Cartografías
de feminicidios en Ciudad Juárez: Ellas Tienen Nombre, análisis de una
propuesta articuladora de la memoria colectiva
Cartographies
of Femicides in Ciudad Juárez: Ellas Tienen Nombre, Analysis of an
Articulating Proposal of Collective Memory
Consuelo Díaz Muñoz[1]
Resumen
Ciudad Juárez se
caracteriza, entre otros elementos, por ser uno de los poblados con mayores
índices de feminicidios en Latinoamérica. A partir de esta realidad surgen
múltiples iniciativas autogestionadas con el objetivo de buscar justicia y
mantener en la memoria colectiva a aquellas mujeres y niñas que ya no están. De
acuerdo a esto, Ellas Tienen Nombre surge como un proyecto cartográfico
que busca dejar constancia de la ubicación de este tipo de crímenes y aportar a
la construcción del relato de las víctimas. Así, desde una perspectiva de
geografía feminista, este artículo propone la interpretación de dicho trabajo
cartográfico como una estrategia narrativa que potencia la memoria y se
establece como una herramienta multifuncional de análisis crítico que ayuda a
visibilizar y comprender el control territorial de la violencia e impunidad, abriendo
así un nuevo espacio de discusión para comprender el impacto de los crímenes
feminicidas en el tejido social.
Palabras
clave: geografía feminista, cartografía feminista, feminicidio, memoria
colectiva.
Abstract
Ciudad
Juárez is characterized, among other elements, by being one of the towns with
the highest rates of femicides in Latin America. From this reality multiple self-managed
initiatives arise with the purpose of seeking justice and keeping the women and
girls who are no longer there in the collective memory of those who remain. In this
line, Ellas Tienen Nombre poses a cartographic project that seeks to
record the location of this type of crime and contribute to the construction of
the victims’ narrative. Thus, from the perspective of feminist geography, this
article proposes the interpretation of this cartographic work as a narrative
strategy that enhances memory and establishes itself as a multifunctional tool
for critical analysis as a resource for visibility and comprehension of the
territorial control of violence and impunity, providing the opening of a new
space for discussion to understand the impact of femicide on the social tissue.
Keywords: feminist
geography, feminist cartography, feminicide, collective memory
Recepción: 27 de agosto de
2020/Aceptación: 8 de diciembre de 2020
Una problemática
latente y reiterativa a lo largo de Latinoamérica son los crímenes de violencia
de género y feminicidios. Las dificultades en torno a la impunidad y las
tipificaciones y especificaciones jurídicas de este tipo de transgresiones son
temas de discusión vigentes para comprender y (re)plantear el potencial alcance
de la figura de feminicidio pues el tema revela una profunda estructura de
violencia sistemática.
Uno de los territorios donde es
posible observar la complejidad de los crímenes feminicidas es en Ciudad Juárez,
en el Estado de Chihuahua, México. Debido a una violencia producto de
diferentes elementos que se abordarán a lo largo de este artículo, esta
localidad contempla uno de los mayores índices de asesinato y violencia sexual sistemática
contra mujeres y niñas sin que haya respuesta del Estado y sus instituciones.
Ante la permanente impunidad que padecen las familias y la sociedad juarense,
han surgido múltiples iniciativas autogestionadas cuyo objetivo principal es la
búsqueda de justicia y preservar la memoria de las víctimas. Dentro de estas
propuestas, surgen ideas interesantes de analizar como las cartografías de
feminicidios, que permiten dar a conocer los lugares y características de los
crímenes cometidos en Ciudad Juárez en pos de visibilizar esta crisis de
Derechos Humanos.
La iniciativa de la activista feminista Ivonne
Ramírez Ramírez (1980)[2]
¾oriunda de
Ciudad Juárez¾ se llama Ellas
Tienen Nombre. Se trata de una plataforma digital de libre acceso que
permite a las personas revisar el mapa de feminicidios cometidos en la ciudad
desde 1993 hasta la actualidad y así poder identificar características y
espacios propios del territorio que potencien los crímenes y, asimismo, activar
un trabajo de memoria colectiva puesto que este dispositivo permite recordar y
tener presente no solo números y datos, sino también los relatos y experiencias
de mujeres y niñas que ya no están. Es por esto que propongo este trabajo
cartográfico de feminicidios de Ciudad Juárez como una herramienta articuladora
de la memoria y reconocimiento colectivo de crímenes de violencia de género.
Para una comprensión global de esta
propuesta, se planetean tres secciones que permiten visualizar un panorama
general del concepto de feminicidio, para luego abordar la especificidad de
cómo se padece este tipo de crimen en el mencionado territorio mexicano y, por
último, cómo esta problemática se tensiona con la memoria colectiva en tanto narración
crítica que es recogida por las acciones de activistas y agrupaciones
autogestionadas.
Femicidio y
feminicidio: una discusión vigente
El término
“femicidio” significa, literalmente, el asesinato de una mujer. Debido a su
contexto, es posible entender que este concepto tiene un sustrato misógino ya
que su formulación se aleja de palabras neutras como “homicidio” o “asesinato”.
Este término proviene del habla inglesa femicide, enunciado por primera
vez por Diana Russell en 1976 en el contexto del Tribunal Internacional de crímenes
contra mujeres celebrado en Bruselas. Durante los años 90 el concepto se
desarrolló de manera más amplia por la autora, en conjunto con Jane Caputi y
Jill Radford en el libro Femicide: The Politics of Woman Killing (1992)[3],
que recopila diferentes trabajos que abordan la especificidad de este
término.
