LAS
MUJERES EN LA AGROINDUSTRIA DEL MANGO EN EL SUR DE SINALOA ¿RUPTURA DEL HABITUS?
WOMEN
IN MANGO AGROINDUSTRY IN SOUTHERN SINALOA.
BREAKING
HABITUS?
Tania Elizabeth Ceballos-Alvarez[1]
DOI: https://doi.org/10.32870/lv.v7i61.7843
Resumen
Ante el avance
del feminismo y la reconversión productiva de los mercados de trabajo, surgen
nuevos espacios de actuación para las mujeres, donde enfrentan adversidades
tanto para incursionar en ámbitos donde previamente habían sido excluidas como
por el reto de cumplir con expectativas sociales y culturales. La literatura
científica da cuenta de esos desafíos, visibilizando su integración productiva
en un sistema patriarcal que, a pesar de las trasformaciones en las estructuras
familiares y el desplazamiento del hombre como único proveedor, no rompe con
patrones tradicionales de relaciones de género, teniendo mujeres en espacios
“masculinizados” que conservan la responsabilidad de las actividades domésticas
y de cuidado. El objetivo de esta investigación es comprender cómo la inserción
de mujeres en posiciones de liderazgo en el sector agroindustrial del mango en
el sur de Sinaloa favorece la ruptura del habitus de género, desde el
andamiaje teórico de Bourdieu. Se emplea una metodología cualitativa a través
de entrevistas a profundidad, observación y técnicas de análisis del discurso,
teniendo como principales resultados que las mujeres han convertido su capital
acumulado en liderazgo, superando limitantes en el sector y en el hogar, pues
quienes tienen una familia tradicional buscan conciliar su rol productivo con
el reproductivo; mientras que otro perfil de mujeres jóvenes, solteras, rompen
con los esquemas tradicionales y aspiran a proyectos profesionales que favorecen
la ruptura del habitus. Se concluye que el trabajo femenino en la agroindustria del mango en el sur de Sinaloa es
preeminente, por ello, impera la necesidad de generar mejores condiciones para ellas,
así como visibilizar el liderazgo que algunas ostentan, pues generar un cambio en
el sector implicaría un cambio social dada su importancia en la región.
Palabras clave: agroindustria, género, habitus,
mujeres
Abstract
As feminist progresses
and productive reconversion of labour markets, new spaces for women emerge where
they were excluded before. Therefore, they face several adversities at the same
time they have to fulfill social and cultural expectative. Scientist literature
notes those challenges, making visible their productive integration in a
patriarchal system that, despite the transformation in family structures and
the displacement of man as sole provider, it does not break up with traditional
patterns of gender relations, maintaining women in “masculinized” spaces and
also the responsibility of domestic chores and care activities. The objective
of this research is to understand how the insertion of women in leadership
positions in the mango agroindustrial sector in southern Sinaloa incites the
rupture of the gender habitus, from Bourdieu's theoretical approaching.
A qualitative methodology is carried throughout in-depth interviews,
observation and discourse analysis techniques. Main results show that women
have converted their accumulated capital into leadership, overcoming
limitations in both, the industry and at home. Women who have a traditional
family have to conciliate their productive and the reproductive role; while
another profile is found, a young, single woman who broke up traditional
schemes and aspires to professional achievements that incite the rupture of habitus.
It is concluded that female work in the mango agroindustry in southern Sinaloa
is preeminent, therefore, the need to generate better conditions for them
prevails, as well as making visible the leadership that some of them hold,
because to generate a change in the sector would imply also a social change,
given its importance in the region.
Keywords: agroindustry, gender, habitus,
women
Recepción: 10 de octubre de
2023/Aceptación: 11 de abril de 2024
Introducción
Con la
reconversión productiva de los mercados de trabajo, la diversificación en las
estructuras familiares y el desplazamiento del hombre como único proveedor del
hogar, se generaron espacios de actuación para las mujeres que no han sido acompañadas
de condiciones equitativas en relación con el género masculino, sino
que se advierten como un cúmulo de “batallas ganadas”, revistiendo el carácter
heroico de los derechos de los cuales deberían de gozar, como lo fue la lucha
por el sufragio, el acceso a la educación o el derecho de decidir sobre sus
cuerpos, por lo que la brecha de género sigue patente en distintos ámbitos de
la vida social (Belvedresi, 2018).
La literatura científica da cuenta de los desafíos a los que se enfrentan las
mujeres al incursionar en las actividades productivas en un sistema patriarcal
que “otorga” la posibilidad de integrarse a las actividades económicas, pero no
rompe con los patrones tradicionales de relaciones de género, pues las labores
domésticas y de cuidado persisten mayormente bajo su responsabilidad, lo que da
lugar a la división sexual del trabajo (Rodríguez Venegas et al., 2015).
Adicionalmente, Montero González y Camacho Ballesta (2018) y Schmitt (2021)
sostienen que las mujeres se enfrentan aún a mayores limitantes cuando se
integran a sectores dominados por el hombre, pues la cultura laboral las limita
a alcanzar posiciones de liderazgo. El denominado “techo de cristal”, que
restringe el acceso de las mujeres a posiciones de alto nivel en las
organizaciones (Carvalho et al., 2018); o el “techo de cemento”, una categoría
que alude a que la propia mujer es quien limita su crecimiento empresarial por
motivos personales, como conciliar la vida laboral con la familiar (Saavedra
García y Camarena Adame, 2015).
En este sentido, el objetivo de esta investigación es comprender cómo la
inserción de mujeres en posiciones de liderazgo en el sector agroindustrial del
mango en el sur de Sinaloa favorece la ruptura del habitus de género,
desde el andamiaje teórico de Bourdieu, o si bien, solo se replican los roles
de género en un entorno tradicionalmente dominado por hombres.
