SANTA,
CATÓLICA Y… ¿HOMOFÓBICA?
LA EPISTEMOLOGÍA DE LA IGNORANCIA EN EL DISCURSO CATÓLICO SOBRE LA
HOMOSEXUALIDAD
HOLY,
CATHOLIC, AND… HOMOPHOBIC?
EPISTEMOLOGY
OF IGNORANCE IN THE CATHOLIC DISCOURSE ABOUT HOMOSEXUALITY
José Ignacio Gallo López Santibáñez[1]
DOI:
https://doi.org/10.32870/lv.v7i61.7855
Resumen
La relación de
la Iglesia Católica con la homosexualidad ha estado marcada por esfuerzos de
exclusión y discriminación, aunque en tiempos recientes dicho patrón parece estar
cambiando. En este artículo se utilizan las epistemologías de la ignorancia –como
apuesta por estudiar qué es (des)conocer, y vincular dicho fenómeno con los
procesos sociales de discriminación y violencia– para abordar el sostenimiento
del discurso homofóbico desde el catolicismo. De esta manera, se abordan dichas
epistemologías como dispositivos de opresión –mantenidos en estructuras y
mecanismos sociales e institucionales– en donde el perpetuador de la ignorancia
mantiene activamente el orden y jerarquías sociales a partir de prácticas
epistémicas. Dichos mecanismos aparecen, en parte, en la construcción de la
sexualidad como digna de ser confesada, y en la subsecuente naturalización de
la heterosexualidad que implicó una estigmatización y condena de la
homosexualidad, particularmente en textos bíblicos y su aceptación acrítica por
parte del clero y feligreses. Estas lecturas han sido recuperadas por
movimientos anti-derechos y representantes de la Iglesia para sostener el
discurso homofóbico, los cuales cuentan con contraposiciones teóricas y
teológicas ad intra la Iglesia, lo cual enfatiza que dichas creencias constituyen
una ignorancia voluntaria con vicios epistémicos particulares. Lo anterior
resalta que dichas prácticas y reproducción acrítica de valores, conceptos y
prejuicios no sólo evidencian la problemática social de discriminación, sino un
problema respecto a la manera en que dichas personas se aproximan (o
activamente eligen no aproximarse) al conocimiento respecto al mundo social.
Palabras clave: epistemología, ignorancia, homofobia, catolicismo, discriminación
Abstract
Catholic
Church’s relationship with homosexuality has been historically punctuated by
strives for exclusion and discrimination, although recent times have shown a
change in said pattern. In this article, epistemologies of ignorance –understood
as the studies of (un)knowing, a commitment to studying what ignorance is, and
linking it with social processes relating to discrimination and violence– are used to examine the sustainment of homophobic discourse
in Catholicism. Thus, these epistemologies are framed as oppression mechanisms –maintained
in structures, and social and institutional processes– in which the perpetrator of ignorance actively
maintains social order and hierarchies through epistemic practices. Those
mechanisms appear in the catholic tradition, in part, through the construction
of sexuality as something worth confessing, and in the subsequent
naturalization of heterosexuality, which implied the stigmatization and
condemnation of homosexuality, particularly in biblical texts and its acritical
acceptance from the clergy and parishioners. Those postures have been upheld by
anti-rights movements and Church representatives to sustain the homophobic
speech, which have encountered counterresponses from theoretic and theological
perspectives ad intra the Church, which emphasizes that those beliefs
constitute voluntary ignorance with epistemic vices. This highlights that those
practices and acritic reproduction of values, concepts, and prejudices, not
only evince the social problem of discrimination but permit a glimpse into the
problem of how people approach (or actively decide not to approach) knowledge
about our social world.
Keywords: epistemology, ignorance, homophobia, catholicism,
discrimination
Recepción: 31 de octubre de 2023/Aceptación: 11 de
abril de 2024
A modo de introducción
Me permito
comenzar con una digresión autobiográfica: cuando tenía alrededor de veinte
años, en medio de mi primera relación amorosa, decidí activamente dejar de ir a
misa durante la homilía de un padre que condenaba explícitamente la
homosexualidad. La renuncia fue desgarradora, ya que implicó el abandono de un
rito que, aunque durante toda mi vida, me había colmado de sentido, por
momentos parecería excluirme de dicho sentido. Decidí alejarme como método de
protección de mí mismo, pensando que sin duda no había sido la primera vez en
que algo así sucedía, y probablemente no sería la última. Varios años más
tarde, mi sospecha se confirmó con la publicación de un artículo de opinión por
Guillermo Osorno (2020) quien, partiendo de los esfuerzos del Papa Francisco
por cambiar el discurso religioso en torno a la homosexualidad (y otros temas
relativos a la diversidad sexual), hace ecos de mi experiencia:
Cuando a los 18 años asumí que era gay, me pareció que lo
más honesto sería llevar el tema al confesionario […]. El sacerdote me dio dos
opciones. O me arrepentía y renunciaba a una vida sexual, o me condenaba al
infierno […]. No había cabida para mí en la Iglesia. (Osorno, 2020, párr. 5)
Dichas vivencias
no han sucedido en un vacío fenomenológico, sino que parecen constitutivas de experiencias
compartidas de forma silente que, si bien no ha sido el foco de
investigaciones, resalta como destellos en éstas investigaciones. Por ello, me
es relevante recuperar la Encuesta de Opinión sobre Religión, Política y
Sexualidad en México, realizada por Católicas por el Derecho a Decidir
(2022), que arroja un primer diagnóstico de la opinión de las personas en torno
a la religión y la población LGBTIQ+. En ese sentido, indican que el 84% de lxs
católicxs, pero sólo el 45% de las personas evangélicas, están de acuerdo con
que las personas homosexuales pueden ser “buenas creyentes” (sic). Dicha
diversidad en opiniones se traduce, asimismo, en opiniones respecto al
matrimonio homosexual, con el 62% de lxs católicxs, y sólo el 26% de lxs
evangelistas a favor, y tan sólo el 49% y el 23%, respectivamente, a favor de
la adopción por parte de parejas del mismo sexo. La tendencia a la baja –sobre
todo en las opiniones de las personas católicas–, en estos tres niveles del
debate, no es del todo sorprendente, pues parece alinearse a la tendencia
discursiva, respecto a dichos temas, que podemos encontrar en la Iglesia:
aceptar y acompañar a las personas homosexuales, lesbianas, bisexuales, y
trans, como personas creyentes, en el entendido de que nuestras identidades,
nuestras sexualidades, no sean legitimadas al mismo nivel que el de las
personas cis-heterosexuales.
