INFANTILIZACIÓN, EDUCASTRACIÓN
Y DESEO: PENSAR LO QUEER EN LA
PEDAGOGÍA
INFANTILIZATION, EDUCASTRATION AND DESIRE: A QUEER
MINDSET IN PEDAGOGY
Rubén Darío Martínez
Ramírez[1]
Samy Zacarías Reyes
García[2]
Resumen
El establecimiento del
sistema binarista hetero-cis-patriarcal en la enseñanza y en el crecimiento de
las infancias produce el sometimiento identitario. Desde las teorías queer, exponemos la manera en que la
infantilización y la educastración
contribuyen a la dominación y control de los deseos y el libre comportamiento
de las infancias; evaluando, principalmente, la injerencia de la familia y la
educación sistemática en su formación personal. Finalmente, aceptando nuevas
formas de ser tanto de las infancias, las familias como el personal educativo
podrán transitar hacia una pedagogía queer.
Palabras clave: teorías queer, infancia, pedagogía, familia, sexualidad
Abstract
The
establishment of a binary’s cis-heteropatriarchal system within education and
child upbringing often give rise to submissive identities. From a theoretical
queer perspective, this work divulges the means by which infantilization and educastration contribute to domination
and control over childhoods’ desires and free will; mainly through the
assessment of family’s interference and systematic education during their
persona development. Therefore, the embrace of new ways of being may allow both
children and families, alongside the educational staff, to transition towards a
queer pedagogy.
Keywords: queer
theory, infancy, pedagogy, family, sexuality
Recepción: 11 de octubre de
2021/Aceptación: 4 de febrero de 2022
Introducción
En la actualidad, las teorías queer pueden pensarse como una
cristalización de un corpus de investigaciones
en torno a temas como el cuerpo, la sexualidad, la pedagogía, las relaciones de
poder y las ontologías. En lo político social, tales teorías han vuelto a
problematizar la idea de “minoría de edad” y sus implicaciones sociopolíticas
en el régimen democrático, pues analizar qué significa ser una minoría de edad,
permitirá reconocer los límites en que se ha estructurado la libertad, las
relaciones sociales y la ética en general. ¿Qué significa ser menor de edad?
¿Qué relación guarda la minoría de edad con la pedagogía?
En las teorías queer, un eje prioritario para modificar la sociedad es la
educación. Ésta posibilita que el ser humano cambie su manera de relacionarse
social y personalmente, por lo que el trabajo de estas teorías es incorporar
las políticas de la diferencia en la
educación. Sin lo último, las leyes de inclusión y no discriminación no
tendrían sentido. Si las teorías queer
se ocupan de los discursos sobre el cuerpo, la sexualidad y la autocomprensión
en un sistema hetero-cis-patriarcal, ellas deben analizar la pedagogía como
centro de poder y transformación social.
Empero, durante el siglo xx se buscó modificar a la pedagogía
para producir nuevas escuelas donde las emociones, el deseo y el cuerpo
infantil no fuesen ignorados. Sin embargo, consideramos que la política actual,
a través de la educación, tiene como pragmatismo mantener un sistema específico: el heteropatriarcado.
Dentro de este sistema, consideramos que uno de sus ejes es la idea de
binarismo sexual que coacciona al cuerpo educable a dos modos de ser: hombre/mujer.
Esto frustra la modificación de las prácticas vitales, pues esta idea
disciplina a los sujetos y los aleja de otras formas de vida. Tal situación
comienza en la infancia a través de la pedagogía dado que le maestre y alumne
olvidan las diferencias corporales en favor de la idealidad. Como afirma Bell
Hooks (2016) les profesores:
Rara vez hablamos del lugar del eros
o de lo erótico en las aulas. Formadxs en el contexto filosófico del dualismo
metafísico occidental, muchxs aceptamos la noción de que hay una separación
entre el cuerpo y la mente. Al creer esto, lxs sujetxs entran al aula para
enseñar como si sólo la mente estuviese presente, y no el cuerpo (2016, p. 3).
Dicho lo anterior, cabrá preguntar y
responder: ¿puede el deseo incorporarse al aula?, ¿en qué sentido el deseo ha
sido eliminado? Si a las teorías queer
les interesa la corporalidad, entonces la pregunta por el deseo y el binario
contradictorio del deseo (cuerpo) y saber (mente), deberá producir una crítica
que modifique a la pedagogía. Dadas estas cuestiones, el presente escrito busca
establecer un diálogo entre ciertas ideas de la pedagogía y el pensamiento queer que permitan un campo de
intercambio de sentidos, con el fin de alcanzar nuevas formas de educar y de
vivir en el mundo.
Para este trabajo se ha decidido la
siguiente división: en el primer apartado, establecer la relación entre teorías
queer y educación; en el segundo, la
manera en que la familia y la escuela fungen como dispositivos que evitan
hablar del deseo y la sexualidad dentro de la niñez a través de la
infantilización. Siguiendo el análisis conceptual, en el apartado III, apelamos
a la existencia de una condición polimorfa en las infancias que es sometida a
procesos de educastración, en las
cuales se les establecen una serie de preceptos que buscan cimentar los
binarismos sexogenéricos. En el IV, abogamos por una educación familiar y
escolar libre de prejuicios y sin jerarquías de poder para contribuir a la
libre expresión y experimentación de les niñes. Finalmente, consideramos que
una pedagogía queer en ningún sentido
busca la perversión de las infancias, sino que reconoce relaciones y
corporalidades que escapan del sistema hetero-cis-patriarcal.
I. Las teorías queer
ante la educación[3]
Desde los inicios de las teorías queer, el problema de la sexualidad, su
realidad inmediata como vivencia personal, quedaba siempre al margen de las
agendas filosóficas, pues la filosofía, a excepción de Freud, había
desprestigiado la sexualidad como categoría fundamental. En este siglo donde
pareciera que la sexualidad ya no es un tabú y el mundo se ha liberado de leyes
discriminatorias y malignas, cabe preguntarse: ¿qué papel juega la educación en
el deseo humano? ¿Basta con las legislaciones contra la discriminación y el
aparato médico que poco a poco acepta otras formas de sexualidad y expresiones
corporales?
