30
AÑOS DE ESTUDIOS DE GÉNERO
Susana
Gabriela Muñiz Moreno[1]
Coordinadora del Centro de Estudios
de Género. Profesora-investigadora de la Universidad de Guadalajara. Es Doctora
en Sociología por SUNY Albany y Maestra en Estadística por la Universidad de Manchester.
Ha trabajado para los Gobiernos de la Ciudad de México y del Estado de Jalisco
y en el Congreso de Jalisco.
DOI: https://doi.org/10.32870/lv.v0i0.8073
A
finales de la década de los 80 e inicios de los 90, entre las conferencias mundiales
sobre la mujer de Nairobi (1985) y Beijing (1995), la perspectiva de género
originada en los movimientos feministas comenzó a legitimarse en las
instituciones en Latinoamérica. Antecedido por los programas de estudios de la mujer
del Colegio de México y la UAM-X, por iniciativa del entonces rector general
Raúl Padilla López, en 1994 se crea el Centro de Estudios de Género (CEG) de la
Universidad de Guadalajara entre los pioneros del país[2], y se publica en 1995 el
primer volumen de la Revista de Estudios de Género La Ventana, hoy entre las
revistas especializadas en la materia más longevas y acreditadas de la región.
En
el dictamen de la creación del CEG se transmite con nitidez la urgencia que
espoleaba a sus impulsoras: una urgencia de entender a la mujer como sujeto
social, a las relaciones entre los sexos como históricamente construidas, y la
necesidad de discutir y analizar la subordinación de un género ante otro. La
desigualdad entre los sexos se enunció sin matices como “un problema moral de
enormes repercusiones” (Padilla, 1995, p. 87).
Los
estudios de género tuvieron entonces (y siguieron teniendo después) múltiples
nacimientos. Por esas fechas se introducía también, aunque camuflajeada, la
temática de género en el nivel medio superior, a iniciativa de las profesoras
Ángeles González y Leticia Serrano, fundadoras del Programa de Género de la
Licenciatura en Sociología del Centro Universitario de Ciencias Sociales y
Humanidades (Delgado Ballesteros, 2000). Se creó también el Programa
Interdisciplinario de Estudios de Género (PIEGE), liderado por Norma Celina
Gutiérrez y Juan Carlos Ramírez, del Centro Universitario de Ciencias Económico
Administrativas. Pero, para las fundadoras del CEG, era necesaria la creación
de una estructura articuladora, multidisciplinar, que acuerpara “la generación
de conocimientos de alto nivel científico sobre la relación entre los géneros”,
incrementara “la conciencia social sobre sus conflictos y potencialidades”, y
proporcionara “instrumentos en la formación de nuevas políticas públicas más
equitativas” (Universidad de Guadalajara, 1994).
A
pesar de los debates internos que sucedieron acerca de cómo debían
estructurarse estos centros y programas, qué debería investigarse, qué acciones
eran prioritarias y a quién representaban estos espacios, la introducción de
los estudios de género ha sido una de las historias de éxito internacional más
grandes de la educación superior de las últimas décadas (Crouch, 2012). En
palabras de Cristina Palomar, su primera directora, la creación del Centro
representó “la conquista real de un espacio importante en el ámbito académico
por parte de las mujeres que han luchado por abrirse un lugar en ambientes
tradicionalmente monopolizados por una visión patriarcal y sectaria” (1995, p.
92).
En
el presente volumen, a 30 años de la creación del Centro de Estudios de Género
y de la Revista de Estudios de Género, La Ventana, de la Universidad de
Guadalajara, presentamos textos de colegas, antiguas y presentes colaboradoras,
activistas feministas que nos han acompañado en diferentes batallas,
funcionarias y otras personas cuyo trabajo ha resultado significativo en la
agenda de género local, nacional e internacional, y con cuyas trayectorias nos
sentimos vinculadas por historias compartidas. Bajo la premisa de reflexionar
sobre los principales aportes de los estudios de género a la producción de
conocimiento y a la sociedad en general, así como los desafíos vigentes y los
imaginarios de futuro (las utopías siempre necesarias), nos escriben trece
figuras, algunas de las cuales abordan el devenir de los programas de estudios
de género en contexto de transformaciones locales y globales; otrxs hacen
hincapié en ramas y problemáticas específicas de este amplísimo campo; y
algunas más, narran el curso de los estudios de género a partir de la mirada a
sus trayectorias personales, porque, como era de esperarse, en los estudios de
género, impulsados fundamentalmente por mujeres, se hace evidente la
intersección de la maternidad y el curso “personal” de vida de las
investigadoras con las tareas igualmente trascendentes de fundar y dar
continuidad a los programas académicos.
