Interaccionismo simbólico y teoría feminista: una aproximación psicosocial a los sistemas de significación y desigualdad

 

Symbolic Interactionism and Feminist Theory: A Psychosocial Approach to Signification and Inequality Systems

 

Janet Gabriela García Alcaraz[1]

María de Fátima Flores Palacios[2]

 

Resumen

El diálogo transdisciplinar entre las teorías feministas y otros enfoques es fundamental. El objetivo de este artículo es plantear una reflexión teórica sobre la pertinencia de incorporar la Teoría del Punto de Vista Feminista dentro de la perspectiva psicosocial del Interaccionismo Simbólico desarrollada desde la Escuela de Chicago. Encontramos esta posibilidad en diversos puntos de convergencia entre ambas posturas: la contraposición al positivismo y al cientificismo; el interés por desarticular concepciones esencialistas; una visión situada, parcial y procesual de la construcción del conocimiento; la apertura a diversos métodos; y una orientación investigativa fundamentada en la intersubjetividad y la experiencia. De esta manera, las posibilidades de análisis e interpretación de un marco no son accesorias ni complementarias para el otro. En cambio, sugerimos pensar en un Interaccionismo Simbólico Feminista a través de la discusión de sus implicaciones epistemológicas, conceptuales y metodológicas. En esta mirada teórica subyace una plataforma de enunciación analítica y política que permite un abordaje psicosocial crítico de la desigualdad y de otros fenómenos.

 

Palabras clave: Interaccionismo Simbólico, Teoría Feminista, Psicología Social, desigualdad, género

 

Abstract

Transdisciplinary dialogue between feminist theories and other approaches is fundamental. The purpose of this paper is to present a theoretical reflection on the pertinence of incorporating the Feminist Standpoint Theory within the psychosocial perspective of Symbolic Interactionism developed from the Chicago School. We find this possibility at various convergence points between both stances: the opposition to positivism and scientificism; the interest in disarticulating essentialist conceptions; a situated, partial and processual vision of the construction of knowledge; the openness to implement various methods; and an investigative orientation based on intersubjectivity and experience. In this way, the possibilities of analysis and interpretation of one frame are neither accessory nor complementary to the other. Instead, we suggest thinking of a Feminist Symbolic Interactionism through the discussion of its epistemological, conceptual and methodological implications. What underlays in this theoretical positioning is an analytical and political enunciation platform that allows a critical psychosocial approach to inequality and other phenomena.

 

Keywords: Symbolic Interactionism, Feminist Theory, Social Psychology, inequality, gender

 

Recepción: 2 de septiembre de 2020/Aceptación: 10 de febrero de 2021

 

Introducción

El feminismo, como un amplio movimiento social emancipador, enuncia la diversidad contenida en la experiencia de vivirse como sujeto sexuado. Pese a la heterogeneidad jurídica, política e intelectual de las expresiones y acciones de esta movilización, de las Heras (2009) sugiere que el cuestionamiento y erradicación de la subalternidad de las mujeres como base de la organización social, la búsqueda de igualdad entre mujeres y hombres, y la concientización de la condición cultural e histórica de las mujeres son elementos compartidos por los diversos feminismos. El presente trabajo se decanta por abordar al feminismo desde su expresión teórica y como praxis investigativa, y explora sus posibilidades de transformación dentro y desde el campo de la Psicología Social.

            Pensar en el diálogo transdisciplinar entre las múltiples teorías feministas y otras posiciones intelectuales es fundamental para reconocer sus logros, así como para visibilizar y discutir los retos a los que se enfrenta. En medio de una coyuntura histórica sin precedentes en la que el movimiento feminista, desde su polifonía, ha cobrado protagonismo político, académico y de influencia cultural, es oportuno reservar un momento para la reflexión y el análisis de sus implicaciones intelectuales y de la categoría de género como una de sus más destacables aportaciones. Algunas preguntas que emergen en este momento de inflexión apuntan a comprender cómo es que el género y otros sistemas de opresión han persistido y han podido reinventarse, qué papel tenemos las personas en ese proceso de perpetuación y cómo podemos transformarlo, y cuáles son las condiciones y los efectos psicosociales de la desigualdad. Si bien contestar a estas interrogantes no es una tarea fácil que atiende a una única posibilidad de respuesta, aquí pretendemos abonar con una reflexión teórica en torno a ellas.

            Dentro de la Psicología, como una disciplina que produce conocimiento sobre la constitución subjetiva y social de las personas, ha imperado un abordaje desde el mero dimorfismo sexual para tratar de explicar los comportamientos y representaciones diferenciadas entre mujeres y hombres (Campos, 2010). Detrás de esta situación, que simultáneamente ha contribuido a perpetuar el orden sexista, reside una postura androcéntrica y hegemónica sobre lo que implica hacer ciencia denunciada por las epistemologías feministas también en otros campos. De esta situación aún persistente, emerge la pertinencia de articular propuestas teórico-metodológicas que brinden bases críticas y transformativas de aproximación a los fenómenos psicosociales. Con este telón de fondo, partimos del objetivo de entablar una discusión sobre el potencial conceptual, metodológico, crítico y político de integrar las nociones conceptuales del Interaccionismo Simbólico de la Escuela de Chicago y las de la Teoría del Punto de Vista Feminista.

