INTERSECCIONES
Y ENTRECRUZAMIENTOS. TRANSITANDO DE BINARISMOS A PLURALIDADES
INTERSECTIONS AND CROSSINGS. MOVING FROM BINARISMS TO
PLURALITIES
Karen Mabel Mardones Leiva[1]
Cynthia Vergara Maldonado[2]
Daniela Zúñiga Silva[3]
Resumen
El manuscrito expone un recorrido por
las perspectivas teóricas centradas en lo interseccional y el cruce, las que han abierto debates
sobre las intersecciones, hibridaciones, mixturas y fluideces. Se propone sumar
al campo de los estudios de género las trayectorias teóricas del entrecruzamiento
para ponerlas en diálogo y aplicarlas de manera crítica y creativa a éste. Revisando
los planteamientos de intelectuales de diversas áreas del conocimiento: Kimberlé
Williams Crenshaw, Néstor García Canclini, Hommi Bhabha y Nancy Fraser, se plantea
tensionar las normatividades sexogenéricas que imperan en el orden de la
cultura y a partir de las cuales se excluyen las pluralidades propias de la
vida social. Las referencias comparten su crítica al pensamiento binario, una
des-idealización de lo puro, lo nativo, la identidad, la fijeza, del sujeto
monolítico; no creen en las categorías fijas de lo moderno; más bien comparten
la perspectiva del dinamismo, de los flujos, de la permanente reconfiguración
de la alteridad/otredad. La visita a intelectuales se traduce en algunas
propuestas ―y también preguntas― para ampliar el cuerpo teórico-conceptual en
el campo de los Estudios de género.
Palabras
clave: género, interseccionalidad, hibridación, entre-medio,
fluidez
Abstract
The manuscript presents a review of the theoretical perspectives on
intersections and crossings which have opened up discussion on intersections,
hybridities, mixtures and fluidities. To the existing field of gender studies, we
propose to add the theoretical trajectories of crossing in order to open them
up to dialogue, and to apply them in dialogue critically and creatively. We
review intelectual proposals from different areas of knowledge: Kimberlé
Williams Crenshaw, Néstor García Canclini, Hommi Bhabha and Nancy Fraser; our
aim is to tension the sex-gender normativities which prevail in our cultural
order, and which are the basis on which the pluralities which form a part of
social life are excluded. The works referred to share this critical attitude to
binary thinking: a de-idealisation of the pure, the native, identity,
fixedness, the monolithic subject. They do not believe in the fixed categories
of modernity, but share the perspective of dynamism, flows and the permanent reconfiguration
of otherness/alterity. Our reading of intellectuals translates into some proposals
―and questions― to extend
the theoretical-conceptual corpus in the field of gender studies.
Keywords: gender, intersectionality,
hybridity, in-between, fluidity
Recepción:
16 de octubre de 2020/Aceptación: 14 de abril de 2021
Introducción
“No les traigo ninguna noticia de los
márgenes. Les traigo noticias del cruce, que no es el reino de dios ni la
cloaca, sino todo lo contrario (…) Y me voy a quedar un rato. En el cruce.
Porque es el único sitio que existe, lo sepan o no. No existe ninguna de las dos
orillas. Estamos todos en el cruce” (Paul B. Preciado, 2019, pp. 27-28).
Desde el postfeminismo se convoca a la
diversidad de identidades de los cuerpos biológicos, así como a la
multiplicidad de prácticas y orientaciones sexuales que no habían sido previstas
por la heteronormatividad. Se sostiene que no hay unicidad en el “ser mujer”, y
tampoco en el “ser hombre”, por tanto, no hay naturalidades, esencias ni
identidades fijas, sino más bien herencias y tradiciones originadas y
perpetuadas en el curso de la historia (Carrillo, 2004; Monroy Cuellar, 2020). Por ello, se
propone desmontar la presunción canónica y universalista de las dicotomías
polares, para así desplazarnos/movernos/fluir entre los saberes teóricos que
examinan los roces, los cruces, los entre y los intersticios; y “ampliar
los espacios de circulación de los sujetos en la vida cotidiana” (Felizardo,
2020, p. 45).
Las perspectivas de la interseccionalidad y del
cruce invitan a explorar las intersecciones, las mixturas, las pluralidades, es
decir las heterogeneidades y complejidades de la vida social. Con el propósito
de mostrar la diversidad de las trayectorias teóricas del entrecruzamiento, se
propone ponerlas en diálogo ―para aplicarlas de manera crítica y creativa― en/con la agenda de
género y feminista; que permita cuestionar conceptos tan ampliamente utilizados
como “identidad”, “mujer”, “hombre”, “homosexual” o “heterosexual”, así como “blanco”,
“negro”, entre otros. Todos éstos alertan sobre categorías sociales, muchas
veces rígidas, que dificultan ampliar el horizonte de análisis de los
entramados de la vida humana, así como las relaciones de dominación y opresión que
de ellas se derivan, imperadas por mandatos hegemónicos del cis-blanco y la
heteronorma.
Una de las
discusiones que pretende abrir el manuscrito es, precisamente, el desacato a
las normatividades sexogenéricas, en las fisuras que son las intersecciones,
cuestionando el
sistema de categorías fijas y binarias del discurso hegemónico, por sus efectos
nocivos sobre ciertas subjetividades al desconocer sus realidades y sus puntos
de vista; lo que limita la capacidad de agencia y autonomía de sujetos y
colectividades fuera de dichas categorías (Cubillos, 2015; Yuval-Davis, 2011).
Consideramos
que teorizaciones que permitan diluir dichas dicotomías, podrían constituir un aporte para la discusión que ya con
anterioridad la perspectiva interseccional ha abierto en el feminismo y que precisamente las
perspectivas del cruce podrían ampliar. Como sostuvo Monroy Cuellar (2020) probablemente
las teorías del feminismo de color han sido las que más han influido en las
teorizaciones de la subalternidad, en tanto reivindican el hecho diferencial que
supone pertenecer a un grupo distinto al dominante.
