VIOLENCIA
FAMILIAR ESTRUCTURAL Y DESIGUALDADES INTERSECCIONALES: TRAYECTORIAS DE MUJERES
UNIVERSITARIAS EN JALISCO
STRUCTURAL FAMILY VIOLENCE
AND INTERSECTIONAL INEQUALITIES: TRAJECTORIES OF UNIVERSITY WOMEN IN JALISCO
Tanya Elizabeth Méndez Luévano[1]
Orlando
Reynoso Orozco[2]
DOI: https://doi.org/10.32870/lv.v0i0.8149
Este estudio presenta un análisis descriptivo
de una parte de los resultados de la Encuesta
Universitaria de Género, Nuestras Voces (Muñiz Moreno et al., 2022)
realizada en 2022 por el Centro de Estudios de Género, la Federación
Estudiantil Universitaria, la Cátedra UNESCO Liderazgo, Género y Equidad y el
Centro de Estudios Estratégicos para el Desarrollo de la Universidad de
Guadalajara, orientada a estimar las formas de violencia de género vividas por
estudiantes (hombres, mujeres y personas no binarias) en contextos familiares y
educativos, para dos periodos de referencia: a lo largo de la vida y en los
últimos 12 meses. En el presente artículo se analizan únicamente los datos de
las mujeres (2,289 de bachillerato y 1,697 de licenciatura) en el apartado de
“violencia de género contra las mujeres en el ámbito familiar en los últimos 12
meses” con 17 reactivos preclasificados teóricamente según el tipo de violencia
(psicológica, física, sexual y económica); para las respuestas afirmativas, se
dio seguimiento para identificar el vínculo y el sexo de la persona agresora,
así como el lugar de ocurrencia. El 43.4% de las estudiantes reportó haber
vivido violencia en los últimos 12 meses, ejercida predominantemente por
varones familiares. Estas violencias no ocurren de forma aislada, sino como
dinámicas estructuradas y normalizadas de control y subordinación, afectando la
autonomía, movilidad, seguridad económica y bienestar emocional de las mujeres.
Ejemplos de impactos identificados incluyen encierro forzado, manipulación
económica, amenazas y exposición a conductas sexuales no consentidas. La
prevalencia de agresores varones evidencia las desigualdades estructurales de
género, donde los roles jerárquicos legitiman la subordinación femenina desde
la infancia. Si bien este análisis no distingue diferencias por edad o centro
educativo, el estudio propone como líneas de intervención la implementación de
programas preventivos, redes de apoyo psicológico y formación en educación
emocional con enfoque interseccional para visibilizar cómo condiciones como la
dependencia económica o la juventud incrementan la vulnerabilidad ante la
violencia familiar.
Palabras clave: violencia familiar
estructural, género, mujeres universitarias,
educación
Abstract
This study presents a descriptive analysis of part of the results from the Encuesta Universitaria de Género, Nuestras Voces (Muñiz Moreno et al., 2022) conducted in 2022 by the University of Guadalajara. The survey aimed to estimate the forms of gender-based violence experienced by students (men, women, and non-binary individuals) in family and educational contexts, considering two reference periods: lifetime and the last 12 months. This article analyzes only the data from women (2,289 high school and 1,697 undergraduate students) in the section on "gender-based violence against women in the family sphere during the last 12 months," which included 17 theoretically preclassified items according to the type of violence (psychological, physical, sexual, and economic). For affirmative responses, follow-up questions identified the perpetrator's relationship and sex, as well as the location of the incident. Findings reveal that 43.4% of female students reported experiencing violence in the last 12 months, predominantly perpetrated by male family members. These forms of violence do not occur in isolation but as structured and normalized dynamics of control and subordination, affecting women's autonomy, mobility, economic security, and emotional well-being. Examples of identified impacts include forced confinement, financial manipulation, threats, and exposure to non-consensual sexual behavior. The prevalence of male aggressors highlights structural gender inequalities, where hierarchical roles legitimize female subordination from childhood. Although this analysis does not distinguish differences by age or educational institution, the study proposes intervention strategies such as preventive programs, psychological support networks, and emotional education training with an intersectional approach. These measures aim to highlight how factors like economic dependence or youth increase vulnerability to family violence.
