LA
INDOCILIDAD DE SANTIAGO: LA EXPERIENCIA ESCOLAR DE UN ESTUDIANTE TRANS* EN EL
SISTEMA EDUCATIVO CHILENO
SANTIAGO'S INDOCILITY: THE SCHOOL
EXPERIENCE OF A TRANS* STUDENT IN THE CHILEAN EDUCATION SYSTEM
Cristopher Yáñez-Urbina[1]
Natalia Sandoval-Lucero[2]
Ignacio Figueroa-Céspedes[3]
Resumen
Este artículo analiza la experiencia
escolar de un estudiante trans* en su paso por el sistema escolar chileno.
Sistema marcado por una preocupación por la gestión de la sexualidad de niños,
niñas y jóvenes que deriva en la (re)producción de dinámicas sexo-genéricas
heteronormativas y binarias. Se procedió con un estudio cualitativo de caso
único, desde un enfoque narrativo, a la producción de un relato de Santiago, un
joven trans* de 18 años, acerca de su trayectoria escolar. Los resultados
develan una serie de procesos de negociación, resignificación y resistencia
entre Santiago y su entorno escolar. Estos dan cuenta de diversos puntos de
tensión, reconocimiento y toma de decisiones. Entre las principales
conclusiones destaca que, si bien existe un conjunto de mecanismos
heteronormativos en la escuela, estos no logran aplacar la agencia del
estudiantado para la construcción de significados propios acerca de sí mismos
ni la generación de alianzas colectivas. Dichos elementos, derivan en la
necesidad de desarrollar futuras investigaciones que descentren la figura del
“caso trans*” hacia la pregunta ¿cómo se configuran los entornos escolares para
la inclusión de estudiantes trans*?
Palabras
clave: género, heteronormatividad, educación, experiencia escolar
Abstract
This article
analyzes the school experience of a trans* student in the Chilean school
system. This system is marked by a concern for the management of the sexuality
of boys, girls and young people that derives in the (re)production of
heteronormative and binary sex-gender dynamics. We proceeded with a qualitative
single case study, from a narrative approach, to the production of a story of
Santiago, an 18-year-old trans* young man, about his school career. The results
show a series of processes of negotiation, resignification and resistance
between Santiago and his school environment. These account for various points
of tension, recognition and decision making. Among the main conclusions, it
stands out that, although there is a set of heteronormative mechanisms in the
school, these do not manage to placate the students' agency for the
construction of their own meanings about themselves or the generation of
collective alliances. These elements derive in the need to develop future
research that decenters the figure of the "trans* case" towards the
question of how school environments are configured for the inclusion of trans*
students.
Keywords: gender, heteronormativity, education, school experience
Recepción: 10 de septiembre de 2021/Aceptación: 30 de noviembre de 2021
Introducción
Los
defensores de la infancia y de la familia invocan la figura política de un niño
que construyen de antemano como heterosexual y generonormado. Un niño al que
privan de la energía de la resistencia y de la potencia de usar libre y
colectivamente su cuerpo, sus órganos y sus fluidos sexuales. Esa infancia que
pretenden proteger está llena de terror, de opresión y de muerte.
Paul B. Preciado - ¿Quién defiende al niño queer?
Uno de los focos desplazados de la
discusión pública cuando se habla de educación son las dinámicas sexo-genéricas
que se (re)producen todo el tiempo en los espacios escolares (Morgade, 2011).
Esta cuestión guarda estrecha relación con el lugar dilemático que ha ocupado
la sexualidad de niñas, niños y jóvenes en el mundo contemporáneo y que la ha
llevado a ser objeto de vigilancia y modelación contínua por parte del mundo
adulto (Bennet y Harden, 2019; de Franco y Maranhão Filho, 2020). Idea que se sustenta en una figura
del alumno como sujeto desagenciado
que debe ser formado, instruido y corregido hacia un ideal de adultez (Baquero
y Narodowsky, 1994; Burman, 1994).
En esta línea, las dinámicas al
interior de las escuelas no escapan del establecimiento de regímenes sexo-políticos
binarios que asientan sus bases sobre la universalización de la
heterosexualidad como modelo corpo-sexo-genérico (Butler, 2002; Warner, 2004;
Wittig, 1992). De hecho, el currículum formal, oculto y omitido configuran una
cultura escolar moldeando los significados acerca de qué es el cuerpo y la
sexualidad (Vásquez y Lajud, 2016), los cuales suelen ser acompañados de
mecanismos de exclusión, represión y silenciamiento de sexualidades disidentes
en los espacios educativos (Mollo-Avendaño y Fuentes-Salazar, 2019; Suárez,
Rodríguez, Del Río, Alfonso y Suárez, 2019). Siendo así, se torna relevante una
indagación en torno a cómo el estudiantado se incorpora en estas dinámicas
heteronormativas al interior de los espacios educativos.
Existe una tendencia investigativa
de posicionar a niños, niñas y jóvenes como sujetos pasivos de una educación
totalizadora que los despoja de capacidad de resistencia. No obstante, diversos
estudios dan cuenta de la agencia del estudiantado para posicionarse como
actores válidos en la toma de decisiones sobre su sexualidad (Whittington,
2019), además de dar cuenta de su capacidad para elaborar espacios y códigos
culturales propios en la materia (Cassar, 2017; Frieh y Smith, 2018), para
resistir al binarismo imperante de manera cotidiana (Atkinson, 2020; Francis y
Kjara, 2020) y para la conformación de colectividades de acción política
(Lillo, 2020). Frente a este escenario, el desafío que planteó Paul B. Preciado
(2019) es escuchar y visibilizar a esos niños, niñas y jóvenes que no siempre
son heterosexuales y generonormados, y cómo construyen sus espacios de lucha
ante instituciones que buscan cooptar sus potencias.
