corriente afirma que, en contraste con la neutralidad axiológica pregonada por
la ciencia legítima, los procesos de producción de conocimiento no escapan absolutamente
de las influencias de la filiación social, incluido el género (Haraway, 1988 ;
Harding, 1987). Las llamadas teorías de punto de vista cuestionan la
solidez del conocimiento científico producido por un pequeño grupo social y
sugieren que una mayor presencia de mujeres en las profesiones de investigación
aumentaría la fiabilidad y la diversidad del conocimiento (Comisión Europea,
2012b). Este postulado hace énfasis en la forma en que el denominado
conocimiento "científico" ha participado históricamente en la
naturalización y legitimación de las desigualdades de género (Gardey y Löwy,
2000; Le Doeuff, 1998; Mosconi, 1994).
Sin estar completamente
cerrado a las contribuciones de la teoría del punto de vista, un segundo corpus
está más interesado en las experiencias de las mujeres en los cursos de
formación y en las profesiones científicas. En un contexto donde el número de
mujeres calificadas continúa creciendo (ver Baudelot y Establet, capítulo 12 ) y
donde el desarrollo del empleo en el sector de investigación (Investigación y
Desarrollo) es una prioridad política, el carácter trunco de las carreras
académicas de las mujeres es una nueva área de preocupación. Los argumentos
movilizados a favor de las mujeres en la ciencia han evolucionado con el tiempo:
los principios de justicia social (Junter, 2004) han cedido un poco a las
preocupaciones sobre la eficiencia económica (Comisión Europea, 2012b).
Las carreras científicas de las
mujeres
Las investigaciones sobre el lugar de las
mujeres en las ciencias parten, invariablemente, de una observación empírica
(ver la Figura 1): la de su "pérdida" a medida que ascienden en la
jerarquía socioprofesional. Aunque los gráficos de tijera tienen un efecto
visual particularmente poderoso, su interpretación no es fácil. De hecho, antes
de concluir que las mujeres son eliminadas de las profesiones científicas, aún
es necesario observar algunos datos sobre el atractivo relativo de estas
profesiones con respecto a las otras posibilidades de empleo disponibles para
los doctores (Studer, 2012). Sin embargo, es probable que este atractivo varíe
dependiendo de la disciplina y el contexto social. Como resultado, tales
gráficos a menudo se usan de una manera algo abusiva, como si hicieran posible
explicar la "evaporación" de las mujeres en un curso relativamente
marcado, que comprende etapas sucesivas de calificación, reclutamiento,
retención y promoción en la que todas las personas calificadas necesariamente
desearían participar. El análisis de este proceso se basa con mayor frecuencia
en conceptos desarrollados para dar cuenta de la feminización de otros oficios
especializados, como: el "techo de cristal", el "piso
adhesivo", el "tubo perforado", etc. cuya utilidad y
limitaciones han sido enfatizadas en otros estudios (Buscatto y Marry, 2009).
Figura 1. Proporción de hombres y mujeres en las diferentes
etapas de la trayectoria académica, Unión europea del 27, 2002-2006
Fuente:
Comisión Europea (2009, p. 73)
El estado de la cuestión
En
2012, la Comisión Europea publicó un metaanálisis de la investigación realizada
sobre el tema "género y ciencia" desde 1980 (Caprile et al., 2012).
Junto con una base de datos en línea (Comisión Europea, 2012a), esta
investigación proporciona una fuente extremadamente rica de información sobre
la evolución de los problemas de investigación en este campo. Basadas en el
principio de que la lentitud del proceso de feminización de las profesiones de
investigación está claramente fuera de sintonía con los valores meritocráticos
promovidos dentro de las propias instituciones científicas, tres observaciones
cruzan todas las publicaciones enumeradas.
Para empezar, las materias científicas presentan
un proceso lento, pero universal, de feminización. El aumento del nivel de
cualificación de las mujeres se traduce en un crecimiento casi mecánico de su
representación en el seno de las instituciones científicas. Sin embargo, el
ritmo de esta feminización se mantiene muy por debajo de lo observado en otros
sectores de actividad (Caprile et al., 2012). Finalmente, el ritmo de crecimiento
de las mujeres en el campo científico varía considerablemente según las
disciplinas (Delavault, Boukhobza, Hermann y Conrad, 2002; de Cheveigné, 2009) y
según los contextos sociales (Beaufays y Kraïs, 2005; Fassa y Kradolfer, 2010; Krefting, 2008;
Le Feuvre, 2009; Meulders, O’Dorchai y Simeu, 2012; Ollagnier et Solar, 2006;
Siemienska y Zimmer, 2007).
