LA IGUALDAD A PRUEBA. PERCEPCIONES SOBRE GÉNERO Y
FEMINISMO ENTRE ESTUDIANTES DE EDUCACIÓN MEDIA SUPERIOR Y SUPERIOR DE LA
UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA
EQUALITY ON TEST:
PERCEPTIONS OF GENDER AND FEMINISM AMONG HIGH SCHOOL AND COLLEGE STUDENTS AT
THE UNIVERSITY OF GUADALAJARA
Paloma Villagómez
Ornelas[1]
DOI: https://doi.org/10.32870/lv.v0i0.8233
Resumen
El objetivo del artículo es analizar algunas
percepciones sobre el género, las relaciones de género y las reivindicaciones feministas,
mediante la exploración del punto de vista de estudiantes de Educación Media
Superior y Superior de la Universidad de Guadalajara. A partir de la Encuesta Universitaria de Género, Nuestras
Voces (Muñiz Moreno et al., 2022), exploro las representaciones de las y
los estudiantes sobre estos tópicos, a la luz de su sexo y edad. Los resultados
muestran una tensión entre percepciones que favorecen la igualdad entre hombres
y mujeres y otras que sugieren resistencias o retrocesos en su asimilación como
un derecho. Discuto esta tensión a la luz de las herramientas analíticas que
ofrece la discusión sobre la reacción antifeminista o backlash.
Palabras clave: género, feminismo, jóvenes, educación,
percepciones
Abstract
The purpose
of this article is to analyze some perceptions about gender, gender relations
and feminist demands by exploring the point of view of high school and college
students at the University of Guadalajara. Based on the Encuesta Universitaria de Género,
Nuestras Voces (Muñiz
Moreno et al., 2022), I explore students' representations on these topics,
according to their sex and age. The results show a tension between perceptions
that favor equality between men and women, and others that suggest resistance
or setbacks in its assimilation as a right. I discuss this tension in the light
of the analytical tools offered by the theoretical framework of the
anti-feminist reaction or backlash.
Keywords: gender, feminism, youth,
education, perceptions
Introducción
El
objetivo de este texto es discutir algunas percepciones contemporáneas sobre el
género, sus relaciones y sus movimientos políticos mediante la exploración del
punto de vista de estudiantes de Educación Media Superior y Superior de la
Universidad de Guadalajara. Para ello, me valgo de la Encuesta Universitaria de Género, Nuestras Voces (Muñiz Moreno et
al., 2022), bajo la coordinación de la Universidad de Guadalajara. La
posibilidad de conocer el posicionamiento de jóvenes universitarios sobre el
género y sus relaciones es relevante tanto porque permite actualizar el estado
de la cuestión en una generación joven, como porque ayuda a pensar el papel de
la educación en la reproducción de desigualdades de género, o bien, en la transformación
de prácticas e imaginarios.
Este análisis reviste particular
importancia en un momento en el que los avances en materia de igualdad y no
discriminación en la vida de las mujeres y en las relaciones de género, están
siendo abiertamente disputados por actores que, desde espacios institucionales
o personales, buscan recuperar un estado de las cosas que les resultaba
conveniente en términos de control, estatus y poder. Estas reacciones
conservadoras, cíclicas, caracterizadas por una vocación regresiva y
frecuentemente violenta, son parte de lo que se conoce como backlash
o reacción antifeminista (Faludi, 1991), cuyas
expresiones, si bien dependen del contexto, tienen en común formar parte de una
política de resentimiento (Dragiewicz, 2008) que
opera desde la animadversión y el deseo de castigo o revancha.
La estructura del texto es la siguiente.
En la próxima sección describo brevemente las características de la encuesta,
los pasos que seguí para su exploración y la caracterización sociodemográfica general
de la población de estudio. A continuación, presento los argumentos centrales de
una discusión teórica sobre la trayectoria de reacciones y contra-reacciones
que ha provocado el feminismo, en el entendido de que podrían ayudar a explicar
la tensión actual entre la tendencia a mostrar imaginarios favorables a la
igualdad y la persistencia de visiones sexistas que cultivan cierta suspicacia
o abierto rechazo al feminismo. Posteriormente, en la sección de resultados, detallo
los hallazgos centrales del análisis exploratorio y descriptivo de las percepciones
de las y los estudiantes respecto al género y el feminismo. Enseguida ofrezco una
breve discusión de las pautas identificadas a la luz de la literatura
especializada en diversas dimensiones de las relaciones de género. En el último
apartado concluyo con reflexiones sobre lo que considero que implican estos
hallazgos en el marco de lo que algunos autores han identificado como un
estancamiento en la revolución de género y un clima anti-feminista
global.
Metodología
La
Encuesta Universitaria de Género, Nuestras Voces (Muñiz Moreno et al.,
2022) es una encuesta realizada en 2022 por el Centro de Estudios de Género en
colaboración con la Federación Estudiantil Universitaria, la Cátedra UNESCO de
Liderazgo, Género y Equidad, y el Centro de Estudios Estratégicos para el
Desarrollo de la Universidad de Guadalajara. Este proyecto estadístico aporta
información para conocer y medir percepciones, valores y actitudes respecto a
las relaciones de género, sus estereotipos y desigualdades, y sus movimientos,
en particular, el feminismo.
