PINCELES Y GUBIAS CONTRA LA
VIOLENCIA DE GÉNERO:
FRIDA KAHLO, ISABEL VILLASEÑOR,
AURORA REYES Y MARÍA IZQUIERDO
BRUSHES AND GOUGES AGAINST GENDER
VIOLENCE: FRIDA KAHLO, ISABEL
VILLASEÑOR, AURORA REYES AND MARÍA
IZQUIERDO
Dina Comisarenco Mirkin[1]
DOI:
https://doi.org/10.32870/lv.v7i60.7875
Resumen
En
México, la violencia de género, como dispositivo de poder en contra de las
mujeres, fue muy común durante la década de 1930. Mientras los corridos
populares y las notas rojas de prensa intentaban naturalizar y justificar su
existencia, un grupo de artistas plásticas mujeres formado por María Izquierdo,
Frida Kahlo, Aurora Reyes, Isabel Villaseñor, y la folklorista y feminista Concha
Michel, adoptaron una perspectiva contra-hegemónica para visibilizar y denunciar
la violencia de género, desmontando con sus imágenes, canciones y escritos,
algunos de los perniciosos prejuicios que intentaban justificar dicha
violencia.
Palabras
clave: violencia de género, México,
década de 1930, corridos, notas rojas, artistas plásticas mujeres
Abstract
In Mexico, gender violence, as a device of power
against women, was very common during the 1930s. While the popular corridos and
red news in the press tried to naturalize and justify its existence, a group of
female visual artists formed by María Izquierdo, Frida Kahlo, Aurora Reyes,
Isabel Villaseñor, and the folklorist and feminist Concha Michel, adopted a
counter-hegemonic perspective to make visible and denounce gender violence,
dismantling with their images, songs, and writings, some of the pernicious
prejudices that tried to justify such violence.
Keywords: gender violence, Mexico, 1930s,
corridos, red news, female visual artists
Recepción:
21 de noviembre de 2023/Aceptación: 14 de marzo de 2024
Introducción
A
lo largo de la historia, la violencia contra las mujeres,[2] ha sido utilizada como uno
de los dispositivos de poder y control más persistente y temible del Estado
patriarcal. En efecto, a través de los distintos lugares y tiempos, con el
objeto de dominar a las mujeres los varones han ejercido distintos tipos de
violencias, especialmente sobre sus cuerpos, causando graves daños físicos, e
incluso la muerte.
El empleo del término feminicidio,
es usado en el presente trabajo porque el Estado mexicano postrevolucionario
durante la década de 1930, ya sea como cómplice directo, o bien indirecto, al
no ejercer su poder para prevenir el delito y una vez cometido, no castigarlo
con toda la fuerza de la ley, no ha sido ajena a estos mecanismos extremos de
control, cuyas consecuencias fueron letales para muchas mujeres. En este contexto resulta significativo
mencionar que el concepto de violencia feminicida en México, fue utilizado por vez
primera en el 2007, en la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre
de Violencia. Sin embargo, pese a las distintas connotaciones del término o del
delito como tal, el crimen contra una mujer como consecuencia del ejercicio del
poder y control de los hombres sobre las mujeres, ha existido desde tiempo
inmemorial, por lo que su aplicación retrospectiva resulta válida y útil para
señalar precisamente su continuidad histórica.
Beatriz González-Stephan señala la
instalación de la modernidad civilizadora en América Latina a través de los
manuales de conducta, la gramática y las constituciones del siglo xix que aspiran al disciplinamiento y
la vigilancia del cuerpo, especialmente de las mujeres, y también de los locos,
enfermos, pobres, indios, negros, y homosexuales (González-Stephan, 1996). En
el contexto de la época, las costumbres culturales, los preceptos religiosos,
las leyes, y particularmente las notas sensacionalistas de los periódicos,
conocidas como notas rojas, y otras formas artísticas populares tales como el
corrido, naturalizaban las narraciones sobre los brutales hechos, intentando
presentarlos como ejemplos didácticos, que difundían y reforzaban el
significado disciplinador de la violencia de género en contra de las mujeres
(Núñez Cetina, 2016).
Pese a sus objetivos explícitos de denunciar
las injustas situaciones sociales tanto históricas como contemporáneas, las
artes visuales de aquel entonces, especialmente el movimiento muralista, no dio
cuenta de los maltratos físicos, las violaciones y los asesinatos de mujeres de
aquellos tiempos. Contra estas distorsiones y ausencias sobre las violencias de
género, algunas artistas mujeres de la década de 1930, valientemente decidieron
aceptar el desafío ético de denunciar dicha realidad, no solo para romper el
encubridor silencio de sus colegas masculinos, sino también para oponerse a la
normalización pretendida por la prensa y el corrido popular. En el presente
texto analizaré algunas de dichas obras producidas por el grupo de artistas visuales
conformado por María Izquierdo (1902-1955), Frida Kahlo (1907-1954), Aurora
Reyes (1908-1985), Isabel Villaseñor (1909-1953), y la folklorista y feminista
Concha Michel (1899-1990), quienes crearon obras concebidas desde la
perspectiva contra-hegemónica de las mismas mujeres como dispositivos de
visibilización y de denuncia.[3]
La
década de 1930
La
década de 1930 fue una etapa histórica, que tanto a nivel internacional como
nacional, estuvo atravesada por experiencias dramáticas que dejaron huellas
imborrables en la memoria colectiva de la humanidad, tales como la Gran
Depresión de 1929, el ascenso del fascismo en Alemania, Italia y Rusia, y el
estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939. En México, a nivel local se
sumó además, un nuevo conflicto grave, la Guerra Cristera (1926-1929), que
durante la presidencia de Plutarco Elías Calles (1924-1928) dividió una vez más
al de por sí muy atormentado país, pues continuó normalizando la violencia como
si se tratara de una herramienta natural y aceptable para solventar diferencias
religiosas, políticas y de todo tipo.[4]
Más adelante, el gobierno del
presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940), quien de acuerdo con sus convicciones
ideológicas revolucionarias y a las difíciles circunstancias históricas de
aquel entonces, se propuso pacificar al país y fundar nuevas bases para el
orden económico y la vida social a favor de las clases más desposeídas. Dichas
medidas redundaron en algunos cambios políticos considerables tales como la
fundación de las grandes organizaciones obreras y campesinas: la Confederación
de Trabajadores de México (CTM), la Confederación Nacional Campesina (CNC), y
el Partido Nacional Revolucionario (más adelante Partido de la Revolución
Mexicana y posteriormente Partido Revolucionario Institucional).
