DISCRIMINACIÓN Y VIOLENCIA LABORAL CONTRA MUJERES ESTUDIANTES UNIVERSITARIAS

 

WORKPLACE DISCRIMINATION AND VIOLENCE AGAINST WOMEN COLLEGE STUDENTS

 

Andrea de la Barrera Montppellier[1]

 

DOI: https://doi.org/10.32870/lv.v0i0.8159

 

Resumen

La discriminación y violencia laboral contra mujeres universitarias representan un desafío estructural para las Instituciones de Educación Superior (IES). Este estudio, desde un enfoque feminista, interseccional y de derechos humanos, analiza datos de la Encuesta Universitaria de Género, Nuestras Voces (Muñiz Moreno et al., 2022). Mediante regresiones logísticas multivariadas, se identifican factores asociados a la violencia, discriminación y síntomas depresivos. Los modelos incluyeron variables adscriptivas, estructurales, simbólicas, de agencia y de expectativas. Los resultados muestran asociaciones significativas, destacando el peso de la carga doméstica, la identidad sexo-genérica, la autonomía económica, el contexto institucional y la identificación feminista. Se concluye que las IES deben generar y aplicar información sistemática sobre desigualdades de género para intervenir eficazmente.

 

Palabras clave: violencia laboral, discriminación de género, estratificación de género, transición educativa-laboral, educación superior

 

Abstract

Workplace discrimination and violence against university women are structural challenges for Higher Education Institutions (HEIs). This study, based on feminist, intersectional, and human rights approaches, analyzes data from the Encuesta Universitaria de Género, Nuestras Voces (Muñiz Moreno et al., 2022). Using multivariate logistic regressions, it identifies factors linked to violence, discrimination, and depressive symptoms. Models included ascriptive, structural, symbolic, agency-related, and expectation variables. Results show significant associations, with domestic workload, sex-gender identity, economic autonomy, institutional context, and feminist identification. The study calls for HEIs to produce and apply systematic data on gender inequality to guide effective intervention.

 

Keywords: workplace violence, gender discrimination, gender stratification, educational-labor transition, higher education

 

Las Instituciones de Educación Superior (IES) desempeñan un papel estratégico para garantizar el derecho humano de las mujeres a una vida libre de violencia (DHMVLV), dada su función formativa, investigativa y organizativa. Según el derecho internacional, las IES deben respetar, proteger y garantizar este derecho (Organización de los Estados Americanos, 1994; Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales [CDESC], 1999; Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer [CEDAW], 1992; Organización Internacional del Trabajo [OIT], 2016). La violencia contra las mujeres (VCM) se reconoce como una forma de discriminación estructural y eliminable, lo cual ha sido reconocido en tratados y acuerdos internacionales que sintetizan la producción académica feminista (Universidad Nacional de Córdoba, 2020; Reilly et al., 2000).

El conocimiento de las diversas formas de violencia es clave para su erradicación. La VCM, de naturaleza estructural, multidimensional y persistente, se manifiesta en diversos ámbitos, como la pareja, la familia, el trabajo, la escuela, la comunidad y las instituciones (Frías, 2019). Su raíz se encuentra en un sistema patriarcal que perpetúa desigualdades de género y poder, entrelazándolas con otras formas de opresión (Hill Collins, 2019; Viveros Vigoya, 2021). Este sistema mantiene a las mujeres en un cautiverio patriarcal, al restringir su autonomía y capacidad de decisión, lo que las coloca en una posición de subordinación continua (Lagarde y de los Ríos, 2014). Esta violencia se presenta en múltiples formas físicas, sexuales, psicológicas, económicas, patrimoniales e institucionales dificultando el acceso y ejercicio de derechos fundamentales como la educación y el empleo adecuado (Guidobono et al., 2023; Lagarde y de los Ríos, 2006).