La encuesta,
es representativa de la población estudiantil de nivel medio superior (55
escuelas preparatorias) y superior (14 centros universitarios). En cada uno de
ellos se seleccionaron submuestras aleatorias estratificadas que, en total,
suman 7,342 casos (Muñiz Moreno et al., 2022). El instrumento de recolección de
información consistió en un cuestionario auto-administrado
mediante dispositivos digitales, aplicados en los centros educativos.
El análisis que presento en este texto es
exploratorio y descriptivo. Para ello, utilicé los microdatos de variables
seleccionadas, solicitadas a la coordinación del proyecto. Esta selección se
centró en variables sociodemográficas como el sexo y edad de las y los
encuestados, así como los datos correspondientes a las secciones del
cuestionario que indagaron sobre las actitudes y estereotipos sobre el género y
el feminismo. Para ello, el estudio se enfocó en el apartado de la encuesta que
contiene ítems sobre “Opiniones y percepciones generales sobre el género y el
feminismo”. Con este fin, se exploraron 14 formulaciones estereotípicas sobre
el género y el feminismo respecto a las cuales las y los informantes expresaron
distintos grados de acuerdo o desacuerdo (Tablas 2 al 7)[2].
Cada ítem y sus respectivas opciones de
respuesta fueron analizadas en función del sexo declarado y la edad de las y los
informantes. En lo que concierne a la edad, la encuesta consideró a jóvenes
entre 14 y 29 años o más. Para fines del análisis, se crearon dos grupos de
edad; el primero agrupó a estudiantes de 14 a 19 años y el segundo a personas
de 20 años o más. La motivación de esta decisión fue explorar si encontrarse en
una etapa más cercana a la adolescencia o a la adultez temprana marcaba alguna
diferencia respecto a la manera de percibir las relaciones entre hombres y
mujeres o al feminismo. Con el fin de identificar si las diferencias observadas
entre las respuestas de hombres y mujeres de cada grupo de edad eran
estadísticamente significativas, se estimaron intervalos para un nivel de
confianza de 95% (Muñiz Moreno et al., 2022).
La Tabla 1 muestra una caracterización
general de la población analizada. Se observa una proporción ligeramente mayor
de personas que se identifican como mujeres. También predominan las y los
adolescentes[3].
En consistencia con esta composición etaria, seis de cada diez estudiantes
cursan algún grado de bachillerato.
En cuanto a la orientación sexual, la
predominancia de la población heterosexual es notoria; ocho de cada diez
personas se identifican con esta orientación, seguidas por 13% de personas
bisexuales. Prácticamente la totalidad de las y los estudiantes son solteros
(91%), no se consideran indígenas (98%) y apenas cinco de cada cien se autoadscriben afrodescendientes[4].
Tabla
1. Características sociodemográficas selectas de las y los estudiantes
universitarios.
Unidad de observación |
Características
sociodemográficas |
n |
Proporción |
Intervalo de confianza (95%) |
||
Límite inferior |
Límite superior |
|||||
|
|
|
|
|
|
|
Individuos |
Edad |
14 a 19 años |
5150 |
70.14 |
69.10 |
71.19 |
20 años o más |
2192 |
29.86 |
28.81 |
30.90 |
||
|
|
|
|
|
|
|
Género |
Hombre |
3144 |
42.82 |
41.69 |
43.95 |
|
Mujer |
3986 |
54.29 |
53.15 |
55.43 |
||
Otro |
212 |
2.89 |
2.50 |
3.27 |
||
|
|
|
|
|
|
|
Nivel de escolaridad |
Bachillerato |
4409 |
60.05 |
58.93 |
61.17 |
|
Licenciatura |
2933 |
39.95 |
38.83 |
41.07 |
||
|
|
|
|
|
|
|
Orientación sexual |
Heterosexual |
5804 |
79.05 |
78.12 |
79.98 |
|
Homosexual o lesbiana |
243 |
3.31 |
2.90 |
3.72 |
||
Bisexual |
976 |
13.29 |
12.52 |
14.07 |
||
Otra |
319 |
4.34 |
3.88 |
4.81 |
||
|
|
|
|
|
|
|
Estado civil |
Solterxs |
6701 |
91.27 |
90.62 |
91.92 |
|
Unidxs |
249 |
3.39 |
2.98 |
3.81 |
||
Otro |
392 |
5.34 |
4.82 |
5.85 |
||
|
|
|
|
|
|
|
Pertenencia étnica |
Indígena |
118 |
1.78 |
1.46 |
2.10 |
|
No indígena |
6559 |
98.22 |
97.90 |
98.54 |
||
|
|
|
|
|
|
|
Afrodescen-dencia |
Afrodescendiente |
371 |
5.51 |
4.96 |
6.05 |
|
No afrodescendiente |
6366 |
94.49 |
93.95 |
95.04 |
Fuente: Elaboración propia con información de
la base de datos de la Encuesta
Universitaria de Género, Nuestras Voces (Muñiz Moreno et al., 2023).