En el campo social es importante
destacar además, la laicización del sistema educativo con la implantación de la
“educación socialista”; la aceleración del reparto de tierras y la
colectivización de los latifundios expropiados; el impulso a la industria
nacional a través de la sustitución de importaciones; el estímulo a las
cooperativas y al ejido; la nacionalización ferrocarrilera; y, principalmente, la
expropiación petrolera (que aseguró la posesión de uno de los recursos
naturales más importantes del país), construyendo así los fundamentos del
México moderno. Todas estas medidas contaron con una fuerte oposición por parte
de los sectores más conservadores del país, y la década se caracterizó por la
profunda polarización política, y los enfrentamientos frecuentes en
manifestaciones públicas en la ciudad capital y en otras regiones del país.
La
situación social de las mujeres
La
década de 1930 resultó particularmente activa y decisiva para la lucha por los
derechos de las mujeres. El presidente Cárdenas, tanto por influencia de su
esposa, Amalia Solórzano Bravo (1911-2008) quien era ferviente defensora de los
derechos de las mujeres, como por convicción personal, dentro de su gobierno
favoreció la participación de las mujeres en sindicatos, partidos políticos e
incluso en algunos puestos públicos importantes, especialmente en la diplomacia
con algunas mujeres destacadas como Palma Guillén (1898-1975).
Entre otras medidas significativas,
propició la producción de un programa radiofónico encargado de difundir las
nuevas ideas sobre la importancia del rol social femenino en el país, que era
transmitido semanalmente por la estación XEFO, órgano de comunicación del
Partido de la Revolución Mexicana que ejerció una influencia considerable en la
población.[5] En este contexto es
significativo recordar también, que la educación socialista que mencionamos más
arriba contemplaba además de muchas otras transformaciones, la co-educación
mixta de niñas y niños y la educación sexual en las escuelas, medidas que pese
a las fuertes reacciones que provocaron en los sectores reaccionarios de la
población, paulatinamente fueron debilitando algunos de los prejuicios de
género tradicionales. También cabe destacarse que en el plan sexenal de
Cárdenas se estipulaba que se llevarían a cabo campañas "para combatir las
causas determinantes de la prostitución, a fin de evitar que esta constituya un
medio de vida para la mujer; y para evitar la mendicidad profesional" (Partido Nacional Revolucionario, 1937, p. 56) pues
por fin se atendían a los problemas económicos que existen detrás de dicha
actividad dejando atrás los característicos prejuicios que solían calificar a
las trabajadoras sexuales como naturalmente “malas” propios de épocas
anteriores.
La creación del Frente Único Pro
Derechos de la Mujer (FUPDM), en 1935, marcó un hito crucial en la lucha de las
mujeres.[6] La organización llegó a
agrupar a más de cincuenta mil afiliadas de distintas clases sociales, ámbitos
geográficos, medios laborales y filiaciones políticas; principalmente de
mujeres militantes del Partido Nacional Revolucionario (PNR) y del Partido
Comunista Mexicano (PCM). Con gran tenacidad, el FUPDM exigió modificaciones a
los códigos civiles en aras de lograr la igualdad de derechos, cambios laborales
para compatibilizar el trabajo femenino con la maternidad, una transformación
del código agrario para que pudieran ser dueñas de tierras, además de demandas
democráticas generales contra el imperialismo, el fascismo, la carestía de la
vida y, finalmente, el derecho a votar y a ser candidatas, una de las consignas
principales del primer feminismo internacional. Si bien Cárdenas llegó a turnar
una iniciativa de ley para conseguir el derecho de la mujer al voto -que
generó grandes expectativas-, éste no se alcanzó sino hasta muchos años después
de su gobierno. El PNR consideraba que la incorporación de las mujeres a la
vida cívica debía ser gradual, pues primero debían dejar la religiosidad que
las caracterizaba, y que se juzgaba podía ser un factor negativo para el
gobierno revolucionario.
Visibilizar
los orígenes históricos de la violencia de género
En
1936, Juana Gutiérrez de Mendoza (1875-1942), destacada periodista, poeta y
ferviente defensora de los derechos de la mujer, publicó un folleto titulado La
República Femenina, en el que alertaba de los males del sistema patriarcal
y del peligro de la participación de las mujeres en el gobierno unilateral de
los hombres porque, desde su perspectiva, esto las desnaturalizaba y las hacía
perder el concepto de sí mismas. A partir de sus declaraciones, se formó un
grupo de mujeres que se escindió del FUPDM pues, de forma extraordinariamente
vanguardista, reivindicaban no la igualdad, sino la diferencia entre hombres y
mujeres, sin negar la imperiosa necesidad de justicia y equidad social entre
ambos géneros.
