LA
NARIZ DE MAMÁ, LOS OJOS DEL DONANTE 127: RELACIONES ENTRE GENÉTICA Y PARENTESCO
EN EL ÁMBITO DE LAS TÉCNICAS DE REPRODUCCIÓN HUMANA ASISTIDA
MOM’S NOSE,
DONOR’S EYES 127: EXPLORING THE INTERPLAY OF GENETICS AND KINSHIP IN THE FIELD
OF ASSISTED REPRODUCTIVE TECHNOLOGY[1]
Taly Baran
Attias[2]
DOI: https://doi.org/10.32870/lv.v7i62.8103
Resumen
Este
artículo analiza las relaciones entre genética y
parentesco en el ámbito de las Técnicas de Reproducción Humana Asistida (TRHA),
prestando atención a las relaciones de género y raza. A partir de entrevistas en profundidad con profesionales y usuarias en
Buenos Aires, Argentina, se examinan las estrategias burocráticas, médicas y
tecnológicas que configuran un tipo de familia basada en la transmisión genética y la
continuidad fenotípica.
Se abordan dos
dimensiones clave: la regulación de la temporalidad de
la fertilidad, que refuerza la idea de una reproducción “oportuna” asociada a
la familia heterosexual, y el uso
de tecnologías que
administran el parecido físico entre gametos
donados y sus receptores. Además, se destaca el papel del
elemento racial en la producción de filiaciones
consideradas legítimas. En suma, este artículo aporta al debate
sobre la construcción social, burocrática y científica de la familia en el
marco de las TRHA.
Palabras clave: genética, reproducción humana asistida, parentesco, raza
Abstract
This
article analyzes the relationships between genetics and kinship in the field of
Assisted Human Reproduction Techniques (ART), paying attention to gender and
race relations. Based on in-depth interviews with professionals and users in
Buenos Aires, Argentina, it examines the bureaucratic, medical and technological
strategies that shape a type of family based on genetic transmission and
phenotypic continuity.
Two
key dimensions are addressed: the regulation of the temporality of fertility,
which reinforces the idea of “timely” reproduction associated with the heterosexual
family, and the use of technologies that manage the physical resemblance
between donated gametes and their recipients. In addition, the role of the
racial element in the production of affiliations considered legitimate is
highlighted. In sum, this article contributes to the debate on the social,
bureaucratic and scientific construction of the family in the context of ART.
Keywords:
genetics, assisted human reproduction, kinship, race
Recepción: 11 de
diciembre de 2024/Aceptación: 31 de marzo de 2025
Introducción
A menudo los hijos se nos
parecen
Así nos dan la primera satisfacción
Esos locos bajitos - Joan Manuel Serrat
Anterior a nuestra
existencia, hay interrogantes que guionan la espera
de nuestra llegada al mundo. La pregunta por el sexo biológico propicia
conversaciones, ritualiza acciones y habilita –y
constriñe– escenarios. Esa no es la única cuestión que nos precede. En las
últimas ecografías o cuando conocemos a un recién nacido, buscamos parecidos.
Es que en occidente –dirá Strathern– encontrar
parecido crea y explicita parentesco (1992), genera lazos entre generaciones,
da coherencia a agrupaciones y nos introduce en el campo de la gran pregunta
socio-antropológica sobre la relación entre naturaleza y cultura (Franklin, 2003), algo que también incluye al sexo y la raza,
cuestiones que serán abordadas a lo largo de este escrito.
Específicamente,
este artículo indaga sobre el lugar privilegiado que ocupa
la trasmisión genética en el ámbito de las Técnicas
de Reproducción Humana Asistida (en adelante, TRHA), con el
objetivo de comprender el parentesco como sustancia corporal-material,
resultado de un proceso de múltiples interacciones burocráticas, científicas,
sociales, culturales, técnicas, legales y de mercado.
En la Argentina, la
relación entre parentesco y genética no es la única forma de filiación
reconocida por el marco jurídico. Desde 1948 la ley de adopción regula la
inclusión de niños en familias no biológicas. Esta ley ha sido reformulada en
diversas oportunidades para agilizar los tiempos y promover la adopción. Sin
embargo, según datos de la Dirección General de
Estadística y Censos, comparando la cantidad total de adopciones desde 1981
hasta el 2020, con el paso del tiempo, las adopciones se redujeron a un sexto
en su cantidad.
Por su
parte, en el año
2013 se sanciona en
Argentina la Ley Nº
26.862 que permite “acceder de forma gratuita a las técnicas y
procedimientos realizados con asistencia médica para lograr el embarazo”. Con
su regulación en 2015 se amplían los modos reconocidos de filiación “por
naturaleza, mediante técnicas de reproducción humana asistida, o por adopción
[...] que surten los mismos efectos” (Código Civil y Comercial, art. 558).
Si
bien la ley equipara los tres tipos de filiación, si atendemos a las prácticas concretas, no sucede lo mismo. Mientras descienden la cantidad de adopciones,
según los datos recogidos por la Red Latinoamericana de Reproducción Asistida,
Argentina es el segundo
país de la región en cantidad de centros médicos especializados en
fertilización asistida, y el lugar donde más tratamientos se realizan, con 409
ciclos iniciados por cada millón de habitantes en 2015.