Si bien los conceptos intersecciones y
entrecruzamiento podrán aludir a cuestiones similares ―que es justamente
lo que se concluye al final de este artículo―; la diferencia más bien tiene que ver con sus
"tradiciones" teóricas. El primero, intersecciones, proviene de la
perspectiva de la interseccionalidad, que tiene su origen en el feminismo negro,
por ello se visita a Kimberlé Williams Crenshaw. El segundo, entrecruzamiento, viene
desde el postfeminismo, perspectiva relevada por Judith Butler al referirse al
género en disputa (2016), al “cruce de géneros” (cross-gender) o a su propuesta
de deshacer el género (2016); y por Paul B. Preciado en “su viaje” en las
crónicas del cruce (2019). En el manuscrito se propone sumar a la perspectiva
del cruce a los intelectuales Néstor García Canclini, Hommi Bhabha y a
la intelectual Nancy Fraser, que, sin estar necesariamente todos vinculados a
los estudios de género, consideramos que sus aportes teórico-conceptuales
resultan interesantes de discutir en dicho campo.
Con el fin de dar cumplimiento a los objetivos
propuestos, se comenzará con una breve presentación de las normatividades
sexogenéricas que perviven en el imaginario social: el binarismo y la
hegemonía. Luego, desde perspectivas construccionistas y postestructuralistas,
se sostendrá que dichas normatividades han sido elaboradas socio históricamente,
y que su dilución pasa por la deconstrucción en tanto proceso intelectual y
político. A continuación, se revisarán las perspectivas de la
interseccionalidad y del cruce, a partir de la visita a intelectuales que
proveen de propuestas conceptuales potentes para desarmar los binarismos. A
modo de conclusiones, se expondrán las articulaciones visualizadas entre ambas
perspectivas ―interseccional y del cruce―, así como algunas
distinciones y finalmente algunas posibilidades conceptuales que se
vislumbraron para hacer referencia a la pluralidad y de ese modo tensionar las
categorías fijas.
Lo binario y la
hegemonía: normatividades sexogenéricas y sus desplazamientos
Como planteó Aguirre (2017), alejarse de las topografías binarias de la
modernidad occidental es, probablemente, una de las mayores contribuciones del
proyecto contramoderno al interior de las ciencias sociales y las humanidades.
En el campo de los estudios de género,
Rubin (1986) visibilizó la existencia de normativas sexogenéricas, a las que
ella llama sistema sexo/género. Expuso que las sociedades han objetivado el
binarismo sexogenérico, aceptando la existencia de sólo dos sexos: hombre y
mujer (macho y hembra) y su correspondencia con dos géneros: masculino y femenino,
respectivamente, institucionalizándose como la norma, como lo correcto y
natural. Junto a ello, ha emergido una asimétrica valoración de los
sexos, géneros y orientaciones sexuales, donde los hombres, lo masculino y lo heterosexual
gozan de mayor valoración social, y en donde lo femenino se construye en su
oposición al orden patriarcal y por un sistema donde operan castigos a las no
normatividades.
De ahí que el feminismo, como sostuvo Cubillos (2015), haya evidenciado cómo la
política de la identidad, impuesta por el ideario moderno, posiciona un sujeto
particular como representativo universal de la humanidad: hombre, masculino,
occidental/blanco, heterosexual, adulto y burgués, pasando de este modo a ser
el referente de la vida social y política en Occidente y donde todo lo demás es
visto como lo Otro, y por ello es subalternizado y excluido. También Butler
(2016) y Preciado (2008, como se citó en Monroy Cuellar, 2020) discutieron
sobre las mujeres como único sujeto del feminismo, en tanto “esta categoría
homogeneiza las diversas experiencias del ser mujer, además de que opera
legitimando los binarismos de género” (Monroy Cuellar, 2020, p. 107).
Binarismo sexo-género
El binarismo sexogenérico se expresa
en el dimorfismo ideal de los cuerpos y en una supuesta correspondencia de un
sexo con un género: se es hombre o se es mujer, se es masculino si se es hombre
o se es femenina si se es mujer: no hay otras opciones posibles. Por lo tanto,
“tales
categorías son establecidas a través de límites rígidos y arbitrarios sobre los
cuerpos, funcionando constantemente como prohibición de lo
múltiple” (Felizardo, 2020, p. 52). Los mandatos operan en función de
una finalidad reproductora y reforzada por la heteronormatividad como la única
dimensión válida para la existencia de estas dos categorías. Se es hombre en la
medida que el cuerpo se ajusta a un determinado molde, a ciertas
características, donde un aspecto central está puesto en la genitalidad,
básicamente en la existencia o no de un pene (y en un determinado tamaño de
éste). Aquella genitalidad actúa como mecanismo que debiera sostener la serie
de prescripciones y proscripciones asociadas a ese cuerpo. Estos discursos
refuerzan la idea reproductora que incluye mitos con relación al gozo sexual en
la mujer, únicamente dado por la genitalidad del hombre, y desconoce el propio
cuerpo de las mujeres como poseedoras de placer, construyéndolas meramente como
receptoras. De ese modo, las personas se encuentran constreñidas por las
formaciones discursivas (Foucault, 2002) sobre sus cuerpos sexuados; así, cada
ser humano responde a reglas/normas del deber ser que actúan como límites que
dibujan sus posibilidades de acción y pensamiento, que actúan como mecanismos
de control operando en sus subjetividades. Dichos análisis permiten dar cuenta
que en el trasfondo de toda sociedad ha existido y existen formaciones
discursivas sobre los cuerpos sexuados que se transforman en el orden de género
dominante, orden que es dicotómico, asimétrico y excluyente de los matices. Entenderemos
que los sujetos responden al aprendizaje de binarismos sexuales y a modelos de
masculinidad y feminidad hegemónica, que han sido internalizados a través de la
socialización, por lo tanto, la inscripción en los cuerpos ha sido un proceso
sociocultural, institucional y no natural.
