Interaccionismo
simbólico y teoría feminista: una aproximación psicosocial a los sistemas de
significación y desigualdad
Symbolic Interactionism and Feminist Theory:
A Psychosocial Approach to Signification and Inequality Systems
Janet Gabriela García Alcaraz[1]
María de Fátima Flores Palacios[2]
Resumen
El diálogo transdisciplinar entre las teorías
feministas y otros enfoques es fundamental. El objetivo de este artículo es
plantear una reflexión teórica sobre la pertinencia de incorporar la Teoría del
Punto de Vista Feminista dentro de la perspectiva psicosocial del
Interaccionismo Simbólico desarrollada desde la Escuela de Chicago. Encontramos
esta posibilidad en diversos puntos de convergencia entre ambas posturas: la
contraposición al positivismo y al cientificismo; el interés por desarticular
concepciones esencialistas; una visión situada, parcial y procesual de la
construcción del conocimiento; la apertura a diversos métodos; y una orientación
investigativa fundamentada en la intersubjetividad y la experiencia. De esta
manera, las posibilidades de análisis e interpretación de un marco no son
accesorias ni complementarias para el otro. En cambio, sugerimos pensar en un Interaccionismo
Simbólico Feminista a través de la discusión de sus implicaciones
epistemológicas, conceptuales y metodológicas. En esta mirada teórica subyace
una plataforma de enunciación analítica y política que permite un abordaje
psicosocial crítico de la desigualdad y de otros fenómenos.
Palabras clave:
Interaccionismo Simbólico, Teoría Feminista, Psicología Social, desigualdad, género
Abstract
Transdisciplinary
dialogue between feminist theories and other approaches is fundamental. The
purpose of this paper is to present a theoretical reflection on the pertinence
of incorporating the Feminist Standpoint Theory within the psychosocial
perspective of Symbolic Interactionism developed from the Chicago School. We
find this possibility at various convergence points between both stances: the
opposition to positivism and scientificism; the interest in disarticulating
essentialist conceptions; a situated, partial and processual vision of the
construction of knowledge; the openness to implement various methods; and an
investigative orientation based on intersubjectivity and experience. In this
way, the possibilities of analysis and interpretation of one frame are neither
accessory nor complementary to the other. Instead, we suggest thinking of a
Feminist Symbolic Interactionism through the discussion of its epistemological,
conceptual and methodological implications. What underlays in this theoretical positioning
is an analytical and political enunciation platform that allows a critical
psychosocial approach to inequality and other phenomena.
Keywords: Symbolic Interactionism, Feminist
Theory, Social Psychology, inequality, gender
Recepción: 2 de septiembre de 2020/Aceptación: 10 de febrero de 2021
Introducción
El feminismo, como un amplio movimiento social
emancipador, enuncia la diversidad contenida en la experiencia de vivirse como
sujeto sexuado. Pese a la heterogeneidad jurídica, política e intelectual de
las expresiones y acciones de esta movilización, de las Heras (2009) sugiere que el
cuestionamiento y erradicación de la subalternidad de las mujeres como base de
la organización social, la búsqueda de igualdad entre mujeres y hombres, y la
concientización de la condición cultural e histórica de las mujeres son
elementos compartidos por los diversos feminismos. El presente trabajo se
decanta por abordar al feminismo desde su expresión teórica y como praxis
investigativa, y explora sus posibilidades de transformación dentro y desde el
campo de la Psicología Social.
Pensar
en el diálogo transdisciplinar entre las múltiples teorías feministas y otras
posiciones intelectuales es fundamental para reconocer sus logros, así como
para visibilizar y discutir los retos a los que se enfrenta. En medio de una
coyuntura histórica sin precedentes en la que el movimiento feminista, desde su
polifonía, ha cobrado protagonismo político, académico y de influencia
cultural, es oportuno reservar un momento para la reflexión y el análisis de sus
implicaciones intelectuales y de la categoría de género como una de sus más
destacables aportaciones. Algunas preguntas que emergen en este momento de
inflexión apuntan a comprender cómo es que el género y otros sistemas de
opresión han persistido y han podido reinventarse, qué papel tenemos las
personas en ese proceso de perpetuación y cómo podemos transformarlo, y cuáles
son las condiciones y los efectos psicosociales de la desigualdad. Si bien
contestar a estas interrogantes no es una tarea fácil que atiende a una única
posibilidad de respuesta, aquí pretendemos abonar con una reflexión teórica en
torno a ellas.
Dentro
de la Psicología, como una disciplina que produce conocimiento sobre la
constitución subjetiva y social de las personas, ha imperado un abordaje desde
el mero dimorfismo sexual para tratar de explicar los comportamientos y
representaciones diferenciadas entre mujeres y hombres (Campos, 2010). Detrás de
esta situación, que simultáneamente ha contribuido a perpetuar el orden
sexista, reside una postura androcéntrica y hegemónica sobre lo que implica
hacer ciencia denunciada por las epistemologías feministas también en otros
campos. De esta situación aún persistente, emerge la pertinencia de articular
propuestas teórico-metodológicas que brinden bases críticas y transformativas de
aproximación a los fenómenos psicosociales. Con este telón de fondo, partimos
del objetivo de entablar una discusión sobre el potencial conceptual,
metodológico, crítico y político de integrar las nociones conceptuales del
Interaccionismo Simbólico de la Escuela de Chicago y las de la Teoría del Punto
de Vista Feminista.