De
hecho, el acuerdo sobre la continuidad entre genética y parentesco es un
elemento clave del imaginario
social que ha sido explotado
económicamente por diversas opciones en el mercado de la reproducción. Esto
permite a los centros de fertilidad privados, gozar de buenos réditos y continuar
ofreciendo servicios premium
a casi una década de contar con una ley que garantiza la cobertura integral del
tratamiento en reproducción asistida en todos los niveles públicos y privados del sistema de salud.
Metodología
Este artículo aborda
desde la socio-antropología las relaciones entre genética y
parentesco en el ámbito de las TRHA, prestando atención a las relaciones de género y raza[3]. Con ese fin se realizaron entrevistas en profundidad
a mujeres cis
con diferentes perfiles usuarias de TRHA
en la ciudad de Buenos Aires:
una madre soltera por elección, una
usuaria de ovodonación
anónima y donación de esperma bajo el Programa de Identidad Abierta[4], una mujer lesbiana madre soltera,
una mujer hetero con pareja, usuaria
de numerosos tratamientos de TRHA (tanto previo a la ley como posterior) que no
consigue un embarazo. A su vez preside la Asociación Civil “Abrazo x dar vida”[5] por la formación de
familias a través de TRHA. También fue
entrevistada una mujer soltera con
proyecto de co-paternidad serodiscordante
con un amigo en una pareja homosexual,
una biotecnóloga en reproducción humana asistida, también usuaria de TRHA, una mujer hetero soltera que criopreservó sus óvulos
y una psicóloga perinatal
usuaria de TRHA previa a la sanción de la ley, fundadora de “Concebir”,
asociación civil de pacientes usuarios de TRHA.
La
experiencia de varones trans que hayan utilizado TRHA siendo transmasculinos es una importante
ausencia de este artículo. Hemos contactado con organizaciones LGBTIQ+
involucradas en la militancia por la sanción de la ley de fertilización asistida, sin embargo, a pesar de la predisposición con la
investigación, no hemos podido dar con el perfil señalado. Para intentar
subsanar esto, el testimonio sobre el uso de técnicas para personas trans es reconstruido a partir de entrevistas en medios de
comunicación. Esto permite evidenciar el acceso diferencial de los cuerpos con
capacidad de gestar a gozar de un derecho regulado por ley[6].
Si bien el
insumo fundamental de este artículo son las entrevistas, se analizan también formularios y legislaciones con el propósito de prestar atención a dinámicas que exceden lo meramente
discursivo (Ariza, 2015). Por un lado, debido
al impacto del secreto, anonimato
y desregulación que caracterizan la donación de gametos. Por otro, por el tabú
sobre la noción de raza, que hace que la preocupación racial en la construcción
de parentesco aparezca de forma implícita en formularios y entrevistas médicas.
Desde
una perspectiva metodológica inspirada en Donna Haraway, en lugar de abordar los elementos como entidades
fijas y objetivas, el artículo se enfoca
en atender a las relaciones
y enredos materiales-discursivos. Haraway (2021)
advierte sobre el “fetichismo del gen”, esto es, la tendencia a reificar el ADN como un determinante absoluto de la
identidad y el parentesco. Con este concepto de faro, buscamos cuestionar el
endurecimiento o naturalización de conceptos
como genes,
naturaleza, familia, raza, género, que serán entendidas como procesos en
constante configuración.
La
Ley de Reproducción médicamente asistida: entre la
reproducción de estereotipos y la ampliación de los modelos familiares
La Ley Nº 26.862
es un hito en el acceso integral a los procedimientos y técnicas de
reproducción médicamente asistida, antes reservadas para los pocos que las
pudieran pagar, o en su defecto, quienes lograban hacerlo vía el largo camino
del amparo judicial. Este proceso llevó décadas de militancia y proyectos de ley que perdían estado parlamentario.
Según recuerda una de las activistas, en los comienzos
la militancia era principalmente de parejas que tenían “el sueño de tener
hijos”. En ese sentido, las estrategias estaban basadas en narrativas médicas condensadas en la figura del
“paciente infértil” asociadas a la experiencia de parejas heterosexuales.
Sin embargo,
para que pudiera existir una
ley de fertilización asistida, esta debía ser armonizada con la normativa vigente en aquel momento, que implicaba la prohibición del aborto fuera de las
causales,
el derecho a fundar una familia y a no ser discriminado (es decir, contemplar a
cualquier persona independientemente de su orientación sexual o estado civil),
el derecho al matrimonio igualitario y a la identidad de género (es decir,
reconocer que hay hombres trans que tienen derecho a
gestar).
Estas cuestiones fracturan la evidencia de la
fertilización como un fenómeno natural así como el de la noción de “corrección
técnica” de la fertilidad. En este punto, la militancia ya asume que la
decisión, el deseo y el acceso a las
TRHA sustentan parentescos. Esto logra encontrar su portavoz en la noción de la
voluntad procreacional, una novedad jurídica en la
regulación del parentesco. Con ello, la filiación se desasocia de quién haya aportado el material
genético y se funda en el deseo individual o con otro (artículo 562 del CCyC).
A partir de entonces se reconoce que en el territorio argentino ya no hay una condición
unívoca en la asociación entre
genética, vínculo filial, económico y afectivo y con ello se legalizan nuevos derechos reproductivos y parentescos antes impensados.
