THE
LIVES THAT MATTER
POLICIES OF LETTING DIE
TO TRANS SEX WORKERS OF THE CITY OF PUEBLA
Abel
Lozano Hernández[1]
Ana
Karen Galindo Cruz[2]
Geovanni
Arturo Alvarado Garduño[3]
DOI:
https://doi.org/10.32870/lv.v7i60.7867
Resumen
La ciudad de Puebla se ha consagrado como
un lugar proclive a grupos conservadores, ya sea desde la sociedad civil o
desde la administración pública. En los últimos años, una de las problemáticas
para dichos grupos ha sido la regulación o erradicación del trabajo sexual, específicamente
de las calles del centro histórico de la angelópolis. Así, han surgido
propuestas para excluir de forma arbitraria y violenta a las personas que
ejercen el trabajo sexual a través de la creación de “zonas de tolerancia”, las
cuales más allá de ofrecer un espacio seguro para las trabajadoras sexuales,
emergen como manifestaciones de segregación social y sexual que parten de la
obligatoriedad de la heteronormatividad hasta el ejercicio biopolítico de
administrar a un segmento de la población a través de situaciones económicas
precarias.
Palabras
clave: trabajo sexual, biopolítica, necropolítica, derechos
humanos, mujeres transexuales
Abstract
The city of Puebla has established itself as a place prone to conservative
groups, either from civil society or from the public administration. In recent
years, one of the problems for these conservatives’ groups has been the
regulation or eradication of sex work specifically from the streets of the
historic center of the city. Thus, proposals have emerged to arbitrarily and
violently exclude people who perform sex work through the creation of
“tolerance zones”, which, beyond offering a safe space for sex workers, emerge
as manifestations of social and sexual segregation that start from the
obligatory nature of the heteronomy up to the biopolitical exercise of managing
to a segment of the population with precarious economics situations.
Keywords: sex work, biopolitics, necropolitics,
human rights, transgender women
Recepción: 26 de noviembre
de 2023/Aceptación: 22 de abril de 2024
Introducción
La ciudad de Puebla se ha consagrado como
un lugar con presencia de grupos conservadores, ya sea desde la sociedad civil
o desde la administración pública. En los últimos años, sobre todo desde el
regreso del Partido Acción Nacional a la presidencia municipal, se ha vuelto
una problemática para dichos grupos la regulación o erradicación del trabajo
sexual, especialmente en las calles del centro histórico de la ciudad, por
ejemplo, los medios de comunicación se han encargado de señalar que “antes
había espacios donde la gente entraba y salía, pero ahora, al tenerlo en la vía
pública la verdad sí, es una muy mala imagen” (Valerio, 2022). Esta es la razón
por la cual se pretenden crear zonas de
tolerancia y con ello excluir de forma arbitraria y violenta a las personas
que ejercen el trabajo sexual en el centro de la angelópolis.
A través de la
vinculación con la Secretaría de Igualdad Sustantiva de Género del Municipio de
Puebla (SISGMP) de 2018-2021 se entrevistaron a cuatro mujeres trans situadas
en un rango de edad entre los 30 y 52 años, se priorizaron sus testimonios por ser
afines al artículo y la brevedad del mismo. La mayoría de ellas nacieron en
otro estado y migraron a Puebla, provienen de familias con posiciones
socioeconómicas precarias. Con la intención de dar una idea sobre del clima
político de la ciudad, también se retomaron algunas notas periodísticas de
medios locales. Es imprescindible señalar que las entrevistas se realizaron en septiembre
de 2021, es decir, en pleno contexto de la pandemia del COVID-19 por el virus
del SARCOV2, y en la coyuntura política del cambio de administración del
municipio, la salida de MORENA y el regreso del PAN a la alcaldía poblana.
A las personas
entrevistadas se le ofreció guardar el anonimato para evitar cualquier tipo de
represalia por parte de autoridades locales, en consecuencia, a lo largo del
texto se utilizarán seudónimos. Los testimonios mostrados nos ayudaron a identificar desde
sus experiencias, la discriminación, acoso, hostigamiento y violencias que
viven cotidianamente en su trabajo por parte del Estado y la
sociedad. Enfatizamos la necesidad de garantizar los derechos que conlleva el reconocer
al trabajo sexual y con ello posibilitar la movilidad social e incluso el
acceso a otro tipo de empleo, si así se deseara. “Posicionar lo que hacemos dentro del marco del derecho laboral no
constituye un respaldo incondicional del trabajo en sí. No supone apoyar el
capitalismo ni desear una industria del sexo más grande y con mayores
beneficios” (Mac y Smith,
2020, pp. 102-103).
Si bien el trabajo
sexual no es exclusivo de “mujeres cis o trans”, reconocemos que este ha sido
tradicionalmente feminizado lo que refuerza la idea de que solo existen buenas o
malas y que el ejercicio de la sexualidad, placentero o no, es principalmente
masculino. Al respecto Cristina Garaizábal explica que:
La
simbología que subyace a la prostitución es la de que sirve para dar salida a
una supuesta sexualidad masculina más “fogosa” y “manifiesta” en los hombres
que en las mujeres. La ideología heteropatriarcal presupone que las mujeres
tenemos una sexualidad menos explícita que la de los hombres y nos otorga la
función de controlar tanto nuestra sexualidad como la de ellos. […] La imagen
heteropatriarcal que se recrea en la prostitución es la de “mujeres que se
venden sexualmente a los hombres, que están disponibles para todos y con la que
estos pueden hacer lo que quieran”. Las trabajadoras sexuales aparecen, de ese
modo, como objetos pasivos, sin voluntad propia ni capacidad de decidir.
