ESTUDIOS DE GÉNERO: UNA MIRADA DESDE EL
COLEGIO DE POSTGRADUADOS, MÉXICO
Doctora en Sociología por la
Universidad de Texas. Profesora Investigadora en el Colegio de Postgraduados.
Pertenece a la Academia Mexicana de Ciencias desde 1997. Es Emérita del Sistema
Nacional de Investigadoras y del Colegio de Postgraduados.
DOI:
https://doi.org/10.32870/lv.v0i0.8037
Mi
formación como investigadora y docente a lo largo de más de 45 años ha pasado
por diferentes etapas, pero sin duda mi experiencia en el Colegio de
Postgraduados (CP) es la que mejor explica mi interés y participación en el
desarrollo de los estudios de género. Desde su origen, el devenir de estos
temas ha pasado por un reacio escrutinio. Su legitimidad como área generadora
de conocimiento científico sigue enfrentando prácticamente los mismos retos que
hace casi cinco décadas. Para quienes vimos nacer los estudios de género en
ámbitos tan masculinizados como las ciencias agropecuarias, es difícil emitir
un juicio crítico ante el cúmulo de investigaciones que han intentado
visibilizar realidades que siguen formando parte del constructo social, en
México y en el mundo.
Para hablar de los estudios de género en el CP,
institución de enseñanza e investigación en ciencias agrícolas, debo remontarme
a la década de 1980, época en la que este campo interdisciplinario empezaba a
abrirse paso a través de programas incipientes y aislados, y cuya
institucionalización, al menos en teoría, llegaría décadas más tarde.
En esos primeros años, mi historia personal se resumía en tres
acontecimientos que definirían el rumbo de mi vida personal y profesional: el
nacimiento de mis 3 hijos, la salida de mi natal Colombia en 1970 y mi llegada
a Carolina del Sur (EUA) por el trabajo de mi esposo. En 1972, alentada por
amistades que aún conservo, nos trasladamos con toda la familia a la ciudad de
Austin, Texas donde ingresé a la licenciatura en Sociología. Era una época
convulsa: el fin de la guerra contra Vietnam, el asesinato de Salvador Allende,
la instauración de varias dictaduras en el Cono Sur. Acontecimientos que
repercutían en los estudios que cursábamos.
¿Por qué soy feminista? Las propias circunstancia de mi vida, mi origen
geográfico, y la lucha tan intensa que debí librar para acceder a la
universidad en un tiempo en que las mujeres no seguían estudios superiores
(terminaban lo que se llamaba Bachillerato elemental, que era un barniz para
alistarse al matrimonio) harían despertar mi conciencia feminista; además de
las confrontaciones en el lugar de trabajo con académicos/as que no
consideraban conocimiento el que surgía de la praxis, el producido con
herramientas cualitativas, y menos los estudios sobre, con y para mujeres, y
menos aún desde las relaciones de género.
Fue mi empeño por los temas relacionados con el sector rural el que me
trajo a México, al Colegio de Postgraduados (CP) y en específico, al Centro de
Estudios del Desarrollo Rural, Campus Montecillo, en 1981. Pero los retos
apenas comenzaban. Me asignaron una investigación sobre organizaciones
campesinas, aun cuando había manifestado mi interés por estudios sobre las
mujeres rurales e indígenas.[2]
Porque el profesorado del Colegio no reconocía los estudios de las mujeres como
estudios científicos, lo que restaba trascendencia a las primeras propuestas,
enmarcadas en el tema de Mujeres y Desarrollo.
Aunado a ello, en esos años el CP no recibía financiamiento de instancias
privadas; sin embargo, mi insistencia fue tal, que las autoridades terminaron
por aceptar el auspicio. Fue así como, en 1984, mis intereses académicos no
satisfechos encontraron en la Fundación Ford una alternativa para financiar mi
proyecto.