Marco
teórico
La
historia de los feminismos, en tanto movimiento político organizado, pero
también como proceso de transformación sociocultural, está llena de avances,
bifurcaciones, rodeos y retrocesos. Si bien la metáfora de las “olas” sigue
siendo un recurso ampliamente socorrido para narrar las trayectorias de la
acción política de las mujeres, su popularidad aparece acompañada de múltiples
críticas (Gamble, 2004). Entre ellas destaca, por un lado, reducir la
complejidad de las trayectorias de los movimientos feministas a una especie de
camino recto de doble vía que sólo puede recorrerse hacia delante o hacia atrás
y, por otro, sugerir que el vaivén de las luchas-olas depende de su fuerza, es
decir, de su propia potencia para avanzar o de su debilidad al retroceder. Esta
narrativa enfatiza las acciones, errores u omisiones de los feminismos, dejando
en un sitio menor al análisis de las reacciones
que se producen a su alrededor y que, sin duda, tienen un efecto importante en
su organización, impacto y representaciones.
Entre el repertorio de reacciones que el
feminismo provoca se encuentra la repuesta antifeminista, una forma de
resistencia que, si bien no siempre aglutina un contramovimiento
articulado, presenta manifestaciones simbólicas y materiales que afectan las
relaciones de poder entre los géneros. La reacción antifeminista es,
entonces, una fuerza con expresiones políticas, económicas, sociales y
culturales con la capacidad de hacer retroceder al avance de los feminismos.
Si bien esta fuerza regresiva, definida
por Faludi (1991) como backlash,
adquiere rasgos específicos según el contexto histórico y espacial, generalmente
se caracteriza por ocurrir durante o después de momentos de éxito en la lucha
de las mujeres por la libertad y la igualdad, y estar motivada por la necesidad
de retener el poder y el control en escenarios en los que quienes los detentan
sienten la frustración de haberlos perdido, o bien, temen perderlos en el
futuro (Bard, 2000). Es una reacción contra la
emancipación de las mujeres que, aunque discursivamente puede manifestarse a
favor de la libertad y la igualdad, en sus acciones y posturas refleja una
profunda animadversión por sus causas. El hecho de que sea una reacción al feminismo no quiere
decir, por supuesto, que sin este estímulo la disposición hacia las mujeres de
quienes suelen oprimirlas sería favorable –un argumento frecuente en el
antifeminismo–, sino que se considera necesario penalizar y prevenir el
cuestionamiento a un orden efectivamente misógino y machista. En la
intersección entre misoginia, sexismo y antifeminismo se amalgama lo que Dragiewicz (2008) identifica como una política de
resentimiento, profundamente motivada por el castigo y la revancha.
Como veremos al analizar los resultados de
la Encuesta Universitaria de Género, Nuestras Voces (Muñiz Moreno et
al., 2022), las percepciones de las y los estudiantes universitarios sobre el
género y el feminismo muestran actitudes favorables a la igualdad y la no
discriminación, pero conviven de cerca con visiones tradicionales de los roles
masculinos y femeninos, desinformación en materia de género, dudas sobre los
aportes y la vigencia del feminismo, y niveles importantes de ambigüedad en la
interpretación de ciertas desigualdades. Considero que esta mezcla entre progresos,
rezagos y retrocesos en las percepciones sobre género y feminismo refleja bien
la tensión general entre el avance feminista y sus fuerzas detractoras,
especialmente en un momento histórico global caracterizado por una profunda
crisis patriarcal, pero también por un embiste a los derechos conquistados por
las mujeres. En este contexto, el modelo analítico del backlash
antifeminista representa un buen marco teórico para pensar los resultados del
análisis empírico.
Como fenómeno, el backlash
puede rastrearse históricamente. Los trabajos de Christine Bard
y colaboradores (2000), o la contextualización temporal que ofrece Sylvia Walby (1993) confirman que la trayectoria de la reacción
antifeminista es tan larga como la de los feminismos y está detrás de proyectos
políticos, económicos y culturales que, tanto a nivel macroestructural como microsocial, buscan recuperar el status
quo trastocado por el cambio en la condición de las mujeres.
Describir esta trayectoria temporal rebasa
el objetivo de este trabajo. Importa, sin embargo, destacar los elementos
constitutivos del fenómeno que marcan continuidades relevantes para el estudio.
En principio, el backlash está sostenido por
una dimensión narrativa que plantea relatos contrastantes: o bien las mujeres ya
tienen todo o han perdido todo por buscarlo. Desde esta perspectiva, las
exclusiones y dificultades que las mujeres siguen experimentando son resultado
de su propia liberación y, en general, del feminismo (Faludi,
1991). Visto así, la emancipación de las mujeres las llevó a un estado de
igualdad formal para el que no estarían “preparadas”. La sobrecarga de trabajo
remunerado y no remunerado, por ejemplo, se interpretaría como la consecuencia
de querer participar en el mercado laboral a la par de los hombres, y no como
la desigualdad inherente a la división sexual del trabajo.
Así, la lectura antifeminista supone que
si las mujeres no han alcanzado la igualdad que deseaban es porque el feminismo
no cumplió sus objetivos o incluso empeoró el estado de las cosas; porque la
desorganización o las divisiones internas del movimiento lo llevaron al
fracaso, o porque el conflicto social inherente al feminismo siempre termina
por ser contenido por el Estado o la heteronorma (Walby,
1993). Todas estas explicaciones han sido planteadas tanto desde el
antifeminismo de Estado, el religioso, el masculinista
e, incluso, el postfeminista (Bonet-Martí, 2021). Todos culpan al feminismo de
los problemas de las mujeres y de sus propios problemas. Todos, también,
ocultan el peso de la reacción antifeminista en la explicación de la
persistencia o exacerbación de la opresión de las mujeres (Faludi,
1991).
