GUADALAJARA,
GÉNERO Y FEMINISMOS
María Guadalupe Ramos
Ponce[1]
Profesora investigadora en la Universidad
de Guadalajara, en el CUCiénega. Ha escrito y publicado diversos artículos
sobre derechos de las mujeres. Actualmente es Coordinadora
del Comité de América Latina y el Caribe para la defensa de los derechos de las
Mujeres.
DOI: https://doi.org/10.32870/lv.v0i0.8039
Estas son mis reflexiones como mujer feminista, activista,
defensora de los derechos humanos, profesora-investigadora, académica y amante
de mi ciudad, la Perla Tapatía,[2] en torno a lo que
el género y los feminismos han impactado en Guadalajara.
Cuando yo nací, en 1963 (apenas
diez años después del reconocimiento del voto de las mujeres en México y en
Jalisco), Guadalajara estaba por completar su primer
millón de habitantes. El 8 de junio de 1964, en la
clínica del ISSSTE de la Colonia Independencia, nació el tapatío un millón (El
Informador, 2016), se trató de un suceso con el que, mediáticamente, se dio
paso a “la modernidad” de la ciudad.
Si bien en los
años sesenta el crecimiento poblacional y demográfico se miraba como parte de
la modernidad (en mi familia, yo soy la
octava de once hijos, ocho mujeres y tres varones), en la década siguiente se diseñaron políticas para
detener el crecimiento de la natalidad en atención fundamentalmente a la
presión de organismos internacionales
financieros y sanitarios, como el Banco Mundial y la Organización Mundial de la
Salud, así como a la implementación de algunas leyes, como la nueva Ley General de Población, del 7 de enero de 1974 (contraria a la
de 1936[3]), que planteó entre sus
objetivos el promover la planificación familiar y regular el crecimiento de la
población (De Barbieri, 1983). Y vaya que resultó efectiva la política pública
de la planificación familiar a nivel nacional en los años setenta; la campaña
que acompañó la estrategia de planificación familiar versaba en que “la familia
pequeña vive mejor”, lo que surtió un gran efecto en las generaciones
posteriores, cuya tasa de natalidad (Nuñez Medina, 2022) se redujo en una
década de siete hijos por familia a dos.
Esto tuvo un
impacto importante en la vida de las mujeres, para quienes la pastilla
anticonceptiva significó la liberación de la maternidad impuesta con los “hijos
que dios te dé”. Recuerdo una narración de mi mamita querida que en algún
momento quiso parar la prolífica fecundidad que el mandato divino le impuso y
solicitó a su médico familiar un método anticonceptivo, pero el médico de la
seguridad social le dijo que no podía hacerlo porque era pecado. Por fortuna,
en las décadas siguientes, la seguridad social fue la principal promotora de la
anticoncepción. Actualmente, la población total de Guadalajara, de acuerdo con
el censo de 2020, fue de 5,268,642 habitantes, 51% mujeres y 49% hombres
(Gobierno de México, 2024).
La
década de los sesenta fue una época de cambio no solo para Guadalajara, sino
para el país entero. Algunos de los acontecimientos más importantes en esos
años tuvieron que ver con la educación y las movilizaciones sociales. En 1960
se hace la primera entrega de libros de texto gratuitos, lo que constituyó un
avance significativo para la educación en la ciudad y en México. Sin embargo,
en la época prevalecía la educación sexista; niñas y niños debían estudiar por
separado, las escuelas para “señoritas” y las escuelas para “varones” tenían,
además, diferente formación escolar: ellas eran preparadas para ser excelentes
amas de casa y ellos aspiraban a una carrera profesional. Esto cambió en la
década de los setenta, con la creación de las escuelas mixtas e incluyentes.
Además,
como resultado de la reforma educativa de 1974, la Secretaría de Educación
Pública incluyó por primera vez en los libros de texto gratuitos de ciencias
naturales de sexto de primaria contenidos sobre sexualidad y reproducción
humana con un carácter informativo-biológico, lo que constituyó el inicio del
proyecto de educación sexual laico en México (Orozco Rodríguez, 2021).