(Garaizábal como se citó en Mac & Smith, 2020, p. 21)
Esto refleja una
serie de mandatos socioculturales y estigmas que envuelven la sexualidad de las
mujeres a través de representaciones sociales que imponen imágenes e
imaginarios a través de las cuales funciona la sociedad. En el caso de las
mujeres trans, son personas que emergen bajo una doble paradoja, por un lado son
observadas como “traidoras” del deber ser varón, es decir no cumplen con los
mandatos de una masculinidad hegemónica y al mismo tiempo, se les acusa de no
ser una “mujer auténtica”, de negar su biología y su naturaleza, de ambas
posturas se destacan la discriminación y la violencia de género.
De acuerdo con la
Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS), tanto de 2017 como de 2022,
ubican a Puebla como la entidad con mayor prevalencia en discriminación del
país, primer y segundo lugar respectivamente (Encuesta Nacional sobre
Discriminación, 2017, 2022). Esto pone en evidencia un contexto local de
discursos, prácticas, acciones y omisiones que producen y reproducen discriminación
y violencia. enfatizamos la importancia de considerar la violencia de género
hacia mujeres trans, pues estas suelen ser ignoradas por este aparato
normativo. Constant define a la violencia de género como toda acción u omisión
que “usa la fuerza (física, verbal y/o emocional) para lograr que otra persona
haga o deje de hacer algo, aunque no esté de acuerdo, que atenta contra los
bienes, la libertad, la salud y los derechos humanos, lo que implica daños
físicos, sexuales y/o psicológicos” (Constant,
2022, pp. 62-63).
Según Michel Foucault, el
Estado es la entidad más racista y en nuestras sociedades su ejercicio del
poder ha cambiado normalizando una relación bélica contra “especies inferiores”
o “individuos anormales” a través de procesos biológicos y mecanismos
regularizadores de la población, es decir, biopolíticos. De acuerdo con la
propuesta del filósofo francés, pasamos del derecho de hacer morir, dejar vivir al
derecho de hacer vivir o dejar morir.
(Foucault, 2000, p. 218). Por supuesto que las condiciones del ejercicio del
poder no han permanecido intactas, actualmente está “destinado a producir
fuerzas, hacerlas crecer y ordenarlas más que obstaculizarlas, doblegarlas o destruirlas”
(Foucault, 2011, p. 126).
Reconocemos la
importancia de los factores estructurales; pero también las experiencias de
vida de las mujeres trans y con base en ellas se reconoce la precarización que
viven por su expresión de género manifestada en la ausencia de derechos,
discriminación en la familia, en el empleo, y la inexistencia de salarios o
bien muy bajos, en fin, en la ciudad de Puebla se observan principios altamente
conservadores que se fusionan con un gobierno
neoliberal que administra la inseguridad, tal como lo explica Isabell
Lorey:
El
arte de gobernar consiste en la actualidad en tender a un máximo de
precarización […] correlativo a un mínimo de aseguramiento, y en hacer que el
mínimo no caiga por debajo de ese umbral […] La lógica neoliberal tiene buenos
motivos para no querer ninguna reducción, ningún fin de la desigualdad, porque
juega con esas diferencias y se apoya en ellas para gobernar. Tan solo intenta
crear un equilibrio tolerable, tanto como puede soportar la sociedad, entre
diferentes normalidades: normalidad de la pobreza, de la precariedad y la
normalidad de la riqueza. Ya no le preocupa la “pobreza relativa”, el abismo
entre diferentes ingresos, ni está preocupada por las causas de la misma. Sólo
está interesada en la "pobreza absoluta", que impide a los individuos
entrar en el juego de la competencia. (Lorey, 2016, pp. 75-76)
Observamos que son ciertos sujetos/as a quienes se
dirigen políticas de lo mínimo para
mantener a la ciudadanía, (cuando logran alcanzar ese rango) inserta en la
lógica de la competencia y el consumo, pero desde la precariedad. El trabajo
sexual es un nicho de consumo masculino, y aunque el ingreso de las
trabajadoras sexuales trans varía considerablemente, de manera general se
podría decir que está por debajo del salario mínimo del país (en 2021 subió de
123.22 a 141.70 pesos por jornada diaria). Como señalaran Mac y Smith (2020),
“la discriminación, el rechazo, los abusos, tanto en el hogar como en la
comunidad en general, aumentan su precariedad y vulnerabilidad en una sociedad
homófoba y tránsfoba, lo que deja a la prostitución como una de las pocas vías
practicables para salir de la pobreza” (Mac y Smith, 2020, p. 96).
De manera general, las opciones de empleo de
las mujeres trans se han limitado principalmente a tres ámbitos: el trabajo
sexual, la estética corporal y el trabajo doméstico. Si bien han luchado
durante años para acceder a espacios de trabajo formal, la exclusión sigue presente
y parte de la respuesta sociocultural, la encontramos a través de una
normalización y justificación de la discriminación que suele obviar a la
transfobia como una política que impide a las mujeres trans salir de ciertas
esferas para ocupar otros empleos que las encasillan y convierten en
estereotipos. No se debe obviar que para acceder a empleos formales también se
les exige cumplir con la coherencia
corporal que impone la heteronormatividad como sistema político, la lógica de
la continuidad entre el sexo, género y deseo que da sustento a las identidades
y corporalidades viables.