En este sentido, considero relevante
saltar brevemente en el tiempo para recuperar la Carta a los obispos de la
Iglesia Católica sobre la Atención Pastoral a las Personas Homosexuales, en
la cual Ratzinger (1986) –previo
a su papado– ya señalaba que “[…] la particular inclinación de la persona
homosexual, aunque en sí no sea pecado, constituye sin embargo una tendencia,
más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde un
punto de vista moral” (mi énfasis). Dicha postura está fundamentada en la
noción de que, si bien el mundo actual –léase: de los ochenta– es muy diferente
al antiguo, “[…] existe una evidente coherencia dentro de las Escrituras sobre
el comportamiento homosexual”. Es decir: es una postura que se defiende desde
la exégesis bíblica, la cual se liga necesariamente a la Tradición de la
Iglesia, por lo cual, “la interpretación de la Escritura, para ser correcta,
debe estar en efectivo acuerdo con esta Tradición.” (Ratzinger, 1986, s.n.p.).
Sobra decir que, a más de 30 años de
dicho documento, y particularmente en los últimos 11 años, la postura
institucional de la Iglesia ha cambiado (lo cual, empero, no implica que el
problema haya desaparecido). Esto puede ser atribuido en buena medida a los
pronunciamientos y acercamientos a la población LGBTIQ+[2]
por parte del Papa Francisco, expresando en 2013 que “Si una persona es gay y
busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?” (BBC News
Mundo, 2020), y realizando esfuerzos por cambiar la consideración moral de lxs
homosexuales, diciendo a un sobreviviente de abuso sexual que se declaró como
gay: “[…] eso no importa. Dios te hizo así. Dios te ama así. El papa te ama así”
(Gallagher, 2018). Recientemente, en diciembre de 2023, el pontífice publicó su controversial “Declaración Fiducia Supplicans,
sobre el sentido pastoral de las bendiciones” (Dicasterio para la Doctrina
de la Fe, 2023), en la que señala
la posibilidad de bendiciones de parejas en situaciones
irregulares y de parejas del mismo sexo, cuya forma no debe encontrar ninguna
fijación ritual por parte de las autoridades eclesiásticas, para no producir
confusión con la bendición propia del sacramento del matrimonio. En estos
casos, se imparte una bendición […] sobre aquellos que, reconociéndose
desamparados y necesitados de su ayuda, no pretenden la legitimidad de su
propio status, sino que ruegan que todo lo que hay de verdadero, bueno y
humanamente válido en sus vidas y relaciones, sea investido, santificado y
elevado por la presencia del Espíritu Santo. (2023, p. 31)
Dicha
posibilidad ha sido abiertamente rechazada por líderes católicos alrededor del
mundo, en una carta abierta que implica que dicho mensaje está más alineado con
quienes están a favor de cambiar la doctrina, que con la doctrina en sí misma (Crisis Magazine, 2024). Aunque ninguna de las firmas de dicho documento
pertenece a un obispo o sacerdote mexicano, la Conferencia del Episcopado
Mexicano emitió una respuesta o clarificación al respecto, que parece
contradecir las palabras del Papa Francisco. En éste, enfatiza que la Iglesia
puede otorgar dichas bendiciones para ayudar a las parejas en situaciones
irregulares y parejas del mismo sexo a “madurar y crecer en la fidelidad al
mensaje del Evangelio” (mi énfasis) (Conferencia del
Episcopado Mexicano, 2023a). Además, en un video publicado en Youtube,
indican que
La Iglesia recuerda que Dios mismo no deja de bendecir a
cada uno de sus hijos […]. Pero NO bendice NI puede bendecir el pecado: bendice
al hombre pecador, para que se reconozca como parte de su designio de amor y se
deje cambiar por Él. (Conferencia del
Episcopado Mexicano, 2023b)
La alusión al
pecado y a la maduración no es circunstancial, y deja entrever una postura un
tanto alejada de los esfuerzos del Papa Francisco –la cual, empero, continúa
estableciendo una clara jerarquía entre las relaciones heterosexuales, y otras–,
apuntando hacia una interpretación de la doctrina religiosa que mantiene la
exclusión y aborrecimiento de las personas homosexuales y nuestras relaciones.
El mantenimiento de esta postura implica un posicionamiento epistemológico
concreto, que en este artículo abordaré desde la(s) epistemología(s) de la
ignorancia. Pensar en una epistemología de la ignorancia parecería una
propuesta inherentemente tautológica, siendo que la epistemología se define
como el estudio del conocimiento y cómo se conoce, por lo cual parecería no haber
espacio para la ignorancia. Empero, la epistemología de la ignorancia, también
denominada agnotología, es concebida como “una examinación del complejo
fenómeno de la ignorancia, la cual tiene como objetivo identificar diferentes
formas de ignorancia, examinar cómo se producen y sostienen, y qué rol tienen
en prácticas de conocimiento” (Sullivan y Tuana,
2007, p. 1)[3];
es decir, constituye un ejercicio teórico-académico para estudiar qué es
(des)conocer, puesto que, en realidad, nuestra ignorancia es más basta que
nuestro conocimiento (Proctor, 2008, p. 3).
Dichos esfuerzos epistemológicos por definir la ignorancia sostienen su validez
y pertinencia en que –si consideramos la ignorancia como un tipo de conocer o
de aproximarse (o no) al conocimiento– este fenómeno se relaciona de manera
esencial con procesos sociales de discriminación y violencia, como el racismo.
Mi objetivo con este artículo es utilizar las propuestas desde la(s)
epistemología(s) de la ignorancia para abordar el sostenimiento del discurso
homofóbico en comunidades religiosas, particularmente en la tradición católica,
por su gran prevalencia en México (Instituto
Nacional de Estadística y Geografía [INEGI], 2020, p. 80). Para ello,
abordaré las características de dichas epistemologías como marco teórico a
partir del cual analizar posturas discriminatorias (o, por lo menos,
excluyentes) de las personas homosexuales y lesbianas, así como
posicionamientos –dentro de la Iglesia– que pretenden dar una lectura crítica
de la doctrina, las lecturas, y su relación con el mundo actual. De esta manera,
evidenciaré que dichas posturas implican esfuerzos hermenéuticos particulares,
y analizaré aquellos en contra de la homosexualidad desde pensadores y
autoridades de la Iglesia Católica, así como la perspectiva contraria. Finalmente,
como parte de las conclusiones de este artículo, recuperaré el trabajo de un
Pastor Evangelista que –si bien no es parte de la doctrina católica– permite
entrever de manera precisa una serie de vicios epistémicos constituyentes de
este tipo de posicionamientos.