Ese año
cursé sexto de primaria en la Urbana 130, una escuela pública, mixta, en donde
los niños se apropiaban de todo el patio escolar a la hora del recreo para
jugar futbol y las niñas buscábamos los rincones apropiados para no recibir los
balonazos. Me tocó, entonces, estrenar esa nueva visión educativa, que, aunque
limitada, con una mirada absolutamente biologicista y reproductiva, generó un
amplio rechazo de la Unión Nacional de Padres de Familia.[4]
Aunque
yo era una niña, recuerdo esos debates públicos sobre la educación sexual en
los libros de texto. Un señor me detuvo a la salida de la escuela para
preguntarme qué pensaba de eso. Me hizo sentir incómoda y con miedo su mirada
morbosa. Los depredadores sexuales han aprovechado cualquier pretexto para
hacer sentir a las niñas el riesgo y la inseguridad en su cuerpo.
La educación sexual ha
sido el espacio para regular relaciones de poder. Michel Foucault nos hizo ver
la sexualidad como medio para ejercer control sobre los cuerpos; él cuestiona
hasta el discurso científico “cuando busca legitimar una sola orientación
sexual como válida y un género como el dominante por encima del otro” (Campos
Fernández, 2010).
Los tres últimos años de esa
década se significaron por la gran movilización social que lograron aglutinar
los estudiantes y que llevó a su represión en 1968.
La participación de las mujeres comienza a hacerse visible en lo social y en lo
político, rompiendo por primera vez los roles sociales destinados para ellas.
En esa década de los sesenta, se publican los primeros estudios sobre el
género, época en la que los movimientos feministas cambiaron la manera de
comprender el significado y el rol de ser mujeres y de ser hombres (Lamas,
1996).
Las mujeres en general y las activistas feministas en particular de los
años sesenta irrumpen en la vida pública con su presencia y sus nuevas
corporalidades. La minifalda, el pantalón y las tetas al aire en rechazo al
sostén opresor se hacen presentes en el espacio público. Recuerdo todavía
cuando mi mamá usó por primera vez pantalón y fue un acontecimiento familiar,
motivada por las hijas que la impulsaron a usar prendas que hasta entonces solo
los hombres utilizaban.
La mirada feminista cuestionadora del patriarcado, del orden social, de
los roles estereotipados asignados a mujeres y a hombres comienza a hablar por
primera vez del género como categoría política. Yo crecí bajo esa mirada
cuestionadora que me formó como feminista.
De acuerdo con García-Peña (2016), desde la década de los setenta, la categoría de género ha sufrido diversas transformaciones y usos. En esos años fue utilizada por el feminismo anglosajón que luchaba contra el determinismo biológico y que tenía la intención de equiparar lo sexual con lo biológico; así, las características consideradas femeninas eran adquiridas por un proceso individual y social, no natural. En los años ochenta, esta categoría se consolidó en el ámbito académico y en las universidades y en los noventa se popularizó como categoría política al vincularse a discursos políticos de equidad de género y de igualdad.
Lamas (2006) señala que su uso se convirtió en una moda intelectual y política que distinguió cuatro funciones del género: primero, como producción académica de reflexiones y debates teóricos; segundo, como estudios sobre cuestiones puntuales de relaciones de hombre y mujer; tercero, como programas y políticas públicas que buscaban remediar la subordinación laboral y educativa de las mujeres; y cuarto, como un proceso de transversalización de la perspectiva de género.
En Jalisco, las
feministas desempeñaron un papel crucial en la creación de un espacio dedicado
a los estudios de las mujeres y estudios de género en la Universidad de
Guadalajara, institución a la que debo mi formación universitaria y de la que
formo parte como académica desde 1985.
Gracias
a la recuperación de la memoria que hacen las profesoras Ángeles González
Ramírez y Leticia Serrano Méndez del Programa de Estudios de Género de la
carrera de Sociología (A. González Ramírez y L. Serrano Méndez, comunicación
personal, 8 de marzo de 2024), podemos hacer el reconocimiento que se merece a
la maestra Margarita Martín Montoro como pionera en la Universidad de
Guadalajara en incorporar los estudios de mujeres en 1985. En ese año fue
aprobado su proyecto de investigación “La problemática de la mujer
profesionista en nuestro medio”, que fue el primer trabajo aceptado por el
Departamento de Investigación Científica y Superación Académica sobre la
problemática de las mujeres que no estaba relacionado con el rol biológico. Las
conclusiones de esa investigación señalan la necesidad de crear un espacio
dentro de la universidad que promoviera la investigación sobre la condición
femenina.