Se aborda la división sexual del trabajo en el sector agroindustrial para comprender
las asimetrías en las relaciones de género, la invisibilización del trabajo
doméstico y de cuidado, así como el habitus
que permite describir que “la dominación y la violencia simbólica hacia las
mujeres es una estructura estructurante o estructurada, que introduce en las
prácticas y pensamientos los esquemas prácticos derivados de la incorporación
de estructuras sociales resultantes del trabajo histórico” (Huerta Rosas, 2010,
p. 94).
En el análisis existen
posturas que se contraponen a esta premisa, teniendo en cuenta un escenario
donde la promoción de equidad de género se hace patente en las distintas
esferas, política, social, económica y cultural, hablando incluso, de una mutación
en el habitus de género, al existir mayor acceso de las mujeres a los
espacios públicos y en puestos de liderazgo (Cuadra Palma y Restrepo Quintero,
2020). No obstante, estos espacios siguen bajo el dominio masculino, por lo que
su integración se lleva a cabo en un escenario adverso.
Entre los principales resultados se encuentran
mujeres líderes que buscan conciliar su rol productivo con el reproductivo, así
como una mujer joven, soltera, con aspiraciones profesionales que favorecen la
ruptura del habitus.
La división sexual del trabajo en
el sector agroindustrial
En la sociedad
capitalista el trabajo se compra y se vende por un salario, sin embargo, existe
una dimensión del trabajo que excluye esta transacción mercantil, puesto que,
desde la visión tradicional de la dependencia económica de las mujeres hacia
los hombres se han invisibilizado las actividades domésticas y de cuidado, adjudicándolas
a la responsabilidad biológica de criar y amamantar, lo que da lugar a la división
sexual del trabajo, que más que una connotación natural alude a una asignación
social y cultural de roles regida por la lógica de la institución familiar (Brunet Icart y Santamaría Velasco, 2016).
Esta división sexual del trabajo genera asimetrías en la posición que
ocupan hombres y mujeres en el plano laboral, que se asocia, en muchas
ocasiones con la dialéctica producción-reproducción, teniendo a mujeres en
puestos de trabajo informales y precarios que puedan compatibilizar con el
trabajo doméstico, condicionando su participación en los ámbitos públicos y
privados (Rodríguez Venegas et al., 2015), por ello, tradicionalmente se han
designado campos considerados como “masculinos” relacionados con la transformación
material, manipulación de máquinas, materiales, herramientas; en contraste con aquellos considerados
“femeninos”, como los servicios personales de cuidado y educación (Herrera,
2014).
En el caso de México, las mujeres se ubican principalmente en los sectores
de comercio al por menor (52.2%) y servicios (55.2%), no obstante, esta mayor
participación en las actividades remuneradas no garantiza mejores condiciones
laborales (figura 1). El comercio al por menor concentra casi 60% de mujeres,
pero en situación desfavorable, pues la mayoría de ellas se emplean en la
informalidad y con jornadas más cortas que los hombres, por lo que generan
ingresos 26% menores (Instituto Mexicano para la Competitividad [IMCO], 2022).
Fuente:
Elaboración propia con datos de Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo [ENOE],
2023
Para 2022, los
sectores donde las mujeres aportaron más de la mitad de la población ocupada
fueron los servicios de salud, educativos, de hospedaje y preparación de
alimentos y comercio al por menor. También representaron entre 36% y 49% de la
población ocupada en servicios financieros, corporativos, servicios
profesionales, actividades gubernamentales, manufacturas, servicios
inmobiliarios, información en medios masivos y servicios de apoyo a los
negocios. Por otro lado, en los servicios de esparcimiento, comercio al por
mayor, generación y distribución de electricidad, gas y agua, actividades
agropecuarias, minería, transportes, correos y almacenamiento, y construcción,
las mujeres representaron menos de 30% de la población ocupada (IMCO, 2022).
Esto constata el argumento de Paz Calderón y Espinoza Espíndola (2019) que,
en el ámbito del trabajo remunerado muchas mujeres siguen vinculadas a su rol
de género desempeñándose en actividades de preparación de alimentos, aseo,
cuidado y educativas. Lo que se sostiene por Ceballos Álvarez y Guzmán Vásquez
(2022) al estudiar el caso de mujeres emprendedoras en el sur de Sinaloa.
Para el caso del sector agroindustrial, la participación de la mujer tiende
a relacionarse con una “flexibilidad ventajosa”, que ofrece la posibilidad de
tener un ingreso y poder cumplir con las responsabilidades del hogar, por lo
que las características del trabajo agroindustrial como la inestabilidad
laboral, los ciclos cortos de empleo, los bajos salarios, la desvalorización
del aprendizaje y la experiencia que contienen estos oficios, se visualizan
como “oportunidad” para emplearse, aunque bajo esas modalidades de contratación
y asalarización se genera precarización en el empleo (Mingo Acuña Anzorena, 2014; Rodríguez
Venegas et al., 2015).
De
acuerdo con Herrera (2014),
existe evidencia de que la mejora en los niveles educativos y el acceso femenino
al trabajo remunerado no necesariamente se traduce en cambios significativos en
las relaciones de pareja y familia, puesto que no presuponen un cuestionamiento
paralelo de los valores que sostienen el sistema de género tradicional, es
decir, que el acceso a la educación y a los mercados de trabajo, producen
mejores condiciones de vida para algunas mujeres, pero no necesariamente rompen
los patrones tradicionales de relación de género, ni en lo interpersonal ni en
lo social.
De esta manera, la participación de
la mujer en el sector agroindustrial, se produce mayormente en puestos
temporales, operativos, de baja cualificación y jornadas intensivas, que según Rodríguez
Venegas et al. (2015) no cuentan con las condiciones de resguardo y seguridad
que vinculen derechos laborales con el derecho al cuidado y la protección
social, los cuales constituyen elementos indispensables para superar las
situaciones de exclusión social y de género, pues la inestabilidad y fragilidad
de los lazos laborales se aprecian en la informalidad de trabajadores y
empleadores.