En 1937, Concha Michel, junto con
Sara y Virginia Godínez y Aurora Reyes, fundaron el Instituto Revolucionario
Femenino, que abogaba por el derecho al voto y por la participación de las
mujeres en la política de forma independiente a las limitaciones impuestas por
los partidos políticos existentes. Reconocían los puntos en común entre sus
causas y las de los hombres, y también sus diferencias, lo cual iba más allá de
las distinciones de clase por las que se preocupaban, de forma casi exclusiva,
los partidos de izquierda de la época.
Michel señalaba con gran
claridad que el concepto unilateral del Dios masculino se impuso con el
patriarcado y que desde entonces fue utilizado por el sistema capitalista con
gran provecho, “reduciendo a la mujer a una especie de elemento adicional del
que se sirven aún más irresponsablemente como lo hacen, por ejemplo, con la
tierra o con el agua”, sin que se les ocurra que “los problemas humanos se
resuelven en la pareja: madre y padre, que son lo fundamental o primordialmente
interesados en su descendencia” (Michel, s.f., como se citó en Peña Doria,
2015, p. 96). Así, desde la óptica de Michel, después de las primeras sociedades matrísticas o
comunistas primitivas, en las que no había propiedad privada, surgió el
comercio, y los hombres transformaron a la organización comunal original, en
beneficio de unos pocos, dejando a las mujeres aplastadas doblemente por
el aspecto económico de la
subsistencia, que se originó con la propiedad privada y el aspecto de carácter
biológico, que se originó con la organización exclusivamente masculina, en
donde las relaciones sexuales perdieron su finalidad natural, siendo
deformadas, hasta donde no se pueden degradar más. (Michel, 1938, p. 28)
Señalaba Michel, que una vez rota la dualidad
original, “a la mujer la toman como a una fuerza gratuita de la que cada quien
hace lo que quiere, desde lo más sucio hasta lo más trágico” (Michel s.f. como se
citó en Peña Doria, 2015, p. 96), y que para
contrarrestar su lucha por recuperar aquello de lo que fueron despojadas, “los
dirigentes de la política social y religiosa, encuentran la manera de burlar
esa lucha, confundiéndola con una igualdad indiferenciada, que es la moderna
forma de anular a la mujer en sus facultades y personalidad propias e
insustituibles” (Michel, s.f. como se citó en Peña Doria, 2015, p. 97).
En la década de 1930, María
Izquierdo creó un grupo de obras (figs. 1, 2 y 3) sobre el tema de la
esclavitud y la tortura de las mujeres, cuyo contenido simbólico profundo está
íntimamente relacionado con la interpretación del origen histórico de las
violencias de género que describía Michel en relación con la sociedad capitalista
y patriarcal y con la explotación brutal de las mujeres. La serie está compuesta
por representaciones de mujeres con sus torsos expuestos, mientras sus cuerpos
y manos están atadas por rígidas cuerdas. Frecuentemente dichas mujeres están
ubicadas en espacios desolados y aparecen acompañadas por columnas clásicas,
símbolos tradicionales de la cultura, pero también elementos que a través del
tiempo han servido como piedras sacrificiales, que en el presente contexto,
podrían complementar la denuncia de las mujeres entendidas como víctimas de la
cultura patriarcal dominante. Resulta significativo señalar también que la
mayoría de los cuerpos femeninos representados en este grupo de obras son
cuerpos racializados, con lo que Izquierdo comenta también sobre la doble
opresión de las mujeres en relación con su género y con el color de su piel.
Figura 1. María Izquierdo, Prisioneras, 1936
Colección particular. Permiso para
reproducción: representante legal de la sucesión María Izquierdo.
Figura 2. María
Izquierdo, Esclavas en paisaje mítico, 1936
Colección particular. Permiso para
reproducción: representante legal de la sucesión María Izquierdo.
Figura 3. María Izquierdo, Mujeres en la cárcel, 1936
Colección particular. Permiso para reproducción:
representante legal de la sucesión María Izquierdo.
En
la literatura especializada, que comúnmente tiende a priorizar los significados
subjetivos de la obra de las artistas mujeres por sobre los sociales, se dice
que la serie fue creada por María Izquierdo como una herramienta catártica a través
de la cual la artista intentó elaborar su dolorosa y reciente separación del
famoso pintor Rufino Tamayo (1899-1991) con quien había mantenido una relación
que había durado alrededor de cuatro años. Por otra parte, en relación con los paisajes
míticos, que recuerdan la geografía de la región tarahumara, las lunas
crecientes y el sol, se suele afirmar que la serie alude a un simbolismo
sexual, propio de los ritos prehispánicos del sacrificio, ideas relacionadas
con la imaginación poética del surrealista francés Antonin Artaud (1896-1948),
quien durante su visita a México desarrolló una significativa amistad con
Izquierdo.
