LA PRODUCCIÓN DE ESPACIOS PARA CUIDAR. REFLEXIONES ETNOGRÁFICAS
EN TORNO A FORMAS DE ORGANIZACIÓN COLECTIVA DE MUJERES TITULARES DE PROGRAMAS
DE INCLUSIÓN SOCIAL
THE PRODUCTION OF SPACES FOR CARING. ETHNOGRAPHIC REFLECTIONS ON FORMS OF COLLECTIVE ORGANIZATION OF WOMEN IN SOCIAL INCLUSION PROGRAMS
Florencia Daniela Pacífico[1]
DOI: https://doi.org/10.32870/lv.v7i59.7738
Resumen
Este artículo pretende aportar al debate acerca de las modalidades de intervención estatal en torno a la inclusión social de mujeres de sectores populares. Se recuperan aportes conceptuales de miradas feministas de la economía y de la geografía feminista para reflexionar acerca de las conexiones entre el desarrollo de prácticas colectivas de cuidado y las espacialidades. El trabajo recoge resultados de una investigación etnográfica realizada junto a titulares de los programas Argentina Trabaja y Ellas Hacen, en el Gran Buenos Aires, Argentina. El análisis se organiza en torno a tres ejes: la generación de tramas colaborativas dirigidas a resolver el cuidado infantil; el desarrollo de formas colectivas de reproducción de la vida a través de la refacción y mejora de las casas y la producción de espacios comunitarios de cuidado infantil. Se resalta la importancia de considerar las desigualdades presentes en la actual organización social de los cuidados a la hora de proponer iniciativas dirigidas a fomentar la inclusión social de las mujeres de sectores populares, desarrollando análisis que aborden a estos cuidados de forma situada; considerando los tiempos y espacialidades involucrados y el modo en que los espacios materiales condicionan su desarrollo.
Palabras clave: cuidados, prácticas colectivas, inclusión social, programas sociales
Abstract
This article seeks to contribute to the debate on the social inclusion of women from popular sectors. Recovering conceptual contributions from feminist perspectives of economics and feminist geography, we seek to reflect on different collective forms of care and reproduction of life developed by women from popular sectors. We will consider how the spatial dimension and the possibility of transforming domestic and neighborhood material spaces are put into play. The analysis is based on the results of an ethnographic research carried out with members of the Argentina Trabaja and Ellas Hacen programs in Greater Buenos Aires, Argentina. I will explore the links between spatiality and care through three axes: the generation of collaborative networks among women to solve child care; the development of collective forms of reproduction of life through the renovation and improvement of domestic and neighborhood spaces; and the production of community care spaces for children. My analysis seeks to contribute to the discussions regarding the promotion of social inclusion of women from popular sectors addressing the inequalities present in the current social organization of care in a situated way that considers the times and spatialities involved and the way in which the material spaces condition its development.
Keywords: care, social programs, collective practices, social inclusion
Recepción: 01 de diciembre de 2022/Aceptación: 18 de abril de 2023
Introducción
Una mañana de marzo de 2015 asistí a una jornada organizada desde el Programa Ellas Hacen, una política de transferencia de ingresos dirigida a mujeres de sectores populares vigente en Argentina entre los años 2013 y 2018. La actividad tuvo lugar en una plaza y buscaba dar cierre a uno de los espacios de formación de los que participaban las titulares del programa, exponiendo los resultados de las actividades que venían desarrollándose desde la política. Al final de la jornada, las titulares protagonizaron una breve obra de teatro que ellas habían creado en la que se reconstruía un día de su vida cotidiana. Comenzaba despertando a su marido y a sus hijos, planchaba una camisa y preparaba el desayuno. Luego llevaba a sus hijos al colegio y después se dirigía a cursar sus estudios secundarios. Al terminar, salía en búsqueda de sus hijos y conversaba por teléfono con su marido que le pedía que preparara el almuerzo. A las 14 horas acudía a un club de barrio en donde junto a otras compañeras tenían previsto realizar la instalación de agua, tal como habían aprendido en el curso de plomería impartido por el Programa. En su casa por la noche, ayudaba con tareas escolares, preparaba la cena, lavaba los platos y finalmente se quedaba dormida en la mesa mientras intentaba realizar sus actividades del secundario. La escenificación fue recibida con risas y exclamaciones que pusieron de manifiesto la identificación de la audiencia, evidenciando que la superposición de las tareas que el programa proponía como “contraprestación” con los trabajos de cuidado no remunerado daba lugar a una sobrecarga de esfuerzo y a un cansancio intenso.
Tal como ha sido revelado por distintas investigaciones, la organización social del cuidado se encuentra atravesada por marcadas inequidades de clase y género, en tanto el desigual acceso a servicios de cuidado infantil afecta especialmente a las mujeres de sectores populares, que suelen recurrir al ámbito comunitario (Zibecchi, 2014) o a la ayuda de relaciones familiares intergeneracionales (Findling y López, 2018).