A nivel internacional, se han desarrollado indicadores para evaluar avances en la erradicación de la VCM en áreas como igualdad de género, derechos humanos y justicia penal, aunque su aplicación varía según las capacidades estadísticas locales (Merry, 2016). En América Latina, el Mecanismo de Seguimiento de la Convención de Belém do Pará (MESECVI) ha propuesto herramientas para monitorear la implementación de la Convención de Belém do Pará, aplicables también al ámbito universitario (Organización de los Estados Americanos y Comisión Interamericana de Mujeres, 2021; Pautassi y Gherardi, 2015). En México, instituciones como INMUJERES, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) (Buquet Corleto et al., 2010) y la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) (López Estrada et al., 2023) han desarrollado indicadores sobre desigualdades, discriminación y violencia en IES. Su efectividad, sin embargo, requiere información rigurosa, políticas sostenidas, presupuesto y estructuras institucionales con perspectiva de género (Cerva Cerna, 2017).

En México, el 70% de las mujeres mayores de 15 años ha experimentado VCM, y el 28% han enfrentado violencia laboral; en Jalisco, estas cifras ascienden al 72% y 30% respectivamente (Instituto Nacional de Estadística y Geografía [INEGI], 2021). En la Universidad de Guadalajara (UDG), la situación es aún más grave: 97% de las estudiantes reportan haber sufrido algún tipo de violencia, 38% violencia laboral y 33% discriminación laboral (Muñiz Moreno et al., 2022). Este artículo analiza la violencia laboral que enfrentan las estudiantes de licenciatura en la UDG, a partir de un análisis secundario de la Encuesta Universitaria de Género, Nuestras Voces (Muñiz Moreno, 2024), que combina estadística descriptiva e inferencial mediante regresiones logísticas multivariadas. Se analizan los factores estructurales y organizacionales asociados con la prevalencia de estas violencias, como la dependencia económica del trabajo, la carga doméstica y la postura feminista, así como sus efectos en el bienestar emocional en las estudiantes y el ejercicio del DHMVLV. El artículo se organiza en: introducción, marco analítico, revisión de literatura, metodología, resultados, discusión y conclusiones.

 

Cautiverios patriarcales, doble anclaje y organizaciones generizadas: claves para entender la violencia laboral en IES

La violencia y discriminación de género en el entorno universitario pueden analizarse a partir de tres conceptos articulados: el cautiverio patriarcal (Lagarde y de los Ríos, 2006, 2014), el doble anclaje institucional (Cerva Cerna, 2017) y las organizaciones generizadas (Acker, 1990). Lagarde y de los Ríos (2014) plantea que las mujeres viven en un “cautiverio” estructural que restringe su autonomía a través de la división sexual del trabajo, la expropiación del cuidado y la subordinación económica, lo que se traduce en una doble o triple jornada que limita su participación plena en espacios laborales y formativos. Esta lógica se reproduce en las IES mediante formas simbólicas y organizacionales de control sobre los cuerpos, el tiempo y la sexualidad de las estudiantes. Por su parte, el concepto de doble anclaje de Cerva Cerna (2017) permite analizar las tensiones entre el eje académico –comprometido con la producción de conocimiento sin sesgo sexista– y el eje organizacional –encargado de implementar políticas institucionales como los protocolos contra la violencia–, ambos atravesados por resistencias estructurales patriarcales.

Acker (1990) propone que las organizaciones no son neutras, sino que reproducen jerarquías de género a través de rutinas, normas y la figura del “trabajador ideal”: masculino, sin vínculos con el cuidado, centrado en la productividad, con lealtad unilateral. Estas dinámicas se expresan en el plano individual (sesgos interiorizados), organizacional (prácticas excluyentes) y social (instituciones que debilitan la igualdad con medidas simbólicas) (Bielby, 2000; Edelman et al., 2010, 2011; Green, 2017; Reskin y Bielby, 2005; Ridgeway y England, 2007). Además, las estructuras laborales privilegian modelos masculinos, dificultando la integración efectiva de las mujeres (Blair-Loy, 2003; Cech, 2022).