Por un lado, el Interaccionismo
Simbólico (IS) se caracteriza por su énfasis en los procesos de significación y,
sobre todo, por la concepción de un sujeto que activamente interpreta y crea la
realidad social. Por su parte, la Teoría del Punto de Vista se distingue por su
compromiso ético y político de partir desde la propia experiencia de grupos
subalternos para comprender, explicar y transformar las condiciones de
desigualdad y opresión. A pesar de sus bases particulares, ambas perspectivas forman
parte de un movimiento académico y político más amplio desde el cual se han
desafiado las formas tradicionales, estatuarias y cientificistas de construir conocimiento
y hacer investigación. No es una extrañeza, entonces, encontrar puntos de
conexión que potencializan los alcances de una y de otra, y que consideramos
importante resaltar en la construcción del conocimiento crítico.
Para desarrollar nuestro argumento
hemos organizado la discusión en cuatro apartados. En el primero, nos centramos
en caracterizar a la perspectiva y método interaccionista. La siguiente sección
está dedicada a discutir las implicaciones de conceptualizar al Punto de Vista
Feminista como una teoría política. Posteriormente, nos valemos del engranaje como metáfora para ilustrar
cómo ambas perspectivas pueden articularse. En el cierre, más que poner un
punto final, invitamos a extender la reflexión y posible aplicación del
entramado conceptual que aquí proponemos.
El Interaccionismo Simbólico como
posicionamiento teórico y metodológico
En este artículo entendemos al IS como un marco
teórico o una perspectiva constituida por un conjunto de ideas sobre cómo es la
vida social y cómo inquirirla, más que como una teoría formal o generalista (Stryker
y Vryan, 2006). A pesar de que podemos encontrar una amplia variedad de interpretaciones
y aplicaciones, el marco interaccionista se ha decantado en dos amplias ramas:
la Escuela de Chicago o Interaccionismo Procesual, y la Escuela de Iowa e
Indiana o Interaccionismo Estructural.[3]
Si bien esta distinción entre tradiciones tiene el fin de ilustrar la
diversidad y la pluralidad de enfoques que caracteriza al IS, en esta reflexión
nos limitamos a retornar la postura de la Escuela de Chicago.
La
versión procesual del IS es una
respuesta a los procedimientos y concepciones hegemónicas dentro de las
ciencias sociales que, no obstante, se distingue por su fuerte conexión con el
mundo empírico (Plummer, 2000). Esta escuela
entiende a la realidad social como un entramado de significados en continuo
proceso de construcción. Dicha concepción descansa en las ya clásicas premisas
propuestas por Blumer (1969): 1) las personas actúan con base en el significado
que los objetos tienen para ellas, 2) el significado de los objetos se
construye a través de la interacción social, y 3) los significados pueden
modificarse a través de la interpretación que las personas hacemos de ellos.
Para observar a la realidad social por medio de estas ideas constitutivas y
comprender y analizar el vínculo entre individuo y sociedad, Blumer (1969) propone
al sí mismo, al acto, a la interacción social simbólica, a los objetos y a la
acción conjunta como conceptos fundamentales e interdependientes que operan de
manera no lineal (ver Figura 1).
Figura 1
Conceptos
centrales de la perspectiva interaccionista
Fuente: elaboración propia basada en Blumer (1969).
Esta mirada procesual, interpretativa, ideográfica y
cercana a la fenomenología ofrece la posibilidad de un análisis psicosocial
disruptivo y contestatario con respecto a otras propuestas funcionalistas y
otras que podrían rozar en el psicologicismo. Como un punto que consideramos
imperativo, está la conceptualización de un sujeto reflexivo desde la cual es
posible poner en tela de análisis la resistencia o aceptación individual de las
estructuras y normativas sociales, y desestabilizar concepciones que ven a las
personas como meros receptáculos pasivos de la cultura (Musolf, 2003). Esto no
quiere decir que, a priori, se piense en una plena autonomía personal, pues
como Blumer (1969) indica, es preciso considerar los recursos internos al
momento de explorar esta capacidad de agencia en los sujetos. Lo políticamente
destacable es que esta visión reconoce la capacidad y potencial de
(re)interpretación y (re)significación de las personas como una forma de cambio
y transformación social (Blumer, 1969).
A
pesar de que la perspectiva interaccionista parte de un enfoque medular en la
capacidad creativa de los sujetos, no obvia a los sistemas de organización
social. Desde una lectura acuciosa de las reflexiones de Blumer (1969),
encontramos que el autor no omite la cuestión estructural, sino que la
considera como un marco situacional de la interacción, las acciones, la interpretación
y la reflexividad. Otra manifestación de la estructura social señalada por esta
visión, se encuentra en el otro generalizado,
es decir, por medio de la interiorización de normas, valores, creencia y
prescripciones (Charon, 1992).