Modelo normativo de masculinidad y feminidad
Dentro del sistema sexogénero (Rubin,
1986) se ubican modelos normativos de ser hombres y ser mujeres, en
determinadas sociedades y tiempos. Es precisamente al alero de ese binarismo
que la masculinidad y feminidad hegemónicas existen y persisten. El concepto de
hegemonía fue propuesto por Antonio Gramsci para analizar las relaciones de
clase y la dinámica cultural por la cual las clases superiores consiguen su
poder económico y cultural, con la creación de un liderazgo intelectual y moral
(Connell, 2015). Gramsci definió la hegemonía como ideología gobernante, como
un conjunto de ideas dominantes presentes en la sociedad, pero a las que la
gente da su consentimiento aparentemente natural. Él vio que los sujetos
marginados aceptaban el statu quo no por coerción, es decir, sin
necesidad de utilizar la fuerza, sino más bien por un consentimiento; es como
si dijesen: no estoy de acuerdo con ello o aquello, pero así son las cosas, así
funcionan, así han funcionado siempre, así han sido y así serán.
El conjunto de
creencias y expectativas dominantes en una sociedad y tiempo, es decir, que tienen
el predominio sobre otras creencias circulantes; pueden denominarse mandatos de
género, en tanto obligaciones de lo que se puede o no se puede hacer. Podemos
encontrar mandatos de género masculinos y femeninos, que prescriben y
proscriben lo que corresponde a hombres y a mujeres, respectivamente. Los
mandatos de género se definen como un conjunto de creencias y
expectativas asociadas a los cuerpos sexuados, que han sido construidas y
reproducidas culturalmente y con historia de operar así por mucho tiempo;
siendo obligaciones que deben cumplir hombres y mujeres; delimitando espacios y
actividades propios para unos y otras (Olavarría, 2001). Los mandatos de género,
por tanto, son representaciones sociales de las obligaciones, de las exigencias
sociales que se imponen a un ser humano, con relación a un determinado cuerpo
sexuado.
El modelo normativo/hegemónico
de feminidad, siguiendo a Castañeda-Rentería y Contreras (2017), aunque
reduccionista y homogeinizante, requiere señalarse para conocer los espacios de
resistencia que dentro de este modelo se generan en las experiencias concretas
de mujeres. Para diferentes estudiosas feministas el modelo femenino de la
mujer ha sido elaborado a partir de ésta como sujeto biológico y con
capacidad reproductora (Lamas, 2015; Lagarde, 2005; Castañeda-Rentería y
Contreras, 2017); de allí el término que acuñó la reconocida feminista mexicana
Lagarde (2005) de madresposas, como representación que remite a su condición de
entrega —incluso de su propio cuerpo— y servicio a otros. Desde esa vinculación,
la representación femenina ha sido construida a partir de la capacidad
reproductiva del cuerpo de mujer, de la maternidad, como hecho natural e
incluso inevitable, representando un núcleo permanente de sentido sobre la
feminidad (Castañeda-Rentería y Contreras, 2017). Como señaló Yuval-Davis
(2011) la ética del cuidado propuesta por el feminismo se asocia
tradicionalmente al rol de la mujer en la familia y la sociedad, y podría
contribuir a mantener discursos hegemónicos sobre feminidad y masculinidad
restando poder y autonomía a las mujeres y excluyendo experiencias y valores de
las minorías sexuales. Si bien, cuidar y ser compasivo es opuesto a la lógica
neoliberal ―que no reconoce el bien común― no es suficiente y obstaculiza la
resistencia a cambiar los valores normativos del cuidado y el amor, además de
las construcciones heteronormativas de feminidad y masculinidad como opuestos
complementarios (Yuval-Davis, 2011).
El modelo hegemónico
de masculinidad opera imponiendo normas sociales/mandatos de género que hay que
seguir para ser considerado un hombre de verdad. Los mandatos pueden ser
diversos y afectar diferentes ámbitos de la vida de los hombres, desde
cuestiones físicas hasta psicológicas, por ejemplo, cómo actuar con amistades,
cómo actuar con la pareja, qué actividades sí puede y debe realizar y cuáles
no.
Fue Connell (2015)
quien propuso el concepto de masculinidad hegemónica, justamente para denunciar
esa normatividad del deber ser al que tienen que responder los hombres para ser
considerados como tal. Si bien cada sociedad establece un orden de género y
específicamente un modelo normativo de masculinidad, un dato recurrente, en
distintas sociedades, es la negación y desvalorización de lo femenino e
infantil (Badinter, 1993), habiendo tres mandatos masculinos que se distinguen:
“los hombres son heterosexualmente activos; los hombres se deben al trabajo,
deben trabajar remuneradamente, y los hombres son padres y jefes del hogar” (Olavarría,
2001, p. 18). Connell (2015) sostuvo que dicha masculinidad coexiste con otras
masculinidades, que, por su no cumplimiento con las normas establecidas, son
devaluadas, ignoradas e incluso agredidas, a las que llama masculinidades
subordinadas y marginadas.
Construcción social y discursiva de la realidad:
deconstruir normatividades sexogenéricas
Desde un planteamiento construccionista,
para Berger y Luckmann (1967) la realidad social ―también los sexos/cuerpos― han
sido construidos intersubjetivamente a partir de relaciones sociales que se han
objetivado a través del tiempo en procesos como la habituación y la
rutinización, llegando a institucionalizarse, naturalizarse, es decir, a
normativizarse; dicho producto se transforma en realidad normativizada, que
vuelve a actuar sobre su productor a través de la socialización durante la que
se internalizan esas objetivaciones originadas en las iniciales relaciones
compartidas. Por ello ambos pensadores sostendrán que “las tipificaciones
compartidas se construyen en el curso de la historia compartida: no pueden
crearse en un instante. Comprender qué es una institución pasa por comprender
el proceso histórico por el cual se produjo” (Berger y Luckmann, 1967, p. 74).