Si bien el término inglés femicide
se traduce al español como “femicidio”, hay diferentes investigadoras que
prefieren el uso de la traducción “feminicidio”. La distinción entre estas
expresiones es objeto de una extensa discusión a nivel latinoamericano, por lo
que un gran número de estudios y publicaciones sobre este tema dedican una
sección a la diferencia entre ambas denominaciones (Toledo, 2009). De acuerdo a
esto, México fue el primer país donde se propuso la tipificación del delito de
feminicidio (Toledo, 2009; Gutiérrez, 2019) gracias a la antropóloga y política
Marcela Lagarde[4]
quien decide traducir directamente femicide como “feminicidio” con el
propósito de que el género de las víctimas no sea solo un dato y que el término
también sea capaz de denominar el conjunto de violaciones a los Derechos
Humanos contra las mujeres.
Este último punto respecto a las
prácticas sociales generalizadas y normalizadas es lo que diversas autoras
destacan: hay condiciones para los crímenes feminicidas cuando el Estado y sus
instituciones no brindan las garantías suficientes y no crean condiciones de
seguridad que garanticen la vida de las mujeres; desde este punto, es posible
entender el feminicidio también como un crimen de Estado. La impunidad derivada
de la inacción, insuficiencia y/o complicidad del Estado con la desigualdad
genérica contribuye a la violencia feminicida y constituye una violencia
institucional (Lagarde, 2008; Toledo, 2009). A partir de esto, el hecho de
entender la construcción de la violencia hacia las mujeres como un problema público
está ligado a la lucha de reconocimiento de las mujeres como sujetos de derecho
(Incháustegui, 2014), En cuanto sujetos sociales y políticos que merecen
visibilidad. La tolerancia a la violencia y la falta de voluntad política en la
investigación de estos crímenes se traducen en culpabilizar a las víctimas de
su propia muerte y, con ello, la responsabilidad del asesino se difumina
(Monárrez, 2009); así, los feminicidios son posibilidades definidas por la
cultura (2000) y las estructuras sociales.
Parte de las tensiones emergentes en
el feminismo contemporáneo se concentran en la definición de los asesinatos de
mujeres: es una herramienta estratégica debatir sobre la especificidad de estos
crímenes, pues es necesario demarcar e introducir en los medios de
comunicación, instituciones y en el sentido común la idea de que hay
transgresiones cuyo sentido solo puede ser distinguido en el contexto del poder
patriarcal estructural (Segato, 2006a). Esto reafirma la necesidad de nuevas
tipificaciones y un refinamiento de las definiciones para entender la
especificidad de las muertes de mujeres; en este caso, el concepto de
feminicidio ha permitido desarticular términos como homicidios, sacrificios o
crímenes pasionales en pos de evidenciar la posibilidad de entender por qué
algunas mujeres son sujetos desechables (Monárrez, 2019). El hecho de tipificar
y refinar definiciones significa, también, construir una herramienta analítica
para entender los asesinatos y la dimensión simbólica de esta violencia, ya que
los feminicidios ¾particularmente
los de Ciudad Juárez¾ pueden
entenderse como crímenes expresivos que inscriben un discurso de odio y poder
en el cuerpo secuestrado, mutilado y violentado (Segato, 2006a; 2006b). Para
abordar el caso específico de estos crímenes perpetuados a lo largo de las
últimas décadas en Ciudad Juárez, Julia Monárrez (2009) propone la
especificación de “feminicidio sexual sistémico”[5],
término que abarca de una manera holística los elementos culturales, políticos
y económicos que confluyen para que se dé un tipo específico de feminicidio:
El feminicidio sexual sistémico es el asesinato de una niña/mujer cometido
por un hombre, donde se encuentran todos los elementos de la relación
inequitativa entre los sexos: la superioridad genérica del hombre frente a la
subordinación genérica de la mujer, la misoginia, el control y el sexismo. No
solo se asesina el cuerpo biológico de la mujer, se asesina también lo que ha
significado la construcción cultural de su cuerpo, con la pasividad y la
tolerancia de un Estado ausente. (p. 11)
Así, los conceptos
se van adaptando de acuerdo con la realidad en la que se estudian, sobre todo
en este caso, ya que la violencia de género en Juárez es un elemento
estructural complejo y multifactorial, por lo que es necesario una
profundización de este contexto.
Feminicidios
en Ciudad Juárez
Ciudad Juárez es la
provincia más poblada dentro del Estado de Chihuahua, México, y se caracteriza
por ser un poblado fronterizo que colinda con El Paso, Texas, Estados Unidos.
Su ubicación geográfica es un elemento clave para comprender lo que ahí ocurre y
para ello es necesario tener presente sus condiciones: por un lado, Juárez es
una ciudad inserta en una disputa permanente por parte del crimen organizado
debido a su ubicación estratégica; por otro lado, es una urbe que ha
desarrollado la proliferación de la industria maquiladora, lo que atrae un gran
número de población migrante y trabajadores. Ambos puntos se unen a una
desatención histórica de la provincia por parte del Estado, lo que se traduce
en una pobre infraestructura urbana y un desarraigo social creciente (Juárez,
Botero y Grisales, 2020).