Justificar
y normalizar la discriminación es una práctica que aún se puede observar en la
ciudad de Puebla. Poner en el centro de estas acciones a la heterosexualidad obligatoria
que sustenta al sistema político debe ser un punto de partida y llegada en
realidades sociales tales como las que se viven en la entidad. En este sentido
resulta relevante mencionar que en el 2021, después de años de estar en el
olvido o en “rezago legislativo”, por fin se atendió la propuesta de ley
proveniente de la sociedad civil organizada, por el derecho de las personas
trans a tener una identidad reconocida por el Estado, un cambio administrativo
difundido en medios locales de comunicación como la Ley Agnes Torres, la cual
puso en evidencia expresiones homofóbicas y transfóbicas en el poder
legislativo local.
Durante la discusión de la Ley Agnes, el legislador sin partido, Héctor Alonso Granados dijo que es lamentable la muerte del señor Agnes Torres, “porque no me consta que fuera mujer”, asimismo indicó que es lamentablemente un asesinato y que “no hay odio a la comunidad gay mis respetos, tengo amigos gay”. Además, aprovechó para lanzar la pregunta a aquellos diputados que tengan hijos: “¿A poco, no les preocupa que cuando su hija entre al baño, entre ahí un hombre vestido de mujer?, no busquen votos fáciles. (Editorial Telediario, 2021)
Responsabilizar a las
personas trans por la inseguridad que han vivido las mujeres y niñas en Puebla,
fue un recurso enarbolado por sectores religiosos, empresariales y
conservadores en algunos medios de comunicación. Sin ningún sustento se decía que
el cambio de identidad sería un salvo conducto de posibles delitos para las
personas trans, según estas posturas, podrían robar, matar y violar porque
encontrarían en el cambio de identidad la impunidad que supuestamente creen, no
da el sistema judicial a la población cis-heterosexual. La estigmatización de
las personas trans como “sujetos peligrosos” continua.
El
derecho a la identidad, algo que pareciera tan “normal” y “ natural” para
muchos de nosotros, no se había consagrado para las personas trans, es decir,
estamos frente a un ejercicio altamente discriminatorio y violento por parte
del Estado y la sociedad en general, que aísla, anula y excluye de manera
“justificada" a todas aquellas personas que no alcanzan el rango de sujeto
político, de ciudadano, de “normal”, por no contar con una identidad sustentada
sobre todo en esa “coherencia corporal” entre la genitalidad y los deseos. En
este sentido, la llamada Ley Agnes, ha representado una acción política
sumamente importante que reconoce el derecho de las personas trans a acceder al
cambio de identidad de género autopercibida.
Las personas que
ejercen el trabajo sexual (PERTS), forman parte de un sistema
económico-político, globalizado y occidentalizado, el ejercicio de poder sobre
ellas ha ido de la biopolítica a la necropolítica; es decir, a través del
“derecho a matar y a exponer a otras personas a la muerte a través de la
deshumanización e industrialización de la muerte” (Mbembe, 2011, p. 31). De
acuerdo con Achille Mbembe, en espacios donde el poder
colonial es imperante, o en casos como este, donde el poder de la heteronorma
se acrecienta, el terror funge como “una manera de marcar o distinguir lo
abyecto en el seno del […] cuerpo político, y lo político es a la vez entendido
como la fuerza móvil de la razón y como una tentativa errática de crear un
espacio en el que el «error» fuera minimizado, la verdad reforzada y el enemigo
eliminado” (Mbembe, 2011, p. 28).
Tal parece que las PERTS
trans se vuelven ese “doble error” y “enemigo” a eliminar o corregir, puesto
que se encuentran en los límites de la inteligibilidad humana debido a su
trabajo y a su identidad de género. En
este contexto rescatamos la visión crítica de Juno Mac y Molly Smith (2020)
sobre la categoría/fenómeno “trabajo” cuando señalan:
Luchamos con trabajos de mierda, con salarios en caída
libre y con la sospecha correcta de que lo que muchas de nosotras hacemos todo
el día a cambio de dinero no contribuye con nada realmente valioso a nuestras
vidas o a nuestras comunidades. […] Trabajar en lo que te gusta es algo
profundamente aspiracional, una fantasía en la cual apoyarse, que le da al
individuo la ilusión de control, le permite soñar despierto con el poder en la
oficina y, en realidad, es una significativa marca de clase. (Mac y Smith,
2020, p. 84)
Frente a un contexto
neoliberal y capitalista, parecería utópico pensar que exista un trabajo exento
de estas dinámicas, sobre todo cuando la misma lógica incorpora la idea de la flexibilidad
laboral, no obstante, debemos entender que dicho concepto “se centra
principalmente en las fuerzas que doblegan a la gente” y corroen su carácter
(Sennet, 2000, p. 47). En este sentido, el trabajo sexual emerge como un nicho
de potenciación de la precariedad laboral, como menciona Raquel, una
de las personas entrevistadas cuando se le preguntó al respecto:
No
es así como la gente lo maneja de que “¡ay!, son flojos, no buscan empleos
diferentes, honrados, decentes”. Muchas veces, por la misma sexualidad que
tiene uno, somos señalados, aún en los tiempos que estamos, todavía somos
señalados, así como vulgarmente nos llaman: “¡ay no!, porque es maricón”, “¡ay
no!, porque es puto”, “¡ay no!, porque trae el cabello muy llamativo”. (Comunicación
personal, 2021)
Como se aprecia en el
testimonio, las opciones de las mujeres trans para trabajar se encuentran
bastante reducidas con base en discursos discriminatorios y moralistas. Vale la
pena recordar que, en el capitalismo, los trabajos “honrados”, “decentes”,
reproducen dinámicas de explotación hacia las y los obreros, hacia las y los
campesinos, reproducen discriminaciones y exclusiones misóginas, sexistas,
racistas y homofóbicas.