Perspectivas similares
las encontramos en algunos planteamientos postestructuralistas, en donde se
enfatiza la construcción discursiva de la realidad. Dichos planteamientos
comparten la propuesta de desmantelar los procesos de constitución que han
operado en el juego de la objetivación, recurriendo a la historicidad de los
procesos objetivadores, a esas relaciones iniciales que los originaron. Entre
los caminos propuestos está la deconstrucción, ya que justamente lleva a
escudriñar en la historia, a realizar una arqueología, una genealogía, un
levantamiento de las capas de la historia, que permita el develamiento de
aquello que se ha venido creyendo como lo natural, como lo obvio, como lo
normal (la norma) (Foucault, 2002; Íñiguez, 2005). El término deconstrucción es
la traducción que propuso Derrida del término alemán destruktion que Heidegger
emplea en 1922 en el Informe Natorp y en 1927 en Ser y Tiempo. Heidegger (2012) escribió que:
La
hermenéutica cumple su tarea sólo a través de la destrucción (…) se ve obligada
a asumir la tarea de deshacer el estado de la interpretación heredado y
dominante, de poner de manifiesto los motivos ocultos, de destapar las
tendencias y las vías de interpretación no siempre explicitadas y remontarse a
las fuentes originarias que motivan toda explicación por medio de una
estrategia de desmontaje. (p. 51)
A partir de estos antecedentes
heideggerianos, y siguiendo a Butler (2016), nos preguntamos ¿es el sexo
natural, anatómico, cromosómico u hormonal?, “¿existe una historia de cómo se
determinó la dualidad del sexo, una genealogía que presente las opciones
binarias como una construcción variable?” (Butler, 2016, p. 55). Foucault
(1985) y Butler (2006, 2016) expusieron cómo nuestras sociedades han
normativizado el binarismo sexogenérico, aceptando la existencia de sólo dos
sexos: hombre y mujer (macho y hembra), así como de dos géneros: masculino y
femenino, institucionalizándose como la norma; surgen entonces las preguntas en
Foucault (1985) y que nosotras retomamos: ¿es que sólo es posible identificar
dos sexos y dos géneros? ¿Es que debemos identificarnos con uno en particular? El
binarismo se ha presentado como prediscursivo, es decir, anterior a la cultura;
sin embargo, el sexo es discursivo, pues los cuerpos han sido interpretados
mediante significaciones y con ello no todas las posibles interpretaciones han sido
posibles, puesto que los límites han estado puestos dentro de una estructura
binaria (Butler, 2006, 2016).
La historia ―pasada
y actual― muestra que hay personas que rompen la normatividad del dimorfismo
ideal. Foucault (1985) en su libro sobre Herculine Barbin, presentó la
experiencia biográfica de una hermafrodita que vivió a fines del siglo xix, junto a la insistencia médica y
judicial para asignarle un “sexo verdadero”. Actualmente llamadas
intersexuales, son personas no binarias que desestabilizan la norma sexual
dominante, dando cuenta de fisuras, de rupturas, donde se es lo uno y lo otro a
la vez. Desplazándose aún más, hoy por hoy se discute y ha comenzado a
visibilizar la existencia de un abanico mayor de sexos (Raíces Montero, 2015).
Las personas trans
son una realidad desprendida de la normatividad sexogenérica, son
manifestaciones que contribuyen a vislumbrar las grietas al modelo y de ese
modo “extender la legitimidad a los cuerpos que han sido vistos como falsos,
irreales e ininteligibles” (Butler, 2016, p. 29). Por ello, los cuerpos que
rompen con el dimorfismo ideal son propuestas que invitan a nuevas definiciones
de la realidad y a preguntarse por qué éstas no han tenido el privilegio de ser nombradas como la norma. Como señaló Bodenhofer (2019) la
apariencia andrógina es problemática para los diferentes contextos sociales,
por lo que se promueve el definirse binariamente, de allí que, en vez de
identidades de género, Pérez (2013 como se citó en Bodenhofer, 2019) propuso el
término “variantes de género” para referirse a personas que no se definen en
uno de los polos. El tratamiento médico de la intersexualidad, apoyado por el
saber disciplinar, permite ilustrar cómo operan los mecanismos de control en
las subjetividades de cuerpos disidentes que biológicamente encarnan y viven
ambos sexos, siendo reflejo de una cultura dividida en dos que no tolera la
ambigüedad y que disciplina los cuerpos con el fin de ajustarlos a
clasificaciones reconocidas (Fausto-Sterling, 1993). Ello plantea una reflexión
ético-política, ya que estas prácticas de violencia frente a lo distinto son
reproducción de una estructura social que no sostiene la existencia y la vida que
no se ajusta, por tanto, serían cuerpos no “duelables”, que no son dignos de
ser llorados (Butler, 2020).
Perspectiva de la
interseccionalidad en los desplazamientos de los estudios de género
Para los estudios de
género que se presentan críticos frente a las dicotomías y generalizaciones
simplistas, el concepto de interseccionalidad resulta útil puesto que permite
entender que las mujeres por su lado y los hombres por otro no son un conjunto
homogéneo y unificado, así como que la intersección del género con otras
categorías sociales conduce a una multiplicidad de diferencias al interior de
los grupos sociales, relevando la variabilidad de experiencias de las que no
daba cuenta el feminismo blanco occidental y académico. La interseccionalidad,
por una parte, permite diferenciar las diversas situaciones de los agentes
sociales y su afectación por diferentes proyectos sociales, económicos y
políticos, por otra, facilita analizar la estructura social en su conjunto,
considerando diferentes facetas según el lugar, el momento histórico y la
situación política, por tanto, el modo de conocer las intersecciones no es
fijo, ni estático, menos homogéneo (Yuval-Davis, 2011).
Kimberlé Williams Crenshaw
y la interseccionalidad (1989)
La interseccionalidad es una perspectiva
propuesta en 1989 por la abogada, activista y académica Kimberlé Williams
Crenshaw, en el contexto del feminismo negro. Cuestionó que el género fuese el
único o el más importante eje de opresión de las mujeres, puesto que categorías
como la raza/etnia, la clase social, entre otros, al cruzarse con el género,
originan diversos tipos de opresión y discriminación que, en muchos casos,
vienen a acentuar las desvalorizaciones y desventajas. De acuerdo con Viveros
(2016) y Santibáñez (2018), Kimberlé Crenshaw no tenía la pretensión de crear
una teoría de la opresión general, sino más bien un concepto de uso práctico
para analizar omisiones jurídicas y desigualdades concretas. Esta perspectiva
ha tenido una muy buena acogida dentro del feminismo y también dentro del
subcampo de los estudios de género de los hombres y masculinidades. Haremos un
breve recorrido por cómo la perspectiva interseccional ha estado en diálogo con
el feminismo y las masculinidades.