En El deseo homosexual (2009) Guy Hocquenghem buscaba responder cómo
la sociedad había producido la exclusión de la homosexualidad y de las
“perversiones” del campo social. Tal exclusión glorificaba a la
heterosexualidad como norma y verdad absoluta de los “cuerpos sanos”, lo cual se
legitimaba a través de la educación familiar y escolar. En las primeras líneas
de su libro, dijo que “desde la infancia, el deseo homosexual es eliminado
socialmente por una serie de mecanismos familiares y educativos” (2009, p. 21),
y en sus conclusiones señaló que “la educación se basa esencialmente en la
represión de la masturbación; los padres o el educador explican al niño que, en
general, las masturbaciones recíprocas, o cualquier otra manifestación del
deseo homosexual, son menos condenables que inútiles” (2009, p. 129). Desde
esta visión, la inutilidad de la homosexualidad reside en que esta no tiene
fines reproductivos e impide la creación de una familia “natural”.
Unos años más adelante, René Schérer
matizó esta idea de la sexualidad reproductiva como la única sexualidad
aceptada en la escuela cuando, en su célebre La pedagogía pervertida, explicó que “sexualidad quiere decir, ante
todo, deseo de procreación” (1983, p. 107). Casi 50 años han pasado desde que
Schérer dijo esto y, sin embargo, hoy por hoy la educación sexual es solamente
educación reproductiva. De ahí que no resulta extraño que todas las escuelas se
dediquen a dar “métodos anticonceptivos” como si eso fuera todo lo que se debe
saber de sexualidad. El deseo, las diferencias sexuales, la comprensión del
cuerpo propio y ajeno han quedado sumidos en su “inutilidad” bajo el yugo de la
procreación. De hecho, la mayoría de los países, entre estos México, se
preocupan por enseñar cómo impedir el embarazo (La Jornada, 2021)[4] y
ciertas infecciones de transmisión sexual comunes en la heterosexualidad,
aceptando así que las demás sexualidades no interesan dentro del campo
pedagógico.
La urgencia de las teorías queer en el campo pedagógico no es sólo
enseñar las llamadas “leyes de género”, sino que se inserta en la necesidad de
educar a la sociedad para liberar el deseo y producir nuevos cuerpos,
expresiones y diversidad de formas de morar que no excluyan la sexualidad y las
afecciones disidentes. La liberación de la sexualidad implica la creación de
nuevas formas de vida que han quedado al margen de los planes educativos. Sin
embargo, para las teorías queer el
campo pedagógico no se restringe a la “escuela”, sino que tiene su otro lado:
la familia. Escuela y familia son una esfera con dos polos complementarios: una
prueba de ello es que la mayoría de las legislaciones obligan a los padres a
mantener a los hijos hasta cierta edad (25 años, por ejemplo) (Bustamante, 2021),[5] siempre y
cuando sigan estudiando. Escuela y Casa son las caras de una misma moneda.
En este sentido, la escuela es un
espacio donde la sexualidad, como en la casa, se vuelven tabú. Hocquenghem y
Schérer trataron de desvelar cómo la escuela produce el binarismo y la
heterosexualidad como sexualidad “normal, natural y deseable”. Asimismo, cómo
ésta construye una especie de niñez incapaz de placer y de alcanzar relaciones íntimas
desde su propia autonomía. Para Schérer, el acto de impedir la autonomía de la
infancia es el proceso de infantilización
de la propia infancia. Para ilustrar esto, Hocquenghem y Schérer
procedieron a demostrar una antinomia de la razón que desde Kant se ha
producido, a saber: “dicha antinomia puede enunciarse de manera antitética: tesis: el niño, en cuanto hombre, es
libre; antítesis: el niño, en cuanto
que aún no es hombre, no es libre. Ambas tesis pueden ser sostenidas con igual
probabilidad” (1979, p. 68). Le niñe es virtualmente humano y concretamente no
lo es, pues no tiene la libertad que le corresponde ontológicamente.
La anulación de las pasiones de le niñe entra
en contradicción con la idea de humanidad ya que si es un ser sensible que
puede ejercer las pasiones a través de su propia voluntad, no se entiende cómo
no se considera libre: autónomo y autoconsciente de su propio cuerpo. En ese
sentido, una nueva pedagogía, en vez de elegir uno de los polos (le niñe es un
hombre virtual y, por ende, no es libre), debe aceptar que le niñe es libre puesto
que lo demuestra al producir relaciones autónomas y concretas con los otros [A1] a través de su deseo, lo cual no
significa que está capacitado [A2] para todo tipo de acción.
Desde la visión de Guattari, en la
modernidad con el advenir del capital, este último “continúa su sucia tarea de
castración, aplastamiento, tortura y cuadriculado del cuerpo para inscribir sus
leyes en nuestras carnes, para clavar en el inconsciente sus aparatos de
reproducción de la esclavitud” (2016, p. 59). Lo que Guattari estaría
defendiendo es que en la pedagogía moderna y capitalista hay una insistencia de
producir cuerpos alienados a la producción no deseante. Bajo esta idea de
“castración” del deseo, los sujetos pierden potencias de su propia corporalidad
y se inscriben en el mandato de una sexualidad sana, familiar, reproductiva, en
resumen: heteronormativa, que se inserta en una razón utilitarista y
cosificante. El ocio, el placer y las nuevas formas de vida no capitalizables
son mal vistas.
Ahora bien, pareciera que lo
desarrollado hasta aquí gira alrededor del siglo xx y sus movimientos sociales en torno a la sexualidad y la
pedagogía. Se dirá que desde hace algunas décadas se han incorporado a la
pedagogía institucional programas sobre la sexualidad; que se ha incentivado la
información sobre los tipos de sexualidad y la no discriminación a la
diferencia. También en el mundo el matrimonio igualitario, la cancelación de
ciertas leyes contra las sexualidades no-heterosexuales y las ONG que protegen e
informan sobre la comunidad LGBT+ han permitido un nuevo ambiente de
“tolerancia”. En parte eso no puede negarse, sin embargo, ¿han disminuido los
crímenes de odio desde entonces?[6] ¿En
realidad nos encontramos en una sociedad no discriminatoria, libre, consciente
y solidaria?
