Suspensión de género:
travestismo y la cuestión de lo trans en Salón de belleza (1999)
Suspending Gender:
Transvestism and Transness in Salón de belleza (1999)
Jorge Sánchez Cruz[1]
Resumen
Este artículo explora los modos en que Salón de
belleza (1999), de Mario Bellatin, propone una suspensión de las reglas de
género. Mediante una lectura enfocada
en la alteración del binario heteronormativo, se propone que el texto está
narrado por una persona trans que oscila y desestabiliza las identidades de
género, demostrando también que el travestismo opera como otro modo de imaginar
el mundo. Pasando por la argumentación sobre lo trans* de Jack Halberstam y una
teoría travesti-trans de Marlene Wayar, el artículo culmina al apostar a
imaginar otro mundo de posibles, ahí donde lo trans y lo travesti movilizan y
reconfiguran las esferas de lo social.
Palabras
clave: trans, travestismo,
performance, género, literatura
Abstract
This article explores the ways in
which Salón de belleza (1999) by Mario Bellatin suspends the rules of
gender. Through a reading that emphasizes a destabilization of the
heteronormative binary, I propose that the text is narrated by a trans subject,
who oscillates and alters the identitarian logic, and who unveils how
transvestism operates as an alternative worldbuilding strategy. Through Jack
Halberstam’s contention of transness and Marlene Wayar’s vision of a
travesti-trans theory, this article culminates in thinking of other means of
imagining worldly possibilities, wherein trans and travesti life can
mobilize and reconfigure the social sphere.
Keywords: trans, transvestism, performance, gender, literature
Recepción: 14 de noviembre de 2020/Aceptación: 10 de
febrero de 2021
Introducción
Salón de belleza es un relato
narrado en primera persona por una voz anónima, sin nombre o identidad, cuya
vida ha sido afectada por un virus (especulativamente el VIH) diseminándose por
el cuerpo social. Mientras cierta crítica ha enfocado la mirada en la
dispersión patogénica y sus efectos corporales que el texto refleja (Delgado,
2011; Vaggione, 2009; Meruane, 2012, pp. 191-226), este trabajo explora los
modos en que, antes y después de la invasión viral, el texto lleva en su
interior una suspensión de las reglas normativas de género. Mediante una
lectura enfocada en la alteración del binario heteronormativo, propongo que el
texto es narrado por una persona trans, que oscila y desestabiliza las
identidades de género, y demuestra también que el travestismo opera como otro
modo de imaginar y estar en el mundo. Así, desde la manifestación de lo trans y
de lo travesti, el texto opera como un cianotipo para pensar la desarticulación
de las reglas de género, abriendo así, en el campo literario, un movimiento que
interroga los límites de sexo y género.
La cuestión de lo trans
El texto de
Mario Bellatin está narrado por una persona cuya identidad es desconocida. Sin
embargo, en el interior del texto, la voz narradora menciona haberse escapado
de la casa a muy temprana edad porque su madre nunca le “perdonó que no fuera
el hijo recto con que ella soñaba” (Bellatin, 1999, p. 45). Es, en este
momento, en la huida del núcleo familiar, donde el protagonista de la novela
instaura una línea de fuga de las expectativas de género, ahí donde cada sujeto
familiar debe replicar y adherirse a las expectativas de la reproducción
normativa.[2] Si bien se ha
señalado que la razón reproductiva asegura la continuación de la especie
mediante la figura del niño/hijo,[3] como también en
la protección y la nutrición de la vida misma —esto es el movimiento pro-vida,
por ejemplo—,[4] el texto de
Mario Bellatin presenta a una persona disidente como línea desestabilizadora,
desterrándose a sí misma para generar otro tipo de vida y otro tipo de mundo.