Considero que ese fue el punto de partida para que el tema de las
mujeres rurales se convirtiera en el detonante de muchos proyectos, ejecutados
por mí y mi grupo de trabajo, a los cuales se sumaron organismos como Naciones
Unidas, el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA),
los Países Bajos y el Consejo Británico.[3]
Los recursos del Colegio y el financiamiento externo permitieron que
cuatro académicas conformáramos un equipo multidisciplinario para trabajar en
siete comunidades que aceptaron nuestra propuesta de colaborar en un estudio un
tanto diferente: no recibirían bienes materiales, sino que las capacitaríamos
en las áreas de autodiagnóstico, organización, relaciones de género, educación
y proyectos productivos, entre otras. Guiadas por una visión sociológica,
trabajamos con un grupo de mujeres en cada comunidad, a quienes motivábamos
para que fueran copartícipes de la investigación y reflexionaran sobre su
realidad en su propio entorno, a partir de elementos conocidos por ellas.
Uno de los principales objetivos consistió en dotarlas de instrumentos y
técnicas para modificar la asimetría que existe en el medio rural en cuanto al
reconocimiento de las mujeres rurales e indígenas en la vida económica y social
de sus comunidades, de su región y del país en general.
Nos reuníamos una vez a la semana para discutir el trabajo realizado en
las comunidades; y, con esos insumos, llevábamos a cabo las siguientes
reuniones en cada una de las comunidades. Desarrollamos este trabajo durante
cuatro años, al término de los cuales sistematizamos la información, los datos
y testimonios recogidos, para plasmarlos en un libro que fue publicado en 1994
con el sello del CP.[4]
A lo largo de esos cuatro años, intensificamos las actividades en el CP:
Congresos con feministas latinoamericanas que aceptaron discutir y reflexionar
sobre las relaciones de género; varias reuniones formales en el Colegio con
campesinas e indígenas de los grupos con los que trabajábamos y otros más;
asistimos a un congreso con Amartya Sen en Oxford, Reino Unido; dimos charlas
para diferentes grupos y organizaciones; participamos en muchos congresos
nacionales e internacionales, así como en exposiciones fotográficas de mujeres,
donde pudimos comprobar el valor del intercambio y del aprendizaje
colaborativo; y con la subvención del Consejo Británico llevamos a cabo un
congreso sobre educación superior y género, lo que nos permitió comparar
situaciones muy similares entre Estados Unidos, el Reino Unido y México en
cuanto a los estudios de género.
Asumimos que estos esfuerzos no podían quedarse en un proyecto de
investigación aislado y que lo realizado en campo se podría traducir, a partir
de la investigación-acción, en una propuesta para la formación de líderes y
lideresas. Fue así como diseñamos el currículo para la maestría en estudios de
género, con el propósito de replicar en las aulas lo que se investigara en
campo, y viceversa; y lo más importante, contribuir a la transformación de las
relaciones de género en los hogares, en los espacios de trabajo y en las
comunidades.
Desde mi visión personal, siempre presupuse que los estudios de género
eran fundamentales para los trabajos que se realizaran en el agro mexicano y,
por lo tanto, sería fácil que las autoridades académicas, en el Centro de
Estudios del Desarrollo Rural, aceptaran la propuesta de una maestría sobre
estudios de las relaciones de género. Era evidente el aporte de las mujeres
indígenas y campesinas en el sector rural, aunque estaba invisibilizado.
El trabajo en las comunidades
De los
temas que se trabajaron en las siete comunidades, destacan los que a
continuación se explican de manera sucinta, porque se convertirían en la base
de la maestría en género que presentaríamos a los directivos de Desarrollo
Rural.
Autodiagnóstico. Se partió de una triple visión, como
menciona Núñez (1985) el ámbito inmediato, el trabajo doméstico y de cuidado;
lo más vivido, lo más sentido del grupo; y el entorno, aquellos elementos que
aparecían a simple vista. Sin embargo, el grupo no quedó allí, profundizó en
estos temas con el fin de analizar la problemática de la zona (producción de
cebada maltera); y, de este modo, se buscó orientar las acciones para analizar
y transformar la propia realidad.
La organización se vio como un proceso de enseñanza-aprendizaje.
Participamos como motivadoras, pero fueron los grupos quienes determinaron cada
proceso y sus integrantes fueron las responsables de mantener la existencia de
los grupos.
Educación-capacitación. Se planteó como actividad fundamental,
diseñada para cada grupo en específico; es decir, cada uno se acercó a la
unidad doméstica de producción como espacio privilegiado de socialización, en
donde se manifiestan valores, creencias, tradiciones y formas de relacionarse.