Aires de familia:
construcción técnico-administrativa de la reproducción y el parentesco
A una década de la sanción de la Ley Nº 26.862 y a varias de la masificación de la píldora anticonceptiva, la “continuación
semántica entre la relación sexual y la procreación” (Ariza, 2010) sigue operando como una
fantasía casi teológica.
De hecho, una entrevistada reclamó que toda la vida le hablaron de prevención
de embarazos, en el colegio, en su familia, pero que nunca se había imaginado
que ella, una persona de 30 años, pudiera tener algún problema relacionado a la
fertilidad. Al mismo tiempo, esta continuidad semántica ha convertido a la
imposibilidad de tener hijos biológicos en “infertilidad” y ha movilizado
leyes, recursos públicos y privados, investigaciones científicas y tecnologías
para intentar subsanarlo.
A
partir de esta concepción de naturaleza fértil, deseable y dada por hecho, se entiende el parentesco como la unión de material
genético resultado de la concepción. Así mismo, en la medida que la fertilidad
es un supuesto natural, las personas que
presentan dificultades al respecto se encuentran expuestos a grandes cargas
morales:
Lo que nos da mucha bronca es esto de los tabú que hay sobre la adopción, el
poder entender que no es un premio consuelo de nadie, que es una opción válida. A veces te
dicen para qué pagar tanto un tratamiento con tantos chicos a adoptar […] ¿y vos? ¿cuántos adoptaste? Porque adoptar podemos todos, no solo los infértiles. (María Elena Cabral, Presidenta de Asociación
Civil "Abrazo x dar vida")
Además de las presiones
morales, la entrevistada señala que otros modos de tener descendencia parecen
surgir como opciones de
menor valía. Esto se debe a que los genes
son percibidos como una
entidad concreta, fuente de valor, casi equivalente a la vida misma y con ello, compartir patrimonio genético con la descendencia se convierte en algo sumamente valioso. En ese sentido, dirá Haraway,
la operación fetichista consiste en asignar el valor en el intercambio de bio-materia y oscurecer no
solo las relaciones de cuidado y afecto que sostienten
las familias, sino también las
relaciones socio-técnicas que producen estos tan valiosos genes (2021, p. 290).
A contrapelo,
analizaremos cómo determinados
modos de intervenir sobre los cuerpos se jerarquizan y privilegian dentro del
campo de la medicina reproductiva. Señalaremos que la concepción como fenómeno
técnico se va a servir de dos mecanismos fundamentales para co-producir
lo “natural”:
a. La fertilidad como algo natural que debe ser exhibida
en un tiempo preciso a través del parentesco bio-genético.
b. Performar
genes para producir descendencia del modo más parecido a lo asimilados con “lo natural”, con su respectivo modelo de continuidad física.
Estos
puntos ayudan a entender la exclusión de algunos ítems ampliamente discutidos
de la Ley Nº 26.862: la fertilización post
mortem y la subrogación de vientres. En el artículo 562 del citado cuerpo
legal se define la voluntad procreacional,
reafirmando que los nacidos mediante TRHA son hijos de quien dio a luz y de quien
prestó su consentimiento, con independencia de quien haya aportado los gametos.
También se señala que las personas que accedan al uso de las TRHA, deben
renovar su consentimiento cada vez que se procede a la utilización de
gametos o embriones (resaltados propios). Con el requisito de renovación del
consentimiento se excluye el uso de gametos de personas fallecidas que hayan o no, otorgado su consentimiento en vida.
Por
su parte, la expresión “son hijos de quien dio a luz”, liga la filiación al acto
biológico del alumbramiento e intenta restringirlo a un tema asociado típicamente con las mujeres (así como lo ligado a la fertilidad y anticoncepción). Sobre todo, esta definición excluye a las parejas de
varones, mujeres trans y padres solteros de acceder a
este derecho (que pasa a depender de la
decisión de jueces y tribunales para el caso de la subrrogación).
Como
ya hemos señalado, el acceso masivo a las TRHA abrió
posibilidades a novedosas asociaciones entre el ejercicio de la sexualidad, la reproducción, el
cuerpo y con ello de las relaciones de parentesco.
No obstante, presentamos como hipótesis que en la ejecución práctica, las
experiencias reproductivas que efectivamente acceden a las TRHA son las que
logran replicar las expectativas que asocian el parentesco con una concepción
específica de naturaleza a la que haremos referencia a continuación.
1. La fertilidad como algo natural que debe ser exhibida
en un tiempo preciso (edad “reproductiva”) y reforzada a través del parentesco bio-genético
El uso de las TRHA presentan
una tensión entre la ruptura y
la reproducción de “lo natural”, ya que por un lado permiten a las mujeres decidir sobre
su reproducción, pero al mismo tiempo, generan
una sobre-intervención médica sobre sus cuerpos y una
sensación de responsabilidad de
gestión eficaz sobre el tiempo fértil (Viera Cherro,
2015).