Por otro lado, de acuerdo con van Wormer (2008), esta reacción regresiva opera a nivel institucional (mediante la creación
de normas, procedimientos o criterios que favorecen la penalización de mujeres
que buscan igualdad, o bien, la eliminación de garantías que las protegen) y personal (el desplazamiento de la
agresión dirigida originalmente a la mujer, hacia otro miembro de la familia).
En ambos casos, la familia y las políticas familiares son espacios altamente
contenciosos para la reacción antifeminista, dada la centralidad de lo privado,
doméstico y familiar en la vida de las mujeres (Cortés Quiñones, 2020; Dragiewicz, 2008).
Para posicionar su narrativa como relato
dominante, el backlash antifeminista recurre a
diversas tácticas como la promoción de pánicos morales en torno a la familia y
la nación; el debilitamiento o desmantelamiento de instancias encargadas de
operar políticas de igualdad de género, y el ataque a la legitimidad o
autoridad de espacios de producción de conocimiento y acción política (Zaremberg et al., 2021). Detrás de estas tácticas suele
haber un trabajo intenso de difusión ideológica basado en la manipulación de la
historia, el revestimiento científico de argumentos que naturalizan o esencializan la desigualdad de género o, directamente,
recurrir a la violencia, la intimidación y la amenaza (Devereux y Lamoreux, 2012).
La desinformación de género y la
polarización también son tácticas retóricas potentes para la diseminación del
antifeminismo. La primera supone la difusión de noticias falsas sobre el
feminismo a fin de culpar al movimiento y sus sujetas de diversos problemas,
criminalizarlo o vincularlo con ideologías o aparatos autoritarios. La
polarización, por su parte, reduce al absurdo las posturas y las identidades (Pérez
Bernal, 2024).
Ya sea a nivel institucional o personal,
mediante tácticas políticas, culturales o socioafectivas, el backlash antifeminista afecta el presente y lo que
sucede después de la reacción regresiva, especialmente en lo que concierne a la
reorganización de las agendas feministas hacia el futuro –v. gr.,
regresar continuamente a objetivos que se consideraban cumplidos– y en la
identificación de los actores sociales con el movimiento. El rechazo social que
el backlash opera contra el feminismo,
retratándolo como obsoleto, infundado o violento, consigue que las personas,
especialmente las mujeres que más se han beneficiado por la igualdad
conquistada por y para las mujeres, se distancien (Bard,
2000; Walby, 1993). Elder et al. (2021) encuentran
que la polarización política tiende a acentuar las diferencias entre quienes se
identifican como feministas o antifeministas: mientras que las mujeres más
jóvenes, de minorías étnicas, racializadas y afines a ideologías liberales
tienden a reconocerse con mayor fuerza en el feminismo, personas de clase media
profesionalizada, adultos mayores, practicantes religiosos y personas afines a
ideologías conservadoras, se reconocen como antifeministas. Es decir, la
polarización en la identificación feminista-antifeminista podría acentuar
desigualdades interseccionales[5].
El backlash
antifeminista, a decir de sus estudiosas, existe donde sea que el feminismo
tenga éxito, pero su potencia regresiva depende cómo interactúe con otros
factores estructurales. Minaker y Snider
(2006) encuentran que el momento actual, caracterizado por la fuerza del
movimiento feminista, pero también por una gobernanza neoliberal, nuevas formas
de comunicación masiva y la (re)emergencia de movimientos masculinistas,
es propicio para la producción de subjetividades y prácticas que favorecen la
igualdad, especialmente la igualdad formal, pero con “un toque de revancha”. En
este sentido, autoras como Jordan (2016) y Devereux y
Lamoreux (2012) consideran que el neoliberalismo
favorece el supuesto de que la libertad y la igualdad están dadas y que las
diferencias son el resultado de comportamientos individuales. Al mismo tiempo,
como plantea Melinda Cooper (2020), la responsabilidad sobre estas libertades
privadas se entremezcla con tendencias de neoconservadurismo social que, a
nivel institucional o personal, suponen cierta nostalgia por valores
tradicionales, jerarquías sociales identificables y legitimadas, y nociones
patriarcales del trabajo, la familia y la patria. Es decir, un mundo ordenado
que ofrezca más certezas y menos amenazas para quienes podían obtener ventajas
de él.
Resultados
Percepciones
sobre el género
Diversos
estudios que analizan percepciones sobre los roles y las relaciones de género identifican
una tendencia clara hacia la igualdad en la participación de mujeres en
distintos ámbitos, destacadamente la educación terciaria y el trabajo
asalariado. Sin embargo, también registran la persistencia de representaciones tradicionales
de los roles de género, favorables a la segmentación educativa y laboral en
función de disposiciones consideradas naturales de uno u otro género (Bursztyn et al., 2023; Correll,
2004).