Entre
las líneas de lo discutido hasta el momento se podrá leer que para el IS la
construcción de conocimiento es parcial y situada. Esto deriva de su explícito
reconocimiento de que las personas habitamos realidades espaciales, históricas
y culturales específicas y que, por ende, hay múltiples formas de estar y
conocer en el mundo (Plummer, 2002). Es bajo estas
condiciones que quien investiga y quien es investigada e investigado entran en
un encuentro de subjetividades.
Su
enfoque procesual e intersubjetivo también sitúa al interaccionismo como un
marco metodológico que, más que ofrecer una serie de pasos a seguir o técnicas
específicas, abre un espacio creativo e imaginativo al entenderlo como un
posicionamiento orientador en la investigación social (Schwalbe, 2019). Detrás de
dicha postura está el objetivo de comprender los fenómenos psicosociales desde
la perspectiva única de sus protagonistas, de adaptar la observación a las
demandas de los contextos y situaciones de investigación, y de evitar
adentrarnos al campo portando una escafandra que nos aísle de percibir la
naturaleza de la experiencia de los sujetos (Blumer, 1940). En el
subtexto de este encuadre yace una postura política sobre la construcción de
conocimiento y la transformación social asociada al humanismo crítico (Plummer, 2005).
Aunque
en sus orígenes la mirada procesual del IS no tomó explícitamente a las
dinámicas de poder y de opresión como uno de sus conceptos sensibilizadores[4] (Blumer,
1954) centrales, sus bases la hacen un aparato teórico robusto para abordar su
funcionamiento y mecanismos (Gadea, 2018). El trabajo de
Aranda (2016) sobre la estigmatización de migrantes centroamericanos en
tránsito por México ilustra, precisamente, cómo la aplicación del marco
interaccionista permite una aproximación psicosocial crítica en y desde América
Latina. A través de sus hallazgos el autor nos permite conocer, a partir de las
voces y los contextos simbólicos de los migrantes, cómo se vive la exclusión
social en múltiples interacciones por el territorio mexicano, el malestar
emocional generado por el rechazo, y los puntos de fuga en los que se puede
negociar y (re)significar la subalternidad aún ante una recalcitrante situación
de vulnerabilidad. En un escenario en el que convergen múltiples desigualdades,
estructuras de opresión y una amplia heterogeneidad cultural como la
latinoamericana, encontramos en el IS una perspectiva que puede sumarse a la
visión y episteme de las Psicologías Latinas que Flores-Palacios (2011) ha
señalado. Esto último nos parece fundamental, pues el posicionamiento al que
invita la autora aporta una mirada similar y de cierta convergencia con la
crítica planteada por el feminismo decolonial.
El Punto de Vista Feminista como teoría
política
En la introducción mencionamos que el feminismo es un
movimiento reivindicatorio amplio y plural con múltiples ámbitos y niveles de
expresión. Uno de ellos, el que aquí nos ocupa, es su articulación en un
aparato crítico-conceptual. Si bien no existe una única teoría feminista, en el
núcleo de todas sus vertientes radica el interés por la constante discusión
sobre las inequidades sociales, la crítica al androcentrismo, la reflexión
epistemológica sobre el género y la ubicación social en la ciencia, y la articulación
de teorías desde las que se pueda explicar la diferenciación sociosimbólica
entre mujeres y hombres (Saltzman, 1997).
Desde
su irrupción dentro de los ámbitos académicos en la década de los setentas, las
diversas expresiones de la teoría feminista han tenido un impacto político
transgresor al reivindicar a las mujeres como sujetos cognoscibles y
cognoscentes (Gross, 1995). Bajo este potente cuestionamiento de la
construcción de conocimiento científico han surgido influyentes discusiones
epistemológicas. La tipología propuesta por Harding (1986) señala tres
principales tendencias de pensamiento que Blazquez
(2012), desde sus aportaciones feministas al tema de la ciencia y tecnología, considera
relevantes: 1) el feminismo empirista que busca eliminar sesgos de género para
hacer “buena ciencia”; 2) el postmodernismo feminista que busca deconstruir la
categoría “mujer” y reivindicar la otredad; y 3) el Punto de Vista Feminista que
asume una suerte de privilegio epistémico en la visión de las mujeres como
sujetos subalternizados. Así, desde el feminismo encontramos una perspectiva
conceptual y un posicionamiento político que tiene el potencial de
sobrepasar la descripción y la explicación, y de hacer de la ciencia un espacio
estratégico desde el cual articular rutas de acción y transformación social.
Si
bien en este trabajo nos posicionamos desde el Punto de Vista para comprender
sus implicaciones teóricas y prácticas políticas, hacemos un breve repaso por
algunos de los vértices que estructuran la investigación como una forma más de
la praxis feminista. Una de las aportaciones
centrales del feminismo como teoría, y de especial interés para nuestra
reflexión, es el desarrollo de la categoría de género. Ésta es una
herramienta conceptual que, si bien su conceptualización puede variar de un
posicionamiento a otro, de manera amplia posibilita la visibilización, el análisis
y la explicación de las dinámicas de opresión basada en la diferencia sexual,
pero que se mantiene sensible ante otras categorías de estratificación social (Castañeda, 2008). De esta
manera, “la mujer” y “el hombre” se entienden como sujetos teóricos o simbólicos,
así como posiciones interiorizadas de manera relacional (Izquierdo, 2010). No obstante,
parte de las discusiones y reflexiones señalan que sexo y género no son
categorías independientes, sino que se enlazan en y a través del sustrato
biológico y simbólico de los cuerpos (Fausto-Sterling, 2019).
