VIOLENCIA
EPISTÉMICA, DESCALIFICACIÓN Y PLAGIO EN LOS PROCESOS DE CONSTRUCCIÓN DEL
CONOCIMIENTO: EL CASO DE EMILIA BELTRÁN Y PUGA, HISTORIADORA DEL SIGLO XIX
EPISTEMIC
VIOLENCE, DISQUALIFICATION, AND PLAGIARISM IN THE PROCESSES OF KNOWLEDGE
CONSTRUCTION: THE CASE OF EMILIA BELTRÁN Y PUGA, A 19TH-CENTURY HISTORIAN
Lilia Esthela Bayardo Rodríguez[1]
DOI: https://doi.org/10.32870/lv.v7i62.8062
Resumen
Este artículo parte del supuesto de que
existen personas excluidas históricamente de los beneficios de la ciencia y la
tecnología, así como de la participación en los procesos de generación del conocimiento
científico. Se observa principalmente la incidencia del género y clase social
en este proceso de discriminación. En cuanto a género, el texto se concentra en
las mujeres, pues a través de un ejemplo muestra la forma en que las mujeres
del siglo xix fueron excluidas de
los procesos de construcción de conocimiento en las Ciencias Sociales,
concretamente en la Historia. Se estudia el caso de Emilia Beltrán y Puga,
nacida en Guadalajara, Jalisco, quien fuera una de las primeras historiadoras
en México. Emilia perteneció a una clase social privilegiada, por lo cual tuvo
acceso a aprender a leer y a escribir y a varios espacios y medios de difusión
del conocimiento histórico tales como librerías, bibliotecas, archivos y
periódicos. También conoció y se relacionó con varios de los intelectuales más
importantes de su época, no obstante, dichos personajes no la reconocieron como
igual en los debates académicos llevados a cabo en la prensa de la época, de
hecho, también ejercieron violencia epistémica contra ella en formas como:
ignorarla, plagio, descalificaciones e insultos, lo cual hizo que las
contribuciones a la historia de esta mujer hayan pasado desapercibidos al ser
desvalorizados y con ello invisibilizados desde la óptica de la ciencia
patriarcal, pues a pesar de haber tenido publicaciones, son escasos los
trabajos donde fue citada. Emilia no ha sido conocida y reconocida como
historiadora hasta el día de hoy, por lo que este texto contribuye a la
reflexión de las formas en que se excluyen a muchas personas de la construcción
del conocimiento científico, así como al rescate de su memoria.
Palabras clave: historiadoras, mujeres
y ciencia, construcción del conocimiento, exclusión, violencia epistémica
Abstract
This article
assumes that there are people historically excluded from the benefits of
science and technology, as well as from participation in the processes of
generating scientific knowledge. The incidence of gender and social class in
this discrimination process is mainly observed. In terms of gender, the text
focuses on women, because through an example it shows the way in which women in
the 19th century were excluded from the processes of knowledge construction in
the social sciences, specifically in history. The case of Emilia Beltrán y Puga
is studied, born in Guadalajara, Jalisco she was one of the first historians in
Mexico. Emilia belonged to a privileged social class, which is why she had
access to learn to read and write and to various spaces and means of
disseminating historical knowledge such as bookstores, libraries, files, and
newspapers. She also met and interacted with several of the most important
intellectuals of her time; however, these figures did not recognize her as an
equal in the academic debates carried out in the press of the time. In fact,
they also exercised epistemic violence against her in ways such as: ignoring
her, plagiarism, disqualifications, and insults, which meant that the
contributions to the history of this woman have gone unnoticed by being
devalued and thus made invisible from the perspective of patriarchal science,
because despite having had publications, where she has been mentioned, the
works are scarce. Emilia has not been known and recognized as a historian until
today, so this text contributes to the reflection on the ways in which many
people are excluded from the construction of scientific knowledge, as well as
to the rescue of their memory.
Keywords: historians, women and science, construction of
knowledge, exclusion, epistemic violence
Recepción: 19 de octubre de
2025 /Aceptación: 28 de abril de 2025
Introducción
María Emilia Manuela Isabela Isaura y
Paula de Arenzo Beltrán y Puga y Marcayda, mejor conocida como Emilia Beltrán y
Puga fue la primera historiadora jalisciense (González Casillas, 2008, p. 80)[2]. Entendiendo con ello que
Emilia fue la primera en entrar al juego de la escritura de la historia con las
reglas positivistas, es decir, de acuerdo al método histórico iniciado en el
siglo xviii por Leopold Von Ranke
(Carbonell, 1986, p. 118), el cual incluía la búsqueda rigurosa de fuentes,
crítica y citación de las mismas, sistematización, exposición de resultados de
sus investigaciones y la parte quizá más difícil: los debates con sus colegas
historiadores hombres y con ello ser reconocida como generadora de conocimiento
histórico. Al respecto, resulta sintomático que Laureana Wright, quien fuera la
primera biógrafa de Emilia, la denomine “cronista y compiladora de la historia
nacional” (Wright de Kleinhans, 1910, p. 436), es decir no le da el rango de
historiadora, posiblemente porque al igual que otros adjetivos como los de
anticuario, bibliófilo y coleccionista estaban reservados para los hombres, sin
embargo, podemos afirmar que Emilia Beltrán y Puga ejerció todas esas
actividades, pero su aportación a la ciencia histórica no fue reconocida en su
época[3]. Por ello, este artículo parte
de la premisa de que a pesar de que en la segunda mitad del siglo xix algunas mujeres ya producían
conocimiento histórico, no tenían acceso abierto, equitativo y libre a los
procesos de construcción, debate y difusión de las ciencias sociales.
La época más prolífica de esta historiadora fue en la década de los 80 del siglo xix, periodo en que se presentó una intensa actividad de mujeres escritoras y periodistas que ya publicaban artículos con temas históricos principalmente en periódicos y revistas locales, empero, muchas de esas publicaciones de mujeres se apegaban más a lo que podría ser denominado un texto literario. Aquel era un contexto en el que si bien algunas mujeres como Matilde Montoya –primera médica mexicana– ya empezaban a entrar a las universidades, éstas no eran un espacio común para ellas debido a las convenciones sociales y morales de la época, de modo que tampoco era común que las mujeres participaran en foros y debates científicos, no obstante, la condición social privilegiada de Emilia le facilitó tener acceso al conocimiento, a las fuentes y a los acervos más importantes de su época[4]. Asimismo, su pertenencia a una élite le permitió intentar entablar discusiones académicas por escrito con los principales intelectuales de su época y digo que “intentó” debatir pues no recibía la respuesta adecuada de sus interlocutores quienes no la consideraban en igualdad de condiciones[5].