             Por un lado, el Interaccionismo Simbólico (IS) se caracteriza por su énfasis en los procesos de significación y, sobre todo, por la concepción de un sujeto que activamente interpreta y crea la realidad social. Por su parte, la Teoría del Punto de Vista se distingue por su compromiso ético y político de partir desde la propia experiencia de grupos subalternos para comprender, explicar y transformar las condiciones de desigualdad y opresión. A pesar de sus bases particulares, ambas perspectivas forman parte de un movimiento académico y político más amplio desde el cual se han desafiado las formas tradicionales, estatuarias y cientificistas de construir conocimiento y hacer investigación. No es una extrañeza, entonces, encontrar puntos de conexión que potencializan los alcances de una y de otra, y que consideramos importante resaltar en la construcción del conocimiento crítico.

Para desarrollar nuestro argumento hemos organizado la discusión en cuatro apartados. En el primero, nos centramos en caracterizar a la perspectiva y método interaccionista. La siguiente sección está dedicada a discutir las implicaciones de conceptualizar al Punto de Vista Feminista como una teoría política. Posteriormente, nos valemos del engranaje como metáfora para ilustrar cómo ambas perspectivas pueden articularse. En el cierre, más que poner un punto final, invitamos a extender la reflexión y posible aplicación del entramado conceptual que aquí proponemos.

 

El Interaccionismo Simbólico como posicionamiento teórico y metodológico

En este artículo entendemos al IS como un marco teórico o una perspectiva constituida por un conjunto de ideas sobre cómo es la vida social y cómo inquirirla, más que como una teoría formal o generalista (Stryker y Vryan, 2006). A pesar de que podemos encontrar una amplia variedad de interpretaciones y aplicaciones, el marco interaccionista se ha decantado en dos amplias ramas: la Escuela de Chicago o Interaccionismo Procesual, y la Escuela de Iowa e Indiana o Interaccionismo Estructural.[3] Si bien esta distinción entre tradiciones tiene el fin de ilustrar la diversidad y la pluralidad de enfoques que caracteriza al IS, en esta reflexión nos limitamos a retornar la postura de la Escuela de Chicago.

            La versión procesual del IS es una respuesta a los procedimientos y concepciones hegemónicas dentro de las ciencias sociales que, no obstante, se distingue por su fuerte conexión con el mundo empírico (Plummer, 2000). Esta escuela entiende a la realidad social como un entramado de significados en continuo proceso de construcción. Dicha concepción descansa en las ya clásicas premisas propuestas por Blumer (1969): 1) las personas actúan con base en el significado que los objetos tienen para ellas, 2) el significado de los objetos se construye a través de la interacción social, y 3) los significados pueden modificarse a través de la interpretación que las personas hacemos de ellos. Para observar a la realidad social por medio de estas ideas constitutivas y comprender y analizar el vínculo entre individuo y sociedad, Blumer (1969) propone al sí mismo, al acto, a la interacción social simbólica, a los objetos y a la acción conjunta como conceptos fundamentales e interdependientes que operan de manera no lineal (ver Figura 1).

 

Figura 1

Conceptos centrales de la perspectiva interaccionista

Fuente: elaboración propia basada en Blumer (1969).

 

Esta mirada procesual, interpretativa, ideográfica y cercana a la fenomenología ofrece la posibilidad de un análisis psicosocial disruptivo y contestatario con respecto a otras propuestas funcionalistas y otras que podrían rozar en el psicologicismo. Como un punto que consideramos imperativo, está la conceptualización de un sujeto reflexivo desde la cual es posible poner en tela de análisis la resistencia o aceptación individual de las estructuras y normativas sociales, y desestabilizar concepciones que ven a las personas como meros receptáculos pasivos de la cultura (Musolf, 2003). Esto no quiere decir que, a priori, se piense en una plena autonomía personal, pues como Blumer (1969) indica, es preciso considerar los recursos internos al momento de explorar esta capacidad de agencia en los sujetos. Lo políticamente destacable es que esta visión reconoce la capacidad y potencial de (re)interpretación y (re)significación de las personas como una forma de cambio y transformación social (Blumer, 1969).

            A pesar de que la perspectiva interaccionista parte de un enfoque medular en la capacidad creativa de los sujetos, no obvia a los sistemas de organización social. Desde una lectura acuciosa de las reflexiones de Blumer (1969), encontramos que el autor no omite la cuestión estructural, sino que la considera como un marco situacional de la interacción, las acciones, la interpretación y la reflexividad. Otra manifestación de la estructura social señalada por esta visión, se encuentra en el otro generalizado, es decir, por medio de la interiorización de normas, valores, creencia y prescripciones (Charon, 1992).