La incitación de los discursos, como mostró
Foucault en La historia de la sexualidad (1991),
no necesariamente significa liberación, sino que también es un método para
producir represión. En medio de esta proliferación, hay una carencia en la transformación
de la sociedad: la reforma de la educación. Del discurso a la política, falta
la acción directa que modifique las relaciones sociopolíticas. Sin embargo, a
este cambio se siguen oponiendo desde las familias hasta el Estado. Esta
resistencia parte del hecho de que la pedagogía moderna, desde Rousseau, es una
racionalidad cosificante donde las
pasiones sólo pueden ser tomadas en cuenta cuando se dirigen a la producción.
De ese modo, la pedagogía puede pensarse como un discurso que no “ha querido
ver la dimensión cognitiva que puede
hallarse en las pasiones” (Lozano, 1988, p. 145), pues estas no siempre son
capitalizables. Estas, antes que responder a su utilidad técnica, buscan crear
placeres, incentivar la producción creativa y constante de escenarios sin fin
específico. El orden pasional contradice al instrumental.
Desde este horizonte, decimos que lo
que ha hecho la pedagogía es castigar a aquellos que no sean respetuosos con
sus compañeros “diferentes”, sin preguntarse por la posibilidad de que la
heterosexualidad sea también “diferencia”. No basta el castigo, hace falta
radicalmente producir una reforma pedagógica directa donde el deseo deje de
verse con fines reproductivos que se activa sólo en cierta edad como deseo
sexual. Para ello, el primer paso será abandonar la idea del menor de edad como
un lisiado que no construye relaciones con los otros de modo autónomo. Esto
sería posible si realizáramos una deconstrucción de los términos infancia/adulto[7],
pero, por el momento, bastará con la siguiente cita de Kohan:
Conocemos la imagen de la infancia que han construido los
discursos filosóficos sobre la educación. La infancia es siempre asociada a la
primera edad y a la vida como un desarrollo, que sigue etapas, fases. Esta
travesía suele estar acompañada del signo del progreso. La infancia sería el
primer escalón, una posibilidad de ser algo más en el futuro. Lo que interesa
es sobre todo lo que la infancia va a ser, en qué se convertirá, qué tipo de adulto
o de ciudadano seremos capaces de formar (2007, p. 101).
Continuando con este análisis, habrá
que concebir una infancia, filosófica y concreta, que deje de producir “un
lisiado, cortado de su propio cuerpo, ajeno y extraño a sus deseos” (Guattari,
2016, p. 60), que en la adultez se vuelve madura y dispuesta a la libertad.
Hace falta permitir el ejercicio de nuevas construcciones de la subjetividad
más allá de la relación de poder que adultos y pedagogos ejercen sobre la
infancia.
Por lo expuesto, habrá que analizar
cómo la educación y la familia, polos de una misma esfera, producen la
castración del deseo y la fabricación de cuerpos mutilados y heterosexuales
“sanos, normales y con fines reproductivos”, que quiebran con la idea de una
infancia autónoma. Esta educación debe mostrar cómo causa, en los cuerpos
humanos, su identidad binaria y normativa imposibilitando otras sexualidades
que terminan siendo excluidas del entorno social, volviéndolas marginadas y
perseguidas por un sistema binario que la pedagogía reafirma y hasta soporta en
toda su estructura.
II. El problema de la infantilización
y la anulación del deseo
A las infancias se les indica de qué
manera comportarse durante los primeros años de su vida: los padres buscan
preservar una inocencia creada, ilusoria, de sus hijes que impedirá a estos
últimos independencia y autoconocimiento de sus cuerpos. Les educadores (padres/madres
y maestros/as) producirán una representación de le niñe que le impedirá el
ejercicio de su libre expresión. Se tomará a le niñe como una especie de
“invalide” donde se instaura la idea de que ningún niñe tiene derecho sobre su
cuerpo. Este cuerpo infantil hay que protegerlo de los demás y de sí mismo para
construir, luego, una adultez madura e ideal.
La pedagogía supervisa que no
desarrollen ningún deseo o excitación sexual; se le debe ocultar a toda costa
los escenarios e ideas que incentiven en le niñe el deseo y la necesidad de
saciar sus impulsos eróticos. Así, se construye una tensión del lenguaje donde
el infante debe callarse sobre sus deseos y el educador debe dirigir
continuamente el cuerpo de le niñe a aquello que le aleje del peligro. Como
bien dijo Rousseau:
a falta de saber curarse, que el
niño sepa estar enfermo; este arte suple al otro, y con frecuencia da
resultados mucho mejores; es el arte de la naturaleza. Cuando el animal está enfermo, sufre en silencio y se mantiene callado:
los únicos animales que se ven languidecer son los hombres (1990, p. 61,
cursivas nuestras).
El deseo propio se construye como
indeseable. Le niñe se encuentra en la necesidad de callarse sus pulsiones, de
aprender a ver su “enfermedad”, o sea su propia vida deseante, como algo que
superará. Únicamente, cuando les educadores (padre/madre o maestro/a) le exijan
hablar, le niñe lo hará. Pero como les educadores mayormente preguntarán lo que
quieren saber y, en pocos casos, lo que le niñe quiere expresar, rara vez habrá
un espacio donde se hable sobre el propio yo. ¿No es sorprendente, por ejemplo,
que en cuestiones de violencia sexual a les niñes les cueste tanto hablar? El
silencio impuesto le impide expresarse cuando algo distinto al campo del saber,
le acontece, tal como una violencia sexual. La anulación del cuerpo hará que calle
aquello que le molesta o duele, pues ha interiorizado que su voz sólo sirve
cuando se le pide hablar de lo que debe saber, no de lo que siente.
Asimismo, las mismas familias
procuran mantener un proceder heterosexual dentro de sus hijes, puesto que
cualquier actitud desviada, como el amaneramiento en los niños y la tosquedad y
rigidez en las niñas, pone en conflicto el sistema heterosexual que impera en
Occidente. Para que le niñe cumpla con los preceptos de género, Rochefort (1982)
ha indicado que este debe interiorizar la dependencia absoluta a sus padres:
la dependencia no es un estado de
hecho, sino una relación. Una relación de poder: se depende de. Diciéndolo como
hemos hecho aquí, en términos absolutos “la dependencia del niño”, se opera un
deslizamiento semántico que señala traidoramente que leemos su necesidad vital
como un poder sobre él (1982, p.69).