¿Vieron
cuando te dan la tarea en la escuela? y decís, la hago después, total hay que
entregarla el lunes, y el domingo decís, ay tengo
que entregarla mañana. Yo estoy en esa etapa. Estoy en mis 40, haciendo toda la
tarea a último momento. Por
eso tengo que hacer lo mejor que
pueda con lo que tengo,
porque todavía
quedan los
últimos cartuchos. (Mujer cis usuaria de
fecundación in vitro)
Además de la
importancia de compartir sustancia genética –“los cartuchos”– con la
descendencia, es recurrente la referencia a la edad como una variable central
en la evaluación médico-reproductiva. Para ser asociado a lo natural, el tiempo
de la gestión de la fertilidad vía TRHA es un momento muy específico en la vida
de las mujeres que no necesariamente coincide con los lapsos de la cobertura de
la ley (51 años o 44 con óvulos propios). Usarlo antes, es “exagerado” y
“ansioso”, después, “irresponsable” y “caprichoso”. Muchas de las usuarias de TRHA
señalaron haber sido desestimadas
por profesionales de las clínicas
o derivadas al psicólogo o a un “amante”, cuando consultaron a edades
consideradas “inapropiadas” para la reproducción asistida.
Queda claro
que la definición de la
temporalidad adecuada para el uso de las
TRHA responde menos a los límites contemplados por ley y más a la necesidad de
hacer que la concepción parezca “natural”. En este sentido, el acceso de las
disidencias sexuales y de género a estos tratamientos se ve obstaculizado en tanto
su demanda no encaja en el modelo de coherencia cisheterosexual
que guía las regulaciones y prácticas biomédicas.
Con la noción
de gobernabilidad reproductiva, Roberts (2012) analiza cómo la expectativa de
fertilidad varía según la clase[7]. Estas
asimetrías no solo operan en términos económicos, sino también en la diferencia
entre cuerpos cis y trans.
Como expresa Tomás Máscolo, el acceso a la paternidad
trans es obstaculizado tanto por discursos patologizantes como por normativas que asumen la
infertilidad trans como un hecho incuestionable:
Me
pinta ser padre y te dicen: “¿Para qué transicionaste?
¡Te hubieras quedado como antes!” son preguntas que confunden orientación
sexual e identidad de género
[...] Igual, el mito de la infertilidad trans es eficaz,
en la Guía
de Salud Trans del
Ministerio de Salud de la Nación dice que después de dos años de tratamiento con hormonas
se produce la castración química. Pero por los grupos de
Facebook sabemos que ese dato no es confiable, que hay un período ventana
en el que se sigue menstruando y ovulando, que la testosterona no funciona como
anticonceptivo. (Tomás Máscolo, varón trans que abortó, en
Mansilla y Radi, 2018)
Es decir, los dispositivos
socio-técnicos, como las burocracias, las leyes y los protocolos médicos, no
solo regulan el acceso a las TRHA, sino que también reproducen desigualdades al
diferenciar entre fertilidades legítimas y problemáticas. Al respecto, resulta de
interés los aportes de Nikolas Rose (2007) sobre cómo la biomedicina no solo
interviene cuerpos, sino que configura subjetividades, estableciendo quiénes
pueden ser reconocidos como sujetos reproductivos legítimos. Como es posible advertir, en la práctica, el acceso a las
TRHA sigue asociado más a la corrección de una “mala naturaleza” que al
ejercicio de una decisión autónoma basada en la voluntad. El testimonio de una
usuaria de vitrificación de óvulos lo deja en evidencia:
Yo
creo que no tengo un problema,
pero nunca lo intenté de manera natural. La
cuestión es que el seguro médico no te lo cubre si vos no tenés
un problema. Pero para saber si tenés un problema tenés que empezar una investigación de tu cuerpo [...] tenés que hacerte un estudio
para demostrarlo, pero
eso no te lo cubre. A ver, yo estoy pagando una obra social que un examen de sangre
me lo cubre, pero cuando en
el mismo análisis te tiene que
analizar algo de la
fertilidad no te lo cubre, no le
encuentro explicación. Así
que hasta que no lo intentas con un varón no
te enterás, no me quedó otra que
hacer el estudio de manera privada. (Mujer usuaria de vitrificación de óvulos)
Aquí se evidencia que la pareja heterosexual sigue funcionando en la expectativa social como el
modelo de aspiración de la familia y la procreación. Esto se vincula con la exaltación de lo biológico como
base privilegiada del parentesco que impone un modelo normativo de acceso a las TRHA, en el que los cuerpos de las
mujeres son objeto de sobre-intervención
en la búsqueda de una fertilidad corregida y asegurada, como se refleja en el siguiente
testimonio:
Quedé rara porque el doctor
dijo [que me extrajeron] solo
seis. Lo que me dijo es que la gente hacía un back up, o sea un back up del back up, o
sea otra vez volver a hacerlo, y
uno quiere la mayor cantidad posible. Pero
después te enteras que en realidad necesitas uno que prenda [...] me
parece que no es juego, no deja de ser algo artificial que uno le hace al
cuerpo y en un punto algún límite siento que tengo que tener. A mi me pareció un montón. Yo
ya hice lo que sentía que tenía que hacer, ya me siento tranquila, frené mi
reloj biológico. (Mujer que criopreservó sus óvulos)
La presión por
maximizar las posibilidades de éxito en los tratamientos introduce una lógica
de acumulación y repetición de intervenciones que afecta directamente la
experiencia de las mujeres. Este modelo también se
refuerza en el discurso médico y en las formas normativas de reproducción
alternativa. Incluso aquellas prácticas que se diferencian del modelo cisheterosexual no escapan a la reproducción
de la
lógica biológica del parentesco. Ejemplo de ello es la popularidad del
método Recepción de Ovocitos de la Pareja (ROPA) entre parejas de mujeres
lesbianas, donde la gestación sigue dependiendo de la participación biológica
como eje fundante
del
vínculo familiar.