Así, la participación de la mujer en
las actividades productivas no avanza a la par de la integración del hombre en
las labores domésticas y de cuidado, lo que refuerza la tesis de Bourdieu (1998/2000)
respecto al habitus de género.
El
habitus de género
Campo, habitus
y capital son conceptos transversales en la obra de Bourdieu. En su modelo de
análisis, la sociedad es concebida como un conjunto de campos relacionados
entre sí y determinados por la existencia de un capital común y la lucha por su
apropiación. Encuentra que en las prácticas sociales los agentes tienden a
agruparse o alejarse en relación muy estrecha con la posesión o no de cierto
tipo de capital, llámese económico, cultural o social. El habitus, por su parte, es la relación dinámica entre un campo y los
diversos capitales. Ofrece una explicación de cómo los agentes interactúan para
conseguirlos y es concebido como un proceso de socialización desde la infancia
que es generado por estructuras objetivas a la vez que genera esquemas de
conducta y prácticas sociales (Cerón-Martínez, 2019; Chihu Amparán, 1998; Vargas
Huanca, 2021).
Así, el habitus alude a condicionamientos
asociados con una clase particular de condiciones de existencia, sistemas de
disposiciones duraderas y transferibles que pertenecen a un campo determinado,
principios generadores de prácticas y representaciones que pueden ser
objetivamente adaptadas a su fin. Estas disposiciones se ven inculcadas por las
“posibilidades e imposibilidades, libertades y necesidades, facilidades y
prohibiciones […], características que a través de la necesidad económica y
social que ellas hacen pesar sobre el universo relativamente autónomo de la
economía doméstica y de las relaciones familiares” (Bourdieu 1980/2007, p. 88)
se asocian con prácticas individuales y colectivas que generan historia, pues
aseguran la presencia activa de experiencias pasadas. Se registran en el organismo
bajo esquemas de percepción, pensamientos y acción que tienden a garantizar la
conformidad de las prácticas y su constancia a través del tiempo. “Engendra
conductas ‘razonables’, de ‘sentido común’, que son posibles en los límites de
esas regularidades” (Bourdieu, 1980/2007, p. 91).
Particularmente,
el habitus de género, según Bourdieu (1998/2000) es la construcción
social mediante la cual las mujeres interiorizan la dominación masculina, de
forma prerreflexiva y vinculada con lo emocional. Esto se manifiesta en las
relaciones de género, en la división sexual del trabajo y en los distintos
ámbitos de la vida social. Herrera y Agoff (2018) sostienen que, aunque las
mujeres han entrado en los mercados de trabajo, adquiriendo cierta autonomía,
no se han liberado emocionalmente de las responsabilidades asociadas al género,
elementos incrustados en lo que denominan la “inercia del habitus”.
De esta manera, Capdevielle
(2011) explica que el habitus produce prácticas, individuales y
colectivas vinculadas a la historia, pero a su vez, preforma las prácticas
futuras, orientándolas a la reproducción de una misma estructura. Por ello,
contiene también las relaciones de poder, que se insertan en esos esquemas de
percepción, pensamiento y acción. Desde la perspectiva de Bourdieu, el habitus
refleja la interconexión entre la estructura social y la acción individual, es
decir, apela a la forma en que el individuo y el mundo interactúan en la praxis social, de tal manera que el habitus está generizado por el orden simbólico,
y a su vez, generiza el orden de los grupos sociales, de lo correspondiente a
lo femenino y a lo masculino (Posada Kubissa, 2017).
[El
habitus es inseparable] de las
estructuras que las producen y las reproducen, tanto en el caso de los hombres
como en el de las mujeres, y en especial de toda la estructura de las
actividades técnico-rituales, que encuentran su fundamento último en la
estructura del mercado de los bienes simbólicos. El principio de la
inferioridad y de la exclusión de la mujer, que el sistema mítico-ritual ratifica
y amplifica hasta el punto de convertirlo en el principio de división de todo
el universo, no es más que la asimetría fundamental, la del sujeto y del objeto, del agente y del instrumento, que se
establece entre el hombre y la mujer en el terreno de los intercambios
simbólicos, de las relaciones de producción y de reproducción del capital
simbólico, cuyo dispositivo central es el mercado matrimonial, y que
constituyen el fundamento de todo el orden social. (Bourdieu, 1998/2000, pp.
33-34)
Huerta Rosas (2010) retoma a Bourdieu para
discutir que el habitus está tan normado y cotidianizado históricamente
que conduce a que las mujeres asuman tales o cuales funciones de manera
inconsciente, pues a pesar de que llevan a cabo actividades remuneradas, tienen
altos niveles de educación formal, acceso a la política y a puestos de poder,
siguen llevando la responsabilidad de las actividades domésticas, y tampoco las
exime de los conflictos interiores y de la división del yo. Lo que hace patente
la dominación masculina y constituye una forma de violencia simbólica. Incluso,
Herrera (2014) afirma que la familia y el hogar son espacios de reproducción de
las relaciones de género y cimentación de este habitus.
Arendt (1958/2009) en La condición humana parte de la premisa
que la institución de la familia se fundamenta en las necesidades y exigencias
de la vida social.