Aunque Medina (2013, pp. 27-28)
señala que las injusticias sociales están involucradas, en todos sentidos, con
injusticias epistémicas, dado que generan dificultades en las relaciones
epistémicas de unas personas con otras (por ejemplo, debilitando la
credibilidad que las personas le atribuyen al otro) y en la relación con nosotrxs
mismxs (por ejemplo, deteriorando nuestra autoconfianza epistémica,
comprometiendo nuestras metas y proyectos epistémicos, o dificultando la
motivación por aprender), sobre todo enfatiza las diferentes desventajas
epistémicas experimentadas por distintos grupos, oprimidos y opresores. Dicha
perspectiva será replicada en este trabajo, para hacer alusión a la perspectiva
de un grupo dominante –que puede convertirse en opresor, o en aliado–, la
Iglesia Católica (incluyendo al clero y feligreses), al mismo tiempo que
caracterizó las posturas homofóbicas como prácticas voluntarias de la
ignorancia, con el fin de sostener la jerarquía social.
(Santa)
Inquisición a la ignorancia como práctica epistémica
La ignorancia se
representa, en su conceptualización más generalizada, como la falta de
conocimiento; sin embargo, Lee McIntyre (2015,
pp. 2-4) enfatiza que, desde la tradición platónica, el verdadero
enemigo de la ignorancia nunca ha sido realmente la ausencia de conocimiento,
la duda o la incredulidad, sino el conocimiento falso o errado. A partir de
dicha distinción, el autor (que parte de un marco positivista no compatible con
mis posturas epistémicas, pero que permitieron el desarrollo de algunas ideas
en su obra que resultan útiles para el presente trabajo) desarrolla la idea de
la ignorancia voluntaria, la cual no se caracteriza por ser falta de
conocimiento, sino una postura encarnada por las personas que se empeñan en
evitar el acceso a la verdad, cerrando “ambos ojos contra cualquier
investigación ulterior, porque uno está tan firmemente convencido de una creencia
que cualquier otra fuente de conocimiento no es necesaria. Así, unx no sólo es
ignorante sino que (como Euthypro) prefiere permanecer así” (McIntyre, 2015, p. 4). El problema, por tanto,
con este tipo de ignorancia no es la falta de conocimiento en sí mismo, sino
las acciones voluntarias tomadas para evitar contraponer, criticar o poner a
prueba las creencias propias.
Respecto a las diferentes conceptualizaciones de la ignorancia, Nadja El Kassar (2018, pp. 300-301) sintetiza tres
distintas formas de caracterizarla en la literatura actual: i) como falta de
conocimiento o creencias verdaderas, ii) como puntos de vista falsos que son
mantenidos activamente, y iii) como una práctica epistémica sustantiva. Cabe
resaltar que dicha caracterización no es, por supuesto, monolítica, siendo que,
por ejemplo, Proctor (2008, p. 3) propone
tres formas distintas para pensar las formas de aproximarse a la ignorancia,
las cuales empero no son tan pertinentes para la presente argumentación.
Mientras que la primera conceptualización –al ser también la más ampliamente
reproducida en todos los entornos sociales y educativos– es transparente, la
segunda y la tercera cuentan con implicaciones teórico-políticas importantes,
aunque su diferenciación no sea tan clara, incluso en la caracterización
realizada por El Kassar, siendo que en algún momento indica que la ignorancia
activa (ii) también es una práctica epistémica sustantiva (iii) (2008, p. 301).
La ignorancia activa es abordada, principalmente, en el trabajo de José Medina (2013), quien realiza un análisis de una
práctica epistémica caracterizada por tres vicios epistémicos: arrogancia (en
la cual las personas se vuelven incapaces de reconocer cualquier error o
limitación, autoimponiéndose una especie de omnipotencia cognitiva), pereza
(representada por falta de curiosidad y compromiso epistémico con aspectos de
la vida con los que uno ha aprendido a no involucrarse) y mentalidad-cerrada
(una especie de mecanismo de defensa para preservar el propio privilegio) (El Kassar, 2018, pp. 301-302; Medina, 2013, pp.
31-34). Lo anterior genera lo que el autor denomina un sujeto
activamente ignorante, en quien la ignorancia activa se presenta como
un tipo de ignorancia que ocurre con la participación
activa del sujeto y con una batería de mecanismos de defensa, una ignorancia
que no es fácil de deshacer y corregir porque esto requiere de re-entrenamiento
–la reconfiguración de actitudes y hábitos epistémicos– así como de cambio
social. Aquellas personas que son epistémicamente arrogantes, perezosas, y con
mentalidad cerrada son activamente ignorantes […] aquéllos que no pueden ser
culpados sólo por desconocer ciertas piezas de conocimiento, sino por tener
actitudes y hábitos epistémicos que contribuyen a crear y mantener posiciones
caracterizadas por la ignorancia (bodies of ignorance). (Medina, 2013, p. 39)
Por otro lado,
la ignorancia es caracterizada como una práctica epistémica sustantiva en el
trabajo de Linda Alcoff (2007), quien
niega que ésta sea solamente una práctica epistémica negligente, y la
especifica como sustantiva por corresponder a prácticas (como la
ignorancia voluntaria) que son estructurales en sí mismas (pp. 39-40). Al
respecto, la autora recupera las elucubraciones concernientes al conocimiento
situado de Sandra Harding, particularmente el hecho de que “los miembros de
grupos oprimidos tienen menos intereses en la ignorancia respecto al orden
social y menos razones para mantener o justificar el estatus quo que los grupos
dominantes” (Harding, 1991, p. 126), lo
cual puede vincularse con el hecho de que lxs miembrxs de grupos oprimidos
tienen un menor interés por engañarse a sí mismxs sobre cómo éste es el mejor
de todos los mundos posibles, y pueden estar más motivadxs a realizar ejercicios
evaluativos de su sociedad (Alcoff, 2007, pp.
