LAS CUIDADORAS DE PACIENTES
DE ALZHÉIMER: UNA CUESTIÓN DE INJUSTICIA EPISTÉMICA
WOMEN
CAREGIVERS OF ALZHEIMER'S PATIENTS: A MATTER OF EPISTEMIC INJUSTICE
Deisy Raquel Martínez Cortés[1]
Silvia Marcela Bénard Calva[2]
DOI:
https://doi.org/10.32870/lv.v7i60.7865
Resumen
Objetivo: Mostrar la complejidad del cuidado
de pacientes con la enfermedad de Alzheimer (EA), así como la relevancia de
abrir espacio en las investigaciones académicas para que resuene la voz de las
mujeres cuidadoras, mediante metodologías que favorezcan a la justicia
epistémica. Metodología: Es una autoetnografía a partir de la narrativa
de la experiencia de una de las autoras, tras atravesar por el cuidado y
atención de su padre quien padeció la EA. Para ello, fue necesario realizar una
revisión de literatura sistemática con respecto de las narrativas de personas
cuidadoras de pacientes de la EA. Argumento: La EA convoca a focalizar la
atención en las personas cuidadoras, quienes asumen la responsabilidad de tomar
decisiones y actuar para salvaguardar la integridad de sus pacientes, cuyo proceso
de cuidado precisa tiempo completo y atención de las necesidades básicas. Con
ello, generan condiciones de dignidad de quienes padecen la EA. Las personas
cuidadoras comprometen salud física, emocional y económica, además de su
creatividad y experiencia. No obstante, existe aislamiento de la voz de las
personas cuidadoras, que rara vez se escucha en las investigaciones y, además,
tienen poco acceso a la información que se genera en las instituciones de
investigación, esto produce diferentes injusticias epistémicas. Hallazgos:
Las personas cuidadoras de pacientes de la EA en México son ―esencialmente―
mujeres y en las diferentes etapas del proceso patológico generan saberes
relevantes en torno al vínculo y atención. Empero, en las investigaciones
académicas publicadas, la voz de las personas cuidadoras no es manifiesta, por
el contrario, se suele diluir la voz de las mujeres como las protagonistas del
cuidado. Además, predomina el concepto de “cuidador”, en masculino, pese a que
las estadísticas refieren que son las mujeres quienes se hacen cargo de este
trabajo no remunerado, en la mayoría de las circunstancias. Esa irremplazable labor
correspondería principalmente al Estado por ser un asunto de salud.
Palabras
clave:
feminización del cuidado, enfermedad de Alzheimer, demencia, justicia
epistémica
Abstract
Objective: Expose the complexity
of looking after patients with Alzheimer's disease (AD), as well as the
relevance of opening a space in academic research so that the voice of female
caregivers resonates, through methodologies to encourage epistemic justice. Methodology:
It is an autoethnography based on the narrative of one
author going through the experience of looking after her father, who suffered
AD. Additionally, it was necessary to carry out a systematic literature review
regarding the narratives of caregivers of AD patients. Argument: AD
implies focusing on caregivers, who assume the responsibility of making
decisions and taking actions to safeguard the integrity and dignity of their
patients. AD care process requires full time and attention to basic needs.
Caregivers compromise physical, emotional, and economic health, as well as
their creativity and experience. However, caregiver's voice is in isolation,
they are rarely heard in research, in addition, they have little access to the
information generated in research institutions, which produces diverse
epistemic injustices. Findings: Caregivers of AD patients in Mexico are ―essentially―
women and, in the different stages of the pathological process, they generate
relevant knowledge about the bond and care. However, in published academic research,
the voice of caregivers is not clear; on the contrary, the voice of women as
the protagonists of caregiving is usually diluted. Furthermore, the concept of
“caregiver”, in Spanish, is referred predominantly to males, even though
statistics indicate that, most of the times, women perform this unpaid work.
This irreplaceable work, as a health issue, should be responsibility of the
government, through public institutions.
Keywords: feminization of caregivers, Alzheimer disease, dementia, epistemic
injustice
Recepción: 7
de noviembre de 2023/Aceptación: 21 de marzo de 2024
Introducción
La Enfermedad de Alzheimer (en adelante EA)
“es la forma más común de demencia” (Alzheimer
Assosiation, s.f.), representa entre el 60% y el 70% de los casos (Huang et al., 2020, p. 1). Es un padecimiento
que, comúnmente, aparece en personas adultas mayores, entre 60 y 80 años (Long et al., 2023, p. 11). La demencia en la
EA se caracteriza por la pérdida progresiva e irreversible de la memoria en
toda su extensión, no sólo en las ideas, sino que alcanza todas las facultades
cognitivas: deterioro del lenguaje o afasia, desorden de las habilidades
motoras o apraxia, pérdida de la capacidad de percepción o agnosia (Breijyeh y
Karaman, 2020). De ello deriva una problemática compleja de cuidado relativo a las
enfermedades crónico-degenerativas y, de forma ineludible, la EA (González González et al., 2015, p. 60), debido
a que el Estado aún no ha conseguido brindar los recursos suficientes.
En México “persiste un proceso de familiarización” (Díaz Pedroza, 2022, p. 99) ante la complejidad del cuidado
especializado de la EA. En la familia se asumen los costos de los
cuidados informales y no remunerados, más específicamente en las mujeres. En
contraste con los países de ingresos altos (Gutiérrez Robledo y Arrieta Cruz,
2014), en el sector público o privado, es creciente la formalización y
mercantilización del cuidado (Grandón
Valenzuela, 2021, p. 12). En el caso mexicano, las mujeres cuidadoras
han alcanzado una proporción del 97%, así lo indicó el Instituto Nacional de
Estadística y Geografía (en adelante INEGI) en la publicación Estadísticas a
propósito del día de las y los cuidadores de personas dependientes (INEGI, 2017, p. 1). En 2023, la
Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo mostró que eran 75%, sin que precisamente
tengan preparación experiencial ni instrumental para la atención de pacientes
con demencia, quienes requieren cuidado especializado desde etapas tempranas. Estas
cifras no son exclusivas de nuestro país, el World Alzheimer Report publicó que,
por ejemplo, las cuidadoras en Uruguay llegan al 90% (Long et al., 2023, p. 54).
Las instituciones de
salud pública no han comenzado a reconvertir la atención de enfermedades
virales e infecciosas a la atención de enfermedades crónico-degenerativas (González González et al., 2015). De tal manera
que el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores sólo cuenta con seis
albergues, cuatro de ellos están en la Ciudad de México, uno en Guanajuato y
otro en Oaxaca (Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores, 2023). Por
otra parte, con respecto de los servicios privados, el DENUE-INEGI (2024) reporta
una lista de trece instituciones que responden a la búsqueda de “Alzheimer” en
el Directorio Estadístico Nacional de Unidades Económicas (DENUE), de las que
sólo cuatro ofrecen el servicio de estancia de tiempo completo con cuidados
especiales.
Las personas responsables
del cuidado de quien padece la EA tienen implicaciones sociales, físicas,
económicas y emocionales (Pérez Trullén et al., 1996,
p. 197) que se ponen en juego de manera más o menos intensa durante el padecimiento,
que terminará solamente cuando el paciente fenezca. El desgaste físico de las
mujeres cuidadoras se agudiza y repercute de manera particular en relación con
las alteraciones alimenticias y de sueño, además de daños óseos y musculares, ya
que sus pacientes supeditan su sujeción y movilidad para solventar sus necesidades
más básicas, como aseo y alimentación (García
Cantillo et al., 2023, p. 494). Aunado a lo anterior, hay un deterioro
progresivo de la salud de la cuidadora por la falta de atención de ella misma y
de quienes le rodean. La combinación de las singularidades del cuidado de la EA
con el intento de la academia por acercarse a este fenómeno social (cada vez
más frecuente), es una ocasión para pensar a las cuidadoras como sujetas
sociales susceptibles de padecer injusticias epistémicas.