Aunque las IES no siempre actúan como empleadoras directas, diversos estudios sugieren que reproducen modelos laborales con sesgos de género que pueden incidir en la socialización profesional de las estudiantes, influir en sus trayectorias y contribuir a la normalización de formas de exclusión. La articulación de los marcos teóricos aquí presentados permite orientar el análisis de cómo estas dinámicas han sido documentadas en investigaciones previas sobre violencia y desigualdad de género en universidades mexicanas, cuyas contribuciones y vacíos se examinan a continuación.

 

Violencia laboral y desigualdad estructural en la formación de estudiantes universitarias: revisión de estudios en universidades mexicanas

Diversos estudios evidencian que las universidades mexicanas reproducen una cultura institucional androcéntrica y estructuras que subordinan e invisibilizan las trayectorias académicas y laborales de las mujeres, pese a los avances legales (Blazquez Graf y Castañeda Salgado, 2016; Maceira-Ochoa y Medina Rosas, 2021; Varela Guinot, 2020). Estas dinámicas operan mediante la división sexual del trabajo y la distribución desigual del tiempo y las tareas de cuidado (Buquet Corleto et al., 2013; Flores Garrido, 2017; Santoyo y Pacheco, 2014). La violencia sexista, especialmente en formas normalizadas como los micromachismos, suele naturalizarse, dificultando su denuncia y registro (de la Barrera Montppellier, 2023; Evangelista-García, 2019; Evangelista-García y Juárez, 2018). Desde enfoques interseccionales se interpreta también como silenciamiento y deshumanización, aunque con potencial crítico, como sugiere la noción de necroaula (Gaviria-Gutiérrez et al., 2025).

Estudios institucionales documentan expresiones concretas de esta problemática. En la UNAM, el libro Intrusas en la universidad reporta acoso, discriminación y sexismo sin respuesta efectiva (Buquet Corleto et al., 2013), mientras que Mingo (2016, 2020, 2024) describe un clima institucional sostenido por prácticas sexistas normalizadas. En Chapingo, Castro y Vázquez García (2008) analizan cómo el internado refuerza habitus de sumisión femenina. En la UAM, García Cervantes (2025) identifica mayor prevalencia de violencia de género entre mujeres, disidencias sexuales y jóvenes de 22 a 30 años. Frías (2014) señala la baja denuncia entre mujeres vulnerabilizadas, y Pacheco Ladrón de Guevara (1999) examina cómo la precarización laboral afecta especialmente a mujeres rurales.

En conjunto, estas investigaciones coinciden en que la VCM en universidades mexicanas es estructural y persistente. Sin embargo, son escasos los estudios que emplean análisis estadísticos inferenciales con datos representativos. Este estudio busca contribuir al campo mediante el análisis de la Encuesta Universitaria de Género, Nuestras Voces (Muñiz Moreno et al., 2022) para visibilizar y dimensionar la violencia laboral que enfrentan las estudiantes universitarias.

 

Metodología: datos, medición y estrategia analítica

La Encuesta Universitaria de Género, Nuestras Voces (Muñiz Moreno et al., 2022), con muestreo aleatorio estratificado, ofrece datos representativos y anónimos de estudiantes de la UDG. Este análisis se centra en 1,436 mujeres de licenciatura con experiencia laboral. El levantamiento fue presencial, con consentimiento informado, registro digital, acompañamiento emocional y opción de no respuesta en temas sensibles (Dillman et al., 2014; Merry, 2016; Suh, 2000). El análisis estadístico, realizado en Stata 18 con listwise deletion, garantizó consistencia entre modelos tras evaluar la aleatoriedad de los datos faltantes (Long y Freese, 2014). Se estimaron regresiones logísticas penalizadas de Firth, apropiadas ante separación perfecta y submuestras pequeñas, priorizando parsimonia y significancia estadística (Agresti, 2013; Cerda et al., 2013; Firth, 1993; Long y Freese, 2014). Los modelos multivariados abordaron tres variables dependientes (discriminación laboral, VCM laboral y depresión), incorporando factores estructurales, simbólico-sociopolíticos, adscriptivos, de agencia y expectativas. Se comparó un modelo teórico completo con uno reducido, para equilibrar contenido sustantivo y robustez.