El análisis de la Encuesta Universitaria de Género, Nuestras Voces (Muñiz Moreno et
al., 2022), mostró resultados interesantes en este sentido. Más de 90% de las
personas encuestadas, sin importar el sexo o la edad, están en desacuerdo con privilegiar
el acceso de los hombres a la educación superior (Tabla 2). La idea de que la
profesionalización es más importante para los varones ya no parece formar parte
de la idiosincrasia de esta generación de universitarias y universitarios, lo
que coincide con otras investigaciones (Charles y Bradley, 2002; García Álvarez
y Blanco Melón, 2012). Sin embargo, son más los hombres que están de acuerdo
con esta premisa.
Por su parte, la idea de que un mercado de
trabajo restringido debe privilegiar la participación laboral de los hombres es
poco popular: tres de cada cuatro adolescentes y cuatro de cada cinco jóvenes
de 20 años o más la rechazan. En este caso, la brecha de género es aún mayor,
pues son más las mujeres que están en desacuerdo (Tabla 2).
Fuente:
Elaboración propia con información de la base de datos de la Encuesta Universitaria de Género, Nuestras Voces (Muñiz Moreno et al., 2023). |
LI: Límite inferior. LS:
Límite superior. DP: Diferencia de proporciones. |
Esto
muestra, por un lado, la convicción de las mujeres sobre su derecho al trabajo
y, por otro, la resistencia, especialmente entre los más jóvenes, a renunciar a
ventajas que quizás consideran necesarias en función del rol de proveeduría
económica que suponen que deben ejecutar en la vida adulta (Fulcher
y Coyle, 2011; Lavie et al., 2021). Sin embargo, más
allá del deber moral de cumplir con una trayectoria normativa, el acuerdo con
privilegiar el lugar de los hombres en el espacio público, especialmente en
circunstancias restrictivas, sugiere que para algunas personas la igualdad es
un estado deseable, pero no necesario y mucho menos imprescindible. En
consonancia con la lógica del backlash, diversos
estudios dan cuenta de la resistencia de grupos dominantes –en este caso, los
varones– a no favorecer la igualdad cuando perciben lo que consideran un dilema
de “suma cero”, es decir, la posibilidad de que reducir las desventajas de los
grupos oprimidos se traduzca en perder sus ventajas (Kosakowska
et al., 2020; Ruthig et al., 2017; Wilkins et al.,
2015).
Por otra parte, la claridad de las mujeres
en cuanto a su derecho a la educación y al trabajo no las exenta de percibir
las dificultades que aún enfrentan para ejercerlo. En el caso del trabajo, alrededor
de 70% de las personas no consideran que el hecho de que las mujeres ganen más
que sus parejas sea motivo de conflicto. Sin embargo, entre las adultas jóvenes
la proporción de acuerdo es mayor (Tabla 3).
En este mismo sentido, poco más de la
mitad de la población universitaria no considera que la participación de las
madres en el mercado de trabajo provoque el sufrimiento de los hijos. Sin
embargo, son más los hombres que están de acuerdo con esta premisa y alrededor
de una de cada tres personas mantiene una postura ambigua al respecto,
especialmente entre la población más joven (Tabla 3). Esta aparente neutralidad
podría ser reflejo de la tensión entre reconocer el derecho de las mujeres al
trabajo o, incluso, la necesidad de sus ingresos para la subsistencia del hogar
y, por otro lado, no renunciar a la función cuidadora de las mujeres, lo que
objetivamente se traduce en una mayor dependencia material y afectiva de sus servicios
y atenciones.
Fuente:
Elaboración propia con información de la base de datos de la Encuesta Universitaria de Género, Nuestras
Voces (Muñiz Moreno et al., 2023).
*: Diferencias estadísticamente no significativas.
LI:
Límite inferior. LS: Límite superior. DP: Diferencia de proporciones.
Es
conocido que la conciliación de los roles familiares y laborales es un trabajo
adicional que las mujeres han tenido que realizar de maneras intensivas,
conforme su participación en el mercado laboral aumenta y el trabajo remunerado
se integra a sus propios proyectos vitales. Esto ha derivado en experiencias insatisfactorias
de la maternidad que aumentan con la falta de redes de apoyo y la insatisfacción
laboral (Tereso Ramírez y Cota Elizalde, 2017; Gajardo, 2018; Rose, 2017). En
estos escenarios se producen tensiones emocionales que son percibidas por las y
los hijos (Galambos y Sears, 1998; Wierda-Boher y Rönkä, 2004). Es
decir, efectivamente, en algunos casos puede existir una correlación entre la
actividad remunerada de las mujeres y el estado anímico de las y los hijos,
pero esta no sería inevitable o “natural”, sino que estaría mediada por la
desigualdad de género, la falta de servicios y redes para el cuidado y la
insatisfacción laboral.
En lo que concierne a los estereotipos
sobre la apariencia y la performatividad de la masculinidad –expresada en
actitudes enérgicas– o la feminidad –proyectada como delicadeza o disposición a
hacerse desear–, encontramos que, en general, el rechazo a estas tipificaciones
es amplio, aunque los varones, especialmente los adolescentes, muestran mayores
proporciones de acuerdo o indefinición (Tabla 4).
Fuente:
Elaboración propia con información de la base de datos de la Encuesta Universitaria de Género, Nuestras
Voces (Muñiz Moreno et al., 2023).