En mi experiencia de una
década al cuidado de mi padre, quien padeció y murió de la EA, la demanda de
atención fue intensiva y, en una gran parte del tiempo, absoluta. En los
primeros años de la enfermedad, cuando nos dimos cuenta, él no era dependiente
para su movilidad o la realización de sus necesidades básicas, pero sí era
indispensable que estuviera acompañado y no perderlo de vista. Luego, cuando ya
no podía caminar con precisión, pero sí tenía movimientos, debía estar vigilado
constantemente, porque sus movimientos imprecisos le propiciaban accidentes
severos, como caídas o golpes. En los últimos años, cuando mi padre ya no podía
moverse, se mantenía en cama y dormía más, había que estar pendiente, durante
todo el día, de su hidratación, alimentación, movimiento (intento de
rehabilitación) aseo, estimulación, curación, etc.
Fuimos tres cuidadoras: mi
hermana, yo, y la principal, mi madre. Ella se dedicó de tiempo completo a su
atención, incluso los quehaceres de la casa se delegaron a otra persona. Mi
madre dejó su negocio y también perdió su dinámica de socialización, debido a
que descuidos ligeros podían tener grandes consecuencias como deshidratación,
úlceras en la piel, accidentes, rozaduras, etc. Una característica sustancial en
pacientes de la EA es la pérdida de la voluntad y la atribución de la toma de
decisiones a sus cuidadoras y cuidadores. Lo anterior, antepone una situación crítica
para las personas cuidadoras de la EA (sobre todo si las redes de apoyo son
exiguas). En tanto avanza el padecimiento y las dificultades, las afectaciones
se desarrollan y renuevan. Por ello, generan saberes relacionados con la
higiene, alimentación, movimiento, instrumentalización e incluso el manejo de
las emociones.
En términos generales,
podemos afirmar que los aspectos clínicos de la EA están caracterizados en las
publicaciones académicas, no así, lo relevante del cuidado en su complejidad. Una
razón de ello, desde la experiencia propia, es que quienes nos asumimos como cuidadoras
solemos ser familiares del paciente, lo que implica un duelo punzante y un involucramiento
anímico, aunado a las cargas excesivas de trabajo y esfuerzo físico. Las
mujeres cuidadoras suelen ser quienes tienen la situación más vulnerable de la
familia, con menos accesos académicos, profesionales y económicos (Alvarado García et al., 2019, p. 9). Ello
tiende a acentuar el aislamiento físico, social, profesional y simbólico, pues
no hay apertura de canales para convertir su experiencia en saberes públicos y
publicados. Su voz difícilmente resuena en ámbitos de impacto social, académico
y de salud pública.
Los discursos académicos
pueden llegar a aislarse, las razones responden a las dinámicas institucionales,
entre ellas: las perspectivas metodológicas, epistémicas y editoriales. La
apuesta de esta investigación es la autoetnografía, una metodología relativamente
reciente, cuya gestación se fortaleció en la década de los ochenta (Ellis et al., 2010) y ha representado un
camino alternativo para menguar el aislamiento de las personas investigadoras y
sus instituciones académicas. En oposición a la autoetnografía, recientemente surgió
el concepto “expertos por experiencia”, cuando un grupo académico hizo
reconocimiento y dignificación de “voces autorizadas para proponer innovaciones
que puedan mejorar su propia calidad de vida” (Álvarez Aguado et al., 2021) a
un grupo de participantes con discapacidad intelectual. La autoetnografía busca
que quien investiga, ya sea desde lo particular o en co-construcción narrativa,
trabaje desde sus propias epifanías.
La relevancia de la
autoetnografía no se sustrae a la forma de su proceso, alcanza a su producto (Ellis et al., 2019, p. 19) que se compromete
con el uso de un discurso asequible y evocativo para todos los públicos. Las
autoetnografías son una
herramienta
poderosa para el autoconocimiento, lo cual puede tener un impacto muy positivo
entre miembros de grupos que, por su situación de desventaja ―tales como las mujeres, los grupos étnicos
y religiosos minoritarios, los más pobres y personas con discapacidad― no han expresado su
propia voz. (Bénard Calva, 2019, p. 10)
Es una propuesta para disminuir la brecha entre
saberes académicos y saberes prácticos, y su mutua utilización. Las
publicaciones académicas e institucionales se forjan desde otras voces, que no
son las de las personas cuidadoras de pacientes de la EA. A su vez, estas
publicaciones no llegan a quienes los requieren y, si llegaran, no se encuentra
pertinencia en el abordaje del tema.
La forma de nombrar, en
este caso, al “cuidador”, evidencia la lejanía de la academia con la práctica,
mientras que los documentos estadísticos remiten a una mayoría de mujeres en
esta tarea. El lenguaje no es un asunto menor, es articulador y estructurante,
determina la existencia y legitima las realidades; lo que no se nombra se
oculta. Hablar de “las cuidadoras” evidencia una realidad y una problemática
con la que se tiene una deuda desde la academia.
En las publicaciones
académicas, el cuidado de enfermedades crónico-degenerativas ha cobrado relevancia
en múltiples sentidos: la familiarización y feminización del cuidado informal y
su falta de profesionalización; la vulnerabilidad de salud de las cuidadoras y
sus redes de apoyo; la insuficiencia del sistema público de salud; las afecciones
psicológicas y el “síndrome de la sobrecarga las cuidadoras”[3]; el trato digno de
pacientes de la EA; las familias como responsables del cuidado, entre otras. El
cuidado es un tema que ocupa a la academia, porque, en la cotidianidad de lo
privado y lo público es un problema que se acrecienta.
No obstante, por la
demanda de atención intensiva y especializada en pacientes de la EA, el cuidado
traspasa el ámbito de la salud física e implica la toma de decisiones. Por
ello, las publicaciones al respecto no son suficientes y, por su complejidad, el
tema no se agota. Este trabajo autoetnográfico llevó a la reflexión de tres
perspectivas de injusticia epistémica en torno a las cuidadoras de pacientes de
la EA en la literatura académica: lo extraordinario de la agudización del
cuidado y su complejidad no evidenciada en los estudios publicados; la
experiencia de las cuidadoras que no resuena en los discursos académicos
publicados; y la masculinización del concepto “cuidador” en oposición a la
feminización del cuidado.
Metodología
La metodología aquí presentada es una
autoetnografía. Comenzó con una “descripción rica” (Denzin y Lincoln, 2017, p. 65) en una narrativa propia (de una de
las autoras), tras la experiencia de cuidar a un paciente (padre) con la EA ya
fenecido. Con ello, se identificaron aspectos relevantes en torno a la
complejidad y el sentimiento de soledad como cuidadora. El trabajo escritural
evidenció temáticas destacadas: la familia y las mujeres en el cuidado
intensivo, la ausencia de sus narrativas, el permiso para apologizar la
autoexclusión de los hombres de estas tareas, y la omisión del Estado. Éstas abrieron
la posibilidad de realizar una búsqueda con base en criterios de PRISMA (2020):
Antecedentes.
Una narrativa autoetnográfica arrojó temáticas que propiciaron una primera búsqueda
genérica de literatura, entre sus resultados destacaron conceptos que se
convirtieron en las palabras clave para la búsqueda sistematizada (realizada
del 5 al 26 de octubre de 2022), tanto en español como en inglés. En español: Alzhéimer,
cuidadoras, cuidadores, cuidados paliativos, síndrome del cuidador, síndrome de
sobrecarga, demencia, narrativas, enfermedades crónico-degenerativas. En inglés: Alzheimer,
care, caregiver, palliative care, burnout syndrome, dementia, narratives,
chronic degenerative diseases. Lo anterior, con el
objetivo de concentrar información con respecto de las personas cuidadoras de
pacientes con la EA y articularla con el trabajo autoetnográfico.