Tal desafío involucra una aproximación
sobre la experiencia escolar,
entendida como la manera en que cada estudiante articula las diferentes lógicas
de acción del mundo escolar y produce una subjetividad al respecto de sus
posiciones, tensiones y configuraciones que escapan del control totalitario de
la institución escolar (Dubet y Martuccelli, 1998). Asimismo, y dentro de la
lógica de la subjetividad, implica una especial atención a los modos por los
cuales el estudiantado actúa desde una actitud de indocilidad y resistencia ante
las formas dispuestas sobre su cuerpo, género y sexualidad (Foucault, 1995)
como forma de construcción de su propia libertad (Castro-Gómez, 2016).
Por lo tanto, el presente artículo
analiza la experiencia escolar de un estudiante trans*[4]
al interior del sistema escolar chileno. Esto con la finalidad de visibilizar
agencias, tensiones y resistencias que deriven de su propia forma de habitar y
pensar su subjetividad en entornos que tienden a plantear un binarismo
corpo-sexo-genérico como norma. El objetivo no es defenderlo desde un
mesianismo académico, sino visibilizar y dialogar con una realidad que irrumpe
en el mundo social y los espacios educativos. Algunas preguntas que guían este
estudio son ¿qué lugar ocupa la escuela en la producción de subjetividad de jóvenes
trans*? ¿Qué estrategias elabora para accionar en sus procesos de
subjetivación? ¿Cómo se relaciona la construcción de su experiencia con la
constitución de sí mismo? Y, a la vez, ¿cómo se relaciona la emergencia de
nuevas subjetividades con la transformación del mundo escolar?
Metodología
La investigación corresponde a un
estudio cualitativo desarrollado durante el año 2019. Empleamos un enfoque
narrativo, con énfasis en las formas por las cuales los actores sociales
construyen los sentidos y significados del mundo que los rodea y sus experiencias.
Esto, a partir de la elaboración de historias con respecto a sus vivencias
(Salgado, 2007). Asimismo, recurrimos a un diseño de caso único enfocado en la
indagación de cómo un joven trans* elabora una narrativa de su experiencia
escolar al alero del sistema educativo chileno. Se prefirió una indagación
intensiva sobre su historia personal (Álvarez y San Fabian, 2012) y la
necesidad de posicionar los conocimientos en un contexto situado que marca la
perspectiva desde donde se elaboran las narraciones (Haraway, 1995).
La selección del participante se
realizó por medio de un muestreo intencionado, privilegiando criterios de
inclusión y exclusión afines con el cumplimiento de los objetivos de la
investigación (Moser y Korstjens, 2018). En este sentido, buscamos a un participante
que estuviese en proceso de transición y que se encontrara cursando los últimos
años de la enseñanza secundaria en escuelas chilenas. Siendo así, el caso
estuvo constituido por las experiencias escolares de Santiago[5] un
hombre trans* de 18 años que, en el momento de la producción de las narrativas,
cursaba el cuarto año de educación secundaria en un colegio
particular-subvencionado de tipo técnico-profesional de una comuna del sector
nororiente de la ciudad de Santiago de Chile.
En cuanto a la técnica de producción
de información, empleamos la producción narrativa como la creación de un texto
híbrido que se edifica desde el diálogo entre investigadores y participantes
que se reúnen a hablar de un fenómeno en estudio (Balasch y Montenegro, 2003),
en este caso corresponde a la experiencia escolar. Esta aproximación privilegia
el reconocimiento del lugar activo de los investigadores en la producción de
conocimiento y en la co-construcción de la narrativa misma (Holstein y Gubrium,
2004). Así como también, en contra de aquellas perspectivas que abogan por la
neutralidad y modestia de la
investigación (Haraway, 2004).
En esta línea, el procedimiento
consistió en la co-construcción de un texto correspondiente a la narrativa que
tomó cuatro sesiones de trabajo. En cada encuentro el rol
del equipo fue, por un lado, orientar el pensamiento hacia lugares no
explorados por Santiago y, por otro, rescatar ideas clave y retroalimentar con
nuevas etiquetas verbales asociadas a los enfoques teóricos en los que el
equipo inició su posicionamiento. De esta forma, el diálogo brindó la
posibilidad de negociar los significados y, con esto, la emergencia de un nuevo
conocimiento situado. Por
lo cual, lejos de pretender lograr un fiel reflejo de la realidad, los
resultados perfilan un proceso dialógico, reflexivo y performativo de la
experiencia escolar de Santiago.
Tras
cada reunión, con la disposición de producir un relato apegado a lo enunciado
por el protagonista, el equipo investigador se apoyó en las grabaciones para
darle forma al producto. Se sistematizaron y conectaron las ideas que
emergieron en los encuentros. Luego, se ordenaron las diferentes vivencias de
forma cronológica. Al redactar la producción narrativa, se intentó conservar
las mismas palabras enunciadas por Santiago, sin embargo, estas fueron
combinadas con recursos lingüísticos propios del equipo investigador que
también dan cuenta de su posición teórica. Luego de terminar la textualización
se le envió por correo electrónico para que pudiese revisarla. Se le solicitó
que constatara que la narrativa era reflejo de sus vivencias y sentidos, de
modo que, en caso de ser necesario, se pudiese modificar, eliminar o ampliar el
relato. La producción narrativa fue aprobada por Santiago en primera instancia
y se cuenta con su aprobación para su publicación. Finalmente, cabe destacar que la
investigación contó con la aprobación del Comité de Ética de la Universidad
Diego Portales. Se respetaron los principios de confidencialidad y anonimato
del participante a través del empleo de un consentimiento informado que
explicitaba las condiciones de la investigación.