Ellas Hacen fue lanzado en marzo del 2013, bajo la órbita del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación de la Argentina y constituyó una línea programática específicamente dirigida a mujeres, dentro del programa de Ingreso Social con Trabajo: Argentina Trabaja, lanzado en 2009. Ambas políticas propusieron la formación de cooperativas de trabajo y la transferencia de ingresos monetarios a sus integrantes como forma de fomentar la inclusión social[2]. El lanzamiento del Ellas Hacen cristalizó una presencia mayoritariamente femenina dentro de estas cooperativas y su lanzamiento se fundamentó en diagnósticos acerca de los “impactos” que su participación en el Programa tendría en la ruptura de estereotipos de género y la “recuperación de autoestima”, destacándose la centralidad de su incorporación en actividades formativas y tareas consideradas “tradicionalmente masculinas”. Distintos trabajos académicos han observado que si bien la formación y la realización de oficios otorgaron mayor visibilidad a las mujeres, tensionando estereotipos de género (Hopp, 2015) y fomentando su independencia económica (Hintze, 2018), la insuficiencia de alternativas para la conciliación del trabajo en las cooperativas con el cuidado infantil (Neffa y López, 2012, Arcidiácono y Bermúdez, 2018) y la definición del carácter vulnerable de las mujeres según su condición de “madres solteras” o “jefas de hogares monoparentales” (Anzorena, 2015) dieron lugar a la reproducción de esquemas tradicionales de género.
Esta preocupación por identificar los marcadores de género involucrados en el diseño e implementación de políticas dirigidas a la inclusión social se inscribe en un debate académico que cobró relevancia en Argentina y el resto de Latinoamérica desde mediados de la década de 1980 y principios de 1990 con el advenimiento de políticas focalizadas de combate a la pobreza y el lugar central que ocuparon las mujeres entre su población beneficiaria. Así, se ha señalado que el carácter maternalista y familista de las políticas sociales implementadas en la región constituye un elemento que complejiza las desigualdades en torno a la distribución de los cuidados al asignarle a las mujeres condicionalidades y tareas de contraprestación que derivan de la naturalización de su rol de “madres” (Molyneux, 2007; Rodríguez Enríquez, 2011; Faur 2014; Zibecchi, 2014). En Argentina, se ha observado que estas políticas impulsaron el desempeño de mujeres como cuidadoras en el ámbito comunitario reproduciendo aspectos de la división sexual del trabajo (Zibecchi, 2014).
Este artículo pretende aportar a este debate acerca de las modalidades de intervención estatal en torno a la inclusión social de mujeres de sectores populares, a partir del análisis etnográfico de una serie de prácticas colectivas de cuidado. Estas reflexiones se nutren de los avances de un proyecto de investigación más amplio, referido al estudio de procesos de organización colectiva de sectores populares y su articulación con distintas formas de gobierno.[3] Desde esta línea de investigación hemos recuperado aportes de la economía feminista que proponen poner en el centro a la interdependencia como una condición general de la vida humana incluyendo en los análisis económicos a todas aquellas prácticas y relaciones que hacen posible la reproducción de la vida (Carrasco, 2013; Pérez Orozco, 2014). Esta mirada nos permitió capturar la centralidad de los procesos de organización colectiva en la reproducción de la vida de los sectores populares y en la disputa de formas de bienestar (Fernández Álvarez, 2016). Este trabajo busca reflexionar acerca del modo en que intervienen la dimensión espacial y la posibilidad de transformar los espacios materiales domésticos y barriales en la producción de distintas formas colectivas de cuidado desarrolladas por mujeres de sectores populares. Se argumentará que las mujeres de sectores populares hacen frente a las injusticias de la organización social de los cuidados, produciendo y transformando una serie de espacios para cuidar. En este sentido, se recuperan aportes elaborados por la geografía feminista que, a partir de la introducción de conceptos como el de “paisajes de cuidado” (Miligan y Wiles, 2010) o “movilidad del cuidado” (Sánchez de Madariaga, 2009) han permitido poner de relieve el modo en que las relaciones de cuidado tienen lugar a partir de complejas espacialidades que condicionan el modo en que estos trabajos se realizan; permitiendo así descentrar de miradas normativas o institucionalizadas (Soto-Villagrán, 2022).
Algunos trabajos han destacado el modo en que los espacios urbanos juegan un rol en la producción y reproducción de las inequidades vinculadas al cuidado (Comas d'Argemir, 2017; Gabauer et al., 2022). Teniendo en cuenta estos aportes, mostraré que las mujeres de sectores populares desarrollan prácticas colectivas de cuidado que se conectan con las transformaciones en los espacios materiales; al tiempo que estas espacialidades condicionan el modo en que los cuidados se desarrollan. Mis reflexiones recuperan resultados del trabajo de campo desarrollado entre 2014 y 2018 junto a titulares del Programa Ingreso Social con Trabajo de la zona noroeste del Gran Buenos Aires, Argentina en sus dos líneas programáticas: Ellas Hacen y Argentina Trabaja.La investigación fue realizada desde una perspectiva etnográfica, desde la cual el trabajo analítico o conceptual se articula con procesos de interacción y experiencias subjetivas compartidas a partir de una inmersión prolongada en el trabajo de campo (Rockwell, 2009). Asumiendo entonces que el trabajo de campo etnográfico es, más que una técnica, una forma de producir conocimiento a partir del diálogo con otros (Peirano, 2014), la presentación y análisis de los datos pondrá en primer plano a las interacciones compartidas durante variadas situaciones de sus vidas cotidianas. [4]
Exploraré los vínculos entre espacialidad y cuidados a través de tres ejes: la generación de tramas colaborativas entre mujeres dirigidas a resolver el cuidado infantil; el desarrollo de formas colectivas de reproducción de la vida a través de la refacción de las casas y espacios barriales y la producción de espacios comunitarios de cuidado infantil.