Criterios de búsqueda.
Se realizó la búsqueda en las bases de datos académicas de Ciencias Sociales y
Humanidades, puestas a disposición de las y los estudiantes de posgrado y
docentes la universidad a la que las autoras estamos adscritas, así como las
bases de datos de acceso abierto y gratuito, entre las que se encuentran: Google Académico, Elsevier, Anual Reviews, BiblioMedia,
CLACSO, Cambridge Journals, Dialnet, Latindex, Scielo, EBSCO, Wiley Online
Library, Science Direct, Microsoft Academic Search, además, sitios
institucionales oficiales nacionales e internacionales y reportes mundiales de
Alzhéimer.
Criterios
de exclusión. Por la especialidad
temática: artículos relacionados con fundamentos especializados médicos
neurológicos y sus derivados; artículos relativos al autocuidado de personas
adultas mayores. Por la temporalidad: artículos publicados antes del año 2017 -antigüedad
mayor a cinco años-, salvo artículos anteriores que plantean conceptos o
definiciones vertebrales. Por la confiabilidad de las publicaciones: artículos
no publicados en revistas de instituciones académicas o indexadas.
Estrategia de búsqueda.
Con operadores booleanos en español: cuidadores or cuidadoras and
narrativas; cuidadoras or cuidadores and Alzheimer; cuidadoras or
cuidadores and demencia; cuidadores or cuidadoras and
cuidados paliativos; síndrome del cuidador or síndrome de sobrecarga del
cuidador and Alzhéimer and demencia; síndrome del cuidador or
síndrome de sobrecarga del cuidador and narrativas; enfermedades
crónico-degenerativas and cuidadores or cuidadoras. Con operadores booleanos en inglés: Alzheimer and
care; Alzheimer and caregiver; palliative care and narratives; burnout syndrome
and Alzheimer or dementia; narratives and chronic degenerative diseases. Para
la organización de las fuentes se realizó la descarga de los artículos luego de
la lectura del abstract y el título,
en algunos, también la introducción, con la finalidad de identificar si el
artículo se vinculaba con el hilo temático del trabajo autoetnográfico. Se
determinaron tres categorías de selección: directamente vinculado, medianamente
vinculado y sólo de referencia, a las que se les asignó un color: verde,
amarillo y rojo, respectivamente. Se integraron 76 artículos en una tabla de tres
columnas: nombre del artículo, bibliografía y resumen propio de referencia.
Se
integró la información relevante de los artículos en el proceso autoetnográfico
mediante una narrativa en capas, que permitió entramar la experiencia propia
con la literatura encontrada, así como el decir propio y de otras, para asumir
un posicionamiento subjetivo, metodológico y epistemológico. La autoetnografía
explica problemáticas o procesos sociales de forma subjetiva y evocativa, no de
forma estadística o conceptual. Remite las personas existentes detrás de estadísticas
o argumentaciones enunciadas. Este proceso alcanza lo público con
representación social. Propone la fusión entre lo privado y lo social, y que la
introspección se reconozca como proceso sociológico (Ellis, 1991, p. 26). Refiere
“epifanías” (Ellis
et al., 2019, p. 21) cuyo impacto abre camino
para escribir emociones, acciones, y reacciones que revelan cómo una persona negoció
situaciones y efectos intensos.
La autoetnografía con su
búsqueda de literatura, arrojó resultados preliminares: la experiencia propia
durante el padecimiento de mi padre no estuvo orientada por artículos
académicos útiles ni ninguna otra información institucionalizada que abordara
la complejidad del cuidado asequiblemente. Además, la proporción de artículos
encontrados con el concepto “cuidadora” (menor en su propia voz) es opuesto a
la proporción de cuidadoras de la EA, sobresalen publicaciones que nombran “cuidador”.
Ante la feminización y familiarización del cuidado, se tomó la decisión de
utilizar “persona cuidadora” en lugar de “cuidador”, salvo cuando la literatura
o la especificación de búsqueda lo refieran.
Se realizó el abordaje de
las faltas de equidad o injusticias epistémicas, sus caras y formas de gestarse
en la academia y de aparecer, o no, en las publicaciones institucionalizadas,
ya sea por la proximidad a metodologías extractivistas o por la lejanía de los
fenómenos que se investigan. En el atravesamiento de la EA, las personas cuidadoras
generan saberes prácticos y útiles, son sujetas generadoras conocimiento, su
voz existe, mas no los espacios simbólicos e institucionales para su
publicación. Asumen la responsabilidad de cuidado en toda extensión, hasta la
toma de decisiones, lo que diferencia a la EA de otros padecimientos.
La
complejidad del cuidado de pacientes con Alzhéimer
Fui
asignada para cuidar a mi padre la primera noche de hospital, después de su
primera cirugía. Tomé mi turno a las diez de la noche. La vigilante del ingreso
no me mandó a “piso” sino a “hemodiálisis” (me explicó que “sólo ahí había cama
disponible”). El lugar era un cuadro grande con ocho camas, cuatro y cuatro,
encontradas. Las primeras estaban completamente cubiertas con paredes de
plástico. Al final, estaba mi padre del lado izquierdo. Lo vi, de su cabeza salían
dos tubos conectados a unas bolsas a medio llenar de agua y sangre, en su pecho
se le introducía una manguerita delgada que no venía de ningún lado. De entre
sus piernas salía otra manguera más gruesa, su destino era la bolsa atada a la
parte inferior de la cama, para la orina. La mano izquierda tenía conectada la
aguja del suero y tenía ambas manos atadas a la cama.
Una enfermera vio que observaba, mientras
ponía medicamento en el suero. Explicó: “tiene inflamado el cerebro, entre menos
anestesia, más inquieto. Se da levantones. Lo peligroso es que se le suelten
las mangueras de la cabeza, por eso lo amarramos, pero hay que detenerlo del
pecho y las piernas”. Pronto, vi la fuerza del impulso. Lo sujeté del pecho con
una mano y la otra la puse en sus piernas, los movimientos eran imprevistos. Así
transcurrieron horas. Yo movía las piernas porque se me adormecían; me
recargaba un poco en la cama para aligerarles el peso. Parecía que mis pies
explotarían, sentía piquetes en las plantas, entonces, subía un pie a la cama,
lo regresaba y subía el otro. Eso reducía el dolor.
Cerca
de las dos de la mañana, la enfermera me dijo que tenía que darle una medicina
en tabletas. Entonces, ideamos y decidimos molerlas, disolverlas en agua y
ponerlas en una jeringa. Cantamos victoria. Pensamos que estaba resuelto. Yo lo
sujeté y ella maniobró. Mi padre sintió el amargo y escupió justo en mi cara.
Mi cuerpo y fuerzas estaban comprometidas sujetándolo, no puede atajar, sólo
apreté los ojos y la boca. La enfermera miró mi cara mojada de agua, medicamento
y saliva, rápidamente tomó unas gasas y me limpió el rostro de arriba hacia
abajo lentamente, se bajaba mi tristeza, mi coraje repentino e, incluso, el
cansancio.
Mi
padre se calmó cerca de las seis de la mañana, yo me senté en mi silla
asignada, bajé la cama y seguí sujetándolo. Mi reemplazo llegó una hora después
y yo salí con prisa para ir a casa, bañarme y presentarme en el trabajo en
punto de las ocho de la mañana.