Apenas
hay requisitos para salir a la calle y esperar a un cliente. El trabajo sexual
de supervivencia puede ser peligroso, frío y aterrador, pero para la gente cuyas
otras opciones son peores (hambre, dormir en la calle, mona de droga) está ahí
como último recurso: es la “red de seguridad” en la que casi cualquier persona
desamparada puede caer. (Mac y Smith, 2020, p. 97)
Ante el control y
administración de ciertos grupos poblacionales condenados a una existencia de
lo mínimo en Puebla, el trabajo sexual se vuelve una posibilidad de
subsistencia. Dicho trabajo tiene características propias de organización que
identifica zonas y grupos de trabajadoras sexuales que suelen ser encabezadas
por una persona quien es a su vez quien decide qué trabajadora se va a tal o
cual lugar, todo esto atravesado por la permisividad del aparato de Estado y
sus agentes policiales. Cuando se le preguntó a Valeria por qué prefería
trabajar en una zona y no en otra con mayor presencia de posibles clientes,
ella explicó lo siguiente:
No es que uno quiera trabajar en esas zonas. El punto
es que nos den permiso. O, de cierta manera, que sea una zona, así como de
tolerancia. Que, usualmente uno mismo crea. […] No cualquiera puede llegar y
decir aquí me paro porque se arma el pleito. Estamos ahí, ya sea que no nos
quiten las autoridades o, la persona que está encargada de ese punto dé la
autorización de: sabes qué, sí puedes venir. O, pues la policía: sabes qué,
aquí no te puedes parar. Es por ese lado. (Comunicación personal, 2021)
La idea de generar
una zona de tolerancia para el
trabajo sexual en Puebla, ha sido una propuesta municipal que lleva años. De
acuerdo con el regidor panista Miguel Ángel Mantilla, presidente de la Comisión
de Gobernación del Municipio de Puebla, la medida es para evitar la trata de
personas, “el proyecto consiste en apartar el sexo servicio de las calles del Centro
Histórico de Puebla, y enviar a los trabajadores sexuales a casonas, moteles o
casas de citas” (Millán y Sandoval, 2021). Pese a la distinción entre trata de
personas y trabajo sexual, observamos que las autoridades siguen utilizándolas
como sinónimos y al parecer como recurso político para implantar un pánico
social y moral sobre las PERTS trans.
Aunque
han existido “permisos” o “tolerancia” de parte de la administración pública
para ejercer el trabajo sexual, en las últimas décadas las trabajadoras
sexuales han sido perseguidas y violentadas, estos actos se incrementaron
durante la administración de Mario Marín, “cuando se intensificaron los
operativos para sacarlas de las calles. Mientras que, en la primera
administración de Eduardo Rivera en 2011-2014 el panista prometió terminar con
la prostitución en las calles de Puebla” (Millán y Sandoval, 2021). Es común
que en estos cambios de administración se tenga este tema en su agenda, acabar
con, más que regular o atender las problemáticas laborales, de seguridad, de
salud, de las personas que ejercen el trabajo sexual, así nos comentó Ana:
cada
partido que entra siempre nos esperamos lo peor, y para mí lo peor fue Mario
Marín, ese señor nos trató peor que basura, hasta con bocinas nos iban a decir
a la calle que nos largáramos de Puebla, una cosa horrible. (Comunicación personal, 2021)
Los espacios de trabajo sexual son
autogestionados, basados en las experiencias propias y colectivas de acoso y
hostigamiento policial. Las PERTS coinciden en que una zona de peligro es el
centro, lo que abarca el Paseo Bravo, Avenida Reforma, Avenida Juárez, la 6
Pte., etc. Reconocen que la delincuencia ahí es más habitual, pero también es
un espacio muy concurrido por el turismo, de manera general ocupar el centro
histórico, acrecienta el acoso policial en contraste con zonas más alejadas del
primer cuadro de la ciudad. Al respecto Silvia nos señaló lo siguiente:
Ninguna
zona es segura, trabajo en el entronque de Amalucan, su salida, la Pepsi, esas
zonas, trabajamos en carretera, pasa mucho trailero, pero es menos problema con
la policía, el centro lo quieren limpiar, a cada rato hay redadas, como en las
orillas no hay escuelas ni nada, es más calmado para trabajar. (Comunicación
personal, 2021)
Con respecto al actuar de la policía,
desde nuestra perspectiva, genera dos tipos de comportamientos; pone de
manifiesto un discurso moral en torno al trabajo sexual, ya que dichas faltas
suelen recaer en el criterio propio de cada uno de los elementos de seguridad,
y además, establece cuáles son los cuerpos que importan y los que no, cuáles
serán las corporalidades “normales” y “anormales”, y al mismo tiempo, generan rápidamente
exclusión y los mecanismos con los cuáles serán tratados esos sujetos que
encarnan la abyección y la otredad, prácticas cotidianas que nuestras
entrevistadas afirman, se enmarcan dentro de la corrupción y la extorsión. “Para las trabajadoras sexuales y para otros
grupos criminalizados y marginados, la policía no es un símbolo de protección
sino una manifestación real del castigo y del control” (Mac y Smith, 2020, p. 50).