El personaje principal, entonces, transita de su casa a un hotel al norte del
país, donde trabaja hasta los veintiún años; ahí genera otro tipo de vínculo,
es decir, otro modo de hacer “familia” con el dueño hotelero que lo “trataba
con cariño” (Bellatin, 1999, p. 46), después inaugura un salón donde con otros
sujetos no-normativos crean una afinidad travesti-trans. Este transitar —de
pasar y de moverse geográficamente, como también de pasar de un núcleo a otro— puede
llegar a percibirse como desestabilización de las normas de género. Transitar,
traspasarse y transgredir las pautas de lo sexual (apegado al marco
cristiano-católico de la familia) y sus expectativas instaura la cuestión de lo
trans. Quiero proponer el prefijo trans no solo como registro
lingüístico que denota una continua transición, sino también como modo de ser,
de corporeizar diferencia, de generar otras afinidades (kinship, en términos de América del Norte)[5] y de hacer de
los límites de sexo y de género fronteras porosas.
Jack
Halberstam ha propuesto el termino trans* (con asterisco) “precisely to open
the term up to unfolding categories of being organized around but not confined
to forms of gender variance” [“precisamente para abrir el término a categorías
organizantes en desarrollo no confinadas a formas de variantes de género]”
(2017, p. 4).[6] Del mismo modo,
el asterisco “modifies the meaning of transitivity by refusing to situate a
transition in relation to destination, a final form, a specific shape, or an
established configuration of desire and identity” [“modifica el significado de
la transitividad al negarse a situar tal transición en relación con un destino,
en una forma final, un molde en específico o una configuración establecida de deseo
e identidad”] (p. 5). Es decir, el asterisco cancela todo tipo de definición
identitaria de lo sexual por venir (en materializarse) y, más importante,
enfatiza el teórico estadounidense, deja que las personas trans* sean autores
de sus propias categorizaciones (p. 5). El termino trans*, en este sentido,
está en disputa y en tensión con las variantes de género que han pronunciado
definiciones estáticas, pronunciamientos médicos y exclusiones sociales violentas.
Del
mismo modo, Marlene Wayar propone una “teoría travesti-trans Sudamericana”
enfocada en “comenzar a accionar en vistas una transformación antropológica que
nos devuelva autonomía, que nos devuelva la confianza necesaria para una
crianza con amor responsable, lejos de toda banalidad” (2019, p. 17). También,
la activista y teórica cultural argentina enfatiza que la infancia es una
“potencia inusitada”: “el momento y el espacio adecuados y oportunos para la
indagación, la transformación y la identificación” (p. 18). Wayar agrega, más
adelante, que la idea es “la infancia como ese tiempo y cartografía donde
podemos construir una tercera opción a la dicotómica propuesta entre
identidad/Yo-Otredad, el poder como posibilidad de construir Nostredad,
posibilidad valiosa para enarbolar nuestras voces” (p. 25). Esa “tercera
opción” es una subjetividad travesti y trans que va más allá del binario hombre-mujer
y que puede emerger a construirse desde la infancia (tal como el personaje de Salón
de belleza), generando un “voy siendo travesti” (p. 25), un desarreglo
continuo del heteropatriarcado que se explaya para configurar otro modo de
habitar el mundo. Por eso, si para Halberstam lo trans* altera y rechaza todas
las variantes identitarias de género para apostar por otros tipos de seres,
cuerpos y vitalidades, para Wayar un movimiento travesti-trans tiene la
posibilidad de comenzar a hacer un cambio desde la infancia, ahí donde une
empieza a ser une misme, como también donde se puede comenzar a hacer parte de
otres (una “Nostredad”) que comparten las mismas experiencias con sus
peculiares y singulares diferencias.[7] Así pues, Halberstam
enfatiza que lo trans* puede generar su propia historia a lo que Wayar se
refiere en regresar a un estado de autonomía por medio de una transformación
antropológica. Esta transformación interviene y cambia las tecnologías de
cuerpo abisagradas a políticas identitarias estatales donde lo trans y lo
travesti, constitutivamente relacionados (como lo sugiere Wayar) mas no en
oposición, navegan y negocian en lo social.