En
el caso particular de la Psicología Social, la inclusión de la categoría de
género ha cuestionado a las perspectivas individualistas y funcionalistas que
incorporan al sexo como una variable independiente, y ha marcado una transición
hacia la conceptualización de la diferencia sexual como un marco de regulación
social y no sólo como la causa de comportamientos específicos (Flores-Palacios,
2014). De esta manera y como Izquierdo (1998; 2010) lo sugiere, el valor político de incorporar esta
categoría ha residido en que el género remite a un sistema de relaciones interdependientes,
multifactoriales y multifacéticas en el que tanto mujeres como hombres pueden
ser sujetos de acción social y objetos de la opresión.
Dentro
del proyecto crítico del feminismo la noción de experiencia ha sido fundamental
para trazar rutas de acción conceptual y política. Para Trebisacce (2016) esto
se debe a que desde la enunciación de la experiencia vivida se puede nombrar y
dar sentido a lo oculto en el silencio, se pueden desvelar realidades
subalternas, y se puede tener un sustento empírico de las dinámicas de opresión
y las relaciones de poder. Por ello, la experiencia puede ser entendida como un
proceso dinámico del que parte la construcción de subjetividades y significados
en la vida cotidiana (de Lauretis, 1989).
Las
discusiones en torno al género y la experiencia desde el feminismo académico han
transcendido a la articulación entre epistemología y metodología, abriendo así
un espacio para la revisión crítica de las formas de hacer investigación. Lo
que subyace en la perspectiva feminista es una noción situada y parcial de la
construcción del conocimiento que sobrepasa las discusiones sobre los sesgos y
la separación entre las buenas y las malas prácticas científicas, y define a la
objetividad como un proceso intersubjetivo (Haraway, 1988).
De
este modo, encontramos en la Teoría del Punto de Vista Feminista y sus
conceptualizaciones una postura política que clama por la transformación y, por
lo tanto, resulta pertinente dentro de la Psicología Social. Esta teoría hace
una crítica al positivismo, una discusión reflexiva sobre la relación entre
conocimiento y poder, un énfasis en la dimensión material de la opresión, una
aproximación desde la perspectiva de los sujetos, y una propuesta de recursos y
estrategias para habilitar la emancipación de grupos subalternizados (Harding,
2012). Se trata, pues, de un posicionamiento transversal que no se constriñe a
un método exclusivo (Harding, 1987).
Como
epistemología, el Punto de Vista Feminista implica observar desde una posición
crítica siempre en proceso reflexivo. Bach (2014) señala que uno de los pilares
de esta apuesta teórica es su potencial transdisciplinar, multidisciplinar y
antidisciplinar, lo que la vuelve una plataforma para acercarse a otras
categorías y fenómenos de estratificación social además del género con un
enfoque interseccional. En esta convergencia de posibilidades, encontramos en
la Teoría del Punto de Vista una fructífera plataforma de diálogo con los
feminismos decoloniales y su interés por producir saberes desde la(s)
subalternidad(es) en América Latina (Espinosa, 2016). Sin obviar el
origen anglosajón de la propuesta del Punto de Vista Feminista, su inclinación
por el trabajo “desde abajo” y por las
voces de quien vive la opresión, incentiva el descubrimiento y elaboración de
categorías propias y situadas que hablen de las experiencias de los contextos
latinoamericanos. He ahí donde radica el potencial político de esta teoría pues
no sólo se limita a una discusión conceptual, sino que también traza rutas
hacia la emancipación que, desde la investigación, se pueden asumir en
consecuencia con una epistemología feminista como la de Harding.
Como
un último apunte conceptual es necesario precisar y aclarar que, pese a la
centralidad y protagonismo que el género pareciera tener al hablar de las
teorías feministas ya sea desde la Teoría del Punto de Vista u otros
desarrollos intelectuales, las posibilidades de análisis no se limitan a esta
categoría. Por este motivo, coincidimos con las reflexiones de Unger (2007), para quien la
simbolización de la diferencia sexual es sólo una de las aristas a explorar
desde esta perspectiva teórica. Lo que permite esta plasticidad, de acuerdo con
la autora, es que además de ser un aparato conceptual, el feminismo como
teorización es sobre todo una práctica política en constante evaluación y
replanteamiento. Esta práctica comienza y se fundamenta en las preguntas de
investigación que planteamos y buscamos contestar (Unger, 2007).
Flores-Palacios y Figueiredo (2019) señalan,
metafóricamente, que la epistemología feminista es una aguja que permite
entrelazar teorías, categorías y métodos como si fuesen hilos. De tal modo, nos
encontramos con una herramienta que permite asumir un posicionamiento crítico-político
y transdisciplinar en la investigación. Desde estas reflexiones, es viable y pertinente
hilvanar al IS y a la Teoría del
Punto de Vista con el objetivo de conformar un tejido de los procesos de significación e interacción, de la
experiencia vivida y de las dinámicas de poder. Así, potencialmente, podemos
visualizar las ramificaciones de ese bordado escénico en la cultura.