            Entre las líneas de lo discutido hasta el momento se podrá leer que para el IS la construcción de conocimiento es parcial y situada. Esto deriva de su explícito reconocimiento de que las personas habitamos realidades espaciales, históricas y culturales específicas y que, por ende, hay múltiples formas de estar y conocer en el mundo (Plummer, 2002). Es bajo estas condiciones que quien investiga y quien es investigada e investigado entran en un encuentro de subjetividades.

            Su enfoque procesual e intersubjetivo también sitúa al interaccionismo como un marco metodológico que, más que ofrecer una serie de pasos a seguir o técnicas específicas, abre un espacio creativo e imaginativo al entenderlo como un posicionamiento orientador en la investigación social (Schwalbe, 2019). Detrás de dicha postura está el objetivo de comprender los fenómenos psicosociales desde la perspectiva única de sus protagonistas, de adaptar la observación a las demandas de los contextos y situaciones de investigación, y de evitar adentrarnos al campo portando una escafandra que nos aísle de percibir la naturaleza de la experiencia de los sujetos (Blumer, 1940). En el subtexto de este encuadre yace una postura política sobre la construcción de conocimiento y la transformación social asociada al humanismo crítico (Plummer, 2005).

            Aunque en sus orígenes la mirada procesual del IS no tomó explícitamente a las dinámicas de poder y de opresión como uno de sus conceptos sensibilizadores[4] (Blumer, 1954) centrales, sus bases la hacen un aparato teórico robusto para abordar su funcionamiento y mecanismos (Gadea, 2018). El trabajo de Aranda (2016) sobre la estigmatización de migrantes centroamericanos en tránsito por México ilustra, precisamente, cómo la aplicación del marco interaccionista permite una aproximación psicosocial crítica en y desde América Latina. A través de sus hallazgos el autor nos permite conocer, a partir de las voces y los contextos simbólicos de los migrantes, cómo se vive la exclusión social en múltiples interacciones por el territorio mexicano, el malestar emocional generado por el rechazo, y los puntos de fuga en los que se puede negociar y (re)significar la subalternidad aún ante una recalcitrante situación de vulnerabilidad. En un escenario en el que convergen múltiples desigualdades, estructuras de opresión y una amplia heterogeneidad cultural como la latinoamericana, encontramos en el IS una perspectiva que puede sumarse a la visión y episteme de las Psicologías Latinas que Flores-Palacios (2011) ha señalado. Esto último nos parece fundamental, pues el posicionamiento al que invita la autora aporta una mirada similar y de cierta convergencia con la crítica planteada por el feminismo decolonial.

 

El Punto de Vista Feminista como teoría política

En la introducción mencionamos que el feminismo es un movimiento reivindicatorio amplio y plural con múltiples ámbitos y niveles de expresión. Uno de ellos, el que aquí nos ocupa, es su articulación en un aparato crítico-conceptual. Si bien no existe una única teoría feminista, en el núcleo de todas sus vertientes radica el interés por la constante discusión sobre las inequidades sociales, la crítica al androcentrismo, la reflexión epistemológica sobre el género y la ubicación social en la ciencia, y la articulación de teorías desde las que se pueda explicar la diferenciación sociosimbólica entre mujeres y hombres (Saltzman, 1997).

            Desde su irrupción dentro de los ámbitos académicos en la década de los setentas, las diversas expresiones de la teoría feminista han tenido un impacto político transgresor al reivindicar a las mujeres como sujetos cognoscibles y cognoscentes (Gross, 1995). Bajo este potente cuestionamiento de la construcción de conocimiento científico han surgido influyentes discusiones epistemológicas. La tipología propuesta por Harding (1986) señala tres principales tendencias de pensamiento que Blazquez (2012), desde sus aportaciones feministas al tema de la ciencia y tecnología, considera relevantes: 1) el feminismo empirista que busca eliminar sesgos de género para hacer “buena ciencia”; 2) el postmodernismo feminista que busca deconstruir la categoría “mujer” y reivindicar la otredad; y 3) el Punto de Vista Feminista que asume una suerte de privilegio epistémico en la visión de las mujeres como sujetos subalternizados. Así, desde el feminismo encontramos una perspectiva conceptual y un posicionamiento político que tiene el potencial de sobrepasar la descripción y la explicación, y de hacer de la ciencia un espacio estratégico desde el cual articular rutas de acción y transformación social.

            Si bien en este trabajo nos posicionamos desde el Punto de Vista para comprender sus implicaciones teóricas y prácticas políticas, hacemos un breve repaso por algunos de los vértices que estructuran la investigación como una forma más de la praxis feminista. Una de las aportaciones centrales del feminismo como teoría, y de especial interés para nuestra reflexión, es el desarrollo de la categoría de género. Ésta es una herramienta conceptual que, si bien su conceptualización puede variar de un posicionamiento a otro, de manera amplia posibilita la visibilización, el análisis y la explicación de las dinámicas de opresión basada en la diferencia sexual, pero que se mantiene sensible ante otras categorías de estratificación social (Castañeda, 2008). De esta manera, la mujer y el hombre se entienden como sujetos teóricos o simbólicos, así como posiciones interiorizadas de manera relacional (Izquierdo, 2010). No obstante, parte de las discusiones y reflexiones señalan que sexo y género no son categorías independientes, sino que se enlazan en y a través del sustrato biológico y simbólico de los cuerpos (Fausto-Sterling, 2019).