El cuidado a través de tramas colaborativas
En las capacitaciones del Ellas Hacen, era común encontrar, entre los grupos de mujeres, unos cinco o seis bebés que pasaban de brazo en brazo, dormían en algún cochecito o eran alzados por hijas mayores. Concurrir acompañadas por sus hijos e hijas era una de las estrategias que hacía posible su participación en los espacios formativos y constituía una práctica autorizada desde el Programa. Era frecuente que el horario escogido por las titulares para sus estudios se correspondiera con los turnos de la escuela de los hijos e hijas. Los y las talleristas solían brindar flexibilidad en los horarios de entrada y salida cuando era necesario para que ellas llegasen a retirar a sus hijos e hijas, considerando los tiempos de viaje hacia las instituciones educativas. Las mujeres valoraban estas posibilidades como una oportunidad que les permitía cumplir con proyectos aplazados durante un tiempo. “Lo bueno del programa es que podíamos ir con los chicos. Yo iba con los tres. Hubo oportunidades que había profesores que nos tenían a los chicos para que podamos escribir”, explicó Carla, titular del programa en Tres de Febrero en una entrevista realizada en 2018.
Asimismo, entre las titulares circulaban ayudas que permitían resolver asuntos vinculados a necesidades y crianza de los hijos, evidenciando los múltiples espacios en los que se desarrollan los cuidados y la articulación de distancias y tiempos que estos trabajos demandan. A la hora de cumplir con las capacitaciones o de asistir a una reunión; quienes tenían hijos e hijas de edades similares solían ponerse de acuerdo para llevarlos y que jugaran entre sí mientras ellas participaban de alguna actividad.
En el caso las titulares del Argentina Trabaja, la distribución del cuidado infantil también era un asunto que presentaba dificultades a la hora de garantizar la participación de mujeres en las cooperativas. Las cooperativas que se acompañaron realizaban tareas vinculadas a la refacción de viviendas; el mantenimiento y reforma de instituciones educativas y la producción en talleres de carpintería. Se trataba de tareas que requerían la utilización de herramientas y materiales que podían ser peligrosos para niños y niñas pequeños, haciendo menos frecuente la participación de mujeres acompañadas por sus hijos e hijas.
Ante la escasez de los servicios públicos de infraestructura dirigidos a la primera infancia, las titulares de ambos programas movilizaron relaciones familiares para resolver el cuidado infantil. Quienes más frecuentemente se ocupaban del cuidado de sus hermanos menores eran las hijas mujeres, aunque también registré casos en los que este trabajo quedó a cargo de hijos varones. A modo de ejemplo, podemos considerar la situación de Jimena, una titular del programa Argentina Trabaja del distrito titular, con una hija de 4 años de edad que quedaba al cuidado de sus hermanos mayores de 16 y 18 años cuando su madre participaba de las jornadas laborales de la cooperativa. Si bien sus hijos se ocupaban de atender a la niña en el horario en que su madre trabajaba, ellos no se ocupaban del almuerzo, ni de la limpieza o del lavado de la ropa. Así, en el horario del almuerzo, Jimena solía apresurarse para ir a preparar el almuerzo a todos sus hijos, o dejaba algo listo con antelación. Una situación semejante era la de Mirta, integrante de la misma cooperativa que Jimena, quien dejaba a su hijo de cinco años con sus hijos mayores, pero no delegaba en ellos el cuidado del más pequeño, de un año y medio. Durante un tiempo contó con la ayuda de su sobrina, de 18 años, quien vivió con ella durante aproximadamente un año. Ella estaba contenta con esta convivencia porque decía que su sobrina era “muy compañera” y la ayudaba “con los chicos y las cosas de la casa”.
De este modo, los arreglos de cuidado generados por las mujeres variaban según la composición en género y edad de los habitantes de los hogares. Si bien existían tanto mujeres como varones quedándose a cargo de sus hermanos y hermanas menores, solía ocurrir que los segundos se ocupasen de un número más reducido de tareas que las primeras, evidenciando la persistencia en la feminización del trabajo de cuidado. Tal como ha sido identificado en otras investigaciones, las lógicas de residencia ejercen influencia sobre el desarrollo de formas de sociabilidad desde las que se resuelve el cuidado infantil (Santillán, 2009; Araos Bralic, 2016).