En Salón
de belleza, la voz trans comienza a generar su autonomía y su propia
historia desde su niñez para después inaugurar un lugar estético como modo de
supervivencia, lejos de su familia biológica y en contacto con otros sujetos
que alteran las expectativas normativas de género. Incluso no hace mención a su
padre biológico para hacer que el relato se mueva lejos de un orden
heteropatriarcal. Por eso, en el salón se descubre que “unos estilistas
[estaban] vestidos casi siempre con ropas femeninas” (Bellatin, 1999, p. 24)
con quienes después genera vínculo para transitar la ciudad. Cabe recalcar que
la voz narradora no refuta su identidad biológica dada al nacer, como tampoco
se identifica completamente como “mujer” u “hombre.” La ambigüedad de su
identificación de género (al igual que la de sus compañeres), por un lado, es
un silencio estratégico del texto que hace que el lector no asuma el género del
otre posicionado enfrente de une misme y, por el otro, el desconocimiento del
sexo y género del personaje principal abre una ventana a especular si tal
sujeto está en transición a otro sexo no biológicamente dado. En otras
palabras, ¿es posible acercarse al otre que posa diferente a une misme sin
mediatizar tal acercamiento con un lente normativo de género? o, más bien,
¿cuáles son los otros saberes que yacen a partir de una lectura desembarazada
de un binario heterosexual? Salón de belleza opera, en este aspecto,
desde la ambigüedad: sin darle nombre al virus que recorre el texto y sin darle
género ni identidad a sus personajes los cuales, especula el texto, están
constreñidos por los registros del código civil estatal heredado de un poder
colonial heterosexista que dejó un código patriarcal compulsivo —como se verá—
en la formación del Estado-nación.[8] Krzysztof
Kulawik analiza que “los silencios, lo no dicho/escrito, [y] todas omisiones”
(2009, p. 261) textuales en narrativas postmodernas apuesta a un travestismo lingüístico
(p. 264) que descentra las máscaras de la identidad (p. 279); un “travestismo
que pone en escena lo indeterminado y lo ambiguo” (p. 279). Salón de belleza
pone en relieve este uso estratégico textual no solo para borrar las
distinciones binarias de lo sexual sino también para ofrecer otro tipo de
conocimiento: vacíos, silencios e incertidumbres que la máquina heteronormativa
de género fracasa en regular.
La
voz trans, en este aspecto, no tiene una “forma final” (p. 5), siguiendo a
Halberstam, ni un deseo preconfigurado, es decir, su sexo y género no son identificables.
Kulawik (2012) menciona este proceso como un “des-escribir” del hombre y de la
mujer que genera algo indefinido “abierto a proceso de redefinirse de maneras múltiples
con posibilidades infinitas” (2012, p. 176). De esta manera, mientras que Kulawik
sintetiza la manera en que la obra de Bellatin presenta “una performance
textual de las identidades indefinidas y transitorias” (2012, p. 177), Halberstam
y Wayar proponen andamiajes teóricos y culturales que avanzan la posibilidad de
transformar las estructuras sociales hetero-hegemónicas.
El
texto de Bellatin saca a la luz a una persona trans que, en tono
des-identificatorio (Muñoz, 1999, p.11), oscila estratégicamente —al igual que
los sujetos travestis-trans del salón— por los dos polos de los sexos
oficiales, para reflejar el modo en que vidas minoritarias trafican entre lo
dominante y lo minoritario, entre lo que puede visibilizarse en la esfera
pública y lo que tiene que esconderse para asegurar su continua sobrevivencia.