Asimismo, la organización del poder político refleja la situación fronteriza
de este poblado, lo que significa la participación en un sistema globalizado de
criminalidad con redes internacionales en las que predomina el lavado de
dinero, tráfico de personas y narcotráfico. Precisamente, la guerra establecida
por el gobierno contra el narcotráfico y los cárteles provocó una
militarización de la zona que, lejos de disminuir el peligro, aumentó la
violencia drásticamente, lo que significó la articulación de un marco ideal
para invisibilizar el aumento de los crímenes feminicidas contra mujeres y
niñas (Juárez, Botero y Grisales, 2020) en pos de la preocupación por el
tráfico de drogas. A partir de esto, Ciudad Juárez adquirió rápidamente la mala
fama de ser una de las ciudades más peligrosas del mundo; sin embargo, el foco
del Estado y sus instituciones fue puesto en recuperar la reputación de la
ciudad como centro económico más que investigar los factores de crímenes contra
la mujer. Así, la guerra por el control de Juárez opaca los campos de
reconocimiento de la violencia de género estructural, lo que convierte a las
mujeres asesinadas en cuerpos olvidados sistemáticamente (Segato, 2006b).
A pesar de que el Estado mexicano no impulsó investigaciones, las cifras de
asesinatos violentos y desapariciones no fueron indiferentes para todos. En
1993 se comenzó a realizar un conteo del número de mujeres asesinadas y sus
características gracias a la activista Esther Chávez Cano (1933-2009) quien comenzó
a tomar nota de las informaciones entregadas por la prensa, iniciativa a la que
se fueron sumando académicas y movimientos de mujeres. Al organizar esta
información, fue posible identificar puntos en común de este tipo de crímenes:
dónde trabajaban las víctimas, dónde fueron encontrados sus restos, qué marcas
tenían, cómo habían sido asesinadas, etc. (Monárrez, 2000; 2009). Muchas de las
víctimas de la década de los noventa eran mujeres jóvenes que trabajaban en la
industria maquiladora cuyos cuerpos, luego de desaparecer, fueron encontrados
desnudos o semidesnudos en terrenos desérticos baldíos (2009). Este proceso
inicial significó la localización de codificadores sociales (clase social,
actividad económica) que confluyen con los factores estructurales que
desencadenan la violencia (2019).
En esta línea, en el año 2005 se creó el Sistema de Información Geográfica
para el Feminicidio (SIGFEM)[6],
una base de datos tipo relacional y georeferenciada con la información de
asesinatos ocurridos entre 1993 y 2005. Gracias a esta herramienta, el análisis
de los indicadores socioeconómicos y territoriales indica que la distribución
espacial del feminicidio en Ciudad Juárez tiene una relación significativa con
zonas urbanas de niveles socioeconómicos bajos y déficit de infraestructura ¾particularmente
agua potable, drenaje, luz eléctrica¾. De acuerdo con Monárrez (2009) esto podría significar
que por medio del asesinato de mujeres marginales se construyan identidades de
género para las demás, es decir, el tipo de víctima del feminicidio sexual
sistemático fragua en un estereotipo de pobreza y vulnerabilidad; esto, en su
máxima expresión, se traduce en un contenido prejuicioso y, según Lagarde
(2008), la marginalidad de las mujeres asesinadas se toma en cuenta para
señalar la culpa de las víctimas y así las instituciones eluden investigar y
profundizar en la condición de género de las niñas, mujeres y agresores que no
solo significa un desequilibrio de derechos y reconocimientos, sino que también
afecta las circunstancias de vida en las que se encuentra inserta un porcentaje
importante de la población.
La investigadora Ivonne Ramírez
(2018) acusa que no ha existido un trabajo continuo de prevención ni políticas
públicas con resultados efectivos en torno a la violencia feminicida tanto en
Ciudad Juárez como en el resto de México: se opta por alertar a las mujeres con
medidas que ellas deben tomar para no ser víctimas. Sin embargo, gracias al
proceso de documentación hemerográfica, a los datos que permiten profundizar el
análisis clasificatorio y la visualización de esta problemática, la sociedad
comienza a tomar conciencia de la violencia de género que sufren las mujeres en
Ciudad Juárez (Monárrez, 2000) lo que formula un nudo importante, pues aún se
desconoce el alcance de las profundas heridas que causa la violencia extrema no
solo en las familias, sino también en el tejido social (Ramírez, 2018).
Considerando esto, es necesario continuar ampliando el horizonte de esta
información en la sociedad para que el sistema geográfico de datos se
transforme en una herramienta no solo para organizaciones e instituciones ¾ya sean
policiales, académicas u ONG¾ sino que tenga un mayor alcance para la población en
general y se transforme en un instrumento de conocimiento democrático de libre
acceso. Es desde esta vereda que surgen los proyectos cartográficos
autogestionados que recopilan la información de los feminicidios en distintos
lugares de Latinoamérica.
Cartografías
y memoria: los feminicidios que dibujan la frontera mexicana
Julia Monárrez (2019)
en una de sus reflexiones recientes, menciona el sufrimiento como hermenéutica
social respecto a la violencia de género y los feminicidios, lo que se ha
constituido como una herramienta de trabajo para las agrupaciones de mujeres.
Como respuesta a un Estado indolente que no se preocupa por buscar a las
desaparecidas y que, por lo tanto, no otorga ningún tipo de justicia a las
víctimas, son las y los familiares quienes recuperan la memoria de sus muertas
y se hacen presentes mediante técnicas opuestas al poder: la puesta en escena
del dolor privado en lo público es una estrategia de las oprimidas.
A partir de esto, diversos
colectivos y agrupaciones se han organizado en pos de la visibilidad de las
víctimas de feminicidios en Ciudad Juárez. Dentro de las más conocidas están Voces
Sin Eco, Nuestras Hijas de Regreso a Casa, Justicia Para Nuestras Hijas, Las Mujeres
de Negro y Mesa de Mujeres. Son grupos de mujeres conformados por
madres, familiares, amigas, profesoras cercanas y/o activistas sensibilizadas
por lo que ocurre en el estado de Chihuahua; tienen dentro de sus principales
objetivos acompañar y orientar a las familias cuyas hijas han desaparecido,
reclamar justicia jurídica y social, impulsar revisión de artículos de ley,
difundir y elaborar propuestas que incidan en políticas públicas para lograr el
cumplimiento de los Derechos Humanos de las mujeres (Mesa de Mujeres).