Comenzamos
con los textos de Raewyn Connell, Guadalupe Ramos, Mara Robles y Érika Loyo,
quienes nos ofrecen una mirada al contexto de creación del Centro de Estudios
de Género de la Universidad de Guadalajara. A nivel global, narra Raewyn
Connell, el mundo enfrentaba la caída de la Unión Soviética, América Latina
emergía de la década perdida y China se volvía un super-poder manufacturero. En
el telón ocurrían la victoria del Congreso Nacional Africano en Sudáfrica, la
pandemia de VIH-SIDA, el creciente poder de las corporaciones transnacionales y
el neoliberalismo, con la desigualdad consecuente. En Estados Unidos, centro epistémico
de los estudios de género, irrumpía el pensamiento feminista negro, la noción
de interseccionalidad, la teoría queer, el posestructuralismo y el pensamiento
deconstructivista. En América Latina, en contraste al giro de la identidad
norteamericano, se enfatizó la naturaleza del poder patriarcal, las divisiones
de clase entre las mujeres y las políticas de la reproducción; en Asia, el
acceso y propiedad de la tierra. Érika Loyo enfatiza el desdoblamiento
de los feminismos como movimiento y teoría sociológica y política, acentuando
la creciente agenda de los cuidados y la discusión de la política de las
emociones traída por el giro afectivo. Guadalupe Ramos Ponce describe
las macro políticas nacionales, como las campañas de reducción de la natalidad,
la sexualidad en los libros de texto y la movilización de las mujeres en el 68,
que funcionaron como preludio a la institucionalización de los estudios de
género en el país. Y Mara Robles, por su parte, enmarca la creación del
CEG en el movimiento estudiantil universitario que reconocía la desigualdad de
clases, pero no la sexual. El CEG, cuya fundación se teje con el momento de
pacificación interna de la Universidad de Guadalajara y la creación de la Red Universitaria,
al abanderar las causas del feminismo, dotó a las mujeres de un cauce para esta
otra indignación, un lenguaje para lo innominado, y la capacidad de
nombrarse, entonces de forma desafiante, feminista. Todas las vertientes de
feminismos, coinciden las autoras, convergerían en Beijing, en una plataforma
de acción sin precedentes, cuyos impactos apenas comienzan a sentirse.
Enseguida
ofrecemos dos textos que abordan el quehacer de producir una revista. Candelaria
Ochoa hace un recuento de la diversificación de la tarea de la difusión de
los estudios de género. No solo se trataba de escribir para públicos
académicos, sino de atender a la tarea central del feminismo de politizar a
través del debate, la circulación general de ideas y la formación de públicos.
Así, Candelaria nos ofrece un recorrido por los encartes, como La Doble
Jornada, los trabajos periodísticos y los libros, además por supuesto de
las revistas, como FEM, GenEroos y Debate Feminista, entre otras, que han contribuido a la producción
y diseminación de este conocimiento. Marisa Martínez Moscoso recuerda,
por su parte, el desafío de producir conocimiento especializado en género por
esos años, atendiendo al proceso de revisión de pares. La revisión de pares de
doble ciego es un pilar sobre el cual se cimenta la producción del conocimiento
académico tradicional, ¿cómo, quién, y sobre la base de qué parámetros se
validan los aportes de las y los investigadores? No obstante, en un campo
profesional emergente (los posgrado especializados en género no eran ni un
puñado) las editoras se preguntaban cotidianamente ¿quiénes y dónde estaban
esos pares que habían de dictaminar los escritos? Menciona Marisa “no se
disponían bases de datos abiertas (de investigadoras e investigadores) que
mostraran la composición de este campo… ni siquiera en la propia Universidad de
Guadalajara”. Y las que sabían de un tema, por ejemplo violencia de género, no
necesariamente sabían de otro, como brechas laborales.