43-44). A partir de dichas reflexiones, la autora recupera la noción de
que las sociedades opresoras no se consideran a sí mismas como opresoras,
siendo que su mirada dominante sobre el orden social (con sus formas
particulares de desigualdad o explotación) es representada como justa (Alcoff, 2007, p. 48), lo cual implica
que la ignorancia como una práctica epistémica opresora no sólo está vinculada
con los vicios epistémicos, creencias, y perspectivas limitadas que señala
Medina, sino que se manifiesta y mantiene en estructuras y mecanismos sociales
e institucionales (El Kassar, 2018, p. 302).
El problema que hace resaltar el trabajo de Alcoff, por tanto, es que este
tipo de ignorancia conlleva, en sí misma, un orden social jerarquizado en donde
el perpetuador de la ignorancia activa mantiene dicho orden a partir de
prácticas epistémicas. Es decir, lo que puede ser caracterizado como ignorancia
voluntaria, como intento por adherirse a posturas incorrectas o falsas —postura
que puede ser vinculada con “ideologías” políticas o religiosas (McIntyre, 2015, pp. 6 y 57)—, en realidad
esconde un trasfondo relevante en la configuración de injusticias y
desigualdades sociales y el mantenimiento de posturas discriminatorias.
Pecadores,
abominables y perversos: homofobia en la exégesis bíblica
En las
epistemologías reformistas, se considera que, al momento de la Creación, Dios
implantó en todos los seres humanos, un sensus divinitatis: una
propensión innata de sostener creencias teológicas, pero que, a partir de la
Caída, dicho don fue corrompido. El pecado, como fue conceptualizado por San
Agustín, tiene entonces cuatro características con implicaciones ontológicas y
epistemológicas diferentes: i) los adultos pecan, ii) los humanos tenemos,
desde el nacimiento, una propensión al pecado, iii) el origen de dicha
propensión es el pecado original, y iv) el estado de los primeros humanos,
antes del pecado original, era de perfección y virtud absoluta (De Cruz y De Smedt, 2013, pp. 52-60). El
pecado original puede ser concebido, así, como la inclinación universal,
radical, total, y efectiva hacia el pecado (Van
den Brink, s.f., como se citó en Mulder, 2021, p. 528).
Respecto al pecado, Michel Foucault (2019)
desentierra su relación con la vergüenza, el secreto y la confesión, indicando
que
la práctica de la penitencia y los
ejercicios de la vida ascética organizan relaciones entre el “obrar mal” y el
“decir la verdad” y ligan en un haz las relaciones con uno mismo, con el mal y
con la verdad. (p. 50)
Desde su conceptualización en el Génesis,
la penitencia y la confesión implican dos planos conductuales: el acto del
habla (Adán y Eva reconocen ante Dios que han comido el fruto prohibido) y un
otro, pretérito, no verbal sino de la conciencia y del gesto: “No bien comen el
fruto, Adán y Eva se sienten desnudos, se avergüenzan y procuran taparse” (Foucault, 2019, p. 331). Es decir que, dentro
de la tradición judeocristiana, el pecado y la vergüenza están siempre
intrínseca y necesariamente relacionados para poder dar pie a la confesión y la
penitencia, a partir de las cuales el pecador se lava de su propio pecado y se
purifica; “al humillarse, muestra que se levanta y es digno de ser levantado” (2019,
p. 89); al confesarse, el pecador pone en práctica un examen de sí mismo, de
sus pensamientos, acciones, y deseos, en una conjunción discursiva del cuerpo y
el alma (González Pérez, 2013, p. 36).
A pesar del tránsito del
discurso de la pastoral cristiana hacia el de la ciencia moderna —migración que
Foucault considera esencial en la el recorrido histórico de la scientia
sexualis pero que no necesariamente permite vislumbrar, a mi manera de
verlo, las minuciosidades a partir de las cuales el discurso católico (y
religioso, en general) continúa permeando nuestra forma de conocer y juzgar los
actos sexuales—, la confesión continúa siendo el mecanismo principal a partir
del cual se gestiona la producción del discurso verdadero sobre la sexualidad (Foucault, 2014/1976, p. 62). Además, la
caracterización que el autor realiza sobre la configuración del discurso
religioso continúa siendo pertinente para el análisis de lo sostenido
actualmente por la Iglesia Católica: la pastoral cristiana hace del sexo, “por
excelencia, lo que debe ser confesado […] lo que se esconde siempre, una
presencia insidiosa a la cual puede uno permanecer sordo pues habla en voz baja
y a menudo disfrazada” (Foucault, 2014/1976, p.
35). Además, aunque señala la medicalización (pluralización de discursos
psiquiátricos, médicos y psicológicos) como el factor más relevante en la
invención de la homosexualidad, su caracterización de dicho discurso es, en sí
mismo, absolutamente congruente con el de las cabezas (conservadoras) del catolicismo.
Así, tanto para el discurso médico del siglo xix,
como para el cristianismo actual, el homosexual
ha
llegado a ser un personaje […]. Nada de lo que él es in toto escapa a su
sexualidad. Está presente en todo su ser: subyacente en todas sus conductas […].
Le es consustancial, menos como un pecado en materia de costumbres que como una
naturaleza singular. (Foucault, 2014, p. 43)
El homosexual es pecador por su
naturaleza, concebida paradójicamente como innatural.
De esta manera, la estigmatización de la homosexualidad —como tabú, y
eventualmente como discurso infinitamente proliferante— tiene algunos de sus
orígenes en la tradición judeocristiana (Berliner,
1987, p. 138). Partiendo de una conceptualización del acto sexual como
únicamente aceptable en el contexto de relaciones heterosexuales enmarcadas por
la institución del matrimonio (siendo parte,
además, del sostenimiento de la heterosexualidad y monogamia obligatoria, según
Collignon Goribar, 2011, p. 140), la condena de los homosexuales se ha
fundamentado dentro de la Iglesia, en parte, con base en la condena divina en
el relato de Sodoma (Génesis 19:1-25)(Biblia Católica, s. f.) y otros apartados
del Antiguo Testamento, trasladándose discursivamente hacia todas las prácticas
sexuales entre hombres que Dios castigó explícitamente. Dicha interpretación se
ha mantenido en el discurso de sujetos pertenecientes al clero, ejemplificado
en la estigmatización del sida como un castigo divino por el pecado cometido
por los homosexuales (González Pérez, 2013, pp.