Keywords: structural family
violence, gender, university women, education,
intersectionality
La violencia en el entorno familiar
es un fenómeno complejo y multifacético que trasciende generaciones y
contextos, perpetuando desigualdades estructurales que afectan de manera
desproporcionada a mujeres y a grupos históricamente vulnerabilizados.
En México, datos recientes de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las
Relaciones en los Hogares (ENDIREH) (Instituto Nacional de Estadística y Geografía
[INEGI], 2021) revelan que el 42.8% de las mujeres mayores de 15 años ha
sufrido algún tipo de violencia por parte de familiares, incluyendo violencia
psicológica (29.4%), sexual (23.3%) y física (10.2%). En contextos educativos,
la exposición a violencias familiares y escolares puede limitar el bienestar
emocional y la trayectoria académica de las estudiantes (Robles, 2022; Pérez y
Alejandre, 2023).
Estos datos adquieren
una dimensión particular en el contexto del bachillerato y la licenciatura,
donde la dependencia económica y la pertenencia a comunidades vulnerabilizadas amplifican la exposición a la violencia
familiar (Viveros, 2016; Prieto et al., 2005). Los datos de la ENDIREH 2021
muestran que la violencia en familias de estudiantes es un problema grave, especialmente contra las mujeres, en las
cuales prevalece la violencia en el noviazgo, en el hogar y la violencia
digital.
Desde una perspectiva de
género, esta problemática se analiza como un entramado de relaciones de poder
que reproduce la subordinación a través del control, abuso y silenciamiento. Asociación
Para los Derechos de las Mujeres y el Desarrollo (AWID) (2024) enfatiza que el
enfoque interseccional permite comprender cómo género, clase, raza y situación
económica se combinan para crear estructuras de dominación situadas,
amplificando la vulnerabilidad de ciertos grupos. En el caso de las estudiantes
universitarias, estos factores se potencian, incrementando la exposición a la
violencia familiar, especialmente entre mujeres jóvenes en situación de
dependencia económica o pertenecientes a comunidades racializadas (Viveros,
2016).
La familia, entendida
como un sistema dinámico y complejo, se convierte en un espacio donde se
construyen, reproducen y transforman narrativas que moldean las relaciones y
roles de sus integrantes (Cava, 2010). Al ser simultáneamente un lugar de
afecto y control, el hogar opera dentro de un entramado de influencias
culturales, sociales e ideológicas que pueden legitimar prácticas abusivas bajo
discursos de disciplina o corrección (Méndez-Luévano, 2019; Muro, 2008). A partir del enfoque
interseccional, retomando a Viveros (2016), este artículo explora cómo factores
como la dependencia económica y la juventud amplifican la exposición a estas
violencias, configurando patrones estructurados de control y subordinación que
afectan la movilidad, autonomía y bienestar emocional de las mujeres jóvenes.
El presente estudio adoptó un
enfoque descriptivo, basado en el análisis de frecuencias, porcentajes y
distribuciones de respuestas en torno a las formas de violencia vividas por las
estudiantes en el ámbito familiar. Consiste
en un análisis secundario de solo un subconjunto de las variables y de la
población encuestada correspondiente a las mujeres y obtenida a partir de los
datos de la Encuesta Universitaria de
Género, Nuestras Voces (Muñiz Moreno et al., 2022), en la cual se analizan
las formas de violencia familiar vividas por alumnas de bachillerato y
licenciatura de la Universidad de Guadalajara. Aunque la encuesta en general
está compuesta por más de 2 mil variables primarias y derivadas en siete
grandes secciones, y cuenta con más de 7 mil casos, este artículo consiste en
un análisis de un solo subconjunto de las variables, en donde la sección
“violencia de género contra las mujeres” fue aplicada exclusivamente a mujeres
respondientes (n=3,986 casos, de las cuales 2,289 son de bachillerato y 1,697
de licenciatura).