El método ROPA consiste en gestar uno de los integrantes de la pareja al
embrión obtenido a partir del óvulo del otro, es el que más se pide, porque
"participan activamente ambas personas [...] En
estos casos, hay mamá o papá ‘genético’, mientras que su pareja será quien
lleve adelante la gestación”
(Fernando Neuspiller, en Alvado,
2021).
Como podemos ver, la descendencia biológica es el resultado de un
trabajo rutinario orientado a la producción de parentesco donde lo
biológico logra imponerse como el modo privilegiado de familia. Así, los médicos de fertilidad no operan sobre una materia biológica dada,
sino que son ellos mismos, junto con los instrumentos del
quirófano y consultorio y los gametos, leyes, softwares y formularios quienes participan en la co-producción
de parentescos genéticos. Este
paradigma queda reflejado en testimonios de mujeres que, al enfrentarse a los
marcos normativos de adopción, se encontraron incentivadas al uso de TRHA[8]. A estas estructuras jurídicas y biomédicas las condensa la figura del médico-perito que interviene en la validez
de las decisiones reproductivas.
Ante la imposibilidad de reproducirse con gametos propios, la derivación médica al
psicólogo para realizar el “duelo genético” fue una referencia común entre las entrevistadas. La apelación al duelo,
presupone una reacción unívoca ante la imposibilidad de compartir sustancia bio-genética con la descendencia, que construye un duelo para afrontar la pérdida de lo que
se presuponía tener –fertilidad natural– y no está. Además, el momento del
duelo es el resultado de un largo proceso de extenuantes intervenciones médicas
que muchas veces llevan a los cuerpos de las mujeres hasta sus límites:
“Basta Para Mi” lo armé como grupo para que te
preguntes si es
momento de decir basta. El grupo nació en el momento en que yo decidí decir basta. Es
una pregunta que todas deberíamos hacernos cuando estamos pasando por esto. Yo
decidí decir basta cuando deseé ser una madre sana para esa criatura, sin
heridas, sin reclamos, tristezas. Cuando dije no hago más tratamiento por cuestiones
físicas que se me fueron presentando. Muchas toman el basta como un fracaso, y no, es
cambiar el camino. Hay que ser valientes para decir no voy a buscar más ese
hijo biológico y voy a volver a esa carrera que dejé, a esos cuadros que dejé
de pintar, a esa mudanza que congelé por si algún día tenía que usar esa
habitación. El decir basta a ese matrimonio forzado porque lo necesito para
tener un hijo. (María
Elena Cabral,
Presidenta de Asociación Civil “Abrazo x dar vida”)
En su funcionamiento práctico, el uso de TRHA no solo busca lograr
descendencia biológica, sino que también impone nuevos riesgos en los cuerpos
de las mujeres, transformando el tiempo en un problema reproductivo que debe
ser detenido tecnológicamente, lo hemos visto en citas anteriores en donde el uso
de las TRHA se relaciona con el alivio de “frenar el reloj biológico”. En este sentido, como
advierte Rose, las tecnologías biomédicas no solo expanden las posibilidades
reproductivas, sino que también generan nuevas normatividades, expectativas y
formas de subjetivación, transformando la fertilidad en un campo de regulación y
gubernamentalidad.
2. Performar genes para
producir descendencia del modo más parecido a lo asimilados con “lo natural”, con su respectivo modelo de continuidad física
Como muestra la producción antropológica clásica, las uniones entre
cuerpos, fluidos y comunidades son materia de tabú y regulación a lo largo de
la historia humana. Más adelante señalaremos cómo el éxito de las TRHA se
relaciona con el hecho de privilegiar el parentesco blanco y evitar el tabú de
la mezcla de razas. Pero antes,
por lo ya señalado
sobre las concepciones de naturaleza fértil y el parentesco expresado por lo
biogenético, podemos concluir que la reproducción con gametos ajenos es
percibida como una manipulación de lo natural (Ariza, 2010) y por lo
tanto, experimentada como
indeseable.
En
todos los bancos de gametos relevados, la
confidencialidad es un elemento que se resalta con insistencia. Además, en sus
páginas web,
se señala que se trata de una decisión personal de los progenitores contar que
el hijo nació de gametos donados[9]. Esto nos
permite pensar que
en los casos en que la
descendencia con material biogenético propio no es posible, el secreto será una posibilidad en el acuerdo sociotécnico para
producir un parentesco convincente
(Herrera y Lamm, 2014).
En Argentina, la donación de gametos es anónima por
ley (salvo excepciones solicitadas
por vía judicial o los más recientes Programas de Identidad Abierta). Sobre el secreto
expresado en forma de anonimato, Marie-Magdeleine
Chatel dirá que funciona como mecanismo desubjetivante
para limitar la importancia del origen bio-genético
(2004). Además del secreto y el
anonimato, el altruismo será otra de las formas de matizar estas prácticas
consideradas “antinaturales”, con el propósito de concebirlas como espacios morales (Ariza, 2016).