 

Resultados

A continuación, se presentan los hallazgos del estudio, organizados en dos apartados: primero, un panorama descriptivo con análisis bivariados; segundo, un análisis multivariado que identifica factores asociados a la discriminación, la violencia laboral y los síntomas depresivos.

 

Características descriptivas y resultados bivariados

La categoría “mujer”, codificada de forma dicotómica, incluye a mujeres cis y trans, aunque solo se registraron dos casos de mujeres trans, con datos faltantes en una variable dependiente (García Cervantes, 2025; Juárez y Gayet, 2014; Swartz et al., 2011). En cuanto a situación laboral, el 45.54% trabaja actualmente con remuneración; el 26.43% no lo hace, pero sí trabajó al menos una semana ese año, y el 28.04% no trabajó ese año, aunque sí antes. La Tabla 1 muestra los descriptivos y los tamaños muestrales varían por datos faltantes. Las tres variables dependientes fueron:

1.      Discriminación laboral de género a lo largo de la vida (n=1436, 32.6%) que incluye salario menor por el mismo trabajo (16.4%), menos ascenso (16.4%), prestaciones inferiores (8.9%), exclusión por edad, estado civil o maternidad (9.7%), prueba o despido por embarazo (3.6%, 0.3%), freno profesional en favor de hombres (7.5%), tareas limitadas por género (15.3%), y frases cuestionando la adecuación de las mujeres al trabajo (13.3%).

2.      VCM en el trabajo a lo largo de la vida (n=1436, 37.3%), distribuida en violencia sexual (29.5%), psicológica (26.5%) y física (2.6%).

3.      Depresión (n=1436, 39%), medida con el PHQ-2 (punto de corte ≥ 3), que evalúa estado de ánimo depresivo y anhedonia en las últimas dos semanas.

 

Tabla 1. Características descriptivas de estudiantes universitarias que han trabajado

Fuente: Elaboración propia utilizando STATA 18 con datos de Muñiz Moreno et al., 2023.

 

Además de VCM laboral (33%), se reportó violencia en otros ámbitos: escolar (73%), comunitario (90%) y de pareja (77%). Estas formas de violencia, altamente prevalentes (97% en total), se asociaron significativamente con síntomas depresivos, discriminación y VCM laboral (p < 0.01), lo que sugiere un efecto acumulativo de la exposición a múltiples formas de violencia de género sobre la salud mental y las trayectorias laborales.

La condición laboral no mostró diferencias significativas con la depresión, pero sí lo hicieron discriminación y VCM laboral: 37.86% de quienes reportaron discriminación presentaron depresión vs. 29.07% sin discriminación (χ² = 11.79, p = 0.003); y 40.71% vs. 34.45% en VCM laboral (χ² = 8.45, p = 0.015). Esto sugiere un impacto mayor de la violencia y discriminación que del empleo en sí.

Para captar desigualdades interseccionales se incorporaron variables agrupadas en factores adscriptivos, estructurales y simbólico-políticos. La identificación feminista (60% en total: 36% muy de acuerdo, 25% de acuerdo) se asoció significativamente con haber vivido discriminación laboral (χ² = 19.50, p = 0.002), VCM laboral (χ² = 32.96, p < 0.001) y depresión (χ² = 39.02, p < 0.001), lo que podría reflejar tanto mayor conciencia como exposición.

En lo estructural se abordaron tres dimensiones: laboral, universitaria y doméstica. En el ámbito laboral, el 74% ha trabajado en el sector privado, que se asoció con mayor discriminación (χ² = 149.05, p < 0.001), pero no con depresión ni VCM laboral. En el ámbito universitario, solo 10 % conoce el protocolo de la UDG, 40% ha oído de él y 49% lo desconoce. Se observó sobrerrepresentación femenina en CUCS, CUVALLES, CUALTOS y CUSUR, y subrepresentación en CUCEI, CUCBA y CUCOSTA, acorde con patrones de segregación ocupacional (Charles y Bradley, 2009; Charles y Thébaud, 2018; De la Barrera Montppellier, 2023).