Aportes
de la perspectiva interseccional a los estudios de género
Entre las diversas rutas
teóricas que ha ido abriendo el debate feminista, ineludiblemente tenemos que sumar
las desplegadas desde el feminismo negro, concretamente en este caso, con el
concepto de interseccionalidad. Siguiendo a Cubillos (2015) para el feminismo
ha sido fundamental comprender la importancia de abordar sus estudios y
prácticas políticas no sólo desde la crítica a las relaciones de dominación
entre hombres y mujeres, sino comprender cómo el poder sexogenérico se articula
con otros ―raza/etnia,
clase, edad, etc.―, lo que permite
entender la complejidad de las situaciones de exclusión que viven en particular
las mujeres. De ahí que la misma autora sostenga que la perspectiva de la
interseccionalidad permite al feminismo advertir que no puede pensarse a las
“mujeres” como categoría estable de análisis, ni como una unidad ahistórica y
universal, y que la subordinación responda sólo a la identidad genérica.
Señaló
Santibáñez (2018) que las mujeres negras ya en la segunda parte del siglo xix advertían de la confluencia de
elementos étnicos y sexuales que se cruzaban para marginarlas y postergarlas
del debate en las luchas abolicionistas y sufragistas; cuestión que se extendió
al siglo xx, tanto por parte de
los movimientos críticos a la segregación racial que surgieron a fines de la
década del sesenta ―cuyo
discurso igualitario se concentraba más bien en la defensa del hombre negro―, como por parte de movimientos feministas de fines de
los setenta, concentrados en la defensa de la mujer blanca. Para Viveros
(2016) la perspectiva interseccional busca dar cuenta de la percepción cruzada de
las relaciones de poder, así como la existencia de posiciones sociales que no
padecen ni la marginación ni la discriminación, porque encarnan la norma misma,
como la masculinidad, feminidad, la heteronormatividad o la blanquitud. Curiel (2007) también recordó en esta línea
interseccional, al feminismo chicano, especialmente a través de su pionera Gloria
Anzaldúa, con su propuesta del pensamiento fronterizo habla de la new mestiza, y de ese modo expone las
limitaciones de modelos binarios sexuales y raciales.
Así como el
feminismo introdujo el concepto de variabilidad de las mujeres, cuestionando la
categoría mujer, también lo han hecho los estudios de género de los hombres, problematizando
la categoría de hombre, preguntándose por lo que significa éste. En esa ruta ha
contribuido el enfoque de la interseccionalidad, relevando la discusión sobre
las pluralidades en las diversas intersecciones del género con otras categorías
de análisis.
Para Núñez Noriega
(2017) el campo de los estudios de género de los hombres y masculinidades busca
superar las desigualdades de género visibilizando la construcción sociocultural
e histórica de la diferencia sexual, así como dar cuenta de las diversas formas
de ser mujer u hombre. Actualmente este subcampo de estudios ha tenido un
crecimiento paulatino y constante en todo el mundo, lo que muestra que hay un
proceso de cuestionamiento de los hombres y la masculinidad, problematizando y
proponiendo nuevos modelos de relación con las mujeres, con otros hombres y
consigo mismos (Díaz, 2016; De Keijzer, 2006; MenEngage, 2014; Ramírez Rodríguez
y Gutiérrez de la Torre, 2015; Soto Guzmán,
2014; Zigliotto, 2016). Soto Guzmán (2014) sostuvo que desde que el
movimiento feminista comenzó su lucha por la igualdad de género, los hombres
que se oponían a la norma hegemónica de la masculinidad “fueron paulatinamente
estableciendo organizaciones, asociaciones y movimientos que dieran cuenta del
apoyo y del trabajo que como hombres consientes de la necesidad de cambio se
está desarrollando en gran parte de la cultura occidental” (Soto-Guzmán, 2014,
p. 954). De ahí es que surgen preguntas como:
¿Qué pasa
con los hombres de diversas edades, grupos ocupacionales, diversas etnias,
regiones geográficas, diversas sexualidades, con los hombres desempleados o en
exclusión social, hombres que ejercen la paternidad, hombres con diversidad
funcional? ¿Cómo se expresa y se especifica la dominación masculina patriarcal
y las relaciones de género en todos estos escenarios? (vii Coloquio de Masculinidades, 2019)
Las respuestas a estas preguntas son
parte de las actuales discusiones dentro de los estudios de género de los
hombres y las masculinidades, especialmente en Latinoamérica. Ello se expresó
en el vii Coloquio de
Masculinidades realizado en julio de 2019 en Costa Rica, que llevó por lema:
“Pluralidad de las masculinidades. Miradas decoloniales”. El objetivo que se
propuso el encuentro fue precisamente dar voz a esas pluralidades. Discusiones
como ésta son las que permiten imaginar desplazamientos a las normatividades y
rigideces propias del orden de género, y más que imaginar invitan a presenciar
expresiones, iniciativas y luchas que desarman los binarismos construidos
socialmente, visibilizando expresiones disidentes que exponen las multiplicidades.
Perspectivas del cruce, para seguir desplazándose
A continuación, presentamos brevemente aportes teórico-conceptuales de
tres intelectuales, quienes han reflexionado desde diferentes campos ―antropología, literatura
y filosofía política― sobre los cruces, mixturas y fluideces; de quienes rescatamos
reflexiones y conceptos teóricos que podrían sumarse a los estudios de género.