            En el caso particular de la Psicología Social, la inclusión de la categoría de género ha cuestionado a las perspectivas individualistas y funcionalistas que incorporan al sexo como una variable independiente, y ha marcado una transición hacia la conceptualización de la diferencia sexual como un marco de regulación social y no sólo como la causa de comportamientos específicos (Flores-Palacios, 2014). De esta manera y como Izquierdo (1998; 2010) lo sugiere, el valor político de incorporar esta categoría ha residido en que el género remite a un sistema de relaciones interdependientes, multifactoriales y multifacéticas en el que tanto mujeres como hombres pueden ser sujetos de acción social y objetos de la opresión.

            Dentro del proyecto crítico del feminismo la noción de experiencia ha sido fundamental para trazar rutas de acción conceptual y política. Para Trebisacce (2016) esto se debe a que desde la enunciación de la experiencia vivida se puede nombrar y dar sentido a lo oculto en el silencio, se pueden desvelar realidades subalternas, y se puede tener un sustento empírico de las dinámicas de opresión y las relaciones de poder. Por ello, la experiencia puede ser entendida como un proceso dinámico del que parte la construcción de subjetividades y significados en la vida cotidiana (de Lauretis, 1989).

            Las discusiones en torno al género y la experiencia desde el feminismo académico han transcendido a la articulación entre epistemología y metodología, abriendo así un espacio para la revisión crítica de las formas de hacer investigación. Lo que subyace en la perspectiva feminista es una noción situada y parcial de la construcción del conocimiento que sobrepasa las discusiones sobre los sesgos y la separación entre las buenas y las malas prácticas científicas, y define a la objetividad como un proceso intersubjetivo (Haraway, 1988).

            De este modo, encontramos en la Teoría del Punto de Vista Feminista y sus conceptualizaciones una postura política que clama por la transformación y, por lo tanto, resulta pertinente dentro de la Psicología Social. Esta teoría hace una crítica al positivismo, una discusión reflexiva sobre la relación entre conocimiento y poder, un énfasis en la dimensión material de la opresión, una aproximación desde la perspectiva de los sujetos, y una propuesta de recursos y estrategias para habilitar la emancipación de grupos subalternizados (Harding, 2012). Se trata, pues, de un posicionamiento transversal que no se constriñe a un método exclusivo (Harding, 1987).

            Como epistemología, el Punto de Vista Feminista implica observar desde una posición crítica siempre en proceso reflexivo. Bach (2014) señala que uno de los pilares de esta apuesta teórica es su potencial transdisciplinar, multidisciplinar y antidisciplinar, lo que la vuelve una plataforma para acercarse a otras categorías y fenómenos de estratificación social además del género con un enfoque interseccional. En esta convergencia de posibilidades, encontramos en la Teoría del Punto de Vista una fructífera plataforma de diálogo con los feminismos decoloniales y su interés por producir saberes desde la(s) subalternidad(es) en América Latina (Espinosa, 2016). Sin obviar el origen anglosajón de la propuesta del Punto de Vista Feminista, su inclinación por el trabajo “desde abajo y por las voces de quien vive la opresión, incentiva el descubrimiento y elaboración de categorías propias y situadas que hablen de las experiencias de los contextos latinoamericanos. He ahí donde radica el potencial político de esta teoría pues no sólo se limita a una discusión conceptual, sino que también traza rutas hacia la emancipación que, desde la investigación, se pueden asumir en consecuencia con una epistemología feminista como la de Harding.

            Como un último apunte conceptual es necesario precisar y aclarar que, pese a la centralidad y protagonismo que el género pareciera tener al hablar de las teorías feministas ya sea desde la Teoría del Punto de Vista u otros desarrollos intelectuales, las posibilidades de análisis no se limitan a esta categoría. Por este motivo, coincidimos con las reflexiones de Unger (2007), para quien la simbolización de la diferencia sexual es sólo una de las aristas a explorar desde esta perspectiva teórica. Lo que permite esta plasticidad, de acuerdo con la autora, es que además de ser un aparato conceptual, el feminismo como teorización es sobre todo una práctica política en constante evaluación y replanteamiento. Esta práctica comienza y se fundamenta en las preguntas de investigación que planteamos y buscamos contestar (Unger, 2007).

            Flores-Palacios y Figueiredo (2019) señalan, metafóricamente, que la epistemología feminista es una aguja que permite entrelazar teorías, categorías y métodos como si fuesen hilos. De tal modo, nos encontramos con una herramienta que permite asumir un posicionamiento crítico-político y transdisciplinar en la investigación. Desde estas reflexiones, es viable y pertinente hilvanar al IS y a la Teoría del Punto de Vista con el objetivo de conformar un tejido de los procesos de significación e interacción, de la experiencia vivida y de las dinámicas de poder. Así, potencialmente, podemos visualizar las ramificaciones de ese bordado escénico en la cultura.