Resultados: la experiencia escolar
de Santiago
Santiago decidió comenzar su
transición alrededor de abril-mayo de 2017, en su anterior colegio. Se animó a
contarle a sus amigas/os más cercanas/os, quienes inmediatamente lo apoyaron en
su proceso e, incluso, le dijeron que debería haberlo expresado antes. Luego,
lo supieron sus profesoras/es, quienes lo digirieron[6]
rápido. Sintió que para ellas/ellos nunca fue un tema reconocer su identidad.
En ese momento, su psicóloga también estaba al tanto de que es trans*, no
obstante, fueron sus docentes quienes lo incentivaron a contárselo a su mamá,
quien hasta ese momento no sabía nada de la situación.
Después de contarle a su madre, en
un acto de reconocimiento, ella lo llevó a cortarse el cabello para iniciar su
modificación en la expresión de género. Además, escogió su nombre social:
Santiago. Le preguntó a su mamá qué opinaba y ella le dijo que hubiese elegido
Maximiliano. Ese fue por mucho tiempo su segundo nombre, hasta hace poco que se
decidió por otro que le gusta e identifica más.
Posteriormente, fueron al colegio a
exponer la situación. Allí, le dieron varias facilidades, como el uso de su
nombre social, entre otras, pero con ciertas restricciones. Por ejemplo, pudo
hacer el cambio de uniforme, pero no podía usar el pantalón gris
correspondiente al uniforme de varones. Sí le permitieron utilizar siempre el
buzo. Con relación al uso de baños, no lo dejaron usar el de hombres, pero le
facilitaron el que usaban los profesores. Para Santiago, esos cambios eran
suficientes. Sintió que el colegio estaba ofreciendo las condiciones para
permanecer ahí. Sin embargo, quedarse en un lugar que lo había conocido con su
nombre legal, se fue volviendo cada vez más incómodo de habitar.
Principalmente, porque había repetido de curso y no se llevaba bien con algunos
antiguos compañeros, quienes lo molestaban por ser trans*, lo llamaban por su
nombre legal o utilizaban pronombres femeninos para referirse a él y hacían
burlas relacionadas con su identidad de género. Recalca que solo eran tres
hombres, versus el resto del colegio que lo trataba bien.
Respecto a su nombre, muchas veces
le preguntaron ¿cuál es tu nombre real, tu nombre de verdad? Y eso le produjo
rabia porque su nombre real es Santiago, el que aparece en su cédula de
identidad es otro que no lo identifica. Si bien él ve como positivo que las
personas quieran e intenten entender lo que significa ser trans*, y le
pregunten cosas relativas a eso, enfatiza que no es necesario que se les
entienda, pero sí que se les respete. En esto, el uso del nombre social es una
forma de mostrar respeto. Hay personas intolerantes que no comprenden que la
vida del otro es diferente a la suya y que eso no les afecta en nada. Da el ejemplo
de un amigo cercano, quien es intolerante con todas las identidades disidentes
y al único a quien acepta es a él. En un momento, le preguntó, por curiosidad,
por su nombre real y él le contestó “mi nombre real es Santiago, el legal es
otro”. Su amigo nunca lo ha llamado por ese otro nombre.
Prefiere, por costumbre, no
mencionar su nombre legal y referirse a este como tal “mi nombre legal o mi
nombre de carnet”. Cuando le preguntan, no tiene problemas con revelar dicho
nombre, siempre y cuando no asocien su cara con aquel. No quiere que tengan en
mente al Santiago que antes se llamaba X ni que lo identifiquen y/o nombren
como tal. Por lo mismo, tiene cuidado a quien se lo revela, para que esto no sea
utilizado como un medio para violentarlo. Así como hay personas que jamás lo
sabrán, tiene amigas/os que lo supieron el mismo día en que se conocieron. Todo
depende de la mentalidad y tolerancia de la otra persona.
Con relación a lo anterior, Santiago
también enfatiza en la importancia del uso de las palabras y las formas de
decirlas. Los excompañeros que lo molestaban, hacían que se avergonzara al usar
un tono de burla para decir Santiago. Es decir, “respetaban” su verdadero
nombre, pero al mismo tiempo, lo humillaban a través de este. Por tanto, para
él, el problema no está solo en qué se dice sino en con qué intención se dice.
En la misma línea, hace referencia a que no tiene problemas con ser trans*,
pero no desea que se le etiquete de esa manera. La forma de utilizar y de decir
la palabra es la que tiende a poseer una carga negativa, un modo peyorativo, no
la palabra en sí misma.
Para Santiago, las etiquetas han
formado parte de su vida. En su infancia escolar era el afro, el mulato, el
negro y luego el trans. Relata que su papá es de piel negra y su mamá es de
piel blanca. Cuando iban al colegio, su padre era el único apoderado de piel
negra. Debido a esto, era reconocido como el mulato. Hubo varias ocasiones en
que la etiqueta mulato se usó de buena forma para referirse a él. Por el
contrario, también recuerda que muchas otras veces lo trataron de “mulato de
mierda” o “negro de mierda”, de forma racista. A los 12 años lo mandaron a su
país, aunque es chileno.
Siente que hay personas que
necesitan etiquetarlo. Esto es algo que, en general, pasa mucho, y se veía en
ese colegio con otras personas también. Como dicho colegio posee un proyecto de
integración, asistían a él estudiantes con ciertas particularidades, como un
alumno que padece esquizofrenia o una compañera que nació con microcefalia, a
quienes se les identificaba con dichas etiquetas. Santiago recuerda que a esa
compañera le costaba mucho aprender y que, de cierta forma, por eso, abusaban
de ella. Si necesitaban a alguien para algo, le pedían ayuda solo a ella.