Sin embargo, más allá de cuestiones de orden personal, y de esta
interesante correspondencia con Artaud, la serie también está directamente
relacionada por un lado con la historia de México, particularmente con la cruel
conquista española en el estado natal de la artista, Jalisco, y por otro, a
nivel más general, con la violencia propia del régimen patriarcal. En efecto,
el conquistador Nuño Beltrán de Guzmán (1490-1558) al mando de su ejército
durante la etapa de Conquista, realizó asesinatos masivos y recurrió a la
tortura para obtener información. Tras el triunfo de los españoles se organizó
la Nueva Galicia (que comprendía los actuales estados de Jalisco, Nayarit y
parte de Sinaloa), pero la represión y la pacificación posterior no logró
acallar a los habitantes originarios, y en 1541-1542, un grupo de indígenas
cazcanes y zacatecas, lograron reorganizarse e intentaron expulsar a los
españoles. Este episodio, que pasó a la historia como la Guerra del Mixtón,
nuevamente fue reprimido de la forma más sanguinaria imaginable. Los pocos
indígenas rebeldes que sobrevivieron a la masacre fueron vendidos como esclavos
para trabajar en las minas o en otras tareas igualmente duras y mortales, en
otras regiones del oeste de México.
Se dice también, que durante e inmediatamente después de la represión del
movimiento, la violación de mujeres fue una práctica común, al igual que la
tortura, la cual consistía a menudo en la amputación de sus senos. Recordemos
en este sentido, que tal y como señala la antropóloga feminista Rita Segato
(1951), en el contexto de la relación cuerpo-territorio,
la sanción sobre el
cuerpo de la mujer es un lugar privilegiado para significar el dominio y la
potencia cohesiva de una colectividad, y prácticas de larguísima duración
histórica confirman esta función de la capacidad normativa (y hasta predadora)
sobre el cuerpo femenino como índice de la unión y fuerza de una sociedad. (Segato, 2006, p. 6)
La misma pensadora señala, que las formas sexualizadas de la agresión, se
utilizan para afirmar la destrucción moral del enemigo (Segato, 2010, p. 6).
Las sufrientes mujeres indígenas de la
serie de Izquierdo, atadas a columnas rotas o esposadas, intentando consolarse
mutuamente, y rezando a sus dioses en medio de las desoladas montañas y
volcanes, se corresponden con el terror aquí descrito en relación con el
vergonzoso episodio de la Conquista de Jalisco y de la Guerra del Mixtón, y al
mismo tiempo dichas potentes obras expresan, de forma muy sugerente y explícita,
la violencia sobre los cuerpos femeninos que el patriarcado ha sostenido a través
de los distintos tiempos y lugares.
En algunas de sus obras Aurora Reyes también
denunció la opresión y los crímenes cometidos en contra de las mujeres
representando un hecho histórico en Atentado
a la maestra rural (1936) (fig. 4), y de forma más general y alegórica en Argumento dramático (1946) (fig. 5). En
efecto, la obra Atentado a la maestra
rural, respondió a un hecho real ocurrido el 29 de marzo de 1936 en el
pueblo de San Felipe Torres Mochas (más adelante conocido como Ciudad González)
en el estado de Guanajuato, cuando algunas personas armadas con piedras, palos
y pistolas, atacaron a los y las misioneros culturales que entonces estaban
reunidos en una celebración en la plaza central del pueblo. Los periódicos
reportaron que por lo menos 16 personas fueron asesinadas durante el ataque, y
dada la gravedad del asunto el mismo presidente Lázaro Cárdenas acudió al lugar
para condenar el hecho y apoyar a los sobrevivientes de la masacre.
Figura 4. Aurora Reyes, Atentado a la maestra rural,
1936, fresco, 30 m2
Centro Escolar Revolución, México,
CDMX, Fotografía de la autora.
Figura 5. Aurora Reyes, Argumento dramático, 1946, óleo sobre tela
Colección
Héctor Godoy Lagunes, Ciudad de México. Permiso para reproducción: Héctor Godoy
Lagunes. Fotografía de la autora.
En el mural, la maestra está siendo brutalmente
golpeada con la culeta de un fusil por un campesino que oculta su cara tras su
sombrero, mientras de su cuello se asoma un escapulario que delata su fanatismo
religioso. Al mismo tiempo la maestra está siendo arrastrada por sus cabellos, por
otro fanático, en este caso un fascista, que se reconoce por su atuendo de los
“camisas doradas,” el violento grupo nazi mexicano de los años 30, y por la svástica que forma con el movimiento de su
propio cuerpo. Al sostener billetes en su otra mano en alto, el siniestro
personaje simboliza no solo el carácter mercenario de su ataque, sino también
el sistema capitalista que de acuerdo con Reyes y con sus compañeras del
círculo intelectual, tal como lo explicaba Michel, está en el origen de la
violencia social y de género que es abiertamente denunciada en la pintura.
Al identificar claramente a la
víctima del brutal ataque como una maestra rural, Reyes pone en tela de juicio
los argumentos repetidos en las notas rojas y en los corridos en relación con
las supuestas desviaciones morales de las víctimas para denunciar el
feminicidio, en este caso, entremezclado con cuestiones ideológicas de forma
directa y sin tapujos. En su pintura, Reyes fue capaz no solo de denunciar la
violencia de género, sino también, de dar forma visual a través de algunos
símbolos, a su origen en la explotación capitalista y en la desigualdad propia
del orden patriarcal, a las que su amiga y camarada Concha Michel hacía
referencia en sus escritos.