Enseguida
tenemos cuatro textos que abordan ramas de los estudios de género particulares.
Cándida Elizabeth Vivero reflexiona sobre los cambios en los estudios de
género desde el área de su especialidad: el análisis literario. A finales de
los 70, nos narra, la teoría literaria se preguntaba si existía una escritura
“femenina” (coincidiendo las escuelas francesa y anglosajona que sí, aunque por
distintas razones). Así, la teoría literaria llega a México en los 80, buscando
acercarse de manera diferente a los textos de escritoras que habían sido
sistemáticamente esquivadas por el canon. La pregunta se amplió con el tiempo
con la incorporación de la teoría queer y la cuestión LGBTTTIQ+. Para Vivero,
este cambio es de un calado más profundo del que se aprecia a simple vista. Se
trata de algo más que la adición de sujetxs a la reformulación del concepto de
literatura, para ser concebido no solo como expresión artística, sino como
discurso atravesado por factores extra-literarios. El texto literario (y podría
decirse, todo texto social) requiere un análisis no solo de la representación,
sino en el nivel lingüístico “puesto que se trata de establecer si existe o no
una manera diferente de construir significado”. La Dra. Vivero destaca entonces
la tarea de la teoría de poner la mirada en quien escribe, desde dónde describe
y por qué su voz es distinta.
Guadalupe
López, por su
parte, nos presenta una reedición de una serie de reflexiones que escribiera
hace dos décadas pero que, en su consideración, continúan vigentes el día de
hoy. Nos recita, al estilo de letanía, de forma reiterada, aliterante, la serie
de mitos y estereotipos que prevalecen en torno a las lesbianas: que no
existen, que no son objeto de estudio relevante, que odian a los hombres, que
son violentas, que les faltan hormonas, que su sexualidad es incompleta o hasta
que están de moda. Lo que nos transmite con apremio en este reclamo, es la
necesidad de incluir las lesbianidades, las bisexualidades, las diversidades y
disidencias sexo-genéricas como objeto y sujetxs constructorxs de conocimiento.
Juan
Carlos Ramírez y José Carlos Cervantes abordan el campo emergente de los estudios de género
de los hombres, que han ganado reconocimiento a velocidad exponencial, si se
observa el número de publicaciones de los últimos años, y cuya cobertura
temática sobrepasa los temas de la identidad, paternidad, violencia, sexualidad
y salud. José Carlos Cervantes hace un balance de este campo de
estudios, sin pretensiones de exhaustividad, articulándolo en los logros y
problemas cotidianos en la búsqueda de masculinidades más igualitarias y en los
avances y dificultades en las formas de entender los conflictos prácticos a
través de la teoría. Juan Carlos Ramírez, a su vez, identifica tres
grandes vertientes: los estudios sobre los significados y configuraciones
prácticas de género de los hombres, las propuestas de trabajo dirigidas a los
hombres, y las movilizaciones de los hombres. A la masculinidad, sostiene, debe
entendérsele no como atributo sino como relación dinámica, situada y
localizada. No debe concebirse en sí misma, sino en función de su contexto “y
en relación con las mujeres y con otros hombres”. “Es ante todo un campo de
poder, entendido como una práctica social cuya fuerza reside en los capitales
simbólicos, económicos, culturales, ideológicos, que como grupos de hombres y
de manera individual se ponen en juego”. Señala que han sido los movimientos
feministas y homosexuales, los detonantes para este subcampo, los que han
generado reacciones que movilizan a los hombres hacia la crítica al orden
hetero-patriarcal, pero también, advierte, hacia la reafirmación de este orden.