Historia de las comunidades. Desde sus orígenes, las mujeres campesinas
e indígenas han sido protagonistas. Su aparición se remonta a la existencia de
la clase trabajadora, con una participación primordial en el ciclo agrícola.
Constituyen una fuerza de trabajo necesaria y se asumen como responsables de la
producción cuando sus compañeros, padres o hermanos salen a buscar trabajo
fuera de la comunidad, debido a la precaria situación económica en que se
encuentran.
Aprendizaje técnico. Resultó más sencillo que el social, aunque
requirió tiempo y dedicación. Los proyectos productivos no fueron vistos como
fines en sí, sino como el medio que ellas utilizan para complementar el ingreso
familiar. Dado que la producción es el elemento concreto que ellas valoraron,
se tomó como base para las actividades de investigación,
capacitación-educación, organización, sistematización y evaluación.
De esta forma, a las mujeres las vimos como protagonistas especializadas
en la reproducción de la vida social en su totalidad, ya que están capacitadas
para desarrollar actividades vinculadas al proceso de producción, pero también
para velar por la integridad de la familia. Son trabajos no pagados porque las
tareas relacionadas con el cuidado y mantenimiento de la estabilidad en el
hogar son consideradas como su responsabilidad y el trabajo “productivo” ,
cuando existe, se percibe como “ayuda” al marido o a la economía familiar.
Frente a la situación de deterioro de la economía campesina, que se
refleja en la calidad de vida de las y los integrantes de la unidad agrícola, y
como responsables de la reproducción social, las mujeres desarrollan
estrategias de supervivencia en momentos de crisis de la unidad familiar. Y
este trabajo, que no es considerado como tal, lo realizan como responsabilidad
intransferible y de afirmación de su identidad de género. La división sexual
del trabajo ha creado ámbitos especializados en los cuales se construye el
ciclo de vida de varones y mujeres.
Con estos recursos se elaboraron las materias académicas para la
propuesta de un posgrado en Estudios sobre relaciones de género en el sector
rural, que se entregó a las autoridades
de Desarrollo Rural del CP para su análisis y aprobación. Sin embargo, algunos
directivos negaron haberlo recibido; otros lo criticaban y pedían cambios, e
incluso solicitaron que el documento fuera dictaminado por académicas de
universidades extranjeras[5].
Se cumplió con este requerimiento y se obtuvo el dictamen aprobatorio de dos
universidades, una norteamericana y otra canadiense[6].
Otras críticas se referían a la posible falta de demanda y a que duplicaba la
oferta académica de instituciones de educación superior en la Ciudad de México[7].
Hoy en día, se imparten cursos sobre Relaciones de género, pero las
asignaturas no forman parte del currículo de una maestría en Estudios de
género. Existe en la institución una nueva modalidad y los cursos se han
organizado en líneas de investigación. Los de género se distribuyen en cuatro
cursos en una línea, tres en otra y seis en Puebla, con literatura especializada
y de frontera, e investigación relacionada con el tema, además de
publicaciones. Un avance es que el título, que se otorga a quienes culminan sus
estudios en Desarrollo Rural, se expide en masculino o femenino, algo que
anteriormente no se hacía.
Ha sido este sinuoso camino el que me ha llevado a participar como
asesora y/o consejera en más de 150 trabajos de investigación postdoctoral,
doctoral y de maestría sobre temas relacionados con género, tanto en el Colegio
de Postgraduados como en instituciones externas. Además de formar parte del
Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (SNI) desde 1991 y recibir
el nombramiento de Investigadora Emérita en 2023, tanto por el SNI como por el
Colegio de Postgraduados. [8]
Ha sido en el reducido espacio de las publicaciones, principalmente
libros y revistas especializadas, como hemos podido abordar temas cada vez más novedosos
e incursionar en otros poco explorados, que nos lleven a nuevas experiencias
personales, colectivas, institucionales y de investigación feminista en
propuestas de grado y posgrado.