Por otra parte, el título de la segunda obra de Reyes aquí
considerada, Argumento o Argumento dramático, vuelve a poner de relieve el
poder de la fuerza ejercido por el sistema patriarcal en contra del género
femenino, representado esta vez en la obra por dos mujeres cuya vulnerabilidad
está puesta de manifiesto por su desnudez y formas suaves, que las deja
indefensas frente al brutal ataque de látigo del victimario. Con una consciencia
de género extraordinaria, Reyes escribió para una de sus ponencias que
haciendo
un análisis del proceso de la Cultura a través de la Historia de la Humanidad,
encontramos que a la cultura de esta época el conjunto de valores que la forman
son, a pesar de su importancia, insuficientes para llenar las necesidades de
una humanidad compuesta por mujeres y hombres, ya que hasta hoy, la Cultura en
general, tiene caracteres exclusivamente masculinos puesto que ha sido
elaborada por ellos y para ellos quedando la mujer en mayor o menor grado, y en
todas sus actividades en calidad de tutoreada, esto es esclava y explotada del
hombre explotador o esclavo. (Reyes, 1939)
La indeterminación espacial y
temporal de la escena favorece su lectura como una expresión simbólica de las
distintas caras de la violencia estructural ejercida en contra de las mujeres
en la sociedad patriarcal: la del Estado, la doméstica y la psicológica. El
látigo, símbolo tradicional “del poder judicial y de su derecho a infligir
castigos” (Chevalier, 2000) se convierte así en la obra de Aurora Reyes, en la irónica
metáfora del “argumento” es decir, del intento de racionalización de la
violencia, frecuentemente “justificada” a través de cuestiones morales y
religiosas que a lo largo de la historia han servido para esconder un sin fin
de vejaciones, maltratos, violaciones y feminicidios. Argumento dramático
constituye así una poderosa alegoría sobre la violencia de género como práctica
de dominación ejercida en contra de las mujeres.
Impugnar
la naturalización de los feminicidios en los corridos
La
canción popular de la época contribuyó a conformar el imaginario masculino del
charro como el macho mexicano por excelencia, autoritario, valiente y capaz de
utilizar la fuerza física en aras de la defensa de su honor y reputación, llegando
incluso a cometer feminicidios.
Los corridos son expresiones
musicales, derivadas de los romances españoles, que gozaron de gran
popularidad, especialmente durante la Revolución Mexicana. Frecuentemente,
narran las hazañas de los héroes revolucionarios, pero también de otros hombres,
que comúnmente cometieron asesinatos de mujeres, supuestamente en defensa de su
hombría. Este es el caso de Jesús Cadena, quien asesinó a la güera Chabela por
bailar con otros hombres; al igual que Cleto, quien asesinó a la Cuca Mendoza,
nuevamente por el mismo motivo; el de Hipólito Mendoza, quien mató a su
flamante esposa Belem Galindo, que había sido denunciada en su infidelidad por
su suegra; de Martín, quien mató a Juanita Alvarado simplemente porque ella se negó
a una propuesta que él le realizó por carta; y de don Benito, quien vengó su
deshonra asesinando a su esposa Elena, y a su amante francés, don Fernando.
Como señalamos antes, tanto los
corridos como las notas rojas, justificaban a los asesinos considerando que sus
crímenes eran respuestas naturales e incluso esperadas frente a los
comportamientos de las mujeres, que, al ejercer cierta autonomía en el uso de
sus cuerpos, eran juzgados como provocativos. En el imaginario de la época, las
“desviaciones” de las mujeres en relación con la sumisión tradicional del
género femenino, se castigaban, no solo en relación con la ofensa cometida en
contra del asesino en particular, sino alegando, de forma más o menos explícita,
que dicho castigo se impartía también como una defensa de la sociedad en su
conjunto. En este sentido, como se creía que esta desviación de la norma de las
mujeres debía ser castigada, los feminicidios en lugar de ser sancionados eran
elevados a la categoría de verdaderas hazañas populares.
Isabel Villaseñor, quien además de
artista visual era cantante, compositora
y gran conocedora de corridos, en algunos de sus grabados, elaboró sobre el
contenido de algunas de las expresiones del género musical, denominados
precisamente “pasionales” por las razones recién expuestas en relación con los
hombres atacados en su hombría por las provocaciones de las “malas” mujeres,
pero situándose en la visión de las mismas mujeres para así denunciar abiertamente
el sexismo y la brutalidad de los asesinatos que se narraban. Se trataría
entonces de una especie de “écfrasis inversa” pues la artista representa
visualmente textos narrativos previos, y al hacerlo, le confiere connotaciones
diferentes.
Así, por ejemplo, en el grabado de
Villaseñor titulado La güera Chabela (1929) (fig. 6), la artista se
inspiró en el corrido popular del mismo nombre al que acabamos de referir, cuya
letra claramente ejemplifica el machismo y la aceptación de la violencia en
contra de las mujeres. El corrido había inspirado además una obra teatral
creada por Michel, en la que se señalaba la culpa asumida por el personaje
asesinado, Chabela, quien mientras agonizaba aconsejaba a las mujeres a no
vivir como ella para evitar su mismo triste final, dejando así al descubierto
el mensaje disciplinador del corrido. Esta última estrofa, que resume la
creencia popular según la cual se muere de acuerdo con cómo se ha vivido, fue
incluida también en la imagen de Villaseñor, como un texto manuscrito por la
misma autora que, curiosamente, fue dedicado a su esposo, Gabriel Fernández Ledesma
(1900-1983). Esto nos permite especular que quizás, dicha inscripción, se tratara
de una advertencia, pero invirtiendo en su caso los roles de género de los
personajes del corrido, en relación con los de la pareja conformada por los
artistas.