Finalmente,
Emma Zapata y Gizelle Macías hablan
de los estudios de género desde su acercamiento personal, a partir de su
trayectoria de vida. Emma Zapata, basada en su experiencia, reflexiona
sobre el “reacio escrutinio” que siguen enfrentando los estudios de género en
ámbitos masculinizados, como las ciencias agropecuarias. Nos describe las
confrontaciones, en su espacio de trabajo, con académicxs cuyas posiciones
epistemológicas no consideran legítimo un conocimiento surgido de la praxis, lo
que llegó a orillarla a buscar financiamiento por vías alternas a las de su
propia institución. Gizelle Macías ofrece una vista panorámica a su
tránsito personal entre congresos, coloquios y espacios colectivos de
intercambio, que la conducen con serendipia por temas aparentemente disímiles,
como las empresas familiares, la orientación vocacional, la participación
política, la religión y la identidad, para encontrar las conexiones entre
dichos campos, reflejando en una escala pequeña, la trayectoria misma de los
estudios de género.
Pensando
en el día de hoy, lxs autorxs de este volumen cierran con notas agridulces. No
dejan de advertirnos de los discursos anti-feministas y post-feministas de las
reacciones conservadoras. Emma Holten destaca el éxito del movimiento
(en apenas unas generaciones, no hay una vida que no haya sido tocada por el
feminismo), pero nos recuerda que incluso cuando se gana algo, nunca se ha
ganado del todo, como lo muestra la prohibición de estudios de género en las
universidades de Hungría. Raewyn Connell acentúa el panorama aciago.
Atestiguamos el surgimiento de la manósfera; la campaña contra la teoría de
género, designada “ideología” por la intelectualidad católica; las políticas
antigay y anti-trans de la derecha francesa, colombiana, brasileña y australiana
(y también, hemos de añadir, las emergidas en el seno del feminismo); las medidas
republicanas anti-aborto en EUA; la legislación anti-homosexual en Uganda; los
gobiernos autoritarios y la pedagogía de la crueldad. Pero también, dice, se
multiplicaron los estudios de género y las revistas especializadas. Emergieron
el transfeminismo, las leyes de identidad, las redes de nuevas masculinidades,
y el internet como el más grande repositorio del conocimiento y el foro mayor
de debate.
Otros
desafíos son los mismos de siempre o, si acaso, iteraciones nuevas de viejos
retos. Guadalupe López sostiene que sigue siendo difícil reconocerse
como feministas para mujeres académicas que en efecto lo son. Emma Zapata insiste
todavía en la necesidad de desarticular los sesgos andro y eurocentristas de
las disciplinas. Para Marisa Martínez, si bien las especialistas en
género ya son más que un puñado, sigue presente la necesidad de desarrollar
estrategias de mapeo de estas personas expertas, establecer vínculos con ellas
para nutrir la labor editorial, además de encontrar nuevas formas de divulgación.
Juan Carlos Ramírez recalca, por su parte, la necesidad de los estudios
de género de emplear con más contundencia la amplísima información estadística
producida por el Estado, gracias a la exigencia del propio movimiento que ha
demandado los desagregados de variables. Esta veta ha sido desaprovechada. Érika
Loyo, en un marco de feminismos diversos, a veces confrontados, reflexiona
que quizá una de las cuestiones más imprescindibles sea escucharnos desde la
diferencia “como aprendizaje colectivo y no como deslegitimación”. Para Mara
Robles, el Centro de Estudios de Género sigue siendo indispensable, pero su
reto no es solo la sobrevivencia, sino el vaciamiento de la perspectiva, su
transmutación a una lógica del gato-pardismo: la de los cambios sin transformaciones
esenciales. La pelea que los estudios de género tienen que dar, considera, es
la de seguir politizando y, ante todo, disponer de las condiciones para
enfrentar los embates de la simulación institucional.
Desde
la experiencia post-pandemia de la que puedo ser testigo, los centros y
programas de estudios de género operamos en medio de tensiones y paradojas.
Enfrentamos la situación de trabajar con muchas voluntades, pero poco personal;
con convicciones políticas pero deslegitimando lo político; con necesidad de
interpelar a los actores públicos, pero poca incidencia.