En algunos casos, la utilización de una misma casa o terreno por parte de varias generaciones impulsaba formas específicas de distribución de los trabajos de cuidado. Este era el caso de Mónica, titular del Ellas Hacen en Tres de Febrero, con cuatro hijos de diferentes edades. Al momento del nacimiento de su cuarta hija, en el año 2015, su hijo mayor también esperaba una hija. Al año siguiente, su segunda hija de 17 años quedó embarazada. Su hijo y su nuera comenzaron a construir una casa en la planta alta. Para el año 2018, la casa de arriba todavía estaba en construcción y Mónica compartía su vivienda con sus cuatro hijos, tres nietas y su nuera. Para poder salir a desarrollar trabajos como empleada doméstica en casas particulares, dejaba a su hija más chica al cuidado de su hija mayor, que estaba simultáneamente a cargo de su propia hija. Conexiones similares entre el cuidado y las lógicas de residencia se pusieron de relieve en la vida de Carla, cuando en 2017 me comentó que se había mudado a una casa en construcción en la planta alta de la vivienda de sus padres y que, si bien la mudanza le implicaba cierta pérdida de privacidad, pero le brindaba la ventaja de poder pedirle a sus padres que cuidaran a sus hijos si ella salía.
De un modo similar a aquello que ha sostenido Sciortino (2018) en su etnografía sobre prácticas de mujeres titulares del mismo Programa, las integrantes de las cooperativas debían construir ellas mismas arreglos de cuidado que les permitiesen participar de actividades formativas y laborales, desarrollando tramas colaborativas sostenidas a partir de redes de parentesco y vecindad. Como han advertido otros estudios, las expectativas de cuidado que atraviesan a las relaciones intergeneracionales afecta la vida de las mujeres, condicionando su vida profesional y generando incluso costos en la salud (Findling y López, 2018). Así, es importante entender estas formas de colaboración entre familiares que viven en las cercanías, no como evidencia de una disposición de los sectores subalternos hacia la ayuda mutua y “reciprocidad”, sino como indicador de las coyunturas asimétricas que atraviesan sus vidas, las cuales se agudizan ante la insuficiente oferta de servicios públicos y la influencia de políticas que naturalizan la feminización de estos trabajos (Santillan, 2009; Faur, 2014).
Los enfoques de la geografía feminista permiten visibilizar los modos en que estas tramas colaborativas en torno al cuidado tienen incidencia en los modos en que se producen formas de movilidad en el espacio urbano dando lugar a la reproducción de desigualdades de género (Comas d'Argemir, 2017; Jirón y Gómez, 2018). En este sentido, una serie de trabajos ha subrayado la importancia de poner en juego una perspectiva espacio temporal para analizar a la organización social del cuidado en las ciudades, contemplando no solamente a la disponibilidad de infraestructuras y espacios que prestan servicios dirigidos a la primera infancia; sino también su accesibilidad y los itinerarios y trayectos recorridos para llegar a ellos (Soto-Villagran, 2022; Jirón y Gómez, 2018; Hernandez y Rossel 2015; Pautassi, 2017). La resolución del cuidado a través de tramas de colaboración entre mujeres que viven en las cercanías puede ser pensada como una estrategia asociada no sólo a la insuficiente oferta de servicios públicos dirigidos a la primera infancia, sino también a los modos en que se articulan tiempos y espacios y se organizan las movilidades en torno al cuidado (Pautassi, 2017).
Las situaciones que se evocaban en la obra de teatro representada por las titulares y a la que hicimos referencia al comienzo del artículo, evidencian que sus vidas cotidianas se encuentran atravesadas por una compleja articulación de tiempos en la cual a la realización concreta de distintos trabajos remunerados y no remunerados y la participación en actividades formativas y comunitarias se le adicionaba el tiempo invertido en desplazarse a través del espacio en la ciudad. Así, nuestras reconstrucciones etnográficas ponen de relieve que, en un contexto signado por desigualdades de clase y género, las tramas colaborativas construidas entre mujeres permiten resolver el cuidado infantil; al tiempo que iluminan la multiplicidad de espacialidades, lógicas de residencia y prácticas de movilidad que entran en juego en la realización de estos trabajos. Las características y potencial peligrosidad de las actividades que se realizaban, la presencia de personas que pudieran estar cerca encargándose de atender a los chicos, la posibilidad de promover juegos entre los niños durante las capacitaciones y las distancias y tiempo respecto de instituciones educativas constituían aspectos claves respecto del modo en que se ejercía el cuidado.
La producción colectiva de mejoras en las casas
Durante el tiempo que realicé trabajo de campo junto a titulares de los programas Ellas Hacen y Argentina Trabaja, pude registrar una serie de refacciones y procesos de construcción que tuvieron lugar en sus viviendas. Era habitual que quienes integraban las cooperativas invirtiesen una parte del dinero que percibían a través del Programa en la compra de materiales de construcción destinados a ampliar y mejorar las casas, construyendo nuevos ambientes, revocando paredes o realizando instalaciones de agua o electricidad. Las capacitaciones impartidas desde el Ellas Hacen se orientaban hacia el aprendizaje de oficios como la plomería y la electricidad que las mujeres solían aplicar en sus propias viviendas o realizando arreglos en instituciones barriales, tal como lo ilustraba la obra de teatro con la que abrimos este artículo.