Para el 17 de mayo del 2022, el salario
mínimo en México era de $172.87 diarios, lo que da una suma total de $5,255.00
mensuales. Debemos recordar que las experiencias de las trabajadoras están
situadas en el marco de la pandemia del COVID-19, por lo que, de acuerdo con
las entrevistadas, el salario que podían percibir algunas de ellas semanalmente
hasta antes de la crisis sanitaria podía llegar hasta los $4,000 semanales. Al
respecto se debe resaltar que esto no es una generalidad, como se ha visibilizado en el texto a través de sus testimonios muchas de ellas viven vidas precarias; pero con ello
también observamos que existe una alta demanda de su servicio y que con la
cifra mencionada, más o menos, deben cubrir todas sus necesidades como el
servicio de salud, casa-habitación, alimentos, etc.
Tal como señalaba I.
Lorey (2016), en los contextos neoliberales los estados administran a la
población mediante la distribución de la precarización, desechan ciertos
cuerpos y grupos sociales, gobiernan mediante la distribución de la inseguridad
anclados en la triada carencia, constricción y miedo. Ahora bien, en el marco
de la pandemia las entrevistadas indicaron que sus ingresos mensualmente
rondaban entre los 2,000 y 3,000 pesos, es decir, al menos 2,000 pesos menos de
lo que según la ley debería ganar un trabajador por mes.
El curso de vida de las
trabajadoras sexuales trans es un claro reflejo de la desigualdad estructural,
de la imposibilidad de ejercer sus derechos, la falta de oportunidades
escolares, laborales y familiares, son un ejemplo de la complejidad que
afrontan por su posición de clase y su identidad de género.
Toda
mi niñez la viví en el Estado de México, después me mudé a Hidalgo y entre los
17 o 19 años por salir del closet mi
familia me corrió y conocí a unos amigos en Pachuca, ahí comencé a trabajar
[como trabajadora sexual] a los 18-19 años, de
ahí conocí a unas amigas en Puebla, aquí llevo 12 años. Entonces desde los 18
hasta ahorita los 36, llevo trabajando. (Comunicación personal, 2021)
En la mayoría de los casos al “salir del closet”, sus familiares
ejercen tal violencia que prefieren escapar de sus hogares, dejando sus
estudios, lo cual más adelante, combinado con su identidad de género, la falta
de reconocimiento oficial, y múltiples factores más, no les permite acceder a
trabajos estables, formales o mejor remunerados.
Tal como lo hemos
señalado a lo largo del texto, concordamos con Isabell Lorey cuando afirma que “la
precarización no es un peligro inminente para un centro, sino una técnica de
gobierno que se encuentra en proceso de normalización” (Lorey, 2016, p. 76). De
acuerdo con cifras del portal El Economista:
En
el sector formal de la economía, la gran mayoría de los patrones se apega
únicamente a las prestaciones que exige la Ley Federal del Trabajo, lo que
provoca que muchos de los trabajadores tengan las prestaciones mínimas y apenas
35% cuenta con prestaciones superiores a la ley. (…) Gustavo Boletig, director
general de eNomina en México, explicó que el 65% restante sólo tiene los
beneficios mínimos o incluso carece de los más básicos como son: pago de
seguridad social, Infonavit, aguinaldo, prima vacacional y vacaciones. (Notimex,
28 de febrero, 2020)
Las PERTS-Trans, entre la violencia y el
abuso policial
El trabajo sexual en contextos
conservadores como Puebla, sigue planteando una relación problemática con el
Estado, con las instituciones y algunas de las personas de “primer contacto”
con la población, es decir la policía. En este sentido, la relación que
mantienen las trabajadoras sexuales con el cuerpo policiaco, es de vigilancia y
castigo. El riesgo como la necesidad se cruzan y generan una alta
vulnerabilidad de sujetos que al parecer son prescindibles para el orden social
establecido. Al respecto Valeria nos narró su experiencia más difícil ante una
detención policíaca:
Me
detuvieron con lujo de violencia, violencia tanto física como verbal y
psicológica. Yo creo que la violencia psicológica es la que más nos da en la
torre. Fueron bastante ofensivos los policías, usando palabras muy despectivas
como joto, puto, homosexual, o sea, palabras muy groseras. Y con lujo,
obviamente de violencia, hubo empujones, jalones de pelo, incluso hubo
violencia también hacia mi persona al hacerme desnudar enfrente de más
policías. Creo que esa fue la experiencia más difícil que tuve. Lo que pasa es
que no están capacitados todavía para saber tratar con las personas de nuestro
género. A parte de que son muy ignorantes. A parte de prepotentes. O sea, creen
que por tener un cargo público como es ser servidores públicos, eso se les sube
a la cabeza y piensan que pueden hacer con las personas lo que ellos quieran.
(Comunicación personal, 2021).