Algunas
precariedades se resisten a esfumarse, como el disponer de personal académico
escaso, lo que nos obliga, hoy como hace treinta años, a buscar formas
extraordinarias, y siempre frágiles, de convencer, construir y sostener
equipos: a través de posdoctorantes, practicantes, prestadoras de servicio
social, voluntarias con doctorado y profesoras que, sin un vínculo formal, sino
por convicción, están dispuestas, como regularmente lo están las mujeres, a
trabajar en la creación y diseminación de conocimiento sin compensación por
ello, muchas veces en detrimento de los incentivos tradicionales de la
academia. Ello es un acicate a nuestra capacidad de convocar y reclutar, con
cuidado pero con decisión, al personal que nos es indispensable, haciendo para
esto memoria y honor a la voluntad política, materializada en recursos, que hizo
posible la creación de este Centro hace tres décadas y que hoy se renueva. Pero
también es una invitación a transformar las maneras en que la academia
recompensa la labor del profesorado, particularmente en este campo, rebosante
de trabajo gratuito.
Por
otro lado, es verdad que los estudios de género hoy no son lo que eran en los
noventas. En aquel entonces, recordaba un colega que siempre estuvo cerca de
este Centro de Estudios, “Éramos pocos… teníamos que estar juntos, no podíamos
dispersarnos”. Hoy hay en México más de veinte programas de posgrado en este
campo. En casi cada centro de la Red Universitaria de la Universidad de
Guadalajara, hay un nodo de profesorxs, situadxs en múltiples disciplinas,
trabajando oficial o extraoficialmente, en los estudios de género. El interés
de investigación en el género por parte de lxs estudiantes de pregrado y
posgrado ebulle, como lo constatan las convocatorias a que hemos hecho llamado
en los últimos años. En el Coloquio sobre Disidencias Sexo-Genéricas, el PRIDE
Académico del 2024, recibimos 19 estudiantes de pregrado. En el Encuentro
Feminista de Investigadorxs, 52 estudiantes de licenciatura, maestría y
doctorado, y más de 20 profesorxs. En el primer Coloquio Estudiantil
Universitario de Estudios de Género, del 2023, recibimos 45 estudiantes y 12
académicxs. En el segundo, en 2024, más de 70 estudiantes y 28 investigadorxs
consolidadxs. Cuando abrimos la convocatoria para la primera generación de la
Maestría en Estudios de Género, creada por el CEG, recibimos cerca de 50
primerxs interesadxs. Cada que hacemos un llamado a voluntariado, aparecen 15
jóvenes con deseo de formarse. En las asignaturas de teorías feministas que
impartimos, tiende a haber tantas oyentes como estudiantes registradas. Todxs
ellxs provenientes de una veintena de disciplinas.
Quienes
estudiamos el género desde la Universidad de Guadalajara, sin embargo, sabemos
que en general lxs estudiantes trabajan en este terreno en su mayoría en
relativa desconexión, como se aprecia en el comentario de una participante del
Primer Coloquio Estudiantil Universitario de Estudios de Género:
Por
primera vez, en un coloquio, sentí que hablaba y me entendían, que nos
conectábamos y nutríamos con la información […]. Durante la maestría y el
doctorado he trabajado sola, contando únicamente con mi director, pero no he
tenido más asesoría de alguien que trabaje con el tema de género […] ¿cabría la
posibilidad de que me pudiera acercar con alguien? Me gustaría recibir
comentarios o acompañamiento en mi proceso de tesis […] ¿me puede recomendar
alguna revista en donde podría intentar publicar un artículo?
(Martínez,
Muñiz y Cervantes, 2023)
Imaginar
un modelo de centro de estudios tradicional, en el que se concentran las
adscripciones de lxs especialistas en el campo, no solo ya no es posible, sino
tampoco deseable. Estamos ya dispersxs en el territorio, real y disciplinario.
Necesitamos ambas cosas: por un lado robustecer el núcleo académico del CEG
para consolidar la capacidad de la agenda investigativa propia, pero también
para responder a la proliferación de vocaciones de investigación a lo largo de
la Red y la evidente necesidad de coordinación y articulación
interdepartamental, intercentros e interuniversitaria. Debemos encontrar formas
de afiliación más horizontales, para así convertir al centro en una plataforma
de colaboración intra e interinstitucional para la producción y diseminación de
conocimiento. Esto obliga por supuesto a imaginar nuevas formas burocráticas
que reconozcan y recompensen este trabajo más allá del sistema de constancias
que con frecuencia no cuentan lo que el trabajo vale.