No se trata de negar las necesidades
de une niñe, sino de señalar cómo bajo sus necesidades, los padres/madres y los
maestros/as son capaces de atraparle y negar su propia libertad. De ese modo,
en vez de ayudar a que le niñe se emancipe, buscan su sometimiento: su libertad
está prohibida. Como un ejemplo contraargumentativo a la dependencia absoluta,
podría tomarse lo que contó Sylvia Pérez Yescas sobre su comunidad indígena y
les niñes en ella: “a los 11 años, y a los 12 años, empiezan ya a dar su
contribución a la comunidad, ya empiezan a participar como miembros activos de
la comunidad, ya empiezan a dar su servicio, que nosotros llamamos servicio
comunitario” (Gargallo, 2012, p. 152).
Por lo anterior, se observan otros
modos de organización social donde a le niñe se le invita a hacerse cargo de su
libertad e integrarse a la vida común. En contraste a esto, lo que hace la
sociedad moderna siguiendo a Rousseau, es tomar la debilidad física de le niñe como
posibilidad de control y anulación de su autonomía. Sólo en la mayoría de edad
es posible vivir libremente el cuerpo; antes de esto, toda posibilidad de autonomía
es trasgresión a la norma. La infancia, desde la modernidad, ha interiorizado
su inferioridad ante los adultos, deviniendo el siguiente binario: adultez/niñez
o lo que es lo mismo: “amo-esclavo” (Mendel, 1974)[8].
En el plano escolar el maestro
tendrá voz y razón; mientras le alumne escuche y acepte lo que se dice, a la
vez que tendrá que pedir permiso para realizar cualquier actividad. “La figura
del docente con su autoridad está vinculada a su capacidad para desempeñar el
papel de persona a la que se le supone el conocimiento, el representante del conocimiento
estable” (Briztman, 2005, p. 53). Esta normalización binarista de amo/esclavo
entre pedagogo y alumne la podemos nombrar infantilización,
pues esto es el “proceso histórico mediante el cual una porción creciente
de la sociedad [la infancia] sería considerada como naturalmente débil,
heterónoma y necesitada de protección” (Alcubierre, 2016, p. 17).
III. Binarismo sexual, educastración
y polimorfismo infantil
Al proceso de infantilización se le
debe agregar que a cada cuerpo infantil se le incorporan los roles de género
que debe replicar sin oponer resistencia. En caso de transgredir estos roles
que varían según las culturas, las violencias institucionales aparecerán. Del
“amo/esclavo” o “educador/educando”, se inserta la enseñanza de ser “hombre/mujer”
donde le niñe debe cumplir absolutamente con uno de los roles. Este proceso,
donde se borra de le niñe una ambigüedad sobre su cuerpo y la posibilidad de
vivirlo de múltiples modos, Mario Mieli lo ha nombrado como educastración. Para el autor mencionado,
es el proceso donde se alcanza cierta mutilación
sobre la “potencial explicación polimorfa del Eros” (Mieli, 1979, p. 42).
De igual manera, Mieli definió la educastración
como la represión de la disposición erótica polimorfa de le niñe que “la
sociedad reprime y que, en la vida adulta, todo ser humano lleva consigo en el
estado de latencia o bien mantiene confinada en los abismos del inconsciente
bajo el yugo del rechazo” (1979, p. 25). Este rechazo lo hará decir que depende
también “de la educastración, o sea de la represión socio-familia que empuja
con fuerza al niño a identificarse con el padre y a renunciar al ‘objeto’
masculino y a la niña a identificarse con la madre renunciando al ‘objeto’
femenino” (1979, p. 78).
De ese modo, la presión sociofamiliar
inhabilitará en le niñe todo polimorfismo y erótica polimorfa que le permita
vivir su cuerpo como un medio de conocimiento del mundo a través del eros y las
pasiones, tomando a los otros, sin importar sus sexos, como seres que pueden
ser amados y deseados permitiendo relaciones sociales de agenciamientos
colectivos variados. Para que esta castración se realice, los dispositivos de
poder instauran la diferencia genital y de género entre los varones y las
mujeres, y producen una erótica meramente utilitaria para la procreación y no
como una forma de establecer lazos con los otros. Para justificar su operación,
apelarán a ciertos procesos históricos que se han dedicado a producir la
diferencia sexual en la sociedad contemporánea (Reyes y Martínez, 2021).
En las escuelas se observa lo
anterior no sólo en el hecho de que existan las escuelas unisex, sino también
en los uniformes, en las lecturas permitidas, en quienes hacen las tareas
dentro del salón o que se incentiva a cada sexo
a realizar (a las niñas las manualidades, a los niños los deportes; a las niñas
la danza, a los niños la ciencia; a las niñas el cuidado de los otros; a los
niños la toma de decisiones). Los/as pedagogos/as, en vez de incentivar lo
mixto y poliforme en las actividades, buscan más bien la unicidad de los
géneros y la exclusión de las actividades. Le niñe no puede escapar a un
bombardeo de regularizaciones.
Pongamos un ejemplo: el baño en las
escuelas. En ellos sucede el momento más radical donde niñes aprenden la
diferencia sexual: elige según el sexo entre las piernas (¿qué pasará, por
ejemplo, con le niñe que se reconoce trans o intersex?). Pero, en la casa, al contrario,
no existen baños de varones/mujeres, sino que son compartidos por toda la
familia. ¿A qué se debe esto? A que el sexo del otro en las escuelas no puede
ser conocido, ya que puede incentivar el deseo… ¡Y, sin embargo, el deseo
también puede producirse en un baño entre varones o entre mujeres! ¿O es que
las lesbianas y los “maricas” no existen? De igual modo, los ataques sexuales
pueden producirse entre varones o mujeres hacia su mismo género. ¿Acaso los
hombres no acosan en el baño al “maricón”? Esta división hunde su entramado en
que “las cosas” de niñas no son “las cosas” de niños y hay que siempre
separarlas, así como que la sexualidad es siempre heterosexual, por lo que el
contacto en ese espacio genital entre
mujeres y hombres puede producir el desastre pedagógico.