***
Un
problema que se presenta al inicio de la EA es la dificultad para obtener un
diagnóstico en el sistema público de salud, pues se asume que los síntomas son
normales en la vejez y que no requiere tratamiento. Contrariamente, “la
demencia no es normal en el envejecimiento y no afecta exclusivamente a las
personas mayores” (Organización Panamericana de
la Salud, 2021). Además, se observa en el discurso institucional y
médico que el padecimiento suele reducirse al olvido de las ideas. Quienes hemos
cuidado pacientes con la EA referimos que las afecciones alcanzan al cuerpo prácticamente
en su totalidad. Sólo en el inicio es que los síntomas se confunden con depresión
y olvidos simples, lo que complica pasar a la atención de un especialista que
inicie un tratamiento. Pensar a la EA con sus síntomas e implicaciones de
cuidado, hará posible considerar la relevancia de la persona cuidadora.
Desde
el principio del diagnóstico en pacientes de la EA, las personas cercanas son
susceptibles a un cambio de vida radical. Su cuidado se vuelve indispensable y
complejo, va tomando formas diferentes e inesperadas por la dependencia casi
absoluta. En 2019, la revista Cuidarte (Alvarado
García et al., 2019, pp. 7-13) de la ciudad de Bogotá, clasificó las
necesidades de pacientes de alzhéimer en tres categorías de cuidado: físico
(dolor y nutrición), psicológico (signos conductuales y procesos cognitivos) y
social (calidad de vida del “cuidador” y su paciente). Incluir a las personas
cuidadoras únicamente en la categoría social quizá sea lo más flagrante, sin
embargo, las personas cuidadores tienen efectos severos en las tres categorías.
La
consideración del dolor en el cuidado de pacientes de la EA destaca porque “es
un síntoma que muchas veces no es diagnosticado y tratado en primer nivel de
atención” (Alvarado García et al., 2019, p. 7).
Comúnmente, lo que se aborda como demanda en las publicaciones son estados de
ánimo cambiantes, irascibilidad y, sobre todo, el olvido. Entre más se pierdan
facultades cognitivas, es menos posible que pacientes den cuenta del dolor. La EA
manifiesta síntomas neurológicos como “insomnio, desmotivación, disfagia, entre
otros, que exacerban el cuadro de dolor”, sin embargo, se minimiza o ignora porque
el paciente “en una etapa avanzada tiene dificultades para verbalizar las
características del dolor: duración, intensidad y localización” (Alvarado García et al., 2019, pp. 7-8).
***
Por
la mañana, a las siete, mi padre tomaba una taza de té natural, ya sea de
yerbabuena o de manzanilla; a las ocho, papilla de manzana o pera cocida; a las
nueve, agua; a las diez, papilla de caldo de pollo o caldo de frijoles, pasta
aplanada con verduras; a las once, nuevamente agua. A mediodía, alguna fruta
rallada que no se terminaba y a la una insistíamos con el resto; a las dos
nuevamente agua. A las tres de la tarde, papilla de verduras, pollo y caldo; a
las cuatro, agua; a las cinco, tomaba otro té; a las seis, le dábamos un
suplemento alimenticio líquido; a las siete, agua. Ya por la noche, a las ocho,
caldo con verduras cocidas; a las nueve, agua o té. Procuraba darle probaditas
de cosas que le gustaban, por ejemplo, una uva pelada y cortada en pedazos
minúsculos, trozos pequeños de durazno ablandado o kiwi. Pelaba frijoles para
darle la parte suave. Así fue su alimentación los últimos tres años de su vida,
hasta el día de su muerte. Al principio con cuchara, después con jeringa.
El
último año de vida de mi padre, mi hermano llegaba a la casa a las seis y media
de la mañana, lo cargaba y lo sentaba en un reclinable, a esa hora, lo cubría
bien y seguía durmiendo en otra posición. Durante el día, le movía las piernas,
lo ponía de lado, le estiraba los dedos de las manos porque las empuñaba y se
clavaba las uñas, le cortaba las uñas, lo cubría si estaba frío y lo refrescaba
si hacía calor. Había que revisarle el pañal, si estaba sucio o mojado,
cambiárselo. Había un fregadero a los pies de su cama, con agua caliente y fría,
en su misma cama lo bañaba. Durante el día, revisaba su piel y la hidrataba con
alguna crema. Cuando ya no pudo hablar, escuchaba con atención los sonidos que
emitía, para adivinar si sentía dolor o alguna otra incomodidad, revisaba su
temperatura, escuchaba su estómago, evaluaba sus heces, etc. Aprendí a
identificar sus signos para actuar a su favor.
***
Profundizar
en el tema de las personas cuidadoras de pacientes de la EA, obliga a hablar de
su calidad de vida. Las aproximaciones que presenta la literatura abordan algunos
aspectos de la dificultad de los cuidados y sus implicaciones. Se suele afirmar
que la situación de las personas cuidadoras “se vuelve compleja debido a que
reduce su capacidad de crecimiento personal y profesional” (Alvarado García et al., 2019, p. 12). La exacción
es mostrar sus dimensiones sociales, físicas, emocionales, psicológicas y de
salud, hasta su posible colapso. Las personas cuidadoras y algunas
publicaciones bordean la idea de la gratificación, y podría entenderse por la familiarización
del cuidado, aunque se corre el riesgo de romantizar la práctica. No se trata
de minimizar la gratificación, pero es posible que se reste el problema imperante
y real. El cuidado de la EA no es posible en una sola persona.
En
2014 se publicó un estudio denominado Emotional
and Behavioral Symptoms in Neurodegenerative Disease: A Model for Studyng the
Neural Bases of Psychopathotogy, que plantea que el daño neurológico en la EA
tiene cinco síntomas principales: apatía, desinhibición, ansiedad, euforia y
disforia (Levenson et al., 2014, pp. 589-591).
La
Secretaría de Salud (2021) describe los síntomas del padecimiento desde una
perspectiva de cuidados en dos etapas, en la primera: olvidos de eventos
recientes, problemas de lenguaje, desorientación, cambios en el estado de
ánimo, alteraciones del pensamiento abstracto, pérdida de habilidades
previamente adquiridas, olvido de lugares habituales, nombres de personas
cercanas, vestirse por sí mismas, entre otras; en la segunda etapa, la fase
terminal: dificultades al tragar, caminar, hablar e incontinencia fecal y
urinaria.
Las
dos referencias anteriores, son similares en lo correspondiente con las
primeras fases del padecimiento, aun cuando hay siete años de diferencia entre
las dos publicaciones. Tras mi experiencia del cuidado de una persona con la EA,
me es posible dar cuenta de que no se pueden determinar solamente dos etapas
ni, mucho menos, trazar límites precisos entre unas y otras. Cuando se
consideran experiencias de otras personas cuidadoras, la idea de trazar esas
dos etapas se desdibuja aún más. El proceso de la enfermedad es denso, complejo,
multidimensional y tiene altibajos. Al agudizarse los síntomas, afectan al
cuerpo, inhibiendo la movilidad y la posibilidad de satisfacer sus propias
necesidades. El curso que toma la enfermedad es único, pues existen factores
que empeoran o complican las condiciones de pacientes con la EA. Las
implicaciones emocionales pueden ser causa o factor, así como el aislamiento
social y la pobreza (Kane y Kane, 2000, p. 660).