LI: Límite inferior. LS: Límite superior. DP:
Diferencia de proporciones.
Diversos
estudios realizados con población adolescente o joven muestran que las
transformaciones recientes en la suscripción de estos mandatos conviven con
interpretaciones tradicionales del deber ser masculino o femenino, produciendo
escenarios de ambivalencia que se ajustan según el contexto (Street et al.,
1995; Moreau et al., 2019; Nielson et al., 2020; Muratori y Zubieta, 2021; Cubillas et al., 2016).
Percepciones
sobre el feminismo
Los
datos de la Encuesta Universitaria de
Género, Nuestras Voces (Muñiz Moreno et al., 2022), muestran que el impacto
del feminismo es más notorio en las mujeres, ya que muestran una visión
compleja y crítica de la diferenciación genérica, así como mayor apertura a la
igualdad, la diversidad y la inclusión. Los hombres parecen aún distantes,
ambivalentes o en abierta oposición a algunas de sus premisas.
La existencia de géneros distintos al
femenino o al masculino, por ejemplo, es una idea que dos de cada tres varones
adolescentes no aceptan –ya sea que la rechacen o se mantengan imparciales–,
mientras que entre sus contrapartes adultos esta proporción desciende a 60% (Tabla
5). De igual manera, se observa una amplia diferencia en la incomodidad que el
lenguaje inclusivo produce entre mujeres y hombres; entre estos últimos cuatro
de cada diez, sin importar la edad, encuentran excesivo hacer distinciones
lingüísticas para nombrar la diversidad genérica (Tabla 5). Estos hallazgos
coinciden con investigaciones de autores que han identificado una tendencia a
aceptar y usar el lenguaje inclusivo entre comunidades estudiantiles de la
diversidad sexual y entre las mujeres, mientras que los hombres y los grupos
con preferencias heteronormativas expresan incomodidad con su uso (Aase, 2024; Stetie et al., 2024).
Fuente:
Elaboración propia con información de la base de datos de la Encuesta Universitaria de Género, Nuestras
Voces (Muñiz Moreno et al., 2023).
LI:
Límite inferior. LS: Límmite superior. DP: Diferencia
de proporciones.
Más
aún, la interpretación del género y sus relaciones muestra confusiones
importantes. Una amplia mayoría de personas –más de ocho de cada diez–, sin
distinciones notorias por sexo o edad, consideran que los hombres también
sufren violencia de género, es decir, que son agredidos por el hecho de ser
hombres (Tabla 6). De acuerdo con Flood et al.
(2020) y Benett y Fox (2014), los reclamos de
victimización o discriminación “de género” hacia los hombres son
contraargumentos frecuentes a la acusación de violencia misógina en contextos
donde la igualdad de género es percibida como una amenaza.
La percepción de que los hombres son violentados
por razones de género coexiste con proporciones importantes de jóvenes varones
que consideran que las condiciones para la igualdad entre hombres y mujeres ya
están dadas y, por lo tanto, en la actualidad el feminismo ha dejado de ser
necesario. Cerca de tres de cada diez adolescentes están convencidos de ello,
lo que puede deberse a su socialización en relaciones de género menos
desiguales, al menos en términos del reconocimiento –nominal o fáctico– del
acceso de las mujeres a derechos básicos. Entre los adultos jóvenes,
probablemente conscientes de otra realidad, el acuerdo con esta premisa cae a
la mitad. Si bien el rechazo a este enunciado es claro entre las mujeres, una
de cada cuatro adolescentes no rechaza la idea de que en la actualidad el
feminismo sea prescindible (Tabla 6).
Resulta todavía más inquietante que cerca
de tres de cada diez mujeres adolescentes no rechazan la noción de que el
feminismo esté en contra de los hombres y, si bien era previsible que los
varones se identificaran más con esta premisa, que dos de cada tres hombres
adolescentes y la mitad de los adultos jóvenes estén de acuerdo o indecisos al
respecto, es verdaderamente preocupante (Tabla 6). Este resultado coincide con
lo que la literatura identifica como la persistencia del “mito de la misandria”
atribuido al feminismo, una idea vigente en entornos ultraconservadores, a
pesar de la evidencia que confirma la predominancia de actitudes positivas
hacia los hombres entre quienes se consideran feministas (Hopkins et al., 2024)
y una mayor presencia de actitudes negativas hacia ellos entre quienes no se
identifican con el movimiento (Anderson et al., 2009).
Fuente:
Elaboración propia con información de la base de datos de la Encuesta Universitaria de Género, Nuestras
Voces (Muñiz Moreno et al., 2023).
*: Diferencias estadísticamente no significativas.
LI:
Límite inferior. LS: Límite superior. DP: Diferencia de proporciones.
Por
otra parte, solo la mitad de los varones adolescentes y seis de cada diez
varones adultos encuentran en el feminismo un movimiento positivo para el
avance de las mujeres. Aunque no representan mayoría, el hecho de que alrededor
de tres de cada diez mujeres universitarias, adolescentes o adultas jóvenes,
rechacen o mantengan una posición ambigua respecto a los aportes de la lucha
emancipatoria de las mujeres es, por lo menos, paradójico (Tabla 7).