Para el análisis secundario de los
datos ejecutados, lxs autorxs
tuvimos acceso a los tabulados básicos (distribuciones de frecuencia simples y
algunas tablas bivariadas) y microdatos de la
encuesta. El apartado se compone de una pregunta con 17 reactivos pre
clasificados según el tipo de violencia, de respuesta discreta y dicotómica. La estructura del instrumento se organizó en bloques temáticos:
● Identificación sociodemográfica (edad, género, situación económica, pertenencia a
grupos racializados).
● Experiencias de violencia familiar (últimos 12 meses).
● Antecedentes de violencia durante la infancia.
Por otra parte, las
preguntas sobre violencia en la infancia también fueron analizadas, permitiendo un análisis comparativo entre las
experiencias vividas durante la niñez y la adolescencia.
Análisis de Datos
En todos los ámbitos, se exploró el contexto de
la violencia reportada, es decir la persona agresora y el lugar de la agresión.
Además, el concepto de prevalencia se refiere a la estimación de la totalidad
de los casos existentes en esta población en un momento determinado, antiguos y
nuevos, sin distinguir si han sido denunciados o no. Lo cual es de gran
relevancia considerando la baja tasa de denuncia de los actos de violencia en
cualquier institución. Para las personas que respondieron afirmativamente, se
dio seguimiento para identificar el vínculo y sexo de la persona agresora. Así
mismo, se indaga el lugar de la ocurrencia. Para el
análisis de los datos se emplearon procedimientos descriptivos, desglosados en
dos niveles:
Violencia en el ámbito familiar en
los últimos 12 meses
Este apartado presenta de manera sistemática
los hallazgos principales del estudio obtenidos a partir de la sección
“Violencia de género contra las mujeres” de la Encuesta Universitaria de Género, Nuestras Voces (Muñiz Moreno et
al., 2022), los cuales fueron organizados en torno a cinco tipos de violencia
experimentada por las estudiantes universitarias en el entorno familiar:
violencia de género, psicológica, sexual, física y económica. La encuesta revela
que el 43.4% de las mujeres reportó haber vivido violencia familiar en los
últimos 12 meses, siendo los principales agresores varones familiares (52.9%
ver Tabla 1).
Tabla 1.
Distribución del sexo del agresor según % de menciones, entre las mujeres que
vivieron violencia en el hogar en los últimos 12 meses. |
|
|||||
SEXO DE LA PERSONA AGRESORA |
||||||
TIPO DE
VIOLENCIA |
AGRESOR VARÓN |
AGRESORA MUJER |
OTRO FAMILIAR (SEXO NO
IDENTIFICADO) |
PREFIERE NO CONTESTAR |
TOTAL |
|
TODOS LOS TIPOS |
52.9 |
34.8 |
1.0 |
1.3 |
100.0 |
|
VIOLENCIA
PSICOLÓGICA |
60.4 |
30.4 |
0.7 |
8.6 |
100.0 |
|
VIOLENCIA
SEXUAL |
52.5 |
4.7 |
5.0 |
37.8 |
100.0 |
|
VIOLENCIA
ECONÓMICA |
42.2 |
46.7 |
1.0 |
10.2 |
100.0 |
|
VIOLENCIA
FÍSICA |
47.0 |
41.9 |
0.2 |
10.9 |
100.0 |
|
Fuente: Muñiz Moreno, 2024. |
|
|||||
Se contextualizan los resultados en función de
las estructuras de dominación situadas, destacando cómo género, clase y
pertenencia étnica se intersectan para configurar
patrones diferenciados de vulnerabilidad y riesgo (AWID, 2004; Viveros, 2016).