Fig. 6. Isabel Villaseñor, La güera Chabela, 1929
La
imagen de Villaseñor se concentra en el momento de luto y dolor de la familia
de la víctima una vez consumado el ataque, desafiando así el mensaje
moralizador de la letra en contra de las mujeres, de forma significativa y
elocuente. Chabela fue representada con sus cabellos rubios que contrastan con
los cabellos negros de los demás personajes, yacente y agonizante, con los ojos
cerrados, pero todavía hermosa, sin ostentar signos visibles del tiro recibido
que narra el corrido.
Al contrario de lo que solían hacer
los periodistas de las notas rojas, al enfatizar la dudosa moral de las víctimas,
Villaseñor, embelleció la muerte de Chabela, eliminando las referencias a la
mal vista coquetería de la mujer que supuestamente la llevó a su trágica
muerte. Por el contrario, Chabela aparece en paz, rodeada por sus dolientes
padres y hermanos, evocando así sutilmente las escenas de luto propias de la
iconografía cristiana. Al enfatizar el dolor de la madre, que sostiene sus
manos cerca de su corazón, y del desolado padre, que cubre su cara para
intentar ocultar sus sentimientos, Villaseñor invalida la supuesta culpabilidad
de la joven víctima, y la transforma en una santa secular, en una heroína, y un
trágico emblema de la violencia y de la crueldad de la violencia de género
propia de la sociedad patriarcal.
Elena la traicionera (1930) (fig. 7) también se inspiró
en otro corrido popular que en su interpretación particular del tema,
Villaseñor intentó desmontar. El grabado fue creado en el mismo año en que la
artista trabajaba en la puesta en escena y el libreto sobre el corrido, junto
con su esposo, Fernández Ledesma y la escritora y activista, también gran
conocedora del corrido popular, Graciela (Gachita) Amador (1898-1951). En su
grabado, Villaseñor representó el momento trágico cuando Benito, el marido de
Elena, habiendo descubierto la infidelidad de su esposa con don Fernando, el
francés, se prepara para asesinarla con un machete. La imagen, que en este caso
aparece sola, sin inscripción textual alguna, abiertamente representa la
brutalidad del feminicidio.
Figura 7. Isabel Villaseñor, Elena la traicionera, c1928.
El
marido furioso, retratado como el macho mexicano estereotípico por excelencia,
con sombrero de charro, bolero, pantalones ajustados y botas de piel, contrasta
con Elena, que viste un vestido sencillo y blanco, color tradicionalmente
asociado con la pureza, la belleza y la bondad. En el fondo de la imagen, otra
mujer es testigo de la tragedia y gesticula dramáticamente. Sus líneas
angulares contrastan con las más redondas y suaves de la víctima que expresan
una actitud más calma. Un marco dislocado en el fondo hace eco del desorden y
de la brutalidad de la escena, convirtiéndose así en una fuerte y contundente
denuncia en contra de la violencia de género.
Desafiar
las justificaciones de los feminicidios en las notas rojas
En
la década de 1930, con los cambios sociales y laborales, que describimos más
arriba, y que permitieron una mayor agencia para las mujeres fuera de los
espacios domésticos tradicionales, también se dio una fuerte reacción. Pese a
que no hay datos estadísticos precisos, resulta claro que la violencia de
género documentada en etapas anteriores, durante la década de 1930, si no
aumentó, por lo menos continuó con la misma o con mayor virulencia que antes (García
Peña, 2006).
La especialista Martha Santillán
Esqueda sostiene que aunque los gobiernos posrevolucionarios se propusieron
contener las violencias de género, “no se propugnó por una modificación radical
de las estructuras de género patriarcales, con lo cual se continuó reconociendo
el despliegue de este tipo de comportamientos como característicos de la
hombría” (Santillán Esqueda, 2019). Si bien el concepto de feminicidio no
tenía las misma implicaciones jurídicas y culturales en los años 30 que en la
actualidad, resulta escalofriante confirmar que varios de los crímenes cometidos por
hombres, se consideraba habían sido catalizados por la pérdida del control de
las mujeres, cuya sexualidad había traspasado los límites de las conductas apropiadas
para el género femenino, invirtiendo los términos y considerando a sus así
llamadas, “traiciones,” como violencias psíquicas hacia los hombres. Sostiene
la académica Saydi Núñez Cetina que “la atenuación de la sanción para
criminales pasionales (varones) y la discrecionalidad del sistema de justicia
por motivos de honor y pasión contribuyeron históricamente a mantener el
maltrato hacia las mujeres, obstaculizando el avance hacia una justicia
expedita” (Nuñez Cetina, 2015).
Algunas de las mujeres activistas
de la época, hicieron frente a esta realidad, y así por ejemplo, en el tercer
Congreso Nacional de Mujeres Obreras y Campesinas que tuvo lugar en
Guadalajara, Jalisco, en 1934, entre sus demandas se exigía el castigo para los
esposos que golpeaban a sus mujeres, práctica difundida en ese entonces, que en
algunos casos desembocaba en los desenlaces fatales que acabamos de describir.
Sin embargo, la prensa sensacionalista de la época, apoyándose en imágenes
fotográficas morbosas, reiteraba sus mensajes sexistas, sugiriendo siempre que
se trataba de un crimen pasional causado por el actuar provocativo de la
víctima.