Para abordar y analizar los lugares
de mayor peligro de un territorio, surge el concepto de “geografía feminista” o
“geografía de género” (Karsten y Meertens, 1991). Esta noción propone entender
el espacio que se habita de manera dialéctica: el hábitat urbano es una
construcción social que refleja una estructura de poder que articula clase y
género. El diseño de una ciudad ejerce influencia sobre el orden social,
petrificándolo y obstaculizando la generación de nuevas divisiones que permitan
modificar la correlación de fuerzas existentes; esto es posible observarlo, por
ejemplo, en los sectores habitacionales versus los espacios dedicados para el
trabajo y el comercio, en las comunas periféricas donde generalmente pernocta
gran parte de la fuerza laboral que debe desplazarse en largos trayectos
durante la madrugada o noche para llegar a su lugar de trabajo. A partir de
esto, la disposición de la ciudad desarrolla una contradicción entre la
cotidianeidad femenina y el hábitat urbano: con la creciente segregación
aumentan las distancias, el déficit de transporte público y, por lo tanto, la inseguridad
social, lo que se transforma en un gran obstáculo para la participación de la
mujer en el espacio público.
La geografía feminista se interesa
por incluir el enfoque de género dentro de la cartografía de las ciudades y
plantea la pregunta sobre la relación mujer–espacio. Este trabajo se ha
replicado en Latinoamérica durante la última década. Desde Medellín las
investigadoras Juliana Toro y María Ochoa (2017) proponen estudiar la ciudad a
partir de su arquitectura, equipamiento y servicios, ya que la (in)seguridad se
relaciona a condiciones objetivas de lugares y las consecuencias de habitarlos
pueden significar el desarrollo del temor que tiene secuelas en la forma de
pensar y habitar. Las luchas feministas y la introducción de la perspectiva de género
en la concepción de la ciudad han permitido entender cómo los espacios públicos
están enmarcados en lógicas masculinas.
Desde estas ideas nacen iniciativas
como el “geoactivismo”, que toma forma a través de cartografías de feminicidios,
cuyo propósito es recopilar información y entregarla a la comunidad para su
propio conocimiento y autocuidado. Dentro de este tipo de trabajo, destaca la
iniciativa de la geofísica María Salguero Bañuelos, quien implementa en línea,
en la plataforma de Google Maps, el Mapa Nacional de Feminicidios en México: un
amplio trabajo que rescata nombres, edades, relación con los agresores, fechas
y estadísticas de asesinatos de mujeres y niñas. Gracias a la información
obtenida desde instituciones judiciales y gubernamentales, en conjunto con las
notas y reportes de prensa, Salguero logra establecer una cartografía
digitalizada de los feminicidios ocurridos a lo largo del país desde 2016 hasta
la fecha. Este trabajo de geolocalización ha alcanzado un gran reconocimiento
tanto nacional como internacional, inspirando iniciativas del mismo tipo.
En este contexto geoactivista, y para términos de esta investigación, propongo
analizar particularmente el trabajo realizado por Ivonne Ramírez Ramírez en la
plataforma Ellas Tienen Nombre: una cartografía digital iniciada en 2015
que muestra la ubicación geográfica donde fueron asesinadas, abandonadas y/o
encontradas algunas de las niñas y mujeres víctimas de feminicidio en Ciudad
Juárez desde 1993 a la fecha[7].
En su página web, Ramírez destaca que: “Este proyecto feminista de cartografía
online es una iniciativa personal y no cuenta con ningún tipo de fondo y/o apoyo económico” (Ellas Tienen Nombre),
indagando un poco más mediante una entrevista vía correo electrónico el 10 de
septiembre del 2019, la activista reafirma esta postura como una “decisión
personal política” que surge desde una motivación íntima por visibilizar los
acontecimientos que ocurren en su ciudad. Asimismo, Ramírez destaca que ninguna
entidad político-institucional se ha acercado ni ha demostrado interés en este
proyecto y lo que significa, y de acuerdo con estos lineamientos no ha
postulado a ningún tipo de financiamiento; no obstante, ha notado que algunas
diputadas han mencionado a Ellas Tienen Nombre para exigir e impulsar el
quehacer con la alerta de género en el Estado de Chihuahua.
El trabajo de monitoreo y mapeo de feminicidios de la plataforma digital
mencionada ha sido construido en dos partes. En el primer caso la investigadora
recopiló información entre 1993 y 2014 tomando datos oficiales de las
dependencias del gobierno, fiscalía, organizaciones no gubernamentales, prensa,
agrupaciones de mujeres y activistas que anteriormente ya habían recuperado
información. En segunda instancia, esta labor de compilación e investigación
contempla desde el año 2015 al 2019. Durante este periodo Ramírez se ha
encargado personalmente de monitorear y registrar diariamente los feminicidios
cometidos en Juárez a través de herramientas de prensa digital y escrita,
destacando particularmente el aporte de las redes sociales. De acuerdo con esto,
me parece relevante destacar la experiencia de Ivonne Ramírez sobre esta parte
de su trabajo:
Lo primero que pensé fue acercarme a Fiscalía para tener
acceso a las carpetas y los casos archivados. Me di cuenta que eso sería muy
problemático. Fiscalía pone muchas trabas y hace que el proceso de solicitud
para acceder a esa información sea muy laborioso, pesado y lento y yo no estaba
dispuesta a esperar ni a malgastar mi tiempo así. Ya bastante tiempo le estaba
dedicando a este trabajo así que decidí no seguir con esa burocracia absurda,
desorganizada y corrupta. Lo que hice en cambio fue tomar todos los archivos de
Fiscalía ya disponibles en línea que son los de los feminicidios cometidos
principalmente antes del año 2000. También tomé toda la bibliografía que pude
de investigaciones que ya se habían hecho en donde profundizaban en casos
específicos de feminicidios o donde hacían una lista de las víctimas. Además,
por supuesto que anexé las investigaciones y monitoreo que grupos de mujeres,
organizaciones civiles y feministas ya habían estado recopilando desde el año
de 1993 cuando comenzaron a documentarse los feminicidios en mi ciudad. Otra
cosa importante para Ellas Tienen Nombre son las voces de las mamás de
las niñas y mujeres asesinadas. He trabajado con algunas de ellas desde hace 14
años así que también me he acercado con ellas para conocer los casos de cerca.