Asimismo,
los estudios de género viven la tensión continua de ubicarse en el espacio
liminal entre el activismo político y la producción de conocimiento, siendo con
frecuencia señalados por no ser “suficientemente científicos”[3]. Enfrentamos la paradoja de
la necesidad que sustenta al feminismo de seguir politizando y el desdén con el
que se mira a la acción política en los círculos académicos, incluso en los
mismos estudios de género. ¿Qué son los estudios de género sino una teoría
crítica? y ¿cuál es el motor de una teoría crítica sino el impulso de denuncia
y transformación? Problematizar quiere decir no estar contenta con el estado de
las cosas. Ello no puede hacerse refugiándose en las neutras parcelas que la
misma academia ha trazado sobre lo que cuenta como discurso y práctica legítima.
En
los últimos años, en el CEG hemos apostado a ser partícipes del trabajo de
denuncia (porque denunciar es un trabajo) sobre las realidades en que estamos
insertas en asuntos que atañen al corazón de las teorías feministas sobre las
que impartimos asignaturas. Hemos promovido pronunciamientos públicos,
organizado jornadas de reflexión ante lo que nos parecen injusticias, ante los
discursos regresivos y los peligros de retroceso que describen Raewyn
Connell y Emma Holten en este mismo volumen. Nos hemos vinculado con
las colectivas, con el movimiento, nos hemos manifestado. Cierto, una puede hoy
abiertamente desde los estudios de género decir “soy feminista”, pero el
trabajo político que requiere el feminismo no ha dejado de mirarse con sospecha
o, en el mejor de los casos, con desdén por lxs mismxs colegas, quienes nos
dejan entrever que consideran que esto, por “no ser académico”, o no nos
corresponde o, en alguna forma, vale menos. ¡Imaginen un centro de estudios de
género que no se pronuncie cuando el titular del ejecutivo expresa que un
feminicidio fue un asunto de pareja; un centro que no tenga nada que decir
sobre la regateada despenalización del aborto, sobre las reglas de paridad
electoral, sobre la violencia simbólica, vicaria o transfóbica; un centro que
no quiera estar en los espacios en donde se discuten y toman las decisiones! Podría
decirse que todo eso es “extra”, que ya atañe a la vida personal de lxs
docentes. ¿Pero qué significa entonces la función de vinculación prescrita en
nuestro propio dictamen de creación?, ¿en qué se sustenta un pronunciamiento
político sino en la teoría? y ¿para qué construimos estas teorías sino para la
lucha política? Sostienen Celia Amorós y Cristina Álvarez (2020) que un
feminismo sin teoría es ciego, pero la teoría sin movimiento es vacía. Parece
pues, que todavía hace falta convencer a los núcleos “puros” de la investigación
y la docencia, que no solo lo personal, sino lo académico mismo, es político.
Finalmente,
como centro de estudios dentro de una institución de educación superior, no
podemos obviar que la universidad misma que habitamos es una organización
poblada de desigualdades y reproductora de opresiones. Sobre esto, nuestra
universidad, en el último quinquenio ha adoptado medidas formidables: la
aprobación del Reglamento de Responsabilidades vinculadas con Faltas a la
Normatividad Universitaria, en la que se detalla con exquisita precisión la
causal de violencia sexual; la elaboración del Protocolo para la Prevención
Atención, Sanción y Erradicación de la Violencia de Género; la creación de la
Unidad para la Igualdad; el establecimiento de primeros contactos para la
recepción de las denuncias; los Códigos de Ética y de Conducta, y todas las
medidas de sensibilización y formación de los últimos años.
Pero
las medidas presentes, como las futuras, deben anclarse en el conocimiento
concreto, situado, específico que atraviesa a nuestra comunidad. Las
experiencias disponibles de las políticas de género en las instituciones de
educación superior, que aunque no son demasiadas, nos han dejado ver que las
mejores prácticas dedican recursos constantes a monitorear la situación y
progreso de las mujeres y su comunidad en general, en el trayecto de su
formación, sus redes de apoyo, sus necesidades y el funcionamiento y los
impactos de sus políticas internas. La investigación aplicada para la
incidencia y toma de decisiones es tan estratégica como la investigación
teórica. ¿De quién es tarea de cimentar y sostener esta investigación aplicada?