En el ámbito doméstico, el 44.71% indica que la carga doméstica obstaculiza sus estudios, y 46.02% percibe una distribución injusta del trabajo no remunerado. La identificación feminista se asoció con esta percepción (χ² = 29.42, p = 0.001) y con el centro universitario (χ² = 69.99, p < 0.001), pero no con el reporte directo de obstáculos (χ² = 14.03, p = 0.171). Esto podría sugerir que la conciencia de género influye no solo en la exposición, sino también en la forma de interpretar y nombrar las desigualdades.

Respecto a los factores adscriptivos, relevantes en la distribución desigual de oportunidades (Hirsh y Cha, 2008; Hirsh y Kornrich, 2008). El 92% de las participantes tenía entre 17 y 23 años, rango típico de edad universitaria; el 63% se identificó con tonos de piel más claros, considerados hegemónicos; y solo el 6% dependía exclusivamente de su ingreso laboral. La edad se asoció con discriminación (χ² = 13.68, p = 0.003), pero no con VCM laboral ni depresión.

El tono de piel, medido con la escala PERLA, se asoció con VCM laboral (χ² = 8.24, p = 0.041), sin relación significativa con discriminación (χ² = 1.77) ni depresión (χ² = 4.53). En ambos casos, hubo ligera sobrerrepresentación de mujeres con tonos medios y oscuros. Depender exclusivamente del trabajo remunerado se relacionó con mayor discriminación (11.1% vs. 4.1%; χ² = 25.62, p < 0.001) y VCM laboral (8.8 % vs. 5.0 %; χ² = 7.96, p = 0.005), pero no con depresión, lo que indica mayor exposición entre quienes carecen de respaldo económico. No se observaron diferencias significativas en síntomas depresivos entre estos grupos. La identificación feminista se asoció con tono de piel (χ² = 25.26, p = 0.047), siendo más común en tonos claros, y con identidad sexo-genérica (χ² = 95.44, p < 0.001), pero no con edad ni fuente de ingreso.

Finalmente, en cuanto expectativas y agencia, la expectativa de concluir la universidad se asoció con discriminación (χ² = 13.78, p = 0.017), VCM laboral (χ² = 12.92, p = 0.024) y depresión (χ² = 384.18, p < 0.001) con menor confianza de terminar la universidad entre quienes han vivido estas experiencias. La expectativa de conseguir un empleo satisfactorio se relacionó negativamente con discriminación (χ² = 15.05, p = 0.010) y depresión (χ² = 360.08, p < 0.001), y aunque no significativa, también mostró tendencia negativa con VCM laboral (χ² = 10.34, p = 0.066). En conjunto, los resultados indican que la violencia y la discriminación impactan no solo en el presente, sino también en la proyección personal y profesional.

 

Modelos multivariados: factores asociados a discriminación, VCM laboral y depresión

Se presentan los resultados del análisis multivariado sobre discriminación laboral, violencia en el trabajo y depresión entre universitarias con experiencia laboral, mediante regresiones logísticas penalizadas de Firth. Se contrastaron modelos teóricos completos y ajustados para evaluar la solidez y parsimonia de los hallazgos.

En el caso de la discriminación laboral, el modelo completo (Columna 1, Tabla 2) identifica como predictores principales la violencia laboral (β = 1.80, p < 0.001), la violencia comunitaria (β = 0.69, p = 0.050) y vivir solo del ingreso propio (β = 0.67, p = 0.022); estudiantes de CUCEA, CUCBA, CUCSUR y CUALTOS reportan menor discriminación. El modelo ajustado (Columna 2, χ² (29) = 215.65, p < 0.0001) confirma estos patrones: la violencia laboral se mantiene como el factor más fuerte (β = 1.61, p < 0.001), y depender exclusivamente del ingreso propio eleva 2.73 veces el riesgo de discriminación (β = 1.00, p < 0.001). No enfrentar obstáculos domésticos reduce ese riesgo a 0.54 veces (β = –0.61, p < 0.01); también lo hace pertenecer a CUCEA, CUCSUR o CUNORTE.