A este proceso castrante, también
será necesario producir la heterosexualidad como obligatoria con fines
reproductivos. Mieli consideró a la educastración
como un aparato represivo que instiga “[...] a rechazar las tendencias sexuales
congénitas que considera ‘perversas’” (1979, p. 23). Se pensará que los
individuos a una edad temprana carecen de estímulos y que se les debe alejar
del despertar de la sexualidad. Pero la sexualidad de le niñe no se puede
comprender como el deseo coital o reproductivo. Como sentenciaron Schérer
y Hocquenghem:
el acceso al cuerpo infantil sólo es
posible en alas del deseo, y que dicho deseo no tiene nada que ver con la
apropiación, con la proyección de sí mismo, con la reproducción en lo similar,
características todas ellas de la genitalidad (1979, p. 109).
No es en la genitalidad ni el
falocentrismo donde se haya exclusivamente el deseo de la infancia, sino más
bien en la posibilidad constante de la infancia de producir vínculos deseantes
con el mundo. De ahí que Schérer y Hocquenghem vean que el único acierto de la
modernidad fue ver a le niñe como objeto
estético (1979, p. 132), pues significa que antes que solamente racional,
la infancia sigue vinculada con las pasiones y el cuerpo, con el placer de
explorar y habitar el mundo como objeto del deseo. Sin embargo, como se
considera que “los deseos de los niños son ‘caprichos’ como los de las mujeres”
(Rochefort, 1982, p.73), así como estos no pueden “comprender” sus deseos, como
sucedía con las mujeres en el siglo pasado, entonces es necesario arrastrarlos
“lejos del campo del deseo”. Pero, como remató Rochefort, el educador “se
extrañará de que su hijo [alumno], ya mayor, no quiera ser su compañero y
hablará del abismo generacional. En efecto, existe uno que él mismo ha cavado
con sus propias manos” (1982, p. 73), por la propia separación que el educador
produce manteniendo el deseo de la infancia fuera del área del saber.
Aunque difícilmente se puede saber
desde que nace un individuo las afecciones e inclinaciones sexo afectivas que
tendrá, en los próximos años y a lo largo de su vida, la pedagogía ha sometido
a le niñe a una especie de destino de madurez
que no es otra cosa que haber aceptado una sexualidad sana y a la vez haber
estancado la naturaleza humana en donde el adulto se cree a sí mismo acabado
(Rochefort, 1982, p. 63). Con esta idea de madurez
se podría pensar a los menores de edad como dóciles
a los cuales hay que tratarlos con mano dura (Ahmed, 2019) para que obtengan la
rigidez necesaria para la vida adulta, frustrando así su libertad creativa y la
toma de posición en su propio cuerpo.
En contraste con lo anterior, para
Mieli la naturaleza de le niñe es la de una condición polimorfa: transexualidad[9] o
hermafroditismo profundo. En este caso es imposible una inclinación o
cristalización de los deseos y del actuar de cada uno bajo una misma norma
sexual-erótica. Es la educación, y no la naturaleza, la que erradica de le niñe
“su superficie de juego y metamorfosis” donde le es posible la “apertura o
deslizamiento hacia otras posibilidades sincrónicas, y entre ellas, en primer
lugar, la animal” (Schérer y Hocquenghem, 1979, p. 96). Así, el escritor
italiano determinó como “[...] transexualidad
la disposición erótica polimorfa e ‘indiferenciada’ infantil” (Mieli, 1979, p.
25), que desmantela la idea de monosexualidad binaria. Schérer y Hocquenghem
dirán que en esta capacidad poliforme de le niñe está la posibilidad del juego
sobre su cuerpo, alcanzando a ser más que su propio ser, imitando, así, a los
animales y al otro “sexo” y sintiéndose parte de diversas formas que no lo
obliguen a ser aquello que dicen que es, sino partícipe de la creación de
nuevas expresiones físicas, sociales y subjetivas de las que se siente parte al
jugar y desear tales formas.
El niño en una sociedad asociativa
al fin conforme con el orden armónico, no replegado en el egoísmo de las
familias, convertido en productor mediante y con vistas al ejercicio de sus
pasiones, y pudiendo incluso proveer dinero en lugar de recibirlo, es riqueza y
no coste social (Schérer y Hocquenghem, 1979, p. 138).
El polimorfismo se relaciona con la
forma en que una persona puede desenvolverse de maneras diversas, en cuanto a
su sexualidad y conducta cotidiana, sin que se rija bajo una misma norma
perpetua. Esto posibilita que el desarrollo sea continuo a través de los
cambios de los deseos y del propio cuerpo, impidiendo la idea de un adulto
maduro, ya dado por completo para sí mismo. De igual modo, dado que en el
polimorfismo está la capacidad de juego de le propie niñe, las jerarquías
pueden ser intercambiadas, propiciando que no siempre el pedagogo enseñe y le
niñe aprenda, sino que le niñe pueda expresar su creatividad y el pedagogo
pueda unirse a ese juego intentando mantener esa creatividad como motor de
aprendizaje y placer. Además, indica que en cualquier momento de la vida estas
características pueden cambiar de manera imprecisa, como que una persona pueda
tener afinidades homosexuales “masculinas” a temprana edad y en un periodo de
vejez virar hacia una bisexualidad, modificando sus características de género y
sus formas de comprender a los otros y a sí mismo, produciendo nuevas formas de
vida. En la infancia, el educando puede modificar sus roles de géneros y el
modo en que se comprende a sí mismo, incentivando que los espacios de las
escuelas sean abiertos al placer y no a las normas binarias. La cristalización
en “hombres” y “mujeres” quiebra toda posibilidad de metamorfosis constante.
La educastración encamina al sometimiento del cuerpo bajo una
sexualidad sana y deseable, lo cual conlleva modos de vivir específicos, como
la masculinidad y feminidad. Esto producirá daños en personas que no se ajustan
a la normalización del heterocispatriarcado en su libre desarrollo de la
personalidad. Paul Preciado expuso que la mayoría de niñes homosexuales o
transexuales serán heridos [A3] profundamente, sintiendo dentro de
sí “el peso de la bala” (2019, p. 101) que les hará vivir como anormales e
indeseables. En el campo pedagógico, estas formas de expresión producirán la
burla y la persecución por los otros compañeros[10].