De tal manera, este artículo se centrará principalmente en un debate entablado por Emilia Beltrán y Puga entre mayo de 1887 y febrero de 1888 en los periódicos El Tiempo y La Voz de México en torno a algunas cuestiones históricas sobre la aparición de la Virgen de Guadalupe. El texto se estructurará en seis secciones, la primera se trata de una reflexión sobre el concepto de “violencia epistémica” que servirá de marco de referencia para explicar la descalificación e invisibilización de la obra de Emilia Beltrán en la historiografía para posteriormente presentar un apartado donde se contextualiza el actuar de algunas mujeres en la ciencia y concretamente en la historia y cómo ésta sirvió a algunos jerarcas católicos para comprobar los milagros y las apariciones de personajes religiosos, en el siguiente apartado se explica la forma en que se encontraron y eligieron las fuentes, se continúa con una cronología de la obra histórica de Emilia, seguido de su contribución a la construcción del conocimiento científico histórico a través de la prensa. Por último, se abordará la minimización y descalificación de su producción de conocimiento debido a una condición de género.
Violencia
epistémica en el marco de la modernidad
La epistemología “es la teoría acerca de
quién puede conocer o generar conocimiento, qué clase de conocimiento, en qué
circunstancias puede desarrollarse el conocimiento, y cómo a través de qué
pruebas las creencias son legitimadas como conocimiento” (Blazquez, 2012, p.
23). Por su parte, la epistemología feminista ha visibilizado –entre otras
cosas– la forma en que las mujeres han sido excluidas sistemáticamente de la
investigación y se les ha negado autoridad epistémica (Blazquez, 2012, p. 22).
De tal manera, a lo largo de la historia de la ciencia ha habido sectores que
han sido segregados e invalidados como sujetos productores de conocimiento, o
al menos de conocimiento reconocido como verdadero, entre esos grupos se pueden
mencionar a las mujeres, los esclavos y los pueblos colonizados, siendo en lo
general el hombre blanco, de clase media y habitante de países industrializados
quien ha ocupado el centro como individuo generador de conocimiento (García Cossio
y Campos, 2011, p. 219).
Partiendo de lo anterior,
la investigación feminista ha acuñado el concepto de “violencia epistémica”,
definido como
una
forma de invisibilizar al otro, expropiándolo de su posibilidad de representación:
‘se relaciona con la enmienda, la edición, el borrón y hasta el anulamiento
tanto de los sistemas de simbolización, subjetivación y representación que el
otro tiene de sí mismo, como de las formas concretas de representación y
registro, memoria de su experiencia’. (Belasteguigoitia, 2001, pp. 236-237, como
se citó en Espinosa, 2009, p. 318)
Con base en dicha definición, en el
presente artículo se analizan las formas en que la obra y conocimientos de la
historiadora decimonónica Emilia Beltrán y Puga fueron invisibilizados,
anulados y con ello su memoria en la historiografía también.
El
concepto de “violencia epistémica” podría ser aplicado históricamente, es
decir, evidenciar diferentes formas de violencia en las etapas de la historia
de la ciencia. En ese sentido, vale la pena recordar el ambiente científico de
finales del siglo xix en México,
donde al igual que en otras partes del mundo la actividad científica formal estaba
reservada a los hombres, aunque empezaba a haber algunas excepciones de mujeres
que comenzaron a inscribirse a carreras como medicina y farmacéutica (García
Cossio y Campos, 2011, p. 226), evidentemente las mujeres intelectuales y
autodidactas cuyo caso más emblemático es Sor Juana Inés de la Cruz habían
estado presentes desde siglos anteriores (Priego, 2011, p. 193). En general, en
el último tercio del siglo xix
“las heroínas olvidadas de la ciencia y la educación en México” se encuentran
en el magisterio a nivel elemental (Priego, 2011, p. 194), pues fue en la
carrera de maestras donde las mujeres de clase media encontraron una forma de
mejorar su estatus, su educación y de obtener un ingreso en una profesión que
se consideraba digna para ellas, de tal manera que las Escuelas Normales –donde
por cierto se incrementaron las materias científicas– pronto se convirtieron en
espacios casi netamente femeninos (García Cossio y Campos, 2011, p. 226)[6].
Uno
de los hechos más importantes respecto a la educación en el último tramo del
siglo xix fue la expedición de la
Ley Orgánica de la Instrucción Pública por el presidente Benito Juárez el 2 de
diciembre de 1867, en ella se establecía una educación positivista, moderna,
basada en la ciencia, donde los preceptos religiosos quedaban fuera de los
planes de estudio de la educación (Priego, 2011, p. 197). De tal manera, la
experimentación y la comprobación se convirtieron en parte esencial de los
planes de estudio aún a nivel elemental (Priego, 2011 p. 198), aunque también
hay que mencionar que los planes de estudio de las escuelas para niñas
estuvieron cargados de materias que aludían a su preparación como amas de casa y
educadoras, a la vez que las escuelas secundarias pretendían convertirlas en
maestras (García y Campos, 2011, p. 223).
Todas esas modificaciones
pedagógicas estuvieron enmarcadas en la aspiración de convertir a México en un
país moderno, idea fortalecida durante el Porfiriato (1877-1911). La Modernidad
fue un ideal construido desde los países industrializados de Europa en el cual
un país moderno debía cubrir ciertos estándares de industrialización, ciencia,
tecnología, educación y en consecuencia progreso. De tal manera, la meta por
alcanzar la Modernidad fue de la mano del auge capitalista, el cual
–paradójicamente– impidió cumplir con el estereotipo de mujer reducida al
espacio doméstico exclusivamente (que el mismo sistema liberal-capitalista
había fortalecido), debido a que el crecimiento industrial favoreció que las
mujeres tuvieran que incorporarse a la mano de obra y tangencialmente a
espacios educativos y científicos (García Cossio y Campos, 2011, pp. 216, 223).
La ciencia fue vista como la ruta hacia la evolución y el progreso en las
sociedades modernas, por ello, la actividad científica se profesionalizó en
algunos países (García Cossio y Campos, 2011, p. 217). Al mismo tiempo, la
ciencia moderna fue misógina porque excluyó a las mujeres pero también porque
su discurso médico continuó y fortaleció el argumento de la inferioridad
intelectual de las mujeres con afirmaciones como que su cerebro era más pequeño
(García Cossio y Campos, 2011, pp. 217, 221). Asimismo, los valores científicos
tuvieron un talante masculino, al relacionar lo masculino con el raciocinio, el
intelecto, la evolución y la civilidad (García Cossio y Campos, 2011, p. 221).