Las explicaciones en torno al
comportamiento de la policía generalmente se enmarcan en el abuso y el ejercicio
del poder a través de la extorsión económica y la amenaza constante del uso
correctivo de la prisión o la cárcel, sin embargo, nosotras queremos resaltar
que si los agentes del orden asumen que son ellos quienes harán que se respete
la ley, también es porque al mismo tiempo interiorizan que encarnan las
“coporalidades normales” y en este caso, las personas trans van a materializar
las corporalidades abyectas. En este sentido, la policía echará mano de todo
aquello que se les permita o no en la ley para producir al ciudadano(a) que
necesita el Estado. Silvia nos narra lo que vivió en una detención
injustificada:
El
trato fue horrible, llegan amigas que te mandan comida y cobijas, pero no las
dejan que pasen, aunque te vean temblando de frío porque te quitan brasieres,
chamarras, zapatos […] entras casi encuerada y descalza. Además de burlas de
los policías, cuando dan las 6 de la mañana mientras estabas durmiendo entraban
y te echaban agua para que no nos pudiéramos volver a acostar y estuviéramos
paradas porque ellos dicen que eso es un castigo para que ya no lo volvamos
hacer. (Comunicación personal, 2021)
Valeria expone que ha vivido abusos
sexuales por parte de la policía, pues en ocasiones se le obligó a que les
hiciera sexo oral antes de ser llevada con el juez. Explica que antes de la
pandemia, era muy frecuente que los policías las detuvieran y pidieran que les
hicieran sexo oral a más de uno, y reconoce que hay una violación pues la
obligaron a hacer algo que ella no quería; sin embargo, como una “estrategia de
autocuidado”, ella accedió a hacer esa práctica, para que la violencia no
escalara más, a golpes, retenciones o “paseos” en las patrullas o simplemente a
pasar más horas detenida sin razón alguna mas que su trabajo y su identidad de
género.
Al igual que Valeria, Ana
nos explicó que hay autoridades que hablan muy golpeado y reconoce que es
injusto recibir ese trato, ya que ella considera que su trabajo no la hace
acreedora a ese tipo de actitudes. Por lo general, las trabajadoras sexuales
siguen las instrucciones de la policía, pues reconocen que el Estado lo señala
como una falta administrativa mas no un delito y mientras no se legalice, no
pueden oponerse o poner resistencia a las detenciones, acosos y abusos
policiacos. Cuando les es posible, corren para no ser detenidas. Experimentan
enojo, dolor, tristeza y sobre todo impotencia, pues el trabajo sexual es el
único medio de subsistencia al que son relegadas por el sistema socioeconómico,
cultural y político. De acuerdo con Ana:
La
detención es, vamos a llamarla, homofóbica. Porque, o sea, si realmente están
capacitados para detener a cualquier tipo de persona, yo creo que el trato no
debe ser agresivo. Así sea, el delito que estén cometiendo, ellos están
capacitados para detener a la persona. Y posteriormente, el juez es el que va a
imponer el castigo, la multa. Ellos no le van a dar a uno el castigo conforme
al delito que tiene uno, entonces ahí es como que son agresivos, abusan del
poder que tienen hacia nosotras, a las personas, ya sea travestis, gays,
transexuales, mujeres, que se dedican a la prostitución. No todos, pero como
que le ponen un poquito más de enjundia, no sé por qué se ensañan con las
personas de nuestro género [trans]. (Comunicación personal, 2021)
En ocasiones, la línea divisoria entre el
abuso del poder, la administración de la vida y la muerte de ciertas
poblaciones o bien su disciplinamientos es muy tenue, se desdibuja o bien hay
expresiones que pueden englobar a todas estas, por tal motivo enfatizamos que los
“levantones”
o “secuestros” que realizan los
policías a manera de escarnio, corrección o disciplinamiento,
genera un terror enorme en las PERTS, así nos lo relató Silvia:
Una
vez yo estaba parada y me subieron en un carro particular con tres hombres, uno
vestido de policía, dijeron que acababan de trabajar, pero venían bien
borrachos, traían drogas […] me pegaron horrible, me trajeron dando vueltas por
dos horas. Era mucho abuso, dejabas que te hicieran lo que quisieran, el chiste
es que no te mataran. (Comunicación personal, 2021)
Las vidas de estos sujetos se ven trastocada por la
moral social que es retomada por los agentes del orden para imponer “sanciones”
económicas, sexuales o corporales que ratifican el carácter excluyente de la
categoria ciudadanía y la existencia de cuerpos que no importan, jerarquías
entre cuerpos “normales” y “abyectos”, al respecto Valeria comenta lo siguiente:
Realmente
nadie [me ha hablado de mis derechos como trabajadora sexual]. O sea, ¿alguna
institución se ha acercado a decirme mis derechos?, no. Yo sé un poco de los
derechos que tengo al ser persona, o sea como persona individual sé mis
derechos. Pero los derechos al ejercer la prostitución realmente no me los sé
al cien. Porque, bueno, realmente acá en Puebla el bando de policía con gobierno
estipula que la prostitución es una falta administrativa. Y pues conlleva tres
puntos: el ejercerla, el promoverla y el consumirla. Entonces, no, realmente no
sé qué derechos tengo yo como persona que se dedica al sexo servicio. (Comunicación
personal, 2021)
Las PERTS-Trans y la incipiente
resistencia
Ante un contexto tan apremiante, donde al
parecer no hay escapatoria al ejercicio del poder del Estado y sus
instituciones, las trabajadoras sexuales trans han tenido que echar mano de
todos los recursos posibles para generar estrategias de vida, algún tipo de
resistencia. Como Foucault lo afirmó, “donde hay poder hay resistencia, y no
obstante (precisamente por esto), esta nunca está en posición de exterioridad
respecto del poder” (Foucault, 2011, p. 89). A simple vista, puede parecer un
círculo vicioso, pero es necesario dar cuenta que las trabajadoras sexuales
trans no son sujetas pasivas, tienen cierta capacidad de agencia y generan
prácticas de resistencia que les permiten hacer frente a las condiciones que
las mantienen en la precariedad, incluso reproduciendo ese orden político; así
lo expresan los siguientes dos testimonios de Ana y Paola:
Hace
mucho tiempo tuvimos la presencia de una mujer valiosa que nos enseñó muchas
cosas sobre los derechos que yo no sabía. Hoy en día es la única vez que he
visto la prostitución en Puebla controlada, [antes] había revisiones médicas,
exámenes, pero ahora es con voluntad de nosotras, he visto un trato más digno
porque ahora los policías no pueden sobrepasar las reglas, de no detenerte por
practicar la prostitución, porque no pueden, no tienen cómo comprobarlo. Son
parte de las enseñanzas que Alejandra
Fonseca nos dejó, cuando formó grupos, cuando estuve con ella, son las
únicas veces que me sentí apoyada, pero te estoy hablando de hace como 20 años.