Néstor García Canclini (1990) y la hibridación
Burke (2010) en su libro Hibridismo
cultural expuso un recorrido por la historia del concepto de hibridez,
indicando su uso por Mijaíl Bajtin a principios del siglo xx (1920-1930), quien desde el campo de
la literatura alude a la cuestión del híbrido, en este caso, como fenómeno
lingüístico. Ha sido el antropólogo y crítico cultural argentino-mexicano,
Néstor García Canclini, quien en Latinoamérica ha relevado la teorización sobre
este proceso en el campo de los estudios culturales, especialmente en su libro Culturas
híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, publicado en
1990.
En oposición a los
conceptos clásicos de sincretismo y mestizaje, García Canclini propuso el
análisis de los procesos de entrecruzamiento e intercambio culturales,
destacados en la constitución del modernismo y en los procesos de modernización
latinoamericanos, por medio del mecanismo de la hibridación, al cual él mismo
caracteriza como “los procesos socioculturales en los que estructuras o
prácticas discretas, que existían de forma separada, se combinan para generar
nuevas estructuras, objetos y prácticas” (García Canclini, 2001, p. 14). Sostuvo
que un lugar donde este proceso es evidente es en América Latina, en que los
países han combinado sus tradiciones con nuevas ideas, tecnologías, e incluso
tradiciones de otras naciones, creando culturas híbridas ricas en folklor,
arte, industria y conocimiento; de ahí que combinan de una manera nueva y
compleja, lo moderno y lo tradicional, lo regional, lo nacional y lo
transnacional, lo culto, lo popular y lo masivo (García Canclini, 2001).
El antropólogo
señaló que “la hibridación es un proceso de intersección y transacciones, es lo
que hace posible que la multiculturalidad evite lo que tiene de segregación y
pueda convertirse en interculturalidad” (García Canclini, 2001, p. 20). Señaló
el autor que el concepto de hibridación ha colaborado para salir de los
discursos biologicistas y esencialistas de la identidad, la autenticidad y la
pureza cultural, llevando a relativizar la noción de identidad. Sostiene que,
en un mundo tan fluidamente interconectado, las identidades se reestructuran en
medio de conjuntos interétnicos y transnacionales; clausurando con estas ideas
aquella pretensión de establecer identidades puras. Por lo anterior,
propone “desplazar el objeto de estudio desde la identidad a la heterogeneidad
y a las hibridaciones interculturales” (García Canclini, 2001, p. 17).
Homi K. Bhabha (1994), in-between y el tercero novedoso
El intelectual postcolonial indio y
profesor de literatura inglesa, en su libro publicado en 1994 “El lugar de
la cultura” planteó igualmente una teoría de la hibridez, proponiendo
desplazarse más allá de los polos del Yo/Otro; Blanco/Negro, Alto/Bajo,
Cielo/Infierno (Bhabha, 2011). Interesado por aquellos espacios de enunciación
no definidos en polaridades, sino más bien situados entre las
divisiones, en las grietas de las fronteras, como un espacio entre-medio, en
un espacio in-between, un lugar intersticial al que Bhabha (2011) nombró
el tercer espacio, el que no es fijo, y donde las diferencias culturales son
construidas y negociadas. Con ello se contrapuso a los sistemas de
representación cerrados de la modernidad, planteando en su lugar
fragmentaciones y ambivalencias. Este tercer espacio implica escuchar voces que
hasta ahora han sido acalladas o que han permanecido clandestinas, significa
concebir nuevas formas de representación distante de los binarismos (De Toro,
2002).
Hablar de tercer
espacio, permite “eludir la política de la polaridad y emerger como los otros
de nosotros mismos” (Bhabha, 2011, p. 59). Para este pensador la adquisición
del poder político y la ampliación de la causa multicultural provienen de
proponer cuestiones de solidaridad y comunidad desde la perspectiva
intersticial. Bhabha invitó a concentrarse en la articulación de las
diferencias culturales, pensando más allá de las narrativas originarias de
raza, generación, localización geopolítica. Para él, los sistemas culturales se
construyen sobre la hibridez, que es un espacio contradictorio y ambivalente,
es decir donde no hay unidad, no hay fijeza, pues están “apropiados,
traducidos, rehistorizados y vueltos a leer” (Bhabha, 2011, p. 58). Entonces
propuso que más que hablar de diversidad cultural, hablemos de hibridez
cultural.
Nancy Fraser (1997) y las diferencias fluidas y cambiantes
Filósofa política estadounidense, que,
desde la teoría crítica y el posestructuralismo, publicó en 1997 el libro Iustitia
Interrupta. Reflexiones críticas desde la posición postsocialista, resulta
muy interesante para las discusiones en los estudios de género y
étnico-raciales, ya que sus análisis se sitúan en las disyuntivas entre las
políticas de identidad y de multiplicidad. Para Fraser (1997) las políticas
afirmativas de la identidad, es decir, detenerse en las diferencias entre
grupos ―ya sean sexogenéricas o étnico-raciales― pueden derivar en efectos
perjudiciales para los grupos menos valorados. Por ello, apostó por políticas
transformacionales que desdibujen las diferencias entre grupos. De ahí que su planteamiento
es un feminismo socialista y una deconstrucción feminista. Propuso la
desdiferenciación de los grupos y desestabilizar ―o borrar― todas las
identidades fijas, promoviendo más bien “las diferencias múltiples, no
binarias, fluidas, cambiantes” (Fraser, 1997, p. 40).
Para Fraser, el
objetivo socialista-deconstructivo en el largo plazo “es crear una cultura en
que las dicotomías jerárquicas sexogenéricas sean reemplazadas por redes de
diferencias múltiples que intersectan, que no están solidificadas y que cambian
constantemente” (Fraser, 1997, p. 49). La intelectual coincide con la política queer que se propone deconstruir la
dicotomía homo-hetero y exige la liberación de una identidad sexual
determinada; a diferencia de la política de identidad homosexual que, de
acuerdo con su análisis, más bien afirma una identidad creando la idea de
unidad y sustantividad, y por tanto acaba solidificando una supuesta identidad
homosexual (Fraser, 1997). Ello, sin embargo, como la misma pensadora indica,
resulta problemático al alejarse de los intereses de la mayor parte de los
grupos desventajados. Por ejemplo, desde su planteamiento, los intentos por
promover el valor de la negritud es una fuente de tensión, en tanto implica
moverse en el código binario blanco/negro, y por tanto se refuerza la
diferencia racial y con ello las desigualdades.