Resultaba evidente que el mantenimiento individual
fuera tarea del hombre, así como propia de la mujer la supervivencia de la
especie, y ambas funciones naturales, la labor del varón en proporcionar
alimentación y la de la hembra en dar a luz, estaban sometidas al mismo apremio
de la vida. Así, pues, la comunidad natural de la familia nació de la
necesidad, y ésta rigió todas las actividades desempeñadas en su seno. (Arendt,
1958/2009, p. 43)
Sin embargo, esta preeminencia equitativa
de las funciones se fue desvirtuando socialmente, consolidando las relaciones
de género y el ejercicio inequitativo del poder, adjudicando la responsabilidad
de las actividades económicamente productivas a los hombres, mientras que a las
mujeres la de la crianza y educación de los hijos, así como la administración
de las actividades domésticas (Rojas Serrano y Martínez, 2017). De ahí la
reiteración imperante en los habitus, esquemas engendrados por la
historia:
[…]
los habitus socialmente constituidos y reforzados sin cesar por las sanciones
individuales o colectivas: en ese caso, el orden social reposa principalmente
en el orden que reina en los cerebros y el habitus,
es decir, el organismo en cuanto el grupo se lo ha apropiado y que se ha
adaptado de antemano a las exigencias del grupo, funciona como la
materialización de la memoria colectiva, reproduciendo en los sucesores las
conquistas de los antecesores. (Bourdieu, 1980/2007, p. 89)
No obstante, Herrera
y Agoff (2018) sostienen que las posibilidades de la persona de revelarse a
este orden dependen de la conciencia provocada por factores externos a la práctica
rutinaria, por ejemplo, cuando las mujeres acceden a espacios antes
considerados masculinos, sus habitus deben adaptarse a nuevas normas,
que a su vez se rigen por los campos o juegos sociales. Las autoras retoman a
Butler (2001) para explicar que estas reglas sociales son inherentemente
inestables, por lo que pueden transformarse, es decir, los medios de subordinación
también otorgan la posibilidad de desprenderse de ellos y volverse agentes,
generando una ruptura en los habitus.
Ruptura
del habitus e inserción de las mujeres en la agroindustria
La participación de la mujer en la fuerza
laboral de México aumentó considerablemente desde la mitad de la década de
1970, fenómeno que se extendió por América Latina. Esto se intensificó con la
firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte [TLCAN] pues la ola de
migración de México hacia Estados Unidos, incrementó el número de mujeres
proveedoras, así como la configuración de la familia tradicional, teniendo un
número mayor de mujeres jefas de hogar (Girón, 2021).
Con ello surgen nuevos
espacios de actuación para la mujer, así como cambios en la configuración de
los hogares, lo que no necesariamente se ha acompañado de modificaciones en los
patrones tradicionales de género y la subordinación femenina asociada a ellos. Para
el caso de México, la mujer con ingresos destina 40.6 horas semanales a las
actividades domésticas, mientras que el hombre con ingresos destina 17.1 horas;
en el mismo sentido, la mujer sin ingresos propios destina 56.5 horas, mientras
que el hombre sin ingresos ocupa 21.0 horas, menos de la mitad que las mujeres
en las mismas condiciones (Comisión Económica para América Latina y el Caribe [CEPAL],
2018).
En México, en 2020, el
trabajo doméstico y de cuidados no remunerado representó 27.6% del PIB, donde
la participación de las mujeres fue de 20.2% y únicamente 7.4% de hombres (Instituto
Nacional de Estadística y Geografía [INEGI], 2020a), lo que pone de manifiesto
que la integración de la mujer a las actividades económicas productivas no se
ha conducido al ritmo proporcional de la integración del hombre a las labores
domésticas (Brunet y Pizzi, 2017).
En este sentido, se
analiza el concepto de habitus, para comprender la subjetividad
socializada que se recrea en las mujeres y les obliga a concepciones de sí
mismas y de las labores que deben realizar en su vida profesional y en su vida privada.
De manera que aprehenden el mundo desde el punto de vista subjetivo y con base
en éste piensan, sienten y actúan (Huerta Rosas, 2010). Así, los roles que
detentan hombres y mujeres están subordinados al orden social (Cuadra Palma y
Restrepo Quintero, 2020).
Herrera (2014) analiza
que el habitus se encuentra anclado en gran medida en el inconsciente y
reiterado en la socialización de la familia y posteriormente en las
instituciones, no obstante, existen rupturas del habitus que no ocurren
de modo extraordinario y desde el plano cognitivo, sino que pueden darse en la
práctica cotidiana.
Incluso,
Cuadra Palma y Restrepo Quintero (2020) hablan de un habitus empresarial
asociándolo con el techo de cristal (Carvalho et al., 2018) como un espacio de
dominación masculina donde el hombre detenta una posición jerárquica
históricamente superior a la de la mujer, y en las esferas de liderazgo
organizacional se asocian a la capacidad de incrementar el capital económico,
por lo que repercute considerablemente en la construcción del capital
simbólico.
En ese sentido, la ruptura del habitus obedece más a posicionamientos
subjetivos alternativos en las mujeres que provienen, según Herrera (2014) de cuestionamientos
al orden de género en campos prácticos determinados, como el trabajo. Por
tanto, esto puede significar una ruptura de estereotipos sociales asignados a
hombres y mujeres “público versus privado, trabajo productivo versus
reproductivo, de cuidado de otros versus de transformación de material, de
servicio a las personas versus de manipulación de máquinas, herramientas y
materiales” (Herrera, 2014, p. 170). Incluso, Cuadra Palma y Restrepo Quintero
(2020) sostienen que en diferentes ámbitos de la vida social se manifiesta una
mutación del habitus, al integrarse activamente las mujeres a entornos
de los que anteriormente se encontraban excluidas.
Así, aunque la segregación de hombres y mujeres en diferentes ocupaciones
es una característica distintiva de los mercados laborales en todo el mundo, y
en gran medida las mujeres ocupan puestos con menores requisitos de
cualificación y con modalidades de trabajo que permitan la conciliación de la
vida laboral y familiar (Damelang y Ebensperger, 2020), las mujeres en el siglo xxi se forman y participan en profesiones que pertenecían
casi en su totalidad, al género masculino.