Respecto a la violencia laboral, el modelo completo (Columna 3) identifica como predictores la discriminación laboral (β = 1.79, p < 0.001), la violencia escolar (β = 0.64, p = 0.001) y la violencia en la pareja (β = 0.58, p = 0.005), sin efectos significativos de variables estructurales. El modelo ajustado (Columna 4, χ²(31) = 89.67, p < 0.0001) confirma asociaciones con factores estructurales e ideológicos: las estudiantes de CUCSUR tienen 0.51 veces menos probabilidad de reportar violencia en el trabajo (β = –0.67, p = 0.021); en CUCS, 0.59 veces menos (β = –0.53, p = 0.042); y en CUCOSTA, 0.49 veces menos (β = –0.71, p = 0.041), en comparación con CUCSH. No enfrentar obstáculos domésticos reduce la probabilidad a 0.64 veces (β = –0.44, p < 0.001). Además, el desacuerdo con ser feminista o aliadx se asocia con menor probabilidad de reportar violencia: quienes están muy en desacuerdo presentan 0.39 veces menos probabilidad (β = –0.93, p = 0.001), lo que puede reflejar menor exposición o disposición a nombrarla como tal.

 

Tabla 2. Resultados moderlos Firth logit de los determinantes de discriminación laboral a lo largo de la vida, violencia contra las mujeres (VCM) laboral a lo largo de la vida y depresión (PHQ-2, punto corte >3)

Nota: Resultados en Coeficientes Beta (β) y errores estándar en paréntesis, las razones de chance u odds ratio (OR) se obtienen siguiendo la fórmula OR=e^β, aplicando la función exponencial a los coeficientes beta (β) estimados.

            * p<0.05  ** p<0.01  *** p<0.001

Fuente: Elaboración propia utilizando STATA 18 con datos de Muñiz Moreno et al., 2023.

 

El modelo completo (Columna 5) identifica como factores de riesgo la violencia en la pareja (β = 0.52, p = 0.006) y la identidad sexo-genérica no cisheterosexual (β = 0.57, p = 0.001), mientras que no enfrentar carga doméstica (β = –0.61, p < 0.001) y la identificación feminista (β = –0.37, p = 0.047) se asocian con menor riesgo. En el modelo ajustado (Columna 6, χ²(25) = 119.79, p < 0.0001), algunos efectos pierden significancia, pero se mantienen asociaciones sólidas con factores psicosociales, materiales e identitarios. La violencia en la pareja se mantiene como principal predictor (β = 0.58, p < 0.001). No enfrentar obstáculos domésticos reduce el riesgo de depresión a 0.51 veces (β = –0.68, p < 0.001) y la identificación feminista a 0.67 veces (β = –0.40, p = 0.012). La discriminación laboral muestra una asociación marginal con mayor riesgo (β = 0.28, p = 0.050). Lxs estudiantes con identidad sexo-genérica no hegemónica presentan casi el doble de riesgo (β = 0.67, p < 0.001). Las expectativas también tienen peso: considerar poco probable encontrar un trabajo satisfactorio se asocia con 2.83 veces más riesgo (β = 1.04, p = 0.001), y la opción “algo probable” con 1.51 veces más (β = 0.41, p = 0.003).

En conjunto, los modelos ajustados muestran que la violencia, discriminación y depresión entre las estudiantes universitarias se estructuran de forma desigual según condiciones materiales, ideológicas e identitarias. Factores como la carga doméstica, la autonomía económica, la identificación feminista, la identidad sexo-genérica y el centro universitario configuran trayectorias diferenciadas, evidenciando dinámicas interseccionales de desigualdad de género. Estos hallazgos cuantitativos dialogan con la literatura previa y abren una línea crítica sobre cómo la universidad reproduce –y puede transformar– dichas desigualdades.