Nuevas áreas de investigación
Las
posibles áreas de investigación son infinitas. Menciono algunas, a manera de
referente. El punto de partida está trazado, tenemos ya un estado del arte que
ha debido superar múltiples escollos. Sin embargo, el futuro de los estudios de
género será definido por el tesón de quienes se mantienen en ellos e investigan
nuevos y viejos temas; así como por los derroteros de una metodología de
investigación que, a través de nuevas técnicas e instrumentos de recolección de
datos e información, den cuenta de en dónde están las mujeres, qué hacen y por
qué. En lugar de ignorarlas, marginarlas, borrarlas, hacerlas invisibles o
incluso discriminar su quehacer en el mundo para no darles el valor que les
corresponde.
Los estudios de género exigen, como señala Bartra (2012), un punto de
vista feminista, que dé lugar a una metodología de investigación feminista, que
realmente desafíe los paradigmas establecidos y revalorice los saberes
marginados para construir conocimiento inclusivo (Blazquez Graf, 2012) y
cuestione los postulados de la ciencia (Vázquez y Zapata, 2000).
En este sentido, es necesario reconocer que la epistemología feminista
no solo es un campo de estudio académico, sino una herramienta vital para
transformar la generación del conocimiento y desafiar los paradigmas
establecidos, a partir de un análisis crítico de las relaciones de poder (Blazquez
Graf, 2012).
Otro tema básico es el de los cuidados, categoría que surgió hace unos
30 años, aunque relacionada con la de trabajo doméstico y, por lo tanto, sin
valor económico. Por ello, además de
visibilizarlo como el conjunto de todas las actividades que se realizan
de forma ininterrumpida para satisfacer necesidades básicas de la reproducción
de las personas, es fundamental considerar que su complejidad aumenta cuando se trata de poblaciones con
discapacidad o personas adultas mayores. De ahí que el reto sea poner al
frente lo invisible de la vida cotidiana. Se intenta, en los trabajos de
investigación, darle valor económico y social para posibles propuestas de
políticas públicas (Batthyáni, 2021; Ayala Carrillo, 2024).
Por otro lado, están los estudios sobre colonialismo, que surgen en
América Latina a partir de la obra de Aníbal Quijano. Para autores como Silvia Rivera
Cusicanqui (2010), Arturo Escobar y María Lugones (2008), al mismo tiempo que
se desarrolla la civilización occidental, se implanta una jerarquía de orden racial,
político y social. De ahí que, junto al análisis del colonialismo, hay que
profundizar en el legado colonial, reconocer que existe una articulación de
estructuras de poder y saber que sobreviven al colonialismo histórico y se
integran en la realidad actual según Rivera Cusicanqui (2010).
Una categoría importante en los estudios de género es la
interseccionalidad, concepto formulado por Kimberlé Crenshaw (s. f.) y acuñado
en 1980 como respuesta a un feminismo occidental que no consideraba a las
mujeres negras ni de otras razas o clases sociales, lo cual implica pasar de un
enfoque unitario a otro que logre integrar desigualdades múltiples que
incluyen, primero, la raza y la clase social; pero también, la edad, la
religión o creencia, la discapacidad y la orientación sexual, de manera
interseccionada, según cada situación personal y grupo social (Viveros Vigoya, 2023);
categorías analíticas como racialización, sexismo, clasismo o heterosexismo
entre otras, que explican distintas lógicas de exclusión.
En suma,
consideramos la literatura de occidente, pero nos apoyamos mucho en la
epistemología del sur, Abya Yala, en las del “buen vivir” y el feminismo
comunitario, entre otros.
Visibilizar nuevas problemáticas y relaciones entre los géneros es uno
de los principales retos para las/los investigadores/as que decidan
desarticular las disciplinas que no han permitido visibilizar, y sobre todo
modificar, los sesgos androcentristas que mujeres y hombres hemos replicado
durante décadas.
Es medular entender que cada tema de investigación cobra vida en un
contexto específico, porque es resultado, al menos en teoría, de una
deconstrucción particular que escapa de la red de conocimiento global; sin
embargo, los objetos a investigar se resisten a salir de un marco androcéntrico
cuya construcción ha llevado cientos de años. Por eso la pertinencia de explorar
nuevos métodos de investigación, que las mujeres ya no solo sean vistas y
estudiadas por otras mujeres, o desde una visión feminista que corre el riesgo
de anquilosarse si no logra que las realidades de este siglo que avanza
vertiginoso, formen parte de las discusiones y análisis de la academia.