35-38). Lo anterior es fundamentado y sostenido a partir de la
recuperación de diversos apartados de la Biblia, en los que se caracteriza a
los hombres homosexuales (las mujeres lesbianas son invisibilizadas totalmente[4])
de manera despectiva: “[…]
igualmente los hombres abandonando el uso natural de la mujer[5], se abrasaron en
deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre,
recibiendo en sí mismos el pago merecido de su extravío" (Carta a los
Romanos 1:27); “Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los
afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los
borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios"
(Carta a los Corintios 6:9-10); “No te acostarás con varón como con mujer; es
abominación” (Levítico 18:22) (Biblia Católica,
s. f.). Las citas anteriores no son problemáticas por su inserción en
textos escritos en un contexto radicalmente distinto al actual, sino por su
aceptación acrítica de parte del clero y feligreses, generando posturas que, en
su versión más radical, apuntan a que la postura de la Iglesia no debería ser
de tolerancia y diálogo, sino de excomunicación y exclusión, de condena y
castigo (ver Montoya, 2000, para un ejemplo de
posturas radicales que fundamentan su discriminación en una hermenéutica
ahistórica de los textos bíblicos).
Desde una perspectiva menos radical, aunque no por eso menos
discriminatoria, el Catecismo de la Iglesia Católica (La Santa Sede, 1992) —texto
base para gran parte de las creencias y prácticas católicas actuales— abona a
la propagación de dicho discurso, sosteniendo una mirada de la homosexualidad
(posiblemente extensible al resto de las divergencias sexuales, aunque éstas no
son mencionadas) como depravación grave, contraria a la ley natural,
objetivamente desordenada, inaceptable y constituyendo una cuasi-patología
psíquica que requiere de explicación, razones por las cuales dicha población es
llamada a la castidad y al dominio de sí mismos (Catecismo
de la Iglesia Católica, 1992). A pesar de que el mismo texto invita a
evitar cualquier tipo de discriminación en contra de personas homosexuales —lo
cual se ha confirmado en ciertas investigaciones que parecen indicar que sostener
creencias respecto a la pecaminosidad de la homosexual no necesariamente se
traduce en discriminación laboral por orientación sexual (Rodriguez-Seijas, 2014, p. 9), resultados que habrá
que comprobar si se sostienen en la población mexicana—, continúa
estigmatizando y manteniendo una postura violenta hacia una población en donde
la única vía de escape es la renuncia a la sexualidad (es decir: para poder ser
homosexual y aceptable para el catolicismo, uno no ha de practicar su
sexualidad), de esta manera, el discurso de la Iglesia Católica “subyuga al
individuo a la condición autodestructiva de opresor de sí mismo” (Roccia, 2015, p. 450).
Además, dicho discurso es utilizado para legitimar posturas
antiderechos, como ejemplificó involuntariamente el arzobispo Norberto Rivera
cuando señaló que la aprobación del matrimonio igualitario era inadmisible porque
había
abierto las puertas a una
perversa posibilidad para que estas parejas puedan adoptar a niños inocentes, a
quienes no se les respetará el derecho a tener una familia constituida por una
madre y un padre, con los consecuentes daños psicológicos y morales que
provocará tal injusticia y arbitrariedad. (León
Zaragoza, 2009)
Este tipo de posturas también son
observables en partidos políticos de derecha, que pretenden exaltar los
“valores de la familia tradicional” y el “matrimonio natural”, como el Frente
Nacional por la Familia, quienes utilizan retóricas alusivas a los de la
Iglesia Católica y generan discursos en que configuran sus conceptos como
únicos e inamovibles (c.f. Frente Nacional por
la Familia, 2019; González Pérez, 2013, p. 44). Así, y en relación con
la práctica epistémica sustantiva de Linda Alcoff (lo cual será detallado a
continuación),
La
Iglesia católica (la jerarquía, más que la comunidad de fieles) puede ser
comprendida como una institución social que colabora [...] en el sostenimiento
de un orden social/sexual específico […] y en el señalamiento de aquellos
actores que mantienen y promueven un orden moral social/sexual distinto y
contrario a lo que marca el discurso oficial católico. (Roccia, 2015, p. 143)
“¿Quién soy yo para juzgarlos?”
Posicionamientos religiosos contra la homofobia
A pesar de que suscribo la aseveración de
que la Iglesia católica propicia el mantenimiento de un orden social que
beneficia sólo a un sector de la población a través de interpretaciones y perspectivas
dogmáticas homofóbicas, como indiqué al inicio del presente artículo, dichos
esfuerzos hermenéuticos y perspectivas excluyentes no son monolíticas, sino que
se establecen en los posicionamientos eclesiales como desembocaduras del mismo
río, uno corriendo a un lado, y el otro en el contrario. En este sentido, me
parece relevante recuperar, principalmente, a James Martin, SJ y Daniel A.
Helmniak, por sus esfuerzos para aportar una perspectiva distinta, más
conciliadora, de la homosexualidad en la doctrina católica. Para ello, Martin (2017) realiza un
llamado específico a la iglesia institucional (el Vaticano, la jerarquía, los
líderes de la iglesia, el clero, y todxs aquellxs que trabajan de manera
oficial en la iglesia), indicando que es ésta la que ha marginalizado a las
personas LGBTIQ+ católicas.
El autor continúa su
llamado a construir un puente, basando su trabajo en los tres pilares
que indica el Catecismo de la Iglesia Católica —recuperado
anteriormente— sobre cómo debería tratarse a las personas homosexuales con
respeto, compasión, y sensitividad, aclamando que cada uno de estos pilares
implicaría, como mínimo: reconocer la existencia de las personas de la
diversidad sexogenérica, entendiendo que dicho reconocimiento implica
merecimiento de pertenencia a la Iglesia; utilizar nombres y términos
específicos, y escogidos de manera autónoma por dicha población; actuar con
base en que la población LGBTIQ+ son hijxs de Dios; escuchar activamente el
sufrimiento, o gozo, de la comunidad LGBTIQ+ como base de la compasión; y, como
correlato a todo lo anterior, acercarse a personas lesbianas, homosexuales
y trans de manera personal, íntima, y en un sentido de acompañamiento. De
manera importante, por el posicionamiento epistemológico y ético que esto
implica, que recuperaré en el siguiente apartado, el autor también extiende el
llamado al otro lado del “puente”, indicando que esos mismos valores y
actitudes deberían ser propiciados desde las disidencias sexogenéricas hacia la
Iglesia institucional (Martin, 2017).