 

Discusión: discriminación y VCM laboral, desigualdad estructural y agencia en disputa

Los hallazgos de este estudio confirman la persistencia de la violencia estructural en la vida universitaria, como han documentado Buquet Corleto et al. (2013), Mingo (2016, 2020) y Frías (2014): más de un tercio de las estudiantes reporta experiencias de violencia o discriminación laboral. Coincidiendo con Blazquez Graf y Castañeda Salgado (2016), Flores Garrido (2017) y Mingo (2024), se evidencia una cultura institucional androcéntrica que naturaliza entornos hostiles, incluso en espacios formativos. Esta cultura se ve reforzada por la ambigüedad institucional y la baja visibilidad de los canales de denuncia (de la Barrera Montpellier, 2023; Evangelista-García, 2019), lo que limita el acceso a la justicia universitaria.

La sobrerrepresentación de estudiantes feministas entre quienes reportan violencia o discriminación sugiere que la conciencia de género actúa como un marco interpretativo que permite nombrar y visibilizar estas experiencias. Este patrón no necesariamente implica una mayor exposición a la violencia, sino una mayor capacidad para identificarla y denunciarla, en consonancia con Martínez Hernández (2023) y Cerva Cerna (2020), quienes destacan el papel de las protestas feministas en impulsar transformaciones institucionales. La identificación feminista también expresa una conciencia de género vinculada a marcos culturales y políticos que, en ciertos contextos, pueden operar como factores protectores frente a agresiones (Kaiser y Major, 2006; Klonoff et al., 2000; Landrine y Klonoff, 1997; Major et al., 2016). En este caso, sin embargo, más que un efecto protector, la identificación feminista parece funcionar como una forma de agencia crítica ante la normalización de la desigualdad.

Asimismo, se reproducen desigualdades estructurales vinculadas a la división sexual del trabajo (Buquet Corleto et al., 2013; Santoyo y Pacheco, 2014), mayor vulnerabilidad entre estudiantes no cisheterosexuales (García Cervantes, 2025) y entre quienes dependen exclusivamente de su ingreso laboral (Pacheco Ladrón de Guevara, 1999; Castro y Vázquez García, 2008). Las diferencias entre centros –con niveles significativamente más bajos de violencia en CUCSUR, CUCEA y CUCOSTA– subrayan la importancia del contexto institucional. Esta variación cuantitativa complementa estudios cualitativos y cuantitativos sobre exclusión simbólica y organizacional, sugiriendo que climas y políticas organizacionales pueden actuar como factores de riesgo o protección (Bielby, 2000; Cerva Cerna, 2009; Hirsh y Kornrich, 2008; Hirsh y Kmec, 2009; Krieger et al., 2015; Martínez Hernández, 2023). Los impactos emocionales, como síntomas depresivos y reducción de expectativas, se conectan con la noción de necroaula (Gaviria-Gutiérrez et al., 2025), mientras que la denuncia aparece como forma de resistencia y reapropiación del espacio académico.

Desde una perspectiva metodológica, este estudio aporta evidencia cuantitativa robusta en un campo predominantemente cualitativo, mediante el uso de regresiones logísticas penalizadas de Firth sobre una muestra representativa. Esta estrategia permitió superar obstáculos técnicos como la separación perfecta y captar patrones de violencia con control de variables estructurales, identitarias e ideológicas. La medición incorporó dimensiones frecuentemente omitidas –identidad sexo-genérica, trabajo informal, carga doméstica, identificación feminista– lo que permitió capturar formas interseccionales de exclusión y agencia. A su vez, incluir centros regionales y trayectorias diversas permite corregir sesgos centralistas, mientras que la distinción entre vivencia y reporte abre una línea crítica sobre los marcos de interpretación y condiciones para nombrar estas violencias.

