PRESENTACIÓN
Comenzamos con la sección La Teoría, en donde Sabido Ramos
analiza la disminución de contribuciones a revistas científicas por parte de
las mujeres, y reflexiona en cómo se organizan las prácticas del quehacer
científico y docente, específicamente las salidas que se dan a la relación de
objetividad y emociones. Concluye en la necesidad de prácticas pedagógicas que
reivindiquen que tanto el conocer y la enseñanza son situados. Sandoval y Jiménez, a través del
estudio de los espacios de miedo, destacan la importancia de situar las
emociones en los estudios sobre las relaciones de género y de las violencias. Garrido y Tapia, a partir del estudio
de los mercados laborales y la educación superior, muestran que los roles de
género se trasladan a la educación y la economía de manera transversal,
reproduciendo y perpetuando así las desigualdades. Finalmente, Martínez y Reyes sostienen que el sistema binarista
hetero-cis-patriarcal de la enseñanza produce el sometimiento identitario de
las infancias a través de la infantilización y la educastración.
En la sección Avances de trabajo, Ruvalcaba, Macías, Bravo y Sánchez
identifican las brechas de género producidas durante las primeras semanas de
confinamiento por COVID-19, específicamente las brechas en la vivencia de emociones
y preocupaciones con relación a las clases a distancia. Detectan que más
mujeres deben compartir equipo de cómputo con otros integrantes de la familia,
además de experimentar más emociones negativas y menos positivas. Madero, por su parte, problematiza los
conceptos de igualdad de Jean Jacques Rousseau, planteando su concepto de
igualdad como una paradoja por su carácter relativo y excluyente de todas las
mujeres, y presentando las críticas que Mary Wollstonecraft hizo de su
obra. Yáñez-Urbina, Sandoval-Lucero y Figueroa-Céspedes, analizando la
experiencia escolar de un estudiante trans en el paso por el sistema escolar
chileno, sostienen que el sistema educativo está marcado por una preocupación
por la gestión de la sexualidad de niños, niñas y jóvenes que deriva en la
(re)producción de dinámicas sexo-genéricas heteronormativas y binarias. Aguirre
Mumulmea, en su estudio entre adolescentes queretanos, identifica la
persistencia del espejismo de la igualdad,
que se vincula con mandatos estereotipados como el de la belleza en las mujeres
y la estigmatización de la sexualidad femenina o el imperativo de fortaleza
física y emocional entre los hombres, e identifican también las crecientes
demandas de la población de adolescentes por crear más espacios de diálogo en
torno al género. Echeverría, Evia y Carrillo sistematizan la experiencia de
construcción de un protocolo para la prevención, atención y sanción en materia
de violencia de género, discriminación y hostigamiento y acoso sexual en una
universidad pública, donde destacan lecciones aprendidas en torno a las
expresiones de poder, las decisiones institucionales, las resistencias al
cambio y los procesos de capacitación, socialización y evaluación. Y, finalmente,
Galindo y Lozano reconstruyen la
agenda del movimiento estudiantil en la facultad de medicina de la Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla, en donde se problematizan la violencia tanto en
el exterior (como asaltos, levantones) como al interior de la universidad (como
el hostigamiento y acoso sexual)
Por último, En la Mira, Brevis Arratia, sobre la base del caso de Chile, en donde afirma
existe el compromiso de sostener una agenda centrada en la igualdad de género,
destaca la importancia de incluir a las escuelas rurales en la implementación
de una educación no sexista, ya que los compromisos se han desarrollado
principalmente en las universidades, y excluyendo los contextos rurales en
donde se intersectan múltiples tipos de discriminación.