Un engranaje crítico,
conceptual y político
La articulación entre cuerpos conceptuales específicos
y el feminismo dentro de la Psicología Social no es una novedad. Desde la
Teoría de las Representaciones Sociales, por ejemplo, se han desarrollado
reflexiones teóricas y trabajos empíricos que reflejan la pertinencia, la
congruencia conceptual, la riqueza analítica y el potencial político de
establecer estos puentes (Arruda, 2012; Flores-Palacios y Serrano, 2019). Asirse de un
marco teórico congruente con la visión de que el género es el resultado de
procesos sociohistóricos y culturales es fundamental para ir más allá de la
visibilización de la diferencia sexual y, de este modo, integrar una plataforma
teórico-metodológica explicativa y transformadora (Flores-Palacios, 2014). Conjuntar
la perspectiva feminista con la psicosocial es una práctica imprescindible
desde la disciplina psicológica, si se pretende desentrañar los procesos
sociales, cognitivos y afectivos que atraviesan la edificación del sistema
sexo/género. En el telón de fondo de esta integración, el vínculo entre
individuo y sociedad es el eje para comprender las dinámicas de (re)producción,
mantenimiento y transformación de desigualdades basadas en el género y en otras
categorías, así como para acercarse a la diversidad de dimensiones que
atraviesan estos procesos.
Uno
de los primeros esfuerzos por incorporar el IS desde una mirada feminista se le
atribuye a Taft[5] (1915) con
su trabajo sobre el movimiento de las mujeres en Estados Unidos de América. Las
aportaciones más sugerentes de esta autora son su énfasis en el carácter histórico
y relacional de la desigualdad de género, así como en la transformación del sí
mismo como una vía para desarticular esta desigualdad sistemática. En décadas
posteriores, han aparecido más reflexiones focalizadas en comprender las
experiencias de las mujeres desde una mirada interaccionista influenciada,
principalmente, por la Escuela de Chicago (Deegan y Hill, 1987). Otros nichos
en los que el IS ha sido una plataforma para comprender las dinámicas de género
han sido la creciente comercialización del cuidado y la intimidad (Hochschild,
2003), el papel que juegan las emociones en la reproducción de la desigualdad
en diversas situaciones sociales (Fields, Copp y Kleinman, 2006), y las
experiencias y los significados en torno a las sexualidades (Jackson y Scott, 2010).
Así,
ante las posibilidades de una aproximación psicosocial para comprender cómo
operan los sistemas de opresión y desigualdad, Kleinman y Cabaniss (2019) invitan
a construir una suerte de Interaccionismo Simbólico Feminista (ISF) como un posicionamiento
teórico específico. Esta postura lleva consigo un mayor reconocimiento del
papel de las estructuras sociales en los procesos de significación, una mayor
orientación hacia acciones transformativas, y una mayor explicitación de su
trasfondo político en comparación con formas más tradicionales del IS (Deegan,
2016). Para ilustrar nuestro entendimiento de la integración de la perspectiva
interaccionista y el Punto de Vista Feminista nos valemos del engranaje como metáfora. Lo que buscamos
transmitir con esta figura retórica es que una perspectiva no es accesoria a la
otra sino que, al implementarlas de manera conjunta como un mecanismo crítico-conceptual,
es posible amplificar la potencia analítica y metodológica de ambas. Aquí,
buscamos ampliar las reflexiones sobre las posibilidades de este engranaje
en diversas dimensiones.
En
el plano conceptual y analítico, el ISF ofrece
una mirada procesual del funcionamiento de las dinámicas de desigualdad y
opresión de género (re)producidas a través de la interacción, la significación
y las prácticas de la vida cotidiana (Saltzman, 1997). Lo anterior, permite
la construcción de teorías situadas y ancladas a contextos empíricos
específicos para denotar el carácter social de los significados (Jackson, 2001). La mirada
feminista potencializa el enfoque en las relaciones de poder al asumir que los
procesos de significación pueden ser parte de las dinámicas de desigualdad, al
mismo tiempo que la (re)construcción de significados también puede ser parte de
las estrategias de negociación y resistencia ante las situaciones de opresión (Kleinman
y Cabaniss, 2019). La potencialidad reflexiva del sí mismo es lo que hace
posible pensar en estas posibilidades de transformación y creación de los
sujetos. A pesar del marcado énfasis del interaccionismo en el mundo simbólico,
Jackson (2001) destaca que
sus bases conceptuales son una herramienta fundamental para dar luz a los
efectos materiales de la desigualdad, un elemento central en el proyecto
político feminista.
Desde
el punto de vista interaccionista, el género es una categoría dinámica que toma
sentido en el acontecer de la vida cotidiana. West y Zimmerman (1987) se han
referido a este proceso como “hacer género” ante la presencia real o imaginada
del otro. La autora y el autor proponen que somos las personas mismas quienes,
a través de nuestras acciones, (re)creamos el género día con día en contextos
situados con formas específicas de legitimar y reproducir un estatus
diferenciado y binario entre mujeres y hombres. Para Cala y Barberá (2009) esta perspectiva
permite el análisis del sistema sexo/género como una actividad colectiva que
puede explorarse a nivel sociocultural (elaboraciones ideológicas que se
transmiten a través de diversas instituciones), interaccional (formas de relación
entre las personas) e individual (aceptación, negociación y reproducción de las
prescripciones y roles sociales).