En este contexto hablar
de ciencia “se convirtió en tema de conversación familiar y signo de modernidad
y estatus” (Priego, 2011, p. 200). En la época Porfiriana se encuentran casos
de maestras que encontraron en el magisterio un camino para encauzar su gusto
por la ciencia, aunque algunas –como en el caso de Emilia Beltrán y Puga–
prefirieron ser autodidactas, posiblemente porque su condición de clase les
impedía incursionar incluso en profesiones que como el magisterio eran
socialmente permitidas a las mujeres, es decir, el camino de la educación, en
aquel momento se abrió casi exclusivamente para mujeres de clase media porque
para las mujeres de clase alta seguía siendo mal visto que fueran a la escuela
o que trabajaran, además de que su condición económica permitía que cumplieran
con el ideal doméstico para las mujeres, aunque algunas aristócratas como
Laureana Wright defendieron la educación femenina como una forma de acceso al
conocimiento científico y no sólo para el entretenimiento, que era la manera en
la que se le veía entonces (García Cossio y Campos, 2011, pp. 222, 228).
Para mujeres de la elite
social como en los casos de Laureana Wright y Emilia Beltrán, un medio
importante para la difusión e intercambio de ideas y conocimiento fueron las
obras publicadas y la prensa. Los periódicos se convirtieron en un medio
informativo y educativo (no sólo moralizante) no escolarizado para las mujeres,
además, en ellos se debatieron ideas y conocimientos científicos (Alvarado,
2003, pp. 268-271).
La
historia en el discurso científico de la modernidad
Algunos de los temas preferidos por los
historiadores de finales del siglo xix
y principios del xx fueron la
historia natural y de la ciencia, así, en 1895 se publicó la Biblioteca mexicana: catálogo bibliográfico
crítico de actores y escritos referentes a vegetales de México y sus
aplicaciones desde la Conquista, en 1905 vio la luz la Ciencia en México de Porfirio Parra por mencionar sólo algunos
(García Cossio y Campos, 2011, pp. 217-218). Cabe mencionar también que la
ciencia histórica positivista respondía a las pretensiones de equiparar los
estudios sociales al método de las ciencias naturales, de manera que se volvió
el objetivo primordial el encontrar la verdad de los hechos pasados utilizando
como herramientas principales la heurística y la hermenéutica de las fuentes
que consistían básicamente en documentos escritos.
Además
de ese contexto de la historia positivista, hay que tomar en cuenta otro factor
en el pensamiento científico de Emilia Beltrán: “el uso de la ciencia [para
transformar] el discurso de lo milagroso compaginándolo con la modernidad”
(Moreno Chávez, 2012a, p. 2). Es
decir, uno de los principios en los que se basa la epistemología moderna es la
separación entre ciencia y religión, remitiendo a ésta al plano de lo
sobrenatural y no comprobable por medio de la experimentación y comprobación, a
pesar de ello, los jerarcas católicos modernos se propusieron la utilización de
la ciencia para comprobar los milagros (Moreno Chávez, 2012a, pp. 8-9), milagros entre los que se pueden
contar las apariciones de imágenes religiosas, en el caso que le ocupaba a
Emilia: la aparición de la Virgen de Guadalupe, además de que el fenómeno
guadalupano formaba parte de una serie de devociones vinculadas a las
peregrinaciones a santuarios religiosos y que en el caso de la Virgen de
Guadalupe llevó a la coronación de esta imagen el 12 de octubre de 1895, aunque
el Papa León xiii había decretado
la coronación de la Guadalupana desde el 8 de febrero de 1887. Fue posiblemente
en el ambiente de este decreto que se dio uno de los debates intelectuales
protagonizado por Emilia Beltrán y Puga, que será analizado con mayor
detenimiento en este artículo y en el cual se observa la violencia epistémica
de la cual fue objeto.
La historia, la
arqueología y la medicina fueron algunas de las ciencias de las que la
jerarquía se valió para comprobar y validar milagros. La historia y la
arqueología además de legitimar milagros fueron utilizadas para comprobar la
existencia de personajes (como Jesús) o la aparición de imágenes. Al respecto,
como parte del ambiente intelectual en la época en la que vivió Emilia Beltrán
y Puga hay que destacar que algunas mujeres europeas de clase alta destacaron
en la arqueología y la historia, tal fue el caso de
Mildred
Anna Rosalie Tuker (1892-1957), burguesa y católica, egresó del Newnham College
de Cambridge en donde había estudiado ciencias morales y había participado en
las excavaciones romanas y medievales de la ciudad de York, que le valieron
para hacer su tesis doctoral (presentada en 1887). Su vocación como arqueóloga
y su fe católica la condujeron a Roma en donde vivió entre 1893 y 1910. No sólo
fue una arqueóloga cristiana, sino también una sufragista comprometida y una
defensora del papel político de la mujer. (Moreno Chávez, 2012b, p. 96)
Las
fuentes
El primer acercamiento con las fuentes
para reconstruir la obra histórica de Emilia Beltrán fue a través de las citas
del libro Mujeres Notables Mexicanas
de Laureana Wright, fue ella quien mencionó y reprodujo parte de la Biografía de Fray Francisco Frejes hecha
por Emilia Beltrán y Puga como introducción a la historia escrita por el fraile,
también ella dio cuenta de que la obra fue editada por el Gobierno de Jalisco
(Wright de Kleinhans, 1910, pp. 442-443). Laureana también mencionó la polémica
sostenida por Emilia Beltrán con Jesús Cuevas y Agustín de la Rosa publicada en
los periódicos La Verdad de Ciudad
Victoria y La Voz de México en la
CDMX, misma que dató entre el 6 de junio de 1887 y el 12 de febrero de 1888,
también dio cuenta de su obra inédita Galería
de Jaliscienses Ilustres, partiendo de esos datos buscamos en el
repositorio digital de la Hemeroteca Nacional de México los periódicos
aludidos, los cuales fueron localizados y me han permitido realizar el análisis
presentado aquí (Wright de Kleinhans, 1910, pp. 443-444).
Por
su parte, Magdalena González Casillas dio cuenta de que Emilia usó los
siguientes seudónimos: Aspasia, Helvia, Marcaida y Ella, con los cuales se
rastrearon y pudieron localizar otros de los artículos aquí analizados
(González Casillas, 2008, p. 80). Ese ha sido el camino recorrido hasta hoy en
la localización de las obras y escritos de Emilia Beltrán y Puga.