La
dilución de la relevancia de las personas cuidadoras: la injusticia epistémica
La
injusticia epistémica tiene diversas caras, de entrada, hay dos formas relacionadas
con la dirección de los saberes y cómo éstos se bloquean en su circulación: de
manera descendente o ascendente. Miranda Fricker (2021, pp. 98-99) les nombra
injusticia discriminatoria y distributiva, la primera consiste en negarle los espacios
a las personas que generan saberes y la segunda en que los saberes gestados en
la academia no llegan a quienes los requieren. Hablar de “sujeto epistémico o de
conocimiento” (Fricker, 2017, p. 111), no
es lo mismo que hablar de sujetos que publican saberes, es decir, hay
diferencia entre las personas que saben y personas que transmiten saberes (Fricker, 2017, p. 212). La diferencia refiere
injusticias que orientan formas de silencio: la cosificación epistémica, el
oyente menoscaba al hablante en su capacidad de generar saberes; el testimonial
anticipado, no se escucha al hablante por no creerle sujeto de conocimiento (Fricker, 2017, pp. 207-213).
Las
desventajas de las cuidadoras son transversales, el origen podría encontrase en
la distribución del trabajo y la falta de mecanismos sociales en el mercado
laboral, lo que ha impedido la redistribución igualitaria de las tareas de
cuidado (Riveros, 2018). Por lo anterior, dicha labor recae en las mujeres,
pero el problema se reproduce en otros espacios. Es preciso preguntarse por la
academia ¿cuáles saberes son institucionalmente aceptados? ¿Cuáles son las
condiciones de formalización? y ¿qué voces están presentes en las publicaciones
académicas? En otro sentido, ¿a quiénes se dirigen las editoriales
universitarias o revistas académicas con investigaciones (provenientes de
presupuesto público)? ¿Quiénes reciben los saberes? ¿Cuáles saberes aceptan los
públicos? ¿Qué proceso valida los saberes?
Las
personas cuidadoras suelen ser mujeres ―y tienen una condición de mayor
vulnerabilidad: económica, laboral, académica y, en ocasiones, hasta física―, durante
su tránsito en la labor de cuidado, generan prácticas funcionales que no son
documentadas, dichas o publicadas por ellas mismas. El cuidado se aborda en las
investigaciones, pero la participación de las cuidadoras suele remitirse a
testimonios. Hay una aproximación al problema, luego los testimonios se institucionalizan
y academizan, pero las publicaciones no arriban a la cotidianidad pública y
social. Preguntarse por los saberes: ¿a dónde van? ¿De dónde vienen? y ¿cómo se
presentan? es clave para problematizar las injusticias epistémicas.
***
Dos
cosas causaban gran dolor cuando me di cuenta de que mi padre padecía la EA: la
irreversibilidad de la enfermedad y su avance exponencial. Busqué en libros,
artículos y sitios de salud nacionales e internacionales. Encontré causas y
síntomas generales, superfluos o ininteligibles. Por un lado, la pérdida de
memoria y olvidos sistemáticos, los cambios de estado de ánimo, y otros
generales, por el otro, las explicaciones de las causas fisiológicas. Nada
logró mostrarme lo que venía, ni el dolor, ni los recursos, ni las fuerzas necesarias,
ni las noches sin dormir, ni el cuidado intensivo que mi padre iba a necesitar.
***
Las
revistas académicas y científicas no son asequibles para la generalidad de la
sociedad que requiere saber. Cuando se accede a artículos académicos de acceso
abierto, el proceso para familiarizarse con el formato y la especialización del
bagaje es complejo. Sucede algo similar con los libros, resultado de
investigaciones científicas. El conocimiento no se agota en las instituciones
académicas, aunque así pareciera con frecuencia. Quizá las personas cuidadoras
no accedieron a la educación formal, ni a la lecto-escritura, sin embargo, tienen
experiencia en prácticas de atención paliativa, pero, al no tener acceso a la
publicación de sus saberes están “dañadas en su capacidad de sujetas epistémicas” (Fricker, 2021, p. 98).
***
La
casa de mi padre se fue modificando. Al principio, cuando mi padre aún tenía
movilidad, seguía en su cama matrimonial ubicada en una esquina, para que lo contuviera
por un lado la pared (antes estaba al centro de su habitación). En la esquina
opuesta, una cama individual para quien lo cuidaba, de ahí se podía ver de
frente. Yo, arrastraba la camita para pegarla a la suya, sentía seguridad, pues
si se movía voluntaria o involuntariamente, por las noches, no caía al piso. Me
asustaba, pues al rodarse me alertaban los golpes de sus manos.
Cuando
ya no tenía movimiento, la cocina se mudó y lo que antes era el fregadero
sirvió como despachador de agua fría y caliente para el aseo de mi padre, ya su
cama era individual, ubicada donde antes estuvo un pequeño desayunador. De
manera funcional, construimos la instrumentalización intuitiva e
improvisadamente para su atención.
***
Otra
forma de injusticia consiste en los abordajes conceptuales y epistemológicos que
no corresponden con las necesidades sociales. La falta de pertinencia de las
investigaciones académicas con respecto de las problemáticas emergentes en las
sociedades contemporáneas hace una brecha entre la vida cotidiana y la
investigación científica. El extractivismo contribuye, las prácticas académicas
se sirven de “participantes” para sus intereses (Contreras
López et al., 2023, p. 569). Las y los participantes suelen conformar
grupos vulnerados y pese a que otorgan gran cantidad de información, no tienen
participación en la autoría y, en la mayoría de los casos, ninguna forma de
retribución (Torres Carrillo, 2019, p. 81).
Las
personas en desventaja geográfica, social, económica, de acceso a la cultura
institucionalizada y educación formal, todas ellas atravesadas por el género, no
encuentran espacios formalizados para la producción de conocimiento. En un país
como México en el que sólo un 0.1% de la población tiene acceso a un doctorado
(Organization for Economic Cooperation and Development, 2019), la posibilidad
de poner a circular conocimiento desde la academia es para pocas personas.
Para el cuidado de la EA dentro de
las familias, se suele considerar que las mujeres dejen sus trabajos, aunque sean
redituables y estables. Incluso, hay familias que asumen el ingreso de la
cuidadora y se le paga por ello, como si se aceptara que una mujer renuncie a
sus aspiraciones sociales, laborales y familiares. En las relaciones de
trabajo, la enfermería es mayoritariamente asumida por mujeres, y ahí también suelen
padecer injusticias. Las organizaciones se entrometen en su vida personal, para
obtener información que sirve para determinar guardias nocturnas o en días
festivos (Tíscar y Fernández, 2023, pp. 1-2).
Las personas cuidadoras de pacientes
de la EA no tienen el camino labrado para que su saber sea puesto en la discusión
epistémica. Las mujeres ocupamos un lugar preponderante en el cuidado, por ello
habremos de cuestionarnos por qué los discursos apuntalan a que las mujeres
tenemos habilidades y posibilidades inherentes, ya que con ello se perpetúa un
modelo asimétrico de participación social y de acceso a oportunidades.
La
feminización del cuidado y la masculinización del concepto
Hablar
de “cuidadores” es, hasta cierto punto, injusto porque somos las mujeres las
más presentes o las cuidadoras principales, aunque eventualmente haya apoyo de
otros y otras. En español se usa el masculino genérico para designar a todos
los individuos de la especie, la distinción de sexos va contra el principio de
economía del lenguaje y es incorrecto emplear el femenino para aludir
conjuntamente a ambos sexos, aunque la cantidad de mujeres sea mayor a los
hombres (Real Academia de la Lengua Española
[RAE] y Asociación de Academias de la Lengua Española [AALE], 2023). La
RAE explica “lo correcto” del lenguaje, aun así, indica que “la mención
explícita del femenino sólo se justifica cuando la oposición de sexos es relevante
en el contexto” (RAE y AALE, 2023) y, en
este caso, corresponde cuestionar qué es hablar del lenguaje correcto, es
decir, qué muestra y qué oculta cuando se refiere a quiénes hacen el trabajo de
cuidado con implicaciones serias para su vida y la implicación de su género. El
asunto justifica el nombramiento de ambos géneros. Y, en este caso, también
surgen las preguntas: ¿resuelve la falta de equidad que hablemos de cuidadoras?