Se identificaron, además, los mecanismos de control estructural que se
reproducen en las violencias familiares, visibilizando la persistencia de
agresores varones en contextos de dependencia económica, lo que perpetúa
relaciones de subordinación y control que reflejan dinámicas de poder y que
justifican la implementación de políticas preventivas en el ámbito
universitario. Las Figuras 1 a 6 ofrecen una representación visual
complementaria de los datos más significativos.
Violencias contra las mujeres en el ámbito familiar
La Figura 1 revela una alta prevalencia de
violencia de género ejercida por familiares varones, principalmente padres, primos
y tíos, en las modalidades de violencia piscológica y
sexual, mientras que en la violencia económica se reportan mayoritariamente
agresoras mujeres.
Fuente: Muñiz Moreno, 2024. |
A la pregunta “En los últimos 12 meses, alguna
o algunas personas de tu familia ¿te ha ignorado o no te han tomado en cuenta
por ser mujer?”, 24% respondieron que sí, de las cuales 65.7% identificaron a
varones familiares como responsables, mientras que 26% señalaron a mujeres.
Este patrón muestra que el género continúa siendo un eje organizador de la
desigualdad en los vínculos familiares, reforzando la desvalorización simbólica
de las mujeres (Méndez-Luévano, 2019).
En
la pregunta “¿Te han impedido o prohibido estudiar o trabajar?”, 7.5% de las
estudiantes respondieron afirmativamente, de las cuales 51.2% atribuyen esta
acción a varones y 35.5% a mujeres. Aunque la mayoría de estos actos son
cometidos por hombres, la participación de mujeres en estas dinámicas exige una
lectura más compleja. Como señalan Prieto et al. (2005), muchas veces estas
conductas reproducidas por mujeres responden a procesos de socialización en
contextos de dominación, donde el control se ejerce como un mandato de cuidado
o moralidad.
Desde una perspectiva estructural, este tipo de
control no es accidental, sino funcional al sostenimiento del orden patriarcal.
Tal como argumenta Viveros (2016), las mujeres no solo son socializadas para
aceptar la subordinación, sino que en ocasiones también internalizan y
reproducen el poder disciplinario como parte de una práctica afectiva legítima.
Esta dinámica refuerza la urgencia de intervenciones preventivas que no solo se
centren en los agresores individuales, sino en las estructuras de sentido que
sostienen estas prácticas (AWID, 2004).
La Figura 2 muestra que la violencia
psicológica presenta patrones de distribución más equilibrados entre el género
de lxs agresorxs, aunque
con diferencias importantes según el tipo de conducta.
Fuente: Muñiz Moreno, 2024. |
En la pregunta “¿Te han ofendido o humillado
por ser mujer?”, 18.3% de las estudiantes respondieron que sí, de las cuales 62.8%
responsabilizan a varones familiares, mientras que 29.3% identifican a familiares
mujeres. Este tipo de prácticas, aunque más sutiles, constituyen formas
efectivas de desestabilización emocional, que afectan la percepción de valor y
pertenencia de las estudiantes.
En cambio, los actos con mayor carga
intimidatoria siguen siendo ejercidos mayoritariamente por agresores varones.
4.9% de las estudiantes reportan haber sido amenazadas con hacerles daño a
ellas o a alguien cercano a ellas en los últimos 12 meses, de las cuales 47.2%
indican como agresores a hombres familiares, frente a 26.4% que atribuyen estas
amenazas a mujeres. Por el contrario, en la pregunta “¿Te han corrido de tu
casa o amenazado con correrte?”, 9.3% de las estudiantes reporta haberlo
vivido, de las cuales 36.8% se reporta una distribución exacta: 107 casos
(2.7%) identifican a varones agresores y 53.7% identifican a agresoras mujeres.
Estos
resultados muestran que la violencia psicológica no es exclusiva de un género,
pero sí responde a relaciones de poder configuradas socialmente. Tal como
sostiene Méndez-Luévano (2019), las prácticas de control emocional están
profundamente ancladas en narrativas de obediencia y disciplina, especialmente
hacia mujeres jóvenes. Las agresiones ejercidas por mujeres deben entenderse en
este marco: no como actos “naturales”, sino como respuestas relacionales,
muchas veces marcadas por el mandato de corregir, enderezar o proteger desde un
lugar subordinado.