Cronología
de la obra histórica de Emilia Beltrán y Puga
Para poder contextualizar a Emilia Beltrán
y Puga como científica social es necesario comenzar mencionando sus obras, dado
lo poco conocido de sus aportaciones es útil iniciar con una cronología de su
producción historiográfica, incluyendo los artículos periodísticos pues en
ellos hizo un manejo de fuentes e interpretación que merecen ser incluidos en
este rubro:
1883: Biografía de Fray Francisco Frejes
en el marco de la reimpresión de tres de las obras de Frejes por el gobierno
del estado de Jalisco.
1883: “Iturbide, libertador de México y
sus detractores” publicado en La Voz de
México y firmado como Aspasia (uno de sus seudónimos).
1885: Biografía
del Ilustrísimo y Reverentísimo Sr. Obispo Fr. Antonio Alcalde, XXII Obispo de
Guadalajara.
1885: Apuntes
biográficos del general de división Ramón Corona.[7]
1886: “Sobre edificios de Guadalajara” en El Diario del Hogar.
Mayo de 1887 a febrero de 1888: Debate en
torno a algunas cuestiones sobre la aparición de la Virgen de Guadalupe.
Ca. 1900: Glorias de Jalisco o Galería
de Jaliscienses Ilustres.[8]
Breve
reseña de sus obras
La primera obra de Emilia Beltrán y Puga
fue una biografía de Fray Francisco Frejes, en el marco de una reedición de la
obra del fraile por parte del gobierno del estado de Jalisco e impulsada por
Emilia, desgraciadamente, dicha biografía se encuentra extraviada.
El artículo “Iturbide,
libertador de México y sus detractores” fue publicado bajo el seudónimo de
Aspasia el 2 de octubre de 1883 en La Voz
de México y en él llama la atención su reinterpretación de la historia de
México y de Agustín de Iturbide, a quien considera un héroe con mayores méritos
que Hidalgo, Morelos, Matamoros, Allende, Aldama Jiménez, Moreno, Galeana,
Bravo y Rayón. De ahí que Aspasia llame a solemnizar “el primer Centenario del
ilustre Libertador de México y 62 aniversario de la consumación de la
independencia nacional y entrada del benemérito ejército trigarante en la
capital, de la que fue Nueva España” (Beltrán y Puga, 1883b, p. 2).
Si
bien, en el texto no hay una citación de fuentes rigurosa, sin duda Aspasia o
Emilia las conocía, de modo que culpa a “la prensa liberal” por no hacer
justicia a Iturbide (Beltrán y Puga, 1883b, p. 2). También culpa a Carlos María
Bustamante, sus escritos y la ley iniciada por él “en las cámaras de 1824”[9] por el fusilamiento de
Iturbide.
Podemos inferir de la
lectura de ese artículo que la idea de la historia en Emilia Beltrán y Puga era
que dicha ciencia sirve para forjar identidad, lo cual se observa en la frase “el
que ignora la historia de su patria, es extranjero en su patria misma” (Beltrán
y Puga, 1883b, p. 2). De ahí que para Emilia sean de suma importancia los
símbolos nacionales como la bandera, la cual era herencia de Iturbide.
Asimismo, se nota la esencia de historiadora de Emilia en su objetivo de explicar
el papel imperialista de Iturbide a la luz del contexto histórico del personaje
y no de los parámetros y reinterpretaciones liberales, de tal manera, Beltrán y
Puga sostuvo que Agustín de Iturbide fue monarquista al haber nacido y crecido
en una monarquía, la ideología republicana y democrática no se había
fortalecido en un pueblo que había sido una colonia (Beltrán y Puga, 1883b, p.
2).
Por otro lado, en 1885
Emilia Beltrán y Puga publicó la Biografía
del Ilustrísimo y Reverentísimo Sr. Obispo Fr. Antonio Alcalde, XXII obispo de
Guadalajara editado por La Voz de
México. Posiblemente en ese mismo año publicó los Apuntes biográficos del general de división Ramón Corona, obra
extraviada. En realidad, en la Biografía de Alcalde, Emilia lo que hace es
reproducir una biografía escrita por Mariano Otero, aunque hace algunas
precisiones en la información concerniente al Hospital de Belén fundado por
Fray Antonio Alcalde y completa los datos con una biografía escrita por Agustín
de la Rosa. Llama la atención que Emilia no corrige algunos errores de Otero:
como cuando afirma que Alcalde fundó un hospital en el Hospicio pues aún no
existía tal, o la aseveración de que la Universidad ya existía en época de
Alcalde y que éste dotó algunas cátedras, o cuando afirmaba que el Santuario de
Guadalupe en Guadalajara era de estilo gótico. Cabe mencionar que Emilia
menciona que para perfeccionar la biografía hecha por Otero consultó “el elogio
fúnebre que el Venerable Cabildo Metropolitano de Guadalajara publicó en 1793”
(Beltrán y Puga, 1885a, p. 28) así como “lo que la Junta Alcalde publicó en
Guadalajara el año de 1873” (Beltrán y Puga, 1885a, p. 28). Sin embargo, a su
juicio, la mejor biografía de Alcalde hecha hasta ese momento, fue la escrita
por Otero (Beltrán y Puga, 1885a, p. 28).
El
29 de julio de 1886 publicó las “Cartas de Guadalajara” en el Diario del Hogar,
dicho texto va dirigido a Filomeno Mata y en él
habla de los edificios más importantes y bellos de la ciudad de Guadalajara
según un artículo publicado en El Álbum
de la Mujer. En el artículo Emilia da algunos datos históricos sobre dichas
construcciones y aprovecha para hacer correcciones, por ejemplo, en la parte
donde en el texto original se afirmaba que el Hospicio lo había fundado Fray
Antonio Alcalde, pues su verdadero fundador fue Juan Ruiz de Cabañas en 1803,
mientras que Alcalde fue el fundador del Hospital de Belén en 1791 (Beltrán y
Puga, 1886, p. 2). Otros de los edificios que menciona y da semblanzas
históricas son: el Teatro Degollado, la Penitenciaría de Escobedo, la Catedral,
los templos de San Felipe, la Universidad, el Santuario, San Agustín y San
Francisco, Palacio de Gobierno, Cámara Legislativa, Escuela de Medicina (antes
Colegio de San Juan), Instituto de Ciencias, el Liceo de Varones y el de Niñas,
asimismo, afirma que en otra entrega hablara sobre “la temporada veraniega en
San Pedro” (Beltrán y Puga, 1886, p. 2).