Esta posibilidad de intervenir sobre las viviendas asociada a la pertenencia a las cooperativas, solía conectarse con apuestas por acceder a mejores condiciones de vida para sí mismos y sus familias. El crecimiento de los hijos y el nacimiento de nietos eran muchas veces factores que motorizaban emprender la construcción de nuevas habitaciones en una misma casa o la edificación de casas independientes en un mismo terreno. Asimismo, acceder a viviendas “más dignas” implicaba una apuesta en relación a aquello que se mostraba como ejemplo para los hijos. Al relatar sus planes de transformar su casilla de chapa y madera en una casa de material; una titular del Programa Argentina Trabaja había destacado específicamente que quería que su hija vea que las cosas podían “ser mejores”: “Hace 18 años que vivimos en una casilla, ahora que tengo la cooperativa creo que ya sería hora de progresar”, me dijo mientras calculaba cuantos ladrillos comprar.
Esta relación entre las refacciones y la titularidad en los programas estatales se ponía particularmente de relieve en los casos de algunas cooperativas de Argentina Trabaja, que se encargaban de realizar estas obras de albañilería como parte de sus trabajos. El Programa no solo brindaba un ingreso monetario que permitía la compra de materiales; sino también la posibilidad de contar con ayuda para desarrollar los trabajos de albañilería necesarios. Cuando quise saber a qué se dedicaba la cooperativa Juntos Podemos, Silvia, su presidenta, me dijo que hacían refacciones sociales. Intervenir sobre las condiciones habitacionales mediante las refacciones sociales suponía para sus integrantes un trabajo relevante en tanto permitía “mejorar las vidas” de los compañeros.
A menudo, las reuniones y jornadas de trabajo incluían conversaciones en las que se ponían en común planes al respecto de las reformas que realizarían en sus casas, se intercambiaban consejos sobre la compra de materiales y el orden de las refacciones y se compartían fotos del “antes y después” de las obras, felicitándose mutuamente por los resultados alcanzados e incentivando a los que estaban por comenzar una obra en sus casas. “Con eso, ya podés levantar una primera pared, para armar la piecita”, calculó Silvia durante una reunión luego de que un compañero le comentó que había logrado comprar doscientos ladrillos. Le aconsejó utilizar esa primera habitación como espacio para dormir y así pasar menos frío por la noche, ejemplificando con su propia trayectoria: “Cuando tenía a mi hija bebé era así, mi piecita era de material y la cocina de madera.” En ese momento, la casa de Silvia estaba atravesando un nuevo proceso de reformas.
Las nuevas transformaciones suponían la construcción de un segundo piso con habitaciones para cada uno de sus cuatro hijos, la reubicación de la cocina y la ampliación de la sala. Silvia procuraba darles a sus hijos, ya adolescentes, mayor comodidad y autonomía para que puedan estudiar en un lugar tranquilo y separado del resto de la vivienda. Este ciclo de reformas incluyó la instalación de la red de agua corriente en la vivienda. Al ofrecerme un vaso de agua proveniente de esta instalación, Silvia me comentó que con casi cuarenta años de edad era la primera vez que tenía dicho servicio en su vivienda y que estaba contenta de que para sus hijos eso fuera diferente. Luego, calculó costos y tiempos necesarios para replicar estas reformas en las casas de los compañeros. De un modo similar a lo que ha sido observado por otras autoras en relación a las subjetividades de mujeres que participan en cooperativas de vivienda; involucrarse en estas prácticas colectivas daba lugar a un proceso que permitía tensionar las formas tradicionales de abordar el cuidado de los hijos y construir nuevos horizontes de vida y perspectivas de lucha a futuro (Rodríguez y Arqueros Mejica, 2020).
En nuestro caso de análisis, observamos que esta transformación de los espacios materiales contribuía a la producción de formas colectivas de sostenibilidad de la vida (Carrasco, 2013; Pérez Orozco, 2014); permitiendo procesar colectivamente experiencias de vida precarias y proyectar hacia el futuro formas de bienestar (Fernández Álvarez, 2016). Estas prácticas colectivas de cuidado se conectan con la producción de infraestructuras y la intervención sobre las materialidades que componen el espacio urbano, dando lugar a una disputa en torno a los modos de vida habilitados para los sectores populares en las ciudades (Fernández Álvarez et al., 2023).