Este
estado de cosas confirma la presencia de una pluralidad en los marcos
explicativos desarrollados para dar cuenta de la subrepresentación de las
mujeres en el seno del campo científico. Si bien este fenómeno está adquiriendo
gradualmente el estatus de un problema social legítimo, no hay consenso sobre
qué es exactamente "problemático" (Garforth y Kerr, 2009). Es posible
identificar al menos tres formas distintas de abordar esta cuestión (Le Feuvre,
2010), que tienen que ver con la naturaleza de las encuestas realizadas, el
tipo de datos empíricos recopilados y las medidas adoptadas para promover las
carreras científicas de las mujeres.
Un
primer cuerpo de trabajo parte del principio de que son las propias mujeres
quienes "plantean un problema", en el sentido de que luchan por
cumplir con los requisitos específicos de las carreras científicas, a veces
debido a sus características biológicas (Ecklund, Lincoln y Tansey, 2012) pero
sobre todo a sus "deficiencias" en la socialización. Un segundo
corpus plantea la hipótesis de que el problema radica más bien en los
"regímenes de género" a nivel social. Aquí, son las condiciones de
vida estructuralmente impuestas a las mujeres, en particular su asignación
normativa a las actividades de cuidado, lo que explicaría las dificultades que
experimentan al subir la escalera de las profesiones científicas, calificadas
como "masculinas" y "elitistas" (Zarca, 2006). Por lo
tanto, es la "falta de disponibilidad" de las mujeres lo que
constituye el principal objeto de análisis. Una tercera perspectiva desplaza la
atención prestada de las personas hacia las instituciones científicas (Backouche,
Godechot y Naudier, 2009; Musselin y Pigeyre, 2008), analizando más de cerca
las lógicas organizacionales y sus efectos potencialmente discriminatorios
sobre las mujeres (y otros grupos minoritarios). Si bien cada una de estas perspectivas
proporciona una idea de la relativa exclusión de las mujeres de los niveles
superiores de la ciencia, ninguna de ellas es completamente satisfactoria como
paradigma explicativo exclusivo.
Aportes y límites de las
perspectivas de análisis
Primero, mucha de la investigación sobre la
ausencia de mujeres en el pináculo de la jerarquía científica parte de la
premisa de que el proceso de socialización de género hace que las mujeres, tendencialmente,
estén menos conformes que los hombres con las demandas de la carrera
ascendente. Dichos análisis devienen frecuentemente en medidas de tutoría para
“corregir” esos “errores” de socialización, para lograr que las mujeres estén
tan conformes como se supone que sus homólogos masculinos lo están desde el
principio. El principal problema con esta perspectiva es que se basa
predominantemente en estereotipos sexistas. De hecho, hasta la fecha, ninguna
investigación seria ha permitido validar empíricamente las creencias según las
cuales las mujeres graduadas han sido socializadas sistemáticamente de tal
manera que los comportamientos asociados a lo científico (curiosidad,
inventiva, etc.) sean menos evidentes en ellas que sus homólogos masculinos.
Tales enfoques tienden a ignorar la historicidad de los procesos de
socialización de género y las condiciones cambiantes de la producción
científica. Esta falta de validación empírica de los supuestos básicos es en
gran medida válida para los enfoques que enfatizan la "falta de
disponibilidad" de las mujeres. Dichos enfoques subrayan correctamente la
naturaleza de la actividad científica que consume mucho tiempo y destacan los
criterios de excelencia, basados en la productividad y el
"autoemprendimiento" (Ehrenberg, 1991), que preside los
reclutamientos y promociones en el mundo académico. Pero debido a las
responsabilidades familiares que continúan pesando sobre sus hombros, las
mujeres tendrían objetivamente más dificultades que los hombres para cumplir
con estos criterios de excelencia y, por lo tanto, (y con bastante legitimidad)
serían excluidas del proceso de nombramiento y/o promoción.
Dichos análisis
generalmente van acompañados de recomendaciones: aportes y límites de las
perspectivas de análisis en términos del desarrollo de las carreras
profesionales femeninas, a fin de mejorar las posibilidades de
"reconciliación" (Fusulier y Rio Carrel, 2012). Aquí aparecen dos
limitaciones principales. En primer lugar, muchas otras profesiones calificadas
comparten la naturaleza que consume mucho tiempo de las profesiones de
investigación, sin experimentar tan baja feminización (Lapeyre, 2006). Segundo,
ninguna encuesta empírica puede validar la hipótesis de una influencia negativa
de las responsabilidades familiares en el desempeño de las mujeres científicas,
ni en el progreso de su carrera. Por ejemplo, en el contexto de América del
Norte, ni el estado civil ni el número de hijos se correlacionan con las
medidas habituales de productividad científica, incluido el número de
publicaciones en revistas revisadas por pares (Yu y Shauman, 1998; 2004) Del
mismo modo, en el caso francés, el hecho de ser madre (o no) no parece
determinar las posibilidades de ascenso de Maîtresses de conférences
al puesto de Professeure (Latour y Le Feuvre, 2006)
este no es el caso en Alemania, por ejemplo (Le Feuvre, 2009). Sin embargo, existe
una creencia generalizada sobre la influencia universal de las
"discapacidades" de las mujeres casadas/madres en la carrera por el
ascenso. Una vez más, las soluciones propuestas para resolver este (falso) problema
corren el riesgo de reforzar las creencias y reproducir los estereotipos sobre
el pobre "desempeño" de las mujeres científicas.