La obra de Frida, Unos cuantos piquetitos (1935) (fig. 8)
resulta un ejemplo significativo en relación con la denuncia de la opresión y
la violencia que tal y como acertadamente señalaba Concha Michel, impuso el
sistema patriarcal capitalista. Aunque una vez más, la literatura clásica sobre
la obra de Frida, especialmente la ya conocida biografía de la artista escrita
por Hayden Herrera, interpreta la dramática pintura en términos exclusivamente
personales, en este caso particular, como la expresión del dolor y del humor
sarcástico de Frida frente a la infidelidad de Diego con su propia hermana
Cristina (Herrera, 1983, pp. 187-189), es plausible pensar, que la alegoría
representada, como en la mayor parte de los casos de la obra de Frida, tiene
además un sentido mucho más amplio, en este caso, como denuncia crítica de la
violencia de género en su expresión máxima del feminicidio.
Figura 8. Frida Kahlo, Unos cuantos piquetitos, 1935, óleo
sobre tela, 48 x 38 cm
Museo Dolores Olmedo, CDMX, D.R. ©
2024 Banco de México, Fiduciario en el Fideicomiso relativo a los Museos Diego
Rivera y Frida Kahlo. Av. 5 de Mayo No. 20, col. Centro, alc. Cuauhtémoc, c.p.
06000, Ciudad de México. Fotografía: Fondo Fotográfico CENIDIAP/INBAL.
Biblioteca de las Artes.
Efectivamente para su pintura Frida se basó en una
noticia real aparecida en un periódico de la época que narraba que la historia de
un hombre que asesinó a su novia y que cuando fue llevado a juicio señaló que él
tan solo le había dado “unos cuantos piquetitos”, mismos que en realidad habían
sido veinte mortíferas puñaladas. La burda defensa del asesino se expresa
también en la pintura de Frida a través del rostro del asesino que parece
esbozar una sonrisa, mientras guarda un pañuelo con el que posiblemente limpió
la sangre de su rostro y que pese a su intento de borramiento, permanece
visible en el cuerpo de la mujer, en la cama, en la camisa del asesino y hasta
incluso en el marco del cuadro.
En un dibujo preparatorio, conocido
como Mi Chata ya no me quiere (1935) (fig. 9), Frida incluyó una inscripción que
dice “Mi Chata ya no me quiere porque se dio a otro malhora, pero hoy se la
arrancó, ya se le llegó su hora”, aludiendo así, irónicamente, a las noticias de nota
roja de la época, en la que los feminicidios solían justificarse sugiriendo
siempre que la mujer asesinada había sido infiel, o que de una u otra forma “se
lo había buscado”, por su poca virtud. En su obra Frida representó a la mujer
desnuda, pero con un zapato de tacón y un muy ornamentado calcetín,
explicitando así esta visión prejuiciada en contra de la sexualidad femenina.
Figura 9. Frida Kahlo, Mi Chata ya no me quiere, 1935
Derechos Reservados © 2024 Banco de
México, Fiduciario en el Fideicomiso relativo a los Museos Diego Rivera y Frida
Kahlo. Av. 5 de Mayo No. 20, col. Centro, alc. Cuauhtémoc, c.p. 06000, Ciudad
de México. Fotografía: Fondo Fotográfico CENIDIAP/INBAL. Biblioteca de las
Artes.
Michel por su parte sostenía que con el patriarcado,
al consolidarse la dominación masculina sobre las mujeres, comenzó también la
prostitución, es decir, en sus palabras, “las más asquerosas formas de rebajamiento
para el sexo femenino”. Más adelante agregaba que “en nuestro México, en tiempos
de Abelardo Rodríguez, esta ‘industria’ debió dejar por lo menos unos 500,000
pesos mensuales o más, dada su buena organización”, y que una utilidad tan
grande resultaba conveniente al sistema capitalista en cualquier parte del
mundo (Concha Michel, 1938, pp. 96-97). En su pintura, Frida denunciaba la
esclavización sexual de la mujer, y su máxima expresión feminicida, y al mismo
tiempo, el cinismo del sistema patriarcal, incapaz de reconocer sus propios
intereses y atroces crímenes.
Aunque la misma Kahlo declaró
que pintó esta escena porque en México el asesinato es natural y por su empatía
con la mujer asesinada, porque también ella estuvo cerca de ser asesinada por
la vida misma, la pintura trasciende dichas referencias autobiográficas, que
son las que normalmente permean la literatura especializada sobre la artista, para
expresar la fuerte oposición de Kahlo en contra de los prejuicios morales
generalmente asociados con las muertes violentas de mujeres, y la injusticia de
los dictados sociales que justificaban la violencia de género. La empatía
referida por Kahlo no era solamente personal, sino decididamente política, pues
denuncia al feminicidio de forma abierta y persuasiva, develando la brutalidad
y la auto indulgencia masculina.
Reflexiones
finales
De
acuerdo con los ejemplos artísticos analizados, podemos concluir que la
creación visual, no solo de la pintura mural, sino también de la de caballete y
la de la gráfica, pueden ser entendidas como dispositivos para la denuncia de
las violencias de género y como una manifestación de las reivindicaciones de
los derechos de las mujeres de acuerdo con el contexto histórico de los años treinta
mexicanos, así como con las herramientas teóricas que las mismas mujeres, como
Michel, estaban publicando y discutiendo sus ideas para dar cuenta y combatir a
la opresión de género propia de la sociedad patriarcal en la que vivían.
Las imágenes creadas por
Villaseñor, Kahlo, Reyes, e Izquierdo analizadas en el texto, pueden ser
interpretadas como una contra-retórica en relación con la ausencia del tema en
la pintura mural contemporánea, y con la naturalización y justificación propia
de las notas rojas y de los corridos de los años treintas, que como señalamos, tendían
a privatizar las violencias de género, como si se tratara de casos individuales
e independientes, ajenos al sistema propio de la estructura patriarcal.