Nuestros hallazgos dialogan con aquellas contribuciones realizadas desde la geografía feminista y en particular con aquellas perspectivas que han colocado el foco en los modos en que los espacios y “paisajes de cuidado” son parte de aquellas redes de interdependencia desde las que se sostiene la vida (Miligan y Wiles, 2010; Gabauer et al., 2022). Las evidencias etnográficas aportadas en este apartado ilustran conexiones entre la producción de espacios y el desarrollo de modalidades colectivas de cuidado; evidenciando el trabajo necesario para producir y mejorar espacialidades desde donde estos cuidados sean posibles. El trabajo de Juntos Podemos se orientaba tanto a reformar y construir viviendas como a la realización de trabajos de mantenimiento refacción de espacios barriales tales como plazas; canchas de futbol, e instituciones de salud y educación. En la primera jornada de trabajo en la que acompañé a dicha cooperativa, se tornó visible la multiplicidad de tareas a las que se abocaban cotidianamente.
Mientras caminábamos hacia la vivienda donde estaban trabajando, Silvia fue indicándome una escuela que habían pintado, una salita en la que habían hecho reparaciones y una cancha que mantenían periódicamente y en donde solían poner en marcha actividades recreativas para los niños y niñas del barrio. Así, las refacciones sociales conectaban a las casas con el resto del barrio, complejizando la imagen de estos espacios como ámbitos exclusivamente orientados a la reproducción doméstica o al orden de lo privado.
Las “obras” y tareas de mantenimiento que realizaban las titulares de las cooperativas combinaban el acompañamiento de los cuidados en el entorno familiar, a través de la mejora en las condiciones de las viviendas; con la construcción de condiciones de posibilidad para el desarrollo de formas colectivas de reproducción de la vida orientadas a la comunidad; mejorando instituciones educativas y espacios de uso común.
Construir espacios de cuidado comunitario
En marzo de 2017 visité la casa de Cristina, presidenta de una cooperativa del Argentina Trabaja en San Miguel, otro distrito ubicado en la zona noroeste del conurbano bonaerense. Encontré su vivienda muy cambiada respecto de los recuerdos que tenía de mi última visita, tan solo dos meses atrás. Lo que anteriormente era un patio de entrada, ahora estaba techado y conformaba un ambiente más donde funcionaba el merendero. Al entrar, Cristina me mostró que la pieza de una de las hijas se había reducido para dar lugar a una pequeña despensa donde se almacenaban alimentos. Estas reformas se sumaban a aquellas con las que, años atrás, se habían construido dos nuevos ambientes ―un taller y un local comercial― para poder albergar el proyecto de la carpintería.
Durante el tiempo que duró el trabajo de campo, pude registrar otras situaciones en las que se ponía en evidencia que las espacialidades de las casas y sus condiciones materiales ofrecían límites y posibilidades para producir dinámicas de organización barrial y formas de trabajo comunitario. A menudo, las reformas realizadas en las casas acompañaban el desarrollo de proyectos productivos y comunitarios. Patios delanteros se techaban para hacer lugar a merenderos, terrenos desocupados se acondicionaban para albergar centros comunitarios, galpones de chapa se levantaban para almacenar herramientas o disponer de espacios de trabajo.
Las reformas en la casa de Cristina evidenciaban claramente el modo en que el desarrollo de distintas formas de cuidado comunitario deja sus trazos en las materialidades que componen a aquellos espacios tradicionalmente considerados domésticos. Tiempo después de reformar su casa, ella decidió mudarse junto a su marido y su hijo menor a una casa recién construida en el terreno de su suegra en otro barrio del distrito, dejándole a sus hijos mayores la vivienda en donde funcionaban el merendero y el taller de carpintería. Cuando la visité en este nuevo barrio, entré por un patio delantero que estaba cerrado con un techo de chapa en el que tres mujeres revolvían una gran olla de guiso. Cristina me contó que, al mudarse, se había encontrado con “mucha necesidad” y se había puesto en movimiento para poder “mejorar un poco el barrio”, comenzando por la puesta en marcha de un comedor que atendiera las necesidades alimentarias de sus vecinos. El cerramiento del patio por el cual yo había ingresado y en donde se cocinaba la cena de la noche había sido una reforma reciente, dispuesta para acompañar esta iniciativa. Si en su casa nueva, una vez más, los patios se techaban para albergar grandes ollas y poner en marcha prácticas de asistencia alimentaria, era tal vez porque, más que circunscribirse a un espacio fijo, lo cuidados configuran prácticas móviles que se mueven junto con las mujeres (Soto-Villagrán, 2022).
El desarrollo de espacios comunitarios de cuidado infantil y formas de asistencia alimentaría se encontraba asociado a una interpretación de las necesidades del entorno. Reconociendo las condiciones de precariedad y privaciones materiales que caracterizaban las vidas de sus vecinos, Cristina impulsó nuevos procesos de organización que incluyeron la puesta en marcha de espacios de cuidado comunitario desde su propio hogar. Sus prácticas revelan que, como hemos señalado en otro momento, las casas no constituyen dominios cerrados sobre sí mismos, definidos a partir de su oposición al ámbito público y volcados a la resolución de lo privado-doméstico; revelándose como espacios centrales para la producción de prácticas políticas colectivas (Pacífico, 2022).