Ahora, las redes sociales son otra herramienta importante. Algunas personas ahí
me han contactado para enviarme reportes de sus familiares víctimas de
feminicidio. Y, lo que es extraño y diferente, es que me he enterado de datos
de las víctimas y de feminicidios que no reportan los medios de comunicación ni
Fiscalía. (10 de septiembre de 2019)
Gracias a esta
observación, es posible entender las diferentes etapas ¾e impedimentos¾ del proceso
de investigación, pues destaca y denuncia el carácter corrupto y engorroso
propio del poder judicial y las instituciones estatales. Asimismo, se aprecia
una suerte de mixtura entre una labor individual y colectiva puesto que Ramírez
aúna su propia tarea de recopilación con el monitoreo comunitario, realizado
previamente por agrupaciones feministas, y el trabajo de base con las madres de
niñas y mujeres asesinadas cuya información resulta mucho más enriquecedora que
lo que aporta la prensa y fiscalía. Este último punto también refleja un
vínculo de cercanía y confianza que la investigadora ha construido con las
familias afectadas, lo que puede explicarse a partir del genuino interés que
demuestran las agrupaciones y activistas feministas por los crímenes
irresueltos que afectan a su comunidad en contraste con la inacción, desinterés
y pasividad de los poderes gubernamentales.
De acuerdo con el trabajo desarrollado
por Ivonne Ramírez, sus reflexiones se complementan e incorporan con las
realizadas por las demás estudiosas de estas temáticas. Ramírez en tanto
investigadora y activista juarense, considera necesario generar este trabajo
cartográfico para dar cuenta de la urgencia de los crímenes misóginos,
entendiendo esta iniciativa como un compromiso personal. A su vez, dentro de la
relevancia del mapeo, la investigadora destaca que, si bien se han realizado
diversos e importantes trabajos de monitoreo sobre feminicidios en el estado de
Chihuahua, estos se encuentran principalmente en libros y bibliografía física:
[M]e parecía importante que estos datos y la magnitud de
esta problemática estuviera accesible y visible para todas las personas que
cuentan con internet y que pudieran ser leídos y vistos fácilmente sin tener
que ser especialistas del tema, así que decidí aprovechar las herramientas que
nos brinda la tecnología hoy día y “liberar” esa información. (Ramírez, 10 de
septiembre de 2019)
Este punto resulta
clave para lograr el objetivo de la toma de conciencia, por parte de la
sociedad, sobre la violencia de género en Ciudad Juárez (Monárrez, 2000); la
cartografía como una herramienta de (re)conocimiento de libre acceso se
transforma en un instrumento relevante no solo para una democratización de la
información y del trabajo de investigación, sino también como un recurso para
visibilizar y comprender el control territorial de la violencia y la impunidad
(Segato, 2006b) que perpetúan los crímenes de género.
Sin embargo, dentro del contexto
precarizado de gran parte de Ciudad Juárez es necesario cuestionar los posibles
límites del geoactivismo en línea: la brecha digital que determina el acceso y
manejo de tecnologías de la información carece de homogeneidad ya que, por
ejemplo, no toda la ciudadanía cuenta con los insumos necesarios para
visualizar este tipo de investigación. Este impedimento, si bien afecta el
impacto y alcance que pueda tener en la población donde acontecen dichas
violencias, puede ser subsanado a partir de otro tipo de iniciativas que
realizan un trabajo de carácter territorial con base en la información
entregada por las cartografías digitales: la implementación de talleres
comunitarios en los que se presenta información sobre feminicidios y violencia
de género ocurridos en Juárez, para luego ser conversada y problematizada, son
propuestas de carácter abierto a la población a la que pueden acceder tanto
mujeres como hombres y disidencias. En el último apartado de este artículo se
desarrolla una de estas propuestas en particular.
El trabajo
cartográfico de la memoria
Las cartografías de
feminicidios se construyen como una herramienta concreta para el reconocimiento
de víctimas, para comprender la conformación de la ciudad desde un enfoque de
género, para dar cuenta de la cantidad alarmante de crímenes y así dimensionar
la magnitud de una problemática que entiende a la mujer como un cuerpo
desechable. Al pensar la ciudad como un espacio configurado por una violencia
compleja y multifactorial, es imperativo trazar en ella márgenes de la memoria;
en este sentido, resulta interesante comprender el mapeo también como un
recurso para la memoria.