A nivel metodológico, el ISF hace
posible el reconocimiento de que la situación de investigación es, en sí misma,
una interacción simbólica y una acción conjunta. Al comprender que el proceso
investigativo es un encuentro intersubjetivo, se hace posible la edificación de
una relación horizontal y cooperativa entre quien investiga y quien es
investigada o investigado. A pesar de que no hay un método feminista, para
acercarse a este proceso se requiere la implementación de métodos y técnicas
que permitan escuchar las voces de los sujetos y capturar las características
de sus entornos simbólicos. Con aproximaciones como la construcción de
narrativas o la etnografía por nombrar sólo un par de posibilidades, la
descentralización del poder epistémico puede hacerse aprehensible en la
emergencia de categorías fundamentadas en las experiencias, las acciones y las
perspectivas de quien encarna los fenómenos psicosociales (Blumer, 1940). Para
Stewart (2003) ese es el punto en el que lo epistemológico y lo metodológico se
cruzan, y en el que el engranaje entre interaccionismo y feminismo ha sido
una plataforma para presentar la realidad vivida por las mujeres desde una
marcada afinidad con la Teoría del Punto de Vista (Harding, 2012). De esta
manera, el ISF ofrece una vía metodológica que se opone a las pretensiones cientificistas
de neutralidad y objetividad acríticas, que reconoce la potencialidad reflexiva
tanto de quien investiga como de los sujetos de investigación, y dentro de la
cual los valores feministas de libertad e igualdad encuentran un lugar de
enunciación y un sitio estratégico para adentrarse al mundo empírico.
En el plano político, el ISF
representa un aparato crítico-teórico que pone en manifiesto las implicaciones
psicosociales de la desigualdad las cuales, de otra manera, podrían pasar
desapercibidas por la “banalidad” atribuida a la vida cotidiana. Este marco de
referencia permite visibilizar y poner en tela de análisis el entrecruzamiento de
distintos sistemas de opresión en la constitución de subjetividades, por ello,
también representa una fructífera base para incluir una perspectiva interseccional
dentro del proceso investigativo (Kleinman y Cabaniss, 2019). Esta
característica resulta sumamente relevante en el contexto latinoamericano, en
el que múltiples opresiones derivadas de la raza, la etnicidad, la clase, la
sexualidad y la ubicación geopolítica, entre otras, hacen que aislar y
aprehender al género sea fútil si no se consideran otras dimensiones de
desigualdad (Maier, 1998). En estos términos, la posición que asume el ISF
comprende que las categorías sociales que integramos para el análisis de las
dinámicas de poder toman sentido político a través de sujetos situados en
contextos con condiciones particulares.
Para hacer más ilustrativa la forma
en que se articula el engranaje teórico-político representado por el ISF, en la Tabla 1 mostramos una
comparación entre la perspectiva interaccionista, el Punto de Vista Feminista y
de la propuesta de integración de ambas que hemos planteado.
Tabla 1
Comparación
entre el interaccionismo, la Teoría del Punto de Vista y la aproximación
feminista a la Interacción Simbólica
Características |
Interaccionismo Simbólico |
Teoría del Punto de Vista
Feminista |
Interaccionismo Simbólico
Feminista |
Perspectiva del mundo
social |
Mundo empírico y simbólico en constante
reconfiguración |
Mundo conformado por múltiples sistemas de
opresión |
Mundo simbólico con repercusiones subjetivas, de
poder y materiales en las condiciones de vida |
Construcción del
conocimiento |
Situada y parcial |
Situada y parcial |
Situada y parcial |
Perspectiva de la
estructura social |
Condiciones que enmarcan la acción y la
significación |
Condiciones que enmarcan la acción y lo que se
puede conocer |
Sistemas de organización y opresión empalmados
que se (re)crean en la vida cotidiana y en/desde las subjetividades y la
interacción |
Perspectiva del sujeto |
Actor y agente reflexivo que construye e
interpreta significados |
Su localización en la estructura lo limita y/o
habilita |
Actor reflexivo que (re)produce, (re)significa y
resiste a las dinámicas de dominación |
Objeto de indagación |
Significados e interacciones |
Experiencia y relaciones de poder |
Significados, interacciones y experiencias que se
(re)crean en/desde sistemas de organización y opresión social |
Bases conceptuales |
La interacción entre sujetos crea el sentido
intersubjetivo y la realidad social |
La organización social se basa en la
simbolización jerárquica de las diferencias |
Los sistemas de opresión toman forma y sentido a
partir de la significación y la interacción |
Bases metodológicas |
Indagación que respeta la naturaleza del mundo
empírico a través de categorías sensibles a los sujetos y sus contextos |
Comprender desde el punto de vista de grupos
subalternos y no reproducir dinámicas de opresión |
Comprender desde las voces y experiencias de
grupos subalternos en contextos situados, y buscar la horizontalidad en la
situación de investigación |
Fuente: Elaboración
propia.