Buscando poner de relieve la necesaria participación conjunta de la familia, el Estado, el mercado y la comunidad en el desarrollo de los cuidados, nociones como la de diamante del cuidado (Razavi, 2007) u organización social del cuidado (Faur, 2014), han permitido introducir interesantes señalamientos respecto de la urgente necesidad de desfamiliarizar y desprivatizar a los cuidados. Las experiencias de mis interlocutoras revelan que la producción de infraestructuras comunitarias de cuidado dirigidas a niños y niñas de los barrios populares puede tener lugar desde las casas, espacios a menudo asociados a lo doméstico y lo privado. Asimismo, los hallazgos etnográficos que brindamos hasta aquí permiten iluminar los modos en que observar cómo las viviendas son construidas, habitadas y transformadas puede ofrecer una interesante vía para el análisis de los modos en que los cuidados se organizan traspasando los límites entre lo doméstico y lo comunitario.
Las miradas feministas de la economía han brindado aportes que permitieron problematizar aquellos esquemas de pensamiento duales que, basados en un sujeto ideal autónomo y autosuficiente, dan por sentada la organización de la sociedad con base en la división entre publico/privado, productivo/reproductivo, doméstico/político como dominios escindidos (Carrasco, 2013; Pérez Orozco, 2014). El análisis de los modos en que se producen espacios para cuidar evidencia con claridad los modos en que estas fronteras se disputan y reescriben cotidianamente en los procesos de organización colectiva de las mujeres de sectores populares.
Reflexiones finales
En este trabajo, desarrollamos un análisis etnográfico centrado en distintas formas colectivas de cuidado desarrolladas por mujeres destinatarias de programas estatales orientados a fomentar la inclusión social. Las mujeres de sectores populares han venido ocupando un lugar mayoritario como beneficiarias y gestoras de diferentes programas sociales en la región y han tenido un rol activo en el desarrollo de tareas comunitarias y prácticas de cuidado desarrolladas en sus barrios. Tal como lo señalamos en la introducción, el debate académico en torno a estos temas ha subrayado que a menudo estas políticas sociales operan reproduciendo una asociación naturalizada entre mujeres y trabajos de cuidado; ya sea al proponer condicionalidades y modalidades de contraprestación vinculadas con el bienestar familiar o comunitario (Rodriguez Enriquez, 2011; Anzorena, 2015; Zibecchi, 2014) u omitiendo el desarrollo y articulación de infraestructuras de cuidado infantil (Neffa y López, 2012; Arcidiácono y Bermúdez, 2018).
Las evidencias etnográficas recogidas en estas páginas confirman la importancia de considerar las desigualdades presentes en la organización social de los cuidados a la hora de proponer iniciativas dirigidas a fomentar la inclusión social de las mujeres de sectores populares, al tiempo que subrayan la necesidad de pensar a estos cuidados de forma situada; considerando los tiempos y espacialidades involucrados y el modo en que los espacios materiales condicionan su desarrollo. Nuestros hallazgos etnográficos ponen en evidencia que, ante los condicionamientos que imponen la escasez de provisión pública de servicios de cuidado, la insuficiencia de recursos económicos para externalizar esta necesidad a través del mercado y la vigencia de sentidos que naturalizan la feminización de estos trabajos; el abordaje colectivo de los cuidados se despliega por medio de entramados de relaciones que desbordan los límites de la familia nuclear y que entran en relación con las posibilidades y restricciones que brindan las espacialidades.
Explorar la conexión entre las prácticas colectivas desarrolladas por mujeres de sectores populares y las espacialidades, permite asimismo aportar a un debate más amplio en torno a los vínculos entre dinámicas territoriales y políticas sociales en relación al cuidado. En particular, nuestros hallazgos iluminan los modos en que los procesos de organización colectiva desarrollados en el marco de programas sociales, generan usos específicos del espacio y formas de movilidad que tienen incidencia en el modo en que se gestionan cotidianamente los cuidados. Estos asuntos cobraron renovada centralidad en el debate académico y social en los últimos años, al calor de los procesos abiertos con la emergencia de la pandemia del Covid-19 y las políticas de aislamiento y distanciamiento propuestas para hacerle frente. La pandemia le otorgó especial visibilidad a las injusticias que atraviesan a la distribución de los cuidados en tanto implicó un incremento de la demanda de estos trabajos que tuvo lugar no solo en el hogar sino también en el ámbito comunitario (Zibecchi, 2022), iluminando con claridad las movilidades e interdependencias de las que depende la producción y reproducción de la vida (Pinedo y Segura, 2020).
En este contexto, el rol de las organizaciones sociales y comunitarias fue señalado como fundamental para garantizar el cumplimiento de las medidas de aislamiento, a partir del desarrollo de distintas formas de contención y difusión de información respecto del cuidado de la salud y permitiendo el acceso a recursos básicos para la subsistencia (Fernández Álvarez et al., 2023; Pinedo y Segura, 2020; Roig, 2020; Zibecchi, 2022). Las mujeres que desarrollaban tareas de cuidado en el ámbito comunitario vieron incrementada su demanda de trabajo, reorientando sus tareas hacia la provisión alimentaria (Roig, 2020), desarrollando estrategias pedagógicas para educar a distancia (Faur y Brovelli, 2020) y poniendo en marcha un trabajo relacional vinculado a la gestión de distintos programas sociales que se volvió central durante la pandemia (Zibecchi, 2022).