(Comunicación personal, 2021)
Cabe señalar que un recurso común de las
autoridades municipales, son los vacíos que suelen presentarse en las leyes y
en los códigos y la “confusión” que suele hacerse entre el trabajo sexual y la
trata de personas, ya que si hay algun(a) representante de las trabajadoras
sexuales, suelen asumirse como parte del crimen organizado, como “proxeneta”,
“madrota”, “padrote” o “tratante” y con tal motivo girar órdenes de aprensión
para ingresarlas al reclusorio, accionar o morir era la disyuntiva. Al respecto
Paola nos comparte su experiencia:
Cuando
llegué a Puebla no se escuchaba nada de eso, eran redadas y nos trataban peor
que unos perros, nos encarcelaban, por la mañana tiraban agua para que nos
levantáramos. Se empezó a ver poco a poco, conocimos a una amiga de Guadalajara
que se llama Pati Betancourt, ella es una de las que empezó todo este
movimiento. Aquí [en Puebla] empezó Gabi
Chumacero, Paulina Altamirano, ellas nos fueron instruyendo, cuando era
cambio de gobierno íbamos a la presidencia para hacer cita y exponer nuestros
problemas en el trabajo sexual. (Comunicación personal, 2021)
La discriminación y la violencia
transfóbica no es algo que se haya reducido en Puebla, pero es importante
señalar a aquellas colectivas y activistas que mantienen una lucha constante
por los derechos de las trabajadoras sexuales trans, Gabriela Chumacero,
comenta lo siguiente en entrevista:
[He
enfrentado] la discriminación de la sociedad en general, la discriminación de
mi propia comunidad, la transfobia entre nosotras mismas, la transfobia de las
feministas que no quieren a las trans, la discriminación en el trabajo sexual […]
yo he luchado contra todas. (Loría, s.f.)
Gabriela Chumacero es reconocida en Puebla
no solo por haber sido una de las primeras mujeres trans en cambiar su
identidad bajo el respaldo de la Ley Agnes, también lo es por su activismo a
favor no solo de las trabajadoras sexuales trans, sino del resto de las mujeres
trans. A su vez, recuerda a quienes han dejado los cimientos para que éstas
formas de agenciamiento hayan sido posibles, como lo fue Alejandra Fonseca,
quien postula que hace 15 años “cuando nos marginaban, nos pegaban y los
policías hacían lo que quisieran con nosotras, Alejandra Fonseca nos enseñaba
sobre derechos humanos, nuestros derechos. Ella buscó también que tuviéramos
una carrera técnica” (Loría, s.f.). Vemos entonces, que incluso en las grandes
estructuras de dominación, es posible percibir “cómo estas mismas hacen surgir,
si el resto de las condiciones no cambia, reacciones y estrategias de
resistencia asi mismo comparables a grandes rasgos” (Scott, 2000, p. 19).
A
manera de cierre
A lo largo del
texto, expusimos un ejercicio discriminatorio y biopolítico contra las personas
trans en la angelópolis por parte del Estado, el poder del derecho de
hacer vivir mediante los controles reguladores de los procesos biológicos, han desembocado
en el despliegue de una biopolítica con la finalidad de administrar a la
población (Foucault, 2011, p. 129). Ahora bien, en nuestros contextos
actuales, de acuerdo con Achille Mbembe, las nociones de biopoder y biopolítica
resultan insuficientes para dar cuenta de las formas contemporáneas de la
sumisión de la vida al poder de la muerte.
Mbembe utiliza las
nociones de política de la muerte (o necropolítica) y poder de la muerte (o
necropoder) a fin de reflejar las diversas formas mediante las cuales, actualmente
el ejercicio de la violencia, el poder colonial, el poder policiaco y las armas
se despliegan con el objetivo de una “destrucción máxima de las personas y de
la creación de mundos de muerte,
formas únicas y nuevas de existencia social en las que numerosas poblaciones se
ven sometidas a condiciones de existencia qué les confieren el estatus de muertos-vivientes” (Mbembe, 2011, p. 75).
Para el caso de México, Zayak
Valencia propone entender a la biopolítica como aquel arte que se encarga de gestionar la vida de las poblaciones. Actualmente
las exigencias capitalistas han hecho que “el vivir y todos sus procesos
asociados se conviertan en mercancías, lo cual se puede parangonar con lo que
entendemos como necropoder, puesto que éste representa la gestión del último y
más radical de los procesos del vivir: la muerte” (Valencia, 2016, p. 156). Para
las PERTS trans, desde la dinámica de la biopolítica y la necropolítica se les
permite vivir, pero no se procura que esa vida alcance la dignidad humana, que
sea vivible, se les despoja de inteligibilidad humana y en ese sentido se
vuelven prescindibles.