El salón de belleza, por ende, es centro contestatario en el cual se hace inteligible
un mundo subordinado que suspende el régimen de género. Dice la voz trans que,
aunque el salón le hacía cumplir obligaciones, siempre “esperaba con ansiedad
que llegaran los tres días de la semana que habíamos señalado para salir
a la calle vestidos de mujer” (Bellatin, p. 47) [énfasis propio]. Menciona
también: “Adoptamos la costumbre de vestirnos así para atender a las
clientas, pues me pareció que de ese modo se creaba un ambiente más íntimo en
el salón” (Bellatin, p. 47) [énfasis propio]. Si bien el yo de la voz
trans refuta y se niega a identificarse bajo los registros lingüísticos
normativos de género, al conjurar la forma del nosotros, enunciando adoptamos
y habíamos, lo trans deviene en una especie de multitud de cuerpos
transgresivos que generan una intimidad trans y travesti, un nuevo modo de
relacionarse con une misme (y con las clientas), otro modo de hacer comunidad y
de hacer familia. Son, entonces, vidas trans y travestis (por exceder las
identidades sexuales dicotómicas) que arman una “Nostredad” en el interior del
salón y después este yo devenido plural reconfigura el espacio social
mediante el travestismo.
Travestismo
Antes de la dispersión del VIH/SIDA, el relato
ilumina un proceso de subjetivación anclado en un régimen de género. Los
recuerdos fragmentarios de la voz trans del salón, de un pasado reciente en la
ciudad, señalan un mundo subordinado de lo sexualmente disidente. Cuenta la voz
trans que durante el apogeo del salón adoptaron la costumbre de vestirse de
mujer para crear un ambiente más íntimo (Bellatin, 1999, p. 47). Llegado el
viernes, se preparaban para salir a las calles de la ciudad. Desde una zona
marginada, ya que el salón está geográficamente ubicado en las orillas de la
ciudad, la voz narradora y sus compañeres generan estrategias para navegar el
centro de la ciudad:
No podíamos viajar vestidos de mujer,
pues en más de una ocasión habíamos pasado por peligrosas situaciones. Por eso
guardábamos en los maletines los vestidos y el maquillaje que íbamos a
necesitar en cuanto llegáramos a nuestro destino. Antes de esperar en alguna
avenida transitada, ya travestidos nuevamente, ocultábamos los maletines en
agujeros que había en la base de la estatua de uno de los héroes de la patria.
(Bellatin, 1999, p. 24)
La voz trans describe cómo, de pasar de un espacio
a otro, del salón a la urbe, siempre corrían el riesgo de enfrentarse a “peligrosas
situaciones”, encuentros violentos con la “Banda de Matacabros”, que “rondaba
por las zonas centrales de la ciudad” (Bellatin, 1999, p. 15). Inclusive
“Muchos terminaban muertos después de los ataques de esos malhechores” (Bellatin,
1999, p. 15). El texto explica que este grupo antigay, pues “cabro” lleva
consigo una connotación homofóbica, actúa ante la amenaza de la manifestación
de cuerpos-sujetos que desbalancean las visualidades de lo normativo. En un
manejo estratégico de los espacios, la voz trans contrapone el adentro del salón, en el cual sus
amigues podían travestirse sin ninguna preocupación de discriminación, y el afuera, donde corrían el riesgo de
enfrentarse a la violencia sexual. Este adentro
ha de convertirse en un espacio de albergue para cuerpos expulsados del cuidado
médico por ser, ante el contagio de un virus desconocido, una amenaza a la
“salud” de la nación. Y es desde este espacio donde emerge un movimiento de lo
travesti guiado por el deseo, aquello que el régimen del saber fracasa en
capturar, transformando la polis por
medio de otra circulación de cuerpos deseantes. Por medio del maquillaje, las
plumas, los vestidos y los maletines escondidos debajo de las estatuas de los
héroes nacionales, el texto, por una parte,
saca a flote los usos estratégicos de lo travesti-trans atravesando los
espacios de la formación social (Lefebvre, 1991, p. 33) y, por otra parte,
visibiliza estar en relación con otros movimientos diferentes desplazándose por
los espacios (de Certeau, 1984, p. 474), otros sujetos y cuerpos (hetero)normativos,
pero donde el primero queda sumergido en la clandestinidad.
De Certau agrega que en la
práctica del día a día se hace visible el estatus de lo minoritario dominado
por elementos mayoritarios de la sociedad (pp. 474-475). En efecto, saliendo
del salón, esta corriente travesti se mueve, se desplaza e irrumpe
estratégicamente los territorios dominantes, generando así una praxis
movilizadora, contrarrestando la organización normativa (DiPietro, 2015, p. 686).