Estos resultados actualizan y profundizan tres marcos conceptuales clave: los cautiverios patriarcales (Lagarde y de los Ríos, 2014), las universidades como organizaciones generizadas (Acker, 1990) y el doble anclaje institucional (Cerva Cerna, 2020). Primero, el concepto de cautiverio patriarcal se complejiza como una condición multidimensional que articula subordinación simbólica, doméstica y laboral. La violencia vivida por las estudiantes no son eventos aislados, sino mecanismos estructurales presentados como parte del sacrificio necesario para la formación profesional, lo que normaliza la precariedad.

Segundo, las IES enseñan –explícita o implícitamente– que la violencia y la discriminación son parte del entorno laboral. Esta pedagogía tácita refuerza la figura del “trabajador ideal”: masculino, cisheterosexual, sin cargas domésticas ni crítica a la desigualdad, excluyendo estructuralmente a muchas estudiantes. Así lo muestran las asociaciones entre carga doméstica, discriminación y síntomas depresivos, revelando cómo estas desigualdades se inscriben en la etapa formativa.

Tercero, la limitada efectividad del protocolo institucional –conocido por solo el 10% de las estudiantes y sin efectos significativos en los modelos analizados– confirma la tensión entre el marco normativo y la reproducción cotidiana de desigualdades. Las IES combinan funciones críticas y reproductivas, lo que valida la noción de doble anclaje. Esta paradoja se agudiza ante la exclusión interseccional por género, orientación sexual, clase, racialización o contexto institucional, y refuerza la necesidad de transformar no solo políticas, sino las culturas organizacionales que las sustentan.

Entre las limitaciones del estudio destaca la imposibilidad de análisis diferenciados robustos para identidades trans u otras disidencias sexo-genéricas, así como la naturaleza transversal del diseño, que impide establecer relaciones causales firmes. No obstante, el uso de modelos multivariados sobre una muestra representativa constituye una fortaleza clave.

A futuro, se sugiere promover encuestas periódicas comparables que permitan monitorear la VCM en universidades y evaluar políticas institucionales, incorporar estudios longitudinales para analizar efectos acumulativos, comparar climas organizacionales entre universidades; y avanzar en enfoques mixtos que combinen datos de encuestas y registros institucionales. Es clave también seguir profundizando el enfoque interseccional, incorporando dimensiones como orientación sexual, racialización, discapacidad, pertenencia indígena, ruralidad, estatus socioeconómico o ser primera generación universitaria, para captar con mayor precisión las formas diferenciadas de exclusión.

 

Conclusiones

Este estudio aporta evidencia cuantitativa de que la violencia y discriminación laboral hacia estudiantes universitarias son expresiones de desigualdades estructurales en las IES. Los hallazgos confirman la vigencia de marcos como las organizaciones generizadas (Acker, 1990), los cautiverios patriarcales (Lagarde y de los Ríos, 2014) y el doble anclaje institucional (Cerva Cerna, 2017), al mostrar cómo se articulan género, clase e identidad sexo-genérica incluso en espacios formativos. A partir de estos resultados, y en diálogo con la literatura especializada, se proponen seis líneas de acción:

1.      Monitoreo periódico mediante encuestas representativas y comparables.

2.      Desarrollo de medidas confiables e interseccionales de VCM, así como ampliar la investigación mediante encuestas que integren variables clave como identidad sexo-genérica, racialización, discapacidad, estatus socioeconómico y territorio.

3.      Fortalecimiento de protocolos, garantizando su difusión, aplicación efectiva y evaluación participativa con enfoque de derechos humanos.

4.      Asignación de presupuesto, personal especializado y capacidad decisoria a las áreas institucionales de igualdad de género.

5.      Reconocimiento de la carga de cuidado y promoción de condiciones laborales dignas para estudiantes en formación.

6.      Participación activa de colectivos estudiantiles y feministas en el diseño, monitoreo y evaluación de políticas.

Más allá del marco regulatorio, se requiere un despliegue efectivo de recursos, evaluación y compromiso institucional para avanzar hacia entornos universitarios más justos e inclusivos.

 

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[1] Universidad de Guadalajara, México. Correo electrónico: a.delabarreramontpp@wsu.edu