¿Hablar de cuidadoras otorga un espacio simbólico para que se escuche la voz de
las mujeres que comprometen su salud integral? Quizá no, pero se abre la discusión
del tema en lo público y lo privado, para mostrar la normalización del cuidado
a cargo de las mujeres, más allá de los atributos necesarios para ello, pese a nuestras
posibilidades físicas.
El
“Estudio descriptivo sobre el perfil
de los cuidadores de personas con demencia: la feminización del cuidado”
(Lago Urbano y Alós Villanueva, 2012) aborda la situación española con respecto
de los cuidados de personas con la EA y plantea que existen tres instituciones
que brindan atención a los enfermos: la familia, el Estado y la iniciativa
privada o el mercado. Empero, en México, aunque pudieran existir esas tres
alternativas, la más constante para la recepción de los pacientes es
precisamente la familia, en donde la mayoría permanece (Orozco Rocha y González González, 2021, p. 135). Las razones son
diversas, la principal es que la persona con EA va manifestando síntomas de
manera paulatina y en tanto eso sucede, hay un o una familiar, (mujer,
mayoritariamente) que va asumiendo el encargo. La línea que determina el
comienzo de la enfermedad está muy desdibujada, pero hay un momento en el que quien
padece la EA requiere cuidado intensivo y la familia se introduce como “la
principal fuente de apoyo de las personas con demencias, al punto que llega a
suplir las lagunas del sistema sanitario” (Lago
Urbano y Alós Villanueva, 2012, p. 25).
En
el tránsito por la EA, se suscitan una serie de cambios impredecibles y
diversos y, aunque la situación se vuelve exponencialmente más crítica, los
caminos suelen ser disímiles. Ello obliga a la persona cuidadora a estar
expectante y vigilante de lo que le pasa a quien padece la enfermedad. La EA
cambia la vida de las familias cuyo desconocimiento de las formas de atención y
los recursos existentes, determina la dinámica. Esta situación se produce en un
contexto social, entre los valores que obligan a priorizar la dedicación por
completo al cuidado de un familiar enfermo, dejando a un lado los intereses y
necesidades particulares y personales (Lago
Urbano y Alós Villanueva, 2012, p. 25).
La
feminización del cuidado es recurrente en las culturas occidentales,
esencialmente patriarcales, por tanto, en las mujeres se descargan las labores
que corresponden a la casa, entre las que se encuentra el cuidado de los niños,
enfermos y adultos mayores, mucho más si estos últimos también están enfermos (Orozco Rocha y González González, 2021, p. 119).
En el caso de las personas adultas mayores con la EA, el cuidado se vuelve
intensivo, de tiempo completo y en todos los aspectos del sujeto. Más de dos
tercios de la población cuidadora corresponde a mujeres y son quienes tienen
mayores afectaciones. “La literatura científica afirma en específico que cuidar
a un familiar dependiente, especialmente si padece demencia, provoca
importantes consecuencias para la salud psicológica y física de los cuidadores” (Lago Urbano y Alós Villanueva, 2012, p. 25).
Un
estudio mexicano basado en narrativas del cuidado de alzhéimer refiere a una
mujer con la EA, cuyo “cuidador principal”, su esposo, en el momento de recibir
instrucciones se hace acompañar por su hermana (Suárez
Rienda y Lemus Alcántara, 2021, pp. 306-307). El hombre no se asumió
“cuidador” ante el quehacer específico, se hizo a un lado para que su hermana (quien
no conocía las implicaciones) se hiciera cargo.
***
Mi
padre tenía en el cerebro agua acumulada por golpes añejos, por ello, tuvo tres
cirugías intracraneales que consistían en realizar orificios para drenar el
líquido. Eran delicadas, de todas salió grave e, incluso, en coma más o menos
profundo. De la primera, fue directo a piso (de las dos siguientes, lo enviaron
a terapia intensiva), por lo tanto, desde el momento de su arribo a la cama
alguien debía acompañarlo durante el día y la noche. Mi mamá había permanecido
en el hospital durante la operación y fue quien organizó cómo serían las
guardias de cuidado. Yo llegué cerca de las 16:00 horas, le pregunté cómo había
salido la cirugía y si podría pasar a verlo. Ella me respondió “sí puedes pasar
a verlo, pero mejor no pases”. Pensé que quería evitarme alguna impresión por
los resultados de la cirugía. No era así, dijo: “mejor vete a descansar un rato
a tu casa para que regreses por la noche a quedarte”. En ese tiempo, en casa
éramos dos mujeres y dos hombres, con un empleo formal con horario de oficina,
yo además impartía unas clases por la tarde. Pero, uno de los hombres tenía
permiso por tres días en su trabajo, entonces a la mañana siguiente podría
descansar. Le cuestioné por qué no se quedaba él, que no tenía que trabajar al
día siguiente. Su respuesta fue: “él no sabe, se pone nervioso y le hormiguea
aquí”, mientras señalaba la nuca.
Me
quedé esa primera noche. La siguiente se quedó mi hermana y la tercera y
cuarta, no hubo más remedio, les tocó a los dos hombres. Pero ellos no lograron
quedarse solos, consiguieron un permiso en el hospital para llevar a una
acompañante, el primero llevó a su esposa y el segundo contrató a una enfermera,
cubrieron la noche de cuidado acompañados por una mujer que, como calificaría
mi madre, sí sabe.
Reflexiones
finales
Entregué
a mi padre… Así se le suele llamar al momento en el que se acompaña a la
entrada del quirófano y se firma la autorización, por ser familiar. Lo llevé a
las 6:30 de la mañana, acompañada de mi madre, pero yo entré con él. Alguien
nos llevó una silla de ruedas al arribar porque notaron la dificultad de su
movimiento, ni siquiera supe de donde vino. Entré por urgencias, empujando a mi
padre, indiqué que iba a quirófano, tomaron sus datos, verificaron la
programación de la operación y me pidieron entrar. Atravesé urgencias y llegué
hasta un filtro donde me dijeron a dónde debía llegar. Avancé y una enfermera
me recibió, me pidió esperar para tomar la ropa de mi “pacientito”. Una
chamarra roja, un pantalón gris, una camisa azul claro y zapatos negros; le
dejaron los calcetines un rato más, la mañana era fresca.
Cuando
esperaba la ropa, llegó el neurocirujano, una cara familiar, un aliado en el
reconocimiento, aceptación y acciones en favor de la salud de mi papá. Le
sonreí con agradecimiento, él había manifestado su preocupación por que la
cirugía fuera pronto. Antes de poder saludarlo, se acercó otro médico, mientras
me preguntaba: “¿usted es la familiar?” No tuve que responder porque el
neurocirujano respondió: “sí, ella es la hija de Don Chava”. El médico se
presentó, era el anestesiólogo, me indicó que tenía que firmar el consentimiento,
me enumeró los riesgos y las complicaciones: la edad, la tráquea que tendía a
cerrarse, el daño neuronal, la apertura del cráneo, el porcentaje de
sobrevivencia de menos del 50%, el neurocirujano intervino: “ella ya sabe, yo
ya hablé con toda la familia”. Me miró y yo asentí. Tomé la tabla y firmé. Yo
elegí la mejor opción, pese a los riegos. Ahora me cuestiono el futuro, pienso:
“en una situación similar ¿habría alguien que decidiera por mí?”