Contexto del objeto de estudio
La zona de estudio
comprende los municipios de El Rosario y Escuinapa, que se ubican en el extremo
sur del estado de Sinaloa. Escuinapa cuenta con una población de 59,988
habitantes (INEGI, 2020b). En su estructura económica predomina el sector
primario, 52.3% de la producción bruta total. La agricultura es fundamental
para la economía local, cultivando una superficie de 23,495 hectáreas, de las
cuales 53.1% corresponden a seis variedades de mango, 20.9% a nueve variedades
de chile verde, 15.3% de tomate, 6% de sorgo y el resto (4.7%) de maíz, frijol,
sandía, calabacita (Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera [SIAP],
2020). Se constituye como uno de los principales productores de mango del país.
Para 2020 la superficie cosechada de mango registró una producción de
145,211.73 t, con un rendimiento de 12.28 t●ha-1, valor de producción de 500.50
millones de pesos mexicanos (Espinosa-Palomeque et al., 2023). Asimismo, la
pesca y cultivo de camarón constituyen actividades importantes para el municipio.
El segundo lugar corresponde al sector terciario (39.5%) y en menor medida, al
sector secundario (8.1%). La población económicamente activa se ubica
principalmente en el sector primario, en alrededor de 55%, mientras que solo 5%
se ubica en el sector secundario y 40% en el terciario. Como se advierte, los
sectores más dinámicos de la localidad se encuentran en el sector primario y de
servicios (INEGI, 2019).
Por
su parte, el municipio de El Rosario cuenta con una población de 52,345
habitantes (INEGI, 2020b). Su estructura económica corresponde en 23.32% al
sector primario, 27% al sector secundario y 49.2% al sector terciario (INEGI,
2019). Cuenta con 1,441 unidades económicas, principalmente en los sectores de
comercio al por menor (559) y otros servicios (207) (Directorio Estadístico
Nacional de Unidades Económicas [DENUE], 2022).
El
estado de Sinaloa es el principal productor de mango a nivel nacional con
423,517.66 toneladas para 2021, siendo a nivel municipal, Escuinapa (145,211.73
t) y El Rosario (119,136.48 t), los principales productores. Existen en esta
región diversas empresas dedicadas al procesamiento y exportación de mango,
entre ellas, deshidratadoras, congeladoras y empaques con tratamiento hidrotérmico,
por lo que la agroindustria constituye una importante fuente de empleo, aunque éste
es mayormente temporal y de baja cualificación, puesto que el periodo de
producción oscila entre los meses de mayo y septiembre, por lo que dichas
empresas realizan contrataciones masivas por ese periodo determinado (Espinosa-Palomeque
et al., 2023).
Metodología
Esta
investigación se sustenta en una metodología cualitativa que permite
interpretaciones que capturan la particularidad de los fenómenos sociales,
teniendo como centro de análisis el significado que los individuos atribuyen a
los procesos psicosociales que experimentan (Izcara Palacios, 2014). En primera
instancia, se llevó a cabo la revisión de literatura científica para conocer el
estado del arte de la participación de la mujer en los mercados de trabajo.
Posteriormente, se implementó la técnica de entrevistas en profundidad,
buscando comprender el contexto, la descripción detallada de las experiencias a
fin de aprehender la realidad subjetiva de cada una de las entrevistadas
(Bonilla-Castro y Rodríguez Sehk, 2005).
Asimismo,
se llevó a cabo la construcción de biografías ocupacionales que permiten captar
cambios
ocurridos con el trabajo de las mujeres en la agroindustria, enfatizando en la
comprensión que hacen las agentes frente al trabajo, las decisiones que toman
situadas en un marco biográfico y en su contexto social. Destacan sus
oportunidades y limitaciones en una dimensión histórica (Mingo Acuña Anzorena,
2014). Se trata de mostrar la realidad
desde la experiencia subjetiva de las entrevistadas, puesto que ésta es la
naturaleza de los métodos narrativos, relatar la historia como testigos
expertos de sus propias vidas, poniendo en valor la individualidad e
interpretación de las mujeres (Moriña, 2017).
Se
realizaron diez entrevistas en profundidad a mujeres en la agroindustria del
mango en el sur de Sinaloa, en los municipios de El Rosario y Escuinapa, por
ser la principal región productora de este fruto en el estado. Las empresas representadas
fueron ocho de las más importantes de la región, procesadoras, deshidratadoras
y empaques, para tener un acercamiento a la realidad que se vive en el sector. Dentro
de los criterios de selección, estuvieron que la interlocutora ocupara un puesto
de liderazgo, por tiempo no determinado y que tuviera personas a su cargo,
entrevistando a: jefas de recursos humanos, de producción, de inocuidad y de
calidad. Los nombres de las mujeres fueron modificados para conservar la
confidencialidad de las informantes.
Para
el procesamiento de los resultados se construyeron cuatro categorías: datos
generales, biografía ocupacional, organización casa-trabajo y ruptura del habitus,
rescatando fragmentos textuales de las entrevistas transcritas. Al mismo
tiempo, los discursos se contrastaron con el marco teórico (Santander, 2011),
sustentados en procesos de interpretación para profundizar en la subjetividad
de cada experiencia (Sayago, 2019).
Resultados y discusión
En México, el
sector agropecuario se encuentra dominado por el género masculino en 85%, mientras
que cerca de 15% del personal ocupado son mujeres (ENOE, 2023), no obstante, en
las empresas de empaque, procesamiento y exportación del mango en el sur de
Sinaloa, predomina el capital humano femenino. En las empresas estudiadas representan
entre 60 y 80 por ciento del personal, siendo el resto trabajadores hombres.
Mingo Acuña Anzorena (2014) asocia
la demanda de mujeres en la agroindustria con los requerimientos de calidad en
el manejo y control de producción, adjudicando como características femeninas: la
agudeza visual, cuidado, delicadeza y paciencia, consideradas como un
patrimonio de la feminidad normativa; lo que contrariamente Gadea et al. (2016)
vincula con las representaciones de género, y más que valorar la paciencia y
resistencia, afirman que se romantiza la descualificación, largas jornadas y tareas
repetitivas.