Violencia
epistémica y descalificación
Laureana Wright (1910) reprodujo parte de
la introducción de la biografía de Fray Francisco Frejes hecha por Emilia
Beltrán y Puga, de la cual sobresale la siguiente frase: “El lector será
benévolo y perdonará las omisiones que esto lleva; pero unas son hijas de mi
ignorancia y otras propias de mi sexo” (p. 443). Llama la atención que, a pesar
de su arrojo y capacidad para incursionar en la ciencia histórica, Emilia alude
a su sexo para disculparse por las omisiones, aceptando con ello, el discurso
generalizado en su época de inferioridad de la mujer. En ese sentido, otra
reseña publicada en el periódico “El Sistema Postal” dice:
[…]
Debemos mencionar la circunstancia de haber sido hecha esta edición bajo la
dirección de la Srita. Emilia Beltrán y Puga, quien ha colocado al frente del
volumen una noticia biográfica del autor. El abandono con que en lo general son
vistos entre nosotros esta clase de estudios, da mayor realce al hecho de
que una joven, que por su edad y posición pudiera entregarse a los frívolos
pasatiempos que, con raras excepciones, ocupan la vida del bello sexo mexicano,
se consagre a los estudios áridos del bibliógrafo y del anticuario, procurando
desenterrar del polvo de los archivos y bibliotecas, obras y noticias que
contribuirán a enriquecer el caudal de nuestra historia y literatura. (Citado
en Wright de Kleinhans, 1910, p. 442)(Énfasis añadido por la autora)
Emilia, contrario a lo que se esperaba en
una mujer de su clase, utilizó su posición para incursionar en la elite
intelectual de su época. No queda claro si la edición aludida constó de una o
tres obras de Frejes, pues en una carta fechada en 1883 y publicada en La voz de México Emilia habló en plural,
de “obras” del padre Frejes, también ella sostuvo que el gobierno le obsequió
300 ejemplares y no 200 como sostiene la fuente citada por Laureana Wright
(1910, p. 443; Beltran y Puga, 1883a, p. 3). Los historiadores llegaron a
plagiar su obra, así lo muestra el reclamo que hizo Beltrán y Puga a Francisco
Sosa publicado por La Voz de México
el 6 de julio de 1883:
Nadie
mejor que Ud. conoce el trabajo que cuesta el hacerse de noticias biográficas
de hombres ilustres que han muerto, y así lo manifiesta Ud. en varias de las
Biografías que Ud. ha publicado, refiriendo siempre de las fuentes donde las ha
tomado; por lo mismo he visto con sorpresa que después de publicar Ud. la
biografía del ilustre jalisciense Fr. Francisco Frejes que yo escribí y cuyas
noticias adquirí a fuerza de perseverancia, ahora la veo publicada por Ud. con
ligeros variantes, no teniendo la amabilidad ni siquiera de hacer presente de
qué fuente la tomó Ud.; lo que extraño sobre manera conociendo la justa
imparcialidad con que Ud. escribe. Si el gobierno de Jalisco tuvo la deferencia
de que se publicasen de nuevo estas preciosas obras, fue debido al decidido
empeño que yo tomé, haciéndose la reimpresión exclusivamente bajo mi dirección,
de otra suerte probablemente las obras y el ilustre nombre de Frejes, habrían
siempre quedado oscurecidas […] (Beltrán y Puga, 1883a, p. 3)
Hasta donde se sabe, Francisco Sosa no
respondió a dicha acusación de Emilia. Evidentemente dicho plagio y la falta de
una consecuencia para quien lo cometió fue un acto de violencia contra la historiadora,
sin embargo, la agresión más directa de la que fue objeto fue en el contexto de
un debate en la prensa del cual se hablará en el siguiente apartado.
Exclusión
en la construcción del conocimiento científico
Una parte importante en la construcción
del conocimiento científico histórico es el debate entre pares. Emilia tenía
acceso a publicar en periódicos importantes de la capital donde normalmente se
daban esos debates, de modo que ella intentó entablar una discusión científica
con otros autores, pero no tuvo eco, pues no recibía respuesta o bien, si la
recibía era con argumentos no propiamente racionales y descalificándola.
De tal manera, probablemente,
su obra más interesante –historiográficamente hablando– es el debate que
entabló a través de cartas publicadas en el periódico El tiempo entre junio de 1887 y febrero de 1888 con motivo de un
artículo titulado “La maravillosa aparición de la Virgen de Guadalupe. II” de
la autoría del Sr. Prebendado D. José M. A. González divulgado originalmente en
el periódico La Verdad de Ciudad
Victoria y reproducido en La Voz de
México el 25 de mayo de 1887. El padre González pretendía refutar a
aquellos personajes que como el Dr. Ignacio Bartolache y otros antes de él
ponían en duda la aparición de la Virgen de Guadalupe con el argumento de que
no había fuentes contemporáneas al supuesto milagro que lo sustentaran,
asimismo, hablaba de un personaje, fraile que ya en el siglo xvi atribuía la pintura a un indígena.
En defensa de su argumento a favor de la aparición, González cita fuentes
históricas, pero de manera imprecisa aludiendo principalmente a la fe y no a la
razón con frases como la siguiente:
[…] a semejanza de aquellos fariseos que afanándose en
buscar datos históricos acerca del ciego curado por Jesucristo, quedaban
confundidos cuando el curado les decía: lo que sé es que antes yo no veía y
ahora, por obra de ese Jesús, ya veo. Y entendemos que si la Providencia Divina
dispuso no sobreabundasen los datos históricos del portento guadalupano, fue
porque la inspección de esa admirabilísma pintura, era la más auténtica
comprobación del hecho histórico […] (La
Voz de México, 1887, p. 1)
Respecto al silencio de Motolinía y Mendieta,
franciscanos, cronistas y biógrafos contemporáneos del Obispo Fray Juan de
Zumárraga, supuesto testigo de la aparición de la imagen en el ayate del indio
Juan Diego, González argumentó que dichos escritores no mencionaron el suceso
en sus obras por proteger a Zumárraga de los ataques del partido contrario a
las apariciones de la Virgen, de tal forma, compara esta importante ausencia en
las fuentes contemporáneas con el hecho de que los tres primeros evangelistas
no hablaron de la resurrección de Lázaro, no así el último Evangelista que fue
el que consignó ese milagro (La Voz de
México, 1887, p. 2). De manera
contraria a lo que se esperaría en una fundamentación científica moderna, la
argumentación del prelado se basó en la fe, más que en la razón.
La
respuesta de Emilia fue publicada en un texto titulado “Rectificaciones” en el
periódico El Tiempo del 9 de junio de
1887. La argumentación de Emilia fue respetuosa pero impecable y rigurosamente
basada en fuentes, de tal manera, comienza por la defensa de Fray Francisco
Bustamante, de quien, con datos cronológicos de los cargos y actividades que
tuvo en Nueva España, demuestra que no pudo haber sido deportado en 1556 como
lo afirmaba González. Emilia fortaleció su discurso a favor de Bustamante al
afirmar que los cronistas elogiaron a dicho fraile aún mucho tiempo después de
su muerte (Beltrán y Puga, 1887, p. 2).