Entiende que quizás para los demás alumnas/os hubiese sido una lata[7] ir a
ayudar, pero debería ser para todas/os, no solo para alguien en especial. Cree
que así la identidad se ve reducida a una característica, en su caso, al alumno
trans*. Luego de que “salió del closet”[8], una chica
trans* se acercó a él para contarle que estaba en la misma situación. Fueron
conocidos como los casos trans*, lo que lo hacía sentirse en condiciones de
desigualdad. Él desea ser un alumno más, solo alguien más del colegio y no un
personaje.
Recuerda que el sexismo estaba
presente en ese colegio. Notó que el profesorado hacía diferencias entre los
géneros, en especial en matemáticas. El profesor de la asignatura era mayor y
era evidente que en clases las preguntas las dirigía hacia los varones. Decía ―ya
chiquillos―, y solo los miraba a ellos. Además, esos estereotipos de género se
replicaban en las decisiones de los roles. Por ejemplo, en los cursos
científicos, si eran 20 estudiantes en total, 13 eran hombres. A diferencia de
los humanistas que eran muchas más mujeres. Para Santiago, este sexismo era
tolerable y, además, la mayoría de la comunidad escolar lo trataba bien. Sin
embargo, Santiago comenzó a sentirse objeto de observación por ser “el caso trans*”.
La situación se volvió cada vez más molesta e insostenible para él, así que
decidió que lo mejor era cambiarse de colegio y empezar de cero.
En ese tiempo, él ya asistía a una
fundación para niñez y adolescencia trans* y uno de sus amigos de ahí, Joaco,
estaba en otro colegio que le quedaba muy cerca de su casa (Las Condes). Sabía
que el colegio era tolerante y, sumado a que su amigo es hijo de la inspectora
general, lo hicieron interpretar que ser trans* no estaba mal visto. Decidió
ingresar a ese colegio y cuando fue a dar la entrevista se dio cuenta de que
era técnico. Debía elegir entre gastronomía y hotelería y prefirió la segunda
opción. Recuerda que el jefe de carrera no se percató de que era trans* hasta
que le tocó firmar. Entonces, preguntó si utilizaba su nombre legal o social y
vio una reacción natural en él, sin inconvenientes.
Desde el principio, el colegio no
puso ningún obstáculo para respetar su identidad de género, sintió una muy
buena acogida. A su madre le informaron que en los documentos oficiales tenía
que figurar su nombre legal, pero en el resto no había ningún problema con que
utilizara su nombre social. Desde el primer día de clases lo presentaron a la
comunidad escolar como Santiago. Le permitieron utilizar uniforme masculino,
por lo que desde el principio asistió con pantalón gris. Al igual que en el
otro colegio, pero en este caso por un tema de su propia comodidad, le dieron
acceso a un baño exclusivo. Prefirió no usar directamente el de hombres porque
aún no empezaba a inyectarse hormonas (hace referencia al tema de la
menstruación).
Santiago destaca que este colegio
posee un ambiente que, en general, propicia la libre expresión, es “súper open mind”. La diversidad es vista como
un valor. Se han hecho charlas y eventos con relación al tema. En uno de ellos,
su amigo de la fundación salió con su bandera trans*. Además, asiste una gran
cantidad de estudiantes con orientación afectiva homosexual e, incluso, hay docentes que se declaran abiertamente homosexuales. Por
todo esto, actualmente, ser gay o lesbiana no es tema en ese espacio.
Paradójicamente, ha identificado miradas de rechazo de quienes menos se
esperaría.
Como imagen, cita la de un alumno de
otro cuarto medio, que hasta hace un par de años expresaba ser homofóbico y
transfóbico. Con el tiempo, y luego de que muchas personas le dijeran que se le
notaba que era gay, y que lo asumiera, este estudiante salió del closet y
visibilizó públicamente una relación con otro hombre. Santiago percibe un
rechazo de su parte, cree que intencionalmente nunca le ha hablado y que lo
mira con muy mala cara. También, hay otro estudiante de cuarto medio, quien se
maquilla, y una pareja de chicos gays que lo miran despectivamente. Realmente
no sabe si esto se debe a que él es gay o trans*.
Su experiencia escolar en este
colegio ha presentado otras situaciones incómodas, aunque las significa como
nimiedades. Al principio, vivió uno que otro momento en que alguno de sus pares
lo trató en femenino, y lo llamó, intencionalmente, “compañera”. Sin embargo, para
él fue más válido el apoyo de la gran mayoría que saltaba a defenderlo y
aclarar enfáticamente “¡es compañero, weón!”. Se queda con la reacción de
respaldo al constatar que 29 de las 30 personas de un curso sí respetan y se
interesan en validar su identidad.
En otra ocasión, durante un ensayo
de PSU[9],
tuvo un momento de tensión porque mencionaron su nombre legal, en voz alta, en
presencia de los cuatro cuartos medios. Sus compañeros de curso, que son los
que están en conocimiento de su identidad, se acercaron de forma discreta a
corregir que su nombre es Santiago y solicitaron al encargado que por favor no
lo repitiera en voz alta.
Otro hecho importante está
relacionado con que Santiago, como parte de su expresión de género, utiliza
doble binder[10].
Este no es seguro para hacer ejercicios ya que presenta riesgo de asfixia. Por
tanto, durante el 2018, intentaron que se lo sacara para que participara de la
clase de educación física sin peligro, pero fue complejo emocionalmente. Cada
vez que lo intentó se ponía a llorar, no había caso, aunque él sintiera que
quería. Le daba demasiada vergüenza por mucho que fuera entre sus compañeras/os.