 

Un engranaje crítico, conceptual y político

La articulación entre cuerpos conceptuales específicos y el feminismo dentro de la Psicología Social no es una novedad. Desde la Teoría de las Representaciones Sociales, por ejemplo, se han desarrollado reflexiones teóricas y trabajos empíricos que reflejan la pertinencia, la congruencia conceptual, la riqueza analítica y el potencial político de establecer estos puentes (Arruda, 2012; Flores-Palacios y Serrano, 2019). Asirse de un marco teórico congruente con la visión de que el género es el resultado de procesos sociohistóricos y culturales es fundamental para ir más allá de la visibilización de la diferencia sexual y, de este modo, integrar una plataforma teórico-metodológica explicativa y transformadora (Flores-Palacios, 2014). Conjuntar la perspectiva feminista con la psicosocial es una práctica imprescindible desde la disciplina psicológica, si se pretende desentrañar los procesos sociales, cognitivos y afectivos que atraviesan la edificación del sistema sexo/género. En el telón de fondo de esta integración, el vínculo entre individuo y sociedad es el eje para comprender las dinámicas de (re)producción, mantenimiento y transformación de desigualdades basadas en el género y en otras categorías, así como para acercarse a la diversidad de dimensiones que atraviesan estos procesos.

            Uno de los primeros esfuerzos por incorporar el IS desde una mirada feminista se le atribuye a Taft[5] (1915) con su trabajo sobre el movimiento de las mujeres en Estados Unidos de América. Las aportaciones más sugerentes de esta autora son su énfasis en el carácter histórico y relacional de la desigualdad de género, así como en la transformación del sí mismo como una vía para desarticular esta desigualdad sistemática. En décadas posteriores, han aparecido más reflexiones focalizadas en comprender las experiencias de las mujeres desde una mirada interaccionista influenciada, principalmente, por la Escuela de Chicago (Deegan y Hill, 1987). Otros nichos en los que el IS ha sido una plataforma para comprender las dinámicas de género han sido la creciente comercialización del cuidado y la intimidad (Hochschild, 2003), el papel que juegan las emociones en la reproducción de la desigualdad en diversas situaciones sociales (Fields, Copp y Kleinman, 2006), y las experiencias y los significados en torno a las sexualidades (Jackson y Scott, 2010).

            Así, ante las posibilidades de una aproximación psicosocial para comprender cómo operan los sistemas de opresión y desigualdad, Kleinman y Cabaniss (2019) invitan a construir una suerte de Interaccionismo Simbólico Feminista (ISF) como un posicionamiento teórico específico. Esta postura lleva consigo un mayor reconocimiento del papel de las estructuras sociales en los procesos de significación, una mayor orientación hacia acciones transformativas, y una mayor explicitación de su trasfondo político en comparación con formas más tradicionales del IS (Deegan, 2016). Para ilustrar nuestro entendimiento de la integración de la perspectiva interaccionista y el Punto de Vista Feminista nos valemos del engranaje como metáfora. Lo que buscamos transmitir con esta figura retórica es que una perspectiva no es accesoria a la otra sino que, al implementarlas de manera conjunta como un mecanismo crítico-conceptual, es posible amplificar la potencia analítica y metodológica de ambas. Aquí, buscamos ampliar las reflexiones sobre las posibilidades de este engranaje en diversas dimensiones.

            En el plano conceptual y analítico, el ISF ofrece una mirada procesual del funcionamiento de las dinámicas de desigualdad y opresión de género (re)producidas a través de la interacción, la significación y las prácticas de la vida cotidiana (Saltzman, 1997). Lo anterior, permite la construcción de teorías situadas y ancladas a contextos empíricos específicos para denotar el carácter social de los significados (Jackson, 2001). La mirada feminista potencializa el enfoque en las relaciones de poder al asumir que los procesos de significación pueden ser parte de las dinámicas de desigualdad, al mismo tiempo que la (re)construcción de significados también puede ser parte de las estrategias de negociación y resistencia ante las situaciones de opresión (Kleinman y Cabaniss, 2019). La potencialidad reflexiva del sí mismo es lo que hace posible pensar en estas posibilidades de transformación y creación de los sujetos. A pesar del marcado énfasis del interaccionismo en el mundo simbólico, Jackson (2001) destaca que sus bases conceptuales son una herramienta fundamental para dar luz a los efectos materiales de la desigualdad, un elemento central en el proyecto político feminista.

            Desde el punto de vista interaccionista, el género es una categoría dinámica que toma sentido en el acontecer de la vida cotidiana. West y Zimmerman (1987) se han referido a este proceso como “hacer género” ante la presencia real o imaginada del otro. La autora y el autor proponen que somos las personas mismas quienes, a través de nuestras acciones, (re)creamos el género día con día en contextos situados con formas específicas de legitimar y reproducir un estatus diferenciado y binario entre mujeres y hombres. Para Cala y Barberá (2009) esta perspectiva permite el análisis del sistema sexo/género como una actividad colectiva que puede explorarse a nivel sociocultural (elaboraciones ideológicas que se transmiten a través de diversas instituciones), interaccional (formas de relación entre las personas) e individual (aceptación, negociación y reproducción de las prescripciones y roles sociales).