Al atravesar la formación social y sus espacios, la movilización travesti
produce una performatividad de transversalidad
(Berkins, 2006), una corriente que “makes connections among travestis
re-defining space and embodiment in transversal fashion” [“hace conexiones
entre travestis para re-definir el espacio y el cuerpo en modo transversal”] (DiPietro,
2015, p. 686).[9] Si ya en el interior del salón la narrativa
trans genera contactos de intimidad, de hacer familia con sus compañeres, en el
exterior, en las calles y en la ciudad, potencializa hacer conexiones con otras
vidas travestis y trans, incluso, podría decirse, una anti-relación con el
poder normativo.
El andar travesti es un ritmo
disidente que no solo re-cartografía los espacios dominantes (Berkins en
DiPietro, 2015, p. 686) sino que revela otro circuito de cuerpos minoritarios
navegando el territorio de un estado heteropatriarcal, un ensamblaje fundado
por héroes nacionales heteromasculinos hipervisibilizados en el epicentro de la
ciudad. Lado a lado con las imágenes icónicas de lo nacional, como menciona la
cita, el transitar travesti deja en la monumentalización de estas figuras una
fisura como apertura que apuesta hacia otra lucha de legitimización sexual
exteriorizada por una patria normativizada. Si bien, como menciona Judith
Butler, aquel cuerpo que resiste las normas está igualmente habilitado (1993,
p. 15), en el (re)vestir travesti se encuentra no solo un fracaso en validar
las expectativas de los sexos normales, sino un rechazo del ordenamiento de lo
normalmente inteligible, apostando así a la futurización de otros cuerpos
(trans)sexuales posibles. Así pues, no es coincidencia que la movilización
temporal, al asaltar la urbe, deje su huella (simbólica y material) disidente
en los agujeros de las estatuas de los héroes nacionales; afecto de deseo, nos
dice Néstor Perlongher, aquello imprescindible en descifrar, negociado
cotidianamente y desbordándose para transformar el espacio urbano (1999, pp.
63-98).
El
travestismo, entonces, es un acto que penetra la fundación del orden de la
nación para volverlo en su revés. Simula un “original” —el otro sexo (lo
femenino)— para recrear su ser; aparenta el regreso a su “original
(lo masculino)” como motor de supervivencia para después volver a repetir la
emulación del otro sexo (femenino) encubriendo su “original (lo masculino)”. El
travesti, menciona Severo Sarduy, converge tres posibilidades del mimetismo:
“el travestimiento [...] que se precipita en la persecución de una
irrealidad infinita, [...] ser cada vez más mujer”; el camuflaje como
“especie de desaparición, de invisibilidad”; y “la intimidación, pues el
frecuente desajuste o la desmesura [...] paralizan o aterran” (1982, p.14). El
primero, apunta a ser más que una mujer “hasta sobrepasar el límite” (p.14),
nos dice Sarduy, mientras que el segundo asegura hacerse pasar como el otro
sexo —passing como modo de sobrevivencia—,[10] y el último provoca miedo, incluso pánico
precisamente porque, como menciona Sylvia Molloy, aquello que posa como muy extravagante
y excesivo desconcierta el ojo hetero-masculino (2012, pp. 41-54). Este último,
como se ha mencionado arriba, resulta en la muerte de vidas travestis y trans.
Por eso, entre la simulación y mimetización del otro sexo, el travestismo y lo
trans van más allá de reproducir el binario de género, desbordando sus límites
y subvirtiendo el modelo heteropatriarcal —“contra el padre” (Sarduy, 1982, p.
