DEL ORIGEN Y MOTIVACIONES DE LA ENCUESTA UNIVERSITARIA DE GÉNERO, NUESTRAS VOCES

 

 Francisco Javier Armenta Araiza[1]

 

DOI: https://doi.org/10.32870/lv.v0i0.8117

 

Un martes 10 de marzo del 2020 nos encontrábamos reunidos en una oficina del edificio de Rectoría. Estábamos todos quienes podríamos tener algo que opinar sobre las diversas manifestaciones de la comunidad estudiantil en contra de la violencia hacia las mujeres, que desde hace días atravesaba la universidad, situación que nos tenía en estado de crisis, por ser presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) en ese momento, fui testigo de primera mano.

La violencia era como un tufo impregnado en el aire, imperceptible para “muchos” e hiriente para “muchas”, este se arraigó a los muros y pasillos, ya que institucionalmente “no pasaba nada” con los casos que se denunciaban, pero dejaban sus marcas en la vida de miles y miles de mujeres que desde hace días se manifestaban una y otra vez dentro de las escuelas. El tufo de una enfermedad con heridas de impunidad estaba carcomiendo a nuestras compañeras por dentro, pero a partir del domingo decidieron que estas marcas cambiaran de lado y comenzaron a brotar en toda la institución.

Estas denuncias se pintaban en todos lados. Cada muro, butaca y pizarrón se convirtieron en un lienzo y, donde no existía uno, las compañeras los crearon. Tendederos tejidos y entrelazados como las historias de sus violentadores, convirtiéndose en muros portátiles que convocaron a todas y todes. Algunos tendederos fueron colocados en patios dentro de las escuelas y algunos otros, donde el director no lo permitió, se desbordaron hacia la vía pública en las inmediaciones de la escuela. Esos tendederos que simbolizaban una era donde los “trapitos sucios” dejaron de lavarse en casa, la violencia ahora era cosa pública que afectaba a todas, por eso tenía que discutirse en lo público, en los pasillos, salones y en la calle, para que todos se dieran cuenta, para que ningún violentador más viviera en la comodidad del anonimato. Fotografías de sujetos acompañados de adjetivos que les correspondían (“acosador”, “violador”) o frases de violencia que parecían casi “cotidianas” colgadas allí, todas esas palabras una a una destilaban dolor, coraje, sed de justicia y con un reclamo profundo de crisis institucional porque la Universidad de Guadalajara no podía darles justicia, porque no sabía cómo.

Después de la manifestación sin precedentes en el mundo, el domingo 8 de marzo del 2020 en Guadalajara rompió récord con poco más de 35 mil asistentes según las cifras oficiales, tuvo un eco en todas las instituciones del Estado, incluyendo a la universidad, pasó de ser uno de los principales problemas de la institución para convertirse en el principal conflicto de la universidad. El tufo de violencia se convirtió entonces en sed de justicia, era un aire que soplaba fuerte, eran gritos que retumbaban en los muros de nuestra universidad, en muchos planteles de diferentes regiones del estado, en prepas y en centros universitarios: ¿Qué hacer? ¿Cómo resolverlo? Nos preguntamos todos, sin todas, en esa reunión de rectoría.

Sancionar la violencia dentro de la UdeG era una odisea, ya no digamos prevenirla. No es posible castigar la violencia de género cuando ni siquiera está nombrada en los reglamentos institucionales. Para sancionar tienes que denunciar, se decía: ¿dónde? Si había al menos tres instancias de diferentes comisiones, mismas que lo más probable es que estuvieran integradas por personas que nunca habían recibido siquiera una capacitación en materia de género, y en caso de haber tenido suerte que la denuncia caminara, era muy probable que el señalado fuera reinstalado tras tramitar un amparo en materia laboral, por no haber llevado el “debido proceso” dentro de la institución. La universidad carecía del debido proceso y de las debidas herramientas, pero más aún de la debida conciencia acerca de la equidad de género y el derecho de las mujeres y niñas a vivir libres de violencia que atraviesa toda la institución. Este conflicto se convirtió en crisis y nos puso contra las cuerdas, porque carecíamos de herramientas institucionales para atenderlo y darle una respuesta a nuestras compañeras sobre qué tenían que hacer y cómo se iba a resolver para dar justicia a todas las víctimas de manera institucional.