Este análisis se alinea con lo
planteado por AWID (2004) sobre la necesidad de mirar las violencias en clave
interseccional y estructural, reconociendo que mujeres en posiciones de
dominación relativa –madres, abuelas, tías– también pueden reproducir la lógica
violenta del sistema patriarcal, sin dejar de ser, en otros espacios, sujetas
de opresión.
La violencia sexual aparece en los
datos como una de las formas menos reportadas, pero más marcadas por el
silencio. En la Figura 3, a la pregunta “¿Te han manoseado, tocado, besado o se
te han arrimado sin tu consentimiento?”, 7% de las estudiantes respondieron
afirmativamente, de las cuales 53.5% identificaron a varones familiares como
agresores (principalmente primos y tíos), 3.6% a agresoras mujeres, y 5.9% a
otros familiares sin sexo identificado. Notablemente, 37% optaron por no
responder quién habría sido la persona agresora, lo cual puede interpretarse
como un indicador del estigma y la dificultad para verbalizar experiencias de
abuso sexual intrafamiliar.
En la pregunta “¿Han tratado de
obligarte a tener relaciones sexuales en contra de tu voluntad?”, 2.2% de las
estudiantes respondió afirmativamente, de las cuales, 50% señalaron a varones
familiares y 6.7% a mujeres y 41.1% prefirió no responder quién habría sido el
agresor. Finalmente, 2.7% reportaron que varones familiares se les expusieron
sexualmente o se masturbaron frente a ellas, y 0.7% que fueron obligadas a
mirar escenas sexuales o pornográficas, con patrones similares de distribución
del sexo de las personas agresoras.
Aunque la violencia sexual fue
ejercida principalmente por varones, la presencia de mujeres como agresoras
requiere una lectura desde la lógica de la reproducción del poder. En palabras
de Viveros (2016), no se trata de igualar responsabilidades, sino de entender
cómo los vínculos afectivos están atravesados por estructuras violentas que
pueden ser replicadas, aún desde posiciones históricamente subordinadas. Este tipo
de violencia representa un punto de confluencia entre el control del cuerpo, la
anulación del consentimiento y el silenciamiento institucional y familiar.
El hogar se puede convertir en una
geografía donde se reproduce una pedagogía del silencio, que impide nombrar,
denunciar o incluso reconocer la violencia sexual cuando proviene de personas
cercanas. Estas formas de control tienen consecuencias profundas en la salud
mental, la construcción de la intimidad y la capacidad de agencia de las
mujeres (Méndez-Luévano, 2019).
Figura 3. Situaciones de
violencia sexual en el ámbito familiar según el sexo de la persona agresora
Fuente: Muñiz Moreno, 2024. |
La Figura 4 muestra que la violencia física
también es ejercida de forma significativa tanto por hombres como por mujeres
dentro del hogar, aunque persiste el predominio masculino. A la pregunta “¿Te
han pateado o golpeado con el puño?”, 5.9% de las estudiantes respondió que sí,
de las cuales 55.3% señalaron a varones familiares, mientras que 34.8% identificaron
a otras mujeres.
En situaciones de mayor riesgo,
como el uso de armas, la asimetría de género es más pronunciada: en la pregunta
“¿Te han atacado o agredido con cuchillo, navaja o arma de fuego?”, 1.1% de las
estudiantes respondió afirmativamente, de las cuales 47.7% indicaron a varones
como responsables y 15.9% a mujeres. En cambio, en formas de agresión menos letales,
pero igualmente violentas, como empujones, bofetadas o lanzar objetos, los
porcentajes son más cercanos. 13.5% de las estudiantes reportó haberlo vivido
en los últimos 12 meses, de las cuales 43% mencionan a varones familiares y 48%
a mujeres como agresoras.