“Memoria” es la facultad para
recordar. “Recordar” significa tener algo o alguien en mente o en consideración
(RAE); si bien esta definición se plantea en singular, también puede entenderse
desde un punto de vista colectivo. La memoria colectiva tiene como desafío
superar las repeticiones, los olvidos y abusos políticos, promover el debate y
la reflexión activa sobre el pasado y su sentido para el presente y el futuro
(Jelin, 2001); de esta forma, el uso crítico de las cartografías apunta a
generar instancias de intercambio colectivo de información en pos de la
elaboración de narraciones y representaciones (Ares y Risler, 2015) que
rescaten y conecten hechos de importancia significativa como lo son, en este
caso, los crímenes misóginos de Ciudad Juárez. Así, el mapeo de feminicidios se
construye a partir de la memoria de las experiencias de cuerpos desaparecidos,
asesinados y abandonados en diferentes lugares del desierto de la frontera
mexicana; de acuerdo a esto ¾y como se mencionó anteriormente¾, el trabajo de Ellas
Tienen Nombre puede entenderse como un trabajo de memoria colectiva ya que
rescata múltiples relatos a partir de diferentes fuentes en contacto directo
con aquellos grupos que sufren las consecuencias de los asesinatos como lo son
las familias e, incluso, la comunidad misma.
Asimismo, es necesario enfatizar que
la conformación de esta memoria colectiva se ve favorecida por el uso de
internet en conjunto con el trabajo compilatorio ejecutado por iniciativas e
intereses de actores externos a la memoria oficial hegemónica, como es ¾por ejemplo¾ la labor de
la ya mencionada Esther Chávez Cano, quien desde el año 1993 comenzó a reunir
la información de prensa para crear un archivo sobre los feminicidios de Ciudad
Juárez. Es decir, antes del auge de internet, redes sociales y otras
tecnologías de la información, la memoria colectiva en torno a estos crímenes
se configuraba a partir de la voluntad de agentes lejanos a las instituciones,
estableciendo un correlato paralelo necesario para mantener el recuerdo de los
acontecimientos que han fracturado a la comunidad juarense.
Elizabeth Jelin en Los trabajos
de la memoria (2001) destaca la característica laboriosa del recuerdo pues
la capacidad de trabajar se constituye como un rasgo distintivo de la condición
humana que instala a los sujetos en un lugar activo y productivo como agentes
de transformación. De acuerdo a esto, las cartografías de feminicidios y las
agrupaciones autogestionadas de mujeres que luchan por la investigación y el
correcto ejercicio del poder judicial, configuran este rol de esfuerzo y
ocupación capaz de visibilizar una problemática latente para la sociedad; en
este sentido, la búsqueda por la justicia y la permanencia del recuerdo de las
mujeres asesinadas se articula como un ejercicio que trasciende a lo largo del
tiempo en tanto actúa como un proceso de recuerdo que se enriquece a partir de
aportes colectivos: en otras palabras, la memoria de diferentes actores, que
comparten un pasado o hechos en común, se va reforzando y complementando a
partir de un trabajo en conjunto, pues los múltiples sujetos piensan, recuerdan
y graban fielmente todo lo que pueden de sus vivencias a partir de sus
perspectivas personales (Halbwachs, 1995 [1968]).
De esta forma, la memoria colectiva puede entenderse como una corriente de
pensamiento continua que conserva aquello que es capaz de perdurar en la
conciencia de la comunidad que la mantiene; es decir, la memoria es una serie
de hechos soportada en un grupo que se extiende hasta que este conjunto va
desapareciendo, entonces ¿qué pasa con el recuerdo colectivo? Continuando la
idea planteada por Halbwachs (1995 [1968]), cuando la memoria de una serie de
hechos ya no tiene como sustento un grupo ¾que estuvo implicado
o que sufrió consecuencias o que asistió o recibió un relato vivo de los
primeros actores y espectadores¾ el único medio de salvar estos recuerdos es fijarlos por
escrito en una narración ordenada: si las palabras y pensamientos mueren, los
escritos permanecen; y, en este sentido, las cartografías de feminicidios de
Ciudad Juárez articuladas por el trabajo de Ivonne Ramírez actúan como una
suerte de nuevo soporte colectivo digital a libre disposición para continuar su
construcción y trascender en la memoria de la comunidad. En esta línea, también
es posible comprender este proceso considerándolo como una de las formas en que
se configura la memoria cultural (Assmann, 1995), pues a partir de las memorias
compartidas de una comunidad se articula un conocimiento obtenido a través de
generaciones que han padecido la misma problemática de crímenes feminicidas. En
este caso, la memoria cultural se distingue de la memoria colectiva puesto que
existe un cambio cualitativo, un grado de objetivación producto del
distanciamiento temporal del día a día, de la institucionalización de los
recuerdos ¾mediante monumentos
y memoriales, por ejemplo¾ y la experiencia interactiva lograda mediante el uso de
internet ¾redes
sociales y diferentes medios de comunicación¾ y la expansión de
información que esto significa. Es así como esta memoria colectiva a través del
tiempo y el trabajo por mantenerla activa se transforma, a su vez, en una
memoria cultural del feminicidio.