En el aparato crítico-conceptual que hemos discutido,
la perspectiva interaccionista nos lleva a fijar la atención analítica en los
procesos de significación, mientras que la Teoría del Punto de Vista posibilita
enmarcar esos procesos en la estructura social más amplia. En este interjuego, se
instauran los cimientos desde los cuales podemos integrar diversas categorías
para el análisis de las dinámicas de desigualdad y, al mismo tiempo, convierte a
los procesos de negociación, resistencia y (re)significación en materia de
indagación.
Desde nuestra apreciación, el ISF es
una sugerente plataforma de enunciación conceptual y política dentro de la
Psicología Social que permite abordar una amplia variedad de fenómenos desde
diversas aristas, y concebir a las mujeres y los hombres como sujetos de acción
que construyen significados. Es, además, un espacio flexible, creativo e
imaginativo que no se desprende de procesos rigurosos y sistemáticos de
indagación. No obstante, enfatizamos que sus alcances se encuentran en su
enfoque psicosocial para comprender los procesos de significación y diferenciación.
Más que pensar en esto como una limitante, desde nuestra reflexión esta mirada
puede representar una vía para plantear preguntas novedosas. Considerar los
aspectos sociocognitvos y afectivos de los sistemas de desigualdad tiene un
destacable potencial político, explicativo y transformador. En el caso del
género, por ejemplo, este potencial lo encontramos en que una mirada
psicosocial ve más allá de las diferencias entre mujeres y hombres, y plantea
un análisis situado de los escenarios y condiciones que dan lugar a esas diferencias
y sectorizaciones (Unger, 1990).
El carácter profundamente
psicosocial del ISF se aleja de concepciones individualistas o dicotómicas
entre individuo y sociedad. Pero su concepción de un sujeto reflexivo que toma
un papel activo en la construcción intersubjetiva de la realidad, nos lleva a
analizar los sistemas de desigualdad de una forma diferente. Desde este posicionamiento
podemos pensar que las estructuras sociales no son entidades independientes y
autónomas que habitan fuera del sujeto y que éstas, en cambio, logran
(re)producirse a través de nuestras subjetividades, acciones, interacciones y
significaciones. Al mismo tiempo, esta forma de entender a la desigualdad
representa un nodo para considerar posibilidades de transformación focalizada,
también, desde una mirada psicosocial. Así, encontramos una ventana hacia el
mundo empírico para observar las contradicciones y los matices de las
experiencias y los significados, y (re)descubrir nichos de indagación sobre cómo
opera la desigualdad y cómo desarticularla. En estas nociones, el proceso de
deconstrucción y reconstrucción cobra un sentido fundamental para el avance de
las (re)significaciones del lugar del sujeto, particularmente para la búsqueda
de su legitimación y libertad.
Otro aspecto que queremos destacar
del engranaje entre el IS y el Punto de Vista Feminista es la ejecución
metodológica que facilita. Un punto focal de esta integración es que el proceso
investigativo debe ser sensible y orientarse por las voces de los sujetos y su
contexto situado, y no al revés. De esta manera, uno de los objetivos a
alcanzar es la fundamentación de nuestros hallazgos en la experiencia de las
personas desde sus referentes y condiciones de vida. Esto contribuye a la
construcción de rutas alternativas hacia la democratización de la construcción
del conocimiento, cuestión que aquí entendemos como un proceso imprescindible
para paliar las relaciones asimétricas en la práctica investigativa, y para
hacer de la ciencia una herramienta de transformación y lucha contra las desigualdades
sociales.
Como postura metodológica, el ISF se adhiere a los tres ejes
fundamentales que, de acuerdo con Flores-Palacios (2017), conforman la
perspectiva feminista en investigación: 1) es un posicionamiento y compromiso
político con la transformación de la realidad social, 2) hace una explícita
enunciación epistemológica que busca deconstruir absolutismos y esencialismos
tanto ideológicos como disciplinares, y 3) se fundamenta filosófica y éticamente
en los principios ilustrados del feminismo. Este último punto en particular,
que si bien puede entenderse como una herencia del pensamiento europeo, nos
habla de la necesidad de consolidar el acceso a los derechos humanos, a la
igualdad y al reconocimiento de la individualidad (de las Heras, 2009) como un hito
aún a alcanzar por las mujeres en todo el mundo. Lo anterior es de vital importancia,
pues en el campo particular de la Psicología Social y de la Psicología como
disciplina, Unger (1990) señala que sus propias categorías, métodos y posibilidades
de cuestionamiento han mantenido una relación interdependiente con la
construcción ideológica de la diferencia sexual. Es decir, desde el discurso y
prácticas científicas y psicológicas las prescripciones y roles de género
también han sido constituidos.
A pesar de lo señalado, encontramos
que las posibilidades de la perspectiva interaccionista han sido subutilizadas
(Saltzman, 1997) y parecen
haber caído en el abandono (Jackson, 2001)
dentro de los estudios feministas. Empero, la reflexión sobre este engranaje
se ha mantenido en proceso desde el surgimiento de la Escuela de Sociología de
Chicago a inicios del siglo xx, y
sugerimos que es necesario y pertinente continuar reflexionando sobre sus
posibilidades y ampliar su aplicación.