La
tercera perspectiva de análisis fue desarrollada a raíz de una publicación en
la prestigiosa revista Nature. En este artículo, los autores muestran
que, al solicitar una beca posdoctoral, las mujeres suecas debían tener 2.5
veces más publicaciones que sus homólogos masculinos para tener las mismas
posibilidades de obtener fondos (Wenneras y Wold, 1997). En un entorno
profesional que se enorgullece de respetar escrupulosamente las reglas de la
meritocracia y en un país que se considera particularmente favorable a la
igualdad de género, ¡esta investigación ha tenido el efecto de una bomba!
Incluso si estos resultados han sido matizados después (Marsh, Bornmann,
Daniel, Mutz y O'Mara,
2009), no obstante, han allanado el camino para una serie de investigaciones
que cambian la definición de lo que es problemático, desde las propias mujeres
hasta el análisis del funcionamiento de las instituciones científicas. Lejos de
centrarse en lo que "son" las mujeres (debido a su socialización), o
en lo que "hacen" (debido a su sobrecarga doméstica), este trabajo
enfatiza sobre todo cómo los líderes académicos evalúan a las mujeres, a través
del prisma de género (Le Feuvre, 2010). Este reenfoque en las lógicas
institucionales puede ilustrarse con una encuesta de una muestra de profesores
(en física, biología y química) en los Estados Unidos (Moss-Racusin, Dovidio,
Brescoll, Graham y Handelsman, 2012). Frente a un Curriculum Vitae idéntico,
asignado aleatoriamente a un nombre masculino o femenino, los funcionarios
académicos (de ambos sexos) evaluaron sistemáticamente las solicitudes
masculinas (supuestamente) de manera más favorable que las atribuidas a las
mujeres, tanto desde el punto de vista de las habilidades, como el del salario
que se ofrecerá en caso de contratación. Esta tendencia a favorecer a los
candidatos masculinos se correlaciona positivamente con puntuaciones más altas
en una escala de calificación de "sexismo moderno" (Swim, Aikin Hall
y Hunter , 1995). Dicha investigación sugiere que, sea lo que sea que hagan,
las mujeres son vistas como menos aptas para actividades científicas que los
hombres y esta "diferencia" percibida es lo que en última instancia
contribuye a descalificarlas en las etapas críticas de la ciencia. Por lo
tanto, parece obvio que las medidas adoptadas para promover a las mujeres en la
ciencia deberían centrarse menos en las mujeres mismas y más en los
procedimientos institucionales, a fin de eliminar los prejuicios sexistas, que
a veces son muy sutiles.
Moss-Racusin, Dovidio,
Brescoll, Graham y Handelsman (2012) muestran, por ejemplo, que la tendencia a
juzgar a los hombres más "competentes" para un puesto de gerente de
laboratorio va acompañada de una tendencia a juzgar las solicitudes atribuidas
a las mujeres como más "simpáticas".
Los prejuicios sexistas
no se manifiestan necesariamente "a la antigua” por una abierta hostilidad
hacia las mujeres, sino más bien por una evaluación negativa y en gran medida
inconsciente de sus capacidades para ajustarse a los comportamientos esperados
de un investigador de alto nivel y esto independientemente de sus habilidades,
disponibilidad o trabajo real y certificado.
***
Para explicar la
exclusión de las mujeres de los niveles superiores de las profesiones
científicas, la mayoría de las investigaciones se centran a veces en factores
individuales, en influencias sociales o en prácticas institucionales. Sin
embargo, una aclaración de los postulados de lo que es "problemático"
ayudaría a comprender los mecanismos sociales que funcionan en esta área.
Hay muchas razones para
creer que la motivación de las mujeres para invertir en ciencia y su
determinación para ascender en la escala de las carreras académicas depende
estrechamente de la capacidad de las instituciones académicas para juzgarlas y
tratarlas de manera justa. Un análisis más profundo de la compleja relación
entre la lógica institucional de excluir a las mujeres de los puestos
científicos de responsabilidad y la lógica voluntaria de
"autoexclusión" de las mujeres de un entorno profesional que resulta
ser sutilmente hostil a su presencia, constituye sin lugar a duda, uno de los
principales desafíos de la investigación futura en este campo.
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