A raíz de esto, sufrió un incidente durante un juego tipo búsqueda del tesoro,
en el que había que correr contra el tiempo y exigía alto desgaste físico.
Santiago terminó ahogado y la profesora lo encontró apoyado en la pared
tratando de estirarse el compresor para poder respirar. Asimismo, hubo un antes
y un después, luego de que empezó a inyectarse hormonas.
Su cambio físico ha sido muy grande
y evidente para sus conocidos, quienes así se lo han hecho saber. Decidió
continuar usando el baño exclusivo porque lo disfruta, considera como un
beneficio extra tener un baño solo para él. Santiago enfatiza que cree que el
alumnado que llegó posterior a su cambio hormonal no sabe que es trans*. La
única forma en que lo sepan sería que lo hayan inferido porque se fijaron en
que usa otro baño. No obstante, comenta que eso también puede ser interpretado
como motivado por cualquier otra cosa. El profesorado nuevo tampoco se ha dado
cuenta, aunque algunas/os se han enterado porque alguien se los contó.
A Santiago no le importa que el
mundo escolar sepa que es trans*, pero sí que no exista una etiqueta como la
que tenía en su anterior colegio de “caso trans*” o que lo presenten como tal. Porque
para él ser trans* es solo una característica de él, su identidad es mucho más
que una etiqueta. No comprende por qué la gente tiene la necesidad de
remarcarlo. Por una parte, cree que lo hacen para hacer énfasis en algo más
distintivo para cada persona, pero, por otra, observa que no lo hacen con todas/os,
no se etiquetan a las 600 personas. Entonces, para él, ese no es el mejor modo
porque podrían ocupar una etiqueta más bonita, pero le dan prioridad a lo raro.
Aunque en este colegio el uso de la
palabra trans* es en confianza y sin propósito de ofender, siente que, de todas
formas, igual hay una intención de recalcar lo trans*. Por ejemplo, su amigo
Joaco no solo era conocido como el hijo de la inspectora, sino que era el hijo
trans* de la inspectora. Desde otra perspectiva, también observa que, como en
el colegio hay tanto estudiantado homosexual, la etiqueta de gay o lesbiana ya
no sirve para identificar a alguien en particular. Asimismo, hasta el año
pasado (2018) cuando alguien hablaba del alumno trans*, la reacción era ¿cuál
de todos? Si hay muchos. Durante el 2019 este panorama cambió, porque solo hay
dos trans*: él y su amigo Nico, quien cursa un nivel inferior. Por lo tanto,
Santiago cree que ahora es entendible que pregunten por cuál de los dos, aunque
para Nico sí es un problema.
A su amigo, al igual que a él, desde
que llegó lo presentaron como Nico. No obstante, a diferencia de él, Nico no
ocupa ninguno de los baños, ni el de hombres ni el exclusivo, prefiere
aguantarse. Santiago desconoce el porqué de dicha situación, ya que cuando ha
querido conversarlo con Nico, él expresa que no quiere hablar de eso, es
reservado con esos temas. Infiere que, si bien Nico tiene conciencia de que el
colegio es súper abierto y que ser trans* no es clasificado como negativo, le
pasa lo mismo que a él respecto a que no le gusta la etiqueta del alumno trans*
y, por lo mismo, no quiere que lo identifiquen por el uso del baño.
También considera que, en la escuela,
las etiquetas se vuelven tan importantes que, sin conocer a la persona, la
comunidad escolar puede identificar a alguien debido a que se ha hecho famosa/o
por su etiqueta. En ocasiones, la etiqueta es tan potente que nadie conoce el
verdadero nombre del estudiante. Como, por ejemplo, hay un alumno de segundo
medio a quien no conoce personalmente, pero que sí lo ubica por su cara
asociada a la etiqueta “el aweonao[11]
de segundo”. En un acto, el chico se cayó y quedó para siempre etiquetado de
esa forma. Todas/os lo llaman así, incluso imagina que es probable que solo en
su curso sepan su nombre.
La misma situación ocurre con el
estudiantado extranjero que llega al colegio. Santiago tiene una amiga a la que
llaman Colombia, porque viene de ese país. En una ocasión, uno de sus
compañeros le preguntó cómo se llamaba, porque siempre la ha conocido como
Colombia. Recién ahí supo que se llama Laura, que no tiene nada que ver con
Colombia.
Santiago concluye que el
etiquetamiento es parte de la sociedad. Él ha experimentado, a lo largo de su
vida, que en todos los lugares dan una etiqueta determinada. A saber, en los
últimos meses, pasó de ser el alumno trans* del colegio, al “cabro gay” del
hotel, su lugar de práctica. Además, en este espacio, constató que el problema
tiene que ver con cómo se usan las palabras y el significado que hay detrás. En
el hotel no le permiten referirse a una persona como “el negro”, porque el
término en sí mismo es considerado racista, pese a que él es hijo de un negro.
Por eso, para él también tiene que ver con quién usa la palabra, porque, por
ejemplo, entre gays se usa libremente la etiqueta “maricón” para tratarse entre
sí, pero pasa a ser un insulto cuando lo dice una persona heterosexual. Lo
mismo le ha ocurrido a él cuando lo identifican con la palabra “nigger”. Él explica que puede ser que no
estemos en E.E.U.U., pero su uso tiene un fin peyorativo, es un insulto racial
que usa mucha gente blanca que no entiende que solo puede usarse entre negros.