A nivel metodológico, el ISF hace posible el reconocimiento de que la situación de investigación es, en sí misma, una interacción simbólica y una acción conjunta. Al comprender que el proceso investigativo es un encuentro intersubjetivo, se hace posible la edificación de una relación horizontal y cooperativa entre quien investiga y quien es investigada o investigado. A pesar de que no hay un método feminista, para acercarse a este proceso se requiere la implementación de métodos y técnicas que permitan escuchar las voces de los sujetos y capturar las características de sus entornos simbólicos. Con aproximaciones como la construcción de narrativas o la etnografía por nombrar sólo un par de posibilidades, la descentralización del poder epistémico puede hacerse aprehensible en la emergencia de categorías fundamentadas en las experiencias, las acciones y las perspectivas de quien encarna los fenómenos psicosociales (Blumer, 1940). Para Stewart (2003) ese es el punto en el que lo epistemológico y lo metodológico se cruzan, y en el que el engranaje entre interaccionismo y feminismo ha sido una plataforma para presentar la realidad vivida por las mujeres desde una marcada afinidad con la Teoría del Punto de Vista (Harding, 2012). De esta manera, el ISF ofrece una vía metodológica que se opone a las pretensiones cientificistas de neutralidad y objetividad acríticas, que reconoce la potencialidad reflexiva tanto de quien investiga como de los sujetos de investigación, y dentro de la cual los valores feministas de libertad e igualdad encuentran un lugar de enunciación y un sitio estratégico para adentrarse al mundo empírico.

En el plano político, el ISF representa un aparato crítico-teórico que pone en manifiesto las implicaciones psicosociales de la desigualdad las cuales, de otra manera, podrían pasar desapercibidas por la “banalidad” atribuida a la vida cotidiana. Este marco de referencia permite visibilizar y poner en tela de análisis el entrecruzamiento de distintos sistemas de opresión en la constitución de subjetividades, por ello, también representa una fructífera base para incluir una perspectiva interseccional dentro del proceso investigativo (Kleinman y Cabaniss, 2019). Esta característica resulta sumamente relevante en el contexto latinoamericano, en el que múltiples opresiones derivadas de la raza, la etnicidad, la clase, la sexualidad y la ubicación geopolítica, entre otras, hacen que aislar y aprehender al género sea fútil si no se consideran otras dimensiones de desigualdad (Maier, 1998). En estos términos, la posición que asume el ISF comprende que las categorías sociales que integramos para el análisis de las dinámicas de poder toman sentido político a través de sujetos situados en contextos con condiciones particulares.

Para hacer más ilustrativa la forma en que se articula el engranaje teórico-político representado por el ISF, en la Tabla 1 mostramos una comparación entre la perspectiva interaccionista, el Punto de Vista Feminista y de la propuesta de integración de ambas que hemos planteado.

 

Tabla 1

Comparación entre el interaccionismo, la Teoría del Punto de Vista y la aproximación feminista a la Interacción Simbólica

Características

Interaccionismo Simbólico

Teoría del Punto de Vista Feminista

Interaccionismo Simbólico Feminista

Perspectiva del mundo social

Mundo empírico y simbólico en constante reconfiguración

Mundo conformado por múltiples sistemas de opresión

Mundo simbólico con repercusiones subjetivas, de poder y materiales en las condiciones de vida

Construcción del conocimiento

Situada y parcial

Situada y parcial

Situada y parcial

Perspectiva de la estructura social

Condiciones que enmarcan la acción y la significación

Condiciones que enmarcan la acción y lo que se puede conocer

Sistemas de organización y opresión empalmados que se (re)crean en la vida cotidiana y en/desde las subjetividades y la interacción

Perspectiva del sujeto

Actor y agente reflexivo que construye e interpreta significados

Su localización en la estructura lo limita y/o habilita

Actor reflexivo que (re)produce, (re)significa y resiste a las dinámicas de dominación

Objeto de indagación

Significados e interacciones

Experiencia y relaciones de poder

Significados, interacciones y experiencias que se (re)crean en/desde sistemas de organización y opresión social

Bases conceptuales

La interacción entre sujetos crea el sentido intersubjetivo y la realidad social

La organización social se basa en la simbolización jerárquica de las diferencias

Los sistemas de opresión toman forma y sentido a partir de la significación y la interacción

Bases metodológicas

Indagación que respeta la naturaleza del mundo empírico a través de categorías sensibles a los sujetos y sus contextos

Comprender desde el punto de vista de grupos subalternos y no reproducir dinámicas de opresión

Comprender desde las voces y experiencias de grupos subalternos en contextos situados, y buscar la horizontalidad en la situación de investigación

Fuente: Elaboración propia.