Intersecciones entre las perspectivas de la
interseccionalidad y del cruce. A modo de conclusiones
En este último apartado, se exponen articulaciones y distinciones entre
ambas perspectivas, la interseccional y del cruce, para finalmente abrir
posibilidades de discusión teórica-conceptual y política posterior.
Primero, se plantearon articulaciones, ya que
para algunas autoras ambas perspectivas se inscriben en el proyecto postmoderno
que considera a las identidades como múltiples y fluidas poniendo “el énfasis
en los procesos dinámicos y en la deconstrucción de las categorías
normalizadoras y homogeneizantes” (Viveros, 2016, p. 7). De ahí que las
intersecciones que visibilizan ambas perspectivas se entenderán como configuraciones
que complejizan los análisis sobre las relaciones sociales de dominación, dando
cuenta de los mecanismos de opresión que operan en el orden social, de género,
sexualidad y etnoracial, en particular.
Ambas son perspectivas contrahegemónicas, que cuestionan
y desestabilizan el sistema dominante, binario/dicotómico y homogeneizante. Denuncian
la política de la identidad construida en Occidente, al erigirse sobre un
sujeto monolítico y subalterizando otras subjetividades fuera de las normatividades.
En tanto se sitúan desde las realidades construidas en torno a las
intersecciones que resultan en heterogeneidad, invitan a repensar al sujeto
social desde la fluidez y la mixtura, de la heterogeneidad, ampliando las
expresiones de lo humano. Por ello, posibilitan dotar
teóricamente las propuestas de desplazamientos respecto de las normatividades.
Las perspectivas
visitadas están alejadas de esencialismos y naturalizaciones, apuestan por el
desmontaje de las condiciones sociales que posibilitaron el origen y
sedimentación de tipificaciones heredadas y dominantes, y reclaman otras
discursividades, otras relaciones sociales, que permitan ampliar el campo de
posibilidades del ser. Persiguen la reivindicación, visibilización y valoración de las pluralidades
que emergen en los espacios intersticiales.
Es
posible plantear algunas distinciones entre ambas perspectivas. Además de sus
"tradiciones" teóricas,
como se señaló al inicio del manuscrito, en la interseccionalidad se cruzan
diferentes dimensiones de categorías socioculturales, ―habitualmente raza, sexo
y clase―;
en cambio en el cruce es dentro de una misma dimensión donde encontramos la
mixtura. De ahí que lo múltiple, en los análisis interseccionales, no se
refiera a dimensiones dentro de las categorías, sino a dimensiones entre
categorías (McCall, 2005). Como sostuvo McCall (2005), la complejidad en la
interseccionalidad se deriva al analizar una ubicación social en la
intersección de dimensiones únicas de múltiples categorías; por lo tanto, se
distingue de las perspectivas del cruce, en donde dentro de una misma categoría
encontramos la gama de variabilidad, el espectro de heterogeneidad. Por ello las
categorías que originalmente planteaba la perspectiva interseccional han debido
complejizarse precisamente porque la realidad es más compleja (McCall, 2005);
ya dentro de una categoría social dada ―que parecía homogénea― hay heterogeneidad; lo
que desafía la separación y llama a la integración/al cruce. Como muy bien lo
retrató McCall (2005) al señalar que los individuos transgéneros, queer
y disidentes, se han agregado a la división original homosexual y heterosexual,
y que los grupos sociales que constituyen la categoría raza son
fundamentalmente indefinibles debido al multirracialismo.
Respecto a las intelectuales feministas visitadas
en el texto ―Kimberlé Williams Crenshaw y Nancy
Fraser―, sus
discusiones han entrado en diálogo con el feminismo y sus propuestas teórico-conceptuales
han sido de utilidad para el análisis de género. Restaría discutir la utilidad
de las propuestas de los intelectuales Néstor García Canclini y Homi Bhabha,
para derivar los aportes hacia los estudios de género. Como señalan Arreaza y
Tickner (2002), que, desde perspectivas posmodernas y postcoloniales ―en donde podemos
ubicar a dichos intelectuales― la exploración y discusión de temas relacionados
con el género y con la sexualidad han estado ausentes. Ello porque estas
corrientes han puesto especial énfasis en la dimensión cultural, y ésta como
separada de la dimensión sexogenérica, como si la cultura no la incluyese.
Como señaló Yegenoglu (1998, como se citó en
Arreaza y Tickner, 2002) se ha dejado de lado la construcción de los sujetos
coloniales sexuados. Cuestión similar sostuvo Curiel (2007) al señalar que
quienes han hecho sus análisis desde posiciones subalternas al colonialismo, no
abordaron categorías como sexo y sexualidad, tampoco contemporáneos latinoamericanos
como Mignolo, Quijano y Dussel. Sin embargo, las posibilidades de nutrir al
bagaje conceptual y político que entregan dichas perspectivas, permiten sostener
la necesidad de incorporarlas en las discusiones de los estudios de género. Con
el propósito de abrir la discusión se plantean algunas preguntas a partir de lo
revisado en el texto.
García Canclini
(2001) señaló que en vez de hablar de diversidad cultural es preferible hablar
de heterogeneidad cultural; si seguimos esa línea podríamos reemplazar el
concepto de diversidad sexual por el de heterogeneidad sexual o heterogeneidad
sexogenérica. No obstante, emerge la interrogante ¿con qué dificultades se encontrarían
dichas conceptualizaciones considerando que el concepto de diversidad sexual es
ampliamente utilizado en la academia y en el activismo? ¿Cómo desprenderse de
conceptos como el de identidad que para muchos movimientos ha implicado la
afirmación de su diferencia y con ello de sus demandas? Es preciso considerar
las limitaciones de los conceptos propuestos, ya que la pertenencia es un
factor clave para los movimientos sociales.