Señalar que la memoria implica un “trabajo” significa que ésta se incorpora
a un quehacer que genera y transforma el mundo social (Jelin, 2001); estos
últimos puntos resultan esenciales ya que en tanto los feminicidios continúan
ocurriendo, su información se anexa al mapeo que sigue dibujando una ciudad
donde habita la impunidad: los trabajos de la memoria de los feminicidios de
Ciudad Juárez se esfuerzan por recuperar, recopilar, ordenar, inmortalizar los
rostros, edades, trayectos, historias y experiencias de niñas y mujeres
asesinadas. En este sentido, es necesario destacar la observación que realiza
Ramírez respecto a esta labor:
Aunque son importantes los datos, las cifras, saber
cuántos feminicidios se cometen, en dónde, cómo, por quién, si hay detenidos,
etc. Es importante de igual manera resaltar que ellas no son cifras, estamos
hablando de niñas y mujeres asesinadas, niñas y mujeres con una historia, con
familia. Se habla y se habla de cifras y los titulares de los periódicos hacen
de sus notas un espectáculo amarillista y así la sociedad se acostumbra a esa
degradación, a la normalización de la violencia feminicida, olvidándonos de que
las víctimas tienen nombre. En Ellas Tienen Nombre, el Nombre es como
una sinécdoque: un nombre implica una vida y una vida implica una serie de
experiencias que conforman a una persona. Esa es la intención entonces. (10 de
septiembre de 2019)
Sin duda, este
trabajo cartográfico no solo se constituye a partir de datos y elementos
cuantitativos, sino que también se encarga de recuperar los relatos de las
ausentes en pos de proyectar y comprender la repercusión de las heridas
producto de los asesinatos que impactan no solo a las familias sino también al
tejido social de una ciudad marcada por una violencia multifactorial. La
conservación de la memoria en tanto ejercicio colectivo y cultural devela el
rol activo de las personas que construyen una sociedad y mantienen la
circulación de relatos que reflejan continuidades históricas capaces de
transformar la violencia y el horror en realidades tangibles y que, por lo
mismo, la resistencia a su olvido debe mantenerse vigente en pos de la búsqueda
de justicia y la desarticulación de la impunidad permanente.
Lineamientos
finales: sobre el mapeo colectivo y narraciones críticas
El trabajo
cartográfico y las tensiones de la memoria son elementos que pueden ser
abordados de manera conjunta, en tanto el mapeo se entienda también como una
acción que incentive el recuerdo y señale experiencias desde una mirada crítica
y articuladora en pos de socializar información necesaria para construir un
diagnóstico territorial. En el caso de Ellas Tienen Nombre ¾como se ha
señalado anteriormente¾ Ramírez recoge aquellas experiencias que forman parte de
la memoria colectiva juarense y (re)modela el mapa de la ciudad, recopilando no
solo lo que se entiende por crímenes misóginos sino también las vivencias
traumáticas que padece una comunidad.
A grandes rasgos, los mapas más allá de representaciones geográficas pueden
ser entendidos como propuestas ideológicas encargadas de señalar disposiciones
jerárquicas presentes en un territorio. De acuerdo con esto, el colectivo Iconoclasistas
¾conformado
por Pablo Ares y Julia Risler¾ propone que:
[l]a confección de mapas es uno de los principales
instrumentos que el poder dominante ha utilizado históricamente para la apropiación
utilitaria de territorios […] los mapas que habitualmente circulan son el
resultado de la mirada que el poder dominante recrea sobre el territorio.
(2015, p. 5)
Es por ello que el
mapeo como iniciativa y producción comunitaria se entiende como una dinámica a
través de la cual se va construyendo y potenciando la difusión de nuevos
paradigmas para interpretar la realidad, ya que son las historias, las
narraciones críticas experimentadas por la pluralidad de los y ¾por sobre
todo¾ las
habitantes, lo que va (re)configurando y amoldando un nuevo trazado y, con
ello, una nueva comprensión de la ciudad: el mapeo es también un proceso
creativo que altera el clásico lugar de enunciación para desafiar los relatos
dominantes sobre los territorios a partir de los saberes y experiencias
cotidianas (Ares y Risler, 2015).
En consideración de las ideas aquí propuestas, es posible comprender la
cartografía como una estrategia narrativa que potencia la memoria y se
establece como una herramienta de análisis crítico, una mirada bajo la que
pueden señalarse y entenderse las prácticas y crímenes contra las mujeres en
tanto sujetos que habitan un territorio determinado. Asimismo, mientras el
trabajo de mapeo se ejecute como una labor colectiva significa potenciar la
identificación de ideas afines, visualizar inseguridades comunes y, así,
conectar hechos de importancia significativa que pueden repetirse y que, al
datarse y reflexionar sobre ellos, se puede abordar la problematización de
territorios sociales, subjetivos y geográficos (Ares y Risler, 2015). El trabajo
de taller cartográfico permite la apertura de un espacio de discusión y
creación que funciona como un punto de inicio que puede ser retomado por otros
y otras, que potencia la organización de base y permite la elaboración de
alternativas que permitan pensar la autonomía de sujetos que han sido sometidos
por la violencia de sus territorios; pues, como mencionan Toro y Ochoa (2017)
vivir con miedo respecto al espacio en que se habita tiene consecuencias
profundamente negativas en las formas personales y colectivas de pensar y
desarrollarse en la ciudad.
A modo de reflexión final, me parece importante plantear qué otro tipo de
repercusiones o trabajos pueden configurarse a nivel comunitario a partir de
las cartografías de feminicidios Ellas Tienen Nombre pues, a nivel de
reconocimiento de memorias y experiencias, articula diferentes factores de
manera clara y fluida, ya que Ramírez trabaja con familiares, colectivos y una
profunda recopilación hemerográfica; precisamente es por este tipo de labor que
diversas activistas y personas se inspiran para trazar sus propias iniciativas
a partir de la propuesta de Ramírez ¾y de las cartografías en general¾. En este caso,
destaco la idea de Jane Terrazas ¾oriunda de Ciudad Juárez al igual que Ivonne Ramírez[8]¾ quien ha
tomado la información de Ellas Tienen Nombre para realizar un proyecto
textil a partir de las cartografías de feminicidio. Esta tarea se ejecuta en un
formato de taller comunitario donde las personas van a bordar y conocer la
información disponible sobre los feminicidios, compartiendo sus propias
experiencias, discutiendo relatos y las problemáticas que les rodean.