Llama la atención que, en la
pregunta “¿Te han encerrado o impedido salir de casa?”, a la cual 8.6% de las
estudiantes respondió afirmativamente, la violencia es ejercida principalmente
por mujeres: 41.1% señalan a varones y 51.4% a mujeres familiares como
agresores. Este dato refuerza la hipótesis de que algunas mujeres, socializadas
bajo normas punitivas, reproducen el encierro como estrategia legítima de
control emocional y disciplinario.
Desde una lectura crítica, estas
formas de violencia física deben situarse dentro de la pedagogía autoritaria
que organiza las relaciones familiares en contextos patriarcales, donde el
castigo se confunde con corrección o protección (Méndez-Luévano, 2019). Como
argumenta Viveros (2016), este uso del cuerpo como objeto de imposición no es
sólo resultado de la brutalidad individual, sino una práctica normalizada de
dominio y subordinación aprendida en dinámicas relacionales jerarquizadas.
Figura 4. Situaciones de
violencia física en el ámbito familiar según el sexo de la persona agresora
Fuente: Muñiz Moreno, 2024. |
La violencia económica se manifiesta como una
estrategia silenciosa pero efectiva de control. La Figura 5 da evidencia de cómo
los recursos materiales son utilizados para condicionar la libertad de las
estudiantes y reforzar relaciones de dependencia, poder y subordinación. A la
pregunta “¿Te han obligado a poner a nombre de otra persona alguna propiedad
tuya?”, 1.5% de las estudiantes respondió que sí, de las cuales 43.1% señalaron
a varones familiares y 23.6% a mujeres.
En la pregunta “¿Te han quitado tu
dinero o lo han usado sin tu consentimiento?”, 7.9% de las estudiantes
respondió que sí, de las cuales 41.1% indicaron a varones familiares como
responsables, mientras que 49.9% identificaron a mujeres como agresores. Este
es uno de los casos en que las mujeres superan a los varones en frecuencia, lo
que exige una interpretación más profunda: muchas veces, estas prácticas se inscriben
en contextos donde las mujeres mayores —madres, abuelas, tías— administran los
bienes o ingresos de las jóvenes en nombre de una “protección económica”
impuesta.
Fuente: Muñiz Moreno, 2024. |
En el mismo tenor, 6.6% mujeres estudiantes
reportaron que familiares les han quitado bienes, propiedades o pertenencias
personales, de las cuales 38.6% señalaron a varones como responsables, frente a
51% que identificaron a otras mujeres como las agresoras. Estas formas de
despojo patrimonial, aunque menos visibilizadas, constituyen un mecanismo
directo para minar la autonomía de las mujeres y ejercer un control
instrumental de la conducta de las mujeres bajo contextos educativos,
especialmente en edades formativas.
Tal como señalan Prieto Quezada et
al. (2005), estas formas de violencia son funcionales al sostenimiento de la
subordinación económica de las mujeres, perpetuando un modelo en el que el
acceso a recursos está condicionado por la obediencia o la permanencia en el
núcleo familiar. Para AWID (2004), la violencia económica es una de las
expresiones más invisibilizadas del control patriarcal, al operar bajo
discursos de administración, resguardo o responsabilidad doméstica.
Antecedentes de violencia en la infancia
Las Figuras 6 y 7 ofrecen una mirada
transversal a las trayectorias de violencia vividas desde etapas tempranas. El 73.3%
de las estudiantes encuestadas reportaron que durante su infancia había gritos
entre las personas adultas a cargo de ellas, y 56.5% que había insultos y
ofensas. 40% de ellas reporta además haber sido objeto de burlas y 28.3% de
ofensas o insultos, lo que refuerza la idea de una continuidad estructural en
los vínculos violentos y formas tradicionales machistas de educación en
contextos familiares. Estas formas tempranas de agresión no sólo dañan
emocionalmente, sino que condicionan la forma en que las jóvenes interpretan y
justifican otros tipos de violencia en etapas posteriores.