En un contexto en que las medidas para prevenir la propagación del virus se centraron en la reducción de la movilidad; las experiencias de los sectores populares pusieron de relieve la centralidad de los espacios barriales como ámbitos de cuidado, resaltando que el “aislamiento”, no era posible de sostenerse puertas adentro o descansando en vínculos de la familia nuclear. Asimismo, la precariedad habitacional que caracteriza a la vida de estos sectores, en donde con frecuencia se registran situaciones de hacinamiento, dificultades para ventilar espacios, o la falta de acceso a servicios básicos como el agua corriente, tornó complejo el cumplimiento del aislamiento como permanencia en el hogar; iluminando los modos en que el cuidado de la vida se pone en relación con las condiciones materiales de los espacios.
En este artículo, reconstruimos etnográficamente una serie de experiencias que evidencian cómo, desde los procesos de organización colectiva desarrollados por mujeres de sectores populares titulares de programas de inclusión social, venían tramándose formas de cuidado comunitario en las que la producción y apropiación de distintas espacialidades se relevaba como central. Si, como lo ponen de relieve los hallazgos que incluimos en estas páginas, la existencia de tramas de colaboración entre mujeres ha permitido resolver la atención de los niños y niñas garantizando así las condiciones de posibilidad para que ellas participen de espacios formativos, estos cuidados colectivos no se llevan adelante en el vacío, sino que emergen de la interacción con espacios físicos concretos. Las formas de residencia y movilidad, la composición de los hogares y vínculos vecinales y las características materiales de las casas intervienen en la construcción de formas particulares de cuidar.
La comprensión de los cuidados como todas aquellas tareas y prácticas necesarias para la supervivencia cotidiana de las personas, supone incluir tanto a las actividades interpersonales o cuidado “directo” de los otros; como a la provisión de precondiciones y gestiones en que este se realiza (Rodríguez Enríquez, 2015). Recuperando esta definición, podemos decir que las practicas analizadas en estas páginas evidencian que las mujeres de sectores populares no solo producen cuidados; sino también los espacios y condiciones en que estos se realizan. Al transformar colectivamente las casas se mejoran las condiciones de posibilidad para proveer estos cuidados en el ámbito familiar, pero también se responde a las necesidades de personas que habitan sus mismos barrios, brindando formas de asistencia alimentaria y aportando a la realización de actividades recreativas y educativas. Poniendo los espacios de vivienda a disposición de estas formas colectivas de cuidado y reproducción de la vida, las prácticas de mis interlocutoras tensionaban los límites entre lo doméstico y lo comunitario.
En conjunto, estos aportes poseen la potencialidad de arrojar nuevas luces al debate en torno a las formas de inclusión social de mujeres de sectores populares, desbordando una mirada colocada en el cuidado como una necesidad exclusiva de un grupo poblacional específico, plausible de resolverse en un espacio fijo o bajo una única relación; para considerarlos en relación con una multiplicidad de dinámicas espaciales, materialidades y movilidades. Estos hallazgos llaman la atención acerca de la necesidad de profundizar una demanda por infraestructuras de cuidado que se articule con las estrategias y prácticas desarrolladas por las personas hacia quienes se dirigen y consideren la estricta organización de tiempos y movilidades que hacen al día a día de las mujeres. En suma, visualizar a los cuidados como practicas móviles permite pensar las implicancias de las políticas orientadas a la inclusión social de mujeres de sectores populares considerando cómo estas propuestas se inscriben en la totalidad de la vida cotidiana; interactuando con una multiplicidad de aspectos entre los que se encuentran las condiciones de las viviendas; la composición de integrantes que habitan el hogar; las distancias con los espacios que se transitan diariamente, las formas de movilidad disponibles y las redes comunitarias, de parentesco y vecindad por las que circulan cuidados.
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[1] CITRA CONICET, Argentina. Correo electrónico: flor.pacifico@gmail.com
[2] Utilizo cursiva para categorías sociales y comillas para citas textuales o palabras del discurso de mis interlocutores.
[3] Proyecto PICT “Política colectiva, (re)producción de la vida y experiencia cotidiana: un estudio antropológico sobre procesos de organización de trabajadores y trabajadoras de sectores populares en Buenos Aires, Córdoba y Rosario”.
[4] Se realizaron visitas al campo con una frecuencia de una o dos veces a la semana, en las que se acompañaron jornadas laborales, reuniones, actos, movilizaciones, la realización de trámites y situaciones propias de las rutinas domésticas y las vidas familiares. En la etapa final de la investigación, se realizaron entrevistas abiertas, procurando reconstruir sucesos del pasado y otras cuestiones no asequibles a partir de la observación directa.