Emilia afirmaba que el
proceso de Francisco Bustamante se debió no a que pusiera en duda la aparición,
sino a sus ataques “a la autoridad eclesiástica por no reprimir los abusos que
había en las peregrinaciones a la ermita” (Beltrán y Puga, 1887, p. 2). Emilia
también puso en duda la afirmación de que en 1556 existiera un partido
antiaparicionista (Beltrán y Puga, 1887, p. 2).
Casi
seis meses después, el 3 de enero de 1888, el periódico El Tiempo volvió a publicar un texto de Emilia en la sección de
“Remitidos”, se trataba de una carta de ella fechada en su casa el 29 de
diciembre de 1887 donde afirmaba que pensaba que después de su publicación
anterior donde corregía algunos errores en torno al Fraile Francisco
Bustamante, asumía que no continuarían repitiéndose dichos errores. Sin
embargo, no fue así, en la capital el Sr. Lic. José de Jesús Cuevas y en
Guadalajara el Sr. Dr. D. Agustín de la Rosa le volvieron a llamar “audaz y
negador de la aparición”, razón por la cual Emilia vuelve a salir en defensa de
Fray Francisco Bustamante, basándose en una información mandada a hacer por el
Arzobispo Montúfar con motivo del sermón del Padre Bustamante publicado el 3 de
septiembre de 1556
en
el cual, [sostiene Emilia] como ya dije en mi carta del 6 de junio, se trataba
no de la aparición, pues esta palabra no se lee en la mencionada información ni
tampoco la negación de este portento, sino de los falsos milagros que en el
vulgo corrían como verdaderos y obrados en la Ermita, los cuales eran en
descrédito de la verdadera religión. (Beltrán y Puga, 1888a, p. 3)
A Emilia le parecía muy grave que
personajes del peso de Cuevas y de la Rosa difamaran al padre Bustamante, pues
además Cuevas sostenía que Bustamante afirmó que el indio Marcos pintó la
imagen de la Virgen de Guadalupe, la fuente en la que Cuevas se basaba era
Bernal Díaz del Castillo, de modo que Emilia Beltrán refutó de la siguiente
manera: Bustamante predicó en 1556, Díaz del Castillo empezó a escribir su
historia en 1568 en Guatemala donde residía, anteriormente, Díaz del Castillo
había vivido en otras ciudades por lo que no conoció al Padre Bustamante pues
no había coincidido con él ni en tiempo ni en espacio (Beltrán y Puga, 1888a,
p. 3). Además de los anteriores, Emilia encontró muchos otros errores en
Cuevas.
Unos
días después, el 20 de enero de 1888, Emilia volvió a publicar una carta en
“Remitidos” de El tiempo, la carta
estaba fechada en su casa el 16 de enero de 1888, en ella vuelve a refutar a
José de Jesús Cuevas quien sostenía que el “indio” Marcos no pudo hacer la
pintura de la Virgen de Guadalupe porque en esa época no existía escuela de
pintura europea en la Nueva España. Emilia, audazmente, refuta que sí (y digo
audazmente porque posiblemente esto implicaba implícitamente poner en duda la
autoría divina de la pintura). De tal manera, Emilia Beltrán sostiene que Fray
Pedro de Gante vino a Nueva España en 1523 y fundó la primera escuela de
pintura europea.[10]
Además, sostuvo su argumento en las siguientes fuentes: carta del Sr. Garcés al
Papa Paulo iii escrita cuando muy
tarde en 1537. Motolinía y Benavente en su “Historia de los Indios de Nueva
España” (Proemio escrito en 1541). También en el Padre Mendieta “Historia
Eclesiástica” y Torquemada hablaron de las habilidades artísticas de los
indígenas (Beltrán y Puga, 1888b, p. 4). Emilia interpelaba a su contraparte,
afirmando que Cuevas conocía esas fuentes, de modo que en repetidas ocasiones
dejaba ver que esperaba una respuesta de ellos, para con ello entablar un
debate intelectual basado en su impecable y bien fundamentada argumentación,
empero, Emilia no recibió respuesta de sus contrapartes, como lo afirma en la
siguiente cita:
Más
como el respetable Sr. Lic. José de Jesús Cuevas, no se ha dignado contestarme,
porque según me han asegurado, no quiere combatir con una dama; he de merecer a
ustedes se sirvan hacerle saber por medio de su estimable periódico, que siendo
la cuestión histórica, muy bien puede combatir, aduciendo en su lid documentos
fehacientes para probar su intento; mientras no lo haga sus suposiciones no
podrán desmentir el parecer que sobre el venerable P. Bustamante nos han dejado
los historiadores de su Orden Mendieta y Torquemada, advirtiendo que sus
elogios son tanto más verídicos cuanto que los consagraron cuando ya había
fallecido según escribí en mi carta de junio del año pasado. (Beltrán y Puga,
1888b, p. 4)
La respuesta sí llega a Emilia a través de
una carta publicada en El Tiempo el
10 de febrero de 1888, se trata de un texto anónimo, firmado por alguien que se
hace llamar “Un antiguo colaborador”,
en la carta se defiende principalmente a José de Jesús Cuevas, aunque,
tangencialmente se menciona a Agustín de la Rosa. No voy a entrar en detalle
aquí en los argumentos de esta respuesta, quisiera señalar sólo algunos
aspectos que saltan a la vista de esta defensa: el primero es en relación a la
obra titulada “Santa María de Guadalupe, patrona de los mexicanos”, la cual de
entrada defiende sólo por el hecho de ser escrita por un “ilustre” jalisciense
y aprobada “por tres ilustres prelados que han figurado dignamente en
Guadalajara”, es decir, se basa en su defensa en el criterio de autoridad más
que en la crítica de fuentes, su segundo argumento es descalificar moralmente
al Padre Bustamante. También descalifica las obras de los cronistas Mendieta y
Torquemada retomadas por Emilia, pues según él suavizaban las malas acciones de
sus compañeros de orden como Bustamante (El
Tiempo, 1888, p. 4).