Conclusión
La reflexión teórica que proponemos no pretende poner
al ISF en un pedestal o en una ponderación superior con respecto a otras
propuestas. Nuestra intención ha sido explicitar cómo, tanto el marco
interaccionista como el del Punto de Vista Feminista, pueden potencializarse si
se integran, ya que comparten múltiples puntos de congruencia. Al hablar del
carácter parcial y situado del conocimiento, Harding (2012) invita a un
necesario proceso reflexivo para hacer consciente el posicionamiento de quien
investiga. Este posicionamiento puede ser un tanto vacío si sólo se limita a la
confesión del estatus social de la investigadora o el investigador. Para
Harding (2012), lo substancial y políticamente relevante de este proceso es una
actitud de humildad intelectual que reconozca la imposibilidad de la validez
universal del conocimiento. Esto lo traemos a discusión para explicitar que situarse
desde una aproximación feminista a la interacción simbólica tiene alcances y
limitaciones. Sin embargo, resaltamos que partir desde este engranaje permite
analizar y plantear estrategias de cambio a través de la dimensión psicosocial
y, con ello, una aproximación para mapear la construcción de significados y
relaciones de poder de abajo hacia arriba. En ese transitar, algunas nociones,
conceptos o circunstancias podrían estar fuera de lo que esta integración
permite observar, por ello, el diálogo entre perspectivas es un aspecto
fundamental para ampliar nuestra comprensión de la desigualdad y las
posibilidades para transformarla.
La
integración teórica y epistemológica presentada es un recurso conceptual para aprehender
la multidimensionalidad de los fenómenos psicosociales sin caer en esencialismos,
y que siempre busca poner en foco las voces de sus protagonistas. De esta
manera, posibilita un variado abordaje analítico que atraviesa a las
identidades, la construcción de significados, las relaciones interpersonales,
la afectividad, los actos, los códigos e imposiciones culturales, la
significación de objetos, así como la forma de vivir y conducir el cuerpo, por
mencionar sólo algunas posibles rutas de aplicación. Desde nuestra apreciación,
esto representa un rico y fructífero punto de partida para los estudios
feministas dentro de la psicología, ya que desborda las posibilidades de
indagación del género. Con ello, la discusión se orienta al punto clave de la
práctica política feminista en la investigación que, como lo señalamos
anteriormente, radica en las preguntas que planteamos desde este
posicionamiento (Unger, 2007).
El
engranaje que aquí hemos discutido denota la riqueza, flexibilidad y
rigurosidad de implementar una práctica transdisciplinaria. Dicha práctica,
como lo señala Flores-Palacios (2017), no puede desvincularse de los estudios
feministas pues, para siquiera imaginar nuevas formas de organización social
más equitativas en las que la libertad y la autonomía sean una posibilidad
palpable, se requiere comprender la multidimensionalidad y complejidad encarnadas
en los seres humanos. Por ello, sugerimos que en el proyecto de deconstrucción
de nociones rígidas que han (re)producido la subalternidad de diversos grupos
sociales desde la ciencia psicológica, la construcción de puentes disciplinares
y conceptuales es ineludible.
En
reflexiones anteriores, otras autoras han señalado que la perspectiva de género
se enfrenta a una potencial fetichización de la diferencia sexual como la causa
única de casi todos los males sociales (Lamas,
2002), y que su abordaje e implementación aún parten de una conceptualización
maniquea basada en el binomio mujer-víctima y hombre-victimario (Izquierdo, 2010). En el
contexto de este punto de inflexión, encontramos en el ISF una vía para comenzar a responder a
algunos de los retos dentro de los estudios feministas. A decir de Eagly (2018), uno de los
mayores desafíos para estos estudios dentro de la Psicología en la actualidad
es la necesidad de reflexionar sobre su panorama ideológico a través de un
proceso metacrítico. Para la autora citada, este proceso reflexivo es necesario
para plantear nuevas rutas críticas y de acción en las que la organización
social, la individualidad de las personas y la realidad orgánica y material de
los cuerpos se tomen en consideración bajo una mirada integrativa sobre el
género. Aquí, estamos lejos de sugerir que el marco interaccionista provee
todos los elementos requeridos para responder a tan retadora coyuntura. Nuestra
propuesta, en cambio, es que la transdisciplinariedad y el diálogo constante
con otras perspectivas es imprescindible para mantener y potencializar el valor
conceptual, político y transformativo del feminismo en tanto expresión teórica.
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[1] Universidad
Nacional Autónoma de México, México. Correo electrónico: janet.gaal@gmail.com
[2] Centro
Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales, (CEPHCIS), UNAM, México.
Correo electrónico: fatimafpalacios@gmail.com
[3] Para una
revisión en profundidad consultar a Stryker y Vryant (2006).
[4] Para Blumer
(1954) la investigación no debe de estar orientada por conceptos
operacionalizados de manera rígida que sólo remiten a variables. Como
alternativa, piensa a los conceptos como guías flexibles y sensibles para
observar el mundo empírico y para comprender procesos situados de
significación.
[5] Aunque esta
teórica fue revolucionaria e innovadora, también vivió segregación debido a su
condición de género en el ámbito académico a pesar de ser pionera en el
desarrollo de la perspectiva interaccionista y ser discípula de George H. Mead
(García-Dauder, 2014).