El puente hacia el cual
apunta el autor sin duda hace ecos de los esfuerzos del Papa Francisco I,
brevemente señalados en la introducción de este artículo, particularmente en el
cambio de paradigma para la consideración moral de lxs gays y lesbianas. En ese
sentido, recupero las reiteraciones del pontífice respecto al derecho a la
familia de las personas homosexuales, y el apoyo a las uniones civiles, así
como el señalamiento de que el cambio en dicha consideración moral debería
ocurrir en el mismo Catecismo, citado anteriormente (Millán Valencia, 2020; BBC News Mundo, 2020). Empero, algunxs
pensadorxs han apuntado la falta de llevar dichas consideraciones a sus
ultimísimas consecuencias, doctrinalmente —señalando incluso, como Jorge A. Aquino (2017) que este tipo de
cambios no son sino cosméticos—. Por ejemplo, actualmente el Papa Francisco
continúa sosteniendo que la homosexualidad —o por lo menos, la sexualidad gay o
lesbiana que es vivida y actuada, y no sólo constituye una
inclinación reprimible—, si bien no puede ser considerada como criminal, es un
pecado (Winfield, 2023). Además, es
importante señalar que dicha perspectiva de apertura y aceptación, por el hecho
de ser personas e independientemente de la orientación sexual, continúa
propiciando una jerarquización de ciertas identidades y prácticas
cis-heterosexuales por encima de aquellas de las disidencias sexogenéricas, lo
cual imposibilita que el puente que pretende tender James Martin sea igual de
habitable para todxs sus transeúntes.
Contrario a lo anterior,
el trabajo de Daniel A. Helminiak (2007/1994) constituye una exégesis
importante de aquellos textos bíblicos que he recuperado en este artículo, y
que, como indica el Reverendo John S. Spong en el prefacio a su libro, “siguen
siendo utilizados hoy en día para condenar, oprimir y marginalizar a lxs hijxs
de Dios que son gays y lesbianas” (Helminiak, 2007/1994). En línea con lo
anterior, Helminiak inicia su libro —que, si bien no puede ser considerado como
un texto clásico, tiene suficientes años como para haberse convertido en un
referente esencial para el manejo de estos temas, a pesar de no incluir, por
supuesto, a otras personas LGBTIQ+— problematizando cómo la interpretación
(errada, a su juicio) de que la Biblia condena la homosexualidad ha sido
utilizada para justificar el odio y crueldad dirigida hacia dicha población. Esto
ha generado, de acuerdo con el autor (y, personalmente, puedo confirmar su
aseveración, en línea con lo expuesto al inicio del artículo), que las personas
homosexuales y lesbianas católicas que hemos crecido con esta doctrina, nos
encontramos en un entredicho importante: debemos renunciar a nuestra religión,
o renunciar a nuestra sexualidad.
En contra de dicha
perspectiva, propone un giro epistemológico importante: apegarse a la noción de
que todas las personas son creadas por Dios —que es perfecto, infalible—, pero
abandonar la noción de que la homosexualidad y lesbianismo es condenable, o de
alguna manera no creada o condonada por Dios. Por tanto, concluye que, si no
pudo haber sido un error divino, entonces “El error debe estar en cómo la Biblia es interpretada” (Helminiak, 2007/1994). En este sentido,
introduce dos formas de interpretar los textos sagrados: el Fundamentalismo
Bíblico (que pretende tomar lo que dice el texto, tal cual como está escrito,
sin interpretación) y los estudios Histórico-críticos de la Biblia, que toman
en cuenta el contexto en el que fue escrito, así como significados etimológicos
que pueden ser recuperados para entender el trasfondo de los textos,
entendiendo que dichos significados pueden ser distintos de los que tenemos en
la actualidad. La idea de una interpretación crítica de los contenidos
bíblicos, por supuesto, se alinea perfectamente con el punto central del
presente artículo: si existe una alternativa crítica, entonces el
fundamentalismo religioso en que parece basarse las interpretaciones
homofóbicas es —valga la redundancia— fundamentalmente acrítico, constituyendo
por tanto un posicionamiento epistemológico particular.
A pesar de que realizar
una exposición detallada del contenido del texto de Helmniak no es objetivo del
presente artículo, remito a lxs lectorxs a la interpretación que realiza de la
parábola de Sodoma, en la que resalta la falta de alusiones a la
homogenitalidad, indicando que parecería condenar el abuso sexual hacia
los hombres y la falta de hospitalidad, no las relaciones homosexuales en sí
mismas. Especialmente interesante resulta, asimismo, el posicionamiento del
autor en cuanto a la abominación sentenciada en el Levítico (2013; Biblia
Católica, s. f.), y cómo dicha palabra no necesariamente aludía –en esos tiempos– a actos moralmente
condenables, sino a impurezas en la identidad judía (siendo que dicha
aseveración parece basarse en una serie de leyes y castigos para que Israel se
mantuviera “puro” ante los ojos de Dios); la pureza e impureza de dichas
relaciones aparecería, por tanto, como un contenido absolutamente contingente
al contexto histórico, no aplicable al nuestro. Asimismo, señala que, a pesar
de que en algunas traducciones se utiliza específicamente el término
“homosexuales” (como en la citada anteriormente), dicha palabra no existía en
ese entonces, constituyendo su uso un error interpretativo importante.
Finalmente, respecto a lo “antinatural” de la homosexualidad en la Carta a los
Romanos (1:27; Biblia Católica, s. f.), el autor concluye que el uso de la
palabra antinatural (para physin) parece remitir más a lo normal,
regular, esperado, que a una relación con la naturaleza a nivel ontológico, y
por tanto las prácticas homoeróticas a las que hace referencia aparecen como fuera
de la norma, no necesariamente malas, o contrarias al mandato divino (Helminiak, 2007/1994).
Dicho posicionamiento,
así como la explicación que otorga el autor sobre las diferentes formas de
exégesis bíblicas, evidencia que los ritos y creencias religiosas no son puntos
neutrales epistemológicamente, sino que constituyen actos de conocer particulares,
que implican prácticas que mantienen, o cambian, significados, dependiendo de
la intención de lxs conocedorxs. En este sentido, dan pie a la articulación de
la teoría de las epistemologías de la ignorancia con el mantenimiento de
posiciones discriminatorias de parte de creyentes o autoridades religiosas.