Respecto
al argumento de Emilia en relación a la posibilidad de que un “indio” hubiera pintado
la Virgen de Guadalupe pues sí había escuela de pintura europea para esa fecha,
este detractor sostiene que los indios sí pintaban pero como bárbaros, no
habían adquirido la habilidad para pintar una obra como el lienzo de la Virgen
de Guadalupe, esta afirmación la basa en las actas de cabildo de 1531, además
retoma la afirmación de Cuevas de que el Concilio Vaticano i “prohibió la libre pintura de
imágenes a los indios pues no sabían pintar ni entendían lo que hacían” (El Tiempo, 1888, p. 4). Finalmente,
cierra su texto el defensor de Cuevas y sus partidarios afirmando “que si ni el
Sr. De la Rosa, ni el Sr. Cuevas han contestado a los remitidos de la repetida
Srita. Puga, será sin duda porque en sus mismas obras están contestadas las
objeciones” (El Tiempo, 1888, p. 4).
Emilia
volvió a responder en una carta fechada el 12 de febrero de 1888, pero
publicada el 15 de febrero de 1888 por el mismo periódico El Tiempo. En dicha misiva, Emilia Beltrán explicó que la razón por
la cual comenzó a publicar las correcciones al Sr. Lic. José de Jesús Cuevas,
es porque, una mañana encontró a este señor en la calle y él mismo le preguntó
si había leído su opúsculo relativo a la Virgen de Guadalupe y le pidió su
juicio sobre él, a lo que ella le respondió que sólo había leído parcialmente y
que lo leería concienzudamente pues había encontrado errores sobre el R. P.
Bustamante. Cuevas la desafió a probar esos errores, a lo que ella le replicó
“que le daría tal golpe que lo dejaría confuso” (Beltrán y Puga, 1888c, p. 3).
Pocos días después Emilia publicó su primera carta, sin recibir respuesta ni de
Cuevas, ni de Agustín de la Rosa, escuchando ella decir que se debía a que era
una dama, por eso ella publicó su segunda carta, diciéndole “que sin fallar en
lo mínimo respeto podía entrar en polémica” (Beltrán y Puga, 1888c, p. 3),
tampoco recibió respuesta. Después de esto, una tarde Emilia se volvió
a
encontrar en la calle al Sr. Cuevas, quien, con un aire de alto desprecio, muy
al contrario al respeto a una dama y afectado por las felpas que le había dado
me negó que hubiese escrito que el P. Bustamante había predicado por lo que
había leído en Bernal Díaz del Castillo. (Beltrán y Puga, 1888c, p. 3)
Al volver a su casa, ella confirma que
Cuevas sí lo había dicho. Respecto a su segunda carta, Cuevas la cuestionó que
si había leído el proceso del indio Marcos resguardado en el Archivo General y
donde constaba que era un bribón, a lo que ella respondió que no y con la
rigurosidad que la caracterizaba se puso a indagar sobre dicho documento
consultando con su amigo José María Vigil, quien fue director del Archivo de la
Nación quien le dijo no tener noticias del documento aludido, mientras que el
“Sr. Rubio” director en ese momento del repositorio le informó que sí había un
proceso a un indio Marcos, pero que el texto era casi ilegible, pero lo que se
alcanzaba a leer no era concerniente a Marcos el pintor, sino de otro indígena
que no ejercía dicho oficio (Beltrán y Puga,
1888c, p. 3).
Emilia continuó su
argumento a favor de la posible autoría de Marcos de la pintura de la Virgen
sin aludir a cuestiones morales, pues en respuesta a la afirmación de Cuevas de
que Marcos era un bribón Emilia afirmó:
Inútil
me parece indagar la moralidad del indio Marcos, pues no he tratado de
canonizarlo. Poco importa en nuestro caso haya sido o no un bribón, sino,
únicamente si lo hubo y fue pintor lo cual no niega el Sr. Cuevas. (Beltrán y
Puga, 1888c, p. 3)
En el encuentro entre Emilia y Cuevas este
último terminó diciéndole que si quería podía seguirlo censurando. Caso
contrario fue el del Dr. De la Rosa, quien la invitó a seguir defendiendo al
Padre Bustamante y lavar su nombre.
El 24 de febrero de 1888,
se vuelve a publicar una defensa anónima o firmada por Pilades y Orestes al Sr.
Cuevas. Los autores dicen ser alumnos de Cuevas, por lo que quieren hacer una
“ofrenda” a su maestro, aquí la defensa comienza con un grito nacionalista al
afirmar estar “en favor de una causa nacional enlazada con la gloria más
legítima de la patria” (El Tiempo,
1888b, p. 3). El tono violento de estos hombres aumentó, como se puede observar
en la siguiente frase:
Dos
somos, pero lucharemos sucesivamente; dos somos, pero es la Señorita Puga,
quien hasta ahora nos era desconocida, la mantenedora del campo: dos somos,
pero lo advertimos para la mayor honra de la heroína en su victoria, y para que
si los azares de la lucha nos proporcionan algunas ventajas, sea el honor
siempre de ella, por la superioridad numérica del enemigo, siendo ésta la única
galantería de caballeros con una señorita que de ayer [acá] se nos ha
presentado en la palestía [sic]: y
puesto que ella misma alienta a su retado con la observación de que tratándose
de hechos históricos muy bien se le puede combatir: en consecuencia, en nada
tenpremos [sic] su cualidad, de dama
y nos consideraremos en lucha con un anticuario, con un arqueólogo o con un
ameritado académico. (El Tiempo, 1888b,
p. 3)
Los autores se concentraron principalmente
en demostrar que en 1556 no había escuela de pintura europea en México,
criticando los argumentos que Emilia Beltrán había dado al respecto, como el
hecho de que Fray Pedro de Gante haya llegado a México en 1523, no quiere decir
que inmediatamente se haya formado la escuela europea, explican los conceptos
usados por Cuevas, asimismo que en 1556 pudo haber pintores indios, pero eso no
quería decir que fueran buenos.
Pilades y Orestes
volvieron a publicar una defensa a Cuevas, donde definitivamente ya están
desdibujados y el grado de su violencia verbal en contra de Emilia no tuvo
límites, de tal manera que insisten en que Beltrán no entendió la acepción que
Cuevas quiso darle a la palabra “escuela”, que su manejo de fuentes “denuncian
su mala fe” y que con ella “puede alucinar a niños” (El Tiempo, 1888c, p. 3). En ese mismo artículo, la agreden por
defender la autoría de Marcos: la llaman “arqueólogo con faldas” y le
cuestionan su interés en el tema llamándolo “improvisado amor” y “repentino
delirio” (El Tiempo, 1888c, p. 3).