A
través de las técnicas implementadas en esta investigación se constató que la
mayoría del personal femenino en las empresas estudiadas es operativo, de baja
cualificación, temporal y sin prestaciones, puesto que se paga por destajo,
entre 200 y 300 pesos por día, en el periodo de cosecha del mango, que en la
región sur de Sinaloa se lleva a cabo entre los meses de mayo a septiembre,
culminando este periodo, se prescinde de ellas. Esto es posible, debido a que, en
México, los capitales que se fortalecen con la agroindustria negocian el
aplazamiento de la aplicación de la legislación vigente, en cuanto a contratos,
seguridad social y demás prestaciones (Aranda y Castro Vásquez, 2016).
Mayra (Jefa de
producción, 36 años) sostiene que en temporada alta tiene alrededor de 100 o
120 personas bajo su supervisión, y cuando este periodo finaliza, se queda con
12 personas; por su parte (Natalia,
Inspectora de calidad, 25 años) comenta que durante esos meses su
empresa tiene entre 270 y 300 trabajadoras y trabajadores, y al finalizar se
queda con 30 personas a su cargo.
La
mayoría de este personal flotante es femenino. Las entrevistadas asocian este
fenómeno con un sentido de responsabilidad superior de la mujer (Raquel, Jefa
de recursos humanos, 38 años), o con las condiciones socioeconómicas de la
región, pues sostienen que parte importante de esa mano de obra son mujeres
madres solteras (Verónica, Jefa de inocuidad, 32 años). Asimismo, se hace
patente la división sexual del trabajo:
el detalle está en que se ocupan más empacadoras, los
hombres son los que se encargan de mover la fruta y por esa razón es que son
menos hombres que mujeres […] el empaque es algo muy sencillo, se podría decir,
es un área que no es pesada para las mujeres, y para los hombres pues imagínate,
pensarían que están jugando. (Natalia, Inspectora de calidad, 25 años)
La selección de
personal se realiza de manera informal, Adriana (Jefa de recursos humanos, 27
años) comenta que a la llegada de las mujeres se les asignan actividades de: etiquetar,
seleccionar, pesar; mientras que a los hombres se les encomiendan las de
paletizar o estibar cajas con el fruto.
Esta
dinámica del trabajo asalariado femenino, tanto en sus tareas específicas como
en la organización del espacio y tiempo de trabajo, es considerada, a pesar de
sus contradicciones como compatible y asociable con las tareas domésticas
reproductivas y de cuidado que en esta zona son casi responsabilidad exclusiva de
la mujer (Mingo Acuña Anzorena, 2014).
En el mismo tenor, Rodríguez
et al. (2015) encuentran el trabajo agroindustrial como estacional e inestable
pero conciliable, donde las mujeres priorizan las labores de temporada porque
les permite atender las obligaciones relacionadas con lo doméstico en los meses
que no se presenta dicha actividad, lo que denominan una “flexibilidad
favorable” que les permite asociar el trabajo asalariado con las tareas
reproductivas.
A
pesar de que la mayoría de las mujeres que trabajan en este sector realizan
tareas rutinarias y de baja remuneración, existe otro segmento que ocupan
puestos de liderazgo, que son el objeto de estudio de esta investigación, ellas
lo reconocen y se advierten conquistando espacios que tradicionalmente eran
ocupados por hombres.
Aquí realmente el liderazgo lo tiene la mujer… casi
todos los puestos clave los tenemos las mujeres […] tenemos invadida la empresa,
las tres plantas que tenemos aquí en Escuinapa, y en general, tenemos más
mujeres que hombres […] tenemos inclusive, mujeres haciendo el trabajo que
normalmente pudiéramos considerar que es para hombres y lo hacen mejor que
ellos, o sea, las mujeres son más detallistas, les gusta ser más
perfeccionistas. (Artemisa, Jefa de recursos humanos, 31 años)
Verónica (Jefa
de inocuidad, 32 años) se siente orgullosa de sus logros en el sector: “creo
que cada día que pasa somos más mujeres en este ámbito […] somos más mujeres
las que ocupamos puestos claves en esta industria, puestos que antes eran
ocupados por hombres ahora los tenemos las mujeres”. Raquel (Jefa de recursos humanos,
38 años) comparte el mismo sentimiento “yo antes trabajaba más en el proceso,
en lo que se hace aquí con el mango, pero ahora me siento mejor porque ahora ya
mando, ya soy jefa y el haber ascendido me hace sentir mucho orgullo”.
De
las interlocutoras, la mitad son solteras, viven con sus familias y dependen
del trabajo doméstico de sus madres. Los perfiles de las mujeres casadas,
mantienen el liderazgo en sus trabajos y asumen también mayoritariamente las
responsabilidades del hogar:
Normalmente me despierto a las 7:00 de la mañana,
alisto a mis niños, les doy de desayunar, los llevo a la escuela. De ahí me voy
para el trabajo, estoy toda la mañana. A la hora de comida voy a recoger a los
niños de la escuela, me voy para mi casa, hago comida o compro, dependiendo […].