Dad al César lo
que es del César: la homofobia como ignorancia voluntaria
La ignorancia
constituye un acto epistémico, y las razones para permanecer ignorante (y por
tanto, indeleble, imperturbable) no son inocuas al acto de (des)conocer.
Además, las razones por las cuales se mantiene una posición desde la
ignorancia, independientemente de si parten de una doctrina religiosa o
fundamentación teórica, tampoco pueden ser consideradas epistémicamente neutras.
En este sentido, resulta importante retomar las tres caracterizaciones de la
ignorancia sintetizadas por El Kassar (2018)
–falta
de conocimiento; puntos de vista falsos mantenidos activamente; o una práctica
epistémica sustantiva–, particularmente porque intentaré mostrar, a partir del
análisis de contenidos particulares (mencionados previamente, o no), cómo dichas
concepciones se encuentran en una especie de espectro de creciente implicación
tanto epistemológica como moral. La primera de ellas, y más globalmente
aceptada, puede no ser suficiente para abarcar el mantenimiento de posturas
discriminatorias (en general) y homofóbicas (en particular) dentro del discurso
religioso católico. Dichos discursos no sólo denotan una falta de conocimiento,
en sí mismos, sino que arrojan suficientes datos para pensar que no cuentan con
herramientas epistemológicas completas que permitan abordar la fenomenología de
las divergencias sexo-genéricas de manera más compleja. Así, el Catecismo de la Iglesia Católica otorga la
siguiente definición respecto a la homosexualidad: “La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres
que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas
del mismo sexo” (La Santa Sede, 1992, párr. 2357); la cual, por lo menos, confunde términos relativos a la
diversidad sexual y a enunciaciones particulares respecto a mujeres lesbianas,
y personas bisexuales o pansexuales (entre otrxs), quienes también pueden experimentar
atracción sexual hacia personas de su mismo sexo, y que también son sancionadxs
dentro de la retórica religiosa (Collignon
Goribar, 2011, p. 138). Además, dicha definición resalta el impulso
sexual subyacente, invisibilizando los tipos de relaciones, sentimientos,
experiencias y creencias compartidas, o no, entre dichas personas.
A partir de la segunda acepción de la ignorancia, como práctica voluntaria
y constituyente de un sujeto activamente ignorante, se pueden encontrar varias aseveraciones
que ejemplifican a la perfección los vicios epistémicos que enumera Medina (2013). Para ello, recuperaré algunos
extractos del texto de Alex D. Montoya (2000),
pastor de la First Fundamental Bible Church, previamente citado, para
evidenciar las posturas acríticas y viciosas (epistemológicamente hablando) en
que se tiende a caer al sostener dichas perspectivas, las cuales, para ser
absolutamente claro, considero violentas, discriminatorias y voluntariamente ignorantes.
A pesar de que Montoya no sea un obispo, sacerdote, o representante de la
Iglesia Católica, como el resto de los referentes hasta este punto, su discurso
me es pertinente para evidenciar —a modo de dato extremo— las particularidades
epistemológicas de dichos posicionamientos.
El primero de estos vicios epistémicos apuntado por Medina (2013),
denominado como el vicio de la arrogancia o de la omnipotencia cognitiva
delirante, queda claro a lo largo del escrito de Montoya, aunque puede
ejemplificarse cuando el autor indica tajantemente:
La homosexualidad es una perversión del orden divino.
Punto. No hay forma bíblica o natural de llegar a una conclusión diferente […]
condenar la homosexualidad en todas sus formas […] no es un síntoma de
homofobia, prejuicio descorazonado, o fanatismo de mentalidad cerrada. Es posicionarse
del lado de la justicia y la verdad. (p. 166)
Al contrario de
lo que indica, en dicha cita el autor toma una postura que podría
caracterizarse como discriminatoria, poniendo al centro el acriticismo y
negación de la diversidad de interpretaciones posibles a los textos bíblico (lo
cual implica incluso una ceguera al trabajo de otrxs pensadorxs religiosxs). Su
arrogancia queda evidenciada en dicha pronunciación incontestable o indebatible,
pues su justificación siempre circulará de regreso hacia el texto bíblico, que
es tomado como verdad absoluta, ahistórica. Como señalaría Helminiak (2007/1994), en estos casos la única interpretación válida es lo que
sea que la persona leyéndolo decida interpretar. El verbo —encarnado, o
no— es importante: el vicio epistémico de Montoya, y quienquiera que comparta
dicha perspectiva, constituye un acto voluntario, una afirmación deliberada por
mantenerse acrítico.
El segundo vicio, relativo a la pereza epistémica, puede ser vislumbrado tanto
en la invisibilización que realiza Montoya (2000) de la violencia epistémica, y
en general las situaciones de violencia que las personas LGBTIQ+ experimentan
día a día, como en su absoluta pereza por tomar en cuenta evidencia empírica y
fenomenológica respecto a lo que él llama “la naturaleza invertida de los
homosexuales y su incapacidad de cambiar su modo de vida […]. La incapacidad de
cambiar el comportamiento nunca es una razón para condonarlo” (Montoya,
2000, p. 167). Su inatención a posturas diferentes a la suya resulta en una
postura que invisibiliza las aportaciones teóricas y personales de lxs sujetxs
a quienes se empeña en condenar, incurriendo asimismo en lo que Fricker (2007, p. 1) denomina una injusticia
testimonial, donde el prejuicio de Montoya (y pensadores semejantes) causa que
le otorgue menos credibilidad al grupo de personas a quienes
(involuntariamente, quizá) está interpelando.
Ejemplificar el último vicio, relativo a la mentalidad cerrada, parece
absurdo después de lo enunciado hasta este momento, por lo que me limitaré a
citar por última vez a Montoya (2000) cuando, sin duda consciente de los
cambios socioculturales, indica que “la Iglesia debe ser cuidadosa en no
adoptar las costumbres del mundo” (p. 169). En esa pequeña oración, dicho autor
pone en evidencia lo que, desde mi perspectiva, liga la conceptualización de
Medina de la ignorancia, con la sostenida por Linda Alcoff:
aquellos en una posición de privilegio son en muchos
momentos animados a esconder sus cabezas en la arena como avestruces con
respecto a ciertos aspectos, presuposiciones, o consecuencias de la opresión
que sostiene su privilegio. Necesitan ignorar ciertas realidades sociales.