El tinte solidario del intercambio encubre con un velo altruista, prácticas
médico-comerciales en muchos casos muy poco rigurosas (Lafuente Funes, 2017). Como señala una de las
entrevistadas que trabajó en distintos centros de fertilización y solicitó
anonimato, estas prácticas van desde usar la misma donante para
varias receptoras (pero cobrar por cada uno de esos tratamientos), la hiperestimulación y la falta de límites en la cantidad de
extracciones a “las donantes preferidas”, la imposibilidad de contar con
información estadística sobre riesgos para las donantes y nacidos vivos,
accidentes y enfermedades. La entrevistada señaló además “errores de etiquetado
en las muestras” o “fraudes de fertilidad”[10] que amparados por el secreto de
estas prácticas, quedaron impunes.
Esto se evidencia en los dispositivos de
inscripción de los nacidos. La partida de nacimiento, al ser un documento
público, no registra ni el uso de TRHA ni la adopción. Esta omisión se sustenta
en un argumento jurídico y ético que puede ser controvertido (Álvarez Plaza, 2014; Cubillos Vega et al., 2016):
por un lado, incluir esta información podría ser considerado un acto discriminatorio
o una forma de clasificación de los hijos; por otro, la ausencia de esta
referencia refuerza la idea de que el conocimiento sobre el origen biológico es
una cuestión privada y queda a discreción de cada familia si informar o no.
Por último, entendemos el secreto sobre el uso de
gametos masculinos donados en su funcionalidad para sostener el parentesco heteropatriacal. Existe una extendida confusión entre virilidad y
fertilidad que lleva a que el uso de esperma donado pueda ser experimentado como
una “hombría defectuosa” en relación a los atributos socialmente esperables. Hasta aquí hemos revisado el estigma asociado al
uso de gametos que involucra al secreto como parte de las asociaciones para
construir un parentesco convincente. Este secreto también debe ser aparentado
de forma biológica:
Lo que hacen [en el banco de esperma] es que te dicen que van a intentar cumplir con tu
fenotipo. En una planilla tenés que poner tu color de
ojos, tu color de pelo, tu tez, tu estatura. Igual el donante mide 1.95, así que mucho no lo tuvieron en cuenta (risas) Vos misma llenás la parte física para que busquen. Está bueno como lo encaran, es en realidad para la criatura,
para que no se sienta tan diferente. (Usuaria banco de gametos)
Las usuarias de TRHA expresan las ansiedades de que el bebé producto de
gametos donados sea visiblemente diferente, incluso en algunos casos esto lleva a desistir del tratamiento y en otros casos, el parecido fue planteado como algo
beneficioso para el vínculo entre los progenitores y el bebé, y el autoestima
de este último[11].
Todas las clínicas y bancos de gametos ofrecen
formularios de relevamiento fenotípico que incluyen el color de ojos, piel,
pelo o etnia. A partir de los formularios se busca emular la continuidad
biológica entre personas sin una biología en común a fin de construir y hacer
visible la filiación.
Más recientemente, algunos bancos en distintos países empezaron a utilizar
softwares de biometría facial[12] que incorporan
algoritmos de reconocimiento facial e inteligencia artificial a la selección de
donantes. A partir de lo que denominan “mapas de heredabilidad”
prometen aumentar las probabilidades de que los rasgos fenotípicos, faciales y
la compatibilidad genética se comparta entre los progenitores y los
descendientes.
Sin embargo, tal como señala la cita con la que inicia
este apartado, no todas las características son igualmente tenidas en cuenta a
la hora de asignar un donante. En los papers publicados
sobre estos softwares, se presentan las ventajas de usar esta tecnología
argumentando que “algunos rasgos específicos pueden ser determinantes en la
percepción de similitud, especialmente en términos de parentesco” (Meléndez et
al., 2021). Los autores explican que el software “pondera de forma
específica las diferentes partes de la cara, clasificando automáticamente
rasgos faciales por su apariencia: tipos de nariz, ojos, boca y cejas” (Meléndez y
González, 2021)[13].
De aquí podemos extraer algunas conclusiones
sobre la construcción de parentesco. Por un lado, no todos los rasgos
valen igual a la hora de emparentarnos, algunos construyen parentesco más que
otros. Esto es válido para los formularios auto-declarados y también para los
softwares de reconocimiento facial en donde el algoritmo es previamente
entrenado para segmentar y procesar esos rasgos que más importan en la
correlación bio-genética.
Una lectura posible es que la construcción de
parecido tiene un componente emocional y subjetivo. Sin embargo, si atendemos
los elementos que se consideran relevantes para performar
parentesco, veremos que en todos los casos la heredabilidad
construida se demuestra en términos de marcadores raciales. Como explica Haraway, tanto el discurso científico como las producciones
culturales asocian el concepto de raza al de familia. Según la autora esto
se debe a que está estrechamente relacionado con la propiedad, tanto en términos de
transmisión de sustancia corporal como de valores, bienes y privilegios
mundanos (2021,
p. 395).
Seline Szkupinski Quiroga analiza cómo estas tecnologías
reproductivas tienen como principal objetivo crear un
determinado tipo de familia que reproduzca el
modelo heteropatriarcal de familia blanca (2007). En parejas
heterosexuales, el parecido visible con el padre funciona socialmente como
réplica del “yo” (la herencia puede incluir hasta el nombre paterno), prueba de
la filiación, “garantía” de la fidelidad de la pareja y sustento de la relación
de afecto, cuidado y responsabilidades económicas con el nacido.