Desde la idea de
Yuval-Davis (2011), si bien la identidad es central frente a la amenaza y la
inseguridad, en los movimientos políticos feministas los representantes no
actúan como agrupaciones de identidad sino como defensores de comprensiones
epistemológicas y valores compartidos que motivan un cambio social. Si bien es
importante la identidad para la defensa de los derechos y reconocimiento, la
heterogeneidad permite ampliar el abanico de posibilidades para pertenecer y
para que otros miembros de colectividades sientan que sus opresiones se
reflejan en todas las opresiones y desigualdades existentes. Dicho de otro
modo, al otorgar realce al entrecruzamiento e integrar la heterogeneidad sexual
o sexogenérica, no sólo podremos analizar la interseccionalidad como la estratificación
social en su conjunto, como precisa Yuval-Davis, sino que ofrecer un enfoque de
las fluideces que existen dentro de las identidades, y los momentos históricos,
políticos, culturales, vinculadas al curso vital de los miembros de una
comunidad.
En este contexto,
es preciso entender que la diversidad sexual se ha construido en torno a las categorías
binarias y fijas, en que el “Otro” es lo diverso, por tanto, replantearse dicho
concepto, incluye repensar cómo salirse de ese espejismo de la diversidad
versus la identidad. Por tanto, heterogeneidad sexual o heterogeneidad sexogenérica
invita a integrar lo heterosexual, en tanto parte de las posibilidades de deseo
a lo largo del curso vital. Con esta perspectiva situamos a lo heterosexual ya
no como lo normativo, sino como una de las múltiples expresiones del deseo.
Ahora, el concepto heterogeneidad sexogenérica nos parece que refleja de mejor
manera ese entramado de cuerpos sexuados en interacción, en tanto se desprende
de la mera orientación del deseo afectivo-sexual (que tiene el concepto de
diversidad sexual), para incluir a los cuerpos y a las expresiones de éstos en sus
interacciones en la vida cotidiana.
Considerando la
propuesta de hibridación cultural, que planteó tanto García Canclini (2001)
como Bhabha (2011), nos preguntamos sobre las posibilidades que los Estudios de
género incorporasen ésta en su teorización; hablar por ejemplo de hibridación
genérica o hibridación sexogenérica ¿qué aportes e implicancias
tendría? En la línea de la hibridación, podría hablarse de masculinidades y
feminidades híbridas ¿cuáles serían los límites de estos conceptos? ¿Nos
volverían a atrapar los binarismos? En tanto la hibridez emerge de una
“mezcla”, tiene su raíz en categorías inicialmente discretas. Por lo que recurrir
a conceptos de género que ya tienen una carga binaria, como son masculinidad y
feminidad, elaborados en culturas patriarcales y normativizados por las
instituciones, consideramos que es un riesgo. Diferente es que pudiésemos
comprender que todas las personas somos híbridas, que la identidad pura, fija,
no existe.
Cuando Bhabha (2011)
se propuso hablar del tercer espacio o entre-medio, ¿podemos pensar en
la posibilidad de hablar de hombres y mujeres en un tercer espacio? O más bien
de ¿un tercer gran espacio del cruce sexogenérico? ¿Qué implicancias psicosociales
y políticas podría tener aquello? ¿Es posible generar multiplicidad de
espacios, más allá de un tercero? Una cuestión interesante que surge desde esta
propuesta es que más que hablar de márgenes y bordes, Bhabha planteó posiciones
que están entre-medio; están dentro, son y no son a la vez, son lo uno y
lo otro. La idea del tercer espacio e incluso del tercer sexo (Butler, 2006)
retrae a que existe un primer y segundo espacio, indicativo de un orden
secuencial que advierte de una eventual jerarquía. Diferente es que se
comprendiera que todo individuo está en ese tercer espacio, en un entre-medio,
en el cruce que habita la vida misma.
Considerando las
propuestas de Fraser (1997) de fluidez y el desarme de identidades, podríamos
hablar de fluidez genérica o sexogenérica ¿qué implicancias tendría para la Teoría
de género? Hemos de señalar que fluidez ya es un concepto que se utiliza en el
campo del género académico y activista, con un importante impacto en el desarme
del binarismo, aunque no por completo, pues esa fluidez muchas veces sigue
fluyendo entre las categorías binarias. ¿Esta propuesta es compatible con los
planteamientos del feminismo de la diferencia o del movimiento homosexual?
Probablemente en las cercanías a la Teoría queer sea más viable, como la
misma Fraser (1997) indica, pues precisamente la política de la
desdiferenciación ha sido erigida más bien desde dichas posiciones teóricas y
activistas. La política homosexual moviliza la autoidentificación con el
colectivo en tanto homosexuales, en cambio la política queer moviliza a
los queers para reivindicar el liberarse de una identidad sexual
específica (Fraser, 1997). Situación similar ocurre con el feminismo de la
diferencia, que requiere la autoidentificación como mujeres para desde allí
plantear sus demandas; diluir esa identidad implica diluir esa perspectiva del
feminismo. Como sostuvo Butler (2006) que la Teoría queer se opone a toda reivindicación de la identidad, incluyendo la
asignación de un sexo estable.
Lo presentado en
el manuscrito desemboca en nuevas preguntas sobre posibilidades de discutir
aportes conceptuales en el campo de los Estudios de género. Así también a la
importancia de politizar el género, la sexualidad, el deseo y los cuerpos para
generar estrategias de cuestionamiento a la hegemonía, pues como planteó Hill Collins
(2017) “los grupos subordinados tienen un gran interés en descubrir, analizar y
evaluar cómo la dominación da forma a sus experiencias con las desigualdades
sociales” (p. 25). Atendiendo a lo que advirtieron Monroy Cuellar (2020) será
relevante producir nuevos significados desde una posición vigilante a aquellas
teorías que podrían devenir hegemónicas, por lo que habría que mantener una
actitud crítica constante para realizar una ponderación justa que permita
analizar su utilidad, bien discutirlas, cambiarlas, contradecirlas y situarlas.
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