El reclamo de justicia no cesó. Así fue que, a partir del 11 de marzo, en cada informe de actividades de los centros universitarios de la red, la silla que estaba reservada para la presidencia de la FEU en el presídium, se ocupó por una mujer del consejo ejecutivo de la FEU, quien reemplazó el espacio para su nombre en el personificador con consignas para la institución que elegían ellas de manera libre, por mencionar un ejemplo: “somos todas”. No paró allí, en los informes de los rectores de planteles universitarios, como CUCEA y CUCS, se veían cómo algunas de las asistentes levantaban pancartas posicionándose, particularmente en el evento de CUAAD, el cual fue interrumpido por colectivas que, con una lona extendida y un mensaje grabado reproducido en altavoz, hicieron presente su reclamo que retumbó en todo el auditorio, que guardaba silencio.

En la semana más convulsa en años de la historia reciente de la Universidad de Guadalajara, nos fuimos al encierro el 17 de marzo del 2020 por los inicios de la pandemia del COVID-19, sin imaginarnos que nos confinaba a estudiar desde casa por los próximos 23 meses. Este periodo fue aprovechado positivamente por la institución para hacer una reforma integral de toda la universidad en materia de género, primero para crear la Unidad para la Igualdad, y de la mano de todas las áreas pertinentes y de los gremios de estudiantes, profesorado, trabajadores y trabajadoras, se modificó todo el cuerpo normativo de la universidad para tipificar en todos los códigos y reglamentos la violencia de género en sus diferentes tipos y agravantes, así como diseñar el proceso único que seguiría cualquier tipo de denuncia. Todos estos esfuerzos se vieron materializados en 2021 cuando se publicó el nuevo compendio normativo para su entrada en vigor a partir de abril del 2022.

En medio de este gran proceso de cambios institucionales era obligación de la organización estudiantil acompañar esta gran reforma, pero ¿qué más podíamos hacer? Si a la universidad le tocaba convocarnos a todos los gremios para crear una respuesta institucional, a nuestra Federación le tocaba emprender las mismas reformas en sus debidas proporciones al interior de nuestra organización con un nuevo marco normativo y repensar hasta nuestra identidad, misma que llegaría a cambiar hasta nuestro nombre para convertirnos en la Federación Estudiantil Universitaria. Además, podíamos y debíamos aportar algo más para que nadie en nuestro nombre lo pusiera a discusión, y es nuestro testimonio como generación de cómo se vivía la violencia del patriarcado, principalmente las mujeres, pero también personas de la comunidad LGBTQ+ e incluso quienes se identifican con el género masculino.

Así surge la iniciativa Nuestras Voces, Encuesta Universitaria de Género, con la intención de preguntar antes de actuar. El hecho de poder levantar esta consulta sin precedentes en nuestro país, por su tamaño y su tipo, además por aplicarse en una comunidad universitaria, podía tener solo buenos resultados. Comenzando por el hecho de poder diagnosticar, con todas sus características, el “cáncer” de la violencia de género que padece nuestra comunidad, esto permitirá que la institución a futuro tenga todos los elementos informativos para diseñar políticas públicas que ayuden a prevenir la violencia y reeducar a nuestra comunidad en esta materia. Lo que no se mide no se puede mejorar, con los datos que arrojó esta consulta pudimos estimar el fenómeno, y más adelante, si la institución levanta un nuevo ejercicio, poder constatar si estamos, y en qué medida, reduciendo la violencia de género, más pertinente aún en el contexto de la entrada en vigor de las reformas de género antes mencionadas, aunado al devenir de una etapa de confinamiento. Por último, esta encuesta, además de cifras, contiene una serie de historias de víctimas anónimas que nos permiten construir un testimonio como generación de cómo se vivió y afrontó la violencia de género, pero, además, cómo se logró iniciar una serie de cambios institucionales, una historia que nadie contará en nuestro nombre.

Esta encuesta simboliza esperanza, como una carta dentro de una botella de vidrio tapada con un corcho, que va por allí flotando en el mar buscando un puerto de personas e instituciones abiertas, buscando continuar con esta labor de seguirnos cuestionando, porque solo así, cuestionándonos de manera constante, hemos podido avanzar como civilización.



[1] Universidad de Guadalajara, México. Correo electrónico: francisco.armenta@academicos.udg.mx