La niñez diferente se sentirá en
soledad al no encontrar en los textos escolares, en las clases de sus maestros [A4] y en las manifestaciones culturales,
esas representaciones que le hagan sentir que no es el único “caso raro” en el
mundo. El niño y la niña hetero que cumplan con sus roles de género, siempre
encontrarán en su entorno imágenes y palabras que premien tal modo de ser; el
disidente, en cambio, si llega a encontrar aquello que nadie le presenta, será
por accidente. Si se tiene duda de esto, sólo habrá que echar un vistazo en los
cuentos infantiles[11]:
¿cuántas parejas homosexuales hay?, ¿cuántos sujetos trans o asexuales? ¿Y
heterosexuales, y alusiones a romances heterosexuales, y analogías entre animales fuertes con el hombre y delgados y estéticos con las mujeres?
Pese a lo anterior, nuevamente
recurriendo a Mieli, se puede decir que “todos
somos, en lo profundo de nuestro ser, transexuales, todos hemos sido niños
transexuales y nos han obligado a identificarnos con un papel monosexual
específico, masculino o femenino” (1979, p. 27). El problema con definirse
en un molde rígido como el género y el sexo es que no permite fluir. De manera
peculiar, lo anormal que puede ser cada individuo es algo normal. Lo extraño
sería querer cumplir cabalmente con lo que una masculinidad o feminidad buscan
de cada uno, como si fueran una identidad inherente y no más bien social. La
producción de las identidades, como algo deseable
y que muestra madurez, destruye el
juego de le niñe y sus posibilidades de reconstruir, deformar y rediseñar la
vida, obligándole a cumplir con un teatro impuesto: el de la heterosexualidad
con fines reproductivos y el de la castración de todos los deseos que no tengan
fines reproductivos o productores de capital.
En el proceso de la crítica a la educastración, por otro lado, no se
pretende con esto convertir a la heterosexualidad en homosexualidad (Mieli, 1979,
p. 27), sino mostrar cómo ésta instaura normas que obligan a las instituciones
educativas a cumplir con cierto binarismo. Como diría Preciado, con las teorías
queer no dejarán de existir
heterosexuales, sino que más bien se hará una crítica a las identidades y sus
repercusiones en el habitar común. Así pues, el análisis que se ha hecho aquí
muestra cómo en la educación hay un papel importante en torno a la sexualidad y
el cuerpo propio, que infantiliza y educastra a le niñe para imposibilitar que
el eros entre a las aulas. La niñez se convierte en una especie de existencia
que debe deshacerse de sí y adquirir su propia esencia bajo las normas que los
demás le imponen. Le niñe interioriza que elle no tiene voz sobre sí misme y
que, en realidad, la familia y sus pedagogos son los únicos que pueden
enseñarle el mundo tal y como es.
Para concluir este apartado, se cita
a Rochefort (1982) al analizar su propia infancia:
Como antigua niña que ha conservado
la memoria, me acuerdo de que la dependencia nos ponía una mordaza, que la
educación nos vendaba los ojos, imponiéndonos no sólo conductas, sino formas de
sentir conformes al proyecto adulto que invalidaban nuestras propias
experiencias (1982, p. 6).
IV. ¿Es posible una educación queer? Esbozos a una pedagogía queer
El cuidado exacerbado hacia les niñes
es evidente en cuanto a su sexualidad, pues la sociedad teme que, a través de
ella, haya una desviación al fin de la educación. Sin embargo, piénsese que la
autoexploración de le niñe se da de forma espontánea, aun sabiendo la
supervisión hetero-cis-patriarcal constante de los mayores. Incluso como ya han
dicho Reyes y Martínez “aún con ciertos parámetros que se nos ha indicado
obedecer, la autoexploración no es del todo aniquilada. […] es una práctica
común de todo individuo que le permite liberarse de los otros” (2021, p. 91).
Le niñe sabe que puede ser sorprendido cuando se masturba o se autoproduce
placer, mas prefiere seguir haciéndolo por el componente liberador que produce
el placer. El castigo, por muy intenso que sea, no puede anular sus impulsos del
propio cuerpo. El deseo y la autoexperimentación no pueden ser mermados de
manera tajante.
En le niñe no hay aún un sentido de
identidad como en el adulto, sino al contrario, se busca explorar más allá de
lo que el adulto dice que debe hacer. Contra la infantilización de la infancia,
le niñe juega ocultamente con su cuerpo, imagina nuevos mundos y sueña con
posibilidades de existencia más allá de las marcadas por otros: en elle la
escritura, en el sentido de inscripción
(Derrida, 1971), se ve de alguna manera puesto en duda por la velocidad en que
le niñe hace de su cuerpo un aparecer plástico y espontáneo. No hay en su ser
una forma ya dada, en elle hay la metamorfosis como fuerza donde la esencia o
el ser siempre está desfasado por la
proliferación de formas con las que juega una y otra vez. Sólo el infante,
sometido a la pedagogía, deviene débil y necesitado de ser formado donde se le
debe arrancar de sí su condición de “poliforme”, considerada, negativamente,
inmadurez.
La pedagogía hoy debe enfrentarse
con la tarea de incorporar en sus prácticas el polimorfismo erótico propio de la infancia. Por tanto, debería
impedir reproducir la idea de autoridad que dispone libremente de las
subjetividades ajenas. De ese modo, producir una especie de pedagogía
anarquista donde no haya “jerarquía ni origen” y se pongan “en tela de juicio
la dependencia y la derivación” (Malabou, 2021, p. 121). Esto querría decir, en
palabras de Malabou, que es necesario producir un “punto de inflexión en el que
el poder y la dominación se subviertan a sí mismos” (2021, p. 122) para
producir una relación con el poder y
no relación de poder (2021, p. 119),
donde la niñez pueda seguir produciendo nuevos devenires. Esto significa que,
en el campo de la educación, se debe incitar la diferencia y la inclusión de
la diferencia en uno mismo. Este trabajo implica que el/la pedagogo/a se niegue
a replicar roles de género y a obligar a les niñes a someterse a ellos; a la
par, tiene la tarea de crear un ambiente donde el deseo tenga cabida y se le
permita ser un motor de agenciamientos e intercambios. Asimismo, incentivar las
alianzas afectivas, el habla de las emociones, como la tristeza, la euforia o
el aburrimiento[12], y
tratar de hacer un aula lúdica y afectiva.