18)— para apostar a lo que “voy siendo” (Shock en Wayar, 2019, p. 25). En
efecto, el travestismo invoca otro modo de vivir, “inaugura un giro
epistemológico que localiza, define, performa y borra la dicotomía
fundamental de Otro/Yo” (Sifuentes-Jáuregui, 2002, p. 4). Borroneando el binario establecido, el
travestismo performa una
desobediencia epistémica (DiPietro, 2016, p. 66) puesta en práctica por
travestis que retoman las calles y sus esquinas. El cuerpo travesti-trans transgrede
los códigos taxonómicos normativos, develando al lector relatos y saberes
sexo-disidentes que intensifican su agencia subversiva.[11]
Después de circular las
avenidas principales, la voz trans nos adentra en los espacios subterráneos
donde emana la explotación de sexo, deseo y trabajo travesti: “Había momentos
en que nos cansaba tanto cambio de ropa, y si bien con eso no se ganaba dinero,
buscábamos algo de diversión dentro de algunos cines donde proyectaban de
manera continuada películas pornográficas. Los tres lo pasábamos bien cada vez
que los espectadores iban al baño” (Bellatin, 1999, p. 24). Si bien la voz
trans describe que “los tres” —en clave masculina— circulaban los deseos de los
espectadores, detrás de esta descripción del yo pasándose como masculino
se esconden prácticas no normativas.[12] Aquí simular no es un fingimiento (Baudrillard en Kulawik, 2012, p. 177),
menos “un fingir lo que no se tiene” (Kuwalik, 2009, p. 264), más bien un ir y
venir de ambos polos del binario normado para esquivar violencia, generar
ganancia y potenciar vivencia.
En este sentido, el vaivén estratégico del yo trans no es
solo un acto des-identificatorio de los dos polos de sexo, sino uno que termina
desenvolviéndose en un acto performativo que resiste las expectativas
materiales del cuerpo; esto es, guiado por un deseo de generar dinero que es
placer por diversión y, simultáneamente, una re-mapear estratégico de la
ciudad.
En estos ordenamientos, el travestismo, como capacitación de
trabajo “prostibulario” desplazado en las zonas ciegas de la ciudad, devela
otros modos de intercambio monetario cuya transacción de cuerpo por dinero
manifiesta un modo alternativo al del aumento de la escala oficial de
producción. En términos marxistas, la circulación del grupo travesti es un
proceso de alienación que escapa el control racional del dinero y la
acumulación. Un flujo de remuneración monetaria no asalariado enmarcado bajo
otra lógica de producción que opera, podríamos decir, independientemente, pero
en relación con el orden capitalista; socavando su centralización mediante un
trabajo travesti, como se ha señalado, guiado por el deseo y el placer. De este
modo, el sexo-servicio en las calles o en los cines clandestinos, es un vector
laboral que produce desde abajo, mas
no en concesión del mercado neoliberal.[13] Como contracorriente que subvierte este
mercado, el trabajo travesti interroga los modelos de acumulación que opera
bajo una lógica de reificación. En este descentramiento de la lógica de
producción se encuentra también una interrogación de la futurización lineal de
las lógicas de reproducción.
En el testimonio de la voz narradora se encuentra su
posicionamiento fuera del núcleo de la familia tradicional, marco
cristiano-normativo, que proclama la futurización de la especie humana mediante
el coito vaginal y la figura del primogénito, como se ha señalado. Producción y
reproducción, de este modo, quedan desarticulados. El travestismo como
diferencia sexual y alteridad de género suspende la reglamentación de los
cuerpos, develando otra economía de cuerpos constituyentes de la formación del
estado-nación. Indica también que, aunque aparecerse en público significa poner
en peligro la estratificación de la norma social, toda transacción disidente guiado
por el deseo, por remuneración monetaria o por diversión y placer, apunta sobre
otros modos de habitar el mundo. Así, el deseo travesti-trans, a través del
acto de travestirse y de corporeizar disidencia, apunta hacia una autonomía de ser
y transformarse, de guiar la vida cotidiana hacia el futuro por
medio de la transgresión de expectativas hegemónicas. De ir de venir y de futurizarse
en lo que “une va siendo”.