Por su parte, las imágenes publicitarias de los bancos de gametos, las
referencias a “donantes favoritas” que recibían un trato
preferencial, la exclusión de los colores de piel que no sean blanco o trigueño en los formularios, el temor al “bebé negro” (Ariza, 2010)
o los elevados costos de la criopreservación de
gametos (excluidos de la cobertura de la ley), dan cuenta de una preocupación
por cuidar material y
culturalmente la blancura en la filiación y evitar una “progenie condenada” (Haraway, 2021,
p. 420) producto de la mezcla de
razas dentro de una familia.
Varias entrevistadas expresaron
la dificultad de llenar los datos fenotípicos y definirse entre ojos miel o
marrón claro, el cabello rubio oscuro o castaño claro, por dar algunos
ejemplos. Esto evidencia algo ya sobradamente demostrado por la ciencia: el carácter
subjetivo de estos criterios de clasificación y la arbitrariedad de los
parámetros tenidos en cuenta para construir grupos raciales. Sin embargo
valiosos para performar lo heredable en términos de
parentesco.
Estos modelos de familia racializada guían implícitamente las acciones de los
profesionales biomédicos y de los usuarios. Elizabeth Roberts va a señalar cómo
las TRHA van a permitir que sus usuarios puedan “blanquearse” a través de su
descendencia, es decir, va a proponer pensar la blancura como estado menos
fisiológico que administrativo (2012).
Conclusión
A lo largo del artículo analizamos cómo la masificación de las TRHA traen por un lado
la posibilidad técnico-jurídica de impensados
derechos reproductivos y nuevos vínculos y parentescos (sustentados en
la voluntad y el deseo). Por otro lado, también las presentamos como
tecnologías que contribuyen a exaltar el biologicismo
en términos de parentesco (ya sea en la consideración del hijo biológico como
derecho garantizado por el Estado como por las intervenciones médicas que
priorizan las técnicas que tienen como resultado el parentesco biogénetico) expresado en términos parecidos. Esta
aparente contradicción en torno a las TRHA consiste en la riqueza del caso.
Luego de este
recorrido, retomamos la
propuesta que subyace al título —La nariz de mamá, los ojos del donante 127— que nos permitió problematizar cómo la continuidad genética no es solo
un hecho biológico, sino el resultado de los esfuerzos administrativos,
burocráticos, científicos y jurídicos.
Con esto podemos concluir dos cuestiones centrales: por un lado, que la
popularidad de las TRHA se basa en el consenso de la importancia del legado bio-genético,
asociado a lo natural y deseable. Por otro, entender que lo natural no es una entidad preexistente, sino el resultado de
estabilizaciones de controversias sociales y tecnológicas. Aun en los
casos en que la descendencia no recibirá el patrimonio genético de sus padres,
es posible y resulta relevante emular ese legado en términos raciales.
De ese modo, queda evidenciado
que el parentesco, así como la raza, son formas
de relación social fetichizadas en el cuerpo. La medicina reproductiva, al evaluar a
sus pacientes en esos términos, reafirma la raza como sistema de
clasificación válida para producir filiación. Al mismo
tiempo, son estas mismas creencias y sus jerarquías, las que
permiten a las clínicas reproductivas seguir obteniendo importantes
ganancias por fuera de la cobertura contemplada por la ley: ofreciendo criopreservar gametos,
servicios de hermanos genéticos[14],
donantes exclusivos y softwares de simulación de rostros.
La diversidad de experiencias
recogidas en este estudio muestra, como ya hemos dicho, que las
TRHA no solo permiten nuevas configuraciones familiares, sino que
también pueden reforzar desigualdades. Mientras que en algunos casos la
elección de gametos busca garantizar una coherencia racial percibida como
“natural”, en otros, el anonimato de los donantes se traduce en una gestión de
la incertidumbre sobre el parecido.
A su vez, mientras que las
mujeres cis heterosexuales suelen ser interpeladas
por discursos sobre la “eficacia” en la gestión de su tiempo fértil o la
sobre-intervención de sus cuerpos para lograr la descendencia biológica, las
personas trans y las parejas del mismo género
enfrentan obstáculos adicionales que deslegitiman su acceso a las TRHA. Al mismo
tiempo, la estratificación de la fertilidad por clase social
evidencia cómo ciertos sectores acceden y son incentivados a realizarse tratamientos,
mientras que otros cuerpos son gestionados a través de políticas de control
reproductivo.
En ese sentido, el artículo presenta
cómo el uso de las TRHA tensiona la reproducción como evento tanto natural como
tecnológico. Si la heredabilidad
de caracteres genéticos puede ser calculada por softwares (que
recuperan ansiedades de la cultura occidental como la raza) para dar respuestas convincentes a la expectativa de parentesco, entonces
la naturaleza adquiere cualidades culturales y se evidencia como “artificial” y
“construida”. Así mismo, si para el
marco normativo argentino compartir genes ya no define de forma inequívoca una
relación familiar, quiere decir que son necesarias convenciones para limitar la
ambigüedad de la continuidad genética y del parentesco.
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[1] Una versión muy
recortada de la segunda parte de este artículo fue publicada en el blog de la
Red Latinoamericana de Estudios Socio-Históricos en Genética y Derechos
Humanos.