A
raíz de estos esfuerzos, en 1988, la entonces Facultad de Filosofía y Letras
ofreció el espacio físico y material necesario para la creación del Programa de
Estudios de la Mujer, primera instancia en Guadalajara dedicada a esta
temática. Desde su inicio, el programa combinó la investigación, la docencia y
la difusión como parte de su enfoque de trabajo. Un año después, la maestra
Margarita propuso la fundación de un centro de estudios de la mujer. Sin
embargo, esta iniciativa no prosperó, ya que se consideraba que era un tema de
moda. Un funcionario llegó a decirle a la maestra: “Tú tienes que adaptarte a
la universidad, no la universidad a ti”.
En
1992, el programa cambió de Estudios de la Mujer a Estudios de Género; ese
mismo año, el CUCEA creó el Programa Interdisciplinario de Estudios de Género
y, en 1994, fue establecido el Centro de Estudios de Género en el Departamento
de Estudios de Educación. En concordancia, a nivel nacional nació la Red
Nacional de Programas y Centros de Estudios de la Mujer y de Género, que tuvo
su primer coloquio nacional en mayo de 1998 y cuya sede fue la propia
Universidad de Guadalajara. En esa época ya me encontraba yo estudiando la
carrera de Derecho, a la que estas categorías de análisis novedosas tardaron en
llegar, porque la abogacía siempre tuvo la mirada positivista y androcentrista
del patriarcado.
En
relación con la docencia, la primera cátedra que se introdujo en la Universidad
Guadalajara sobre estudios de la mujer fue propuesta e impartida por la maestra
Margarita Martín en la licenciatura de Sociología en 1998. Años más tarde, se
promocionó en todas las licenciaturas de la entonces Facultad de Filosofía y
Letras. Con los avances en las discusiones teórico-metodológicas sobre los
estudios de género y la proliferación de trabajos en ese sentido, se vio la
necesidad de ofrecer otra materia optativa que se promocionó como Seminario de
Género ii, cuya finalidad era
apoyar los proyectos de investigación o de tesis en esta área. Posteriormente,
se abrió el Seminario de Género y Política ante la necesidad de que se
conocieran los debates que la categoría género generaba en la teoría
democrática y en la teoría política feminista.
El
movimiento feminista en Jalisco, especialmente en Guadalajara, ha pasado por
diversos momentos clave que merecen una reflexión aparte. Este movimiento
social ha sido el principal motor de los cambios fundamentales que han
impactado la vida de las niñas y las mujeres en la ciudad en los últimos años.
En 2008, numerosas feministas y organizaciones de la sociedad civil, como Comité
de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres (CLADEM),
conformamos la Agenda Feminista de Jalisco, con base en la cual defendimos con
firmeza el derecho de las mujeres a decidir, y enfrentamos la ofensiva
regresiva contra los derechos en Jalisco con la llegada de los gobiernos
panistas. Posteriormente, durante la administración de Movimiento Ciudadano,
nuestra lucha se enfocó en la defensa del Instituto Jalisciense de las Mujeres
ante su posible desaparición.
En la última década nos constituimos como la Red Yo Voy 8 de marzo, un espacio
de confluencia que ha sido fundamental para las grandes movilizaciones y
acciones feministas en Guadalajara. Un claro ejemplo de ello fue la gran
movilización del 8 de marzo de 2020, en la que más de treinta mil mujeres
tomaron las calles de la ciudad, unidas en una sola voz de exigencia y lucha.
En los últimos años, la presencia y diversidad de colectivas feministas, cada
una con distintas posturas políticas y provenientes de distintas corrientes
feministas, ha enriquecido el quehacer político feminista de la ciudad.
En
la Universidad de Guadalajara, impulsamos también la creación de la Defensoría
de los Derechos Universitarios, del protocolo para sancionar el acoso y el
hostigamiento sexual dentro de la Universidad, así como la conformación de una
Red de Unidades de Género. Esta historia merece un ensayo aparte.
