EDITORIAL
Entendemos los
movimientos sociales como formas de acción social y política por parte de
grupos que combaten desigualdades y opresiones, y luchan por la transformación
(o en contra de ella) de situaciones y reglas del juego diversas en los ámbitos
social, cultural, económico y político.
La
sociología política tradicional tendía a asociar los movimientos sociales
exclusivamente con la lucha de clases y los movimientos de los trabajadores
(Nash, 2010). Pero a partir de los sesentas, se identifican “nuevos”
movimientos, que no eran precisamente nuevos entonces y que en el 2021
definitivamente no califican como tales, pero cuya expansión llevó a revisitar
la teoría “androcéntrica”, como la llaman Cortés y Zapata, autores publicados
en este volumen, que había dejado excluidos a los movimientos feministas,
ambientalistas, estudiantiles, indigenistas, de la comunidad LGBTTTI+, entre
muchos otros.
Esta
necesaria revisión de nuestro entendimiento de los movimientos sociales, llevó
a plantear cuestiones como ¿qué es lo que los hace distintivos? Pensemos en NiUnaMenos,
#MiPrimerAcoso, #MeToo, Ellas Tienen Nombre, BlackLivesMatter,
por citar
algunos. ¿Su particularidad es que sus formas de organización son más
informales, flexibles y horizontales, incluso con límites difusos respecto de
la “membresía” de una persona con relación al movimiento? ¿O es que incorporan
preocupaciones no instrumentales de corte más universalista? ¿O es que se
orientan hacia la sociedad civil en lugar de hacia el estado? ¿O es que no
centran su acción política exclusivamente en torno al estado-nación, sino que
entran también en la disputa por los significados, la creación y sostenimento
de la memoria, y la construcción de nuevas identidades y estilos de vida?
La
transformación de los movimientos sociales puede entenderse desde diversas
perspectivas: como correlato de los cambios en la estructura de clases de las
sociedades capitalistas avanzadas; o como una reacción en contra de la
mercantilización y burocratización de lo que Habermas llama el “lifeworld”;
o como resultado de la demanda de extender los derechos a grupos otrora
excluidos; o quizá como resultado de factores generacionales con la aparición
de experiencias y valores posmaterialistas; o incluso como resultado del
desencanto del electorado con las estructuras político-burocráticas
establecidas.
Cualquiera
que sea la explicación que construyamos respecto de la metamorfosis, ésa sí
innegable, de los movimientos sociales, resulta ineludible la examinación y
estudio crítico de las formas, propósitos, supuestos y alcances de los
movimientos feministas de la cuarta ola, que de suyo es interseccional, para
comprender la realidad en que estamos insertos de forma material, simbólica y
virtual en este tiempo de feminismo y movilización de la diversidad, que cada
vez está menos dispuesto a ser silenciado.
Susana Gabriela Muñiz Moreno
Bibliografía:
Nash, K. (2010). Contemporary
Political Sociology. Globalization, Politics
and Power. Oxford: Blackwell Publishers.