Lapassade (1977) propuso que, para
romper con la jerarquía, se permitiera que dentro de las clases se organizaran
grupos de trabajo elegidos por los/as propios/as alumnos/as:
La clase en autogestión se asemeja a
una cooperativa en la cual se “administra” colectivamente el conjunto de las
actividades de la clase […]. En la clase en autogestión la antigua relación educador-educando
ha sido abolida. El educador ya no enseña (1977, p. 20).
Que el/la educador/a no enseñe, en
nuestra opinión, no significa que no deba cumplirse con las obligaciones
institucionales. Por ello, la misión del pedagogo será acompañar y ayudar a
cumplir con las obligaciones de la escuela, antes que regir el modo en que la
infancia aprenderá a autocomprenderse. “La intervención pedagógica de un
educador (o de un grupo de educadores) sobre un conjunto de educandos se ubica
siempre en un marco institucional: la clase, la escuela, el liceo, la facultad”
(Lapassade, 1977, p. 29). Dado que la escuela está relacionada con todas las
instituciones sociofamiliares que producen la educastración, es igual de pertinente pensar que el/la pedagogo/a
tiene la necesidad de mostrar al educando las múltiples alternativas de la vida
en materia sexual, y cómo esto repercute en su eros. Asimismo, intentar que
cada niñe vaya viviendo su polimorfismo sin prejuicios sociales. En este
sentido, la escuela se volvería un espacio donde la infancia pueda liberarse de
aquello que la sociedad le obliga a cumplir: someterse a la adultez y a la educastración.
Es importante no olvidar, como
señalaba Hocquenghem, que “el deseo emerge bajo una forma múltiple, cuyos
componentes sólo son separables a
posteriori, en función de las manipulaciones a las que le sometemos. El
deseo homosexual, al igual que el deseo heterosexual, es un recorte arbitrario”
(2009, p. 22), por lo que debe producirse un espacio donde las múltiples
direcciones del deseo posibiliten al infante la exploración de sí, de los
otros, y del mundo para crear lazos afectivos y epistémicos. En esto último,
habrá más bien que enseñar los límites de la libertad y la necesidad de una
comunicación asertiva y afectiva donde los sentimientos sean expresados
libremente.
Será necesario que los/as pedagogos/as,
siendo ellos/as ciudadanos/as
educastrados/as, modifiquen sus
prejuicios sobre la sexualidad y los deseos. Esto significa que habría que
generar en ellos/as el recuerdo de sus propias infancias que les permita
reconocer que el ser humano, desde los primeros años, es una persona sintiente
y libre. Asimismo, habrá que hacerles ver cómo la vida de le niñe infantilizada
y educastrada, se vuelve infértil, puesto que pierde su plasticidad. En las
prácticas de una pedagogía que retorne el deseo a las aulas, el/la pedagogo/a
se verá también incorporado en ese juego del deseo; no podrá negar su propia
corporalidad. Una práctica posible puede ser confesar la sexualidad que vivimos
sin miedo a que esto active posibles ataques. Como describía Hocquenghem:
si uno no puede aparecer en un sitio
como homosexual sin que las familias se alteren y mantengan a sus niños al
margen, sin que una relación de horror y de deseo se instaure, es que hay para
nosotros, occidentales del siglo xx,
una íntima relación entre el deseo y la homosexualidad (2009, p. 22).
También Kosofsky Sedwick mostró que
se aleja sistemáticamente a los
niños de los adultos queer, lo cual
impide que los primeros conozcan la realidad de la vida, la cultura y las
relaciones de apoyo de muchos adultos que conocen y que quizás son queer. La complicidad entre los padres,
los profesores, el clero e incluso los profesionales de la salud mental al
invalidar y asediar a chicos y chicas que presenten gustos, comportamientos y
lenguajes corporales discordantes con el género normativo es patente (2002, p.
30).
¿Cómo pueden las infancias disidentes
vivirse libremente si se han borrado y prohibido las representaciones no
normativas? Con el terror a la diferencia, quizás es necesario decir que la educastración puede considerarse un trauma que a la larga produce
“consecuencias en la organización neuronal, en particular en los sitios
inductores de emociones” (Malabou, 2018, p. 37). Las exigencias en torno al
género, la persecución y la exclusión de las diferencias sexo genéricas, el
sometimiento que inhibe a la niñez de sus propias potencias del deseo, la
angustia de no encontrar representaciones análogas que vive el infante autopercibido
disidente, debería permitir ver al hetero-cis-patriarcado como un sistema que hiere neuronalmente y que comprime a la
plasticidad, volviendo rígida y enfermiza la existencia. Esta es la
preocupación de Kosofky Sedwick (2002) ante el índice constante de suicidio en
adolescentes homosexuales y trans, pero debería ser una preocupación pedagógica
ya que esto afecta la libre formación de la personalidad en todo sujeto. Es
probable que se piense que tal sistema afecta a las mujeres por su género y a
los disidentes por su diferencia sexual, pero, tal vez, a los hombres heteros
les afecta en tanto que les inhibe a comportamientos afectivos diferentes,
produciendo así lo que Malabou señala como daños en los inductores de las
emociones. La liberación del deseo y las sexualidades, dentro de los ambientes
pedagógicos (familia/escuela), permitirían una manera de relaciones más
variadas que todavía están por llegar.
V. Conclusiones
No se puede dar respuesta a qué
sucedería si los afectos comienzan a circular dentro de las aulas en esos
grupos que Lapassade creó. Tampoco sabemos cuál sea el destino de una anarquía,
en la cual se hagan relaciones con el poder donde los juegos de roles se
intercambien produciendo nuevos escenarios y relaciones entre los
participantes, pero, en cambio, sí se puede afirmar que cuando los deseos no
son perseguidos, sino comprendidos, re-dirigidos y productores de nuevas
subjetividades, algo cambia en el mundo. La pedagogía se encuentra en una encrucijada
que es, quizás, su eterna pregunta: ¿cómo incluir el deseo, el placer, el
cuerpo, en el aula? Lo cual también significa responder: ¿cómo incluir la
infancia real, de carne y hueso, en el mundo? Si hemos superado la metafísica
que veía el cuerpo como “lo impuro e indeseable”, es hora de ver la infancia de
otro modo. En la infancia hay una promesa todavía por cumplir, latente en tode
niñe existente, así como en nuestra propia memoria infantil que lucha por tener
voz en medio de una sociedad de adultos educastrados.