Bibliografía
Ayala Carrillo, M. R. (2024).
Mujeres rurales y trabajo de cuidados.
Ciencias y Humanidades, (12), 122-131.
Bartra,
E. (2012). Acerca de la investigación y la
metodología feminista. En N.
Blazquez Graf, F. Flores Palacios y M. Ríos Everardo (Coords.), Investigación feminista. Epistemología,
metodología y representaciones sociales (pp. 67-78). Universidad Nacional
Autónoma de México; Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y
Humanidades; Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias; Facultad
de Psicología.
Batthyáni,
K. (2021). Políticas
de cuidado. CLACSO; Universidad Autónoma Metropolitana.
Blazquez
Graf, N. (2012). Epistemología feminista: temas
centrales. En N. Blázquez Graf, F. Flores Palacios y M. Ríos Everardo (Coords.),
Investigación feminista. Epistemología,
metodología y representaciones sociales (pp. 21-38). Universidad Nacional
Autónoma de México; Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y
Humanidades; Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias; Facultad
de Psicología.
Crenshaw,
K. (s. f.). Desmarginalizar la intersección de raza y sexo. Una crítica feminista
negra a la doctrina antidiscriminación, la teoría feminista y la política
antirracista (Trad. C Carretero). https://www.solidaridadobrera.org/ateneo_nacho/libros/Kimberle%20W%20Crenshaw%20-%20Interseccionalidad.pdf
Lugones,
M. (2008). Colonialismo y género: hacia un
feminismo descolonial. En W. Mignolo (Comp.). Género y descolonialidad (pp. 13-54). Ediciones del Signo.
Núñez,
C. (1985). Educar
para transformar, transformar para educar. Una perspectiva dialéctica y
libertadora de la educación y comunicación popular. IMDEC.
Rivera
Cusicanqui, S. (2010). Ch’ixinakax utxiwa. Una reflexión sobre
prácticas y discursos descolonizadores. Tinta Limón.
Vázquez
V. y Zapata E. (2000). ¿Existe una
metodología feminista? En R. D. Quintana (Coord.). Investigación Social Rural. Buscando huellas en la arena. Universidad
Autónoma Metropolitana; Plaza y Valdés.
Viveros
Vigoya, M. (2023). Interseccionalidad. Giro decolonial y
comunitario. CLACSO.
[1]
Colegio de Postgraduados, México. ORCID: 0000-0002-1623-3322. Correo electrónico:
emzapata@colpos.mx
[2]
El campus Puebla, del CP, contaba con un programa de acompañamiento dirigido a
mujeres rurales e indígenas, orientado a actividades de vinculación
relacionadas con el programa de mejoradoras del hogar. Posteriormente, este
enfoque cambió y se enriqueció con el trabajo de Beatriz Martínez Corona,
Doctora en Ciencias en Estrategias para el Desarrollo Agrícola Regional.
[3]
Con recursos externos creamos una biblioteca con libros especializados en
estudios de género que da servicio a todos los estudiantes del CP y áreas
circunvecinas.
[4] Mujeres rurales ante el nuevo milenio,
de la autoría de Emma Zapata Martelo, Marta Mercado González y Blanca López
Arellano.
[6]
No fue aprobada nuestra propuesta de maestría en Estudios sobre relaciones de
género en el sector rural, aun cuando contó con el requerimiento de la
evaluación. Sin embargo, otro grupo presentó la maestría en Agroecología y
Sustentabilidad, fue aprobada y se imparte actualmente.
[7]
Debo decir que no nos han faltado estudiantes, cuyo número ha superado nuestras
expectativas con el paso del tiempo. En 1989 se graduó la primera maestra en
Ciencias, en cuyo Comité figuré como consejera de la tesis “Las mujeres nahuas
de Cuetzalan y el desarrollo. Una visión de género”. En el año 2000, la primera
doctorada obtuvo el grado en estudios de Desarrollo Rural con la tesis
“Políticas de población y bienestar en mujeres en tres contextos rurales”.
[8] Se refiere a mi producción académica, no a la del grupo de estudios de género.