Por otro mundo de
posibles
Si bien Halberstam describe que cada persona trans
tiene el derecho de generar sus propias categorizaciones y Wayar describe cómo hacer
una Nostredad entre travestis y personas trans, el texto de Mario Bellatin
resalta ese pequeño mundo de posibles, desplazado a los márgenes (el salón
posicionado geográficamente afuera de la urbe) y forzado así a vivir en las
orillas de la ciudadanía. He ahí, en la periferia, donde el texto literario
saca a la luz otra manera de vivir y de habitar el mundo; otro modo de ser y de
hacerse posible, desterritorializándose de lo que se llama el género y sus
diferentes vectores (corporal, sexual, racial y económico) que excluyen la
diferencia. Lo trans, en este sentido, como prefijo siempre en movimiento y
como modo de ser (y de hacerse y re-hacerse) invita a transformar lo
dado como aceptado, moviéndolo hacia otros modos de corporeizar sexo y
sexualidad; es decir, lo trans —en sus diferentes manifestaciones y sus
modalidades de desestabilizar el género (el travestismo, lo travesti, y los
sujetos trans en sí)— aparece como transfiguración de los marcos de
legibilidad, proponiendo así una transformación política que no solo
cambie los códigos civiles y jurídicos del estado-nación, sino que igual toque
a cada une para re-pensar el modo de aproximarse al otre que
posa y corporeiza una alteración identitaria. Salón de belleza, en este
aspecto, juega con su lector forzándolo a quedar en la duda, sin saber del todo
la identidad, el cuerpo, o el deseo de sus protagonistas. Así, la literatura
tiene el potencial de desarticular las normas de lo social, vislumbrando la
posibilidad de construir otro tipo de mundo, ahí donde otros posibles —cuerpos,
seres, sujetos y personas— potencialicen su existencia.
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electrónico: jorgesc1@sas.upenn.edu
[2] Ver Líneas de Fuga. Por otro mundo
de posibles (2013), de Félix Guattari.
[3] En No Future (2004), Lee
Edelman piensa la desarticulación de la visión del futuro a través de lo que
denomina una visión anti-social, de desaprenderse de las normas sociales que
prometen la futurización de vida, es decir, un pensar de lo social desde la
negatividad.
[4] Critica de la razón reproductiva (2017),
de Penelope Deutscher.
[5] Ver The
Feeling of Kinship (2010) de David Eng o Animacies (2012) de Mel
Chen. Kinship, en estos aspectos, va más allá de la
lógica heterosexual de hacer familia; por ejemplo, se trata de núcleos
alternativos entre drag queens, entre personas trans o disidentes
sexuales en general.
[6] Todas las traducciones al español son
propias.
[7] De aquí en adelante utilizo el
registro neutral de género para marcar una des-identificación del binomio
pre-establecido.
[8] El trabajo de María Lugones enfatiza este punto, ver The Coloniality of Gender (2008) y Heterosexualism and the Colonial/Modern Gender System (2017).
[9] Pedro DiPietro acuña este movimiento
una relacionalidad lateral, una “sideways relationality”.
[10] Jasbir Puar en Bodies With New Organs (2015) desarrolla el concepto de passing, una simulación exacta por
personas trans que opera como modo de esquivar discriminación, violencia sexual
e incluso desaparición.
[11] Para relatos sobre el cuerpo como
especie de archivo, ver Escrito sobre un cuerpo (1969), de Severo
Sarduy.
[12] Sifuentes-Jáuregui plantea este
procedimiento en su libro Transvestism,
Masculinity, and Latin American Literature (2002), donde el travestismo
significa para el espectador externo: “[...] representing the other; [...]
occupying the place of the Other; [...] recreating the figure of the (m)other”
(p. 3), mientras que para el sujeto travestido significa algo completamente
diferente: “[...] representing the Self; [...] becoming the Self; [...]
(re)creating the Self” (p. 3).
[13] Me refiero al trabajo de Verónica Gago
en La razón neoliberal (2014) en el cual enfatiza modos de trabajos no
oficiales al orden neoliberal.