Habrá que preguntar si es posible
recuperar ese poliformismo que la educastración
erradica. Quizás como una forma de hacer que el adulto devenga niñez poliforme
de nuevo, sea para comenzar a pensar prácticas que cuestionen el deseo
instaurado y la forma en que se ha comprendido el propio cuerpo. Una de ellas
puede ser someter el deseo a preguntas: ¿qué pasaría si fuese transexual,
homosexual, no-binarie? ¿Cómo me sentiría, cómo me gustaría verme? Las
respuestas dadas pueden revelar el prejuicio en torno a las otras formas de
sexualidad y hacer recordar momentos de la vida donde situaciones no-normativas
se vivieron. Preciado propuso, por ejemplo, el llamarse con un nombre femenino
si se es “hombre” para sentir cómo el género nos pesa y hasta satura, así como
cambiar de roles sexo-genéricos en las prácticas del día a día (2020, pp.
60-61); también el poder vestirse de otros modos, comportamiento que la niñez
utiliza cuando imita sin prejuicios a seres femeninos o masculinos, permitirían
liberar las normalizaciones binarias. Sólo la exploración, como cuando la niñez
va probando frutos, irá mostrando las potencias del cuerpo.
Retorno a los grupos pasionales que
la niñez tiende a formar a través de las pasiones, es un ejercicio posible para
erradicar la idea de familia y pareja moderna. La niñez se resiste al egoísmo,
prefiere el compartir y el explorar. Ante todo, la infancia se mueve por el
deseo antes que por el ego, razón occidental que se adquiere a través de una
educación castrante. Hay en la infancia algo plástico, algo que no ha venido
todavía a ser, que no ha alcanzado
una madurez y que permite fugar a
nuevas formas de subjetividades. Malabou
percibió esto al decir que
La estructura o la forma de un
pensamiento —alteridad de la filosofía tanto respecto a su tradición como a su
propia destrucción— es a la vez el espectro
de su historia y el esbozo de algo, en ella, que no ha nacido todavía; algo innato,
en el sentido propio. Una infancia
por venir en el texto, la promesa de un estado primitivo del texto. La infancia es una edad que no pertenece ni a
la metafísica, ni a lo que rebasa la metafísica y que, como la “metamorfosis”,
está a la vez antes y después de la historia, mítica y ultra-histórica a la
vez. La infancia es el futuro primitivo de
los textos (2008, p. 112).
Este análisis hace emerger este
proceso de sometimiento y binariedad que repercute, finalmente, en la vida de
todas las personas dentro de la relación pedagógica en sus dos caras: la
escuela y la familia. Este proceso vuelve rígido al ser humano, anulando su
plasticidad. ¿Cómo recuperar ese punto de maleabilidad que se pierde con un
proceso de castración del deseo? ¿Cómo reparar el trauma que produce la
pedagogía binaria y castrante para recuperar la plasticidad infantil en nuestra
vida adulta? En el discurrir de este texto, se han dado algunas indicaciones a
los pedagogos en las que encontrarán aspectos teóricos para reflexionar sobre
la sexualidad, el cuerpo y el deseo en sí mismos y en los infantes, lo cual
puede permitir la recuperación de la plasticidad.
Por nuestra parte, creemos que la
liberación de la infancia, de su incorporación a la escena pública, de la
escucha atenta de sus corporalidades, de la complicidad entre educadores y
pensadores de no someter a le niñe a una infantilización
y a una educastración, podría crear otros tipos
de sociedades. Suena esto utópico de algún modo, sin embargo, ¿no es ya la
pedagogía una utopía? Otro mundo es posible y también otra pedagogía en donde
la humanidad mantenga su plasticidad infantil como fuerza creadora de
existencias.
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[1]
Universidad Nacional Autónoma de México, México. Correo electrónico:
rudymraz@gmail.com
[2]
Universidad Nacional Autónoma de México, México. Correo electrónico:
samyzacarias@hotmail.com
[3] Advertencia: si bien
existe un sentido formal de la escritura en lengua castellana, para los fines
de este escrito y ante la necesidad de incluir a todas las personas que puedan
agruparse en la infancia, como niños,
niñas, niñes y adolescentes, preferiremos utilizar “niñe/s” para la
generalización, antes que el masculino estandarizado. Este empleo hace notar cómo
la niñez antes de ser “niño/niña” desborda tales categorías.
[4] Podemos leer en una
nota de La Jornada que como parte “del desarrollo de las habilidades
socioemocionales que impulsen la Educación Integral en Sexualidad en niños y
adolescentes” en México, se les enseñará a las mujeres a usar el condón. ¿Qué
de socioemocional tiene eso?, ¿qué de libre desarrollo de la personalidad y la
sexualidad implica esto?, ¿es eso “educación sexual” de calidad? (La
Jornada, 2021).
[5] Sobre el caso de
México, véase Bustamante (2021).
[6] Véase sobre ello la
estadística y mapeo de crímenes de odio en México realizada por el Observatorio
Nacional de crímenes de odio contra personas LGBT en el siguiente enlace: http://www.fundacionarcoiris.org.mx/agresiones/panel (Agencia de los Estados
Unidos para el Desarrollo Internacional, s.f.).
[7] Queda pendiente
realizar esta tarea para futuras investigaciones.
[8] Para un análisis más
detallado de cómo el niño interioriza la autoridad véase Mendel (1974).
[9]
No en el mismo sentido que
actualmente conocemos.
[10] Debido a que no podemos
analizar aquí totalmente lo que implica tener una sexualidad diferente a la
heterosexual en la escuela, nos remitimos al siguiente texto: Los cachorros (1967) de Mario Vargas Llosa y
la reproducción normativa patriarcal en la sociedad peruana (Ruiz, 2021).
[11] Sobre el problema de la
literatura infantil con temática LGBT, Adolfo Córdova realizó una investigación
donde muestra cómo en México pocos editores se han atrevido a publicar tales
obras. Esto revela el sesgo ante esta literatura y muestra cómo no bastan las
legislaturas sobre la sexualidad y la no discriminación cuando el material
pedagógico que la minoría de edad tiene, sigue incentivando una idea de
heterosexualidad como la alternativa sexual bien vista. Véase Córdova (2019).
[12] Sobre la implicación
del silencio de los sentimientos de les alumnes y la necesidad de expresarlos
para continuar la educación, véase Falardeau (2011).