[2] CIS-IDES-CONICET, Argentina. Correo electrónico:
talybaran@gmail.com
[3] Tomo el concepto
de raza de Szkupinski Quiroga
“una construcción social mutable que ha sido utilizada históricamente para
clasificar y estratificar a las personas en función de grupos de
características físicas. La raza se define por y contra la blancura, una categoría
no marcada, invisible y no examinada que estratégicamente tiene ‘una cualidad
de piedra de toque de lo normal, contra la que se definen los miembros de las
categorías marcadas’” (2007, p.
144). Entiendo
la complejidad del concepto “raza”, lo utilizo en tanto
considero que de un modo no verbal, pero sí bastante notorio, son categorías
que aparecen en distintos momentos del proceso de gestión de las TRHA. Como
señala Haraway, las categorías étnicas racializadas de principios de siglo resurgen ahora como
entradas de bases de datos (2021,
p. 469).
[4] El
Programa de Identidad Abierta (PIA) es un servicio relativamente reciente que
permite al nacido de gametos donados, una vez cumplidos los 18 años, acceder
directamente a la información sobre el donante (como datos identificatorios,
fotografías, una carta escrita a mano y la opinión del personal del banco sobre
el donante). Todavía no existen casos de nacidos que tengan la edad de solicitar los datos
de su origen genético.
[5] Las
personas entrevistadas fueron consultadas sobre sus preferencias respecto al
anonimato (o no) de sus experiencias y dichos acuerdos fueron respetados en su
totalidad. En los casos en que fue posible explicitar referencias se ha optado
por hacerlo como modo de agradecimiento por la generosidad de su tiempo, sus
testimonios, reflexiones y experiencias que han sido un aporte fundamental para
este artículo.
[6] Mansilla
y Radi explican que “El mito de que los hombres trans son estériles se alimenta de prejuicios culturales
que en muchos casos tienen asiento legal. Las políticas de esterilización
forzada de personas trans son un hecho. En muchos
lugares del mundo, las personas que quieren modificar su nombre y género en el
documento deben renunciar a sus capacidades reproductivas. La red de organizaciones Transgender Europe contó
que en su continente, en el año 2017, 22 países ponen esta condición. La Ley de
Identidad de Género argentina reconoce que hay hombres trans
que pueden gestar. Igual, el mito es eficaz y sus consecuencias se reflejan en
la ausencia de políticas sanitarias que contemplen estas posibilidades y en las
propuestas educativas de educación sexual” (2018).
[7] La
“gobernabilidad reproductiva” (Roberts, 2012) varía según la clase. Mientras
las mujeres pobres parecen tener una fertilidad excesiva, desbocada e inmoral
(que se resume en frases como “se embarazan para cobrar un plan social” o “no
tienen televisión en la casa”) y que por lo tanto debe ser controlada con
políticas de anticoncepción, la fertilidad de las mujeres de clase media-alta
profesional es algo frágil y valioso que debe ser preservado con leyes,
recursos y políticas tanto públicas como privadas. Por ejemplo el beneficio que
otorgan algunas empresas fintech
a sus empleadas de cubrir sus tratamientos de criopreservación
de óvulos, como el caso de Mercado Libre en Argentina o varias otras a nivel
internacional.
[8] Al
consultar sobre su decisión de ser madre soltera con ambos gametos donados, la entrevistada cuenta que
es abogada y explica que acompañó varias tutelas y que siempre priorizan la revinculación del menor con algún pariente que tenga
vínculo biológico. En ese sentido le preocupaba que fuera muy demorado acceder
a la adopción plena. Otra participante señaló que en la entrevista de adopción le preguntaron
si estaba haciendo tratamiento de fertilidad porque muchas que inician el trámite y estando cerca de una vinculación, se quedan embarazadas y desisten de adoptar por priorizar el hijo
biológico.
[9] Para
ver un ejemplo: https://cryobank.com.ar/como-comenzar/
[10] Un ejemplo de los tantos que salieron a la luz, el
director de una clínica de fertilidad en Reino Unido, Bertold
Wiesner, usó su propio esperma en los tratamientos
entre 1940 y 1962. En 2007 se empezaron a identificar medios hermanos, hay 50
identificados a través de pruebas de ADN, se calcula que pueden haber unos 600
más.
[11] En
la entrevista
a Estela Chardón, psicóloga perinatal, fundadora de
la Asociación CONCEBIR, madre por ovodonación y autora de diversos libros al respecto,
señalaba “Nadie sabe que es lo que le va a interesar a la persona que nació.
Está bueno tener algo de información,
pero es prácticamente
imposible que cuando estés hablando con tu hijo
de cuatro, cinco años te pregunte algo sobre su origen étnico. Es más, no le
importa nada".
[12] Un
ejemplo es el software Fenomatch. En su web, se
presenta como una “innovadora plataforma dirigida a clínicas de fertilidad y
bancos de gametos. Con ella médicos y embriólogos van
a poder seleccionar de una manera objetiva y científica el donante
ideal”.
[13] En
el mismo paper los
autores presentan el StyleGAN, un
generador que realiza imágenes predictivas del rostro de la persona
producto de esa unión de gametos. Sin embargo, los autores reclaman que la
recolección de datos de bebés necesaria para entrenar a los algoritmos se ve
limitada por la “estricta protección de los datos médicos” (Meléndez y González, 2021).
[14] Cryobank ofrece el servicio de “hermanos
genéticos” que permite reservar muestras para tener varios bebés del mismo donante. Por diferentes tarifas el
donante puede ser compartido o exclusivo. https://cryobank.com.ar/como-comenzar/