Necesitan vivir sin ciertas verdades presentes en sus mentes. (Medina, 2013, p. 35)
Lxs sujetxs
activamente ignorantes, en este caso, específicamente sujetxs conocedorxs
pertenecientes a la tradición evangélica o católica, reproducen la
característica principal de varios grupos opresores que Alcoff (2007, p. 48) señala: no se reconocen, a sí mismxs, como
opresorxs, y activamente sostienen un patrón de prácticas reforzadoras de
creencias que generan un efecto de ignorancia sistémica. Es decir, sus
prácticas y su reproducción acrítica de valores, conceptos y prejuicios
sostenidos en el dogma religioso, constituye, en este caso, una práctica epistémica
sustantiva que, además, responde a una estructura social que sus perspectivas —ancladas
en el privilegio— buscan mantener. Si dicho posicionamiento fuera monolítico y
no existiesen divergencias de opinión ad intra la Iglesia, quizá sería
más complicado señalar sus faltas epistémicas como aberraciones morales, que
parecerían ir, incluso, contra a sus mismos valores religiosos, como los señalados
por Martin (2017). Empero, la existencia de trabajos y esfuerzos hermenéuticos
y epistémicos que buscan contrarrestar a dichas posturas pone en evidencia que
el sostenimiento de posturas discriminatorias constituye un acto voluntario,
una práctica epistémica sustantiva que implica el sostenimiento del
desconocimiento, por encima de cualquier otra posibilidad.
Dichas posturas no permiten el tránsito de las personas hacia procesos de
educación y de acercamiento a las experiencias de personas con perspectivas
distintas a las suyas, sino que subrayan la diferencia y los juicios
religoso-morales respecto a las disidencias sexuales para sostener la jerarquía
social de la que gozan. En palabras de Sarah Lucia Hoagland (2007), la práctica de la ignorancia sustantiva le permite
a estos grupos negar la relacionalidad —entendida como nuestro formarnos y ser
formados, tanto individual como culturalmente, en relación con otras personas y
grupos—, siendo que su ignorancia es “una práctica estratégica cotidiana de
mantener relaciones de poder al negar credibilidad epistémica [sobre quiénes
son, cómo son sus experiencias, qué violencias sufren, etc.] a los
objetos/sujetos del conocimiento que están marginalizados, escritos como
subalternos, borrados o criminalizados” (p. 101). Es decir, la epistemología de
la ignorancia, que mantiene la verdad del otro como incompatible con creencias
religiosas, niega la agencia de dicho otro para autodefinirse, explicarse,
nombrarse y vivirse, dentro, fuera, o en relación con el pensamiento religioso.
Esto se encarna en la explicación que otorgan Siobhan Guerrero Mc Manus y Leah Muñoz Contreras (2018) respecto a la
injusticia testimonial, en la que sin duda estas perspectivas incurren: “la voz
de una persona es sistemáticamente menospreciada y su propio testimonio sobre
su vida es ignorado en favor de recuentos de terceros” (2018, p. 6). El
problema con las creencias religiosas (de esta índole) no es su capacidad de
proveer a las personas de guía y acompañamiento, sino el hecho de que
constituye una práctica epistémica que niega, violenta y marginaliza a grupos
sociales, impidiendo que se les reconozca como agentes epistémicxs cuyas
perspectivas y experiencias son necesarias para dar cuenta de la complejidad de
las realidades sociales en las que nos vemos inmersxs.
El contraste con perspectivas de líderes religiosos pro-LGBTIQ+ evidencia,
de manera incluso más contundente, cómo el mantenimiento de dichas creencias
constituye una práctica epistémica sustancial que pretende sostener un orden
social que beneficia a unxs, al tiempo que niega a otrxs la posibilidad de
vivirse y pensarse plenamente en dichas doctrinas. Los esfuerzos del pontífice,
con auge especial en los últimos cuatro años, señalan una importante ofensiva
hacia la transformación, si bien ha sido acompañada con reveses de un
sostenimiento acrítico de posicionamientos homofóbicos, como la jerarquización
de nuestras identidades y la irreverencia de denominar ciertas prácticas como
pecaminosas. Esto implica, siguiendo a Foucault (2014/1976), el mantenimiento
de la lógica confesionaria que impone la necesidad de purificarse a través de
la asunción de males codificados religiosamente. Asimismo, la presencia de
resistencias y obstaculizaciones ante los empujes del Papa Francisco señalan la
relevancia de darle poder —como en el Génesis— al acto denominativo, y de esta
forma nombrar las prácticas homofóbicas de la ignorancia por lo que son.
Así, las prácticas de ignorancia que ejercen ciertos grupos y creyentes
religiosos respecto a las disidencias sexuales no sólo representan una clara
problemática social, subyaciendo a prácticas de discriminación (ya sea
lesbofobia, transfobia, bifobia u homofobia), sino también un problema respecto
a la manera en la que —en afán de mantener sus creencias religiosas intactas— lxs
sujetxs pertenecientes al catolicismo se aproximan (o dejan de aproximarse) al
conocimiento respecto al mundo social y la diversidad de posicionamientos en un
mundo que cada día se nos revela, cuasi-divinamente, como intrínsecamente
plural.
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[1]
Universidad Nacional Autónoma de México, México. Correo electrónico:
jigallo@up.edu.mx
[2] A pesar de que en este artículo me centro en la doctrina
religiosa en torno a la homosexualidad, es importante tener en cuenta a toda la
población de la diversidad sexogenérica al leerlo, pues las vivencias de las
personas gays y lesbianas no pueden englobar o subsumir al resto de la
población LGBTIQ+.
[3]
Todas las traducciones aquí
provistas, y sus posibles errores, son mías, cuando no provengan de textos
traducidos, lo cual es explicitado en el apartado relativo a la bibliografía.
[4] Al respecto, González Pérez
(2013, pp. 35-36) indica lo siguiente: “La homosexualidad
de las mujeres no queda comprendida dentro de la prohibición del Levítico. Esta
invisibilización se puede atribuir, por un lado, a la concepción del
cristianismo que considera a la mujer como un ser impuro y maligno que debe
dedicar toda su vida a la rectificación y purificación de su alma para poder
salvarse. Y por el otro, a la identificación simbólica entre masculino-espíritu
y femenino-cuerpo. La preocupación central de estas leyes era evitar que en los
hombres dominara la parte corpórea, débil y pecaminosa que se relaciona con lo
femenino”.
[5] Sin duda una traducción altamente problemática.