Después de que les doy de comer, los alisto para sus actividades de la tarde,
al niño lo llevo al futbol y a la niña al ballet. Me regreso al trabajo, y me
quedo unas dos o tres horas, dependiendo del trabajo y ya normalmente salgo
como a las 6:00 o 7:00 de la tarde. (Artemisa, Jefa de recursos humanos, 31
años)
Mayra comenta:
Me despierto a las 5:30 de
la mañana, me baño y me arreglo. Hago el desayuno para el niño y para que mi
esposo lleve lunch al trabajo. Después, despierto al niño para asegurarme de que
desayune, arreglarlo y llevarlo a la escuela. De la escuela, pues ya me vengo
para el trabajo. Al niño lo recoge su papá y va y lo deja con mi mamá. Ya
ahorita saliendo de aquí voy y lo recojo y ya nos vamos a nuestra casa, reviso
lo que trae de tarea, hago el quehacer y después la cena, nos bañamos y a
dormir. (Mayra, Jefa de producción, 36 años)
Las mujeres
entrevistadas que son casadas, líderes en sus empresas, no se desprenden de las
responsabilidades del hogar. Aportan económicamente cerca de 40-50 por ciento,
pero no comparten el mismo porcentaje de las actividades domésticas y de
cuidado con sus parejas, haciendo gran esfuerzo por la conciliación entre el
trabajo productivo y el reproductivo. En un estudio previo en emprendedoras del
sur de Sinaloa, Ceballos Álvarez y Guzmán Vásquez (2022) encontraron que más
que dicha conciliación era patente el sacrificio en la búsqueda del equilibrio,
a costa de factores de bienestar fundamental como restar horas de sueño,
justificadas en la idea reiterativa de la supuesta eficacia de las mujeres en los
distintos ámbitos de su vida (Brunet Icart y Santamaría Velasco, 2016).
Así, la ocupación de los
espacios en los que no estaban incluidas no necesariamente garantiza un cambio
en el ejercicio de poder, es decir, la agencia femenina se inserta en un
contexto tradicional (Belvedresi, 2018). De esta manera, los roles de género se
modifican inequitativamente, pues a pesar de que las mujeres se integran al trabajo
productivo, mantienen la responsabilidad del hogar. Y, aunque existen
diferentes estudios sobre la participación de la mujer en los mercados de
trabajo como forma de empoderamiento (Ariani et al., 2019; Marcinek y Hunt,
2015), ésta tiene múltiples matices, pues sí genera mayor confianza en ellas la
posibilidad de incursionar en espacios públicos, tener independencia
financiera, pero no se acompaña de una disminución en las responsabilidades domésticas,
por lo que en ocasiones se someten a un segundo o tercer turno laboral (Sánchez
Morgan y Winkler, 2019; Sosa Márquez y Román Reyes, 2015).
No
obstante, se encontró durante la investigación otro perfil que resulta
ilustrativo para los objetivos planteados. Se trata de una mujer joven,
soltera, con puesto de liderazgo que tiene una visión distinta del éxito, la
mayoría de ellas concibe como su principal logro el puesto en el que se
encuentran actualmente y los retos superados para poder conseguirlo; difieren
del ideal de conformar una familia tradicional. Esto se relaciona con la
postura de Herrera (2014), los campos donde tradicionalmente han
dominado los hombres se vuelven un lugar privilegiado para posibles quiebres
del habitus. Algunas de las entrevistadas ya no priorizan su rol
reproductivo:
Quiero
aprender varios idiomas, un idioma asiático […] también me gustaría trabajar en
auditorías, en certificaciones o trabajar en el Gobierno del Estado por qué no,
pero sí me gustaría seguir en el sector y en términos personales, pues mira, yo
no tengo hijos y sinceramente dije si para los 30 no los tengo, ya no los
pienso tener. Me gustaría viajar, conocer muchos lugares, darme más tiempo para
eso. (Verónica, Jefa de inocuidad, 32 años)
Al igual que Raquel, que aspira a un
crecimiento profesional, vive con su pareja, pero tampoco prioriza el trabajo
reproductivo.
Me
gusta mi trabajo y estaré aquí hasta que me jubile y personalmente qué le diré…
pues depende de si hay oportunidades de mejorar, tal vez pueda escalar en el
trabajo… No tengo hijos, pero sí tengo sobrinos, tengo familia y somos unidos,
y sinceramente no pienso tener hijos, ya que tengo muchos sobrinos. (Raquel, Jefa
de recursos humanos, 38 años)
Se enfocan, quizás por ser jóvenes en el
desarrollo de su vida profesional:
Yo
me visualizo haciendo certificaciones en las empresas. Nada más tener como
equipo de trabajo una hoja y una pluma y es todo. En eso me visualizo,
dedicarme a hacer las certificaciones, y personalmente, me veo como una persona
que ya no le importa lo que digan los demás, lo que piensen de mí, porque yo al
principio decía solamente pasa en las películas, pero ahora que lo estoy
viviendo espero que en un futuro esos comentarios ya no me afecten. (Sofía, Jefa
de inocuidad, 24 años)
La entrevistada hace referencia a los
comentarios negativos que recibe de sus compañeros y subalternos, al
considerarla poco capaz para su puesto, por su corta edad y limitada
experiencia, lo que ha sido el principal reto en el desempeño de sus funciones.
Otras de ellas aspiran a tener un negocio propio:
Me
gustaría tener algún negocio propio, por eso de los horarios, porque a veces es
un poco demandante trabajar en la industria, te exige mucho el horario, tienes
responsabilidades y debes cumplirlas, por eso me gustaría algún negocio o renta
de departamentos, otro tipo de ingreso extra. (Artemisa, Jefa de recursos humanos, 31 años)
Las mujeres han convertido su capital
acumulado en liderazgo, por lo que surgen sutiles formas de resistencia que en condiciones
favorables pueden incidir en cambios en las relaciones de género (Herrera,
2014). La mayoría de ellas menciona haber tenido que ganarse el respeto de sus
compañeros hombres, y en ocasiones lidiar con el descrédito por ser mujer:
Al principio sí me sentía muy nerviosa porque casi todos
son hombres y son mayores que yo y ven que una niña les está ordenando, les
está diciendo cómo hacer las cosas. Ellos dicen: por qué me vas a decir qué
hacer. Y no lo hacían, y era muy batalloso […]. Hasta ahorita después de tantos
regaños y reportes que les he puesto, ya se ponen las pilas, ya me hacen caso, pero
de verdad que sí le batallé porque mucha gente dice: ¡ay esta niña qué sabe! Ya
ahorita me respetan más que al principio. (Sofía, Jefa de inocuidad, 24 años)
Mayra (Jefa de
producción, 36 años) sostiene que, a pesar de contar con preparación académica,
experiencia dentro de la empresa y conocimiento de los procesos, no había sido
considerada para el puesto que actualmente ostenta, sino que, de manera
circunstancial, ante la renuncia del jefe anterior y no haber encontrado suplente
en temporada alta, se le dio la oportunidad.