En otro ámbito, referente al desarrollo
del curriculum del actual colegio, cree que existe sexismo, pero mucho menos
que en el colegio anterior. Ejemplifica que, en su curso, el mejor promedio en
la asignatura de matemáticas lo tiene una alumna. A diferencia del otro
profesor, éste es más joven y tiene otro tipo de trato: en su clase mira y
apoya a todas/os. Además, resalta la labor de su profesor de lenguaje, quien,
durante las clases, introduce temas relativos a oponerse al machismo o a la
sociedad patriarcal. Si bien las preguntas las dirige a todas/os y su trato es
igualitario entre mujeres y hombres, cree que les tiene más fe a las mujeres
porque los hombres son muy desordenados, aunque trata de evitar hacer esas
distinciones.
Santiago cree que la capacidad en
las materias no tiene nada que ver con el género. Sin embargo, esto no lo ve
reflejado en la forma de impartir el ramo de educación física. En esta
asignatura se ve mucho la diferencia que se hace entre mujer y hombre y que,
bajo su visión, no tiene sentido. Entiende que la musculatura y el desarrollo
de la fuerza son distintas. Él mismo pudo experimentarlo y reconocerlo en su
propio cuerpo con el aumento de la testosterona debido al tratamiento hormonal.
No obstante, cree que estas diferencias van más allá del género, hay cosas que
algunas personas pueden hacer y otras no. No se debería fijar un límite por si
eres mujer u hombre, si es que todas/os somos diferentes. La fuerza no es la
misma entre personas, por ejemplo, una amiga lo puede levantar “300 veces” y
él, en ocasiones, siente que no se puede ni un tallarín.
Debido a las mismas exigencias
homogeneizantes de la clase de educación física, Santiago fue eximido del ramo
durante el 2019. A raíz de la situación preocupante en el juego de la búsqueda
del tesoro, producto del uso del binder,
su profesora se asustó y decidió que, durante el 2019, no podría participar de
las clases. Empero, si quería, podría hacerlo, pero tendría que quitarse el
compresor. De todos modos, la profesora le manifestó que sabía que no lo iba a
hacer debido a lo que significaba emocionalmente para él. Por consiguiente, la
profesora le solicitó que pidiera un certificado a su psiquiatra y con eso
justificaron que no participara del proceso lectivo. No se buscó otra opción
para incluirlo en las clases, sino que se dio como motivo la exigencia de la
unidad de acondicionamiento físico. Su mamá cuestionó por qué no le daban otros
ejercicios que sí pudiese hacer, pero él expuso que fue decisión de la profesora
y que él tampoco se opuso. En dichas clases solo lo hacen sentarse, no
participa de ninguna forma. La única excepción fue el baile de fiestas patrias,
en el que, por iniciativa propia, se integró, aunque ocasionalmente. Esto
porque la danza de su curso fue caporales[12], cuya
demanda física le resultaba exigente. Por tanto, decidió integrarse a la
coreografía, pero con ensayos a su propio ritmo, y los descansos necesarios
para no exponerse al riesgo de asfixia.
Con relación al uso del lenguaje,
Santiago observa que ninguno de sus profesoras/es se dirige al curso diciendo
solo chicos. La mayoría explicita el chicas y chicos. La educadora diferencial,
que va esporádicamente a su sala a apoyar a quienes les cuesta más aprender,
dice “chicas, chicos y chiques”. El profesor de lenguaje suele decir chicos y
chicas, pero en ocasiones usa o agrega el chiques. El profesor de matemáticas
bromea con el tema, usa el chiques luego de decir “sé que lo quieren escuchar,
así que lo voy a decir”.
Respecto a esto, Santiago dice que
es difícil usar el lenguaje inclusivo. A él le cuesta mucho usar la E, e
incluso con une amigue no binarie, se le dificulta. No es que no quiera usarla,
pero le cuesta y por eso trata de utilizar la I y decirle amigui. Hay muchas
personas a quienes no les parece bien esta solución, y lo cuestionan con
afirmaciones como que al mezclar las letras suena desagradable, despectivo,
pero él no lo hace con esa intención, es solo porque no tiene costumbre.
También le complica el uso de pronombres para referirse a un amigue que tiene
género fluido, porque o es el Benja o es la Cata. Cuando se juntan, es su
amigue quien anuncia su sentir “voy a ir de Cata” o “es que hoy día ando más
Benja”. Cuando no lo expresa, le pregunta directamente ¿Cata o Benja? Él
intenta respetar sus sentires con el uso del lenguaje correspondiente, pero es
algo que asume le cuesta mucho. Al escribir tampoco utiliza la E, pero sí
prefiere reemplazar los plurales con una X (todos por todxs). Sabe que es algo
que no solo le ocurre a él, ya que su psicóloga le confesó estar muy complicada
con el uso de la E porque tiene un nuevo paciente que es agénero.
Para él, el problema radica en la
forma en que se estructura nuestro idioma. Hace referencia al japonés, por ser un
idioma que posee términos que no tienen género y se utilizan libremente. Al
igual que en China, el idioma te permite referirte a la persona de forma
neutral, al punto en que hay ocasiones en que tienes que identificar a quién te
estás refiriendo y ahí recién se usa la diferenciación. En cambio, el español
le da un distintivo a todo.
Conclusiones y discusiones
La producción narrativa que se co-construye
de la experiencia escolar de Santiago expone una serie de relaciones entre
acciones, actores, instituciones, decisiones y tópicos de interés que fueron
sistematizados en la Figura 1. Un primer elemento que llama la atención de los
nodos diagramados es cómo la escuela (re)produce constantemente una serie de
dinámicas corpo-sexo-genéricas en sus espacios cotidianos (Morgade, 2011).