***
La
reducción de la tasa de natalidad, el alargamiento de la esperanza de vida y el
control de las enfermedades infecciosas, ofrecen un panorama crítico que requiere
una reorientación de las instituciones públicas de salud para la atención de los
padecimientos crónico-degenerativos, más comunes en la vejez. Este artículo
apenas comienza a vislumbrar la relevancia de evidenciar la singularidad de la
carga de las mujeres cuidadoras de pacientes de la EA. Asimismo, remite a la
importancia de poner en la discusión pública y privada los alcances de la
demencia en relación con los requerimientos de su atención. Reconocer lo
anterior, posibilitará la apertura y ruptura de metodologías rigurosas que
abran lugar a las cuidadoras como sujetas epistémicas, facultadas para
documentar su experiencia, penetrar discursivamente la vida política y tener un
efecto en las instituciones públicas de salud.
La
autoetnografía permitió hacer un atravesamiento de la vivencia en un proceso trascendente,
significativo y evocativo, para abrir la discusión con otras personas que
viven, han vivido o vivirán la experiencia del cuidado, para pensar y repensar
las formas de la distribución del trabajo y cómo hacer un ejercicio equitativo
y justo en la práctica del cuidado. Esta metodología ha tomado en la academia
una postura epistemológica crítica, con la posibilidad de construir en medio
del abismo entre los saberes científicos y cotidianos.
***
Cuando
comencé esta investigación autoetnográfica con respecto de mi experiencia, no
sólo de cuidar sino también de vivir el duelo por el padecimiento de mi padre,
reconocí que el miedo era transversal en mi trabajo. Tengo miedo de pasar por
lo mismo que pasó él, pero, más aún, sin sus condiciones familiares. Tengo
miedo de no tener quien tome decisiones por mí y en mi favor. La familia que yo
tendré en la vejez no será igual, ni siquiera parecida a la familia que mi
padre construyó. De entrada, soy mujer, una que no tiene hijos y que, si los
tuviera, tampoco querría que vivieran lo que yo viví. Mi miedo ha sido un
movilizador para desear y buscar, que las condiciones del cuidado cambien.
***
La
EA es un desafío enorme para los sistemas de salud pública en el mundo. Si la
tendencia actual continúa, la cantidad de personas con la enfermedad se incrementará
“a 82 millones en 2030 y 152 millones en 2050” es decir, será “la primera causa
de discapacidad en adultos mayores y la mayor causa de dependencia” (Llibre-Rodríguez et al., 2021, p. 2). Ninguno
de los estudios o modelos de predicción de aumento con respecto de la EA entre
2000 y 2050 indican un incremento de menos del triple (Sloane et al., 2002, p. 223).
La labor de cuidado de la
EA habrá de reconocerse y de considerarse como una experiencia llena de
riquezas y útil como un referente para otras personas cuidadoras. Los saberes
que se propician y generan en la cotidianidad del cuidado, prácticamente no
están presentes en los documentos académicos e institucionalizados. Al no
considerarse esos saberes, los decires científicos se alejan de la realidad y
poco pueden aportar a quienes requieren la información por comenzar a vivir la
experiencia de manera abrupta y sin aviso. Es necesario pensar a los estudios
científicos desde otras perspectivas, para favorecer a la justicia epistémica y
abonar a las problemáticas que imperan en la actualidad (Boulton, 2021, p. 20). La autoetnografía es un camino por andar, pues
se precisa quebrantar las barreras de la disciplinariedad y generar
conocimiento de manera multi y transdiciplinaria.
Es urgente apuntalar los
estudios hacia el corte autoetnográfico, atravesados por la experiencia de
quien investiga, con mayor proximidad social y una ruptura en el discurso
academicista. Lograr la introducción de estudios autoetnográficos en la
academia llevará a buen puerto la producción de trabajos evocativos que abran
los accesos para públicos amplios, más allá de los espacios académicos. Es
preciso contribuir para aminorar la distancia entre las cuidadoras y los
discursos académicos de forma transparente y participativa, a efecto de
favorecer para enfrentar el reto del cuidado de pacientes de la EA, una amenaza
constante que genera sufrimiento tanto en pacientes como en sus familiares.
Bibliografía
Alvarado García, A. M.,
Alvarado Hueso, P. V., Rojas Méndez, L. T. y Oviedo Tao, P. A. (2019).
Necesidades de cuidado en los pacientes con demencia y/o alzheimer: una
revisión integrativa. Revista Cuidarte, 10(3), 1-18. https://doi.org/10.15649/cuidarte.v10i3.813
Álvarez-Aguado, I., Carrasco
Delgado, P., Gonzáles Carrasco, F., Exss Cid, K., Jarpa Azagra, M., Spencer
González, H. y Vega Córdoba, V. (2021). Expertos por Experiencia. El proceso de investigación inclusiva: un
desafío para los nuevos tiempos. Ediciones Universitarias de Valparaíso.
https://doi.org/10.2307/j.ctv261rc3b
Alzheimer’s Association
(s.f.). ¿Qué es el Alzheimer? Alzheimer’s Association. https://www.alz.org/alzheimer-demencia/que-es-la-enfermedad-de-alzheimer
Bénard Calva, S. M.
(2019). Introducción. En S. M. Benard Calva (Comp.), Autoetnografía. Una metodología cualitativa (pp. 9-14). Universidad Autónoma de
Aguascalientes. https://editorial.uaa.mx/docs/autoetnografia2.pdf
Boulton, G. S.
(2021). Science as a Global Public Good. A Position Paper of
the International Science Council. International Science Council. https://council.science/wp-content/uploads/2020/06/ScienceAsAPublicGood-FINAL.pdf
Breijyeh, Z. y Karaman, R.
(2020). Comprehensive
Review on Alzheimer's Disease: Causes and Treatment. Molecules,
25(24), 1-28.
https://doi.org/10.3390/molecules25245789
Contreras López, R. E., García
Soberano, C. A. y Jiménez Rosado, R. D. (2023). Enseñanza de la
investigación: un giro hacia prácticas epistémico-pedagógicas. Revista Educación Superior y Sociedad, 35(2), 552-579. https://doi.org/10.54674/ess.v35i2.740
Denzin, N. K. y Lincoln, Y. S. (Coords.)
(2017). Manual de investigación
cualitativa. Vol. 1. El campo de la investigación cualitativa. Gedisa.
Díaz Pedroza, A. D.
(2022). El Alzheimer no lo borra todo: experiencias de una cuidadora mayor
primaria en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México. Revista Latinoamericana de
Estudios de Familia, 14(2), 98-114.
https://doi.org/10.17151/rlef.2022.14.2.6
Directorio Estadístico
Nacional de Unidades Económicas-Instituto Nacional De Estadística Y Geografía
(2024). Sitio oficial DENUE. Recuperado el 22 de febrero de 2024 de DENUE
https://www.inegi.org.mx/app/mapa/denue/default.aspx
Ellis, C. (1991).
Sociological Introspection and Emotional Experience. Symbolic Interaction, 14(1), 23-50. https://doi.org/10.1525/si.1991.14.1.23
Ellis, C., Adams, T. E. y Bonchner, A. P. (2019). Autoetnografía: un
panorama. En S. M. Benard Calva (Comp.), Autoetnografía. Una metodología
cualitativa (pp. 17-41). Universidad Autónoma de Aguascalientes/El Colegio
de San Luis. https://editorial.uaa.mx/docs/autoetnografia2.pdf
Fricker, M. (2017). Injusticia epistémica. Herder.
Fricker, M.
(2021). Conceptos de injusticia epistémica en evolución. Las Torres de Lucca: Revista Internacional de Filosofía Política, 10(19), 97-103.
https://doi.org/10.5209/ltdl.76466
García-Cantillo, C.,
Reyes-Ruiz, L., Navarro-Obeid, J., Sánchez-Villegas, M. y Cervantes-Gil, Z.