 

En el aparato crítico-conceptual que hemos discutido, la perspectiva interaccionista nos lleva a fijar la atención analítica en los procesos de significación, mientras que la Teoría del Punto de Vista posibilita enmarcar esos procesos en la estructura social más amplia. En este interjuego, se instauran los cimientos desde los cuales podemos integrar diversas categorías para el análisis de las dinámicas de desigualdad y, al mismo tiempo, convierte a los procesos de negociación, resistencia y (re)significación en materia de indagación.

Desde nuestra apreciación, el ISF es una sugerente plataforma de enunciación conceptual y política dentro de la Psicología Social que permite abordar una amplia variedad de fenómenos desde diversas aristas, y concebir a las mujeres y los hombres como sujetos de acción que construyen significados. Es, además, un espacio flexible, creativo e imaginativo que no se desprende de procesos rigurosos y sistemáticos de indagación. No obstante, enfatizamos que sus alcances se encuentran en su enfoque psicosocial para comprender los procesos de significación y diferenciación. Más que pensar en esto como una limitante, desde nuestra reflexión esta mirada puede representar una vía para plantear preguntas novedosas. Considerar los aspectos sociocognitvos y afectivos de los sistemas de desigualdad tiene un destacable potencial político, explicativo y transformador. En el caso del género, por ejemplo, este potencial lo encontramos en que una mirada psicosocial ve más allá de las diferencias entre mujeres y hombres, y plantea un análisis situado de los escenarios y condiciones que dan lugar a esas diferencias y sectorizaciones (Unger, 1990).

El carácter profundamente psicosocial del ISF se aleja de concepciones individualistas o dicotómicas entre individuo y sociedad. Pero su concepción de un sujeto reflexivo que toma un papel activo en la construcción intersubjetiva de la realidad, nos lleva a analizar los sistemas de desigualdad de una forma diferente. Desde este posicionamiento podemos pensar que las estructuras sociales no son entidades independientes y autónomas que habitan fuera del sujeto y que éstas, en cambio, logran (re)producirse a través de nuestras subjetividades, acciones, interacciones y significaciones. Al mismo tiempo, esta forma de entender a la desigualdad representa un nodo para considerar posibilidades de transformación focalizada, también, desde una mirada psicosocial. Así, encontramos una ventana hacia el mundo empírico para observar las contradicciones y los matices de las experiencias y los significados, y (re)descubrir nichos de indagación sobre cómo opera la desigualdad y cómo desarticularla. En estas nociones, el proceso de deconstrucción y reconstrucción cobra un sentido fundamental para el avance de las (re)significaciones del lugar del sujeto, particularmente para la búsqueda de su legitimación y libertad.

Otro aspecto que queremos destacar del engranaje entre el IS y el Punto de Vista Feminista es la ejecución metodológica que facilita. Un punto focal de esta integración es que el proceso investigativo debe ser sensible y orientarse por las voces de los sujetos y su contexto situado, y no al revés. De esta manera, uno de los objetivos a alcanzar es la fundamentación de nuestros hallazgos en la experiencia de las personas desde sus referentes y condiciones de vida. Esto contribuye a la construcción de rutas alternativas hacia la democratización de la construcción del conocimiento, cuestión que aquí entendemos como un proceso imprescindible para paliar las relaciones asimétricas en la práctica investigativa, y para hacer de la ciencia una herramienta de transformación y lucha contra las desigualdades sociales.

Como postura metodológica, el ISF se adhiere a los tres ejes fundamentales que, de acuerdo con Flores-Palacios (2017), conforman la perspectiva feminista en investigación: 1) es un posicionamiento y compromiso político con la transformación de la realidad social, 2) hace una explícita enunciación epistemológica que busca deconstruir absolutismos y esencialismos tanto ideológicos como disciplinares, y 3) se fundamenta filosófica y éticamente en los principios ilustrados del feminismo. Este último punto en particular, que si bien puede entenderse como una herencia del pensamiento europeo, nos habla de la necesidad de consolidar el acceso a los derechos humanos, a la igualdad y al reconocimiento de la individualidad (de las Heras, 2009) como un hito aún a alcanzar por las mujeres en todo el mundo. Lo anterior es de vital importancia, pues en el campo particular de la Psicología Social y de la Psicología como disciplina, Unger (1990) señala que sus propias categorías, métodos y posibilidades de cuestionamiento han mantenido una relación interdependiente con la construcción ideológica de la diferencia sexual. Es decir, desde el discurso y prácticas científicas y psicológicas las prescripciones y roles de género también han sido constituidos.

A pesar de lo señalado, encontramos que las posibilidades de la perspectiva interaccionista han sido subutilizadas (Saltzman, 1997) y parecen haber caído en el abandono (Jackson, 2001) dentro de los estudios feministas. Empero, la reflexión sobre este engranaje se ha mantenido en proceso desde el surgimiento de la Escuela de Sociología de Chicago a inicios del siglo xx, y sugerimos que es necesario y pertinente continuar reflexionando sobre sus posibilidades y ampliar su aplicación.