Entre ellas, el uso de uniforme y la disposición de baños parecen ser de gran
relevancia. En ambos casos la distribución responde a parámetros que leen al
estudiantado en clave heteronormativa y binaria (Butler, 2002; Warner, 2004;
Wittig, 1992). Esto posibilita que toda aquella identidad o corporalidad que
escape de esos patrones se tenga que someter a una exclusión silenciada al
interior de la escuela (Mollo-Avendaño y Fuentes-Salazar, 2019; Suárez,
Rodríguez, del Río, Alfonso y Suárez, 2019).
Figura
1: Flujo de la experiencia escolar de
Santiago
Por lo tanto, es imposible negar la
acción de la institución educativa en delimitar qué es el cuerpo, la identidad
y las sexualidades al interior de su gestión organizacional, cultural y
espacial. Lo mismo ocurre en los procesos educativos que se despliegan en aulas
y patios (Vásquez y Lajud, 2016). Esto se basa en una necesidad por formar,
instruir, corregir y modular a niñas, niños y jóvenes para que lleguen a su
adultez (Baquero y Narodowsky, 1994; Burman, 1994), en la que la sexualidad ha
ocupado uno de los puntos más dilemáticos y presentes (Bennet y Harden, 2019;
de Franco y Maranhão Filho, 2020).
Sin embargo, esto también se puede
apreciar en una serie de mecanismos no institucionalizados. En ellos, tanto el
estudiantado como el cuerpo docente juegan un rol fundamental en aplacar las
identidades y corporalidades no-normativas. Ya sea al no respetar el nombre
social y/o pronombre, al hacer un uso satírico de estos mismos o al emplear
categorías y etiquetas para marcar la diferencia. Esta serie de prácticas, que
responden más bien a un currículum oculto (Morgade, 2011), se desarrollan de
manera cotidiana y guardan distintas implicancias para pensar las dinámicas
sexo-genéricas en la educación formal.
En primer lugar, estas prácticas
operan a modo del desarrollo de exclusiones explícitas que permean el campo
educativo (Echeita y Ainscow, 2011; Figueroa-Céspedes, Arévalo-Aróstica,
Yáñez-Urbina y Muñoz-Abarca, 2021). Estas provienen, principalmente, de un
conjunto de normas sociales que buscan mantener en su sitio cualquier expresión
corpo-sexo-genérica que sea disidente (Butler, 2006). Más allá de situaciones
explícitas, institucionales y formalizadas, queda al descubierto que existe un
conjunto de actores escolares que desarrollan una marcada agencia en la
(re)producción de patrones heteronormativos. Estos vienen desde sus propias
concepciones y creencias de lo que es la sexualidad, el cuerpo sexuado, roles
de género e identidades.
Adicionalmente, otras prácticas como
el uso de categorías y etiquetas parecieran funcionar como una serie de
mecanismos que despliega la escuela para facilitar procesos de inclusión, pero
que, a la vez, marcan una diferencia que tiende a individualizar las
problemáticas en el estudiante. Esto se corresponde con lo que algunos autores
han denominado como inclusión excluyente
para referir a los procesos por los cuales la educación (re)produce procesos de
exclusión en su mismo afán por tratar de incluir, induciendo marcadores y
focalizaciones asistencialistas sobre estudiantes particulares (Grinberg,
2015). Dichos elementos destacan en la experiencia de Santiago, cuando
manifiesta su malestar asociado a ser el “caso trans*” de la escuela y que
centran la atención sobre él como sujeto que es reducido en una etiqueta y no
como un miembro más de la comunidad.
No obstante, la experiencia
investigada nos permite visibilizar que los diversos mecanismos
heteronormativos y binarios, desplegados desde la escuela sobre la comunidad
escolar, no logran aplacar totalmente la agencia y la posibilidad de los
actores por resignificar, negociar, resistir y tomar decisiones sobre su propia
trayectoria educativa (Dubet y Martuccelli, 1998). Uno de los primeros
elementos que deja al descubierto este potencial de acción son aquellas
instancias en donde Santiago toma decisiones y negocia las condiciones que pone
la escuela para habitar el espacio escolar (Whittington, 2019), por ejemplo, el
uso de baños diferenciados en su escuela antigua y nueva. En la primera
experiencia fue reconocida como una condición suficiente, pero en la segunda
como un espacio que le brindaba comodidad con respecto al estado de su transición y la presencia de
menstruación.
Asimismo, se aprecia en Santiago una
capacidad para elaborar y adaptar sus propios códigos en virtud de su entorno
social (Cassar, 2017; Frieh y Smith, 2018). Esto ocurre con su posicionamiento
frente al uso de categorías y con relación al lenguaje inclusivo. En el
primero, reconoce la necesidad humana de recurrir a etiquetas lingüísticas como
formas de aprehender la realidad nombrando las cosas y las características de
otros, de ahí que no niegue su uso, pero también comprende que su experiencia
no puede ser reducida a solamente una de ellas, desarrollando paralelamente una
visión crítica ante su uso. Por otro lado, también se aprecia una apropiación
del lenguaje inclusivo, ya que asume su dificultad para usarlo regularmente,
adoptando otras formas y empleándolo cuando fuese necesario o solicitado por su
interlocutor.
Finalmente, también vemos cómo
adopta una serie de estrategias para resistir a los mecanismos heteronormativos
y binarios de la escuela. Algunas veces opera de manera individual (Atkinson,
2020; Francis y Kjaran, 2020), como cuando prefiere resguardar quién sabe su
nombre legal para evitar que sea empleado como forma de denigrarlo o cuando
prefiere cambiarse de escuela para evitar situaciones conflictivas. En otras
ocasiones, despliega acciones colectivas (Lillo, 2020), como implicar una
recomendación de la fundación para escoger su nueva escuela o buscar el apoyo
de sus pares como una forma de respaldo de su propia identidad.