En consonancia con estos datos, la identificación
con el feminismo, ya sea como militante o como persona aliada, asciende a
cuatro de cada diez mujeres (más entre las adultas) y alcanza a menos hombres,
con proporciones importantes de personas indecisas al respecto (Tabla 7). En el
caso de los varones, esto no necesariamente significa que sus actitudes o
valores sean contrarios a los del feminismo, sino que probablemente existe una
distinción entre valores feministas e identidades feministas (Zucker y Bay Cheng, 2010), así como un distanciamiento del
feminismo, probablemente por considerar que ha dado un giro hacia actitudes
radicales y violentas (Seibert, 2021).
Fuente:
Elaboración propia con información de la base de datos de la Encuesta Universitaria de Género, Nuestras
Voces (Muñiz Moreno et al., 2023).
LI:
Límite inferior. LS: Límite superior. DP: Diferencia de proporciones.
Tanto
en el caso de la identificación con el movimiento, como de la ponderación de
sus aportes positivos a la vida de las mujeres, sería necesario contar con más
información para distinguir si estas percepciones derivan de una mayor
sensibilidad a las desigualdades persistentes que sugiera que el feminismo no
ha solucionado por completo la situación de las mujeres, o bien, si los aportes
que se puedan reconocer al feminismo no se consideran significativos para el
proyecto de vida deseado.
Discusión
y comentarios finales
El
análisis permite destacar tres hallazgos principales. En primer lugar, es posible
verificar progresos en el desmantelamiento de ciertos estereotipos
excesivamente rígidos sobre los roles de hombres y mujeres y las relaciones
entre ambos, tanto en lo público como en lo privado. La interpretación que las
y los universitarios hacen de valores o actitudes sexistas, históricamente normalizadas,
ha experimentado transformaciones importantes, al grado de que ya no son
reconocidas como normas dominantes o su hegemonía se ha matizado.
En segundo lugar, este trabajo
transformativo lo han realizado de manera destacada las mujeres. Su mayor
rechazo a premisas normativas sobre el deber ser de la mujer, de sus roles y
sus relaciones con los hombres, es una muestra innegable de un cambio
ideológico, históricamente forjado y con tendencias indiscutibles hacia la
igualdad y la autonomía. La contraparte de este hallazgo es el rezago de los
varones en la reorientación de sus valores y actitudes.
En tercer lugar, y relacionado con lo
anterior, se hace visible una especie de estancamiento o retroceso en las
mentalidades de las personas más jóvenes, especialmente los varones adolescentes.
A pesar de pertenecer a una generación que ha sido socializada en
circunstancias históricas de mayor igualdad, sus percepciones tienden a
coincidir con visiones conservadoras y sexistas.
El modelo analítico que aporta el backlash o la reacción antifeminista, permite leer
estos hallazgos en clave de una tensión dinámica y compleja, y no solo como un atasco
en la trayectoria, pretendidamente lineal y progresiva, hacia el igualitarismo (England, 2010). Desde esta mirada, la resistencia a ceder
el espacio público –representado en la encuesta por la participación en la
educación o el trabajo– no es solo un resabio de sexismo, sino el producto de
una racionalidad que no ha sido abandonada del todo. La participación de las
mujeres en estos ámbitos se reconoce discursivamente como un derecho, pero uno
que puede ser cuestionado y retirado en momentos de contracción de
oportunidades. En estas circunstancias, la igualdad es una especie de concesión
sacrificable en aras del bien común, como si esas oportunidades no fueran
también “naturales” para las mujeres, sino un arreglo temporal, reversible
cuando se considere necesario. Lo anterior se verifica constantemente en la
evidencia que muestra la persistencia de la intermitencia en la trayectoria
laboral de las mujeres, quienes entran y salen del mercado de trabajo según la
necesidad familiar de cuidado y recursos se los permite.
Los hallazgos también sugieren que, si
bien en teoría se reconoce el derecho de las mujeres a la vida pública,
permanece la noción de que es un derecho ganado “a costa de otros”, ya sean los hijos que sufren cuando la madre
trabaja o las parejas que resienten que las mujeres ganen más. Así, como
proponen Minaker y Snider
(2006) al reflexionar sobre la “igualdad revanchista”, la presencia de mujeres –especialmente,
de mujeres madres– en ciertos espacios o posiciones que no “les corresponden naturalmente”,
se paga con conflicto o con el sufrimiento de aquellos a quienes las mujeres
deberían proteger. Si bien el conflicto y sufrimiento pueden ser reales –es
decir, no necesariamente se performan
estratégicamente para hacer retroceder a la mujer–, es fundamental cómo se
interpretan y cómo se viven cotidianamente desde esa lectura: como el resultado
de desigualdades de género, o bien, como una provocación deliberada de las
mujeres por cumplir un deseo personal.
Es importante recordar que hablamos de
personas jóvenes, algunas adolescentes, hombres y mujeres que reproducen
imaginarios conservadores sobre la diferencia sexogenérica
–como los rasgos normativos de la virilidad o la deseabilidad femenina– sostenidos,
en parte, por la promoción intensiva y reforzada de visiones tradicionales de
la feminidad y la masculinidad en espacios de socialización fundamentales para
las y los jóvenes actuales, como las redes sociales, donde se ha registrado una
movilización importante de imaginarios antifeministas, propios del
neoconservadurismo social (Albán, 2024; Pérez Domínguez, 2024; Tortajada y
Vera, 2021).