En un inicio, y quizá aún
todavía, es un poquito complicado. Desafortunadamente la cultura del hombre
mexicano está muy arraigada y dice: ¿por qué si tú eres mujer me vas a mandar?,
aparte mi complexión es chica, entonces sí fue un poquito complicado, pero
dependiendo de la manera en que tú te diriges a las personas es el respeto que
te otorgan, entonces se dan cuenta […]. Desafortunadamente eso se da más entre
los compañeros, no con la gente que viene temporal […] es complicado para ellos
entender que en cuestión de organigrama estamos al mismo nivel, pero al final
de cuentas el trabajo habla por ti. (Mayra, Jefa de producción, 36 años)
Estas mujeres
están sobrepasando el denominado “techo de cristal”, que
restringe el acceso de las mujeres a posiciones de alto nivel en las
organizaciones (Carvalho et al., 2018), o promoviendo lo que Cuadra Palma y
Restrepo Quintero (2020) denominan como mutación del habitus. Sin
embargo, su incursión en entornos dominados por el género masculino, requiere
de un esfuerzo mayúsculo para vencer diversas barreras, tanto en el trabajo
como en el hogar.
Como se muestra, el papel
de la mujer en el sector agroindustrial del mango en el sur de Sinaloa es
preeminente, así como lo es la visibilización del liderazgo femenino para equilibrar
las relaciones de poder. Generar cambios en la cultura organizacional de las
empresas de este giro puede contribuir a la creación de espacios de promoción
de la equidad de género, no obstante, se requiere un cambio de valores
sociales, pues aunque las mujeres entrevistadas se reconocen rompiendo los
antiguos esquemas estructurados por el habitus, las limitantes a las que
se enfrentan son superiores a las de sus contrapartes masculinas, pues quienes
tienen una familia se fragmentan por conciliar ambos roles y quienes no, por
ganar el reconocimiento de sus colegas y subalternos.
Conclusión
En México, los diferentes sectores productivos se
encuentran dominados por el género masculino, a excepción del comercio y los
servicios, donde predomina el capital humano femenino, y que también son los de
menor remuneración. Ante el avance del feminismo, la integración de la mujer en
los mercados de trabajo y la modificación en la composición de las familias,
las mujeres asumen la responsabilidad de las actividades productivas, pero no
abandonan las domésticas y de cuidado, es decir, no trascienden hacia una
paridad participativa con el género masculino. Adicionalmente, las mujeres se
enfrentan a múltiples desafíos, sobre todo al incursionar en ambientes
masculinizados.
Esta investigación mostró que aunque
a nivel nacional, el sector agrícola está dominado por hombres, el
comportamiento en la agroindustria del mango, una de las principales
actividades económicas de la región estudiada, de los municipios de El Rosario
y Escuinapa predomina el personal femenino, con las características que
Rodríguez et al. (2015) rescatan, de baja cualificación, temporal y sin
prestaciones sociales, teniendo su mayor auge en el periodo de mayo
a septiembre, que es considerada la “temporada alta”, prescindiendo las
empresas de la mayoría de ese personal para finales de septiembre, lo que además
genera un patrón de segregación ocupacional.
La tesis de Bourdieu respecto al habitus
mantiene vigencia y constituye una herramienta útil para visualizar dos
panoramas, el papel de subordinación, precariedad que experimentan las mujeres
en puestos operativos de la agroindustria, como parte de la dominación
masculina de las estructuras sociales, asociando la temporalidad del trabajo
con una flexibilidad ventajosa que les permite atender su rol principal en el
hogar. Por otra parte, la ruptura del habitus en mujeres que han
trascendido el techo de cristal para ocupar puestos clave en las
organizaciones, en espacios tradicionalmente dominados por el género masculino.
Este segmento de mujeres ha
convertido su capital acumulado en liderazgo, ocupando puestos como jefas de
recursos humanos, de producción, de calidad e inocuidad, que oscilan entre dos
perfiles, la líder conciliadora, que busca mantener el control entre el trabajo
productivo y reproductivo, una subordinación asociada con el sistema de
reproducción social dominante. Y otro perfil, de la mujer que “rompe el habitus”,
joven, soltera que aspira más que a su rol reproductivo, a viajar, aprender
idiomas, crecer profesionalmente, emprender o ascender en el organigrama.
Existen espacios “masculinizados”
que están sufriendo transformaciones tras la integración de las mujeres en posiciones
de liderazgo que irrumpen como proeza, teniendo que deconstruir los entornos
desde sus posiciones, lo que exige cambios organizacionales que propicien
ambientes más justos, aunque el trasfondo es estructural pues implica una
modificación en valores sociales que tengan un verdadero impacto en la equidad
de género.
El trabajo femenino en la agroindustria del mango
en el sur de Sinaloa es preeminente para la región. Por ello, generar mejores condiciones
para las trabajadoras es tarea tanto del sector público como el privado,
visibilizar el liderazgo femenino puede contribuir a equilibrar las relaciones
de poder. Adicionalmente, políticas empresariales pueden atenuar la brecha de
género, con planes de desarrollo para las mujeres y promover una cultura
organizacional de la equidad.
En
este sentido, visibilizar la transformación de la participación femenina en el
sector agroindustrial del mango en el sur de Sinaloa es inaplazable, puesto que
constituye una de las principales fuentes de empleo en la región. Generar un
impacto en el sector implicaría también un impacto social dada la relevancia de
la industria en la zona.
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