Para Judith Butler el
feminicidio funciona mediante el establecimiento de un clima de miedo o terror,
característico del despliegue de la necropolítica, en el cual “…toda mujer,
incluyendo a las mujeres trans, puede ser asesinadas […] Aquellos que están
vivos se perciben como «todavía viviendo» […], lo que significa que la
experiencia de desigualdad y subordinación ya está ligada a su estatus de
«asesinable»” (Butler, 2021, p. 184).
Tal como hemos resaltado
a lo largo del texto, si la base del orden político es el sistema heterosexual
no debe sorprendernos que el miedo o terror de permanecer en un constante
estatus de todavía viviendo se
acrecienta aún más cuando los mismos instrumentos legales que protegen a las mujeres en México relegan a la abyección
a determinadas vidas, por ejemplo, la Ley General para la Igualdad entre
Mujeres y Hombres y la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de
Violencia son documentos donde “el género
remite implícitamente a las mujeres cisgénero” (Constant, 2022, p. 61)
Las trabajadoras
sexuales trans, por su posición de clase, su identidad de género, las
representaciones hegemónicas del género que no
encarnan y el nulo acceso a derechos laborales se mantienen en un grado mayor de vulnerabilidad, tratamos de
mostrar que “las condiciones de vida y de trabajo precarias están
normalizándose en un plano estructural y se han convertido por ende en un
instrumento fundamental de gobierno” (Lorey, 2016, p. 73). Vivimos en
sociedades donde la administración de la vida, es decir, la biopolítica se
ejerce desde el gobierno y la economía política, mediante la precarización y la
inseguridad; es decir dentro “del marco de la gubernamentalidad neoliberal, no
hay ninguna necesidad de terminar con las desigualdades, ni siquiera de
instaurar una igualdad en la inseguridad” (Lorey, 2016, p. 75).
Debido a esta condición
de vulnerabilidad y precariedad políticamente
impuesta hacia las sujetas en cuestión es, como ya lo hemos argumentado,
fundamental reconocer a la prostitución como un trabajo, por supuesto que, como
Maurizio Lazzarato lo advierte, “en el capitalismo, lo que hay que tener en
cuenta no es un «drama único» —el del Espíritu (en Hegel) o el del Capital (en
Marx)—, sino una «multiplicidad de dramas sociales»” (Lazzarato, 2006, p. 75).
Antes de caer en cualquier tipo de argumentación moral o punitivista a fin de
negar el carácter laboral de la prostitución, para observar las dimensiones
materiales de quienes ejercen esta actividad, ahí será donde encontraremos las
pistas para hacer vidas vivibles.
A la visión expuesta,
creemos necesario conjuntar la perspectiva material con una teoría radical de
la sexualidad. Tal como lo ha planteado Gayle Rubin, para
identificar, describir, explicar y
denunciar la injusticia erótica y la opresión sexual. Necesita, por tanto,
instrumentos conceptuales que puedan mostrarnos el objeto a estudiar. Debe
construir descripciones ricas sobre la sexualidad, tal y como ésta existe en la
sociedad y en la historia, y requiere un lenguaje crítico convincente que
transmita la crueldad de la persecución sexual. (Rubin, 1989, p. 130)
Desde ésta doble visión, podemos reconocer
a la prostitución como un trabajo y dejamos claro que no es la salida fácil, tampoco es la
degradación moral del cuerpo de las mujeres, ni el trabajo natural de
nadie“la prostitución es una estrategia pertinaz de supervivencia para quienes
no tienen nada, ni formación, ni títulos, ni material” (Mac y Smith, 2020, p.
97).
Los discursos y
prácticas revictimizantes y criminalizantes no tienen cabida aquí, el nudo
central de esta problemática es mejorar las condiciones laborales y materiales
de las trabajadoras sexuales, todos los testimonios de las entrevistadas
concuerdan en que lo único que quieren es que se les reconozca como
trabajadoras, que se les garanticen sus derechos laborales; no obstante,
también concuerdan en que de tener acceso a otro trabajo bien remunerado, sin
dudarlo, dejarían el trabajo sexual.
Si consideramos todo lo
expuesto, desde la distinción urgente entre trabajo sexual y trata de personas,
hasta las condiciones materiales y laborales, se advierte que la
criminalización (de la trabajadora y el cliente) no será el camino más viable
para generar políticas públicas, soluciones a poblaciones “vulnerables”, se
seguirá atendiendo desde la sanción moral, la indolencia y la administración de
la muerte a través de la precarización y la inseguridad. En este sentido se
propone conjuntar esta visión crítica del necropoder con la teoría radical de
la sexualidad para denunciar la crueldad de las acciones y omisiones por parte
de las autoridades en la persecución sexual de las trabajadoras trans en
Puebla. De igual forma acercamos instrumentos conceptuales para describir,
explicar y denunciar la injusticia erótica.
Ante una problemática
tan compleja, no debemos caer en prejuicios clasistas, punitivistas, ni
heteronormativos, para el diseño de políticas públicas y el reconocimento de
derechos humanos y laborales, más bien, se vuelve imprescindible insistir en
las condiciones materiales de las trabajadoras sexuales, en la garantía de sus
derechos y en evidenciar analíticamente lo contextos socioeconómicos,
culturales y personales que delimitan las acciones y vidas de estas personas.
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