Para
finalizar, les invito a caminar por Guadalajara. Recorrer las ciudades es como
leer su historia a través de sus calles y avenidas. La desigualdad de género se materializa incluso en
la forma en que están configuradas las calles de la ciudad.
Guadalajara fue fundada por una mujer, Beatriz
Hernández, pero su nombre no figura en las principales calles de la ciudad. Al
igual que muchas ciudades del mundo, diseñadas por hombres y para los hombres,
Guadalajara refleja esa desigualdad: de cada cinco calles en el área
metropolitana, apenas una lleva el nombre de una mujer. Según una investigación
del Instituto de Información Estadística y Geográfica de Jalisco, en el
proyecto “Calles desiguales”, se revela que
7,533 calles (15.45%) tienen un nombre masculino, mientras que solo 1,499
(3.03%) portan uno femenino (Instituto de Información, Estadística y Geográfica
de Jalisco, s. f.).
El proyecto también destaca la desigualdad en la
designación de las calles según su importancia y tamaño; por ejemplo, la calle
Morelos, un eje central de la ciudad, tiene 4.4 kilómetros de extensión,
mientras que Leona Vicario, heroína de la independencia, tiene una calle de 500
metros en el barrio de San Juan de Dios, lo que equivale a apenas tres
cuadras. Beatriz Hernández, fundadora de Guadalajara, cuenta con una calle
de 350 metros, en contraste con la avenida Javier Mina, que comprende casi
siete kilómetros. Si comparamos a personajes históricos de la independencia,
Miguel Hidalgo tiene una avenida de 5.2 kilómetros, mientras que Josefa Ortiz,
una calle de 1.2 kilómetros.
Esta es Guadalajara, una ciudad
que, tras seis décadas de transformación geográfica, social y política, y tres
décadas de estudios de género con programas, centros de estudio y revistas
especializadas, sigue enfrentando desigualdades. A pesar de los avances en la
construcción de pensamiento feminista, la ciudad se muestra desigual incluso en
sus calles, con un alarmante aumento de la violencia de género, feminicidios,
desapariciones y múltiples formas de violencias.
En Guadalajara, las mujeres aún
luchamos por el derecho a tomar decisiones sobre nuestro cuerpo y nuestras vidas.
No obstante, junto a estos desafíos, también ha crecido la lucha social
feminista, que promete cambios. Los vientos renovadores se asoman y huelen a
tierra mojada. Parecen anunciar que Guadalajara, la antigua ciudad de las
rosas, podría convertirse en la ciudad de las violetas feministas.
Bibliografía
de Barbieri, M. T. (1983). Políticas de población y la mujer. Antecedentes para su
estudio. Revista Mexicana de Sociología, 45(1), 293-308. https://doi.org/10.2307/3540327
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https://www.redalyc.org/journal/281/28150017004/html/
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[1] Universidad
de Guadalajara, México. Correo electrónico: lupitaramosponce@gmail.com
[2] Guadalajara es conocida por varios apodos; la Perla de Occidente es uno de los más conocidos, dado que Jalisco se encuentra en el occidente de México. El nombre de Guadalajara proviene del árabe y significa “río de piedras” o “río que corre entre piedras”. Una teoría sugiere que el término “perla” se relaciona con esta etimología, mientras que la tapatía es el gentilicio de tapatío, que proviene del náhuatl tapatiotl, que significa “vale por tres”, y era una especie de moneda usada en los tianguis de la ciudad en el siglo xvii. El nombre de Guadalajara fue dado por Nuño Beltrán en 1532 en honor a su ciudad natal en España. Sin embargo, la fundación definitiva de la ciudad en su ubicación actual fue encabezada por una mujer, Beatriz Hernández.
[3]
En 1936 se publicó en México la Ley General de Población, la cual surgió frente
a lo que, durante el cardenismo, se consideraron problemas demográficos, entre
ellos: la necesidad del aumento de la población y el mejoramiento de esta.
[4] Esta fue creada en 1917 en oposición al carácter laico del Estado y a la educación laica en los artículos 3, 5, 24, 27 y 130, de la Constitución de 1917.