Pensar estos hallazgos desde el backlash, también es útil para entender el lugar que
tiene el feminismo entre las y los estudiantes. El hecho de que alguien pueda
pensar, al mismo tiempo, que los hombres sufren violencia de género y, por otro
lado, que la igualdad existe y por lo tanto el feminismo ya no es necesario, es
una paradoja solo en apariencia para quien supone que el feminismo promueve la
posibilidad de ser “igualmente violentos” con el otro. Para el antifeminismo es
estratégico plantear que las mujeres ya lograron la igualdad y, desde ahí,
victimizan a los hombres en tanto usuarias plenipotenciarias de sus nuevos derechos/privilegios
(Devereux y Lamoreux, 2012; Faludi,
1991). Esta postura es prácticamente la definición del postfeminismo
contemporáneo, una ideología más atractiva que rechaza directamente al
feminismo y que, de acuerdo con Jordan (2016), es la
expresión más común del antifeminismo en el contexto actual.
La promoción del feminismo como un
movimiento misándrico –que, recordemos es algo que, en promedio, una de cada
seis personas encuestadas cree– se entremezcla con la noción de que es un
movimiento inacabado o incluso fracasado y, por lo tanto, dispensable.
Efectivamente, la realidad muestra de manera contundente que el avance de las
mujeres es una condición necesaria pero no suficiente para alcanzar la igualdad
de género: la participación de los hombres en el trabajo doméstico y de
cuidados no remunerado está lejos de equiparar al de las mujeres; la segregación
ocupacional y educativa persiste –especialmente en la educación Superior–, tanto
como la discriminación salarial. En lo familiar, el modelo biparental, heteronormado y nuclear, se sigue considerando como una
formación normativa (Cooper, 2020), a pesar de la diversidad de configuraciones
familiares y de la persistencia o incluso exacerbación de las violencias
intrafamiliares.
Sin embargo, la reacción antifeminista
aprovecha este escenario de desigualdad estructural para proponer al feminismo,
no como la respuesta, sino como la causa de la opresión (Faludi,
1991). Aunque para quienes se identifican con la causa emancipatoria esta
racionalidad es ilógica y maniquea, los resultados de la Encuesta (Muñiz Moreno
et al., 2022), nos obligan a preguntarnos cómo entienden las generaciones más
jóvenes los espacios que han ganado las mujeres, cómo entienden su proyecto de
vida respecto al de otras generaciones, si en esa comprensión le atribuyen al
feminismo algún vínculo causal y, de ser así, en qué sentido. Más aún, en
contextos de franca precarización de la vida, polarización ideológica y
múltiples flancos abiertos a las violencias, importa preguntarnos –es decir, no
dar por sentado– cuál es el significado de los espacios de participación abiertos
por la causa feminista –la educación, el trabajo remunerado, el control de la
vida sexual y reproductiva, entre otros– en el proyecto de vida de quienes
dudan de los aportes del feminismo.
En este sentido, será de extrema utilidad
contar con nuevas ediciones de la Encuesta
Universitaria de Género, Nuestras Voces (Muñiz Moreno et al., 2022), que
permitan dar cuenta en el tiempo de la rigidez o flexibilidad de estas posturas
sobre el género, sus relaciones y sus movimientos, en el entendido de que ni el
sexismo ni la igualdad son rasgos naturales de las sociedades, sino formas de
organización social que requieren decisiones políticas concretas y firmes para
ser encauzadas.
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[1]
Universidad de Guadalajara, México. Correo electrónico:
paloma.villagomez@academicos.udg.mx
[2]
Cada ítem ofrecía cinco opciones de respuesta organizadas en una escala de
Likert: 1) muy de acuerdo, 2) de acuerdo, 3) ni de acuerdo ni en desacuerdo, 4)
desacuerdo y 5) muy en desacuerdo. Para simplificar el tratamiento de la
información en este estudio, las categorías se redujeron a tres: 1) muy de
acuerdo o de acuerdo, 2) ni en acuerdo ni en desacuerdo y 3) en desacuerdo o
muy en desacuerdo.
[3]
La Organización Mundial de la Salud considera a la adolescencia como la etapa
de la vida comprendida entre los 10 y los 19 años. El organismo distingue una
fase temprana de la adolescencia que va de los 10 a los 14 años y una tardía de
los 15 a los 19 (UNICEF Uruguay, 2020).
[4]
Estas proporciones contrastan de manera importante con el promedio de la
población adolescente y joven mexicana. De acuerdo con estimaciones propias
derivadas del Censo de Población y Vivienda 2020, la proporción de personas
solteras de 15 a 29 años asciende a 58%, la que se considera afromexicana es 2%
y 25.6% se identifica como indígena. En un contexto como el nuestro, en el que
apenas una de cada tres personas jóvenes asiste a la educación media superior o
superior, las y los universitarios constituyen un estrato con atributos y
dinámicas sociodemográficas singulares.
[5] Cabe señalar, sin embargo, que, como advierte Jordan (2016), el espectro de posiciones es más amplio que un dilema dicotómico pro o antifeminista; en el medio existen posturas más o menos optimistas o pesimista que, incluso, combinan elementos de uno u otro extremo.