 

Conclusión

La reflexión teórica que proponemos no pretende poner al ISF en un pedestal o en una ponderación superior con respecto a otras propuestas. Nuestra intención ha sido explicitar cómo, tanto el marco interaccionista como el del Punto de Vista Feminista, pueden potencializarse si se integran, ya que comparten múltiples puntos de congruencia. Al hablar del carácter parcial y situado del conocimiento, Harding (2012) invita a un necesario proceso reflexivo para hacer consciente el posicionamiento de quien investiga. Este posicionamiento puede ser un tanto vacío si sólo se limita a la confesión del estatus social de la investigadora o el investigador. Para Harding (2012), lo substancial y políticamente relevante de este proceso es una actitud de humildad intelectual que reconozca la imposibilidad de la validez universal del conocimiento. Esto lo traemos a discusión para explicitar que situarse desde una aproximación feminista a la interacción simbólica tiene alcances y limitaciones. Sin embargo, resaltamos que partir desde este engranaje permite analizar y plantear estrategias de cambio a través de la dimensión psicosocial y, con ello, una aproximación para mapear la construcción de significados y relaciones de poder de abajo hacia arriba. En ese transitar, algunas nociones, conceptos o circunstancias podrían estar fuera de lo que esta integración permite observar, por ello, el diálogo entre perspectivas es un aspecto fundamental para ampliar nuestra comprensión de la desigualdad y las posibilidades para transformarla.

            La integración teórica y epistemológica presentada es un recurso conceptual para aprehender la multidimensionalidad de los fenómenos psicosociales sin caer en esencialismos, y que siempre busca poner en foco las voces de sus protagonistas. De esta manera, posibilita un variado abordaje analítico que atraviesa a las identidades, la construcción de significados, las relaciones interpersonales, la afectividad, los actos, los códigos e imposiciones culturales, la significación de objetos, así como la forma de vivir y conducir el cuerpo, por mencionar sólo algunas posibles rutas de aplicación. Desde nuestra apreciación, esto representa un rico y fructífero punto de partida para los estudios feministas dentro de la psicología, ya que desborda las posibilidades de indagación del género. Con ello, la discusión se orienta al punto clave de la práctica política feminista en la investigación que, como lo señalamos anteriormente, radica en las preguntas que planteamos desde este posicionamiento (Unger, 2007).

            El engranaje que aquí hemos discutido denota la riqueza, flexibilidad y rigurosidad de implementar una práctica transdisciplinaria. Dicha práctica, como lo señala Flores-Palacios (2017), no puede desvincularse de los estudios feministas pues, para siquiera imaginar nuevas formas de organización social más equitativas en las que la libertad y la autonomía sean una posibilidad palpable, se requiere comprender la multidimensionalidad y complejidad encarnadas en los seres humanos. Por ello, sugerimos que en el proyecto de deconstrucción de nociones rígidas que han (re)producido la subalternidad de diversos grupos sociales desde la ciencia psicológica, la construcción de puentes disciplinares y conceptuales es ineludible.

            En reflexiones anteriores, otras autoras han señalado que la perspectiva de género se enfrenta a una potencial fetichización de la diferencia sexual como la causa única de casi todos los males sociales (Lamas, 2002), y que su abordaje e implementación aún parten de una conceptualización maniquea basada en el binomio mujer-víctima y hombre-victimario (Izquierdo, 2010). En el contexto de este punto de inflexión, encontramos en el ISF una vía para comenzar a responder a algunos de los retos dentro de los estudios feministas. A decir de Eagly (2018), uno de los mayores desafíos para estos estudios dentro de la Psicología en la actualidad es la necesidad de reflexionar sobre su panorama ideológico a través de un proceso metacrítico. Para la autora citada, este proceso reflexivo es necesario para plantear nuevas rutas críticas y de acción en las que la organización social, la individualidad de las personas y la realidad orgánica y material de los cuerpos se tomen en consideración bajo una mirada integrativa sobre el género. Aquí, estamos lejos de sugerir que el marco interaccionista provee todos los elementos requeridos para responder a tan retadora coyuntura. Nuestra propuesta, en cambio, es que la transdisciplinariedad y el diálogo constante con otras perspectivas es imprescindible para mantener y potencializar el valor conceptual, político y transformativo del feminismo en tanto expresión teórica.

 

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[1] Universidad Nacional Autónoma de México, México. Correo electrónico: janet.gaal@gmail.com

[2] Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales, (CEPHCIS), UNAM, México. Correo electrónico: fatimafpalacios@gmail.com

[3] Para una revisión en profundidad consultar a Stryker y Vryant (2006).

[4] Para Blumer (1954) la investigación no debe de estar orientada por conceptos operacionalizados de manera rígida que sólo remiten a variables. Como alternativa, piensa a los conceptos como guías flexibles y sensibles para observar el mundo empírico y para comprender procesos situados de significación.

[5] Aunque esta teórica fue revolucionaria e innovadora, también vivió segregación debido a su condición de género en el ámbito académico a pesar de ser pionera en el desarrollo de la perspectiva interaccionista y ser discípula de George H. Mead (García-Dauder, 2014).