Todas estas imágenes, creadas
alrededor de la década de 1930 en México, frente a la normalización pretendida
por la prensa y la canción popular, desenmascaran el pretendido “control del
cuerpo y la capacidad punitiva sobre las mujeres” (Segato, 2006, p. 3), que de
acuerdo con Michel y muchas otras especialistas posteriores, tienen su origen
en la sociedad patriarcal que ejerce la violencia física contra las mujeres
como una herramienta de control. Las imágenes son un lugar de disputa en la
construcción social de las relaciones de género, y las obras que denuncian las
violencias contra las mujeres en la sociedad postrevolucionaria mexicana tienen
un significado político que vale la pena estudiar y difundir.
Bibliografía
Chevalier, J. (2000). Diccionario de los símbolos. Herder.
Comisarenco Mirkin, D. (2019). Frida Kahlo and Aurora Reyes: Painting to the
Voice of Michel, Woman´s Art Journal,
40(2), 3-13.
Comisarenco Mirkin, D. (2008). To Paint the Unspeakable: Mexican Female
Artists´ Iconography during the 1930´s and early 1940´s, Woman´s Art Journal,
29(1), 21-32.
Comisarenco Mirkin, D. (2006). The First Mural Created by a Mexican Female
Artist: Aurora Reyes’s The Attack on the Rural Teacher, Woman´s Art Journal,
26(2), 19-25.
García
Peña, A. L. (2006). El fracaso del amor. Género e
individualismo en el siglo xix mexicano. El Colegio de
México/Universidad Autónoma del Estado de México.
González
Stephan, B. (1996). Economías fundacionales. Diseño
del cuerpo ciudadano. En González Stephan (Comp.), Cultura y Tercer Mundo.
Nuevas identidades y ciudadanías (pp.17-47). Nueva sociedad.
Herrera, H. (1983). Frida. A Biography of Frida Kahlo. Perennial Library.
Michel, C. (1938). Dos
antagonismos fundamentales. Editorial
de Izquierda de la Cámara de Diputados.
Nuñez
Cetina, S. (2015). Entre la emoción y el honor:
Crimen pasional, género y justicia en la ciudad de México, 1929-1971. Estudios de Historia Moderna y Contemporánea
de México, 50, 28-44. https://doi.org/10.1016/j.ehmcm.2015.05.010.
Nuñez
Cetina, S. (2016). Los estragos del amor. Crímenes
pasionales en la prensa sensacionalista de la ciudad de México durante la
posrevolución. Trashumante. Revista Americana de Historial Social, (7), 8-51.
Partido Nacional Revolucionario. (1937). Plan
Sexenal del Partido Nacional Revolucionario. Partido Nacional
Revolucionario.
Peña Doria, O. M. (2015). En busca de la dualidad. La obra literaria de Concha Michel. Silla
Vacía Editorial; Universidad de Guadalajara, Centro Universitario de la Costa
Sur.
Reyes, A. (1939). La mujer y la cultura [Ponencia]. Congreso Nacional Femenil, Habana.
Santillán
Esqueda, M. (2019). Violencia, subjetividad
masculina y justicia en la Ciudad de México (1931-1941). Secuencia, (104). https://doi.org/10.18234/secuencia.v0i104.1614
Segato,
L. R. (2006). Qué es un feminicidio. Notas para un debate
emergente. Serie Antropología, (401).
Segato,
L. R. (2010). Feminicidio y
femicidio: conceptualización y apropiación. En P. Jiménez y K. Ronderos (Eds.), Feminicidio:
un fenómeno global de Lima a Madrid (pp. 5-6). Heinrich Böll
Stiftung Unión Europea.
[1] Instituto
Nacional de Bellas Artes y Literatura. Correo
electrónico: dina.comisarenco@gmail.com
[2]
El término fue definido por Naciones Unidas en su Convención para la
eliminación de todas las formas de discriminación contra las mujeres.
Posteriormente se ratificó el concepto en la conferencia de derechos humanos
celebrada en Viena (1993). He preferido no utilizar el término de violencia
doméstica pues lo considero como un disfraz, que comúnmente se utiliza para
invisibilizar a las mujeres y situar a los agresores y a las víctimas en el
mismo nivel, difuminando el factor del género, y ocultándolo como si se tratara
de simples peleas de pareja.
[3] El presente trabajo abreva en otros textos de mi
autoría publicados originalmente en inglés (Comisarenco Mirkin, 2019; 2008; 2006).
[4]
Recordemos que incluso tras la Revolución, pese al afán de reconstrucción y
reconciliación nacional durante la década de 1920, la violencia continuaba
siendo la norma y no la excepción y que entonces murieron asesinados el líder
revolucionario Emiliano Zapata (1919), el presidente Venustiano Carranza
(1920), el líder revolucionario Francisco Villa (1923), el progresista
gobernador de Yucatán Felipe Carrillo Puerto (1924), el general revolucionario
Francisco R. Serrano (1927), el entonces ex presidente y presidente electo para
un segundo período Álvaro Obregón (1928) y el revolucionario cubano Julio
Antonio Mella (1929).
[5]
Un ejemplo de los logros de las mujeres en el ámbito político fuera del país es
el de Palma Guillén, nombrada representante de asuntos exteriores en Colombia
y, más adelante, en Dinamarca.
[6] Para un estudio detallado de la pionera organización, véase Esperanza Tuñón Pablos (1992). Mujeres que se organizan. El Frente Único Pro Derechos de la Mujer, 1935-1938. Porrúa.