Figura 6. Cuando eras niña,
entre las personas adultas con quien vivías...
Fuente: Muñiz Moreno, 2024. |
Como ha señalado Méndez-Luévano (2019), cuando
el maltrato se introduce en la vida desde edades tempranas como parte del
vínculo afectivo, se normaliza como lenguaje relacional. Esto refuerza la
urgencia de intervenir desde una perspectiva preventiva, que no solo sancione
la violencia explícita, sino que cuestione los modelos afectivos sustentados en
el castigo, la obediencia y la negación del deseo.
Fuente: Muñiz Moreno, 2024. |
La violencia familiar vivida por mujeres
universitarias no es un hecho aislado, sino una expresión de estructuras
patriarcales arraigadas. El hogar, lejos de ser un refugio, se revela como un
espacio donde se ejercen formas de control emocional, simbólico y material que
refuerzan jerarquías de género. Esto confirma lo planteado por teorías
feministas que identifican en lo doméstico un núcleo de reproducción de
desigualdades. El estudio muestra que las violencias no surgen de manera
repentina, sino que se consolidan desde la infancia mediante prácticas como la
pedagogía del castigo. La violencia psicológica temprana moldea relaciones
fundadas en la obediencia, la culpa y la dependencia. Si no se cuestionan,
estas formas se reactualizan en la vida académica, afectando el desarrollo
emocional y la capacidad de agencia de las estudiantes.
Aunque menos visible, la violencia
patrimonial es una forma persistente de dominación. En Jalisco, el 30.5 % de
las mujeres de 15 años o más ha experimentado violencia económica o patrimonial
a lo largo de su vida (Instituto de Información Estadística y Geográfica de
Jalisco [IIEG], 2022). A nivel nacional, apenas el 11 % de las denuncias por
violencia contra las mujeres llega a la etapa de averiguación previa y solo el
2.4% concluye en sentencia condenatoria, lo que refleja un contexto de grave
impunidad (Centro de Justicia para la Paz y el Desarrollo [CEPAD], 2017). Según
la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares
(ENDIREH), la violencia económica vivida en la familia tiende a reproducirse en
relaciones de pareja, lo que evidencia cómo el control de los recursos
condiciona la autonomía femenina y reproduce desigualdades intergeneracionales
(Instituto Nacional de Estadística y Geografía, 2021).
Algunas trayectorias escolares
actúan como espacios protectores; sin embargo, la respuesta institucional ante
la violencia sigue siendo insuficiente. Para transformar este panorama se
requieren acciones diferenciadas: A nivel individual, se debe
ofrecer apoyo psicosocial accesible y respetuoso. A nivel institucional,
urge implementar protocolos con enfoque de género e interseccionalidad, y
formar a docentes en atención a violencias estructurales. A nivel
estructural, es fundamental revisar los contenidos curriculares y las
prácticas pedagógicas que reproducen la neutralidad o el adultocentrismo.
Las violencias no afectan a todas
las estudiantes por igual. Mujeres indígenas, migrantes, madres jóvenes,
personas con discapacidad o de la diversidad sexo-genérica enfrentan formas
específicas de exclusión y daño. Un enfoque interseccional no puede ser solo
analítico: debe guiar el diseño de estrategias culturalmente pertinentes,
basadas en el reconocimiento, la justicia epistémica y la reparación.
Las líneas de investigación futuras
deben profundizar en los efectos de la violencia familiar sobre la salud
mental, el rendimiento académico y la permanencia escolar. Además, se
recomienda explorar sus vínculos con situaciones de riesgo social como el
abandono escolar, el embarazo forzado o la incorporación a dinámicas de
violencia estructural en otros ámbitos.
Estas investigaciones deben
alinearse tanto con los marcos del nuevo modelo educativo mexicano como con
epistemologías feministas, comunitarias y descoloniales,
que aporten herramientas situadas para comprender y transformar las realidades
del estudiantado.
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