En opinión de quien esto escribe no debe dejarse como tarea o misión individual
de las y los investigadores que autónoma y correctamente determinan sus agendas
de investigación, ni tampoco puede estar sujeto a la casualidad o las coyunturas
favorables. Es una tarea sistemática, institucional, que debe ser independiente
de la instancia responsable de la implementación de las políticas de igualdad
de género. Creo que en el Centro de Estudios de Género tenemos la responsabilidad
moral de desempeñar ese rol.
Por
ello, en el Centro de Estudios de Género de la Universidad de Guadalajara
dirigimos un esfuerzo articulado en coordinación con otras instancias, como la
Cátedra UNESCO de Liderazgo, Género y Equidad, el Centro de Estudios
Estratégicos para el Desarrollo, la Federación Estudiantil Universitaria, y un
pequeño ecosistema de colaboradorxs, para conducir la Encuesta Universitaria de
Género “Nuestras Voces” en el 2022, y la Encuesta Universitaria de Menstruación
“Fluye con seguridad” en el 2023. Partimos de la necesidad de disponer de
líneas basales acerca de las problemáticas de género que atravesaban nuestras
estudiantes, para, en el futuro, y en un ejercicio de rendición de cuentas, hacer
un balance de nuestras propias transformaciones. La universidad estaba
implementando políticas antidiscriminación, antisexismo, antiviolencia, pero la
propia institución desconocía cuestiones básicas como cuántxs estudiantes eran
población LGBTIQ+, cuáles eran las formas más recurrentes de violencia en el
contexto de la escuela, quiénes eran las personas agresoras principales, qué
prejuicios seguíamos sosteniendo, cuántas estudiantes eran madres, cuántas han
abortado, cuántxs conocen las instancias de denuncia, cómo responden los
espacios a las personas que menstrúan. Produjimos así la radiografía más
completa en la historia de la universidad sobre las situaciones que atraviesan
a nuestrxs estudiantes. No hemos podido, sin embargo, lograr que el
conocimiento producido, deliberadamente para ser aplicado, sea todavía
recuperado en la toma de decisiones.
En
este repaso de treinta años, hemos ampliado la mirada en forma tan grande como
para considerar el contexto global, y la hemos estrechado tan puntualmente como
para abordar las situaciones tan concretas, y tan burocráticas, del
reconocimiento al trabajo del personal que sostiene los centros de estudios.
¿Qué vemos en el horizonte? Queremos cerrar con notas de esperanza. Como dijo
Connell, en los gritos reaccionarios se escucha el acento de un privilegio en
declive; aunque el antifeminismo ha tenido victorias recientes, en el largo
aliento están perdiendo. Esperamos que el Centro de Estudios de Género y la
Revista de Estudios de Género, La Ventana de la Universidad de Guadalajara,
contribuyan a la imagen que construye Guadalupe Ramos al pensar en el renacimiento
del movimiento feminista en Guadalajara, en CLADEM, en la Red YoVoy8M, de
convertir ésta “la ciudad de las rosas” en “la ciudad de las violetas”.
Bibliografía
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Universidad de Guadalajara
(2 de mayo de 1994). Dictamen Número 15415 por el que se crea el Centro de
Estudios de Género de la Universidad de Guadalajara. H. Consejo General
Universitario. Universidad de Guadalajara.
[1]
Universidad de Guadalajara. Correo electrónico: susana.muniz8598@academicos.udg.mx
[2] La creación del Centro de Estudios
de Género fue aprobada el 4 de mayo de 1994 por el H. Consejo General
Universitario con Dictamen Número 15415. Inicialmente adscrito a la División de
Estudios de la Cultura del Centro Universitario de Ciencias Sociales y
Humanidades de la Universidad de Guadalajara, fue transferido el 4 de junio de
2001 al Departamento de Estudios en Educación de la División de Estudios de
Estado y Sociedad del mismo Centro Universitario, en donde se ubica
actualmente.
[3]
Y a ratos por “ser demasiado académicos”.