Con todos estos elementos, no
solamente se pone en tensión aquella visión del estudiante como un agente
pasivo frente a las lógicas escolares (Baquero y Narodowsky, 1994; Burman, 1994),
sino que además se deja de manifiesto la capacidad del estudiantado para la
construcción de su propia libertad (Castro-Gómez, 2016). Esta potencia nace
como un cuestionamiento al ordenamiento corpo-sexo-genérico que produce la
propia institución escolar (Morgade, 2011) para la reflexión y puesta en
práctica de otras formas de vida como un acto de indocilidad que permite
pensarse a sí mismo y a las relaciones al interior del espacio escolar desde
otros horizontes (Foucault, 1995).
En esta línea, siguiendo a Butler
(2006), cobra relevancia además los modos en los cuáles Santiago es expuesto al
mundo y las interacciones que se dan en la escuela. Dicho de otra forma, las
instancias de negociación, resignificación y resistencia nunca operan en una
individualidad absoluta, sino que tienen lugar en la interacción con un otro y
las dinámicas de reconocimiento que allí se libran. Siendo así, se despliegan
resistencias frente a otros, como el
caso del resguardo de su nombre legal en tanto una forma de cuidado de sí ante
burlas, y también resistencias con otros,
como el sentirse respaldado por sus pares ante situaciones conflictivas desde
una lógica de ser reconocido por otros.
Frente a este escenario, otro
elemento que se desprende de la experiencia escolar de Santiago, y que va más
allá del despliegue de mecanismos heteronormativos en la escuela y el
reconocimiento de la agencia estudiantil para lidiar con ellos, guarda relación
con una interpelación hacia la investigación. Tal como se cuestiona Preciado
(2019) en su pregunta por quién defiende al niño que no es de antemano
heterosexual y generonormado, vemos que cobran relevancia las formas en las
cuales se produce una interacción con otros en dinámicas de reconocimiento
identitario (Butler, 2006). Ciertamente, urge un desplazamiento desde la figura
de Santiago, incluso como “caso trans*” de esta propia investigación, hacia el
resto de los agentes involucrados en su trayectoria escolar.
De tal manera, emerge una primera
posible conclusión a modo de proyección y limitación investigativa, emerge la
imperante necesidad de transicionar de
sujeto de estudio, desde el estudiante-caso hacia las/os docentes, funcionarias/os,
equipos directivos, protocolos y códigos normativos, espacios arquitectónicos,
uniformes, etc. En otras palabras, se hace relevante preguntar cómo se
configura el escenario escolar para la inclusión de estudiantes trans*, desde
las políticas públicas hasta la concretización curricular y los espacios
cotidianos.
Sin embargo, y a modo de cierre,
también es necesario reconocer que el abordaje aquí presentado tiene la
potencialidad de desplegar un aparato metodológico de corte participativo en la
co-construcción de la narrativa. Esto implica el desarrollo de herramientas
orientadas al reconocimiento y comprensión de la experiencia de un estudiante
trans* sin caer en una práctica extractivista de sus conocimientos y vivencias.
En esta misma línea, es menester destacar que esta clase de aproximaciones
posibilita, además, profundizar sobre la agencia del participante como un
sujeto que activamente negocia, resignifica y resiste a su entorno social y,
por lo tanto, también lo transforma constantemente en la interacción.
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[1]
Centro de Desarrollo Cognitivo - Universidad Diego Portales, Chile. Correo
electrónico: cristopher.yanezu@mail.udp.cl
[2]
Centro de Desarrollo Cognitivo - Universidad Diego Portales, Chile. Correo
electrónico: natalia.sandoval.lucero@gmail.com
[3]
Centro de Desarrollo Cognitivo - Universidad Diego Portales, Chile. Correo
electrónico: ignacio.figueroa@mail.udp.cl
[4]
El uso de la palabra trans*, con asterisco, retoma la propuesta de Halberstam
(2018) para abrir el término más allá de la variación de un género a otro, así
cuestiona la noción de transitividad asociada a un punto de partida y uno de
destino para hacer énfasis en la multiplicidad de identidades, deseos e incluso
colectividades que representa lo trans*. En el presente artículo se adopta
dicha denominación.
[5]
El nombre empleado en la investigación corresponde a un seudónimo adoptado para
mantener en el anonimato la identidad del participante.
[6]
La expresión empleada por Santiago es una metáfora digestiva que, tal como el
proceso de digerir una comida, hace referencia a la capacidad de procesar de
buena manera una información nueva para incorporarla en las prácticas.
[7]
Corresponde a un chilenismo empleado para referir a una sensación de fastidio o
extremo aburrimiento ante una situación en particular.
[8]
La expresión empleada hace referencia a los procesos de develación de su
identidad de género, también se le suele encontrar en otros países de la región
como “salir del armario”.
[9]
La PSU correspondía a un test estandarizado implementado en Chile entre los
años 2003 y 2020, cuya finalidad era establecer una serie de puntajes para el
proceso de admisión universitaria liderado por el Departamento de Evaluación,
Medición y Registro Educacional de la Universidad de Chile. Con miras a
preparar dicha evaluación, los establecimientos educacionales realizan pruebas
ensayos durante los últimos años de formación para preparar al estudiantado al
formato de rendición.
[10]
El binder corresponde a una prenda de
ropa interior que tiene por función principal comprimir el pecho con la
finalidad de disimular la apariencia de los senos. Siendo así, es ampliamente
empleado para otorgar una apariencia más andrógina desde la estética del torso.
[11] Corresponde a un chilenismo empleado para referir a una
persona extremadamente torpe.
[12] Danza
folclórica practicada en el Altiplano de Bolivia, Perú y Chile.