(2023). Conceptualizaciones del cuidado informal y su contribución a la
visibilidad del cuidador. Gaceta Médica
De Caracas, 131(S3), 489-494. https://doi.org/10.47307/GMC.2023.131.s3.23
González González, R., Dávila
Hernández, A. y Santana Portillo, J. A. (2015). Visión
panorámica de las enfermedades crónico-degenerativas. Revista Internacional
de Acupuntura, 9(2), 57-69. https://doi.org/10.1016/j.acu.2015.06.004
Grandón Valenzuela, D. E.
(2021). Lo personal es político: un análisis feminista de la experiencia
cotidiana de cuidadoras informales de personas adultas en situación de
dependencia, en Santiago de Chile. Cadernos
Brasileros de Terapia Ocupacional, 29,
1-14. https://doi.org/10.1590/2526-8910.ctoAO2161
Gutiérrez Robledo, L. M. y
Arrieta Cruz, I. (Coords.)
(2014). Plan de acción Alzhéimer y
otras demencias México 2014. Instituto Nacional de Geriatría/Secretaría de
Salud. https://www.alzint.org/u/Mexico-National-Dementia-Plan_alzheimer_WEB.pdf
Huang, L. K., Chao, S. P. y
Hu, C. J. (2020). Clinical trials of new drugs for Alzheimer disease. Journal of Biomedical Science, 27(18),
1-13. https://doi.org/10.1186/s12929-019-0609-7
Instituto Nacional de Estadística y Geografía (2017). Estadísticas
a propósito del día de las y los cuidadores de personas dependientes.
INEGI. https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/aproposito/2017/cuidadores2017_Nal.pdf
Instituto Nacional de Estadística y Geografía
(29 de mayo de 2023). Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo. INEGI. https://www.inegi.org.mx/programas/enoe/15ymas/
Instituto Nacional de las
Personas Adultas Mayores (24 de enero de 2023). Albergues y
residencias de día INAPAM. Gobierno de México.
https://www.gob.mx/inapam/acciones-y-programas/albergues-y-residencias-diurnas-inapam
Kane, R. L. y Kane, A. R. (2000).
Assessment in Long-Term Care. Annual Review of Public Health, 21, 659-689. https://doi.org/10.1146/annurev.publhealth.21.1.659
Lago Urbano, R. y Alós
Villanueva, P. (2012). Estudio descriptivo sobre el perfil de los
cuidadores de personas con demencia: la feminización del cuidado. Psicogente, 15(27), 24-35.
Levenson, R. W., Sturm, V. E.
y Haase, C. M. (2014). Emotional and Behavioral Syntoms in Neurodegenerative
Disease: A Model for Studying the Neural Bases of Psychopathology. Annual
Review of Cinical Psychology,
10, 581-606. https://doi.org/10.1146/annurev-clinpsy-032813-153653
Llibre-Rodríguez, J. de J.,
Padrón Santiesteban, I., Noriega-Fernández, L., Guerra-Hernández, M. A., Zayas
Llerena, T., Hernández Ulloa, E., Alfonso Chomat, R. C. y Gutiérrez Herrera, R.
(2021). Sobrecarga y asociaciones de riesgo en cuidadores de personas con
demencia durante la pandemia por la COVID-19.
Revista Habanera de Ciencias Médicas,
20(4), 1-10.
https://revhabanera.sld.cu/index.php/rhab/article/view/3944/2915#about
Long, S., Benoist, C. y Weidner, W. (2023). Informe
Mundial sobre el Alzheimer 2023: Cómo reducir el riesgo de demencia: nunca es
demasiado pronto, nunca es demasiado tarde. Alzheimer's Disease International. https://www.alzint.org/u/World-Alzheimer-Report-2023_Spanish.pdf
Organización
Panamericana de la Salud (18 de
noviembre de 2021). Reunión
técnica sobre los aspectos de salud pública de la demencia en las américas. Organización Panamericana de la Salud. https://www.paho.org/es/node/82220/reunion-tecnica-sobre-aspectos-salud-publica-demencia-americas
Organization for Economic
Cooperation and Development (2019). Education at a Glance 2019. OECD. https://www.oecd.org/education/education-at-a-glance/EAG2019_CN_MEX_Spanish.pdf
Orozco-Rocha,
K. y González-González, C. (2021).
Familiarización y feminización del trabajo de cuidado frente al trabajo
remunerado en México.
Debate feminista, 62,
117-141. https://doi.org/10.22201/cieg.2594066xe.2021.62.2276
Pérez Trullén, J. M., Abanto
Ald, J. y Labarta Mancho, J. (1996). El síndrome del cuidador en
los procesos con deterioro cognoscitivo (demencia). Atención primaria, 18(4),
194-202. https://www.elsevier.es/es-revista-atencion-primaria-27-articulo-el-sindrome-del-cuidador-procesos-14332
PRISMA Transparent reporting of systematic reviews and meta-analyses (1 de octubre de 2020). PRISMA. http://www.prisma-statement.org/documents/PRISMA_2020_checklist.pdf
Real Academia de la Lengua
Española y Asociación de Academias de la Lengua Española (15
de septiembre de 2023). Diccionario
Panhispánico de Dudas. Real Academia Española. https://www.rae.es/dpd/
Riveros, C. (2018).
Aproximaciones a los feminismos contemporáneos en América Latina. En C. Silva
Flores, A. Noyola Rodríguez y J. Kan (Coords.), América Latina: una integración regional fragmentada y sin rumbo
(pp. 180–201). CLACSO.
https://doi.org/10.2307/j.ctvn96f4f.10
Secretaría de Salud
(5 de octubre de 2021). Enfermedad de
Alzheimer, demencia más común que afecta a personas adultas mayores.
Gobierno de México.
https://www.gob.mx/salud/es/articulos/enfermedad-de-alzheimer-demencia-mas-comun-que-afecta-a-personas-adultas-mayores?idiom=es
Sloane, P. D., Zimmerman, S., Suchindran, C., Reed, P., Wang, L.,
Boustani, M. y Sudha, S. (2002).
The Public Health Impact of Alzheimer’s Disease, 2000-2050: Potential
Implication of Treatment Advances. Annual
Review of Public Health, 23,
213-234. https://doi.org/10.1146/annurev.publhealth.23.100901.140525
Suárez Rienda, V. y Lemus
Alcántara, S. (2021). La atención paliativa en enfermedades
neurológicas degenerativas. Una mirada socioantropológica. Cuicuilco. Revista de Ciencias Antropológicas, 28(81), 289-312.
Tíscar-González, V. y
Fernández Lasquety, B. (2023). Las enfermeras base de la salud
global. Tesela, Liderazgo y Gestión, 31, 1-19. https://doi.org/10.58807/revtesela20236341
Torres Carrillo, A.
(2019). Pensar epistémico, educación
popular e investigación participativa. Editora Nómada, IPECAL.
[1]Universidad
Autónoma de Aguascalientes. Correo electrónico: deisy.martinez@edu.uaa.mx
[2]Universidad
Autónoma de Aguascalientes. Correo electrónico: smbenardc@gmail.com
[3]Condición
gestada en personas cuidadoras de pacientes de enfermedades
crónico-degenerativas. Tiene alcances físicos, emocionales, psicológicos y
sociales que pueden llevar al colapso de la persona cuidadora. Es recurrente en
familiares cercanos, por ello se agudiza por las emociones como el aprecio,
culpa, miedo, duelo, etc. No termina con el fin del cuidado, pues se puede tornar
en una dificultad para reintegrarse a las actividades cotidianas (Pérez Trullén
et al., 1996).