Sostienen el argumento en contra de Bustamante por haber negado las
afirmaciones del obispo Montúfar en el sentido de que el culto de la Virgen del
Tepeyac había mejorado las costumbres del pueblo, asimismo sostuvieron que
Bustamante pidió al virrey a la audiencia que prohibieran el culto mencionado,
de modo que “los impíos niegan las manifestaciones de Dios”, es decir, utilizan
argumentos de fe y no de razón para impugnar a Emilia, sus argumentos científicos
se perdieron para dar lugar a la violencia verbal en contra de la historiadora,
como se puede observar con la frase agresiva con la que Pilades y Orestes
cerraron su carta:
Con
verdadera piedad el Sr. Cuevas busca alguna explicación, algún atenuante,
alguna disculpa a la falsa afirmación del P. Bustamante, en lo dicho por Bernal
Díaz: es decir el concepto de que en tiempo de este escritor y en el del P.
Bustamante se tenía del indio Marcos; pero le daremos el gusto a la erudita
confesando paladinamente que el Sr. Cuevas no debió desarmar tan solo a su
contrario; sino anonadarlo, darle una muerte cruel y arrastrarlo por la arena
del circo, como lo hará sin duda con nosotros, pobres estudiantes, la denodada
amazona: ¡con razón todos rehúsan combatir con ella!
¡Lástima
que la Srita. Puga haya perdido tanto tiempo, atrayendo para sí las miradas de
una sociedad católica, que desea ver en la mujer, nada más que la solícita conservadora del hogar! Pues tal es su
única misión. —Pilades.— Orestes. (El Tiempo, 1888c, p. 3)
Si bien, Emilia había resuelto responder
con “bastante repugnancia” al primer anónimo de Pilades y Orestes, finalmente
decide romper lo que había escrito y no reaccionar ante ninguno de los dos
escritos firmados por estos personajes, de modo que Emilia concluye afirmando:
No
quiero descender a ese terreno sucio y asqueroso del insulto, de la calumnia y
del sofisma. Toda discusión de esta especie, es propia de tabernas y no de
personas de educación. Me deshonraría entrando a ella, por lo cual no obtendrán
contestación. (Beltrán y Puga, 1888d,
p. 3)
Reflexiones
finales
Emilia Beltrán y Puga fue una mujer en la
que se puede observar la forma en que los cruces de clase social y género
operan para que las personas sean incluidas o excluidas del acceso al
conocimiento científico. De tal manera: en el caso de Emilia, a pesar de ser
mujer, por su clase social urbana y privilegiada tuvo acceso primeramente a
aprender a leer y a escribir y después a los principales medios de acceso y
difusión del conocimiento histórico tales como librerías, bibliotecas, archivos
y periódicos.
En los textos de Emilia
se pudieron observar ciertas transgresiones a los estereotipos de género,
concretamente a la dicotomía que relaciona a los hombres con lo racional y lo
analítico, mientras que a las mujeres con lo emocional e irracional, en los
escritos analizados en este artículo esas características se invirtieron, de
modo que vemos a una Emilia racional, analítica, fundamentando argumentos,
mientras que sus adversarios mostraron todo lo contrario: argumentos basados
principalmente en las emociones y la religión.
Debido a su condición
social, Emilia estuvo en un medio en el que conoció y dialogó con muchos de los
intelectuales de la época. Sin embargo, cosa muy distinta fue entablar un
debate público en torno a temas de la historiografía y ser reconocida como una
colega por los historiadores y en consecuencia que el reconocimiento hacia ella
como generadora de conocimiento histórico trascendiera, en ese sentido, las
construcciones sociales de género de su época, hicieron que no tuviera un
acceso en igualdad de condiciones en el debate y construcción del conocimiento
histórico y con ello en el reconocimiento como historiadora.
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[1]
El Colegio de Jalisco, México. Correo electrónico: bayardo_lilia@hotmail.com
[2]
Algunas fuentes como la página electrónica Family
search ubican la fecha de nacimiento de Emilia Beltrán y Puga el 17 de
junio de 1849 y otras, el 17 de julio de 1852 (Wrigth de Kleinhans, 1910, p.
436), ambas referencias coinciden en que Emilia nació en Guadalajara, Jalisco.
Según el registro de defunción publicado electrónicamente en Family search, Emilia Beltrán y Puga
murió de neumonía en la Ciudad de México el 8 de noviembre de 1901 y fue
sepultada en el Panteón Español.
[3]
Agradezco esta observación a la Dra. Teresa Fernández.
[4]
Emilia Beltrán y Puga fue hija de un rico banquero de nombre Jesús Beltrán y
Puga y descendiente por parte de su madre: Isidora de Marcayda de la familia de
la primera esposa de Hernán Cortés (Wright de Kleinhans, 1910, p. 436).
[5]
Un importante método de discusión, generación y difusión del conocimiento eran
los artículos periodísticos.
[6]
Cabe aclarar que según Natalia Priego, después de la independencia las mujeres
tuvieron presencia reconocida en la educación pero sólo como educadoras y
forjadoras de identidad, difícilmente como generadoras de conocimiento nuevo
(Priego, 2011, p. 193).
[7]
Se infiere que 1885 es el año de la publicación de la biografía aludida, pues
el único dato que se tiene es la siguiente nota: “Biografía.- La Srita. Emilia
Beltrán y Puga, ilustrada dama jalisciense, acaba de escribir un compendio de
la biografía del general Ramón Corona, que va a publicar próximamente.”
Publicada en la sección “Temas de su interés” (La Patria, 1885, p. 2).
[8]
A pesar de que ese trabajo nunca se publicó es importante mencionarlo aquí,
respecto al mismo, Magdalena González Casillas sostuvo: “Permanece inédito su
principal trabajo titulado Glorias de Jalisco, compuesto por 24 biografías de
hombres ilustres del Estado. El manuscrito se encuentra en el Archivo Histórico
del Instituto Nacional de Antropología e Historia, aunque incompleto, pues
Mariano Bárcena lo cita refiriéndose a personalidades que no aparecen ya en él”
(González Casillas, 2008, p. 80) por el texto de Laureana Wright se infiere
también que Emilia trabajó en esas biografías hasta poco antes de su muerte en
1901: “La Srita. Beltrán y Puga residente desde hace tiempo en la ciudad de
México, sigue dedicándose a sus trabajos bibliográficos e históricos y pronto
tal vez publicará la principal de sus obras que conserva inédita, y que es,
como antes dijimos, una galería de Jaliscienses Ilustres” (Wright de Kleinhans,
1910, p. 444).
[9]
Considera que Bustamante fue uno de los autores de los “Documentos para la
historia de la independencia de México” en los que se han basado los
detractores de Iturbide (Beltrán y Puga, 1883b, p. 2).
[10]
Cita para este dato a una bibliografía del siglo xvi impresa en México
en 1886.