Jane Terrazas Islas (1985) es una
artista multidisciplinaria que propone la investigación del trabajo textil como
una metáfora social con enfoque de género[9];
a partir de esta premisa, dentro de sus diferentes proyectos plantea
iniciativas de producciones comunitarias en torno a los crímenes feminicidas
“con la finalidad de abrir un diálogo sobre la historia de los abusos a los
derechos de las mujeres [y] compañeras Trans, en los últimos 25 años en esta
frontera” (Terrazas, 2017). Dentro de los objetivos de la artista permanece una
latente intención por recordar y discutir los feminicidios que dibujan la
frontera juarense, transformando un espacio de conversación también en una
instancia de trabajo manual a través de la realización de una pieza textil
colectiva[10] y,
así, denunciar el homicidio sexual sistemático (Monárrez, 2009) de mujeres y
niñas en Ciudad Juárez: en palabras simples, la propuesta de Terrazas consiste
en tomar parte de las cartografías de feminicidios de Ellas Tienen Nombre
y bordarlas en un espacio de taller colectivo. En este espacio, Terrazas
agradece constantemente a las y los participantes por su interés en hablar
sobre la crisis de Derechos Humanos que se vive en México, entendiendo ¾además¾ el gesto
metafórico de esta pieza comunitaria de arte textil, ya que el bordado
electrónico les permite, literal y figuradamente “encender una luz en memoria
de la vida de las mujeres que fueron asesinadas” (Terrazas, 2017).
A partir de estas iniciativas en
torno al trabajo cartográfico ya sea digital o textil, es posible observar una
constante disputa por mantener vigente en la memoria colectiva a las mujeres y
niñas víctimas de crímenes misóginos sistemáticos ¾muchas veces
irresueltos¾. La
búsqueda constante por la justicia y el recuerdo impulsan una permanente labor
comunitaria gracias a diferentes organizaciones. En este caso, es importante
entender los proyectos aquí analizados no como un trabajo estático, que pueda
realizarse y presentarse una vez, sino como una herramienta crítica
multifuncional y continua que puede utilizarse y ejecutarse de diferentes
maneras en pos de perpetuar su propósito de conservar de manera activa el recuerdo
colectivo a partir de un trabajo comunitario.
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[1]
Universidad de Santiago de
Chile, Chile. Correo electrónico: consuelo.diaz.m@usach.cl
[2]
Licenciada en Literatura y Magister en Estudios de Género de la Universidad de
Bolonia, investigadora feminista y activista. En 2015 creó el proyecto
cartográfico autogestionado Ellas Tienen Nombre, cartografía digital de
feminicidios en Ciudad Juárez.
[3]
En 1990 Diana Russell y Jane Caputi publican el artículo Femicide:
Speaking the Unspeakable, texto que posteriormente será compilado y
publicado junto a Jill Radford en el libro Femicide… (1992), cuya
versión ampliada se actualiza en 1998.
[4]
Marcela Lagarde y de los Ríos (1948) fue diputada en el
Congreso Federal Mexicano entre 2003 y 2006, tiempo en el que elaboró una
propuesta para tipificar el feminicidio como delito y logró la creación de la
Comisión Especial de Feminicidio en el Congreso para investigar el asesinato de
mujeres en Ciudad Juárez. Con la aplicación del enfoque integral propuesto por
esta investigadora se descubren cifras alarmantes: Yucatán tiene una baja tasa
de homicidios contra mujeres y, sin embargo, posee la tasa más alta de suicidios
de mujeres; en el caso de los estados de Guerrero y Chiapas existe el más alto
número de mortandad materna y Quintana Roo la tasa más alta de muerte de
mujeres por SIDA. De esta forma, es posible ir entendiendo las múltiples cifras
de muerte de mujeres no solo por homicidios, sino por otros motivos previsibles
como lo es la salud: cáncer cérvico uterino, cáncer de mama, aborto inseguro,
enfermedades mal tratadas, etc. Al ser muertes evitables son, por lo tanto,
violentas, por lo que Lagarde propone la comprensión del feminicidio y la
violencia de género también como un crimen estatal en tanto este debe velar por
la seguridad y la vida de la población.
[5]
El concepto de “feminicidio sexual sistémico” responde a una de las especifidades
que desarrolla Mónarrez respecto a este tipo de crímenes. En este contexto, la
autora (2009; 2019) también propone múltiples tipificaciones como feminicidio
racial, en masa, íntimo, infantil, por ocupaciones estigmatizadas, asesinato
sexual, entre otras.
[6]
SIGFEM es un instrumento diseñado por investigadores de El Colegio de la
Frontera Norte. Es la primera herramienta de este tipo en América Latina que
permite: conocer el contexto espacial urbano y la violencia letal contra niñas
y mujeres, indentificar las zonas de alto riesgo para la población femenina y
establecer mecanismos para prevenir y proteger a las posibles víctimas de
violencia de género (Cervera, 2015).
[7]
Es particularmente interesante el hecho de que aquellos
casos que no cuentan con información sobre ubicación, su referencia geográfica
se indica en la dirección de la Fiscalía General del Estado de Chihuahua en
Ciudad Juárez.
[8]
Agradezco a Ivonne Ramírez por presentarme el trabajo de
Jane Terrazas durante la entrevista vía correo electrónico realizada en
septiembre de 2019.
[9]
Para revisar detenidamente su trabajo se puede visitar la
siguiente página web: https://mustangjane.tumblr.com/
[10]
Específicamente se trata de un bordado (manual)
electrónico interactivo, es decir, se incluyen pequeñas luces led que se
iluminan mediante una batería y se controlan con un interruptor.